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jueves, 31 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA TRIGÉSIMOPRIMERO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA TRIGÉSIMOPRIMERO – DEVOCIÓN A LOS SANTOS ÁNGELES
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que habiendo llegado ya al término de este felicísimo mes consagrado al culto de los Santos Ángeles, nada será más grato ni más tierno a nuestros corazones que formar los más firmes propósitos de honrar y de imitar durante nuestra vida a estos espíritus celestiales. El cuadro, aunque mal trazado, de las grandezas angélicas, que se ha desplegado a nuestra vista en el curso de estas meditaciones, habrá llenado sin duda de admiración y religioso respeto nuestras almas; pero es necesario que esta admiración y este respeto no sean estériles; es preciso que saquemos algún fruto de todos estos estudios, y éste no puede ser otro que una devoción tierna y sincera a los santos Ángeles y un vehemente deseo de imitar en todas nuestras acciones su ejemplar vida y virtudes. Por la devoción tributamos a los Ángeles los homenajes de nuestro amor y reconocimiento a su benevolencia, por tantos beneficios como nos dispensan. Por la imitación de su vida en el ejercicio de las virtudes angélicas de la pureza, humildad, obediencia y caridad, nos hacemos a ellos semejantes en la santidad, cumpliéndose de este modo el plan divino, que exige que los hombres y los Ángeles no compongan más que una sola Iglesia, un solo pueblo cuya ley inmutable sea la caridad, lazo de unión entre todos los seres inteligentes, cuyo Príncipe sea Nuestro Señor Jesucristo. La tierra ha roto la unidad de esta Iglesia, de este pueblo; y Dios ha querido que el Cielo baje a la tierra a restablecer esta unidad, esta armonía, este concierto universal. La tierra ya no es enemiga del Cielo, ni el Cielo es tampoco contrario a la tierra: el tránsito de la una al otro está todo lleno de espíritus bienaventurados, cuya caridad oficiosa mantiene una perfecta comunicación entre este lugar de peregrinación y nuestra patria celestial.
 
PUNTO 2º. Considera que el mejor modo de honrar a los Ángeles, especialmente a nuestros Ángeles custodios, es imitarles, y como sólo se imita lo que se encuentra justo y perfecto; imitando a nuestros Ángeles, proclamamos con nuestra conducta su excelencia, su bondad y sus perfecciones. Así como ellos nos guardan de todo mal y nos dirigen por el camino del Cielo; así también nosotros debemos guardar y guiar por el camino de la salvación eterna a todos aquellos de nuestros hermanos, sobre quienes tenemos alguna influencia o están bajo nuestra tutela y cuidado. Así como los Ángeles siempre tienen sus miradas fijas en Dios, como nos lo ha dicho por estas palabras: «Contemplan sin cesar la cara del Padre celestial»; así también nosotros debemos tener sin cesar nuestros pensamientos y nuestros corazones vueltos hacia Dios. Los Ángeles están pendientes de los labios del Señor para escuchar sus mandatos y ejecutarlos en el acto; también nosotros debemos estar constantemente atentos a la voluntad de Dios para cumplirla. Por último, correspondamos, como estamos estrechamente obligados, a todas sus finezas: nuestros Ángeles nos aman, amémosles; nos hacen el bien, testifiquémosles nuestro reconocimiento; nos sugieren consejos útiles para nuestra salvación, escuchémosles. Fieles a su amistad, dóciles a su voz, atentos a hacer todo lo que ellos hacen, llevaremos en este valle de lágrimas una vida completamente angélica, prenda segura de la bienaventuranza eterna, en la cual ellos nos introducirán después de la muerte. Así sea.
    
JACULATORIA
Ángeles del Cielo, alcanzadnos con vuestras poderosas súplicas, la gracia de la perseverancia final.
    
PRÁCTICA
Extended por todas partes la devoción y culto de los santos Ángeles, hoy por desgracia muy olvidados aún entre las personas piadosas. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con el siguiente:
  
ACTO DE CONSAGRACIÓN AL SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA
Fidelísimo Ángel de mi guarda, a quien la amorosa Providencia de Dios ha constituido mi protector y mi guía, desde el primer instante en que vi la luz por vez primer a hasta el momento en que el soplo helado de la muerte cierre mis ojos para siempre a los falsos esplendores de este mundo; delante de Jesucristo, mi amable Redentor, de María Santísima y de los santos, y en presencia de toda la corte celestial; yo os elijo en este día para que seáis mi especial abogado cerca de la Justicia divina y mi celoso defensor en los rudos combates de esta vida. Desde hoy pongo en vuestras manos mi cuerpo con todos sus sentidos, y mi alma con todas sus potencias y facultades, para que os dignéis gobernarlos y dirigirlos al único y supremo Bien infinito, fuente de todo consuelo y de toda felicidad, perdonad que no haya sabido corresponder hasta el presente a vuestros tiernos cuidados, pero yo os prometo para de aquí en adelante, ayudado con los auxilios de la gracia, seguir fielmente todos vuestros consejos, y obedecer las órdenes que Dios me comunique por vuestro ministerio: acoged, por tanto, bondadoso, estas mis resoluciones y continuad dispensándome vuestros favores, sobre todo, apartándome del pecado y haciendo que no viva ni respire sino para Dios en esta vida y después tenga la dicha inefable de alabar y bendecir por toda la eternidad su santo nombre en unión de toda la Milicia Angélica. Amén.
 
EJEMPLO
«Para celebrar la Santísima Virgen las excelencias y santidad de la naturaleza Angélica, refiere Sor María de Jesús de Ágreda en su Mística Ciudad de Dios, que «se preparaba algunos días con los ejercicios de otras fiestas; y con nuevos cánticos de gloria y loores, recopilando en ellos la obra de la creación de estos espíritus divinos, y más la de su justificación y glorificación, con todos los misterios y secretos, que de todos y de cada uno de ellos conocía, llegando el día que tenía destinado, los convidaba a todos y descendían muchos millares de las órdenes y coros celestiales, y se le manifestaban con admirable gloria y hermosura en su oratorio. Luego se formaban dos coros, en el uno estaba nuestra Reina, y en el otro todos los espíritus soberanos; y alternando como a versos, comenzaba la gran Señora y respondían los Ángeles con celestial armonía por todo lo que duraba aquel día. Y si fuera posible manifestar al mundo los cánticos misteriosos que en estos días formaban María Santísima y los Ángeles, sin duda fuera una de las grandes maravillas del Señor y asombro de todos los mortales. No hallo yo términos, ni tengo tiempo para declarar lo poco que de este sacramento he conocido: porque en primer lugar alababan al Ser de Dios en sí mismo, en todas sus perfecciones y atributos que conocían. Luego la gran Reina le bendecía y engrandecía por lo que su Majestad, Sabiduría y Omnipotencia se había manifestado en haber criado tantas y tan hermosas sustancias espirituales y angélicas, y por haberlas favorecido con tantos dones de naturaleza y gracia; y por sus ministerios, ejercicios y obsequio en cumplir la voluntad de Dios, y en asistir y gobernar á los hombres y á toda inferior y visible naturaleza. A estas alabanzas respondían los Ángeles con el retorno y desempeño de aquella deuda, y todos cantaban al Omnipotente admirables loores y alabanzas, porque había criado y elegido para madre suya a una Virgen tan pura tan Santa y digna de sus mayores dones y favores; y porque la había levantado sobre todas las criaturas en santidad y gloria; y la había dado el dominio e imperio, para que todas la sirviesen, adorasen y predicasen por digna Madre de Dios y restauradora del linaje humano. De esta manera venía a ser este día de admirable júbilo y dulzura para la gran Señora y gozo accidental de los Ángeles» (Obra citada, tercera parte, lib. VIII, cap. XVI, números 688 y 689).
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

jueves, 29 de julio de 2021

MES EN HONOR A SANTA ANA (DÍA 29)

Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
    
DÍA VIGESIMONOVENO
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
     
MEDITACIÓN: Preparación y Muerte de Santa Ana.
La preparación de Santa Ana a la muerte fue una continua aspiración a Dios. La vejez con sus ineludibles enfermedades conducía al ocaso a aquella existencia vivida tan santamente y rica en tantos méritos.
  
Como los grandes Santos y más que éstos, la Madre de la excelsa Madre de Dios, aceptaba humildemente las tribulaciones inherentes a su edad y encontraba en ello un motivo de perfeccionar el alma y hacerla más grata al Creador.
   
El cuerpo perecía, mas el alma se rejuvenecía. La muerte era esperada por Ella como natural tributo de la culpa original, según la clara visión y la convicción de todos los Santos.
   
Ni una angustia, ni una nube turbó su muerte y tranquila afrontó los últimos momentos, llenos de luz y de dulzura, con la presencia de su amada Hija que, transportada por los Angeles, como afirma la piadosa tradición, acercóse a su lecho confortándola en aquellos últimos instantes.
  
Se durmió acariciada por María en el dulce y místico sueño de los justos y su alma voló entre los Patriarcas y los Profetas que, llenos de júbilo, vieron en Ella la cercana venida del Redentor prometido.
  
Las almas escogidas no sienten el dejar la tierra; sólo desean lo que es de Dios y así se sienten a Él imperiosamente atraídas.
  
Dulce es también la muerte a los justos, porque saben que se unirán a Dios, fin de todos sus ardientes deseos.
  
Pero al mismo tiempo debía ser doloroso el sacrificio hecho por Santa Ana en su muerte, pues sabía que no dejaba a su Santísima Hija para subir al cielo, sino para bajar al Limbo y allí esperar al Mesías libertador.
  
No olvidemos esta verdad, es necesario, por medio de la muerte, entrar en la vida eterna, para la cual hemos nacido. Amargo y penoso es el tránsito, pero saludable y dulce cuando se mira el querer divino. Si cristiano, inevitable es la muerte y ninguno puede librarse de ella. Para que no te sea amarga, como suele serlo a los amadores del mundo, acostúmbrate a vivir resignado con la voluntad divina, que la manda cuando, cómo y dónde le place. Mira esta tierra como lugar de pasaje y no te ligues a ella con afecto; suspira por el Cielo, que es nuestra patria eterna.
  
Permanece en el amor divino, porque el que teme a Dios tendrá buen fin, o como dice San Agustín: “Vive bien y habrás aprendido a morir bien”. Pero con tu cuerpo débil y dolorido, con tu mente lánguida y confusa, ¿qué harás, qué dirás? Acostúmbrate a decir ahora lo que entonces dirías por librarte, y procurarte el valioso patrocinio de la gloriosa Santa Ana.
     
EJEMPLO:
Al principar la guerra del año 1870 la mayor parte de los soldados bretones se pusieron bajo la protección de Santa Ana, a la cual llamaron “buena Madre”. Y su confianza no fue vana.
  
El párroco del Santuario de Aurag recibió un día una carta de un soldado que contenía esta noticia: “Estábamos el otro día cuatro soldados bajo una misma tienda de campaña y rezadas nuestras oraciones, entre éstas una fervorosa plegaria a Santa Ana, nos quedamos dormidos. Cerca de media noche una inesperada llamada nos despertó: se debía avanzar. Consternados, nos preparamos para la marcha, después de haber desarmado la tienda; y he aquí que una voz llena de autoridad pero amable, nos gritó: “Adelante, hijitos míos, no temáis”, y esté cierto Padre que todos oímos aquel mandato, todos unánimes creímos que fue Santa Ana. Poco después se tomó contacto con el enemigo, combatimos valerosamente y lo pusimos en fuga. Atribuimos la victoria a nuestra buena Madre, y pedimos la publicación de este milagro”.
   
OBSEQUIO: Proponeos tributar a Santa Ana honores especiales en todos los martes, para tenerla propicia a la hora de la muerte. Este día es consagrado especialmente a ella.
   
JACULATORIA: Poderosísima Santa Ana, a Vos confiamos los últimos instantes de la vida.
   
ORACIÓN
¡Oh bienaventurada Santa Ana! Era muy justo que vuestra vida, así mezclada de humillaciones y de penas, se acabase bajo la mirada de Aquel que sostiene y conforta a todos los atribulados y afligidos y a todos les da la tranquila calma. Yo me alegro con Vos, porque vuestra muerte se me asemejó a un tranquilo sueño. Ea por aquellas consolaciones que sentisteis al ver a vuestra Hija, al abrazarla y al exhalar en sus brazo el último suspiro, haced que mi muerte sea la de los justos. Si la multitud de mis culpas me hace temer que Vos no recibiréis mi súplica, al pensar que sois la Madre del refugio de pecadores, tengo razón de esperar. ¡Oh clementísima Señora, ahora y siempre encomiendo a vuestra piedad mi alma. Cuando mis ojos eclipsen y jadeante y afanoso exhale mi último suspiro, corred en mi auxilio y dulcificad con vuestra presencia mi muerte. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
    
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
        
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

miércoles, 28 de julio de 2021

MES EN HONOR A SANTA ANA (DÍA 28)

Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
    
DÍA VIGESIMOCTAVO
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
     
MEDITACIÓN: Viudez de Santa Ana.
Santa Ana, prevenida por la gracia desde su infancia, fue siempre grata a los ojos de Dios, el cual, después de hacerla lucidísimo espejo de vírgenes y de casadas, la ofreció como espejo a las santas matronas.
 
Ella, dice la Venerable María de Jesús de Ágreda, por voluntad divina se casó con Joaquín a los venticuatro años, veinte fue estéril y sobrevivió hasta el duodécimo de su hija.
  
De otro lado, la viudez de Santa Ana fue llena de todas las gracias celestiales como expresamente se lee en los Salmos: Bendeciré su viudez largamente.
  
Privada de toda consolación humana, la buscó sólo en Dios, en el cual tenía puesta toda su esperanza. Día y noche, perseverante en la oración y meditación, puede decirse de ella que su habitación era un oratorio doméstico, su entretenimiento la súplica, su vida la mortificación y el ayuno, repartiendo con el templo y los pobres sus pequeñas rentas.
  
El modo como pasó Santa Ana los últimos años de su vida, nos lo da a conocer el grande amor que tenía al Señor.
  
Sentía que avanzando en años se le acercaba el tiempo fijado por los divinos decretos para ser llamada al seno de Abraham y de los Santos Profetas. Como el movimiento se hace siempre más veloz hacia el fin, así se intensificaron sus oraciones, sus penitencias para hacerse más y más digna. No fue una vida común y terrena, la suya, sino una vida extraordinaria y celestial, en la cual las dulzuras divinas alternaban con sus amorosos sentimientos. Ella había amado a su Señor hasta el sacrificio el más heroico, le había amado a pesar de todas las aflicciones y no podía dejar de suspirar por abrazarse con Él y así gozarlo y amarlo eternamente.
 
He aquí, ¡oh cristiano! cual debe ser la vida de un verdadero devoto de Santa Ana. ¡Ah!, debes de corazón imitar los ejemplos de la que te agrada honrar. El Señor nos la mostró en todos los estados, a fin de que el niño y la virgen, el soltero y la viuda, el alegre y el afligido, el pobre y el rico, todos encontrasen en ella, que es la madre de la Reina del universo, un perfectísimo modelo que imitar.
  
Su vida, desde la cuna a la tumba, fue siempre inmaculada y llena de virtudes. Desde el primero al último respiro tuvo a Dios en la mente y el corazón y la observancia de su santa ley formó su riqueza más codiciada. ¡Oh dichoso tú, cristiano, si Santa Ana hallare en ti semejanza! Sintió todas las fatigas de los diversos estados, a fin de que investida de gran poder, pudiese tener corazón para socorrerlas todas.
 
Pongamos en parangón el amor de Santa Ana con el nuestro para con Dios y propongamos aumentarlo si queremos también nosotros acabar santamente la vida.
   
EJEMPLO: Lo que sigue nos prueba que Santa Ana socorre prontamente a quien con fe la invoca.
  
En el año 1631 un joven francés viajando por Alemania fue asaltado por unos ladrones, robándole cuanto llevaba y dejándolo en tierra mortalmente herido.
  
Hallado en tal estado, fue transportado al pueblo vecino donde se le presentaron los socorros más urgentes, pero su estado continuaba siendo gravísimo.
  
Sabiendo que en aquellos días debía pasar por allí en procesión una reliquia de Santa Ana, procesión que se hacía por tradicional devoción, sintió deseo de impetrar a la Santa su curación.
  
A tal fin se hizo llevar a la ventana para ver el relicario, hacerle votos y enviarle besos y flores. Fue inmediatamente bien despachada su petición; desaparecieron las heridas, cesaron los dolores y lleno de regocijo y conmovido, bajó las escaleras, se asoció a la procesión y contó a todos el milagro obtenido, milagro resonante que fue contado entre los muchos otros obrados por la Santa.
   
OBSEQUIO: Roguemos a Santa Ana a fin de que la hora de nuestra muerte sea tranquila.
   
JACULATORIA: Benignísima Santa Ana, asistidnos en nuestra hora postrera.
   
ORACIÓN
¡Oh dignísima madre de la Madre de mi Señor!, admiro vuestra vida, siempre irreprensible y santa en presencia del Cielo y de la tierra; y cuanto más deseo copiarla en mí, tanta mayores dificultades siento.
  
Por lo mismo, confieso a vuestros pies que, sin vuestro auxilio yo nada puedo. Ea, benignísima Señora, por aquellas copiosas bendiciones con las cuales el Señor os acompañó y previno en todas las circunstancias de vuestra vida, no me desechéis; acogedme bajo vuestro manto, estrechadme contra vuestro corazón para que jamás ofenda a mi Dios.
  
Yo me consagro todo a Vos en vida y en muerte, y espero con vuestra ayuda seguir el camino de salvación, para allegar después a cantar en el Cielo vuestra gloria. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
    
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
        
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

martes, 27 de julio de 2021

MES EN HONOR A SANTA ANA (DÍA 27)

Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
    
DÍA VIGESIMOSÉPTIMO
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
     
MEDITACIÓN: Muerte de San Joaquín.
Estaba para expirar el sexto mes de la consagración de María al templo, cuando las fuerzas de Joaquín, disminuidas con mucho, daban claro indicio de que había llegado su fin.
    
Ana, doliente y resignada, le prodigaba los más cordiales cuidados y asistencia, dirigiendo con frecuencia al Cielo ardientes suspiros para que le socorriese con su gracia.
    
La niña María, dice la Venerable María de Jesús de Ágreda, avisada por el Señor del día y la hora en que su padre cumpliría su carrera, le envió a todos los ángeles colocados a su custodia, a fin de que, haciendo sus veces, asistiesen a Joaquín, dulcificando su muerte. Mas Dios, excediendo los deseos de su celestial paloma, añadió a este mandato el de decir al moribundo: “Tu hija María nos manda para consolarte, y el Omnipotente, por alegrarte, te da a saber que Ella es la elegida para madre del Mesías, la más excelsa de todas las criaturas, la restauradora del mundo”. Alegre éste por la gloria de ser padre de la hija de la gracia, partió de esta vida con la bendición de Dios a llevar a los justos la nueva de su próximo rescate. Mientras los ángeles hablaban así, Santa Ana lo oía todo; y al cerrar los ojos de su santo esposo vio que alegre y resignado, daba el último suspiro. San Joaquín murió casi a los setenta años.
    
He aquí a lo que consuela a los que sobreviven; ver al que muere, asegurado y tranquilo, acabar en la paz del  Señor. De todos es el morir; mas no de todos es morir como santos. La muerte no repara ni condición ni edad; hiere a jóvenes y viejos, a adolescentes y niños. Pero sólo muere bien quien ha vivido bien, siendo la muerte el eco de la vida.
     
Si tú deseas, ¡oh cristiano!, una muerte como ésta de San Joaquín, ¿por qué no imitas su vida, que fue inmaculada, siempre resignadísima y fecunda en todas las virtudes? Entonces tu muerte no te será causa de temor sino de gozo, porque te abrirá la entrada a la patria bienaventurada.
    
De otro lado, será dulcificada por la presencia de los ángeles y tus santos tutelares, que vendrán a aclamar tu triunfo: vive como justo y será santo tu fin.
   
EJEMPLO: Fue muy notable en Segovia la curación de la esposa de Don Francisco de Vargas, gobernador de aquella ciudad, la cual, gravemente enferma, estaba a punto de expirar.
    
Llegó allí el Venerable Fr. Juan de San Joaquín y le rogó el gobernador que rezara por su esposa, colocada en tan extrema necesidad. Entonces Juan aplicó sobre el rostro y el pecho de la enferma su imagencita de San Joaquín y Santa Ana, llevando en medio a la Virgen María, y repitió su acostumbrada invocación: “San Joaquín y Santa Ana, todo lo sanan”. ¡Oh qué maravilla!, a esas palabras y a ese contacto, la enferma echó por la boca extrañas materias y reanimándose inmediatamente, exclamó con rostro sereno: “San Joaquín y Santa Ana me han curado completamente”. El estupor de los circunstantes fue grande y todos declararon, bajo juramento, el hecho, para gloria de Dios y de los santos padres de María.
   
OBSEQUIO: Haced la Santa Comunión en honor de San Joaquín y Santa Ana, y en sufragio de las almas del Purgatorio que en su vida fueron más devotas de ellos.
   
JACULATORIA: ¡Oh, madre de María, Gloria quiere cantar el alma mía!
   
ORACIÓN
¡Oh, Ana bendítisima!, por aquellas dulzuras celestiales que aligeraron todos vuestros afanes en la muerte de vuestro amado esposo, no me abandonéis en mis últimos momentos. La muerte fue verdadero descanso para el que fue siempre justo, mas ¿qué será para mi, cuya vida es de aquella tan distinta? Pero hoy quiero comenzar a imitar sus ejemplos, y Vos obtenedme estabilidad en este mi santo propósito, y en mi última lucha venid con vuestro santo esposo para asegurarme la gloria eterna. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
    
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
        
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

martes, 20 de julio de 2021

MES EN HONOR A SANTA ANA (DÍA 20)

Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
    
DÍA VIGÉSIMO
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
     
MEDITACIÓN: Purificación de Santa Ana.
Santa Ana, enteramente sumisa a la ley hebraica, cumplió el rito de la purificación. Pasados los días establecidos, salió de Nazaret camino del Templo llevando consigo a su Hija. La Sagrada Escritura nada dice de esta purificación, la cual debía sin duda tener puntos de contacto con otra acaecida años después, cuando María Santísima presentó el suspirado Niño Jesús y lo puso en brazos del anciano Simeón. También Santa Ana presentó al Templo a María, púsola en manos del anciano Sacerdote, ofreció el cordero y la tórtola y suplicó al Señor aceptara la ofrenda y quedara Ella purificada. Tal profundísima humildad y perfecta obediencia debía aumentar el gozo de los angélicos ejércitos que veían en la Santa Niña a Aquella que debía ser proclamada Bienaventurada.
   
Séanos grato participar con el pensamiento y con el corazón a aquella admirable visión de cielo y hagámosnos propicias a aquellas dos Criaturas, tan agradables a Dios, con la práctica de la obediencia y de la humildad.
    
“Advierte, dice la Virgen en una visión a la Venerable María de Jesús de Ágreda, la puntualidad, tan agradable al Señor, con la cual mi madre satisfizo a la ley de la  purificación, y sé su imitadora.  Yo fui concebida sin pecado; y siendo pura por la gracia del Señor, no necesitaba ser presentada al templo, como tampoco lo necesitaba mi madre; sólo fue por mostrarse obediente, y el Señor la acrecentó en gracia y virtud. Con que así, te aviso que cuides de cumplir las leyes más pequeñas, y de no dispensarte jamás de ninguna regla de tu monasterio; porque Dios, larguísimo remunerador de la puntual fidelidad, se declara ofendido por la más insgnificante negligencia”. 
    
¡Oh!, cuán oportunos son estos ejemplos y estos avisos en nuestros tiempos, en que fácilmente se quebrantan las leyes y las observancias más santas. Confundido así, y destruído el buen orde, todo es escándalo y ruina. ¡Ah sí!, es demasiado cierto que el que desprecia las pequeñas observencias deja al fin el cumplimiento de las más importantes.
   
EJEMPLO: Una joven riquísima caída en la más triste miseria estaba tentada de suicidarse, pero oyendo un día hablar del poder de Santa Ana y de su validísimo patrocinio, fue vivamente inspirada a dirigirse a Ella y empezó al momento una novena en su honor, con la esperanza de ser atendida.

Santa Ana no tardó en consolar a aquella pobre hija, pues antes de terminar la novena, un noble y religiosísimo joven la pidió por esposa sin cuidarse de si carecía de dote. Sumamente maravillada y feliz, la pobre joven atribuyó a Santa Ana el inestimable favor recibido y para eterno reconocimiento quiso divulgar el hecho.
   
OBSEQUIO: Prometamos a Santa Ana mantener puros el entendimiento y el corazón.
   
JACULATORIA: Clementísima Santa Ana, Madre de la Purísima Madre de Dios, rogad por nosotros.
   
ORACIÓN
¡Oh, igualmente humildísima y obediente Santa Ana! ¿Cuándo aprenderé con vuestros ejemplos a domar mi orgullo, que tan fácilmente me domina impidiendo que preste la obediencia debida a Dios y a sus representantes en la tierra? Por el amor con que vos practicasteis virtud tan bella, por los ricos tesoros de gracia y de mérito que os vinieron por ella, haced, ¡oh gran Santa!, que yo siga vuestras pisadas. Así, si obedeciendo llego a cantar victoria, humillándome seré acepo al Señor, que desprecia a los soberbios y exalta a los humildes. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
    
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
        
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

sábado, 1 de agosto de 2020

VÍA SACRA DE LA SOBERANA REINA DE LOS ÁNGELES MARÍA SANTÍSIMA ANTES DE LA ASUNCIÓN

Devoción publicada en Guatemala de la Asunción por la Imprenta de Sánchez y De Guise en 1917, con licencia eclesiástica.
 
La Santísima Virgen se apareció a Santa Margarita el día de su Asunción con una corona de flores, símbolos de las almas consagradas a su divino Hijo; pero al elevarse al Cielo se cayeron muchas flores, “porque estaban demasiado asidas a la tierra”.
   
MODO COMO SE HAN DE VISITAR LOS LUGARES, EN OBSEQUIO DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA NUESTRA SEÑORA
Ejercítase esta devoción desde primero de Agosto, acompañando a esta Señora por quince días en este camino, para que nos acompañe en la vida y en la muerte.
   
La primera y principal preparación para festejar a la Señora, y visitar a su imitación los lugares santos que ella visitó, es ponerse en gracia de Dios, por medio de un acto de verdadera contrición. El primer día de estos quince, el octavo y el último, se podrá confesar y comulgar, repitiendo las confesiones y comuniones, según arbitrio del prudente confesor; a cuyo juicio queda también el asignar las mortificaciones y buenas obras que se pueden ejercitar las almas devotas en estos días en servicio de la Señora.
  
Quien no tuviere confesor asignado, podrá ayunar los viernes y sábados que cayeren dentro de estos quince días: quien esto no pudiere por enfermo, dé por amor de la Señora alguna limosna, y si esto no puede por ser pobre, ofrézcale a la Virgen su pobreza, trabajos y desconsuelos, llevándolos con paciencia. Y finalmente, a quien con fervor abrazare la devoción de este misterio, no le faltarán cosas que hacer y padecer en honra de María Santísima.
   
Todos los días se dirá con gran devoción la siguiente oración que la Reina de los Ángeles hacía todos los días hincada de rodillas, según refiere la Venerable Madre María de Jesús de Ágreda, a quien se la reveló la divina Señora.
 
VÍA SACRA DE LA SOBERANA REINA DE LOS ÁNGELES MARÍA SANTÍSIMA ANTES DE SU GLORIOSA ASUNCIÓN

   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ORACIÓN QUE HACÍA MARÍA SANTÍSIMA TODOS LOS DÍAS
Altísimo Señor mío y Dios eterno, ante vuestro acatamiento postrado se presenta este vil gusanillo de la tierra, y la menor de vuestras criaturas, y os doy infinitas gracias por vuestro Ser Inmutable y Perfecciones Infinitas, y porque me criaste de la nada, y reconociéndome como criatura y hechura vuestra os bendigo y alabo, dándoos honor, magnificencia y Divinidad como a Supremo Señor y Creador mío y de todo lo que tiene ser. Yo, Señor, levanto mi espíritu a ponerlo en vuestras manos, y con profunda humildad y resignación me ofrezco, y os pido y suplico hagáis de Mí vuestra Santísima Voluntad en este día y en todos los días que me restan de mi vida, y me enseñéis a cumplir lo que fuere de mayor agrado vuestro, y para decir esto mejor, es mi intención repetirlo muchas veces en las obras exteriores de este día, y en las interiores consultar primero a Vuestra divina Majestad, pediros licencia, consejo y bendición para todas mis acciones. Amén.
  
Dicha esta oración, se leerá la Estación de aquel día, gastando media hora o un cuarto en su meditación, para lo cual se ponen aquí distribuidas para los quince días que empiezan desde el primero de Agosto las quince Estaciones que hizo la Santísima Virgen, siendo la materia la meditación que se ha de tener cada día, la pena o gozo que tuvo en los lugares que tuvo.
  
Quien no supiere meditar, hincado delante de una imagen de la Señora, lea con atención la Estación de aquel día, y rece lo que en ella se señala.

DÍA PRIMERO – 1 DE AGOSTO
Considera cómo la Santísima Virgen fue a visitar el templo, donde fue presentada; y rezar quince Avemarías por las quince gradas que ella subió de tres años con tanto gozo y devoción como si fuera de veinte.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen piadosísima! Te ofrezco estas quince Avemarías en honra y gloria de tu presentación al templo, y en memoria de la visita que hicisteis a este sagrado lugar, en que subste quince gradas siendo de tres años de edad, para ofrecerte en sacrificio a Dios: te suplico seas servida de guiarme al Cielo, y presentarme ante su divina Majestad, para que eternamente le alabe en el templo de la Gloria.

ORACIÓN
Suplicámoste, Señora, ruegues a tu Hijo Santísimo por la exaltación de nuestra Santa Fe Católica, extirpación de las herejías, victoria contra los infieles y conversión de estos al gremio de la Iglesia, por la paz y concodia entre los gobiernos cristianos, y prosperidad de las ciudades católicas, por los que están en pecado mortal, para que haciendo una buena confesión se pongan en gracia de Dios; por los agonizantes, para que no prevalezca contra ellos la furia infernal; por las almas del Purgatorio, para que libres de los tormentos, salgan de tan penosa cárcel.
 
Ruego, Señora, te dignes de reconocer por hijos tuyos a los que tu imitación hacen este santo ejercicio: perdóname, Señora, lo remiso y tibio de mis oraciones, y alcanzadme mucha gracia, para que en esta vida, con la devoción de tu glorioso Tránsito, merezca conseguir los favores que de tu poderosa mano reciben tus devotos, logrando por tu intercesión una santa vida y buena muerte, para ir a celebrarte eternamente, gozando de Dios en tu compañía en la Gloria. Amén.

En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

DÍA SEGUNDO – 2 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Virgen fue a visitar el lugar a donde le trajo la embajada el Ángel, cuando el Hijo de Dios encarnó en ella, y cuán gloriosa y resplandeciente y llena de gracia quedó con tal Hijo. Y rezar un Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen humildísima! Esta oración te ofrezco en honra y gloria de la Encarnación del Hijo de Dios en tus entrañas, y en memoria de la visita que hiciste a este sagrado lugar en donde Dios te hizo Madre suya: te suplico, Señora, me seas madre, y me alcances de Dios vuestra grande humildad, para que adornado de esta virtud sea hijo de Dios, como lo son todos los humildes. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA TERCERO – 3 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Virgen gloriosísima fue a visitar el lugar donde ella visitó a Santa Isabel, y con la presencia del Niño Jesús, que llevaba en sus entrañas, santificó a San Juan Bautista en las de su madre, y desde ellas adoró a su Creador. Y rezar una Magníficat, o un Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen misericordiosísima! Te ofrezco este cántico que por tus purísimos labios pronunciaste en honra de la visita que hiciste a Santa Isabel, cuando el Niño que descansaba en el tálamo de tu vientre virginal, santificó a San Juan Bautista, y en memoria de la visita que hiciste a este sagrado lugar, suplícote, Señora, ruegues a tu santísimo Hijo visite mi alma con su gracia, desterrando de ella toda culpa, y me concedas que lo adore y le sirva como a mi Creador y Señor. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA CUARTO – 4 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Virgen y Madre singular fue a visitar el lugar del pesebre, donde parió a su benditísimo Hijo quedando Virgen, y la pobreza y desamparo en que se vio, y el gozo que recibió en verle nacido y adorado de los reyes. Y rezar el himno Glória in excélsis Deo, o un Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen beatísima, Madre de Dios y Señora mía! Te ofrezco estas alabanzas en memoria de las que cantaron los Ángeles al nacer el Niño Dios en el pesebre de Belén, quedando Tú Virgen después de haberle parido. Y en memoria de la pobreza y desamparo en que te viste, y del gozo que tuviste de ver ya con tus ojos al Verbo encarnado, alabado de los Ángels y adorado de los pastores y reyes. Suplícote intercedas con mi Dios y Señor, que nazca en mi alma por gracia, y me conceda paz y pobreza de espíritu, y piedad para con los pobres. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…

DÍA QUINTO – 5 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Virgen fue a visitar el lugar del templo donde presentó al Niño Dios el día de su Purificación, y donde le halló después de haberlo perdido, disputando con los doctores de la ley con admirable sabiduría. Y rezar el cántico Nunc dimíttis, o un Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen purísima, ejemplo de humildad y de obediencia! Este cánico te ofrezco en honra de tu Purificación, y del gozo que tuviste cuando después de haber perdido al Niño por tres días le hallaste disputando entre los sabios y le dijiste: «Hijo, ¿por qué lo hiciste así con nosotros? Tu padre y yo con gran dolor te andábamos buscando». Y en memoria de la visita que hiciste a este lugar sagrado, suplícote rueges a tu Santísimo Hijo me conceda perfecta obediencia a sus preceptos, y que dejando el mundo, le busque y le halle por tu intercesión. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA SEXTO – 6 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Virgen fue a visitar el lugar a donde San Juan bautizó a su Hijo Cristo Jesús. Y rezar un Padrenuestro y Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios y Señora mía! Estas oraciones te ofrezco en honra del bautismo que recibió tu Hijo inocentísimo de su precursor San Juan, y en memoria de la visita que hiciste a este lugar sagrado, suplícote, Señora, me alcances aumento de fe y firmeza para creer y confesar los misterios que prometí en el Bautismo defender, hasta dar la vida. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
  
DÍA SÉPTIMO – 8 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la humildísima Virgen fue a visitar el desierto, donde su Hijo ayunó cuarenta días y fue tentado del demonio. Y rezar un Credo.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen Santísima, refugio de los afligidos! Este Credo te ofrezco en honra del ayuno de cuaenta días que ejercitó tu Santísimo Hijo en el desierto, donde fue tentado del demonio. Y en memoria de la visita que hiciste a este sagrado lugar, suplícote me ayudes para vencer las tentaciones del demonio, y para que de tal suerte mortifique mi carne con la abstinencia, que consiga victoria contra sus apetitos y pasiones, y sean puras mis palabras, obras y pensamientos. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA OCTAVO – 8 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la dulcisima Virgen fue a visitar el monte Tabor, donde su Santísimo Hijo se transfiguró. Y rezar un Padrenuestro y Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen purísima, Reina del Cielo! Estas oraciones te ofrezco en honra de la Transfiguración gloriosa de tu Hijo Jesucristo, y en memoria de la visita que hiciste a este lugar sagrado, suplícote, Señora, intercedas con tu Hijo, para que viva de tal suerte en este mundo, que con tu patrocinio merezca verle y gozarle en la Gloria. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA NOVENO – 9 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la piadosísima Virgen fue a visitar el lugar donde su Hijo perdonó a la Magdalena. Y rezar un Padrenuestro y Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen clementísima! Estas oraciones te ofrezco en honra y gloria de tu Hijo Santísimo, que en la casa del fariseo perdonó a la Magdalena sus pecados, y en memoria de la visita que hiciste a este lugar, suplícote, Señora, ruegues por mí y me alcances de tu Hijo lágrimas de verdadera contrición de mis culpas, con que merezca el perdón de ellas. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA DÉCIMO – 10 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo fue la Virgen Santísima a visitar el lugar donde su Hijo resucitó a Lázaro. Y rezar un Padrenuestro y Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen, dignísima Madre de Dios! Estas oraciones te ofrezco en honra y gloria de tu precioso Hijo, y en memoria del milagro que obró en la resurreción de Lázaro, y de la visita que hiciste a este sagrado lugar. Suplícote, Señora, me alcances de tu precioso Hijo, que resuctando yo de la muerte de la culpa, viva siempre a la vida de la gracia. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
  
DÍA UNDÉCIMO – 11 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Virgen fue a visitar el lugar donde su Hijo cenó con sus discípulos, y les dio su Cuerpo y Sangre, y les lavó los pies. Y rezar un Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen Sacratísima! Estas oraciones te ofrezco en la honra del Soberano Sacramento del Altar, y en memoria del ejemplo de humildad que ejercitó Cristo lavando los pies a sus discípulos, y de la visita que hiciste a este sagrado lugar. Suplícote me alcances verdadera humildad, y le des por mí las gracias por el beneficio de este tan alto Sacramento, pidiéndole me dé buena disposición para recibir su Santísimo Cuerpo dignamente y logre los aumentos de la gracia. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA DUODÉCIMO – 12 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la fortísima Virgen María fue a visitar el Huerto, el Calvario donde su Hijo fue crucificado y el Santo Sepulcro, y las angustias que allí. Y rezar tres Padrenuestros y Avemarías.

OFRECIMIENTO
¡Oh fortísima Virgen! Estas oraciones te ofrezco en honra del sudor de sangre que derramó tu Hijo Santísimo en el Huerto, y de las angustias que tuvo cuando fue crucificado en el Monte Calvario, yde los tres días que estuvo sepultado, y de las visitas que hiciste a estos lugaes. Ruégote me alcances de tu Hijo que mis oraciones sean perfectas y conformes, y que en los trabajos y penas de esta vida me resigne en la divina voluntad, muriendo totalmente al mundo, y viviendo solo a Dios. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA DECIMOTERCERO – 13 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Princesa del Cielo visitó el lugar donde se le apareció su Hijo resucitado y glorioso. Y rezar la antífona Regína cœli, lætáre, o un Padrenuestro y Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen humildísima! Estas oraciones te ofrezco en honra de la Resurrección de tu Santísimo Hijo, y del gozo que tuviste de verle resucitado. Y en memoria de la visita que hiciste a este sagrado lugar, suplícote, Señora, me alcances que muriendo al mundo, solo viva para Dios, y que amándole y sirviéndole en esta vida mortal, merezca por tu intercesión, la resurreción a la vida inmortal. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA DECIMOCUARTO – 14 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Santísima Virgen fue a visitar el lugar donde su Hijo subió al Cielo, y allí besó las pisadas que dejó señaladas en la peña. Y rezar un Padrenuestro y Avemaría.

OFRECIMIENTO
¡Oh Virgen Gloriosísima! Estas oraciones te ofrezco en honra de la Ascensión gloriosa de tu Hijo Santísimo, cuando subiendo a los Cielos por su propia virtud, dejó estampadas en una peña sus pisadas. Y en memoria de la visita que hiciste a este lugar sagrado, suplícote, Señora, ruegues a tu Santísimo Hijo estampe sus divinas plantas en mi corazón, para que mis deseos y pensamientos sean siempre de cosas del Cielo. Amén.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…
 
DÍA DECIMOQUINTO – 15 DE AGOSTO
Por la señal,…
Oración “Altísimo Señor mío y Dios mío”…
 
Considerar cómo la Maestra de la Iglesia visitó el lugar donde recibió con los Apóstoles la venida del Espíritu Santo, y contemplar que estando en su casa, le fue revelada su muerte sacrosanta, y que oyó una voz de su Hijo, que le dijo: «Ven, Paloma mía, Amiga mía, Esposa mía», y cómo milagrosamente se juntaron a su tránsito los Apóstoles, y animándolos les dio la bendición, y luego dio su alma a Dios que la creó, y quedó su cuerpo más resplandeciente que el sol, el cual sepultaron los Apóstoles, y después de tres días le subieron los Ángeles al Cielo, en donde vive y reina y aboga por sus devotos sin cesar. Y rezar una Salve.

OFRECIMIENTO
¡Oh Reina de los Ángeles! Esta Salve te ofrezco en honra de la plenitud de dones y gracias que te comunicó el Espíritu Santo, cuando bajpo en lenguas de fuego sobre tu cabeza y las de los Apóstoles. Y en memoria de la visita que hiciste a este santo lugar, donde diste fin a las visitas de los lugares sagrados en que obró tu Hijo Jesucristo la redención del género humano; alégrome, Señora, de tu glorioso Tránsito a los Cielos, donde estás colocada sobre todas las jerarquías de los Ángeles, abogando por tus devotos que desde la tierra claman y suspiran les ayuden. Amén Jesús.

Sigue la Oración “Suplicámoste, Señora”…

viernes, 18 de octubre de 2019

MES DE OCTUBRE AL SANTÍSIMO ROSARIO - DÍA DECIMOCTAVO

Tomado de El Rosario: Meditaciones para los 31 días del mes de Octubre, de la autoría del licenciado Juan Luis Tercero. Publicada en Ciudad Victoria, México, en el año 1894 por la Imprenta Oficial de Víctor Pérez Ortíz. Imprimátur concedido el 12 de Marzo de 1894 por Mons. José Ignacio Eduardo Sánchez y Camacho, Obispo de Ciudad Victoria-Tamaulipas (actual Tampico).
         
CAPÍTULO XXI. MISTERIO CUARTO: JESUCRISTO CONDUCIDO CON LA CRUZ EN SUS HOMBROS POR LAS CALLES DE JERUSALÉN AL SUPLICIO DEL CALVARIO
Henos aquí ya, no con el Rey de burlas de cetro de caña; pero ni con cetro de oro. Este Nazareno ha de ser no obstante Rey y verdadero Rey de dolor y su cetro la gran insignia de los suplicios, sin que por esto deje de ser hoy en lo invisible y al fin sea reconocido como Rey de toda gloria. Por eso Isaías le predice de extraña grandeza: «su imperio, dice, le portará sobre su hombro» y ese imperio, es decir, su símbolo, no será otro que el de la cruz. Y ahora es cuando se entiende eso que decía y quería el divino Maestro: «el que me ame tome su cruz y sígame», y se entiende también eso otro tan sublime, «cuando fuere levantado en alto lo atraeré todo a mí».
  
El gran espectáculo, pues, abre la marcha; del Pretorio procede, trasciende ya a las calles, espectáculo es ya para todos lugares y siglos. Aparece ya el Redentor cargando su cruz, y la Madre, no digamos ya más que la Madre, la dolorida Madre, le sigue y en torno de Ella las santas mujeres, con el Discípulo fiel.
  
El estandarte del Rey descúbrese ya («Vexílla Regis pródeunt»), revélase, todo es que aparece, que se desplega, y ya se observa como que triunfa. David tiene dicho: «grandes cosas preveo, al Rey se refiere mi anuncio, palabra buena, palabra de buena nueva. Mi lengua quiere desatarse en referirlo sin tardanza. Cíñete al lado tu espada, oh Rey potentísimo, avanza, adelántate, que todo te sea próspero y álzate ya con tu reino y con tu triunfo».
   
Todo este extraño aparecer, avanzar, reinar y triunfar, es algo más grande que lo de combates de Josué, de David, de Salomón, de hombres de espada y de conquista con gente de armas; todo no es más que el estandarte, el combate, el reinado y el triunfo de la pasión de Jesucristo, principalmente por la cruz de su suplicio. Por eso la Iglesia Santa tiene palabras de celeste unción cuando santamente poetiza todo esto; y en la procesión conmemorativa del Viernes Santo, sorpréndenos con este himno que ha siglos entona y cada siglo entonará con mayor número de voces de pueblos y naciones: «Las banderas del Rey se descubren, ved ya fulgurando el misterio de la cruz; de esa cruz en que la Vida misma, el Autor de la vida, sufrió la muerte y con esta muerte produjo nuestra vida». David lo predijo, David lo cantó mil veces en fiel profecía: «que el Señor había de reinar desde un madero».
  
Esto, pues, qu e tanto se ha debatido con intención contraria en cada bando, y que se ha querido a fuerza de cruentísimos azotes, de tumulto de combate entre el Cielo y el Infierno, ¡con razón! es el cetro del Rey, es la exaltación de su estandarte.
 
«¡Venga acá la cruz! ¡A nosotros la cruz, para clavar en ella a nuestro Enemigo!», dicen los demonios, dicen los fariseos ecos suyos. «¡Pues esa cruz es la que ansiamos!», dicen Jesús y sus ángeles. «¡Acá la cruz; ya, lo tengo dicho, clama el Nazareno, con ella y en ella determino reinar , mi bautismo es ese, eso es lo que ansío!».
  
«¡La cruz, dice también la Madre, la excelsaa Madre, acá la cruz; dolorosa y mucho y de muchos tormentos es ella para mí; pero después de mi Hijo, nadie ansía por ella tanto como yo!».
  
Qué misterio tan grande y amoroso es, pues, este, y por eso muy en breve ardiendo en fe y amor se dirá por uno de los apóstoles, a convertidos suyos que de esa fe y ese amor participaban como primicias del universal incendio: «¡lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo»… «Él se ha anonadado voluntariamente constituyéndose en obediencia hasta la muerte y muerte de cruz… y en el nombre de este Jesús, ¡dóblese toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos!».
  
«Grande espectáculo es este, dice San Agustín; si lo mira la impiedad, grande ludibrio; si la piedad, grande misterio; si la impiedad lo atiende, gran documento de ignominia; si la piedad, gran monumento de fe; si la impiedad lo considera, se ríe de un Rey que por cetro de su reino porta el madero de su suplicio; si la piedad, ve que ese cetro que lleva el Rey para ser él mismo clavado en él, habrá de fijarse más tarde en la frente de los reyes, y en eso que los impíos despreciarían con su desdeñosa mirada, habían luego de gloriarse los corazones de los santos»; y aquí aduce el insigne Doctor la gran palabra de San Pablo que antes citamos.
   
Pero no apartemos nuestra vista del avance de esa multitud inmensa que con el divino Reo a la cabeza y su santa familia no lejos de Él, procede del Pretorio y tomando por la vía dolorosa y la calle de la Amargura, nombres destinados ya luego a la inmortalidad, ha de instalarse finalmente en la cumbre del Calvario. Aquí cedemos nuestra humilde palabra a la hermosísima de la inspirada de la Reina del cielo, a la inspirada María de Ágreda:
«Por esta diligencia de los judíos corrió luego por toda Jerusalén la voz de la sentencia de muerte que se había pronunciado contra Jesús Nazareno, y de tropel concurrió todo el pueblo a la casa de Pílalos para verle sacar a justiciar. Estaba la ciudad llena de gente, porque a más de sus innumerables moradores habían concurrido de todas partes otros muchos a celebrar la Pascua, y todos acudieron a la novedad, y llenaron las calles hasta el palacio de Pilatos. Era viernes, día de Parasceve (San Juan XIX, 14), que en griego significa lo mismo que preparación o disposición; porque aquel día se prevenían y disponían los hebreos para el siguiente del sábado, que era su gran solemnidad, y en ella no hacían obras serviles, ni para prevenir la comida, y todo se hacía el viernes. A vista de todo este pueblo sacaron a nuestro Salvador con sus propias vestiduras, tan desfigurado y encubierto su divino rostro en las llagas, sangres y salivas, que nadie le reputara por el mismo que antes había visto y conocido. Apareció, como dijo Isaías, como leproso y herido del Señor (Isaías LIII, 4); porque la sangre seca y los cardenales le habían transfigurado en una llaga. De las inmundas salivas le habían limpiado algunas veces los santos ángeles, por mandárselo la afligida Madre, pero luego las volvían a repetir y renovar con tanto exceso, que esta ocasión apareció todo cubierto de aquellas asquerosas inmundicias. A la vista de tan doloroso espectáculo se levantó en el pueblo una tan confusa gritería y alboroto, que nada se entendía ni oía, más del bullicio y eco de las voces. Mas entre todas resonaban las de los Pontífices y fariseos, que con descompuesta alegría y escarnio hablaban con la gente para que se quitasen, y despejasen la calle por donde debían sacar al divino sentenciado, y para que oyeran su capital sentencia. Todo lo demás del pueblo estaba dividido en juicios y lleno de confusión, según los dictámenes de cada uno. Y las naciones diferentes que a el espectáculo asistían, los que habían sido beneficiados y socorridos de la piedad y milagros del Salvador, y los que habían oído y recibido su doctrina, y eran sus aliados y conocidos; unos lloraban con lastimosa amargura, otros preguntaban qué delitos había cometido aquel hombre para tales castigos, otros estaban turbados y enmudecidos, y todo era confusión y tumulto» (Mística Ciudad de Dios, núm. 1355).
  
La compasión que el Varón de dolores era digno de inspirar a cuantos le miraban, y con ella el amor todo entero, las santas mujeres se la ganan como primicias de los triunfos del amor del Verbo humanado, primicias que siempre supo ganarse la mujer, participe en esto de la dicha de aquella Mujer excelente, bendita entre todas y entre todos. Cuando en otros días los fariseos disputaban malignamente con el divino Maestro y le despreciaban a pesar de un elocuente milagro y con motivo de él, la curación de un poseído del demonio, es una mujer animosa quien alza la voz para desagraviar al hermoso despreciado Nazareno: «bienaventurado el vientre que te crió y los pechos que te alimentaron»; mujeres son las que le desagravian cuando la crueldad farisaica y la cobardía del Juez le han proclamado digno de ser conducido en afrentoso espectáculo a morir en cruz; palabras de alabanza habían sido las de aquella Mujer, llanto y plañidos son ahora, elocuente expresión con que, sin ofender, se reprueba la crueldad triunfante de los tiranos y se protesta en favor de la inocencia perseguida.
   
Mas así como el divino Maestro pagó dignamente con hermosísima enseñanza a aquella mujer, paga ahora a éstas: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque si esto hacen en el leño verde, qué será en el seco?».
   
«Con estas razones misteriosas, dice María de Agreda, acreditó el Señor las lágrimas derramadas por su pasión santísima, y en algún modo las aprobó, dándose por obligado de su compasión; para enseñarnos en aquellas mujeres el fin que deben tener nuestras lágrimas, para que vayan bien encaminadas. Esto ignoraban entonces aquellas compasivas discípulas de nuestro Maestro, que lloraban sus afrentas y dolores, y no la causa porque los padecía; de que merecieron ser enseñadas y advertidas. Fue como si les dijera el Señor: “Llorad sobre vuestros pecados, y de vuestros hijos, lo que yo padezco, y no por los míos, que no los tengo, ni es posible. Y si el compadeceros de mí es bueno y justo, más quiero que lloréis vuestras culpas que mis penas padecidas por ellas, y con este modo de llorar pasará sobre vosotras y sobre vuestros hijos el precio de mi Sangre y redención que este pueblo ciego ignora. Porque vendrán días (que serán los del juicio universal y del castigo) en que se juzgarán por dichosas las que no hubieren tenido generación de hijos, y los prescitos pedirán a los montes y a los collados que los cubran, para no ver mi indignación. Porque si en mí, que soy inocente, han hecho estos efectos sus culpas, de que yo me encargué, ¿qué harán en ellos, que estarán tan secos, sin fruto de gracia ni merecimientos?”. Para entender esta doctrina fueron ilustradas aquellas dichosas mujeres, en premio de sus lágrimas y compasión».
  
La dichosa participación de las hijas de Dios en su gran sacrificio de la vía dolorosa y calle de la Amargura, se dispensa también por nuestro Redentor divino a los varones de su pueblo. Dichoso mil veces el Cireneo, a quien tocó ser ocupado, obligado por mandato arbitrario de los Príncipes de los sacerdotes, a ponerse en contacto, a portar el dichoso madero del sacrificio del Mesías. Desde luego los nombres de sus hijos Alejandro y Rufo son consignados en el Evangelio de San Marcos. ¡Santa envidia nos causan esas predilecciones a todos cuantos en la Pasión de Jesús podemos tomar participio, al menos, entre los últimos y casi mecánicos adherentes de la grande escena! Mas, participios como el que ahora envidiamos son de importancia desmedida, pues es aproximarse demasiado a un sol tan esplendoroso como Jesucristo, para dejar de convertirse en importante luminar.
  
¡Qué mucho que los Santos Padres se vuelvan todos elocuencia cuando contemplan la fortuna de esos humildes predestinados; tanta razón así tenía David, cuando exclamaba: «determinado he ser el más abyecto en la familia de mi Señor, más bien que ser de los primeros en los tabernáculos de los pecadores!»
   
¡Qué mucho que de ese mismo par de forajidos que Jesús lleva uno a diestra y otro a siniestra en la afrentosa procesión, los Santos Padres demuestren y magnifiquen las grandezas de uno de ellos que se convertirá a última hora, que se convertirá en gran mártir, confesor y bienaventurado. Por su parte, el Cireneo fue santificado con sus dos hijos; la historia consagra la memoria de su dicha. Del Cireneo, se lee: «En la religión sigue Simón a sus hijos, para no ser defraudado de la merced debida de haber conducido la cruz de Cristo; porque después de muchas buenas obras, murió en gran paz en Jerusalén» (Lucio Dextro, en Cornelio Alápide).
  
Aparte de esta especial merced en bien del que presta un servicio al Redentor, que en manera alguna puede ser defraudado de su paga, de la paga magnífica, infinita de un rey que es Dios, que es agradecido y que recibió el servicio cuando todos se avergonzaban de Él, la gran enseñanza de la persona del Cireneo, es de profunda sabiduría, es la reproducción de la compasión, es decir, de la participación con nuestro Redentor en el padecer, y por eso en su amor y por eso en su gloria. Esta es palabra de San Pablo: «si compátimur et glorificábimur»; fórmula de esta otra más sencilla, de boca misma de nuestro amabilísimo Redentor: «si alguno quiere ser mi discípulo, tome su cruz y sígame». Enseñanzas son estas esencialmente católicas, profundamente evangélicas, diametralmente opuestas a la falsísima doctrina protestante sobre inutilidad de las buenas obras.
  
Son admirables en gran manera, oh Jesús nuestro, las industrias con que nos busca ese amor que nos tiene el Padre, e igual nos tenéis Vos; dispuesto lo habéis todo tan suave y fácilmente y con tanta fuerza a la vez, para que se consiga vuestro objeto a maravilla: ser azotado, despedazado, llagado, befado, escupido, escarnecido, hecho objeto de gran lástima; representar en todo esto los efectos y calidades del pecado en su malicia, y no menos los efectos y calidades de ese pecado en su tremendo castigo. Después de esa representación hacéis otra: os adaptáis un suplicio en que desde luego podíamos tomar alguna parte a más de la compasión: ayudaros con el peso de la cruz, que es ese suplicio, y para mayor habilidad vuestra, hacéis que os salgamos al paso; más todavía: hacéis que nos compelan a tomar esa cruz, no quedándonos ya entonces más trabajo que convertir en voluntario lo que de alguna manera es ya necesario: todos podemos hacer lo que ese dichoso compelido Simón.
  
Esto mismo consignan los Santos Padres. San Atanasio: «Llevó el Señor su cruz por sí propio y a su vez se la llevó un hombre, Simón. Ante todo la lleva Jesús como trofeo reportado sobre el Diablo; mas, por su voluntad libre llevaba su cruz para suplicio de su propia Majestad; pues no fue obligado por la necesidad a sufrir la muerte. A su vez también llevó esa cruz un hombre, Simón, para que fuese a todos manifiesto que el Señor moría, no con su propia muerte sino con la de los hombres».
  
San Ambrosio: «Esto sucedió para que primeramente Él erigiese el trofeo de su cruz, y en seguida lo entregase a sus mártires para que ellos también lo erigiesen. Pues conviene que su trofeo lo enarbole primero el caudillo vencedor».
  
Por su parte Orígenes: «Convenía que no sólo Jesús llevase su cruz, sino que nosotros se la llevásemos, cediendo a una necesidad de compulsión que nos era saludable. Él mismo nos lo dijo: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”» (En Cornelio Alápide).
  
Llega el Señor, por fin a ese Calvario, como en otro tiempo Isaac, con la leña de su propio sacrificio, sobre la cual instalado como en ara de altar santísimo, sería ofrecido a modo de ejemplar y prototipo eterno de todas las oblaciones y holocaustos, "rescatando —prosigue nuestra inspirada María de Ágreda— a todo el linaje humano de la potencia tiránica que ganó el demonio sobre los hijos de Adán (Colosenses II, 15). Llamó el mismo Isaías, yugo y cetro del cobrador y ejecutor, que con imperio y exacción cobraba el tributo de la primera culpa (Isaías IX, 4). Y para vencer a este tirano y destruir el cetro de su dominio y el yugo de nuestra servidumbre, puso Cristo Nuestro Señor la cruz en el mismo lugar que se lleva el yugo de la servidumbre y el cetro de la potencia real, como quien despoja de ella al demonio y le trasladaba a sus hombros, para que los cautivos hijos de Adán, desde aquella hora que tomó su cruz, le reconociesen por su legítimo Señor y verdadero Rey, a quien sigan por el camino de la cruz (San Mateo XVI, 24) por la cual redujo a todos los mortales a su imperio (San Juan XII, 32) y los hizo vasallos y esclavos suyos comprados con el precio de su misma Sangre y vida (I Corintios VI, 20)» (Mística Ciudad de Dios, 1365).
 
Habéis llegado, Jesús nuestro, al lance final de vuestro gran combate; habéis concluido vuestra carrera triunfal de Conquistador. Como salís de esa proeza inaudita, saldréis de esa otra en que todo lo atraeréis a Vos. Enseñadnos a andar triunfalmente contra satanas, la vía dolorosa de nuestra prueba en la tierra, para salir triunfantes en la hora final en que ofrezcamos sacrificio semejante en crucifixión que imite a la vuestra. Vos y vuestra Madre dignísima, asistidnos en el camino y en el término. ¡No se pierda lo que Vos y Ella hicieron por nosotros; no desprecíeis la obra devues tras manos!

jueves, 17 de octubre de 2019

MES DE OCTUBRE AL SANTÍSIMO ROSARIO - DÍA DECIMOSÉPTIMO

Tomado de El Rosario: Meditaciones para los 31 días del mes de Octubre, de la autoría del licenciado Juan Luis Tercero. Publicada en Ciudad Victoria, México, en el año 1894 por la Imprenta Oficial de Víctor Pérez Ortíz. Imprimátur concedido el 12 de Marzo de 1894 por Mons. José Ignacio Eduardo Sánchez y Camacho, Obispo de Ciudad Victoria-Tamaulipas (actual Tampico).
         
CAPÍTULO XXI. MISTERIO CUARTO: JESUCRISTO CONDUCIDO CON LA CRUZ EN SUS HOMBROS POR LAS CALLES DE JERUSALÉN AL SUPLICIO DEL CALVARIO
Henos aquí ya, no con el Rey de burlas de cetro de caña; pero ni con cetro de oro. Este Nazareno ha de ser no obstante Rey y verdadero Rey de dolor y su cetro la gran insignia de los suplicios, sin que por esto deje de ser hoy en lo invisible y al fin sea reconocido como Rey de toda gloria. Por eso Isaías le predice de extraña grandeza: «su imperio, dice, le portará sobre su hombro» y ese imperio, es decir, su símbolo, no será otro que el de la cruz. Y ahora es cuando se entiende eso que decía y quería el divino Maestro: «el que me ame tome su cruz y sígame», y se entiende también eso otro tan sublime, «cuando fuere levantado en alto lo atraeré todo a mí».
  
El gran espectáculo, pues, abre la marcha; del Pretorio procede, trasciende ya a las calles, espectáculo es ya para todos lugares y siglos. Aparece ya el Redentor cargando su cruz, y la Madre, no digamos ya más que la Madre, la dolorida Madre, le sigue y en torno de Ella las santas mujeres, con el Discípulo fiel.
  
El estandarte del Rey descúbrese ya («Vexílla Regis pródeunt»), revélase, todo es que aparece, que se desplega, y ya se observa como que triunfa. David tiene dicho: «grandes cosas preveo, al Rey se refiere mi anuncio, palabra buena, palabra de buena nueva. Mi lengua quiere desatarse en referirlo sin tardanza. Cíñete al lado tu espada, oh Rey potentísimo, avanza, adelántate, que todo te sea próspero y álzate ya con tu reino y con tu triunfo».
   
Todo este extraño aparecer, avanzar, reinar y triunfar, es algo más grande que lo de combates de Josué, de David, de Salomón, de hombres de espada y de conquista con gente de armas; todo no es más que el estandarte, el combate, el reinado y el triunfo de la pasión de Jesucristo, principalmente por la cruz de su suplicio. Por eso la Iglesia Santa tiene palabras de celeste unción cuando santamente poetiza todo esto; y en la procesión conmemorativa del Viernes Santo, sorpréndenos con este himno que ha siglos entona y cada siglo entonará con mayor número de voces de pueblos y naciones: «Las banderas del Rey se descubren, ved ya fulgurando el misterio de la cruz; de esa cruz en que la Vida misma, el Autor de la vida, sufrió la muerte y con esta muerte produjo nuestra vida». David lo predijo, David lo cantó mil veces en fiel profecía: «que el Señor había de reinar desde un madero».
  
Esto, pues, qu e tanto se ha debatido con intención contraria en cada bando, y que se ha querido a fuerza de cruentísimos azotes, de tumulto de combate entre el Cielo y el Infierno, ¡con razón! es el cetro del Rey, es la exaltación de su estandarte.
 
«¡Venga acá la cruz! ¡A nosotros la cruz, para clavar en ella a nuestro Enemigo!», dicen los demonios, dicen los fariseos ecos suyos. «¡Pues esa cruz es la que ansiamos!», dicen Jesús y sus ángeles. «¡Acá la cruz; ya, lo tengo dicho, clama el Nazareno, con ella y en ella determino reinar , mi bautismo es ese, eso es lo que ansío!».
  
«¡La cruz, dice también la Madre, la excelsaa Madre, acá la cruz; dolorosa y mucho y de muchos tormentos es ella para mí; pero después de mi Hijo, nadie ansía por ella tanto como yo!».
  
Qué misterio tan grande y amoroso es, pues, este, y por eso muy en breve ardiendo en fe y amor se dirá por uno de los apóstoles, a convertidos suyos que de esa fe y ese amor participaban como primicias del universal incendio: «¡lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo»… «Él se ha anonadado voluntariamente constituyéndose en obediencia hasta la muerte y muerte de cruz… y en el nombre de este Jesús, ¡dóblese toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos!».
  
«Grande espectáculo es este, dice San Agustín; si lo mira la impiedad, grande ludibrio; si la piedad, grande misterio; si la impiedad lo atiende, gran documento de ignominia; si la piedad, gran monumento de fe; si la impiedad lo considera, se ríe de un Rey que por cetro de su reino porta el madero de su suplicio; si la piedad, ve que ese cetro que lleva el Rey para ser él mismo clavado en él, habrá de fijarse más tarde en la frente de los reyes, y en eso que los impíos despreciarían con su desdeñosa mirada, habían luego de gloriarse los corazones de los santos»; y aquí aduce el insigne Doctor la gran palabra de San Pablo que antes citamos.
   
Pero no apartemos nuestra vista del avance de esa multitud inmensa que con el divino Reo a la cabeza y su santa familia no lejos de Él, procede del Pretorio y tomando por la vía dolorosa y la calle de la Amargura, nombres destinados ya luego a la inmortalidad, ha de instalarse finalmente en la cumbre del Calvario. Aquí cedemos nuestra humilde palabra a la hermosísima de la inspirada de la Reina del cielo, a la inspirada María de Ágreda:
«Por esta diligencia de los judíos corrió luego por toda Jerusalén la voz de la sentencia de muerte que se había pronunciado contra Jesús Nazareno, y de tropel concurrió todo el pueblo a la casa de Pílalos para verle sacar a justiciar. Estaba la ciudad llena de gente, porque a más de sus innumerables moradores habían concurrido de todas partes otros muchos a celebrar la Pascua, y todos acudieron a la novedad, y llenaron las calles hasta el palacio de Pilatos. Era viernes, día de Parasceve (San Juan XIX, 14), que en griego significa lo mismo que preparación o disposición; porque aquel día se prevenían y disponían los hebreos para el siguiente del sábado, que era su gran solemnidad, y en ella no hacían obras serviles, ni para prevenir la comida, y todo se hacía el viernes. A vista de todo este pueblo sacaron a nuestro Salvador con sus propias vestiduras, tan desfigurado y encubierto su divino rostro en las llagas, sangres y salivas, que nadie le reputara por el mismo que antes había visto y conocido. Apareció, como dijo Isaías, como leproso y herido del Señor (Isaías LIII, 4); porque la sangre seca y los cardenales le habían transfigurado en una llaga. De las inmundas salivas le habían limpiado algunas veces los santos ángeles, por mandárselo la afligida Madre, pero luego las volvían a repetir y renovar con tanto exceso, que esta ocasión apareció todo cubierto de aquellas asquerosas inmundicias. A la vista de tan doloroso espectáculo se levantó en el pueblo una tan confusa gritería y alboroto, que nada se entendía ni oía, más del bullicio y eco de las voces. Mas entre todas resonaban las de los Pontífices y fariseos, que con descompuesta alegría y escarnio hablaban con la gente para que se quitasen, y despejasen la calle por donde debían sacar al divino sentenciado, y para que oyeran su capital sentencia. Todo lo demás del pueblo estaba dividido en juicios y lleno de confusión, según los dictámenes de cada uno. Y las naciones diferentes que a el espectáculo asistían, los que habían sido beneficiados y socorridos de la piedad y milagros del Salvador, y los que habían oído y recibido su doctrina, y eran sus aliados y conocidos; unos lloraban con lastimosa amargura, otros preguntaban qué delitos había cometido aquel hombre para tales castigos, otros estaban turbados y enmudecidos, y todo era confusión y tumulto» (Mística Ciudad de Dios, núm. 1355).
  
La compasión que el Varón de dolores era digno de inspirar a cuantos le miraban, y con ella el amor todo entero, las santas mujeres se la ganan como primicias de los triunfos del amor del Verbo humanado, primicias que siempre supo ganarse la mujer, participe en esto de la dicha de aquella Mujer excelente, bendita entre todas y entre todos. Cuando en otros días los fariseos disputaban malignamente con el divino Maestro y le despreciaban a pesar de un elocuente milagro y con motivo de él, la curación de un poseído del demonio, es una mujer animosa quien alza la voz para desagraviar al hermoso despreciado Nazareno: «bienaventurado el vientre que te crió y los pechos que te alimentaron»; mujeres son las que le desagravian cuando la crueldad farisaica y la cobardía del Juez le han proclamado digno de ser conducido en afrentoso espectáculo a morir en cruz; palabras de alabanza habían sido las de aquella Mujer, llanto y plañidos son ahora, elocuente expresión con que, sin ofender, se reprueba la crueldad triunfante de los tiranos y se protesta en favor de la inocencia perseguida.
   
Mas así como el divino Maestro pagó dignamente con hermosísima enseñanza a aquella mujer, paga ahora a éstas: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque si esto hacen en el leño verde, qué será en el seco?».
   
«Con estas razones misteriosas, dice María de Agreda, acreditó el Señor las lágrimas derramadas por su pasión santísima, y en algún modo las aprobó, dándose por obligado de su compasión; para enseñarnos en aquellas mujeres el fin que deben tener nuestras lágrimas, para que vayan bien encaminadas. Esto ignoraban entonces aquellas compasivas discípulas de nuestro Maestro, que lloraban sus afrentas y dolores, y no la causa porque los padecía; de que merecieron ser enseñadas y advertidas. Fue como si les dijera el Señor: “Llorad sobre vuestros pecados, y de vuestros hijos, lo que yo padezco, y no por los míos, que no los tengo, ni es posible. Y si el compadeceros de mí es bueno y justo, más quiero que lloréis vuestras culpas que mis penas padecidas por ellas, y con este modo de llorar pasará sobre vosotras y sobre vuestros hijos el precio de mi Sangre y redención que este pueblo ciego ignora. Porque vendrán días (que serán los del juicio universal y del castigo) en que se juzgarán por dichosas las que no hubieren tenido generación de hijos, y los prescitos pedirán a los montes y a los collados que los cubran, para no ver mi indignación. Porque si en mí, que soy inocente, han hecho estos efectos sus culpas, de que yo me encargué, ¿qué harán en ellos, que estarán tan secos, sin fruto de gracia ni merecimientos?”. Para entender esta doctrina fueron ilustradas aquellas dichosas mujeres, en premio de sus lágrimas y compasión».
  
La dichosa participación de las hijas de Dios en su gran sacrificio de la vía dolorosa y calle de la Amargura, se dispensa también por nuestro Redentor divino a los varones de su pueblo. Dichoso mil veces el Cireneo, a quien tocó ser ocupado, obligado por mandato arbitrario de los Príncipes de los sacerdotes, a ponerse en contacto, a portar el dichoso madero del sacrificio del Mesías. Desde luego los nombres de sus hijos Alejandro y Rufo son consignados en el Evangelio de San Marcos. ¡Santa envidia nos causan esas predilecciones a todos cuantos en la Pasión de Jesús podemos tomar participio, al menos, entre los últimos y casi mecánicos adherentes de la grande escena! Mas, participios como el que ahora envidiamos son de importancia desmedida, pues es aproximarse demasiado a un sol tan esplendoroso como Jesucristo, para dejar de convertirse en importante luminar.
  
¡Qué mucho que los Santos Padres se vuelvan todos elocuencia cuando contemplan la fortuna de esos humildes predestinados; tanta razón así tenía David, cuando exclamaba: «determinado he ser el más abyecto en la familia de mi Señor, más bien que ser de los primeros en los tabernáculos de los pecadores!»
   
¡Qué mucho que de ese mismo par de forajidos que Jesús lleva uno a diestra y otro a siniestra en la afrentosa procesión, los Santos Padres demuestren y magnifiquen las grandezas de uno de ellos que se convertirá a última hora, que se convertirá en gran mártir, confesor y bienaventurado. Por su parte, el Cireneo fue santificado con sus dos hijos; la historia consagra la memoria de su dicha. Del Cireneo, se lee: «En la religión sigue Simón a sus hijos, para no ser defraudado de la merced debida de haber conducido la cruz de Cristo; porque después de muchas buenas obras, murió en gran paz en Jerusalén» (Lucio Dextro, en Cornelio Alápide).
  
Aparte de esta especial merced en bien del que presta un servicio al Redentor, que en manera alguna puede ser defraudado de su paga, de la paga magnífica, infinita de un rey que es Dios, que es agradecido y que recibió el servicio cuando todos se avergonzaban de Él, la gran enseñanza de la persona del Cireneo, es de profunda sabiduría, es la reproducción de la compasión, es decir, de la participación con nuestro Redentor en el padecer, y por eso en su amor y por eso en su gloria. Esta es palabra de San Pablo: «si compátimur et glorificábimur»; fórmula de esta otra más sencilla, de boca misma de nuestro amabilísimo Redentor: «si alguno quiere ser mi discípulo, tome su cruz y sígame». Enseñanzas son estas esencialmente católicas, profundamente evangélicas, diametralmente opuestas a la falsísima doctrina protestante sobre inutilidad de las buenas obras.
  
Son admirables en gran manera, oh Jesús nuestro, las industrias con que nos busca ese amor que nos tiene el Padre, e igual nos tenéis Vos; dispuesto lo habéis todo tan suave y fácilmente y con tanta fuerza a la vez, para que se consiga vuestro objeto a maravilla: ser azotado, despedazado, llagado, befado, escupido, escarnecido, hecho objeto de gran lástima; representar en todo esto los efectos y calidades del pecado en su malicia, y no menos los efectos y calidades de ese pecado en su tremendo castigo. Después de esa representación hacéis otra: os adaptáis un suplicio en que desde luego podíamos tomar alguna parte a más de la compasión: ayudaros con el peso de la cruz, que es ese suplicio, y para mayor habilidad vuestra, hacéis que os salgamos al paso; más todavía: hacéis que nos compelan a tomar esa cruz, no quedándonos ya entonces más trabajo que convertir en voluntario lo que de alguna manera es ya necesario: todos podemos hacer lo que ese dichoso compelido Simón.
  
Esto mismo consignan los Santos Padres. San Atanasio: «Llevó el Señor su cruz por sí propio y a su vez se la llevó un hombre, Simón. Ante todo la lleva Jesús como trofeo reportado sobre el Diablo; mas, por su voluntad libre llevaba su cruz para suplicio de su propia Majestad; pues no fue obligado por la necesidad a sufrir la muerte. A su vez también llevó esa cruz un hombre, Simón, para que fuese a todos manifiesto que el Señor moría, no con su propia muerte sino con la de los hombres».
  
San Ambrosio: «Esto sucedió para que primeramente Él erigiese el trofeo de su cruz, y en seguida lo entregase a sus mártires para que ellos también lo erigiesen. Pues conviene que su trofeo lo enarbole primero el caudillo vencedor».
  
Por su parte Orígenes: «Convenía que no sólo Jesús llevase su cruz, sino que nosotros se la llevásemos, cediendo a una necesidad de compulsión que nos era saludable. Él mismo nos lo dijo: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”» (En Cornelio Alápide).
  
Llega el Señor, por fin a ese Calvario, como en otro tiempo Isaac, con la leña de su propio sacrificio, sobre la cual instalado como en ara de altar santísimo, sería ofrecido a modo de ejemplar y prototipo eterno de todas las oblaciones y holocaustos, "rescatando —prosigue nuestra inspirada María de Ágreda— a todo el linaje humano de la potencia tiránica que ganó el demonio sobre los hijos de Adán (Colosenses II, 15). Llamó el mismo Isaías, yugo y cetro del cobrador y ejecutor, que con imperio y exacción cobraba el tributo de la primera culpa (Isaías IX, 4). Y para vencer a este tirano y destruir el cetro de su dominio y el yugo de nuestra servidumbre, puso Cristo Nuestro Señor la cruz en el mismo lugar que se lleva el yugo de la servidumbre y el cetro de la potencia real, como quien despoja de ella al demonio y le trasladaba a sus hombros, para que los cautivos hijos de Adán, desde aquella hora que tomó su cruz, le reconociesen por su legítimo Señor y verdadero Rey, a quien sigan por el camino de la cruz (San Mateo XVI, 24) por la cual redujo a todos los mortales a su imperio (San Juan XII, 32) y los hizo vasallos y esclavos suyos comprados con el precio de su misma Sangre y vida (I Corintios VI, 20)» (Mística Ciudad de Dios, 1365).
 
Habéis llegado, Jesús nuestro, al lance final de vuestro gran combate; habéis concluido vuestra carrera triunfal de Conquistador. Como salís de esa proeza inaudita, saldréis de esa otra en que todo lo atraeréis a Vos. Enseñadnos a andar triunfalmente contra satanas, la vía dolorosa de nuestra prueba en la tierra, para salir triunfantes en la hora final en que ofrezcamos sacrificio semejante en crucifixión que imite a la vuestra. Vos y vuestra Madre dignísima, asistidnos en el camino y en el término. ¡No se pierda lo que Vos y Ella hicieron por nosotros; no desprecíeis la obra devues tras manos!