Veamos estas palabras:
«Hago el voto –y actúo en consecuencia, a pesar de la resistencia–, que ceséis las divisiones y que no hayan más disputas estériles entre vosotros que os debiliten.Soy de la opinión de que todos los ciudadanos deben unirse en el terreno legal. Todos pueden mantener sus preferencias íntimas; pero, en el campo de la acción, sólo está el gobierno que se ha dado Francia. La República es una forma de gobierno tan legítima como las otras.Los Estados Unidos, que son una república, pese a los inconvenientes que derivan de una libertad sin límites, crecen todos los días, y la Iglesia católica se ha desarrollado ahí sin tener que sostener luchas contra el Estado. Esas dos potencias concuerdan muy bien, como deben concordar en todas partes, a condición de que la una no usurpe los derechos de la otra; allá la libertad es realmente el fundamento de las relaciones entre el poder civil y la conciencia religiosa. La Iglesia reclama antes que ninguna otra cosa la libertad; mi voz autorizada debe ser escuchada para que su objetivo y su actitud no sean desnaturalizados más por ataques mal fundados. Lo que le conviene en los Estados Unidos le conviene con mayor razón a la Francia republicana.Quiero que todos los franceses que vengan a verme usen el mismo idioma indiscriminadamente; quiero que todos lo conozcan. Lo único que lamento es que, hasta ahora, personas de altos cargos no se atrevan a reconocer públicamente, como debe ser, los esfuerzos que estoy haciendo por la paz y la prosperidad de su noble nación, a la que todavía considero la hija mayor de la Iglesia» [1].
Las anteriores palabras no son de Bergoglio (por obvias razones), ni de Ratzinger o de Montini (aunque bien pudieran serlo, en particular a este último para su discurso en la ONU). ¡SON DE LEÓN XIII! Las pronunció en su entrevista con Ernest Judet, director del liberal Petit Journal, que fueron publicadas en el nº 10.645 de dicho diario, el día 17 de Febrero de 1892. Entrevista que sería el preámbulo de la encíclica “Au milieu des sollicitudes” (en latín “Inter Sollicitúdines”), con la cual pide a los católicos de Francia alinearse (ralliement) con las instituciones republicanas. Política rallié que fue inaugurada por el cardenal Charles-Martial Allemand-Lavigerie Latrilhe, obispo de Argel y fundador de los Misioneros de África (Padres Blancos), que en un banquete en honor al vicealmirante Víctor Augusto Duperré Le Camps el 12 de Noviembre de 1890 dio este discurso:
«Cuando la voluntad de un pueblo se afirma claramente, cuando la forma de gobierno no tiene nada en sí mismo contrario, como proclamó recientemente León XIII, a los principios que son los únicos que pueden sustentar a las naciones cristianas y civilizadas; cuando es necesario, para arrancar a la patria de los abismos que la amenazan, adherirse sin otro motivo a esta forma de gobierno, ha llegado el momento de declarar, finalmente, que la prueba está hecha, sacrificar todo lo que la conciencia y el honor permitan, ordenar a cada uno sacrificarse por amor a la Patria. […] Esto es lo que enseño a mi alrededor, es lo que deseo ver imitado en Francia por todo nuestro clero, y al hablar así, estoy seguro de que ninguna voz autorizada me contradice. Aparte de esta resignación, esta aceptación patriótica, nada es posible…».
Discurso que fue muy tomado a mal por la concurrencia (en su mayoría monárquica), y que el vicealmirante (bonapartista), se limitó a contestar proponiendo un brindis «por Su Eminencia el Cardenal y por el clero de Argelia». En la metrópoli, varios obispos piden la remoción del aventurero Allemand-Lavigerie, a quien le reprochan que desconoce la realidad de la masonería dirigiendo sus armas republicanas contra la Iglesia Católica.
Pero fueron las palabras de León XIII en su entrevista, las que suscitaron la más airada reacción. El grupo parlamentario de la Derecha Realista, encabezado por el diputado Sosthène II Marie Charles Gabriel de La Rochefoucauld, IV duque de Doudeauville, X duque de Bisaccia y Grande de España, declaró el 9 de Junio que
«Frente a las diferencias de sentimiento que las recientes manifestaciones han revelado entre los católicos, los miembros de la derecha realista se sienten obligados a decir cómo entienden sus deberes como católicos y como ciudadanos. Como católicos, se inclinan, con respeto, ante la autoridad infalible del Santo Padre en asuntos de fe. Como ciudadanos, reclaman el derecho de todos los pueblos a expresarse libremente sobre todas las cuestiones que conciernen al futuro y la grandeza de su país. Una de estas cuestiones es la forma de gobierno por excelencia. ES EN FRANCIA Y ENTRE FRANCESES donde hay que resolverlo. Esta es la tradición nacional».
Y el 23 de Mayo de 1893, el conde Louis-Marie-Joseph-Edmond Hélion de Barrème le dice al cardenal Mariano Rampolla del Tíndaro, Secretario de Estado, que «los realistas franceses no se dejarían imponer una directriz de fuera o extranjera, que fieles a los verdaderos principios del orden, tendrían en adelante una total repulsión por el clericalismo en política». Opiniones que fueron celebradas por la prensa izquierdista anticlerical.
Del otro lado de los Pirineos, tampoco fuerom del agrado de los carlistas las palabras del Papa Pecci al Petit Journal, hasta el punto que hubo oraciones por la conversión del Papa, que mostraba ser liberal, si no en la fe, sí en la política.
De resto, el matrimonio por conveniencia que fue el ralliement estaba divorciado de la realidad, y acabó en un fracaso total: en Francia, el partido rallié perdió 50 escaños en las elecciones legislativas de 1893 (que dicho sea de paso, fortalecieron a la izquierda radical), las políticas del gobierno demuestran que el laicismo es consustancial a la República que odia a la monarquía tanto como al catolicismo, el escándalo Dreyfus, en 1904 se revela el Escándalo de las fichas (a pedido del Ministro de guerra y masón Louis Joseph Nicolas André Carion, el Gran Oriente de Francia tiene registrados a los oficiales del ejército, para impedir el ascenso de los militares católicos) hasta llegar a la Ley de Separación y la posterior crisis de los inventarios.
A todo esto, ¿qué tiene que decir León XIII?
«No puedo ser indiferente a las consecuencias de una política sectaria, contraria a los deseos de la nación […]. ¿No le he dado a su nación suficientes promesas de mi afecto paterno? El señor Waldeck-Rousseau, en su discurso en Tolosa, ¿habló de la unidad moral de Francia? ¿Quién, más que yo, trabajó en eso? ¿No he aconsejado encarecidamente a los católicos que dejen de luchar contra las instituciones que su pueblo se ha dado libremente y a las que sigue apegado? […] ¿Queremos rehacer, ahora, la unión de los católicos contra la República?» (Entrevista a Henri des Houx, Diario Le Gaulois, 30 de Diciembre de 1900).
NOTA
[1] En el original:
«Je fais le vœu –et j’agis en conséquence, malgré les résistances– que les divisions cessent, et qu’il n’y ait plus chez vous de querelles stériles qui vous affaiblissent.
Je suis d’avis que tous les citoyens doivent se réunir sur le terrain légal. Chacun peut garder ses préférences intimes; mais, dans le domaine de l’action, il n’y a que le gouvernement que la France s’est donné.
La République est une forme de gouvernement aussi légitime que les autres.
Les États-Unis, qui sont en république, malgré les inconvénients qui dérivent d’une liberté sans borne, grandissent tous les jours, et l’Église catholique s’y est développée sans avoir de lutte à soutenir contre l’État. Ces deux puissances s’accordent très bien, comme elles doivent s’accorder partout, à la condition que l’une n’empiète pas sur les droits de l’autre. La liberté est bien réellement là-bas le fondement des rapports entre le pouvoir civil et la conscience religieuse.
L’Église réclame, avant toute autre chose, la liberté; ma voix autorisée doit être entendue, pour que son but et son attitude ne soient plus dénaturés par des attaques mal fondées.
Ce qui lui convient aux États-Unis lui convient, à plus forte raison, dans la France républicaine.
Je tiens à tous les Français qui viennent me voir le même langage indistinctement; je souhaite qu’il soit connu de tous. Je regrette seulement que jusqu’ici les personnes haut placées n’osent pas reconnaître publiquement, comme il conviendrait, les efforts que je fais pour la paix et la prospérité de votre noble nation, que je regarde toujours comme la fille aînée de l’Église».
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)