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miércoles, 28 de julio de 2021

MES EN HONOR A SANTA ANA (DÍA 28)

Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
    
DÍA VIGESIMOCTAVO
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
     
MEDITACIÓN: Viudez de Santa Ana.
Santa Ana, prevenida por la gracia desde su infancia, fue siempre grata a los ojos de Dios, el cual, después de hacerla lucidísimo espejo de vírgenes y de casadas, la ofreció como espejo a las santas matronas.
 
Ella, dice la Venerable María de Jesús de Ágreda, por voluntad divina se casó con Joaquín a los venticuatro años, veinte fue estéril y sobrevivió hasta el duodécimo de su hija.
  
De otro lado, la viudez de Santa Ana fue llena de todas las gracias celestiales como expresamente se lee en los Salmos: Bendeciré su viudez largamente.
  
Privada de toda consolación humana, la buscó sólo en Dios, en el cual tenía puesta toda su esperanza. Día y noche, perseverante en la oración y meditación, puede decirse de ella que su habitación era un oratorio doméstico, su entretenimiento la súplica, su vida la mortificación y el ayuno, repartiendo con el templo y los pobres sus pequeñas rentas.
  
El modo como pasó Santa Ana los últimos años de su vida, nos lo da a conocer el grande amor que tenía al Señor.
  
Sentía que avanzando en años se le acercaba el tiempo fijado por los divinos decretos para ser llamada al seno de Abraham y de los Santos Profetas. Como el movimiento se hace siempre más veloz hacia el fin, así se intensificaron sus oraciones, sus penitencias para hacerse más y más digna. No fue una vida común y terrena, la suya, sino una vida extraordinaria y celestial, en la cual las dulzuras divinas alternaban con sus amorosos sentimientos. Ella había amado a su Señor hasta el sacrificio el más heroico, le había amado a pesar de todas las aflicciones y no podía dejar de suspirar por abrazarse con Él y así gozarlo y amarlo eternamente.
 
He aquí, ¡oh cristiano! cual debe ser la vida de un verdadero devoto de Santa Ana. ¡Ah!, debes de corazón imitar los ejemplos de la que te agrada honrar. El Señor nos la mostró en todos los estados, a fin de que el niño y la virgen, el soltero y la viuda, el alegre y el afligido, el pobre y el rico, todos encontrasen en ella, que es la madre de la Reina del universo, un perfectísimo modelo que imitar.
  
Su vida, desde la cuna a la tumba, fue siempre inmaculada y llena de virtudes. Desde el primero al último respiro tuvo a Dios en la mente y el corazón y la observancia de su santa ley formó su riqueza más codiciada. ¡Oh dichoso tú, cristiano, si Santa Ana hallare en ti semejanza! Sintió todas las fatigas de los diversos estados, a fin de que investida de gran poder, pudiese tener corazón para socorrerlas todas.
 
Pongamos en parangón el amor de Santa Ana con el nuestro para con Dios y propongamos aumentarlo si queremos también nosotros acabar santamente la vida.
   
EJEMPLO: Lo que sigue nos prueba que Santa Ana socorre prontamente a quien con fe la invoca.
  
En el año 1631 un joven francés viajando por Alemania fue asaltado por unos ladrones, robándole cuanto llevaba y dejándolo en tierra mortalmente herido.
  
Hallado en tal estado, fue transportado al pueblo vecino donde se le presentaron los socorros más urgentes, pero su estado continuaba siendo gravísimo.
  
Sabiendo que en aquellos días debía pasar por allí en procesión una reliquia de Santa Ana, procesión que se hacía por tradicional devoción, sintió deseo de impetrar a la Santa su curación.
  
A tal fin se hizo llevar a la ventana para ver el relicario, hacerle votos y enviarle besos y flores. Fue inmediatamente bien despachada su petición; desaparecieron las heridas, cesaron los dolores y lleno de regocijo y conmovido, bajó las escaleras, se asoció a la procesión y contó a todos el milagro obtenido, milagro resonante que fue contado entre los muchos otros obrados por la Santa.
   
OBSEQUIO: Roguemos a Santa Ana a fin de que la hora de nuestra muerte sea tranquila.
   
JACULATORIA: Benignísima Santa Ana, asistidnos en nuestra hora postrera.
   
ORACIÓN
¡Oh dignísima madre de la Madre de mi Señor!, admiro vuestra vida, siempre irreprensible y santa en presencia del Cielo y de la tierra; y cuanto más deseo copiarla en mí, tanta mayores dificultades siento.
  
Por lo mismo, confieso a vuestros pies que, sin vuestro auxilio yo nada puedo. Ea, benignísima Señora, por aquellas copiosas bendiciones con las cuales el Señor os acompañó y previno en todas las circunstancias de vuestra vida, no me desechéis; acogedme bajo vuestro manto, estrechadme contra vuestro corazón para que jamás ofenda a mi Dios.
  
Yo me consagro todo a Vos en vida y en muerte, y espero con vuestra ayuda seguir el camino de salvación, para allegar después a cantar en el Cielo vuestra gloria. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
    
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
        
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)