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jueves, 4 de marzo de 2010

SANTO TOMÁS DE AQUINO, ¿ES INCORRUPTIBLE EL ALMA?

Desde Sursum Corda

 Santo Tomás de Aquino

Suma teológica, C. 75, a. 6.


Necesariamente, el alma humana, que decimos es el principio intelectivo, es incorruptible. En efecto: una cosa se corrompe de uno de estos dos modos: o de suyo, o accidentalmente. Es imposible, desde luego, que algo subsistente sea engendrado o corrompido accidentalmente, es decir, por otro ser engendrado o corrompido, porque el ser engendrado o corrompido compete a un ser de la propia manera que la existencia, que se adquiere por generación y se pierde por corrupción, y, por consiguiente, lo que tiene ser por sí propio, no puede ser engendrado ni corrompido sino por sí mismo. En cuanto a las cosas no subsistentes, como los accidentes y las formas materiales, se dice que son hechas y destruidas por la generación y la corrupción de los compuestos. Queda, empero, demostrado (a. 3) que las almas de los brutos no son subsistentes por sí mismas y que únicamente lo que es alma humana; por consiguiente, las almas de los brutos corrómpense con los cuerpos, mientras que el alma humana no podría corromperse sino por sí misma, lo cual es de todo punto imposible no sólo respecto del alma humana, sino de cualquier ser subsistente, que no es más que forma, porque es evidente que lo que conviene al ser por razón de sí mismo es inseparable de él, y el ser por sí mismo compete a la forma, que es un acto. Así es que la materia adquiere su ser en acto al recibir una forma y le sobreviene la corrupción, separándose de ella su forma. Pero como es imposible que una forma sea separada de sí misma, síguese que es igualmente imposible que una forma subsistente cese de existir.

3.
Aun suponiendo que el alma fuese compuesta de materia y forma, como algunos pretenden, sería preciso también reconocer que es incorruptible, porque no hay corrupción donde no hay contrariedad, puesto que la generación y la corrupción suponen elementos contrarios, combinados por aquélla y disueltos por ésta. Así, los cuerpos celestes son incorruptibles precisamente porque no tienen una materia sometida a esa contrariedad, que tampoco puede existir de modo alguno en el alma intelectiva, por cuanto recibe según su modo de ser, y todo cuanto en ella es recibido está libre de contrariedad, pues aun las razones de las ideas contrarias no son opuestas en el entendimiento, siendo una sola en él la ciencia de los contrarios. Es, pues, imposible que el alma intelectiva sea incorruptible.

4.
Puede todavía deducirse una prueba del deseo que naturalmente tiene cada ser de existir según su modo de ser. El deseo en los seres inteligentes es consecuencia del conocimiento. Los sentidos no conocen el ser sino en lugar y tiempo determinados; pero el entendimiento los conoce absolutamente y en toda su duración; por esta razón todo ser dotado de entendimiento desea, por su naturaleza misma, existir siempre, y como el deseo natural no puede ser vano, síguese que toda sustancia intelectual es incorruptible. 

martes, 16 de febrero de 2010

EL LIMBO NO EXISTE (Al menos en la teología conciliar)

Desde Sursum Corda

Cuando hace muy poco tiempo la Comisión teológica Internacional redactó un texto donde se expresaba no ser un dogma de fe el “limbo” muchos consideraron que por solo eso se corroboraba una herejía más de parte de Ratzinger y toda la cúpula conciliar. Sin embargo, como bien señalaron autores como el Padre Anthony Cekada en eso ni la comisión teológica, ni los modernistas del Vaticano habían incurrido en ningún error. Uno puede ser perfectamente católico, plenamente ortodoxo y fiel a la Santa Doctrina sin creer en el limbo. El problema radicaba en las consecuencias que en la mente modernista se deribaban de la inexistencia de tal “lugar”: los niños muertos sin bautizar iban al paraíso donde gozarían de visión beatífica junto con los salvos.

En el presente texto demostraremos: en primer lugar que el limbo no puede ser jamás un dogma de fe católico porque constituye en sí mismo un error teológico que si bien no es herético, es próximo a la herejía semi-pelagiana, y en segundo lugar que el Vaticano, con su jerarquía modernista incurre en la herejía pelagiana toda vez que niega la existencia de la transmisión del Pecado Original.


LA CAÍDA Y LA GRACIA

Es dogma católico que con la caída de nuestros padres (el pecado original) la naturaleza humana quedó terriblemente herída, el genero humano “hecho inmundo” (Is 64,4) perdio completamente la inocencia y así, despojados de todas las virtudes, fue arrojado del Paraíso. El hombre, quedó entonces como un esclavo del pecado y del Demonio, lejos de Dios se hizo merecedor del infierno.

Esta falta no quedó en Adán, como sostenían los pelagianos y los reformadores del Siglo XVI (Wycliff y Zwilingo), ni se borró en el vientre materno de los predestinados (como imaginó Calvino), sino que el Concilio de Trento afima:

Si alguno afirma que la prevaricación de Adán le dañó a él solo y no a su descendencia; que la santidad y justicia recibida de Dios, que él perdió, la perdió para sí solo y no también para nosotros; o que, manchado él por el pecado de desobediencia, sólo transmitió a todo el género humano la muerte y las penas del cuerpo, pero no el pecado que es muerte del alma: sea anatema, pues contradice al Apóstol que dice: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto todos habían pecado [Rom. 5, 12; v. 175] (Dz 789)

A raíz de esto es imposible, como enseñó San Agustín que el hombre pueda agradar a Dios, para ello debe ser justificado, como repitió dogmáticamente el Sacrosanto Concilio de Trento. ¿Qué es la justificación? Es el acto que lleva al hombre del Estado de Caída al Estado de Gracia, que nos regenera y nos permite permanecer en el camino de Dios durante la vida y después de la muerte, contemplarlo y adorarlo en su Santa Presencia.

Quienes mueren en pecado no son sino merecedores del infierno por culpa propia. Dios no castiga a nadie si no es por su propia culpa. Somos merecedores del infierno por todos nuestros pecados y si nos mantenemos en la Fe, en la Verdad y en la Vida no es por nuestros méritos, sino por la Gracia de Dios que nos permite obrar bien y sostenernos. Sin la gracia no somos nada. Es por ello que debemos, en nuestras oraciones pedirle a Dios que nos la aumente, debemos confesarnos periódicamente, debemos acercarnos al Santísimo y adorarle, debemos comulgar espiritualmente en caso de estar en pecado, pidiendo al Señor que nos de la Gracia de levantarnos de nuestra caída y que así, limpios por la Gracia podamos hincarnos de rodillas y recibirle sacramentalmente.


EL BAUTISMO


El Bautismo es un sacramento absolutamente necesario para la justificación. Sin el bautismo nadie, absolutamente nadie puede aspirar a la salvación de su alma, sino que por el contrario se condena. El Bautismo nos limpia del Pecado Original y nos hace hijos de Dios:

El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual, pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, si no renacemos por el agua y el Espíritu, como dice la Verdad, no podemos entrar en el reino de los cielos [cf. Ioh. 3, 5]. La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural, y lo mismo da que sea caliente o fría. Y la forma es: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (…) El efecto de este sacramento es la remisión de toda culpa original y actual, y también de toda la pena que por la culpa misma se debe. Por eso no ha de imponerse a los bautizados satisfacción alguna por los pecados pasados, sino que, si mueren antes de cometer alguna culpa, llegan inmediatamente al reino de los cielosy a la visión de Dio. (Dz 696: Concilio de Florencia)

Nadie puede aspirar a la Gloria del Padre sin el bautismo, por ello el Concilio de Florencia decretó en la Cantate Domino.

Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse participe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles [Mt. 25, 41], a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica

Remarquemos esto:
¿Puede salvarse alguien que esté sin bautizar por sus “Buenas obras”?
No.

¿Puede algún judío, pagano, o hereje salvarse por “obrar bien”?
No, no puede.

¿Pero si estaba “de buena fe” en el error?
El texto del Concilio es claro: irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles.

¿Puede un catecúmeno que derrama su sangre por Cristo salvarse?
El Concilio dice que nadie que no esté bautizado con agua, de forma sacramental puede salvarse.

Esto es un dogma de fe, esta es la regla que tenemos que seguir sin dudar. No tenemos derecho a “atemperar” el magisterio por razones humanitarias, por lo que nos gustaría que fuera. La Iglesia habla, nosotros no solo escuchamos, sino que tenemos que someternos a su juicio infalible.

Para rematar podemos citar al II Concilio de Orange:


Si alguno porfía que pueden venir a la gracia del bautismo unos por misericordia, otros en cambio por el libre albedrío que consta estar viciado en todos los que han nacido de la prevaricación del primer hombre, se muestra ajeno a la recta fe. Porque ése no afirma que el libre albedrío de todos quedó debilitado por el pecado del primer hombre o, ciertamente, piensa que quedó herido de modo que algunos, no obstante, pueden sin la revelación de Dios conquistar por sí mismos el misterio de la eterna salvación. Cuán contrario sea ello, el Señor mismo lo prueba, al atestiguar que no algunos, sino ninguno puede venir a El, sino aquel a quien el Padre atrajere [Ioh. 6, 44]; así como al bienaventurado Pedro le dice: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Joná, porque ni la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos [Mt. 16, 17]; y el Apóstol: Nadie puede decir Señor a Jesús, sino en el Espíritu Santo [1 Cor. 12, 3]. (Dz 181)

El magisterio es claro: nadie, absolutamente nadie que no fuera bautizado (hombre o mujer, adulto o niño) puede ser merecedor de la Gracia y de la Vida Eterna, sino que por el contrario es arrojado al infierno.


PELAGIANOS Y SEMPELAGIANOS EN EL ORIGEN DEL LIMBO

Pero la pregunta vuelve al origen: ¿Qué pasa con un niño que muere sin bautizar? Para ello tenemos que situar dos herejías: la pelagiana y el semipelagianismo, que puede ser interpretado como herejía pura o como un error teológico que intentó conciliar las tesis pelagianas con la ortodoxia de la fe. San Vicente de Lerins fue un semipelagiano, se enfrentó a San Agustín… pero la Iglesia alabó al Santo de Hipona:

A Agustín, varón de santa memoria, por su vida y sus merecimientos, le tuvimos siempre en nuestra comunión y jamás le salpicó ni el rumor de sospecha siniestra; y recordamos que fué hombre de tan grande ciencia, que ya antes fué siempre contado por mis mismos predecesores entre los mejores maestros.

Y su doctrina sobre la gracia es considerada infalible y libre de todo error:
Qué siga y guarde la Iglesia Romana, es decir, la Iglesia Católica, acerca del libre albedrío y la gracia de Dios, si bien puede copiosamente conocerse por varios libros del bienaventurado Agustín; sin embargo, en los archivos eclesiásticos hay capítulos expresos que, si ahí faltan y los creéis necesarios, os los remitiremos. Aunque quien diligentemente considere los dichos del Apóstol, ha de conocer con evidencia lo que ha de seguir. (San Hormisdas, Sicut rationi Dz 173a)

Los pelagianos sostenían que los niños recien nacidos estaban en el mismo estado que Adán previo a la caída, es decir, estaban en estado de gracia y que al morir podían gozar de la visión beatífica.

El mismo Pelagio, luego de las condenas iniciales escribió un trabajo titulado “De libero arbitrio libri IV”, allí el hereje sostenía que los niños podían ser bautizados, sin embargo a estos el sacramento solo serviría para que entren en el Reino de Dios, porque los no bautizados aun excluidos del Reino de Dios gozaban de la vida eterna en un “tercer lugar”. Esto fue ampliado por sus discípulos. En ese tercer lugar, o lugar intermedio, los que morían sin bautizar gozaban de una felicidad terrena y no sufrían nada más que la exclusión del Reino de Dios, es decir, la visión beatífica.

La Iglesia Conciliar del Vaticano II va mas allá de esto y regresa a la posición inicial de Pelagio: los niños no bautizados acceden a la Gloria de Dios porque están libres de todo pecado. Están predestinados a la salvación y son puros de cualquier reato o mácula del Pecado Original. Todo esto fue condenado y el bautismo declarado necesario como dogma de fe.


CONDENA AL PELAGIANISMO Y AL “LUGAR INTERMEDIO”

El XIV Concilio de Cartago, convocado contra los pelagianos y semipelagianos fijó la doctrina a seguirse respecto a la gracia y al bautismo. En él la influencia de San Agustín es evidentísima, quien lee esos cánones no puede sino remitirse continuamente a los escritos del gran Santo de Hipona.

El cánon segundo atacaba directamente la doctrina pelagiana de los niños nacidos en estado de gracia. De la misma forma ataca al “lugar intermedio” donde supuestamente los infantes no bautizados gozarían de una felicidad terrena. El texto es muy elocuente y nos muestra la verdad, asegurando su enseñanza en la Sagrada Escritura:
Igualmente plugo: Si alguno dijere que el Señor dijo: En la casa de mi Padre hay muchas moradas (Ioh 14, 2), para que se entienda que en el reino de los cielos habrá algún lugar intermedio o lugar alguno en otra parte, donde viven bienaventurados los niños pequeños que salieron de esta vida sin el bautismo, sin el cual no pueden entrar en el reino de los cielos que es la vida eterna, sea anatema. Pues como quiera que el Señor dice: Si uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no entrará en el reino de los cielos (Ioh. 3, 5), ¿Qué católico puede dudar que será partícipe del diablo el que no mereció ser coheredero de Cristo? Porque el que no está a la derecha, irá sin duda alguna a la izquierda.
CONCLUSIÓN

La doctrina del limbo entendida como un lugar intermedio de felicidad terrana, donde las almas de los niños sin bautizar no sufren otra cosa que la sola privación de la visión beatífica es muy cercana a las tesis pelaginas.
Yo personalmente, prefiero creer que el limbo no existe y que aquellos que mueren sin bautizar son arrojados al infierno, portadores del Pecado Original y por lo tanto aborrecibles a los ojos de Dios, tal como enseñó San Pablo, San Agustín y confirmaron los Concilios Ecuménicos.

Se que mi postura (que no es mía, sino la del Magisterio de la Iglesia) puede ser “poco estética”. Habrá quienes digan que la no existencia del limbo quita la misericordia a Dios. ¿Quiénes somos para juzgar la misericordia divina? ¿Somos más que Dios? Él nos salva gratuitamente, no nos debe nada, y salva a quien el quiere por su libre y magnífica voluntad. Dios salva a algunos para mostrar su misericordia, mientras que condena a los pecadores e impíos para mostrar su justicia.

viernes, 29 de enero de 2010

SAQUEMOS LOS TRAPITOS AL SOL



Esta invitación la hago para revelar las verdades olvidadas de la Compañía de Jebus (porque lo de Jesús lo perdieron irremisiblemente). Para ello publico el artículo que mi hermano Raúl publicó en Sursum Corda.

Laxismo actualizado: confesiones por e-mail algo más

Revisando el Blog amigo Caballero de la Inmaculada encontré la noticia de que el Presidente de la Conferencia Espicopal colombiana el "Obispo" Juan Vicente Córdoba (por la edad, posiblemente ni sacerdote verdadero sea) dijo:
“No se puede ir a misa por Internet y tampoco hacer confesiones online a menos que la persona esté en la selva o esté enferma”
Naturalmente que esto es escandaloso, como el nuestro querido Jorge de la Compasión lo hace. Sin embargo cuando comprobamos que el “Obispo” pertenece a la Compañía de Jesús no podemos sino esbozar un “¿Te sorprende?” . Muy al contrario de lo que cuentan los manuales, los Jesuitas no han sido a lo largo de su historia defensores de la Fe Católica. Lejos y muy excepcionales fueron los casos del Santo Fundador, San Ignacio de Loyola y algún que otro padre de la orden. Ya desde sus inicios la orden mantuvo posiciones cercanas al semipelagianismo, como bien fue denunciado por el Padre Domingo Bañez OP y la increible controversia de los Auxilios de la gracia, en la que los jesuitas atacaron la doctrina católica de la Gracia y la Predestinacion, inventando un sistema de claro sabor herético.

La orden estuvo corrupta desde temprano y eso condujo a que el Papa Alejandro VII e Inocencio XI condenaran 110 proposiciones que constituían el sistema llamado “laxismo” y que exponían varios representativos sacerdotes jesuitas con aprobación de sus superiores. Los principales autores fueron Aegidius Estrix SJ y Stephen Bauny SJ. Entre las increíbles herejías y errores doctrinales y morales que caracterizan a este sistema, bien propio de la “Compañía de Jesús” estaba el principio de salvación fuera de la Iglesia, sin necesidad de mantener la fe, la posibilidad de apostatar por una causa razonable, la salvación desconociendo la Trinidad, por lo que herejes, cismáticos y apostatas pueden salvarse:
No parece necesaria con necesidad de medio sino la fe en un solo Dios, pero no la fe explícita en el Remunerador (Dz 1172)
Veamos algunos ejemplos sobre lo que dicen acerca de la gula y los pecados carnales
Comer y beber hasta hartarse, por el solo placer, no es pecado, con tal de que no dañe a la salud; porque lícitamente puede el apetito natural go-zar de sus actos (Dz 1158)


El acto del matrimonio, practicado por el solo placer, carece absoluta-mente de toda culpa y de defecto venial (Dz 1159)
 Sobre la caridad al prójimo, mantuvieron y enseñaron:
No estamos obligados a amar al prójimo por acto interno y formal (Dz 1160)

Apenas se halla entre los seculares, aun entre reyes, nada superfluo a su estado. Y así apenas si nadie está obligado a la limosna, cuando sólo está obligado de lo superfluo a su estado (Dz 1161)


Si se hace con la debida moderación, puede uno sin pecado mortal entristecerse de la vida de alguien y alegrarse de su muerte natural, pedirla y desearla con afecto ineficaz, no ciertamente por desagrado de la persona, sino por algún emolumento temporal (Dz 1162)

Es lícito procurar el aborto antes de la animación del feto, por temor de que la muchacha, sorprendida grávida, sea muerta o infamada. (Dz 1184)


Es probable que no peca mortalmente el que imputa un crimen falso a otro para defender su derecho y su honor. Y si esto no es probable, ape-nas habrá opinión probable en teología. (Dz 1194)
¿Cómo no va a sostener este moderno jesuita (fiel discípulo de lo peor de esa orden corrompida tan pronto por el Demonio) semejantes aberraciones sobre la posible confesión por correo electrónico, cuando sus padres en la moral mantuvieron que “Es probable que basta la atrición natural, con tal de que sea honesta” (Dz 1207)? ¿No sostuvieron además, entre otras tantas barbaridades lo siguiente?:
Es lícito absolver a los que se han confesado sólo a medias, por razón de una gran concurrencia de penitentes, como puede suceder, verbigracia, en el día de una gran festividad o indulgencia (Dz 1209)
Estas aberraciones, propias de la secta jesuita no son, pues poca cosa al lado de lo que mantuvieron sobre la recepción del Cuerpo de Nuestro Señor:
La confesión y comunión frecuente, aun en aquellos que viven de modo pagano, es señal de predestinación (Dz 1206)
Entonces, querido Jorge, queridos amigos... pensemos quienes pertenecen a esta orden y que ilustres representantes en épocas modernas nos dieron... ¿Von Balthassar les suena?

viernes, 22 de enero de 2010

SOBRE LA PREDESTINACIÓN

Desde SURSUM CORDA.


Recientemente hemos leído en cierto blog tradicionalista un texto contra la creencia de la predestinación a la que califica en extenso como creencia protestante, y que aquellos que son predestinados forman parte unicamente de la Iglesia Católica (en virtud del dogma "fuera de la Iglesia no hay salvación" son además jansenitas. Es menester señalar que hay una diferencia entre la doctrina calvinista (fatalista) y la enseñanza católica sobre la predestinación, la cual fue perfectamente explicada por San Agustín, el más grande de los doctores de la Iglesia (uno de cuyos textos ya hemos publicado aquí) y luego por Santo Tomás de Aquino.

En varias oportunidades nos referimos en Sursum Corda a la facilidad de pluma (o teclado) de algunos autores contemporáneos que condenan, critican, aseveran o excomulgan con facilidad, cuales verdaderos Mini-Pontífices que nada tienen que enviadiarle a David Bawden (Miguel I), Lino II o cualquiera de los Antipapas Modernos. Que un tema, como el de la gracia y la predestinación que tanta tinta hiciera correr y que motivara la mayor controversia teológica de la edad moderna se resuelva un día en un blog es una estupidez sin nombre.

Hemos decidido reproducir estos fragmentos de la Suma a fin de mostrar como la enseñanza sobre la predestinación es dogma de fe católico y apoyado por los Santos Doctores.

Santo Tomás de Aquino: Sobre la Predestinación, Suma Teológica I, q 23 art 1 y 7


Artículo 1: Los hombres, ¿son o no son predestinados por Dios?

Objeciones por las que parece que los hombres no son predestinados por Dios:
1. Dice el Damasceno en el II libro: Hay que saber que Dios todo lo conoce de antemano, pero no todo lo predetermina. Pues de antemano conoce lo que hay en nosotros y no lo predetermina. Pero los méritos y deméritos humanos están en nosotros en cuanto que, por el libre albedrío, somos dueños de nuestros actos. Por lo tanto, lo que pertenece al mérito o demérito no está predestinado por Dios. Así, desaparece la predestinación de los hombres
2. Como se dijo (q.22 a.1 y 2), todas las criaturas están ordenadas a sus fines por la providencia divina. Pero de las otras criaturas no se dice que estén predestinadas por Dios. Luego tampoco hay que decirlo de los hombres.
3. Los ángeles, como los hombres, son capaces de ser felices. Pero a los ángeles, al parecer no les corresponde ser predestinados, pues en ellos nunca hubo miseria. Y Agustín dice que la predestinación es el propósito de apiadarse. Luego los hombres no son predestinados.
4. Los beneficios que Dios da a los hombres los da a conocer a los santos por el Espíritu Santo, tal como nos dice el Apóstol en 1 Cor 2,12: No recibimos el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios para que sepamos qué es lo que Dios nos concede. Por lo tanto, si los hombres fueran predestinados por Dios, como la predestinación es un don, la predestinación sería conocida por los predestinados. Y esto es falso.

Contra esto: está lo que se dice en Rom 8,30: A los que predestinó, a ésos llamó.
Respondo: A Dios le corresponde predestinar a los hombres. Pues, como quedó demostrado (q.22 a.2), todo está sometido a la providencia divina. Y como también se dijo (q.22 a.1), a la providencia le corresponde ordenar las cosas al fin. Y el fin al que son ordenadas las cosas por Dios es doble. Uno, que sobrepasa la capacidad y proporción de la naturaleza creada, y este fin es la vida eterna, que consiste en ver a Dios, algo que sobrepasa la naturaleza de cualquier criatura, según quedó establecido (q.12 a.4). El otro fin es proporcionado a la naturaleza creada, y que puede alcanzar con sus fuerzas la misma naturaleza creada. Y aquello a lo que no puede llegar con la capacidad de su propia naturaleza, es necesario que le sea otorgado por otro, como la flecha necesita al arquero para llegar al blanco. Por eso, y hablando con propiedad, la criatura racional, capaz de llegar a la vida eterna, llega a ella como si le fuera transmitida por Dios. El porqué de dicha transmisión preexiste en Dios, como también en El preexiste la razón del orden de todo al fin, que es la providencia, como ya dijimos (q.22 a.1). La razón que, de algo que se va a hacer, hay en la mente del que lo va a hacer, es una determinada preexistencia que de lo que se va a hacer hay en él. Por eso, la razón de la predicha transmisión de la criatura racional al fin de la vida eterna se llama predestinación; pues destinar es enviar. Queda claro que la predestinación, en cuanto a los objetivos, es una parte de la providencia.


A las objeciones:
1. El Damasceno llama predeterminación a la imposición de necesidad; como sucede en las cosas naturales, que están predeterminadas a algo fijo. Este sentido lo apoya lo que añade: Pues no quiere la malicia ni fuerza la virtud. Así, no queda anulada la predestinación.
2. Las criaturas irracionales no están capacitadas para aquel fin que sobrepasa la capacidad de la naturaleza humana. Por eso no se dice propiamente que estén predestinados. Aun cuando a veces se abusa de la palabra predestinación para hablar de cualquier otro tipo de fin.
3. A los ángeles les corresponde ser predestinados como los hombres, aunque nunca hubiera habido miseria en ellos. Pues el movimiento no se especifica por el punto de partida, sino por el de llegada. Ejemplo: No importa que algo blanco, antes de ser blanco, haya sido negro, gris o rojo. De modo parecido, para ser predestinado no importa que alguien sea predestinado a la vida eterna saliendo de un estado de miseria o no. También puede decirse que conceder un bien superior al merecido es algo que pertenece a la misericordia, como ya dijimos (q.21 a.3 ad 2; a.4). 4. Aun cuando por un privilegio especial a algunos se les revele su predestinación, sin embargo no es conveniente que se revele a todos, porque los predestinados se desesperarían, y la seguridad de ser predestinado podría parecer una negligencia.



Artículo 7: ¿Es o no es seguro el número de predestinados?
Objeciones por las que parece que no es seguro el número de predestinados:
1. No es segura una cantidad a la que se le puede añadir algo. Pero al número de predestinados se le puede añadir alguno, tal como se dice en Dt 1,11: Que el Señor Dios nuestro añada a este número muchos miles. Glosa: Esto es, el número establecido por Dios, que conoce a los suyos. Luego no es seguro el número de predestinados.
2. No se puede dar la razón de por qué Dios predetermina a los hombres para la salvación en un número más que en otro. Pero Dios no dispone nada sin razón. Luego no es seguro el número preestablecido por Dios de los que se van a salvar.
3. El obrar de Dios es más perfecto que el obrar de la naturaleza. Pero en las obras de la naturaleza es más frecuente encontrar lo bueno que lo defectuoso y lo malo. Así, pues, si Dios fuera quien determinara el número de los que se van a salvar, serían más los que se iban a salvar que los que se iban a condenar. Lo contrario se deduce de Mt 7,13s.: Ancho y espacioso es el camino que lleva a la perdición; y son muchos los que entran por él. Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida; y son pocos los que la encuentran. Luego el número de los que se van a salvar no está predeterminado por Dios.


Contra esto: está lo que dice Agustín en el libro De Correptione et Gratia: Es seguro el número de los predestinados; nadie lo puede aumentar, nadie lo puede disminuir.
Respondo: Es seguro el número de los predestinados. Algunos sostuvieron que era seguro formalmente, pero no materialmente. Es como si dijéramos que es seguro que se salvarán cien o mil, pero no que sean éstos o aquéllos. Pero esto anula la certeza de la predestinación, de la que ya hemos hablado (a.6). En este sentido, hay que decir que el número de los predestinados es seguro tanto formal como materialmente.
Pero hay que advertir que se dice que en Dios es seguro el número de los predestinados no sólo por razón del conocimiento, es decir, porque sepa cuántos son los que se han de salvar (pues en este sentido conoce también el número de gotas de lluvia o de granos de arena del mar); sino por razón de elección y de una determinada selección. Para demostrar esto, hay que tener presente que todo agente tiende a producir algo finito, tal como consta en lo dicho anteriormente sobre lo infinito (q.7 a.4). Ahora bien, quien fija la proporción de su obra, escoge el número de lo que constituirá las partes esenciales, que, en cuanto tales, son necesarias para la perfección del conjunto. Pero no el número concreto de lo que no son partes esenciales y que sólo son necesarias en función de las esenciales. Por eso escogerá unas en la medida en que le sirvan para las otras. Ejemplo: El arquitecto determina la capacidad de una casa y el número de habitaciones que va a tener, así como las medidas de las paredes o del techo. Pero no determina el número de piedras, sino que usa las necesarias para llevar a cabo lo propuesto. Así es como hay que razonar con respecto a la relación Dios-Universo (que es obra suya). De antemano fijó cuáles serían sus dimensiones y cuál el número más indicado de sus partes esenciales, esto es, las que de algún modo son perpetuas; cuántas esferas, cuántas estrellas, cuántos elementos, cuántas especies. Con respecto a los seres individuales perecederos, éstos no están ordenados al bien del universo como partes esenciales, sino como algo secundario, es decir, en cuanto en ellos se salva el bien de la especie. Por eso, aun cuando Dios conoce el número de los seres individuales, sin embargo, el número de bueyes o de mosquitos o de otras cosas no es predeterminado por Dios; sino que, de todo, la providencia divina produce lo suficiente para la conservación de las especies.
Entre todas las criaturas, las que principalmente están ordenadas al bien del universo son las racionales, que, en cuanto tales, son incorruptibles. De entre ellas, de modo especial, las destinadas a la bienaventuranza, que son las que alcanzan el último fin de un modo más inmediato. Por lo tanto, el número de los predestinados es seguro para Dios, y no sólo como algo conocido, sino, principalmente, como algo previamente fijado.
No puede decirse lo mismo del número de los condenados, que parecen estar previamente ordenados por Dios al bien de los elegidos, para quienes todo coopera para el bien. Respecto a cuál es el número de todos los hombres predestinados, algunos dicen que se salvarán tantos cuantos ángeles cayeron. Otros, que tantos cuantos ángeles no cayeron. Otros, que tantos cuantos ángeles cayeron y cuantos fueron creados. Es mejor decir que sólo Dios conoce el número de los escogidos para ser colocados en la más sublime felicidad.


A las objeciones:
1. Aquel texto del Deuteronomio hay que entenderlo de los establecidos por Dios con respecto a la justicia presente. Este es el número que aumenta o disminuye, no el de los predestinados.
2. La razón de cantidad de una parte hay que tomarla en su proporción con el todo. Así, en Dios la razón de que haya tantas estrellas o tantas especies de seres, y el número de predestinados, hay que tomarla de la proporción entre las partes principales y el bien del universo.
3. El bien proporcionado al estado común de la naturaleza está en muchos. La ausencia de este bien, en pocos. Pero el bien que sobrepasa el estado común de la naturaleza está en pocos. Su ausencia, en muchos. Por eso, podemos comprobar que los hombres dotados de inteligencia suficiente para orientar su propia vida, son muchos. Los que no la tienen, y que se llaman tontos o idiotas, son pocos. Pero con respecto a ambos, poquísimos son los que llegan a tener un conocimiento profundo de las cosas. Así, pues, como la felicidad eterna, consistente en la visión de Dios, sobrepasa el estado común de la naturaleza, y de modo especial por haber sido privada de la gracia por la corrupción del pecado original, pocos son los salvados. Y en esto se contempla la inmensa misericordia de Dios, que eleva hasta aquella salvación de la que muchos se ven privados por inclinación natural.