Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
DÍA VIGESIMOQUINTO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
MEDITACIÓN: La presentación en el Templo.
Apenas cumplidos los tres años de la Santa niña María, dice la Venerable de Agreda, sus padres, acompañados de algunos parientes, la llevaron de Nazaret a Jerusalén. Penetrando en el templo, y teniéndola entre ambos de las manos, la ofrecieron a Dios junto con la más fervorosa oración. La condujeron al sacerdote, que la bendijo y la recibió entre las vírgenes que se educaban en ese recinto sagrado. Se subía a él por quince gradas; y en la primera, la celestial criatura se despidió de los suyos, pidiéndoles la bendición y besando su mano. ¡Oh amarga separación para los tiernos padres, que llorando la bendicen! Mientras tanto, María, sola, subió las demás gradas, sin volver atrás ni dar la menor muestra de turbación. Ana y Joaquín, después de seguirla con su amorosa mirada, volvieron a Nazaret tristes y doloridos, como privados del más rico tesoro de su casa, pero fortalecidos con la voluntad divina. Con esta narración es conforme la que hacen el Damasceno, Niceno y Nicéforo.
De regreso del Templo donde había hecho al Señor la sagrada oferta de un corderillo inocente, Santa Ana encontró la casa vacía, desnuda, fría; faltaba aquel rico, aquel espléndido tesoro que la iluminaba, la llenaba, la alegraba. Ella había hecho entrega generosa al buen Dios de su celestial Hija, objeto de sus complacencias; Dios en compensación le hacía tranquilo el resto de su vida al reflejo de las virtudes fúlgidas, sublimes, heroicas de su Hija. Es dulce imaginar como nuestra Santa seguía siempre con el pensamiento y con el afecto a su amable Hija en todas sus acciones, cómo la acompañaba a toda hora con las más copiosas bendiciones, gozosa de ver proclamada santa por el Sumo Sacerdote a aquella criatura que, Ella sabía, era iris de paz, lazo de unión entre Dios y los hombres.
La Virgen en su presentación de regreso del templo, dice San Ambrosio, fue la guía, la princesa, y la madre especial de aquel brillante coro de vírgenes que en los sagrados claustros consagraron a Dios su virginidad. La mayor fortuna que puede tener un alma en la tierra, dice la Virgen a la Venerable de Agreda, es la de consagrarse a Dios en su templo. La que prefiere el claustro y el retiro elige la mejor parte.
Ahí está el puerto seguro, sin los peligros de la vida mundana, en los que Satanás y sus secuaces han introducido costumbres abominables. La santa profesión los llena de furor e indignación. He aquí el por qué de tanta guerra a los monasterios. Es la antigua guerra que los hijos de la serpiente renuevan contra los hijos de la Inmaculada, cerrándoles el camino para la entrada a ese divino puerto. ¡Ah! ruega fervorosamente por que la Virgen Santísima apresure su indudable triunfo y tenga siempre predilección por los monasterios y sujetos religiosos. Si el Señor después te llamaré a este estado de perfección, te digo con San Jerónimo: “Salta presto sobre la nave y no pierdas tiempo; rompe los lazos que a la tierra te ligan y no la abandones jamás”.
Vivamos también nosotros plenamente conformes a la divina voluntad, si queremos agradar al Señor y merecer sus bendiciones.
EJEMPLO: Luis Odín y otros escritores narran que un joven para lograr sus perversos intentos, después de haber abandonado la fe, y haberse dado al demonio, estuvo por espacio de siete años en familiares conversaciones con él. Por fin, atormentado por terribles remordimientos, no sabía decidirse a volver a Dios, porque estaba subyugado por el influjo satánico.
Un día empero oyendo hablar del sumo poder de Santa Ana concibió deseos de recurrir a su patrocinio y Santa Ana oyó su plegaria, su súplica y le tocó el corazón con tanta fuerza que supo vencer los obstáculos todos y superar cuantas dificultades se oponían a su conversión. ¡tantas amarguras lo habían angustiado, tantos desengaños llagado el corazón! Se confesó devotamente de todos sus pecados y llevó vida ejemplar para así alcanzar una santa muerte.
OBSEQUIO: Prometamos a Dios regresar al recto camino.
JACULATORIA: Felicísima Santa Ana, haced que sigamos vuestras huellas.
ORACIÓN
¡Oh gloriosa Santa Ana, incomparable madre de la más santa y excelsa de las hijas!; cada vez me confirmo más que Dios, para haceros digna de tan grande honor, os enriqueció con toda gracia y perfección. Y ¿cómo sin especialísima gracia podríais con tanta facilidad privaros de una hija tan amable y dejarla en el templo, lejos de vuestras miradas y vuestras dulces caricias? ¿Con qué abundancia habrá Dios retribuído vuestro grande sacrificio? ¡Ah, gozad, pues, las perpetuas alabanzas que os vienen de la Iglesia toda de los santos! Mas, en medio de tanta gloria, dirigid una mirada amorosa a este vuestro devoto, que junto con vuestra santísima hija, quiere consagrarse enteramente al Señor. Haced que no mire ni más bien, ni más honor, ni más vida, que la gloria del mío y vuestro Señor. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)