Roque González de Santa Cruz nació en Asunción el 17 de noviembre de 1576, hijo de los nobles Bartolomé González y de Villaverde y María de Santa Cruz, y hermano del teniente general y gobernador de Asunción Francisco González de Santa Cruz, fue el primer misionero criollo del Paraguay.
Ordenado sacerdote en 1598 por el obispo de Córdoba Hernando de Trejo y Sanabria, fue nombrado párroco de la catedral de Asunción por el obispo fray Martín Ignacio de Loyola (sobrino del fundador San Ignacio de Loyola), y en 1603 participó en el Sínodo rioplatense. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1609 y al año siguiente se dirigió al Chaco en compañía del jesuita italiano Vicente Griffi, donde logró que el cacique Martín Guaycurú les cediera un lugar para fundar una misión; fue una labor difícil pero afortunada, ya que en 1626 se entregó al clero diocesano.
El padre González de Santa Cruz fue traslado a un escenario distinto, la reducción de San Ignacio Guazú (Grande en guaraní) establecida por el jesuita Marcial de Lorenzana y otros religiosos en los territorios poblados por los indios guaraníes, a ocho leguas del Tebicuarí y trece del Paraná; en 1613 Lorenzana tuvo que ausentarse y González se quedó solo en San Ignacio. Esta misión fue el modelo de las famosas reducciones jesuitas del Paraguay: una concentración de indígenas bajo la tutela de un religioso de la Compañía, formando un poblado en cuyo centro existía una gran plaza limitada por la iglesia, la escuela, el depósito de productos comunales y la casa del sacerdote. El trabajo se realizaba en comunidad y en las tierras de la reducción, destinando lo producido al sostenimiento de la misma, lo que planteó un serio problema cuando los naturales se negaron a trabajar para los encomenderos. El gobernador de Asunción logró solucionar el problema al reconocer el derecho de los naturales a no trabajar en las mitas.
El provincial Diego de Torres le obsequia a principios de 1614 un cuadro de la Pura y Limpia Concepción, cuyo pintor fue el hermano Bernardo Rodríguez, andaluz. El cuadro, recibido con intensa devoción por la población, será signo inseparable del futuro mártir en sus andanzas durante los siguientes 14 años de su actividad misionera.
El padre Roque González pudo seguir con sus fundaciones en 1615: Nuestra Señora de la Anunciación de Itapuá (actual Encarnación, Paraguay), Santa Ana, Yaguapoá (actual Posadas, Argentina) y Yuti. Durante los años 1616-1617 el jesuita recorrió el Pará, Corrientes y San Juan de Vera, siendo luego elegido para planear la entrada misional a las regiones del Uruguay. El 25 de octubre de 1619 partió para dicha región y el 8 de diciembre siguiente fundó la primera reducción, Concepción, a una legua del Uruguay, que fue el centro de sus actuaciones. En 1626 creó la reducción de San Nicolás de Piratiní y poco después, contando con la aquiescencia y apoyo del gobernador Luis de Céspedes, remontó el Uruguay y se internó en el actual estado de Río Grande, donde estableció la reducción de Nuestra Señora de la Candelaria del Ibicuy.
Siguieron a ésta otras reducciones como la de San Francisco Javier de Céspedes, en el Alto Uruguay; la de Nuestra Señora de los Reyes del Yapeyú (patria del general José de San Martín), en la orilla derecha del Uruguay; la de Nuestra Señora de la Candelaria de Ivahi, en la margen izquierda del Pirayu; y la de Nuestra Señora de la Asunción de Ijuí Grande. Su última fundación fue la de Todos los Santos de Caaró, que realizo el 1 de noviembre de 1628 con los padres Juan del Castillo y Alonso Rodríguez de Olmedo. El 15 de noviembre, estando reunidos en la plaza para presenciar la instalación de una campana, los indios dirigidos por el cacique Carupé, instigado por el hechicero Ñezú, que había fingido conversión para atraerlos, aparecieron de improviso y en medio de la confusión el indio Maranguá golpea a González en la cabeza. Al oír el ruido, Alfonso Rodríguez Olmedo salió de la iglesia y fue igualmente muerto a golpes de itaizá (mazo de piedra). Sus cuerpos, desnudados y cortados a la mitad, fueron arrastrados hasta la iglesia y quemados con cuadros e imágenes, entre ellos el cuadro de la Virgen, que fue rasgado a la mitad. Juan del Castillo correría la misma suerte unos días después, siendo asesinado el 17 de noviembre de 1628, atado y arrastrado por caballos.
Al día siguiente de su asesinato, el 16 de noviembre de 1628, el corazón del Mártir habló a sus asesinos con unas palabras que expresan la intensidad y el motivo de su entrega y muerte: «Aunque matasteis mi cuerpo; mi alma está en el cielo. Dios os va a castigar; pero yo volveré y os ayudaré».
El padre Roque González de Santa Cruz tradujo a la lengua guaraní el catecismo del Tercer Concilio Limense, redactado o preparado por otro eminente jesuita, el Padre José de Acosta, que había hecho suyo aquel Concilio en 1585, redactado en español y en quechua, y aprobado por el gran obispo Santo Toribio de Mogrovejo. Esta traducción del P. Roque González será aprobada por el Segundo Sínodo de Asunción en 1631.
Su corazón y el hacha con la que lo habían matado fueron trasladados a Roma en 1634. Fueron traídos de regreso en 1928 por el Padre Tomás Juan Travi Costa SJ; tras un corto período por Argentina, fueron llevados a la capilla de los Mártires (Colegio Cristo Rey) en Asunción, que es donde actualmente se encuentran.
Fue beatificado el 28 de enero de 1934 por el Papa Pío XI, junto con sus compañeros de martirio Juan del Castillo y Alonso Rodríguez de Olmedo.
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