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NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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viernes, 24 de junio de 2011

EL PRESIDENTE MÁRTIR: GABRIEL GARCÍA MORENO

Desde MILES CHRISTI
   
Así habló la Santísima Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora del Buen Suceso, a sor Mariana de Jesús Torres hacia 1630:
“En el siglo XIX habrá un Presidente de veras cristiano, varón de carácter, a quien Dios Nuestro Señor le dará la palma del martirio en la misma plaza dónde se encuentra éste mi convento (de La Inmaculada Concepción); Consagrará la República (de Ecuador) al Divino Corazón de mi Amantísimo Hijo, y esta consagración sostendrá la Religión Católica en los años posteriores, los cuales serán aciagos para la Iglesia”.


Esta profecía de Nuestra Señora se cumple en la persona de Gabriel García Moreno, quien fuera tres veces presidente de la República de Ecuador, recordado como "El dictador teócrata" por sus enemigos (los masones) y como "El vencedor del liberalismo en Ecuador" por sus admiradores (desde luego, nosotros los Católicos). Veamos por qué.

Gabriel García Moreno (1821-1875), Presidente de Ecuador y Mártir de la Fe

Sus orígenes

En la ciudad de Guayaquil, porteña y liberal, en el año 1821, nació Gabriel García Moreno, octavo hijo de una familia muy distinguida, pues su padre Gabriel García Gómez, español leonés, nacido cerca de Ponferrada, fue procurador síndico de Guayaquil, y su madre, Mercedes Moreno, era hija del regidor perpetuo del ayuntamiento de la ciudad, hermana del arcediano de Lima y del oidor de Guatemala, y tía del cardenal Moreno, primado de Toledo. Gabriel, de niño, dio muestras de un temperamento sumamente débil y medroso. De tal modo le espantaba cualquier cosa, que no pudo ser enviado a la escuela, y fue su madre su primera maestra. 

Gabriel, a los nueve años, justamente cuando se produce la independencia (disolución de la "Gran Colombia"), queda huérfano de padre, y la familia, que se había distinguido como realista, se ve en la ruina. Un buen fraile mercedario, el padre Betancourt, que ayudaba espiritualmente a doña Mercedes, se hizo cargo de Gabriel, sirviéndole de maestro durante varios años, con gran provecho. Gabriel, que hablaba a veces en latín con su maestro, mostraba una memoria prodigiosa y una gran facilidad para el estudio. En esos años cambió totalmente su forma de ser, haciéndose una personalidad fuerte y valiente. 

A los quince años comienza Gabriel sus estudios de filosofía y leyes en la Universidad de Quito, fundada en 1586. Pudo hacerlo gracias a dos hermanas del padre Betancourt, que allí tenían casa y le alojaron. Fue muy buen estudiante, y se mantuvo con beca toda la carrera. Aprendió por su cuenta francés, inglés e italiano. El ambiente cultural que le rodeaba era racionalista, volteriano y laicista, abiertamente hostil a la Iglesia, y en la vida política todo era mentira y corrupción. Viendo así la situación, no se limitó a lamentarse, sino que se decidió a ser político católico. 

A los veinticinco años obtiene García Moreno el doctorado. Y su vida, siempre muy activa, se va acelerando más y más. Explora científicamente los cráteres de los volcanes Pinchincha y Sangay. Se casa con Rosa Ascásubi. Como escritor de combate, lanza sucesivamente varios periódicos, "El Zurriago" primero, "La Nación" después, y otro, "El vengador", y otro más, "El diablo". Pacifica en una semana, como enviado del presidente Roca, una sublevación sangrienta producida en Guayaquil... 

Pero todo va de mal en peor, y la nación va decayendo, entre conspiraciones y sobresaltos, en un laicismo cada vez más ignominioso. Pasa entonces García Moreno por momentos de desánimo, llegando a considerar la posibilidad de dedicarse, como su próspero hermano Pablo, al comercio. Viaja a Europa, a Inglaterra y Alemania, y en Francia se reafirma definitivamente en su vocación política, estimulado por el ejemplo de sus amigos católicos franceses. Se reintegra en 1850 al Ecuador, y consigue, en un golpe de mano personal ante el presidente Noboa, el regreso de los jesuitas, cosa que los masones no podían tolerar. El general Urbina, que se hace con el poder, los expulsa de nuevo, alegando que la real cédula de Carlos III, española, de 1767, estaba vigente (¡a pesar de "independizarse" la república en 1822"!).

A semejanza de Carlos III, el presidente José María Urbina (impulsado por la masonería) expulsa a los jesuítas de Ecuador


Exiliado
García Moreno ataca duramente desde el semanario La Nación la política de Urbina, y éste, en 1853, le destierra a Colombia. De allí se fuga, vuelve secretamente a Quito, se refugia más tarde en un barco francés arribado al puerto de Guayaquil, es elegido diputado, y es desterrado por segunda vez, en esta ocasión a la costa peruana, a un lugarejo apartado. Allí escribe un folleto en defensa propia, "La verdad de mis calumniadores" y, como siempre que puede, se dedica al estudio.

En 1855 vuelve a París, pues necesita libros y personas con las que perfeccionar su pensamiento, preparándose para su misión. Le interesan todos los temas: matemáticas y ciencias naturales, ingeniería y filosofía, agricultura e historia. «Estudio diez y seis horas diarias -le escribe a un amigo-, y si el día tuviera cuarenta y ocho, pasaría cuarenta con mis libros, sin el menor tropiezo». Por aquel tiempo estudió a Balmes y a Donoso Cortés, y leyó tres veces la Historia universal de la Iglesia católica, de Rohrbacher, editada recientemente en 29 volúmenes, entre 1842 y 1849, la obra que más influyó en su formación doctrinal y espiritual.

Pero aunque con éste y otros estudios consolidaba más y más su pensamiento católico, por aquellos años, sin embargo, había abandonado las prácticas religiosas: no se confesaba ni iba a misa los domingos. Un día, en una discusión con un ateo, éste le echó en cara su inconsecuencia, y Gabriel fue vencido por la gracia de Dios. Se confesó en seguida y desde entonces participó en la eucaristía diariamente.

Alcalde, rector y senador
A fines de 1856, una amnistía proclamada por el general Robles, sucesor del general Urbina, permite el regreso de García Moreno, después de tres años de destierro. Acogido triunfalmente en Quito, es elegido alcalde de la ciudad en 1857, y poco después rector de la Universidad, y senador por la oposición. La degradación de la vida política, cultural y económica en aquellos últimos años de dictadura militar era completa.

El Gral. Francisco Robles (a la sazón presidente de Ecuador), permitió que García Moreno volviera del exilio


Serían necesarias muchas páginas -de las que no disponemos- para describir las luchas y cabildeos, los nepotismos y traiciones, que por entonces dominaban la vida pública, en la que la arbitrariedad de los políticos y la violencia de soldados y policías iban mucho más allá de lo tolerable. L. F. Borja afirma que 1859 fue «el año de la crisis para el Ecuador, cuando estuvo en peligro de desaparecer como nación independiente, el año de la anarquía» (+Belmonte, Hª contemporánea de Iberoamérica, II, 180).

Primera presidencia (1861-65)
Después de veinticinco años de gobiernos liberales y despóticos, sectarios e inútiles, se hizo en 1860, gracias en buena parte a García Moreno, una nueva Constitución, y él fue elegido por unanimidad para presidir el gobierno. Comienza inmediatamente una obra formidable, de la que escribe José Belmonte:

«Se organiza ahora la hacienda, la enseñanza y el ejército; se establece un Tribunal de cuentas; se reducen las tasas fiscales. García Moreno derrocha ardor para combatir con energía la especulación, el contrabando y la burocracia, acometiendo asimismo las obras de vialidad del país. Simboliza el freno más resuelto contra el militarismo imperante. Sus pasos giran en torno al establecimiento de un régimen civil, encaminándose a la instauración de un Estado católico. »

«Su primer gobierno puede llamarse, en expresión de Crespo Toral, el período heroico de García Moreno. Fueron aquellos años, desde el gobierno provisional hasta 1865, de verdadera prueba: el motín de los cuarteles, las invasiones a mano armada, el puñal aguzándose en la sombra, dos guerras internacionales... En esos años lúgubres de furor, de desesperación, se acometieron en parte los gigantescos trabajos de la red de carreteras, las vastas empresas de la enseñanza, de la beneficencia, del saneamiento moral de la República, de cuyo territorio, desde los claustros para abajo, barrióse toda inmundicia que pudiese corromper el ambiente o trascender pestilencia o contagio... En años tan difíciles, con rentas adecuadas apenas para el sustento de la vida, tuvo el erario la elasticidad que da la honradez» (181).

En 1862 se estableció el Concordato ecuatoriano con la Santa Sede. En 1863 se celebró un Concilio nacional, en el que se restauró, entre otras cosas, la disciplina del clero. Llegaron al país no pocos religiosos extranjeros. Y por primera vez en muchos años el Ecuador, país con inmensa mayoría de católicos, pudo vivir en una atmósfera favorable a la Iglesia y a la vida cristiana. Sin embargo, la obstrucción sistemática de liberales y radicales, y la ambición hostil de Colombia y Perú, cuyos masones confraternizaban con Urbina, poniendo en peligro la misma integridad territorial del Ecuador, mantuvieron la vida política en una tensión continua y en un peligro permanente.

Ciertamente, la masonería está intrigando (a toda luz o en secreto) para tomar el poder y eliminar a sus enemigos


Segunda presidencia (1869-75)
En 1868, García Moreno, a los cuarenta y siete años, se casa en segundas nupcias con Mariana de Alcázar, y prepara su retiro de la vida pública en una apartada hacienda. Le siguen en la presidencia, sucesivamente, dos hombres de su confianza, Carrión y Espinosa; pero estos políticos, siendo débiles, ponen otra vez el país al borde de la anarquía. García Moreno entonces, anticipándose a Urbina, que se preparaba para dar un golpe de estado, convoca la Convención de 1869, en la que se reforma la Constitución del estado. Y de nuevo es constituido presidente.

De esta segunda presidencia escribe Remigio Crespo Toral: «En esos seis años fue la paz, el desarrollo estupendo de la nación y la cumbre de su progreso. Con menos de tres millones de entradas al año, se realizó el prodigio de extensión, de encumbramiento, de exaltación de nuestra pobre República, al punto y grado de incorporarse ella en la sociedad internacional. No hubo necesidad de imposiciones, fueron raros los castigos y la mansedumbre iba formando la atmósfera» (+J. Belmonte 183).

Al morir García Moreno, la primera enseñanza, respecto a los tiempos de Urbina, se había multiplicado por cuatro; la Universidad de Quito era una de las mejores de América; se inició el restablecimiento entre los indios de los poblados misionales, que habían sido tan admirables; el ejército ya no imponía su prepotencia cuartelaria, sino que había sido reorganizado al servicio de la nación; los funcionarios, reducidos de su número abusivo, cumplían su horario laboral; los libros de contabilidad de la República, antes prácticamente inexistentes, estaban al día, y se habían eliminado casi por completo las cuantiosas deudas contraidas en los anteriores decenios de corrupción política. Todo lo cual, por supuesto, resultaba para muchos intolerable, al haber sido realizado por un político que se atrevía a aplicar en su gobierno la doctrina católica.

Político católico
García Moreno fue siempre un político absolutamente convencido de la veracidad de la doctrina política y social de la Iglesia. En el comienzo de su Constitución de 1869, abrumadoramente aprobada en plebescito popular, se decía: «En el nombre de Dios, uno y trino, autor, conservador y legislador del universo, la convención nacional del Ecuador decreta la siguiente constitución»... Fiel a la doctrina de la Iglesia, entonces presidida por Pío IX, estaba persuadido de que sólo podía edificarse el bien común temporal de una nación cristiana respetando en todo las leyes Dios.

Por eso cuando en 1864 Pío IX publicó el Syllabus, y muchos, incluidos católicos, atacaban el documento, él decía: «No quieren comprender que si el Syllabus queda como letra muerta, las sociedades han concluido; y que si el Papa nos pone delante de los ojos los verdaderos principios sociales, es porque el mundo tiene necesidad de ellos para no perecer».

García Moreno, por lo demás, era plenamente consciente de la singularidad provocativa de su política. En una ocasión reconocía que los masones «por medio de su gobernantes, son más o menos dueños de toda América, a excepción de nuestra patria». Pero esa misma conciencia le confirmaba la urgente necesidad de firmeza en su política. En efecto, se decía a sí mismo: «este país es incontestablemente el reino de Dios, le pertenece en propiedad, y no ha hecho otra cosa que confiarlo a mi solicitud. Debo, pues, hacer todos los esfuerzos imaginables para que Dios impere en este reino, para que mis mandatos estén subordinados a los suyos, para que mis leyes hagan respetar su ley».

Y en su mensaje al Congreso, en 1873, con la valiente franqueza que en él era habitual, declaraba: «Pues que tenemos la dicha de ser católicos, seámoslo lógica y abiertamente; seámoslo en nuestra vida privada y en nuestra existencia política. Borremos de nuestros códigos hasta el último rastro de hostilidad contra la Iglesia, pues todavía algunas disposiciones quedan en ellos del antiguo y opresor regalismo [supremacía del Estado sobre la Iglesia], cuya tolerancia sería en adelante una vergonzosa contradicción y una miserable inconsecuencia».

En lo referente, por ejemplo, a la educación, la Constitución ecuatoriana, que proscribía la masonería, ordenaba que fuera una educación católica, con indecible escándalo de liberales, radicales y masones, que en la mayoría de las naciones americanas dominaban hacía años el área política educativa. Pero García Moreno argumentaba: ¿Es antidemocrático asegurar a la población aquella educación que prefiere la inmensa mayoría de los ciudadanos? ¿Por qué un pueblo cristiano ha de estar sometido durante generaciones a una educación netamente anticristiana? ¿Por qué a los hijos ha de arrancárseles en la escuela la religión de sus padres? ¿Viene eso realmente exigido por la democracia?...

García Moreno en ésta cuestión, como en tantas otras, estaba prácticamente solo en toda América, pues una falsa ortodoxia democrática impulsaba a los políticos cristianos a alejar a la Iglesia de la educación, dejando ésta en manos de la única alternativa fuerte, organizada y con apoyos exteriores: radicales y masones. Éstos, en muchos países, entraban a formar parte de inestables gobiernos de coalición, diciendo: «Ustedes controlen la economía, el ejército, las relaciones con el exterior, y todo lo demás: nosotros nos encargaremos de la educación». 

 Gabriel García Moreno fue muy devoto del Sagrado Corazón de Jesús, y en su tercer mandato logró la Consagración de la República de Ecuador


García Moreno, como la mayoría de sus compatriotas cristianos, fue formado en la devoción al Corazón de Jesús, y siendo ya presidente, a Él quiso consagrar el Ecuador, la nación entera, y para ello presentó consulta al tercer Concilio, reunido por entonces en Quito. Obtenida la licencia eclesiástica, y con el voto mayoritario del Congreso, se realizó en 1873, con gran solemnidad y fervor popular, la consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. Fue la primera nación del mundo que lo hizo, y en diez años se levantó un gran templo nacional votivo para memoria del acontecimiento. Poco antes de su muerte, García Moreno vaticinó con acierto:
«Después de mi muerte, el Ecuador caerá de nuevo en manos de la revolución; ella gobernará despóticamente bajo el nombre engañoso de liberalismo; pero el Sagrado Corazón de Jesús, a quien he consagrado mi patria, lo arrancará una vez más de sus garras, para hacerla vivir libre y honrada, al amparo de los grandes principios católicos». 
 Con su martirio y la posterior asunción al poder del masón Eloy Alfaro, Ecuador cayó en las manos de la revolución, cumpliéndose las palabras proféticas de García Moreno.

Hombre católico
Gabriel García Moreno pudo ser un político verdaderamente católico porque era un hombre católico en verdad. Trabajaba muchas horas cada día, sujetando siempre su horario a una distribución muy estricta, que incluía levantarse a las 5, y tener misa, meditación y examen entre las 6 y las 7. Las vacaciones las pasaba en un pueblecito donde su hermano era párroco. Una vez al año, si podía, hacía una semana de ejercicios espirituales. No solía dar banquetes -ni siquiera cuando fue elegido presidente por primera vez; en aquella ocasión entregó el dinero del banquete a un hospital-, y procuraba en lo posible evitar convites. Estas exageraciones venían aconsejadas por los escándalos precedentes, habituales en la Presidencia del gobierno. No siendo hombre de fortuna personal, cedía parte de su sueldo oficial al erario nacional, y parte a obras benéficas.

Guardaba un talante humilde, y a pesar del ímpetu de su carácter, gastaba una inmensa paciencia para, por ejemplo, conseguir del Congreso la aprobación de buenos presupuestos, obras o leyes. Era, como ya se ha visto, sumamente estudioso, e incluso en sus tiempos de político recibía con frecuencia de Europa obras sobre ciencia, filosofía o historia y, sobre todo de Francia, libros de pensamiento católico. También era dado a la lectura de temas bíblicos o patrísticos, del Magisterio o de autores espirituales.

En una de las últimas páginas de La imitación de Cristo, el libro de Kempis que llevaba siempre consigo, anotó, con ocasión de unos ejercicios espirituales, entre otras normas:

«Oración cada mañana, y pedir particularmente la humildad. En las dudas y tentaciones, pensar cómo pensaré en la hora de la muerte. ¿Qué pensaré sobre esto en mi agonía? Hacer actos de humildad, como besar el suelo en secreto. No hablar de mí. Alegrarme de que censuren mis actos y mi persona. Contenerme viendo a Dios y a la Virgen, y hacer lo contrario de lo que me incline. Todas las mañanas, escribir lo que debo hacer antes de ocuparme. Trabajo útil y perseverante, y distribuir el tiempo. Observar escrupulosamente las leyes. Todo Ad Majórem Dei Glóriam exclusivamente. Examen antes de comer y dormir. Confesión semanal al menos»...

García Moreno entrecruzó algunas cartas con el papa Pío IX, que por esos años sufría como él un duro acoso del laicismo militante. En una de ellas, Pío IX le decía: «Sin una intervención divina enteramente especial, sería difícil comprender cómo en tan corto tiempo habéis restablecido la paz, pagado muy notable parte de la deuda pública, duplicado las rentas, suprimido impuestos vejatorios, restaurado la enseñanza, abierto caminos y creado hospicios y hospitales». 


Con el Papa Pío IX, García Moreno tuvo una sincera amistad y mantenían correspondencia con cierta regularidad

Juicios sobre su personalidad política
Las fuerzas que abominan de todo influjo real del cristianismo en la vida pública han visto siempre en Gabriel García Moreno «el máximo representante del oscurantismo clerical», «un dictador sangriento», «un teócrata conducido por los jesuitas», etc. Es normal. Pero también es normal que nosotros aquí demos la palabra a personas más dignas de consideración:

José Luis Váquez Dodero califica a García Moreno de «férreo espíritu, asentado en una sorprendente fisiología... y no sólo el primero y más grande de los ecuatorianos, sino uno de los hombres en verdad extraordinarios que ha producido América... Pocas veces se ha dado un producto tan asombroso de energía física y de energía moral... La insólita personalidad de García Moreno y el fervor con que fue asistido por el pueblo ecuatoriano tentaría a aplicarle el término carisma, con el que quedarían designadas sus maravillosas facultades y la sublimación que los ecuatorianos hicieron de ellas» (+Belmonte 185).

El historiador García Villoslada afirma que «la figura de Gabriel García Moreno es en el aspecto político-religioso la más alta y pura y heroica de toda América, y nada pierde en comparación con las más culminantes de la Europa cristiana en sus tiempos mejores. Basta ella sola, aunque faltaran otras, para que la república del Ecuador merezca un brillante capítulo en los anales de la Iglesia» (+Adro Xavier 388).

Los
tolerantes no toleran
En 1874 había acuerdo entre las fuerzas políticas para reelegir por un tercer período presidencial a García Moreno. Pero también había un convencimiento generalizado de que sus enemigos no estaban dispuestos a soportarlo más. El 20 de julio le escribía su suegro, Ignacio de Alcázar: «Una vez la secta radical triunfante, la religión será perseguida, las obras públicas y vías de comunicación abandonadas y, sobre todo, la guerra civil ha de ser interminable, debiendo todo esto y mucho más principiar por asesinarte... No veo otro medio de salvarte que salir del país». Todos sus amigos temían lo mismo, y le aconsejaban prudencias y escoltas, sin que él hiciera caso.

Se produjo, finalmente, por mayoría aplastante, la tercera reelección de García Moreno para la Presidencia. Y liberales y masones -siempre tan atentos a la voluntad del pueblo- formaron en seguida un coro mundial de lamentaciones y protestas.

Una vez más la opinión unánime internacional, la misma que consideraba natural que los católicos no pudieran tener voto en Gran Bretaña, o que estimaba necesaria, de alguna manera, la interminable dictadura mexicana del porfiriato, tan favorable a los intereses económicos del capital nacional o extranjero, daba sobre la elección democrática del católico García Moreno su democrática sentencia: intolerable. La prensa liberal de España, La Gaceta de Colonia o la de Bruselas, el secretario de la embajada chilena en Lima, el periódico Monde Maçonique, innumerables voces aquí y allá, con una coincidencia realmente impresionante, venían a exigir el fin del hombre nefasto, absolutamente incompatible, por muy reelegido que fuera, con las democráticas libertades modernas y la civilización occidental.

Tiempo antes, el 26 de octubre de 1873, la prensa del Perú había ya reproducido de la de Guayaquil la crónica detallada de su asesinato en Quito: todos los datos eran falsos, pero se trataba de crear ambiente. García Moreno, por supuesto, era consciente de la conjura, pero seguía negándose a llevar escolta y a tomar medidas mayores de precaución: «Yo prefiero confiar mi guardia a Dios. Lo que dice el salmista: "Si Dios no guarda la ciudad, en vano la guardan los centinelas"».

El 17 de julio de 1875 escribe García Moreno su última carta a Pío IX, comunicándole la reelección:

«Ahora que las logias de los países vecinos, instigadas por las de Alemania, vomitan contra mí toda especie de injurias atroces y calumnias horribles, procurando sigilosamente los medios de asesinarme, necesito más que nunca la protección divina para vivir y morir en defensa de nuestra religión santa y de esta pequeña república... ¡Qué fortuna para mí, Santísimo Padre, la de ser aborrecido y calumniado por causa de Nuestro Divino Redentor, y qué felicidad tan inmensa para mí, si vuestra bendición me alcanzara del cielo el derramar mi sangre por el que, siendo Dios, quiso derramar la suya en la Cruz por nosotros!».
Y el 4 de agosto le escribe a su amigo Juan Aguirre: «Voy a ser asesinado. Soy dichoso de morir por la santa fe. Nos veremos en el cielo».
 

Asesinato
El 6 de agosto de 1875, como de costumbre, se levantó a las cinco de la mañana, y fue a la iglesia para la misa de las seis. Sus asesinos, un pequeño grupo impulsado por los escritos incendiarios del liberal Juan Montalvo, le acechaban; pero retrasan su acción, pues al ser primer viernes había gran concurso de fieles. Más tarde, por la mañana, entra García Moreno un momento en la Catedral para hacer una visita al Santísimo. Le avisan que le reclaman fuera.

Martirio de Gabriel García Moreno (grabado de la época)


Cuando sale al sol de la plaza, un tal Faustino Lemus Rayo, un general y gobernador de provincia (nacido en Roldanillo, Colombia, pero establecido tiempo atrás en Ecuador) le descarga un machetazo en la cabeza, seguido de otros, en tanto que sus cómplices disparan sus revólveres. Fueron en total catorce puñaladas y seis balazos. Acuden algunos soldados al tumulto, y uno de ellos mata de un tiro a Rayo. En su bolsillo se hallaron cheques -por más de «treinta monedas», desde luego- contra el banco del Perú, firmados por conocidos masones.


Faustino Lemus Rayo fue contratado por los masones para asesinar a García Moreno


El cuerpo de García Moreno es introducido en la Catedral, donde recibe, ya agonizante, la Unción sacramental. Al morir llevaba consigo, manchado todo de sangre, una reliquia de la Cruz de Cristo, el escapulario de la Pasión y el del Sagrado Corazón, y el santo Rosario colgado al cuello. También se le halló en el bolsillo un libro muy usado, que llevaba siempre encima: La imitación de Cristo.


Cadáver de Gabriel García Moreno

En fin, Gabriel Garcia Moreno fue un político que supo sacar a su país de la crisis moral y económica guiado por los principios Católicos, un católico convencido de que la Fe y el sometimiento a Dios y a la Iglesia son la base de una vida llena de sentido y de una Nación fuerte.

Gabriel García Moreno, ruega a Dios por la Iglesia y por la Hispanidad, para que logre liberarse del yugo masónico; y que pronto se establezca triunfante el Reino de los Sagrados Corazones Traspasados de Jesús y María en todas las naciones.

LA REINTERPRETACIÓN ABERROSEXUALISTA DE LOS "DERECHOS HUMANOS"

Desde MILES CHRISTI


NOTICIAS GLOBALES, Año XIV. Número 999, 31/11. Gacetilla n° 1114. Buenos Aires, 19 junio 2011. 1114).  Fuentes: Propias y A/HRC/17/L.9/Rev.1, 15-06-11.
Por Juan C. Sanahuja

La ONU se está tornando aberrosexualista a pasos agigantados (además de ya ser anticatólica e imperialista)

Con la excusa de la violencia y la discriminación contra los homosexuales el Consejo de Derechos Humanos de la ONU reinterpretó la Declaración Universal de Derechos Humanos entendiendo que en ella se incluye el supuesto derecho a la “orientación sexual” y a la “identidad de género”. Se aplicaría la legislación internacional a las llamadas prácticas homofóbicas y transfóbicas. Argentina, Brasil, Chile, Cuba, Ecuador, España, Guatemala, México y Uruguay votaron a favor; Colombia y Bolivia co-patrocinaron la resolución.

En el marco de su 17° período de sesiones, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas aprobó el 17 de junio, en Ginebra, la resolución A/HRC/17/L.9/Rev.1 sobre “Derechos Humanos, orientación sexual e identidad de género”, presentada por Sudáfrica e impulsada por Estados Unidos.

La resolución hace referencia a “la universalidad, interdependencia, indivisibilidad e interrelación de los derechos humanos consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos”, y expresa que “todos los seres humanos han nacido libres e iguales en dignidad y derechos y que cada uno se puede beneficiar del conjunto de derechos y libertades (…) sin distinción alguna”, e implícitamente afirma que los documentos internacionales sobre derechos humanos, aunque no mencionen expresamente la “orientación sexual” o “la identidad de género”, hacen referencia a ellas.

Basándose en el mandato de la Asamblea General de la ONU, que dice que “el Consejo de Derechos Humanos tendrá la responsabilidad de promover el respeto universal por la protección de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales para todos, sin distinción de clase alguna, y de modo justo e igualitario”, la resolución aprobada ayer expresa su “grave preocupación por los actos de violencia y de discriminación, en todas las regiones del mundo, perpetrados en contra de individuos, debido a su orientación sexual y a su identidad de género”.

Por eso, el texto aprobado solicita al Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU que realice un estudio mundial sobre leyes y prácticas homofóbicas y transfóbicas, así como sobre el uso que puede darse a la legislación internacional para terminar con este problema. El Alto Comisionado es la sra. Navanethem “Navi” Pillay, que ha demostrado tener “una especial sensibilidad hacia los derechos LGTB”, Pillay deberá presentar el informe a fin de este año.

¿Qué se entiende por prácticas homofóbicas?

Reiteramos lo dicho en NG 1110, como consecuencia de la llamada “discriminación por orientación sexual e identidad de género” y de la “homofobia y transfobia”, califican de homofóbica y discriminatoria toda opinión en desacuerdo con el estilo de vida homosexual. Atentan contra la libertad religiosa, por ejemplo, oponiéndose a la predicación de la doctrina cristiana. En base a esos conceptos se arremete contra la libertad de los padres a educar a sus hijos y se desconoce la libertad de las instituciones de enseñanza, por sólo mostrar unos pocos botones de muestra. Ahora se le suma la aplicación de la legislación internacional sobre derechos humanos a todo lo que entiendan como trato violento o discriminatorio. ¿Serán pasibles de ser juzgados por la Corte Penal Internacional los padres de familia que se opongan a que sus hijos sean educados en la “normalidad” de la homosexualidad o las autoridades religiosas que prediquen la intrínseca maldad moral de la sodomía? Es muy distinto terminar con la injusta violencia a, por ejemplo, exigir libertad de acción, incluida la perversión de menores, o reclamar el “cupo gay” dentro del cuerpo de profesores de colegios y universidades. El lobby gay parece decir: “quien no apoya nuestro estilo de vida y todas nuestras pretensiones, está a favor de que se nos condene a muerte”.

Fue la representante de Estados Unidos, Eileen Chamberlain Donahoe, quien afirmó que la resolución es una aplicación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, y que a partir de la universalidad de los derechos humanos “la violencia hacia cualquier persona basada en su orientación sexual es una violación de los derechos humanos. El derecho a elegir a quien amar es sagrado”.

Es de notar que Juan José Gómez Camacho, representante de Méxicopaís que reformó hace pocas semanas su Constitución incluyendo en ella los tratados de internacionales de derechos humanos, afirmó en Ginebra que “la no-discriminación es un valor absoluto“, una definición más que clara para aquellos que se empeñan en ver la reforma de la constitución mexicana como algo “positivo”.

Por su parte en Argentina, el mismo día 17 de junio, ante el requerimiento de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), el Jefe de Gabinete de Ministros de la Nación, Aníbal Fernández, confirmó el apoyo y voto afirmativo a la resolución del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

La votación

La iniciativa fue aprobada con 23 votos a favor, 19 en contra y tres abstenciones.

A favor: Argentina, Bélgica, Brasil, Corea del Sur, Chile, Cuba, Ecuador, Eslovaquia, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Hungría, Japón, Mauricio, México, Noruega, Polonia, Reino Unido, Suiza, Tailandia, Ucrania y Uruguay.

En contra: Angola, Arabia Saudita, Bahrein, Bangladesh, Camerún, Djibouti, Gabón, Ghana, Jordania, Malasia, Maldivas, Mauritania, Moldavia, Nigeria, Pakistán, Qatar, Rusia, Senegal y Uganda.

Abstenciones: Burkina Faso, China y Zambia.

No estuvieron presentes en la votación Kirguizistán y Libia (en este último caso su participación se encuentra suspendida).

Fueron co-patrocinantes de la resolución: Albania, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Croacia, Chipre, República Checa, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Honduras, Islandia, Irlanda, Israel, Italia, Luxemburgo, Holanda, Nueva Zelanda, Noruega, Polonia, Portugal, Rumania, Serbia, Eslovenia, España, Suecia, Suiza, Timor-Este, Reino Unido, USA y Uruguay.

jueves, 23 de junio de 2011

SERMÓN DEL JUEVES DE CORPUS CHRISTI, POR EL PADRE BASILIO MÉRAMO


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Este jueves de Corpus Christi junto con el Jueves Santo y el Jueves de la Ascensión son los días más solemnes de la liturgia católica.

La fiesta del Corpus Christi está íntimamente ligada con el Jueves Santo, con la Santa Misa y con el sacerdocio; eso hace que sea como el centro, el corazón de la Iglesia expresado a través de la liturgia de este jueves de Corpus. Y la relación que hay entre el Jueves Santo y el de Corpus, consiste en que el Jueves Santo nuestro Señor instituyó el sacerdocio y la Santa Misa. Mandó a sus apóstoles efectuar en conmemoración de Él, de ese testamento, de esa alianza pactada con su sangre por el rescate que Él pagó, redimiéndonos del pecado y del poder de Satanás, la institución de esa conmemoración ocurrida en la Cena del jueves Santo; fue una anticipación del Sacrificio cruento de nuestro Señor en la Cruz. La Santa Misa es, pues, la renovación incruenta de ese Sacrificio del Calvario; la única diferencia está en el modo de ofrecerlo y éste consiste en la Santa Misa, en hacerlo incruentamente bajo las especies del pan y del vino; esa doble consagración prefigura la separación del alma de nuestro Señor, es decir, la muerte y por eso, ese mismo día, nuestro Señor instituyó el sacerdocio en sus apóstoles.

La Iglesia, entonces, al celebrar la fiesta del Corpus Christi lo hace con la solemnidad y alegría debidas, que no se puede hacer el Jueves Santo por la tristeza y el dolor de la Pasión de nuestro Señor que conmemora toda la Semana Santa; así lo celebra hoy con alegría, con esa profusión de fe y esperanza, pero que desafortunadamente en estos tiempos modernos queda eclipsada pasando como un día laboral más, por lo que se va perdiendo su memoria y su importancia. Pero no debemos olvidar que la fiesta del Corpus Christi, del cuerpo de nuestro Señor sacramentado, lo tenemos por el Santo Sacrificio de la Misa. Es la Fiesta del Santo Sacrificio de la Misa; sin este Sacrificio no habría Jesús Sacramentado, no habría comunión, no habría synaxis, si es que queremos usar esa palabra tan utilizada hoy; ni aun en el buen sentido habría comunión, porque, ¿qué comulgaríamos si no hubiese la Misa que es esencialmente el Sacrificio de nuestro Señor bajo las especies del pan y del vino, realizada por el sacerdote en persona Christi, como alter Christi, otro Cristo que es sacramentalmente instituido por el sacramento del orden?

Todas estas cosas pasan desapercibidas, cuando no negadas por la nueva teología que quita (desacraliza) el carácter de sagrado a lo más sagrado que tiene la Iglesia católica, lo más sagrado del testamento de nuestro Señor, y de ahí la gravedad, desfigurando al sacerdote, no hecho ya para el sacrificio que da lo sagrado, sacra dans, dar las cosas sagradas. ¿Qué más sagrado que realizar en la misma persona de nuestro Señor el mismo Sacrificio de la Cruz renovado, actualizado, sobre el altar de un modo incruento? Esa es la misión del sacerdote. Hoy viene a ser, comparado mundanamente a un hombre más y cuando se celebra la Santa Misa, considerardo como un presidente que dirige a sus hermanos, realizando una synaxis, o un ágape; pero no es un sacrificio, sino una mera conmemoración, recuerdo de lo que aconteció y muchas veces no ya de lo que aconteció en el Calvario sino del misterio Pascual, como hoy tanto se habla.

Y no del misterio Pascual católico, sino del misterio Pascual a la manera judía, esa es la síntesis que hacen los mismos teólogos de la nueva teología, de la definición de la cena eucarística, no como Misa ni Sacrificio, sino conmemoración o memorial de una Pascua al estilo judío. La prueba está en que las oraciones del ofertorio están calcadas de ese ritual de la Pascua judía, con lo cual se puede concluir basados en ese trabajo que se hizo hace poco y que la Fraternidad Sacerdotal (San Pío X) presentó a Roma para mostrar la gravedad; y la síntesis que se puede hacer de ese trabajo, es que: la nueva misa por la voluntad de aquellos que la confeccionaron, no es más ni menos que el memorial de la Pascua judía.

Hasta allá se llegó y aunque algunos pretendan que sea el memorial de la Pascua católica, eso sería falso, no es el memorial de la Pascua de la Resurrección, sino de la muerte de nuestro Señor Jesucristo inmolado en la Cruz; no cambiemos los términos, en la teología del dogma cada palabra, cada concepto, tiene su peso específico y no es que no se pueda cambiar ni una palabra, es que hasta ni siquiera una coma y ni una tilde en las cosas que son de Dios y que es Dios quien nos las lega y encomienda para que la Iglesia católica, apostólica y romana las guarde santamente y fielmente las trasmita.

Esto es lo que hace la Tradición. Por eso no puede la Iglesia católica sin Tradición católica custodiar santamente y trasmitir fielmente. Esa es su misión y para ello está investida de infalibilidad, no para proclamar nuevos dogmas ni nuevas verdades ni nuevas cosas, sino para proclamar aquello que en sustancia Dios reveló y que la Iglesia custodia y transmite a través de las generaciones hasta el fin del mundo, para que los hombres adhiriéndonos a la fe de la Iglesia, nos salvemos. Esa es la misión de la Iglesia y no otra; de ahí la importancia, sobre todo hoy cuando la misa romana es atacada y perseguida, esa misa que el Santo papa Pío V, quien fue también inquisidor, canonizó, excluyendo toda posible equivocación o error; por eso es una misa canonizada, por eso es una misa a perpetuidad, por eso la podemos decir nosotros con toda tranquilidad y por eso es un crimen perseguirla, porque sería perseguir a la Iglesia, apuñalar el corazón de la Iglesia, traicionar a nuestro Señor, falsificar su testamento, no sería cumplir su voluntad, no seríamos sus herederos; esa es su importancia.

Y por todo lo anterior monseñor Lefebvre, ese santo obispo de benemérita memoria, prefirió ser insultado, ultrajado, escupido, por defender ese testamento, ese legado, esa herencia de la Iglesia católica; por eso nosotros debemos estar dispuestos incluso a dar nuestras vidas, porque sin eso no hay Iglesia católica, no hay herederos de nuestro Señor, no hay salvación. Pero el mundo de hoy no está solamente imbuido de un nuevo paganismo, sino de la incredulidad y de la impiedad y no respeta nada ni a nadie, no respeta a Dios ni a su Iglesia, solamente se “respeta a sí mismo” proclamándose dios con su “dignidad, libertad y derechos humanos”; esa es la civilización que hoy se entroniza en contra de Dios y de la Iglesia católica, apostólica y romana. Esa es la crisis, dolor y pasión de la Iglesia; no lo olvidemos.

La Santa Misa no es el memorial ni de la Pascua de nuestro Señor ni mucho menos de la Pascua judía del Antiguo Testamento, que era una figura de la Pascua de nuestro Señor, sino que es el Santo Sacrificio del Calvario renovado incruentamente bajo las especies de pan y vino sobre el altar y por eso en la epístola de hoy no se habla de la Pascua, sino de la muerte de nuestro Señor; no dejemos adulterar nuestra religión, no dejemos que nos la cambien, no dejemos que la Iglesia se judaíce. La Historia del mundo gira sobre dos polos, o se cristianiza o se judaíza, a la larga o a la corta, no hay término medio y el mal se acrecentará en la medida en que nos judaicemos en todos los órdenes y niveles. Esa judaización de la Iglesia la estamos viendo; por eso debemos guardar esa fidelidad a nuestro Señor, a su alianza, a su Iglesia, y la mejor manera de servir a la Iglesia, de ser fieles, es conservando la liturgia sacrosanta de la Santa Misa, de la Iglesia católica en toda su pureza, tal cual como lo definió San Pío V.

Por eso, sin pretender ser mejores que nadie, monseñor Lefebvre, con la Fraternidad que él fundó, es la expresión más fidedigna de esa fidelidad a la Iglesia y a nuestro Señor, a la religión católica, fidelidad al Corpus Christi, al cuerpo y la sangre de nuestro Señor que se da como pan del cielo para que, en comunión con Él, dándonos no un banquete, sino su propia carne, integrarnos y asimilarnos en su cuerpo Místico que es la Iglesia, divinizándonos, participándonos de su divinidad; de ahí la necesidad de recibir a nuestro Señor con un corazón puro, es decir, teniendo conciencia de no tener pecado mortal, para no beberlo y comerlo indignamente, para que sea fructuosa esa comunión y como pan del cielo nos lleve en la última hora, en la hora de la muerte como viático al cielo; todas estas cosas significa la fiesta y la liturgia de hoy que pasa desapercibida.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, Ella, que ofreció a su Hijo no como nosotros los sacerdotes de un modo sacramental e incruento sino que lo ofreció en sí mismo en la Cruz, donando, dando al Padre Eterno uniéndose a nuestro Señor en la hora de su muerte; de eso no nos damos cuenta, pero Nuestra Señora hizo ese gesto que le desgarró, que le partió en su ser, ofreciendo a su Hijo amado y por eso Ella está al pie de la Cruz y por eso nosotros tenemos que estar con Ella y quien no está con Ella no está con nuestro Señor. Por lo mismo, no se puede tener a Dios por Padre si no se tiene a María por Madre; por eso Ella es la Madre de la Iglesia, es Madre nuestra. Confiémonos a Ella para que nos fortalezca con esa fuerza que Ella demostró ante la cruz y con esa capacidad de sacrificio y de oblación para que así nos configuremos más a nuestro Señor Jesucristo. 

+ Padre Basilio Méramo
Santa Fé de Bogotá, Junio 14 de 2001 

miércoles, 22 de junio de 2011

LAS CUARENTA HORAS DELANTE DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Una exposición eucarística de importancia es la que lleva el nombre de las Cuarenta Horas por referirse a las cuarenta horas durante las cuales el cadáver de Jesús estuvo en el sepulcro, según lo que escribe San Agustín:
«Ab hora ergo mortis úsque ad dilúculum resurrectiónis horæ sunt quadragínta, ut et ipsa hora nona connumerétur» [En consecuencia, desde la noche de la muerte de Cristo hasta el amanecer de su resurrección, hay cuarenta horas, contada la de nona]. SAN AGUSTÍN. De Trinitáte, Libro IV, cap. VI, 10.
 
De acuerdo a San Agustín, transcurrieron 40 horas entre la Muerte de Cristo (15:00 del 25 de Marzo/ 33 AD, Viernes Santo) y su Resurrección (07:00 del 27 de Marzo/ 33 AD, Domingo de Pascua)
  
Esta práctica apareció en la primera mitad del 1500. Pero no está excluida la posibilidad de que naciese y se hubiera propagado de la antigua costumbre medieval, por nosotros descrita, de velar en la iglesia, desde el Viernes Santo hasta el nocturno de la noche de Pascua, delante del así llamado sepulcro, donde se colocaban o se sepultaban la cruz y la hostia consagrada. Esta, sin embargo, no era del todo visible, sino que estaba cerrada en la llamada custodia.
  
En el año 1527, en Milán, un fervoroso misionero, Gian Antonio Bellotti, predicando la Cuaresma en la iglesia del Santo Sepulcro, persuadió a los fieles a que permanecieran en oración durante cuarenta horas continuas delante del Santísimo Sacramento con el fin de impetrar de Dios mitigara el azote de la guerra que les oprimía. Y la piadosa práctica quiso que se renovara cuatro veces durante el año: en Pascua, Pentecostés, la Asunción y Navidad. A los dos años fue admitido el rito en la catedral de Milán por obra del dominico español Tomás Nieto, famoso predicador, quien consiguió que en todas las iglesias parroquiales de la metrópoli lombarda se estuviera durante cuarenta horas en oración delante del tabernáculo. El Sacramento no se exponía todavía velado en un ostensorio ni recibía especial obsequio de luces y flores. Del sagrario mural o de la sacristía, donde entonces solía conservarse, era llevado al altar, y permanecía allí hasta la terminación de la oración.
 
Es muy controvertido, sin embargo, cuándo y por obra de quién se comenzó a exponer visiblemente a los fieles en la forma solemne que prevaleció después en todas partes. Hay quien asigna el año 1534, en Milán, como iniciador al barnabita P. Bono de Cremona, compañero de San Antonio M. Zacarías, que instituyó las Cuarenta Horas en Vicenza. Hay quien lo coloca en el año 1537, atribuyendo el mérito al capuchino lombardo P. Giuseppe Piantanida de Fermo, hombre apostólico, que, aprovechando sus misiones, la hizo conocer más tarde en Milán, Pavía, Siena, Arezzo y Gubio. Es cierto de todos modos que fue el último en introducir la feliz novedad de que las Cuarenta Horas, terminando en una iglesia, pasasen inmediatamente a otra, resultando así una oración eucarística ininterrumpida. En el año 1539, la nueva práctica, a instancias del vicario general de Milán, fue reconocida por Paulo III, que le concedió las primeras indulgencias. San Carlos Borromeo en el primer concilio provincial (1565) la confirmaba y la organizaba establemente en Milán.
  
Roma comenzó a practicar las Cuarenta Horas hacia el año 1550 por obra de San Felipe Neri, que lo introdujo como uno de los principalísimos ejercicios de su Cofradía de los Peregrinos, y contribuyó no poco con los cantos con que supo enriquecerla a dar vida a aquellos conciertos musicales sagrados, cuya memoria se perpetúa en los «oratorios» de tantos compositores ilustres. Sin embargo, la organización oficial de las Cuarenta Horas en la Urbe no tuvo lugar hasta el año 1592 con la constitución Graves et diutúrnæ, de Clemente VIII, que decía así:
«Nos hemos decretado el establecer oficialmente en esta ciudad una cadena ininterrumpida de plegarias, por la cual, en diversas iglesias y en determinados días, se celebre la piadosa y saludable devoción de las Cuarenta Horas, de forma que en cada hora del día y de la noche en todo el año suba continuamente al trono de Dios el incienso de la plegaria»
 
San Felipe Neri (fundador del Oratorio) introdujo la piedad de las 40 Horas en Roma
 
En el mismo documento, el pontífice exponía cuál era el fin de tal devoción, es decir, la concordia entre los príncipes cristianos y la paz entre las naciones. Por esto en la Instrúctio Clementína, dada por Clemente XII en 1731, como regla rubrical de las Cuarenta Horas se, prescribía que la misa que se debía cantar en el segundo día fuese la votiva Pro pace.

El orden de las Cuarenta Horas es el siguiente (Fuente: Manual of the Forty Hours’ adoration for the Catholic laity - Manual de las Cuarenta Horas de adoración para el laico Católico. Sociedad Internacional de la Verdad Católica, Brooklyn NY, s. f., págs. 15-46. Con Aprobación Eclesiástica):

DÍA PRIMERO
  1. Misa Solemne en honor al Santísimo Sacramento (Misa de exposición), durante la cual el Sacerdote celebrante, después de recibir la Preciosa Sangre, pone la Sagrada Hostia en la Custodia.
  2. Finalizada esta Misa, el Sacerdote se despoja del manípulo y la casulla, y revestido con la capa pluvial, se acerca al Altar e incensa el Santísimo Sacramento, y comienza la procesión, durante la cual se canta el Pange língua.
  3. Finalizada la procesión, el Santísimo Sacramento es colocado en su trono, y el coro canta el Tantum ergo Sacraméntum (las dos últimas estancias del Pange língua); y al llegar al verso Genitóre, Genitóque, el Sacerdote incensa nuevamente el Santísimo Sacramento.
  4. Acto seguido, se recita o canta la Letanía de los Santos, junto al salmo Deus, in adjutórium meum inténde, los responsos y las oraciones siguientes (seguidas éstas por las Oraciones propias de la Letanía):
    • Colecta del Santísimo Sacramento: Deus, qui nobis sub Sacraménto mirábili passiónis tuæ memóriam reliquísti: tríbue, quǽsumus, ita nos Córporis et Sánguinis tui sacra mystéria venerári; ut redemptiónis tuæ fructum in nobis júgiter sentiámus.
    • Colecta de Santa María (cambia según el tiempo litúrgico):
      • Desde la Domínica I de Adviento hasta el 23 de Diciembre inclusive: Deus, qui de beátæ Maríæ Vírginis útero Verbum tuum, Ángelo nuntiánte, carnem suscípere voluísti: præsta supplícibus tuis; ut, qui vere eam Genetrícem Dei credimus, ejus apud te intercessiónibus adjuvémur.
      • Desde el 29 de Diciembre hasta el 2 de Febrero inclusive: Deus, qui salútis ætérnæ, beátæ Maríæ virginitáte fœcúnda, humáno géneri prǽmia præstitísti: tríbue, quǽsumus; ut ipsam pro nobis intercédere sentiámus, per quam merúimus auctórem vitæ suscípere, Dóminum nostrum Jesum Christum, Fílium tuum.
      • Per annum: Concéde nos fámulos tuos, quǽsumus, Dómine Deus, perpétua mentis et córporis sanitáte gaudére: et, gloriósa beátæ Maríæ semper Vírginis intercessióne, a præsénti liberári tristítia et ætérna pérfrui lætítia.
DÍA SEGUNDO
  1. Misa votiva Solemne Pro pace, y conmemoración del Santísimo Sacramento (Oración, Secreta y Postcomunión). A menos que el día tenga una fiesta litúrgica de grado mayor (en cuyo caso se celebra la Misa del día), esta Misa votiva se debe ofrecer en un altar lateral con ornamentos morados (No se permite Misa de Réquiem durante las Cuarenta Horas).
DÍA TERCERO
  1. Misa Solemne en honor al Santísimo Sacramento (Misa de reposición).
  2. Finalizada esta Misa, el Sacerdote se despoja del manípulo y la casulla, y revestido con la capa pluvial, comienza inmediatamente la Letanía de los Santos, que proseguirá hasta el responso Dómine, exáudi oratiónem meam.
  3. Acto seguido, incensa el Santísimo Sacramento y toma lugar la procesión, durante la cual se canta el Pange lingua.
  4. Una vez colocado el Santísimo Sacramento en el trono, al final de la procesión, el coro canta el Tantum ergo Sacraméntum, finalizado éste el Sacerdote dice el responso ℣. Panem de Cœlo præstitísti eis℟. Omne delectaméntum in se habéntem. Siguen las oraciones y la bendición con el Santísimo Sacramento. Así finalizan las Cuarenta Horas.
 
Las Cuarenta Horas en la forma precisa de su institución, es decir con un turno anual de adoración ininterrumpida de iglesia en iglesia, son posibles solamente en las grandes ciudades, donde existe abundancia de iglesias y de adoradores. Estas se conservan todavía en Roma, Milán y Génova, así como en Liverpool y Westminster.
 
De una forma, sin embargo, esporádica y menos duradera, excluida siempre la adoración nocturna, florecen en muchísimas parroquias de Italia y de otras naciones, en donde fueron generalmente introducidas desde los siglos XVII y XVIII, fijándolas en los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza con la Finalidad particular de oponer una función reparadora a los abusos de carnaval. La iniciativa de este servicio eucarístico partió de Macerata de las Marcas en el 1556. En el carnaval de aquel año, queriéndose representar en el teatro una comedia obscena, dos misioneros jesuitas, para retraer y apartar de allí a la gente más sana del pueblo, concibieron la idea de exponer durante Cuarenta horas el Sacramento con todo lujo de flores y luces como expiación y penitencia. La prueba resultó de maravilla; el pueblo, despertada la fe, no dudó en preferir la iglesia a la escena. El piadoso ejercicio encontró buen ambiente; se extendió rápidamente primero en las casas y colegios de la Compañía, después en las iglesias y en las parroquias, en las que todavía actualmente se celebra como acto de amor y de solemne reparación a Jesús Sacramentado.

Por este ejercicio devoto, se otorgan las siguientes Indulgencias, aplicables también a las Benditas Ánimas del Purgatorio:
  • Indulgencia Plenaria a cuantos, después de confesados y recibida la Comunión, visiten el Santísimo Sacramento durante las Cuarenta Horas y recen seis Padrenuestros, con otras tantas Avemarías y Glorias por las intenciones generales de la Santa Iglesia.
  • Indulgencia de 10 años y otras tantas cuarentenas por cada visita al Santísimo Sacramento durante las Cuarenta Horas hecha con verdadera contrición y firme propósito de acudir a la Confesión (Confirmada por el Papa Pío IX mediante rescripto de la Sagrada Congregación de Indulgencias fechado a 26 de Noviembre de 1876)
  • Durante el tiempo de exposición, todos los altares de la iglesia donde se realicen las Cuarenta Horas son Privilegiados -se otorga Indulgencia Plenaria al alma por el cual el Sacerdote celebre la Misa- (Papa Pío VII, Rescripto del 10 de Mayo de 1807. Confirmado por el Papa León XIII mediante rescripto de la Sagrada Congregación de Indulgencias fechado a 8 de Diciembre de 1897, donde se realicen las Cuarenta Horas al modo romano).

martes, 21 de junio de 2011

DE LA TIBIEZA ESPIRITUAL

Desde MILES CHRISTI


¿Qué es la tibieza?



La tibieza es sentir apatía hacia lo espiritual

La tibieza consiste en un relajamiento espiritual: frena las energías de la voluntad y retarda pesadamente los movimientos del vivir cristiano. Se caracteriza por la aridez del espíritu frente a las cosas de Dios. Muchas veces, es una aridez consciente, como quien estando en un cuarto donde hace mucho frío y teniendo un fuego en la chimenea, la persona no se acerca a él. Siente el frío, pero no tiene el ánimo ni el coraje para acercarse al calentador.

Síntomas:

  • Desaliento o frialdad de la indiferencia: Se apodera de la voluntad en forma paulatina hasta hacerla caer en un estado de terrible indiferencia.
  • La relajación del espíritu: El jóven y el adulto vanidosos y hambrientos de notoriedad, se convierten, especialmente, en presas fáciles de este letargo o conformismo. 
  • El individuo se conforma con valores, actitudes y comportamientos lejanos del ideal cristiano. Entre las posibles clases de conformismo podemos distinguir el conformismo de las costumbres y el de las ideas. Pero los actos pecaminosos no son peores que la ociosidad. Si no incurrimos en hacer el mal, pero nos reclinamos cómodamente en nuestras sillas, y permanecemos inertes olvidando hacer el bien, caemos también en una forma de tibieza espiritual.
  • La necesidad de sastisfacciones inferiores: La persona siente un gran disgusto al hacer las cosas que anteriormente le llenaban de satisfacción: la oración, leer la Biblia, evangelizar, mostrar los frutos del espíritu etc. Empieza a claudicar y cambia sus valores por otros menos valiosos.
  • Cuando la persona consagrada no vive por convicción interna sino por miedo a defraudar la imagen proyectada por otros en ella; cuando se hacen las cosas solo por ganarse la estima de alguien, cuando el valor y la convicción personal son deficientes...la persona actúa por respeto humano, por el qué dirán, y eso es un cristianismo de apariencias. Un cristianismo que se trata de aparentar un día a la semana... pero no se vive con convicción el resto de la semana.Congregaciones enteras pueden estar en esta condición, como fue el caso de Laodicea en los días de Juan. Vida fácil, comodidad y placer eran cosas a las que aquellos cristianos estaban acostumbrados.

La Biblia nos dice: Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución. ¿Por qué entonces parece adormecida la persecución en nuestros días?. El único motivo es que la iglesia se ha conformado a las reglas del mundo y por lo tanto no despierta oposición." Si el cristianismo es aparentemente tan popular en el mundo, ello se debe tan sólo al espíritu de transigencia, a que las grandes verdades de la Palabra de Dios son miradas con indiferencia y a la poca piedad vital que hay en la iglesia. Revivan la fe y el poder de la iglesia primitiva y el espíritu de persecución revivirá también, y el fuego de persecución volverá a encenderse. 


  • El horror al sacrificio: En las vidas tibias, automáticamente queda fuera el espíritu de sacrificio. Todo cuanto implique sacrificio, renuncia, esfuerzo o lucha, queda descargado.
  • Otros síntomas: Fiebre de un temperamento iracundo / Inflamación de la lengua chismosa y calumniosa / Mal aliento del lenguaje profano / Palpitaciones de un corazón mundano / Falta de energía para trabajar por Cristo y por la verdad / Cabeza hinchada de orgullo / Laringitis que nos impide orar y compartir la fe con otros.Esta enfermedad se vuelve degenerante por que no nace de un día para otro. Todo comienza por detalles mínimos hasta llegarse a convertir en un hábito. Se vive con tranquilidad, y no se hace nada para salir de ella. La tibieza se convierte así en un proceso donde la conciencia se va apagando poco a poco hasta llegar al punto donde ya no reclama, donde todo lo justifica, donde ya sólo se ve la propia conveniencia.

Muchas de nuestras iglesias han dejado de ser hospitales para los enfermos espirituales y se han convertido en funeraria para los muertos espirituales. Muchas, así como dijera Jesús en Mateo 23 :27, están llenas "de huesos muertos y de toda inmundicia". Muchas otras son tan frías entre sus miembros como un congelador, abundando en ellas la crítica y la falta de misericordia. "Vibran iniquidad y vileza en Las iglesias; sin embargo, sus miembros profesan ser cristianos, la profesión que hacen, sus oraciones y sus exhortaciones, son abominación a la vista de Dios... el manto de la religión cubre los mayores crímenes e iniquidades. "
"Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente te vomitaré de mi boca. Porque tu dices: Yo soy rico y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por lo tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la verguenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé pues celoso y arrepiéntete. He aqui yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oíga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (Apocalipsis 3: 15-22) 

En otras palabras, los cristianos invocan el nombre de Cristo, nombre que da vida; sin embargo, muchos de ellos yacen muertos o agonizantes . La iglesia de Sardis padecía de este mismo mal, encubría sus pecados. "Tienes nombre de que vives, y estás muerto". Apocalipsis 3:1.

No es necesario ser un asesino, un ladrón, un traficante de drogas, un adúltero o un criminal para ser transgresor de la ley de Dios. Podemos ofenderle, siguiendo como doctrinas mandamientos de hombres. El que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto se hace culpable de todos. (Santiago 2:10)

Todos hemos sido infectados con el virus del pecado, y si no aplicamos el tratamiento, este virus nos llevará a la muerte eterna (Romanos 3:23; 6:23). Cuando descuidamos la fe, dejamos de comer el pan de vida, dejamos de creer en Jesús y de beber el agua de la vida; como resultado, enfermamos espiritualmente. No existe una cura inmediata para la enfermedad espiritual. Jesús es el único remedio. Él es el médico supremo.

La iglesia es un hospital que necesita de los remedios divinos. Cristo nos ama a cada uno de nosotros y anhela ayudarnos. También está dispuesto a visitarnos en nuestra propia casa. En Apocalipsis 3: 20 leemos que él está a la puerta y llama. ¿Le permitiremos entrar?

Dice Jesús, Divino Redentor: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo."

domingo, 19 de junio de 2011

SERMÓN DEL DÍA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, POR EL PADRE JUAN CARLOS CERIANI

Desde Radio Cristiandad



Contemplados los Misterios de la Encarnación, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, de su Gloriosa Ascensión a los Cielos y del envío del Espíritu Santo, la Santa Liturgia nos invita hoy a considerar y meditar el Misterio de la Santísima Trinidad.

La Iglesia honra a la Santísima Trinidad todos los días del año, y principalmente los Domingos; pero le hace una Fiesta particular el Primer Domingo después de Pentecostés para darnos a entender que el fin de los Misterios de Jesucristo y de la venida del Espíritu Santo ha sido llevarnos al conocimiento de la Santísima Trinidad y a su adoración en espíritu y verdad.

Este misterio es el más grande de todos los misterios, pues de todos es principio y fin.

Los doctores sagrados lo llaman sustancia del Nuevo Testamento

Para conocerlo y contemplarlo han sido creados en el Cielo los Ángeles y en la tierra los hombres…



Para revelar y enseñar con más claridad lo prefigurado en el Antiguo Testamento, Dios mismo descendió de los Ángeles a los hombres: Nadie vio jamás a Dios; el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, Él nos lo ha revelado…



Así pues, quien escriba o hable sobre la Trinidad siempre deberá tener ante la vista lo que prudentemente monesta Santo Tomás: “Cuando se habla de la Trinidad, conviene hacerlo con prudencia y humildad, pues —como dice Agustín— en ninguna otra materia intelectual es mayor o el trabajo o el peligro de equivocarse, o el fruto una vez logrado.”


El peligro procede de confundir entre sí, en la fe o en la piedad, a las divinas Personas, o de multiplicar su única Naturaleza, al distinguir las Personas; pues la fe católica nos enseña a venerar un solo Dios en la Trinidad y la Trinidad en un solo Dios.

La verdad contenida en el Misterio de la Santísima Trinidad es, pues, la de Dios uno en tres Personas realmente distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Entrando en la consideración de este Misterio, decimos, en primer lugar, que la fe cristiana cree y confiesa un solo Dios: único en naturaleza, en sustancia y en esencia.

Y, elevándose todavía más, la fe de tal manera entiende esta Unidad, que venera la Unidad en la Trinidad y la Trinidad en la Unidad.

Porque tres son las Personas en Dios: el Padre, que es ingénito; el Hijo, que es engendrado por el Padre desde toda la eternidad, y el Espíritu Santo, que eternamente procede del Padre y del Hijo.

En una única esencia divina, es el Padre la Primera Persona; el cual, con su Unigénito Hijo y con el Espíritu Santo, es un solo Dios y un solo Señor; no en la singularidad de una única Persona, sino en la Trinidad de una sola Sustancia.

Las Tres divinas Personas se distinguen entre sí únicamente por sus propiedades.

Sería absurdo y herético suponer cualquier diferencia o desigualdad entre ellas.

Es propio del Padre el ser ingénito; del Hijo, el ser engendrado por el Padre; y del Espíritu Santo, el proceder del Padre y del Hijo.

De esta manera reconocemos tal identidad de esencia y sustancia en las Tres Personas divinas, que, al confesar al verdadero y eterno Dios, creemos debe ser adorada piadosa y santamente:


  1. La propiedad en las Personas,
  2. La unidad en la Esencia,
  3. Y la igualdad en la Trinidad.

Tratándose, por lo demás, del más difícil y sublime misterio de la Revelación, bástenos retener con religiosa exactitud los vocablos de Esencia y Persona, con los que está formulado el misterio, y creer que la unidad está en la Esencia, y la distinción en las Personas.

No puede pensarse ni siquiera imaginarse disparidad o diferencia alguna en las divinas Personas, siendo única e idéntica la esencia, voluntad y poder de las Tres.

Sin embargo, con gran propiedad, la Iglesia acostumbra atribuir al Padre las obras del poder; al Hijo, las de la sabiduría; al Espíritu Santo, las del amor.

No porque todas las perfecciones y todas las obras ad extra no sean comunes a las tres divinas Personas, pues indivisibles son las obras de la Trinidad, como indivisa es su esencia, porque así como las tres Personas divinas son inseparables, así obran inseparablemente; sino que, por una cierta relación y como afinidad que existe entre las obras externas y el carácter propio de cada Persona, se atribuyen a una más bien que a las otras, o —como dicen los teólogos— se apropian.

Después de haber considerado brevemente lo que nos enseña la teología, sigamos ahora a los autores espirituales y examinemos lo que exige este misterio a las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad.

En primer lugar, creyendo en el misterio de la Santísima Trinidad, rendimos el más esplendido homenaje a la veracidad de Dios.

En efecto, cuando Dios se nos muestra como Creador y gobernando estos mundos innumerables, dirigiendo el sol y los cielos en su camino, no honramos sino medianamente, por la fe estas hermosas verdades, porque en esto nuestra razón y su palabra se encuentran unidas, y ello no nos cuesta sacrificio alguno.

En cambio, cuando nos revela y enseña el misterio de la Trinidad, Tres Personas distintas en una sola Naturaleza…, una Esencia indivisible en Tres Personas, las Tres eternas, todopoderosas, inmensas, infinitas y, sin embargo, un solo eterno, todopoderoso, inmenso, infinito…; Tres Personas, en fin, que no son una sola persona, sino un solo Dios, entonces damos a la palabra divina, aceptando lo que nos dice, el homenaje más espléndido que puede dársele.
Aquí, nuestra razón, después de haber agotado todos sus recursos, no pudiendo ya apoyarse en sus propias concepciones, cae abismada en el sentimiento de su impotencia para comprender lo que se le revela; al honrar a Dios por el anonadamiento de sí misma, se prosterna con respeto y amor ante la veracidad divina, y le dice con santo entusiasmo: ¡Oh Dios! Vos lo habéis dicho y esto me basta; ello es así, y lo creo en virtud de vuestra palabra. Demasiado feliz con ser ilustrado por Vos sobre lo que sois Vos mismo, creo en vuestra palabra sin vacilar. Si os comprendiera, mi fe sería menos honrosa para Vos, menos meritoria para mí, y me cautivaría menos. Precisamente, porque en esta materia nada comprendo, me complazco en confesar la Trinidad: al Padre eternamente fecundo y Padre desde el principio; al Hijo engendrado por el conocimiento que tiene Dios de sí mismo; al Espíritu Santo, que procede del amor sustancial que une al Padre y al Hijo…

Seguidamente, creyendo en el misterio de la Santísima Trinidad, rendimos el mas magnifico homenaje a la grandeza de Dios.

De tal modo es esto cierto, que cuanto más fuera de nuestro alcance está lo que la Revelación nos enseña respecto a Dios, tanto más lo engrandece en nuestro espíritu.

Si la Revelación sólo nos enseñara cosas perfectamente comprensibles, podríamos tal vez decir: nos engaña, empequeñece a Dios; porque el Ser infinito no puede caber en los estrechos límites de una inteligencia creada y, por consiguiente, esencialmente limitada.

Pero, cuando nos muestra el misterio de la Santísima Trinidad, entonces no podemos menos que exclamar: ¡Oh Dios! esto sí que es digno de Vos, precisamente porque nuestra inteligencia no puede alcanzar tanta elevación. Esta es la prueba de vuestra grandeza. Si os comprendiese, no seríais infinito, no seríais Dios.

A continuación, el misterio de la Santísima Trinidad es el encanto de nuestra esperanza.

Si nos consideráramos sólo en nosotros mismos, con nuestra impotencia para todo lo bueno, nuestra tendencia al mal y las faltas que hemos cometido, tendríamos por qué temer; pero, al contemplar las Tres divinas Personas, al instante renacen en nosotros la esperanza y la felicidad.

Vemos, en la Primera de las Tres divinas Personas, un Padre que nos ama hasta llamarnos y hacernos realmente sus hijos; en la Segunda, un Mediador que ofrece su Sangre en pago de nuestras deudas, un pontífice que ruega por nosotros; y, en la Tercera, un abogado y consolador consagrado a nuestra santificación.

Por estos dulces Nombres el Bautismo nos regeneró, la Confirmación nos hizo perfectos cristianos, la Penitencia perdona nuestras culpas, el Matrimonio une a los fieles y el Orden consagra a los sacerdotes.

Con estos dulces nombres, la Iglesia bendice a sus hijos y comienza y termina sus oraciones.

¡Sí! El misterio de la Trinidad es el apoyo, la fuerza y el encanto de la esperanza cristiana.

Finalmente, el misterio de la Trinidad es el embeleso de la caridad

Nada excita más amor en el corazón que el pensamiento del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Nunca Dios se muestra más Dios que cuando, al penetrar en el secreto de la Trinidad, contemplamos sus inefables operaciones, las divinas grandezas plenamente conocidas por el Padre, alabadas como ellas lo merecen por el Verbo y amadas dignamente por el Espíritu Santo.

Jamás la caridad ha estimulado más nuestro corazón para que exclame: Sí; verdaderamente, Dios es caridad

El Padre del Verbo eterno, quiere también serlo nuestro:

Padre de la creación, puesto que nos ha dado el ser y la vida;

Padre por la providencia, puesto que tiene tan gran cuidado de los hijos que ha puesto en el mundo;

Padre por la predestinación, puesto que, desde la eternidad, nos ha concebido como hijos adoptivos en el seno mismo en que engendró a su Verbo;

Padre por la predicación de su Evangelio;

Padre por la regeneración del Bautismo;

Padre por la gracia santificante que infunde en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que nos permite exclamar con confianza, diciéndole: ¡Padre mío! ¡Padre mío!;

Padre, en fin, por el amor que no tiene semejante en padre alguno; amor inconcebible, que llega hasta inmolar a su unigénito por salvarnos a nosotros de la muerte.

¿Qué hay, pues, más amable que las Tres Personas de la Santísima Trinidad?

Disponemos, pues de este hermoso día para festejar y homenajear a la Santísima Trinidad. Hagámoslo lo mejor posible, según las posibilidades de esta tierra…

Decía el Padre de Chivré: Cuando se ha dado la vuelta completa a través de las solemnidades humanas, comprendidas las de la Iglesia, a pesar del verdadero respeto que merecen por lo que representan, uno vuelve un poco vacío y triste

¿Qué hemos de hacer, pues, para celebrar los más dignamente esta fiesta mientras aguardamos hacerlo por la eternidad en el Cielo?

Hemos de hacer cinco cosas:
  1. Adorar el misterio de Dios Uno y Trino; 
  2. Dar gracias a la Santísima Trinidad por todos los beneficios temporales y espirituales que de Ella recibimos;
  3. Consagrarnos totalmente a Dios y rendirnos del todo a su divina Providencia;
  4. Pensar que por el Bautismo entramos en la Iglesia y fuimos hechos miembros de Jesucristo por la invocación y virtud del nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
  5. Determinarnos a hacer siempre con devoción la señal de la Cruz, que expresa este misterio, y a rezar con viva fe e intención de glorificar a la Santísima Trinidad aquellas palabras que tan a menudo repite la Iglesia: Gloria sea al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.