PRÓLOGO
Como los modernistas siguen con su afán de hacer “santos” a todo lo que da, y las más veces para hacer que los Santos tradicionales sean puestos en olvido, traemos traducido del francés este artículo publicado en la revista de la Liga de Contra-Reforma Católica La Renaissance Catholique, Nros. 172-173 (Noviembre-Diciembre de 2009), sobre Marcelo Văn, un novicio redentorista vietnamita.
Marcelo Văn ha venido a ser muy popular en parte por el maltrato sufrido primero en la escuela parroquial, y después en los campos de concentración comunistas, en parte por el reclamo de ser “el hermano menor” de Santa Teresita del Niño Jesús, en cuanto que sus ideas pretenden ser similares, cuando la verdad es que son todo lo contrario. La Santa de Lisieux, aún en la mística, no se escudaba en esta para desentenderse de la realidad de la Iglesia de su tiempo, lo que no sucede con el vietnamita (que además incluye errores doctrinales como que los niños sin bautizar son miembros de la Iglesia, lo que riñe con el mandato evangélico de «bautizar a todas las gentes»).
El artículo revela los errores de Marcelo Văn, su carácter heterodoxo, y sobre todo, que sus escritos y “conversaciones místicas” (prologadas estas últimas por el cardenal ultramodernista Christoph von Schönborn OP) son reminiscentes de la herejía quietista de Miguel de Molinos.
Como los modernistas siguen con su afán de hacer “santos” a todo lo que da, y las más veces para hacer que los Santos tradicionales sean puestos en olvido, traemos traducido del francés este artículo publicado en la revista de la Liga de Contra-Reforma Católica La Renaissance Catholique, Nros. 172-173 (Noviembre-Diciembre de 2009), sobre Marcelo Văn, un novicio redentorista vietnamita.
Marcelo Văn ha venido a ser muy popular en parte por el maltrato sufrido primero en la escuela parroquial, y después en los campos de concentración comunistas, en parte por el reclamo de ser “el hermano menor” de Santa Teresita del Niño Jesús, en cuanto que sus ideas pretenden ser similares, cuando la verdad es que son todo lo contrario. La Santa de Lisieux, aún en la mística, no se escudaba en esta para desentenderse de la realidad de la Iglesia de su tiempo, lo que no sucede con el vietnamita (que además incluye errores doctrinales como que los niños sin bautizar son miembros de la Iglesia, lo que riñe con el mandato evangélico de «bautizar a todas las gentes»).
El artículo revela los errores de Marcelo Văn, su carácter heterodoxo, y sobre todo, que sus escritos y “conversaciones místicas” (prologadas estas últimas por el cardenal ultramodernista Christoph von Schönborn OP) son reminiscentes de la herejía quietista de Miguel de Molinos.
Personajes como este hacen recordar las palabras que Nuestro Señor dijera a la Beata Ana María Taigi el 14 de abril de 1830:
«Yo te hablé para no seguir los santos modernos, sino aferrarte a los antiguos, porque los santos modernos, siendo todos o casi todos falsos, te habrían estragado» (Vol. VIII, págs. 519-521).Por lo que en esta tribuna insistimos y recordamos las devociones tradicionales.
¡De las falsas devociones, LÍBRANOS, SEÑOR!
JORGE RONDÓN SANTOS
10 de Julio de 2021 (Año Mariano “Espada de Lepanto”)
Fiesta de Santa Felicidad y sus siete
hijos Genaro, Félix, Felipe, Silvano, Alejandro, Vital y Marcial,
Mártires de la Fe; de las Santas Rufina y Segunda, Mártires de la Fe.
Nacimiento del Beato Juan Bautista de la Concepción O.Ss.T. Disc.
Tránsito de Rodrigo Díaz de Vivar “Cid Campeador”. Fundación de Dublín;
Asalto de San Cristóbal de La Habana por el pirata francés Jacques de
Sores; Incendio de la Villa de Almazán por las tropas bonapartistas.
MARCELO VĂN, ¿UN SANTO PARA NUESTROS TIEMPOS?
Marcelo Văn es un joven religioso redentorista, muerto en 1959, a los 31
años, en las cárceles comunistas de Vietnam del Norte. Muy devoto de Santa Teresita del Niño Jesús
(de la cual se consideraba como «el hermano menor»), su notoriedad se
expande actualmente en todo el mundo, y notablemente en el movimiento
carismático o en nuevas comunidades como Marie-Jeunesse, o incluso por
medio de los benedictinos de San Vandresigilo y de
la asociación «Enfants du Mékong». ¡Se deja entender que su radiación
superó demasiado la de su santa «hermana mayor» ! El cardenal Nguyễn Văn
Thuận, presidente del Pontificio Consejo Justicia y paz bajo
Juan Pablo II, fue un ferviente promotor de la causa de aquel que había
sido su condiscípulo en el seminario. En Francia, se constituyó una
«asociación de amigos de Văn». Mons. Guy Gaucher y el padre Pierre
Descouvemont,
grandes especialistas de la santa de Lisieux, se interesaron. Incluso el
seminario de Ars no temió poner bajo su patronato los jóvenes
candidatos al sacerdocio.
Los
primeros pasos con la Congregación para las causas de los santos se
emprendieron en 1984 por el obispo de la diócesis de Saint-Jérôme, donde
la hermana de Văn fue monja redentorista. Ellos condujeron, en 1986, a
la apertura de su proceso de beatificación.
Por sus escritos, traducidos al francés por su antiguo maestro de novicios, podemos contar su vida y examinaremos el mensaje de Văn,
que «llega como un testimonio tonificado de la gran esperanza. Él llevó
hasta el final el combate de la confianza, y toda su vida nos dice que
el miedo siempre será vencido por la infancia. El horror deja el lugar a
la aurora... El Amor no puede morir más». (Padre Marie-Michel, Presentación de la vida de Marcel Văn)
Entonces, Marcel Văn, ¿un santo para nuestros tiempos? Veámoslo.
UN JOVEN RELIGIOSO LLENO DE GRACIAS
Es en octubre de 1944, luego que es admitido al postulantado de los Redentoristas de Hanói que la santidad
de Marcel Văn comienza a aparecer. Tenía dieciséis años. Sus comienzos
en la vida religiosa no fueron fáciles: algunos cofrades lo hallaban
demasiado joven, y debía evitar los trabajos duros por sus débiles
fuerzas. Con todo, se sentía «transportado por una importante corriente de amor».
Él
dio cuenta con sencillez a su maestro de novicios, el Padre Antonio
Boucher, redentorista canadiense de treinta y nueve años, que pasó diez
años en Vietnam. Él quedó impresionado, tanto por la apertura de alma de
su postulante como por su coraje y su fervor.
En junio de 1945, el hermano Marcel le confía: «Yo vi a Jesús que, viniendo de lejos, marchaba hacia mí. Él avanzaba con rostro impasible y lleno de dulzura. (…) Lo que me golpeó sobremanera fue la bondad de su mirada... una mirada que reflejaba el amor infinito de su corazón. (…) Jesús
vino a mi lado, y me vi luego cambiado en un niño pequeño de dos o tres
años. Pasado el tiempo de asombrarme que él se sentara sobre un
pedestal de piedra, me tomó en sus brazos y me estrechó sobre su Corazón». El hermano Marcel vio luego una multitud inmensa encolerizada, «compuesta por gentes de todas condiciones (…) que avanzaban, con aire amenazante, portando cada uno sobre la frente un signo parecido».
Ante Jesús, algunos blasfemaba, otros le arrojaban piedras nada más
tenerlo a la vista, pero no alcanzaban sino a los brazos o a las
piernas.
Ahora, Jesús miraba a la multitud con un inmenso amor. «En viéndolos
persistir en su loca actitud, tuvo compasión de ellos y dejó correr una a
una sus lágrimas sobre sus mejillas. Lloré con él y sentí en mi corazón
un gran dolor capaz de hacerme morir. Pero contemplando la ternura de
su mirada, me sentí reconfortado. Antes que la multitud llegara allá,
Jesús me miró y me dijo: “¡Hijo mío, ora mucho y haz numerosos
sacrificios por todos estos hombres desdichados! ¡Sálvalos conmigo!”».
Luego Jesús le dio un beso a Văn, y le recomendó no olvidar nada, y
desapareció poco a poco.
Inmediatamente
después de esta visión, el Hermano Marcel decidió orar por la
conversión del médico de la comunidad, notorio francmasón, intuyendo su
muerte inminente. Al día siguiente, supo de hecho que murió súbitamente.
Pero el novicio estaba persuadido que se había salvado, y pidió una
señal: que su padre se confesara y comulgara en el año. Tres días más
tarde, un compatriota suyo supo que su padre se confesó y comulgó por
Pascua.
Estos
hechos impresionaron vivamente al maestro de novicios, que le dio la
orden al joven religioso de escribir sus memorias. Al comienzo
desconcertado, el hermano Marcel se puso a la obra, alentado por el
ejemplo de Santa Teresita, que escribió en su Historia de un alma:
«Si una florecilla pudiera hablar, diría simplemente lo que el Buen
Dios ha hecho por ella, sin tratar de ocultar so pretexto de humildad
los regalos que Él le ha hecho». Y bien, el hermano Marcel nos contará
con toda simplicidad los dones maravillosos que recibió de Dios y que
debían ciertamente hacerlo un gran santo. Luego él nos previene: «Quiero
tomar por modelo la misma historia de Santa Teresita. Por consiguiente,
si, en mi relato, se encuentran pasajes parecidos, no tendrá que
reírse, ni acusarme de plagiarla. Están allá en realidad los vínculos de
encuentro de nuestras dos almas. Cada flor tiene su perfume propio:
Teresita es la flor, y yo el pétalo. ¿Cómo no podría yo parecérmele?».
UN NIÑO EXTRAÑO
De
hecho, las semejanzas no aparecen del todo, porque un abismo separa la
infancia de Teresita en su casa de los Buissonnets en Alenzón, de
la de Văn en el delta del Río Rojo, entre Hanói y Hải Phòng.
Él
nació en Ngăm Giáo el 15 de marzo de 1928 y fue bautizado al día
siguiente bajo el patrocinio de San Joaquín. Ya tenía un hermano y una
hermana, y después de él nacería otra hermana. La atmósfera de su
familia es muy feliz en esta época, y también piadosa. Su madre dirá del
pequeño Joaquín que era un niño extraño, muy travieso y muy sensible.
Aunque enfermizo, hacía prueba de un temperamento testarudo, dominador e
inflexible. Pero obedecía inmediatamente si se le hablaba dulcemente.
Dotado
de una inteligencia precoz y superior, como también de una memoria
considerable, aprendió muy temprano sus oraciones sobre el regazo de su
madre.
A
los cuatro años, maduró y tomó por confidente a su hermana Lê, que ya
quería hacerse religiosa, lo que hará más tarde al entrar a las
redentoristas. Luego, Văn quiso hacerse santo. De hecho, su piedad
descollaba visiblemente sobre la de los niños de su edad; si el juego
podía hacerle olvidar la hora de cenar, no olvidaba jamás la de la
oración.
Nada
más a los cinco años, impresionado por la belleza de su hermana vestida
como niña de María, se ofrece secretamente a la Santísima Virgen.
«Desde este momento, sentí en mi corazón una alegría desbordante...
con la certeza que María me miraba, que ella le daba a mi alma una
sonrisa misteriosa».
Pero
en 1932 vino a nacer un afecto desbordante y posesivo sobre su hermana
menor Ana María Tê, tanto que sus padres se vieron obligados a confiarlo
a una tía que vivía en una aldea pagana. Esto fue para él su primer
contacto con un mundo hostil que lo obligaba a una mayor disciplina y a
sacrificios.
A
los seis años, volvió con su familia y va al catecismo para prepararse a
su primera comunión. Luego de su primera confesión, el sacerdote le
dijo: «Entre las faltas que te acusas, no hay nada que haga pesar al
Buen Dios. En adelante, en tu intención de hacerle agradar siempre,
debes esforzarte en conservar tu alma enteramente pura». Văn relata
también su primera comunión: «Mi corazón está invadido por una
alegría extraordinaria. No sé qué decir. No puedo más que derramar una
sola lágrima para expresar toda la bondad que supera mi alma... En un
instante, he devenido como una gota de agua en el inmenso océano. Ahora
no queda nada más que Jesús; y yo, no soy sino la pequeña nada de Jesús».
Él le pide dos cosas a Dios: la pureza para amarlo con todo su corazón,
y una fe sólida y perfecta para todos los hombres. ¡No olvidemos que
tenía apenas seis años!
Pero
su oración se ve en problemas luego que se le obliga a decir las
oraciones de acción de gracias con los otros niños, luego que él goza ya
de una unión con Dios. Él comenta: «Y Jesús presente en nuestras almas no ha oído sino las oraciones sin armonía con los sentimientos íntimos de cada uno». Y luego que alguien le habló de la oración espontánea, oye bien que «el
alma puede vivir en intimidad con Dios utilizando todas las maneras de
expresarle su amor... sin importar que emplee aquella palabra ordinaria
según las necesidades y los acontecimientos».
Después
de su confirmación, durante la cual sintió una primera atracción por la
vida religiosa, es enviado a la escuela. Pero no soporta el régimen
severo. «No puedo llamar a esta casa una escuela, sino un campo de
concentración para niños donde el profesor no era sino un verdugo cruel.
¡Detesté tanto esta escuela que no tenía sino un solo deseo: su
destrucción!».
Luego
de dos meses, su madre confía a este niño, aparentemente predestinado,
al anciano cura Joseph Nha, que entonces estaba encargado de la
importante parroquia de Hữu Bằng, a fin que le preparara al servicio de
Dios. Estamos en mayo de 1935, Văn tiene siete años.
UN NIÑO MALTRATADO
Comienza luego para el futuro hermano Marcel un largo período de
malos tratos que nos son contados muy detalladamente en su autobiografía. «Tenía
a su cuidado muchos jóvenes que parecían no tener conciencia y cuyo
único placer era el de maltratar y golpear a los niños. He debido
afrontar la misma suerte que los otros». Peor todavía. Alumno modelo, siendo citado como ejemplo por el cura, devino el dolor de cabeza de los «catequista tibios e indolentes».
Soportó todos estos maltratos con una grande paciencia. Una primera
vez, el cura se dio cuenta de la situación y castigó a los culpables,
pero las intimidaciones continuaron de otra forma. Sin importar
pretexto, le privaban de alimento y le hacían pagar caro sus comuniones.
Se
cirnió sobre él una tentación, que le hacía creer que querer comulgar
tan frecuentemente es de orgullo. Dejando de hacerlo, perdió la
admiración de su cura, que le retiró su afecto. Es la abyección total.
Ahora, incluso después de la expulsión de su torturador, no recuperó la estima del sacerdote. «Muy
ocupado en reparar su iglesia, olvidó completamente el Templo viviente
que yo era, y la responsabilidad que había asumido de elevar un altar y
encender la llama del Amor que ardería ante Dios noche y día».
Pasaron
los meses. No era más que el doméstico del cura en este presbiterio
donde la moral estaba singularmente relajada. La ruina de su familia,
que no le pudo pagar más su pensión, le redujo al estado de esclavo «que es tratado aún con un poco de humanidad, es decir, que no tiene el derecho de ser puesto a la muerte».
A pesar de todo, sigue bueno y se abandona en la Providencia. Él se dijo: «Dios
ha querido mostrarme estas cosas a fin que conozca mejor a los
sacerdotes, para sufrir y orar en su favor. Yo no seré sacerdote jamás:
por tanto, no es cierto que entre los sacerdotes en título se encuentren
muchos que comprendan su dignidad como la comprendí yo mismo». Su consolación es de ocuparse de los más pobres que él.
Cada
vez, tratará de hacer numerosos intentos de huida. En el curso de una
de ellas, es recibido en una familia de revolucionarios. Văn, lleno de
admiración por su patriotismo, escribió:
«Estas son las gentes que aman su país y sus compatriotas; pero
cuando se ven deshonrados y despreciados, sufren amargamente y buscan
liberarlos por todos los medios. Para dar esta libertad a la nación,
ellos toman el partido de esconderse y saben arriesgar su vida para
conseguir su ideal. En seguida me hallé tomando afecto por los
revolucionarios, y lloraba por aquellos que habían muerto… aunque ellos
hubieran seguido un fin opuesto a la religión, como el amable
revolucionario Trần Trung Lập… Oí decir que en el momento de su
ejecución, un sacerdote se acercó para asistirlo y lo trató de cerdo, emisario de los colonialistas franceses».
Esa noche, pensó en todo esto: «Me
vino la idea de ser también un revolucionario: luchar para crear un
mejor futuro para la Iglesia de Vietnam, reformar las parroquias,
alentar a los aspirantes al sacerdocio...».
LA GRACIA DE NAVIDAD EN 1940
Văn hacia los doce años
Pasemos
sobre el fracaso de sus evasiones, sobre la mala acogida de su familia y
sobre las consolaciones que recibió de la Santísima Virgen, para llegar
a la Navidad de 1940, a sus doce años. Después de una confesión
general, recibió, como Santa Teresita del Niño Jesús, su gracia de Navidad, en la misa de media noche, durante su acción de gracias.
«Abracé
a Jesús presente en mi corazón. Una alegría inmensa me invadió. Estoy
fuera de mí: he encontrado el tesoro más precioso de mi vida… ¿Por qué
mis sufrimientos me parecían tan bellos?
Imposible decirlo (…) En un instante, mi alma fue transformada.
No tengo más miedo al sufrimiento… Dios me confió una misión; la de
cambiar el sufrimiento en bondad. Basado en la fuerza del amor, mi vida
no será en adelante más que fuente de bondad…». Luego de eso, un miembro de su familia le contraría. «En
otra ocasión, no habría dejado de irme, pero de esta noche en adelante,
algo había cambiado. Calmadamente, cerré mi libro… Por una vez, había
sabido sufrir con alegría por amor de Jesús».
A
partir de entonces, su situación mejoró. Soportó con bondad varias
semanas con su tía. Su devoción a la Santísima Virgen se hizo más
ardiente y más demostrativa. Con todo, algunas semanas más tarde, luego
de una vejación por una cuestión de comida, él no comió más, y se
obstinó tanto que, al cabo de varios días, su tía lo echó.
De
regreso al presbiterio de Hữu Bằng, recibió la moción interior de hacer
voto de castidad, que hizo sobre el campo, ante la imagen de Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro en la sacristía. Sintió también un gran gozo
interior.
Al
odio de los malvados que padecía aún, opuso una perfecta dulzura, si
bien que en tres meses la atmósfera del presbiterio había cambiado
completamente.
EL HERMANO MENOR DE SANTA TERESITA
En
la navidad de 1941, entró al seminario de Lạng Sơn, puesto bajo el
patronato de Santa Teresita. Requirió toda la paciencia del superior
para que Văn superase su terror a los padres dominicos franceses que lo
tenían.
Después
de la invasión de la Indochina por Japón, en 1942, los seminaristas son
dispersados. Văn se encuentra con dos camaradas en una parroquia
dominica cerca a la frontera china. Allá, devora las biografías de
santos que todos le dejan insatisfechos, porque se sabe absolutamente
incapaz de practicar su ascesis. Luego, superado, decide leer un último
libro. Después de haber orado a la Santísima Virgen, se dirige a la
biblioteca, toma el contenido de un rayo, y lo arroja en grandes
cantidades sobre una mesa, después, al azar, toma un libro. ¿Su título? Historia de un alma.
«Apenas
había leído algunas páginas cuando dos torrentes de lágrimas corrieron
sobre mis mejillas inundando las páginas. Lo que me abrumó fue el
razonamiento de Teresita: “ Si Dios no se abajase sino hacia las
flores más bellas, su amor no sería tan absoluto, porque lo propio del
Amor es abajarse hasta el límite extremo ”.
Comprendí entonces que Dios es amor, que el Amor se acomoda a todas las
formas del amor. Yo puedo santificarme en medio de todas mis pequeñas
acciones… Una sonrisa, una palabra o una mirada, siempre que todo sea
hecho por amor. ¡Qué enhorabuena! Teresita es la respuesta a todas mis
preguntas sobre la santidad. Desde ahora, no tengo más miedo de
convertirme en santo. ¡Finalmente he encontrado mi camino!». Él tenía catorce años.
Lleno
de un gozo exuberante, le pide a la Santísima Virgen que le conceda las
mismas gracias que a Santa Teresita, y le pide que ella sea su hermana
espiritual. Ahora, unos días más tarde, luego que está solo en el bosque
no lejos del presbiterio, oyó una voz femenina:
«¡Văn, Văn, mi hermano menor!». Llamado, busca de dónde viene esta voz.
Luego, comprende: esta voz es espiritual, y emitiendo un grito de
alegría, exclama: «¡Oh, es mi hermana Teresita!».
Acto
seguido, esta le responde: «Sí, es precisamente tu hermana Teresita.
Estoy aquí para responder a tus palabras que han hecho eco de mi
corazón. ¡Hermano menor! En adelante serás personalmente mi hermano
menor, tal como tú me has escogido como tu hermana mayor. A partir de
este día, nuestras almas serán una sola, en el solo amor de Dios. Yo te
comunicaré todos mis pensamientos sobre el Amor, que han pasado en mi
vida y me han transformado en el Amor infinito de Dios. ¿Sabes por qué
nos encontramos el día de hoy? Es Dios mismo que ha organizado este
encuentro. Quiero que las lecciones de amor que él me ha enseñado en
otro tiempo en el secreto del corazón se perpetúen en este mundo. Es por
eso que se ha dignado escogerte como pequeño secretario para realizar
su obra (…) Dios me ha confiado la tarea de velar sobre ti como el ángel
guardián de tu vida. Así, estoy siempre contigo, te seguiré paso a
paso, como una madre muy cerca de su hijo. ¡Grande fue mi alegría cuando
vi en tu alma una perfecta semejanza con la mía!».
Santa
Teresita le enseñó a no lamentarse de lo pasado, a recibir todo de la
mano de Dios. Ella le enseñó sobre todo que Dios es Padre, que no es
sino Amor. También debemos tener por Él una confianza que poco a poco
destierra todo miedo. «Después del día que nuestros primeros padres
pecaron, el miedo ha invadido el corazón del hombre, y ha eliminado el
pensamiento de un Dios Padre infinitamente bueno. Y por tanto, Dios
continuó siendo un Padre hacia la humanidad ingrata... Luego, Dios envió
a su Hijo que se humilló y se hizo hombre. Jesús vino a decir a sus
hermanos los hombres que el amor del Padre es una fuente inagotable. (…)
El drama de la culpa original no puede ser sino el hecho de haber
intentado en convertirse en dios al mismo nivel de Dios.
(…) Pero está en la raíz de ella, y hay un desconocimiento de lo que es
el Padre y luego una voluntad de ofuscarse y de imaginarse al Padre
como un déspota celoso, para justificar su rebelión desesperada. Es esta
caricatura de la imagen de Dios que va a ser la más difícil de extirpar
del hombre».
La
enseñanza de Santa Teresita puede resumirse en una frase:
«No tengas miedo jamás de Dios. Él no sabe sino amar y desear ser
amado».
Le hace pues ser familiar con Él, no temer hablarle naturalmente. «Se
le cuenta todo: tus juegos de canicas, la subida a una montaña, las
burlas de tus compañeros, tus cóleras, tus
lágrimas o los pequeños placeres de un instante. Dios te ama tanto…».
Evidentemente le hace ofrecerle todo y estar perpetuamente alegre.
Una
palabra domina esta enseñanza, la confianza. Lo que distancia a Dios de
nuestras almas, no es el pecado, es la falta de confianza. «Hermano
menor, para consolar al Buen Dios, sigue mi consejo:
está siempre pronto a ofrecerle tu corazón... Este será para Él un nuevo
paraíso donde toda la Trinidad encontrará sus delicias. Haz la obra que
falta a la unidad ofreciéndole todo con confianza».
Este primer coloquio con Santa Teresita duró horas y terminó por un beso. Văn está invadido de una alegría tal que se desmaya.
Más tarde, Santa Teresita le enseña a orar por el Papa, por la Iglesia. Un día ella le manda orar por la Francia y por Vietnam. Él enfurece, no cuestiona orar por los franceses colonialistas: «Que los precipite en el infierno para mostrarles que nosotros estamos... He visto demasiado su crueldad y su desprecio hacia mi raza (…) ¡E incluso si no tuviera sino un solo revólver, levantaría el estandarte de la revuelta y me batiría contra ellos!... ¡Matar un solo francés bastaría para mi felicidad!». Él exceptúa luego a los Padres y las Hermanas misioneras. Esta violencia no indispone a Santa Teresita, que le propone otra táctica para «matar miles de franceses», la táctica de la oración. Y ella ele enseña esta oración: «¡Oh Jesús, expulsa del corazón de los franceses el hombre pecador! Te suplico, ¡ven en auxilio de Vietnam!». Ella es muy clara: «Ninguna fuerza podrá expulsar a los colonialistas franceses del suelo vietnamita, si no es la oración». Ella le incita a trabajar también en la unión fraternal de la Francia y Vietnam por el amor. Esta es una de las facetas de su misión, «tú llevarás el nombre de apóstol del Amor».
En noviembre de 1942, Santa Teresita le enseña que jamás será sacerdote, sino apóstol por la oración y el sacrificio, como ella lo fue. De golpe, él quiere entrar al Carmelo. Imposible porque es un chaval. Por esa razón, le pide a Dios de cambiarlo en chica… Después de haber reído un momento, Santa Teresita lo alienta a hacer esta oración a Dios esta misma tarde. Al día siguiente, decepción… Se da cuenta luego que era ridículo y quiere un poco en su hermana mayor no haberle abierto los ojos antes. Santa Teresita le responde que ella le había hecho expresar para hacerle comprender que «Dios ama que uno le diga todo con sinceridad».
Durante este tiempo, se deterioran sus relaciones con los dominicos. Varias veces, lamenta que los jóvenes no tengan bastante para comer, el superior le había explicado bien que la ocupación japonesa hizo difícil el aprovisionamiento, Văn insistió. Y como también se rehusaba a hacerse peinar a la francesa como los demás, el superior acabó por tratarlo de pequeño orgulloso, y lo expulsa.
Le pide a la Santísima Virgen que lo ilumine, porque ¿a dónde debía ir? En un sueño, vio a San Alfonso de Ligorio sonreírle. Y poco tiempo después, un concurso de circunstancias le conduce con los redentoristas en Hanói.
Previamente, Santa Teresita le había hecho saber que sus coloquios familiares cesarían y que tendrá que sufrir. Ella lo alienta: «Queda en paz... El mundo querrá aplastarte, pero tú te volverás una flor espléndida en las manos de Jesús… No cedas jamás al desaliento… No retrocedas ante la dificultad… No tengas miedo al sufrimiento. Un día, tú vendrás a la gloria… ¡Văn, mi hermano menor, te doy un beso, y te deseo un feliz viaje!».
EL CONFIDENTE DE JESÚS Y DE MARÍA
Como nos lo ha dicho, sus comienzos con los redentoristas no fueron fáciles. Tenía dieciséis años, pero parecía de doce, tanto que las tareas que le asignaban en el noviciado de los hermanos conversos eran muy difíciles para sus lábiles fuerzas. Luego se mantuvo bien, rehusando incluso todo favoritismo. Envió a su lugar a dos jóvenes cofrades que querían ayudarlo, temiendo que detrás de este acto de caridad fraterna un deseo inadvertido de amistad particular.
Ahora, una buena mañana, una visión de Jesús le invadió, la que nos contó al comienzo de este artículo.
Ella fue seguida por otras locuciones interiores, tanto de Nuestro Señor como de la Santísima Virgen.
La
mayor parte de ellas tratan sobre el camino de infancia. «Sabe que
tengo una predilección especial por los niños; estoy tan feliz de ser su
amigo, le dijo Jesús. Si me quieren buscar, es muy fácil: no tienen
sino que examinar su propia forma de obrar y me encontrarán
inmediatamente en ellos. (…) Cuando ellos juegan a la pelota, cuando
hacen concursos de natación o se esparcen en sus juegos infantiles, yo
estoy presente en medio de ellos…».
Otras comunicaciones conciernen a los sufrimientos que Jesús padece de parte de los sacerdotes que no son testigos de su amor. Su infidelidad lo obliga a «refugiarse en las pequeñas almas. Ellas se hacen mis esposas y me sirven… Yo les confiero enseguida la dignidad de madre de las almas que voy a salvar».
Otras comunicaciones conciernen a los sufrimientos que Jesús padece de parte de los sacerdotes que no son testigos de su amor. Su infidelidad lo obliga a «refugiarse en las pequeñas almas. Ellas se hacen mis esposas y me sirven… Yo les confiero enseguida la dignidad de madre de las almas que voy a salvar».
El
3 de septiembre de 1946, la Santísima Virgen le dirige este mensaje:
«Mi pequeño Văn, he aquí una cosa que te recomiendo y que deberás poner
en práctica… hago esta misma recomendación a tu padre espiritual:
mañana, primer sábado de mes, día que me está consagrado, no te pido
nada extraordinario, sino solamente ofrecer tus obras a la intención de
mis pequeños apóstoles –los que deberán más tarde establecer mi reino
sobre la tierra– a fin que, llenos de fervor y valentía, podrán plantar
cara al mundo y al infierno. Mi reino vendrá después del reino del Amor
de Jesús; y este reino será más o menos estable aquí abajo, según tenga
más o menos oraciones. Si se ora poco, durará poco; pero si se ora más,
así mi reino será más sólido y de larga duración. Quiero que mi reino
venga después del Reino del Amor de Jesús, no será sino el signo que
revelará claramente a los hombres el Reino del Amor de Jesús, y llevará
al mundo a reconocer que soy verdaderamente Madre».
Recibió
también comunicaciones sobre la Francia y sobre el futuro del mundo.
Jesús le explica que el gran peligro es el comunismo y después la
francmasonería, pero que, si se ora, el amor salvará al mundo.
Finalmente,
en 1950, Jesús le anuncia que le dejará solo, pero que sus sufrimientos
serán la señal que él es grato a su corazón. Luego es enviado a Saigón,
donde lleva, según su superior, una
vida «de buen hermano, muy discreto, aplicado al trabajo y asiduo a la
oración». Él pronuncia sus votos perpetuos en 1952. A un joven
correspondiente, le escribió: «Todo se resume en “el amor ” y “la confianza”. Ponlos en práctica, y vivirás siempre en paz».
Luego que en julio de 1954, los acuerdos de Ginebra anuncian el abandono de la Indochina por
la Francia y que el norte de Vietnam pasa a control comunista,
el hermano Marcel parte voluntariamente para regresar a la parroquia de
los redentoristas en Hanói, donde no quedan sino tres sacerdotes
vietnamitas.
«Voy, dijo, por que haya alguien que ama al Buen Dios en medio de los
comunistas».
El
7 de mayo de 1955, luego que hizo algunas comisiones en la ciudad, oyó
soltar mentiras sobre el gobierno de Saigón; sin reflexionar un instante
que se trataba de provocadores, rectifica la verdad, pero es arrestado
enseguida.
Torturado
durante dos meses, hace prueba de un gran coraje. En particular, rehúsa
acusar a sus hermanos en religión y pasar a la Iglesia oficial. Luego,
es enviado a un campo de reeducación donde se encuentra con numerosos
católicos a quien hizo bastante bien. Su
superior, el padre Joseph Vũ Ngọc Bích, un redentorista vietnamita,
recibió numerosos mensajes de él, muy edificantes; como este padre
sobrevivió en la iglesia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Hanói
hasta la liberalización del régimen en 1995, pudo aportarlas al proceso
para una eventual beatificación.
En
1957, el hermano Marcel intenta escaparse para buscar las hostias.
Recapturado, es puesto tras las rejas durante tres meses, y luego al
calabozo. No es sacado de allí sino en junio de 1959, sin tener más que
literalmente la piel sobre los huesos. Falleció pacíficamente, luego de
tres semanas de agonía, el 10 de julio de 1959; a su lado, el padre
Gioan Lasan Nguyễn Văn Vinh,
vicario general de la diócesis de Hanói, prisionero como él, le da la
última absolución.
¿Esta
muerte edificante es el sello de la santidad en la vida de este joven
religioso, cuya enseñanza concuerda tan bien con nuestra mentalidad
moderna y la espiritualidad posconciliar? ¿O bien, Marcel Văn es a Santa
Teresita lo que Međugorje es a Fátima?
UN CAMINO DE INFANCIA PARA EL CULTO DEL HOMBRE
¿Marcel Văn es un santo? La cuestión merece ser planteada porque su mística,
que le habría sido enseñada por Santa Teresita, la Santísima Virgen e
incluso por Nuestro Señor, se difunde al día de hoy entre los
carismáticos y en las nuevas comunidades, como también en medios más
tradicionalistas. La popularidad de Văn no es pues fruto de ventura,
ella corresponde a una corriente de espiritualidad que se inscribe sin
dificultad en la Iglesia postconciliar.
Para nosotros, la apuesta es similar a la de las apariciones de Međugorje, que confirma ciertamente la enseñanza del Vaticano II y de Juan Pablo II, pero cuyo examen crítico lleva a negar su carácter sobrenatural y pone en evidencia las contradicciones con el mensaje de Fátima. El camino de amor de Văn nos parecería un apoyo innegable al culto del Hombre, mas inconciliable con el verdadero caminito de Santa Teresita y la doctrina católica. Leamos más.
LAS APARIENCIAS DE BIEN
Comencemos
por admitir que la vida de Văn puede parecer edificante,
por tres razones. De plano, parece testimoniar una grande sencillez de
alma. De lejos, esto es lo que sedujo a su maestro de novicios: «La vida
ejemplar del hermano Văn, escribirá, su limpidez de alma, su perfecta
obediencia a su padre espiritual y su generosidad frente al sacrificio,
nos da un prejuicio favorable tocante a su veracidad y por tanto la
autenticidad de sus comunicaciones».
Además,
su ardor en la adversidad es impresionante. Sus sufrimientos de niño
maltratado, su perseverancia en querer consagrarse a Cristo, y sobre
todo su fin heroico en un campo de concentración comunista, abogan
evidentemente en favor de una real santidad.
Finalmente, la revelación del amor de Dios, infinito, misericordioso, parece un eco moderno de las revelaciones del Sagrado Corazón,
o incluso de los escritos joánicos. Dios quiere salvar a todos los
hombres, quiere hacernos entrar en su amor. Y puesto que Văn habla de
abandono,
de confianza, de infancia espiritual, uno puede fácilmente sentirse
conmovido,
reconfortado, calmado.
Entonces,
¿verdadero o falso místico? La división es fácil de hacer según las
reglas conocidas de discernimiento. Para las almas que reciben insignes
gracias místicas, como Văn lo pretende, hacen examinar la exactitud
dogmática de estas revelaciones tienen una consideración totalmente
diferente. Un solo error, y el juicio cae implacable: ¡falso místico!
LOS ERRORES DOGMÁTICOS
Ahora, vamos a encontrar muchos, sin pretender dar la lista exhaustiva. Comencemos por un indicio flagrante: una
contradicción con las demandas de Nuestra Señora de Fátima.
La Santísima Virgen evocó, en septiembre de 1945, el primer sábado de mes, día que le está consagrado, precisóle ella, pero enseguida para decirle que ella no demanda nada de especial: «Mi
pequeño Văn, he aquí algo que te recomiendo y deberás poner en
práctica… hago la misma recomendación a tu padre espiritual: mañana,
primer sábado de mes, día que me está consagrado, no te pido nada de
extraordinario, sino ofrecer tus obras a la intención de mis pequeños
apóstoles –los que deberán más tarde establecer mi reino sobre la
tierra– a fin que llenos de fervor y de coraje,
ellos puedan plantar cara al mundo y al infierno». Ninguna mención del Inmaculado Corazón, ni de la devoción de los cinco primeros sábados de mes. ¿La
Santísima Virgen habría cambiado de aviso? ¿O bien esta revelación desvía a Văn y los suyos de esta pequeña devoción que Nuestra Señora de Fátima nos ha presentado como una condición sine qua non de la paz del mundo y del triunfo de la Iglesia?
Las revelaciones de Văn respecto de la Santísima Virgen no dejan de sorprendernos. La enseñanza de los santos y las apariciones marianas
reconocidas anuncian el triunfo del Inmaculado Corazón como un
requisito previo necesario al establecimiento universal del Reinado de
Cristo; San Luis María Grignion de Montfort,
por ejemplo, afirmó: «Por medio de la Santísima Virgen María vino Jesucristo
al mundo y también por medio de Ella debe reinar en el
mundo». En Văn, la perspectiva se invierte:
«Mi reino [se supone que la Santísima Virgen está hablando] llegará después de el del Amor de Jesús; y este reino será más o menos estable aquí abajo, según haya más o menos oraciones. Si se ora poco, durará poco; pero si se ora más, mi reino será más sólido y de larga duración. Visto que mi reino vendrá después del Reino del Amor de Jesús, no será sino el signo que revelará claramente a los hombres el Reino del Amor de Jesús, y llevará al mundo a reconocer que soy verdaderamente Madre».
¡Esta
es otra perspectiva distinta a la del triunfo del Inmaculado Corazón de
María anunciado en Fátima, es decir, de la victoria decisiva y
definitiva de la Santísima Virgen sobre satanás! ¡Pero es la del Concilio Vaticano II relegando a la Santísima Virgen y «su rol subordinado» al último capítulo de Lumen géntium!
Por
demás, en las revelaciones recibidas por Văn, no hay mención del
combate entre la Virgen María y satanás. ¡Por el contrario! Ella se
lamenta sobre el demonio, ¡al que ama porque es su madre! «Hijo
mío, jamás, absolutamente jamás he hablado al demonio con dureza. Si lo
hiciera, mi pequeño Văn, no merecería ser tu Madre. Esto es porque las
gente quieren dar más fuerza a mis palabras que las que me hacen hablar
también. (…) Yo misma, yo no tengo ningún odio por el demonio sino únicamente por su pecado. El demonio no me reconoce por su madre, pero soy aun así su verdadera Madre» («Escritos Espirituales», pág. 279).
No,
la Santísima Virgen no es la madre del demonio, no más que de los
ángeles, simplemente porque ella no les dio la vida. Puesto que es la
verdadera Madre de nosotros, pobres pecadores, porque nacimos para la
vida eterna al pie de la Cruz, su Inmaculado Corazón es uno con el
Sagrado Corazón de Jesús en esta terrible Pasión, y porque es la Madre
de Jesús que nos hace «comer su carne» para tener la vida eterna
(Juan 6).
De los ángeles, ella es la reina. Y su presencia es insoportable a los demonios, ángeles caídos. En Lourdes,
por ejemplo, después que los demonios se agitaron en una de las
apariciones, la Santísima Virgen no tuvo sino que fruncir ligeramente
el ceño, nos dice Santa Bernardita, para que en el acto los demonios
huyeran aterrorizados.
¡Verdaderamente sería el diablo para hacer decir a la Santísima Virgen que ella le ama!
Luego,
él nos hace ir más lejos y remarcar que esta afirmación escandalosa y
blasfematoria es perfectamente conforme a lo esencial del Mensaje de Văn, a saber, la revelación del amor infinito de Dios. Puesto que el infinito en la teología católica califica la perfección divina, Văn
lo entiende en su sentido común actual: la universalidad, la ausencia de límite. Entonces Dios ama a todo.
«Ahora, tú debes comprender que el Amor es infinito, y es por esta razón que Dios Trinidad trata al demonio con bondad, como yo lo hago por mí misma [¡siempre es la Santísima Virgen quien habla!]. Si uno se lleva por lo que piensas, uno no podría decir que el Amor es infinito. ¿Por qué el Buen Dios no aniquiló al demonio inmediatamente? Es aun por amor a él; el amor lo espera siempre, deseando que él se arrepienta y vuelva a ser lo que fue antes. Es por eso que no lo castigó en la destrucción, porque el Amor es infinito. De hecho, incluso el demonio puede aprovecharse de los méritos de Jesús, pero a causa de su gran orgullo él no permite aceptarlos.Si él los acepta, ¿cómo el Buen Dios podría acogerle? Hijo mío, porque el Amor es infinito, infinito e infinito, el espera incluso que el demonio se arrepienta y vuelva a él, el infinitamente infinito. Imposible de expresarme de forma que te haga comprender mejor.Si yo no trato jamás duramente al demonio luego que soy verdaderamente su madre bondadosa, con razón más fuerte no lo haría con los hombre puesto que soy aún mejor esta madre llena de bondad».
Ahora,
la enseñanza de Nuestro Señor, transmitida sin falla por la Iglesia,
sabemos que no puede haber arrepentimiento para los demonios, y por ende
no hay remisión. ¡Jesús no ofreció su sacrificio por los demonios, sino
por la salvación de los hombres!
EL AMOR INFINITO DE DIOS
De
hecho, esta misericordia increíble para los ángeles caídos debe
conducir al lector de Văn a otra consideración que concierne
directamente a los pecadores. Leer atento entre diálogo entre Văn y
Jesús:
«Văn: Jesús, según lo que tú dices, pienso que no es cierto que un alma pueda caer en el infierno. Continúo pensando que es ciertamente muy difícil para el demonio arrancar un alma de tus manos, que esto mismo es una cosa casi imposible.Jesús: Hermano menor, tú tienes razón en pensar así, pero desafortunadamente los hombres no piensan lo mismo».
Uno de los aspectos de la misión de Văn será pues persuadir a los hombres que el Amor de Dios es infinito, tan grande que los pecados de los hombres no lo alcanzan.
Te acuerdas de esta visión que Văn presenta como una de las más
importantes que ha recibido, una multitud odiosa rodea a Jesús, blasfema
y le arroja piedras apuntando a la cabeza, pero ellas no les llegan
sino a las piernas:
«En medio de las injurias, Jesús mantenía una mirada llena de bondad y miraba a esta multitud con amor, ¡sí, con amor, un inmenso amor! En viéndolos persistir en su loca actitud, tuvo compasión de ellos y dejó correr una a una sus lágrimas sobre sus mejillas (…) Pero contemplando la ternura de su mirada, me sentí reconfortado. Antes que la multitud llegara allá, Jesús me miró y me dijo: “¡Hijo mío, ora mucho y haz numerosos sacrificios por todos estos hombres desdichados! ¡Sálvalos conmigo!…”».
Pero
atención, aquí no se trata de sacrificio redentor, sino de testimonio
del Amor incondicional. Jesús no llora por la injuria hecha a Dios, o
por la suerte trágica de los pecadores arrojados al infierno eterno.
Llora sobre la desgracia actual de los hombres que no conocen el Amor
Este sedicente Jesús no es el Sagrado Corazón que se apareció a Santa Margarita María,
mostrándole la santidad de la justicia de Dios reclamando reparación
por el menor pecado, y la santidad de la misericordia perdonante,
ciertas, ¡pero ofreciendo el sacrificio redentor!
Para estar convencido que este mensaje de Văn no viene del Cielo, que se acuerde uno también de las palabras de Nuestra Señora,
llenas de bondad y de inmensa tristeza, después que le mostrara el
infierno a los tres pastorcitos de Fátima: «Visteis el Infierno, para
donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere
establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón». O incluso,
el 19 de Agosto de 1917,
luego que ella se hizo más apremiante: «Rezad, rezad mucho y haced
sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno por
no haber quién se sacrifique y pida por ellas».
En revancha, el mensaje de Văn sigue la gnosis wojtyliana; este es el mismo espíritu que habla.
« – Văn: Jesús, te amo mucho. Y ahora, te hago una pregunta. ¿Cómo se hace entender que algunos decir que tienen gran temor de ti?– Jesús: ¡Oh! Văn, es muy extraño, ¿cierto? Yo mismo, encuentro esto sorprendente y no comprendo por qué un gran número de almas tienen tanto temor de mí. Ellos están peor que los que no osan ni abrir la boca para dirigirme una palabra de amistad. Por tanto, yo me comporto ante estas almas como hacia ti [¡notarás la igualdad de trato entre todas las almas, independientemente de su estado, de su religión, de su fe!]. Entonces, Văn, esto no hace que se sorprenda otra medida: lo que explica la actitud de estas almas, es que ellas no tienen tanto amor por mí, que ellas no quieren escuchar mis palabras ni recibir mis besos (…). Tienen temor porque quieren tener temor, porque yo no hago nada que sea de naturaleza para asustar, y si una vez mi amor quisiera sembrar el terror entre los hombres, no merecería más el nombre “de Amor”. [Y aquí tenemos las cóleras de Dios y sus castigos del Antiguo Testamento, como los anunciados por el Evangelio, borrados de un plumazo, teológicamente inaceptables, ¿a beneficio de quién? ¡ciertamente no de los pecadores que no tienen que convertirse!]Cuando yo ejerzo mi justicia, no es para castigar a las almas que me aman, sino únicamente las que no me aman. Puesto que estas últimas dicen que tienen temor de Dios, es que ellas consideran a Dios como estando en pecado» (p. 170)
Esto hace infaltablemente pensar en la concepción del pecado original expuesta por el cardenal Wojtyła
luego de un retiro en el Vaticano bajo Pablo VI, según la cual el
pecado de Adán y Eva no era haber desobedecido a Dios, sino haber creído
que Dios puede prohibir algo. Esto es así porque los hombres tienen una
concepción errónea de Dios que él no los ama. Cuando se restablece la
verdad sobre Dios, es decir, se explica que Dios es un amor infinito,
sin condición y los hombres amen a este Dios, este Dios que nos quiere
felices, hermosos, radiantes, simples, en una palabra: que respeta la
dignidad del hombre.
INFANCIA ESPIRITUAL Y CULTO DEL HOMBRE
Lo que el Jesús de Văn llama la infancia espiritual, no es otra cosa que la actitud del hombre frente a este amor infinitamente respetuoso de su dignidad: «¿Sabes
por qué te propuse conscientemente el ejemplo de los niños para
conducir a los hombres a la plenitud? Es que los niños, comportándose
como ellos hacen, son ya perfectos; no queda más que aprender en ellos a
amar y luego ellos son verdaderamente perfectos. Todo hombre,
cualquiera que sea, debe llegar allá so pena de no ser admitido en el
cielo».
¿Es católico reconocer una perfección en los niños fuera del bautismo y por cualquier cosa?
La comparación de la propuesta de Văn con el caminito de Santa Teresita del Niño Jesús nos permite distinguir la verdadera santidad, la de Santa Teresita, de su monería...
«He aquí el genio de Santa Teresita, explica el padre de Nantes: dirigiéndose a una y después a otra de sus novicias, ella comprende la raíz de todas las resistencias con que ella se estrellaba en su actitud, en la “persona humana libre y autónoma” que necesita respetar en su dignidad, en sus convicciones, en su juicio propio o que, en última trampa, se autocomplacía en su humildad, o pretendía ser la víctima de su comunidad, de su familia, o de Dios, ¡ciertamente demasiado duro con ella! En una palabra, el obstáculo a toda santidad, es el famoso yo, yo, yo, que impide a Jesús entrar en nuestra alma y vencerla por su amor».
Para
Santa Teresita, hay por tanto una obra de santificación que hacer, un
combate que librar. Y la infancia espiritual consiste en abandonarse a
la voluntad de Jesús que la hizo. Ella recuerda pues a sus novicias que
todo lo que nos llega, agradable o no a la naturaleza,
conforme o no a nuestros gustos, a nuestra dignidad, a nuestros deseos, a
nuestros placeres, a nuestra propia voluntad, es querido por Dios para
purificar nuestra alma pecadora y hacerla más digna de su amor. En Santa
Teresita, la simplicidad de la infancia es la virtud que abre el alma a
la acción purificadora de su Esposo. Para Văn, la simplicidad es la perfección, como ella era en el quietismo de Juana María Guyon, falsa mística del siglo XVII condenada por la Iglesia, que defendía el puro amor y ya la infancia espiritual.
Citemos
una vez más a Santa Teresita: «Lo que Jesús desea es que lo recibamos
en nuestros corazones. Estos, qué duda cabe, están ya vacíos de
criaturas [¡ella se refiere a las carmelitas!], pero yo siento que
lamentablemente el mío no está totalmente vacío de mí misma, y por eso
Jesús me manda bajar...» (Carta a su hermana Celina, 19 de Octubre de
1892). Nuestro Padre comenta: «todo el secreto del Caminito de infancia
es esto: no ser nada a sus propios ojos. Yo sé que no puedo hacer nada
bueno por mí mismo; no reivindico nada; no tengo ninguna ambición si no
es la de amar a Jesús solo y acoger su amor, para hacerlo agradable. Yo
le doy las llaves de mi alma y pongo mi mano en la suya. Todo de una
vez, me encuentro llevado. No hay más que seguir donde el amor me guíe, para hacer progresos en la virtud e iniciar un camino de gigante».
El amor en Santa Teresita es una virtud activa, incluso la oración es de plano una aplicación del alma.
La gracia es primero, ciertamente, misericordiosa, pero ella implica
una respuesta. Mientras que en Văn, el amor, la confianza se considera
virtud.
«Văn, ¿tú dices no tener ninguna virtud? Es verdad, hermano menor, pero ¿qué necesidad tienes de las virtudes, cuando tu corazón contiene ya todas las virtudes? Estas virtudes, pues, no están en ti; ellas están en mí solo. Así pues, todo lo que tienes que hacer es estar presto a contener el Amor, y enseguida el Amor será todo para ti. Entonces, Văn, serás feliz: yo no amo quedar con los niños tristes. Los niños que son llevados a llorar, yo aún puedo consolarlos y hacerlos sonreir, pero con los niños llevados a la tristeza, no puedo hacer nada, ¡y es bien duro para mí morar con ellos!» (p. 252).
Podemos
así mostrar que el verdadero camino de infancia conduce a la admiración
sin límites de la Iglesia, de los santos, de la Cristiandad, dicho de
otra forma, de toda la obra divina en nuestra historia, sin excepción.
Ella conduce a participar en los combates actuales de Cristo. Santa
Teresita no se contentó con admirar a Santa Juana de Arco,
ella vibró en los combates de la Iglesia de su tiempo contra los
anticlericales y los francmasones. En el enfrentamiento del partido de
Dios contra el partido del diablo, no se duda del objeto de las
oraciones y de los sacrificios de Santa Teresita.
Es
todo lo contrario que Văn. La liberación de su pueblo, la exaltación de
la libertad lo apasionan más que la obra de las misiones y de la
colonización católica que él no comprende.
Otra diferencia salta a la vista cuando comparamos los escritos de este pretendido hermano menor
de Santa Teresita con los de la auténtica santa de Lisieux. En sus
escritos, ella es remarcadamente discreta sobre los desórdenes del clero
y los de su comunidad. Su alma santa no se hace ninguna ilusión, pero
ella no halla la necesidad de hacerse la acusadora ni de relatarlos.
Aquel contraste con los de un Văn siempre pronto a subrayar las imperfecciones de su entorno y los malos tratos que padeció.
* * *
No,
decididamente, este joven religioso no es animado por el Espíritu de
Dios. Pero entonces, ¿cómo explicar su seducción sobre las almas y la
apertura de su proceso de beatificación en Roma?
Una
lectura muy superficial de los escritos de Văn y los documentales
televisivos hábilmente dispuestos para evitar las controversias no
bastan para explicar este fenómeno que tres razones más profundas hacen
que sea más fácil comprenderlo.
SENSUALISMO
El
padre de Nantes concluye su estudio «Verdadera y falsa mística» con las
conferencias destacables sobre los tres obstáculos de la vida
espiritual largo tiempo árida para los cristianos ordinarios, porque
ella supone una purificación del alma y una aplicación de la voluntad en
la de Dios. ¡Este es el momento propicio para el demonio! Tres tipos de
tentaciones, que son desde luego las de Jesús en el desierto, asaltan
al alma para desviarla del buen camino. El sensualismo, la primera, esto
es, la búsqueda de la satisfacción de sus sentidos. Después el
mesianismo: en lugar de tener «el Cielo como único fin de nuestros
trabajos», el alma busca la bienaventuranza aquí abajo, y se entusiasma
por la instauración de un reino de Dios terrestre. En cuanto a la
tercera tentación, la más terrible, es el gnosticismo, la invención de
una nueva religión toda a la gloria del hombre, que viene a justificar
el sensualismo y el mesianismo. Como los escritos de Văn satisfacen
estas tres desorientaciones, todo cristiano tentado, en la colina a la
aridez de la verdadera vida espiritual, se complacerá.
Incluso
si Văn pareciese haber sido de una pureza notable a lo largo de su
vida, sus pretendidas revelaciones alientan nada menos que el
sensualismo, muy generalizado en nuestra sociedad, por la poca
importancia que ellas conceden al pecado:
«De ordinario, escribió Văn, me
es muy difícil confesarme, porque en el momento de la confesión, todos
mis pecados se vuelan a alguna parte, y por más que trato de buscarlos,
no los encuentro. Además, yo de ordinario no tengo sino un solo pecado
grave, el de enojarme un poco contra ti, Jesús, porque estás ausente
luego de tanto tiempo y no haces ningún caso de tu pobre amiguito. Esto
es nada menos que ser ingrato... (...) Es porque tú no me llevas a cielo que caigo en el pecado...».
«En las almas inflamadas de amor por mí, dice el Jesús de Văn, yo
no veo ninguna imperfección porque cuando ellos cometen una falta, ella
es inmediatamente consumida en el fuego de mi amor de suerte que estas
almas son siempre puras ante mis ojos... » El inmediatamente está de más... o luego, él haría precisar que necesita arrepentirse y confesarse.
Él
hace mencionar también los pasajes donde Văn critica el ascetismo
tradicional. Por ejemplo, él no quería quedarse con los dominicos
«porque en vuestra orden no hay sino santos que no comen, que llevan una
barba espesa y se rasuran la cabeza como vos. Reconozco que no me puedo
santificar de esta manera allá. Tengo necesidad de comer hasta
saciarme, de bañarme, de rasurarme, de estar adecuado y dar el justo
valor al cuidado del cuerpo». Compáralo con Santa Teresita del Niño
Jesús, que, aunque declara que la vida de infancia espiritual no pone en
primer plano las penitencias corporales, ¡practicó con fervor todas las
penitencias del Carmelo!
MESIANISMO Y GNOSTICISMO
Pero
es sobre todo el escollo de mesianismo y de gnosticismo que favorecen
los escritos de Văn, puesto que él se presenta como el profeta de un
mundo nuevo donde la paz reinará por el Amor. Esto le conduce a un total
desinterés por la obra de la Iglesia. Prueba de ello, su condena del
colonialismo, que no distingue el principio mismo de la colonización y
la obra indiscutiblemente benéfica de los misioneros y los colonos
católicos en Indochina, de la acción nefasta de los francmasones. Todos los franceses son arrogantes porque no ponen la «nación vietnamita»
en pie de igualdad con la Francia. Por el contrario, los crímenes de
los revolucionarios son justificados y no despiertan en él horror
alguno.
Poco
antes de la partida de los franceses, Văn escribió a su maestro de
novicios un largo texto donde él condensa su concepción en materia
política. Hay una evasión total en lo sobrenatural, un negarse al
combate, juzgad pues:
«Yo no quiero devenir un héroe espada en mano, un guerrero armado con fusil. No quiero ser sino un héroe animado de un espíritu penetrante que lucha por la reforma de la vida, un guerrero poderoso que sabe utilizar el alma de la oración, que sabe sacrificar su cuerpo por la patria renunciando a su propia voluntad, llevando una vida oculta en el amor de Dios. Por consiguiente, los sentimientos que tengo actualmente son los sentimientos de un héroe y de un guerrero católico, salvador de la patria. (...) Actualmente, el Vietnam está lleno de temor de una invasión de los comunistas chinos. Sobre todo los católicos, ni bien oyen la palabra comunista... tiemblan de miedo, como so tuvieran la espada en el cuello o el cañón de un fusil apuntando en la sien o en el pecho. (...) Si las gentes deciden combatir el comunismo y destruirlo por las armas, ¿tendrán alguna posibilidad de éxito? No».
La única arma que él propone, es la oración. «Nosotros
que hemos comprendido y desenmascarado estas gentes en estandarte rojo,
tenemos la obligación, como cristianos, combatir su doctrina opuesta a
la fe católica utilizando contra este enemigo números uno la fuerza que
nos viene de Dios».
Habla incluso de esfuerzos de conversión por hacer, pero finalmente termina por una profecía que los hechos contradijeron: «Los
comunistas chinos no pueden conquistar Vietnam. Siempre he estado personalmente cierto, a causa de mi firme confianza en Dios». El comunismo ha conquistado a Vietnam y la Iglesia Católica ha sido horriblemente perseguida.
Esta
falsa mística desprecia el orden católico tradicional, su sabiduría
política y las lecciones de la historia. ¡Cómo se puede aceptar que Văn
se pretenda el hermano menor de aquella que tenía tal devoción a
Santa Juana de Arco, que compartía las convicciones monarquistas de su
familia, que había querido ser misionera, sino también zuava pontificia
para batirse y ser mártir!
En
fin, estas revelaciones desarrollan una gnosis, la de la civilización
del Amor. Como toda gnosis, tiene una apariencia católica: se encuentra
todo el vocabulario, ciertas prácticas de virtudes, e incluso las
oraciones católicas, pero en una perspectiva diferente. Puesto que Dios
es tan bueno, infinitamente bueno, él no puede querer sino la salvación
de los hombres. Él los admira y se queja de una cosa: los hombres tienen
miedo de él, no son tan familiares con él. La necesaria conversión, la
adhesión a la Iglesia Católica, única arca de salvación, el misterio de
la redención con su aspecto dramático, el temor del infierno, la
necesidad de la devoción a la Santísima Virgen, el Inmaculado Corazón de
María, etc... etc... todo esto está ausente o minimizado, lo hemos ya
visto.
El amor es la confianza considerada virtud. Es finalmente más cercana al protestantismo que a la fe católica. Lutero dijo:
«peca fuertemente, pero cree mucho más fuertemente aún, y serás salvo»,
Văn dijo: «tengamos una confianza ilimitada en Dios, y seremos
salvados».
Podrían
objetarnos con ciertos escritos de Santa Teresita, por ejemplo: «Madre
mía, di muy claro que, aunque hubiera cometido todos los crímenes
posibles, seguiría teniendo la misma confianza; sé que toda esa multitud
de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera
encendida» (Últimas conversaciones, con Paulina, 11 de Julio de 1897). O
incluso: «Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda
hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono.
Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera
divina. Este camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo
en brazos de su padre» (Carta a Sor María del Sagrado Corazón, ¿13? de
Septiembre de 1896).
Por
tanto, como hemos ya dicho, en Santa Teresita, este abandono no excluye
ni el esfuerzo constante para adquirir la virtud, ni la
lucha contra las tentaciones, ni práctica necesaria de los sacramentos.
Sobre
todo, implica la participación del alma en el combate de la Iglesia
contra los poderes del Mal desencadenados. La carmelita que ora y se
sacrifica en su convento para conseguir la gracia, lo hizo como miembro
de un cuerpo en los límites conocidos, en un combate que otros libran
tal vez con tanto amor como ella, pero de maneras diferentes. En este
combate contra satanás por la salvación de las almas, la Iglesia tiene
necesidad de su jerarquía con sus poderes espirituales y divinos, pero
también del soldado, del juez, del teólogo, de la escuela católica, del
hospital católico, de la misión, etc... Todas estas instituciones,
animadas por el amor de Jesús y de María, son necesarias contra un
mundo dominado por satanás.
Ahora,
todo esto está ausente en Văn, porque... el amor de Dios es infinito;
quien lo comprende, no tiene que preocuparse por qué hacer...
Comparemos con lo que dice nuestro Padre en su Mística para nuestro tiempo, del “trágico amor” de Jesús:
«Jesús combate contra el Pecado, para quitarle todas las almas al infierno. Este es el combate que lo llevó a hacerse hombre, dejarse cobtar entre los esclavos, los criminales, los condenados por el derecho común, y crucificar. A nuestra contemplación estética de la condescendncia divina faltará el elemenro más profundo si nos imaginamos que este abajamiento fue todo de libertad y de amor exento de paradoja. Hizo ajustar el combate contra el mal, el odio del infierno, la expiación del pecado, la victoria que obtener contra la corrupción y la muerte. Ningún diletantismo, ningún humanismo en la Encarnación. Sino un enfrentamiento con satanás, para vencerlo y arrancarle sus víctimas».
El
amor auténtico de Dios obliga a defender la fe en toda su pureza, como a
batirse en política para arrancar a satanás su botín de la sociedad, y
para darle a la humanidad las instituciones que le aseguren la paz y la
prosperidad en el respeto de la ley divina.
Considerad todos los Santos, un San Juan de la Cruz, un San Francisco de Sales, un San Pío X, una Santa Teresa de Ávila y una Santa Teresa de Lisieux, ninguno, por más místico que sea, se ha desinteresado de todas estas cuestiones para refugiarse en el puro amor.
Soloviev,
este pensador ruso de fines del siglo XIX,
siglo, a quien debemos un retrato penetrante y sorprendente del
Anticristo, pacifista y apóstol de Amor, advirtió a sus lectores: «La
certeza del triunfo definitivo por la minoría de verdaderos creyentes no
debe llevarnos a la espera pasiva. Ese triunfo no puede ser un milagro
puro y simple, un acto absoluto de la omnipotencia divina de Jesucristo,
ya que si fuera así toda la historia del cristianismo sería superflua.
Es evidente que Jesucristo, para triunfar justa y razonablemente sobre
el Anticristo, tiene necesidad de nuestra colaboración».
Sin
embargo, lo que supone tal combate, más allá del amor de Dios,
es, como una vez resaltó el padre de Nantes, «la fe exacta,
precisa, trágica» en la existencia del infierno: no significa «que Dios
pone toda su Sabiduría y su Poder al servicio de su Amor, luego a
nuestro servicio, no hay más Ley ni Justicia que subsistan al encuentro,
y por ende el infierno...». Es justamente lo que hace Marcel Văn, como
lo hicieron los Padres conciliares en el Vaticano II.
* * *
Hemos pues demostrado que el mensaje de Văn es una falsa mística, pero muy adecuado a los errores modernos que se extendieron por toda la Iglesia gracias al Vaticano II.
En
cuanto a juzgar al propio Văn, es inútil, y esto concierne sino a Dios.
Que sea mitómano o víctima voluntaria de fenómenos demoníacos, poco
importa. Su enseñanza es falsa, al seguirlo o admirarlo uno abandona el
camino de la perfección bien marcado por los santos y la enseñanza de la
Iglesia, ¡y uno cae en la desorientación diabólica denunciada por el auténtico mensaje de Fátima!
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)