San Lorenzo de Brindis
Este santo ha sido quizás el más famoso predicador de la comunidad de Padres Capuchinos. Nació en Brindis (Italia) cerca de Nápoles, en el hogar del comerciante veneciano Guglielmo de Rossi y su esposa Elisabetta Masella, recibiendo el nombre de Julio César de Rossi. Desde pequeño demostró tener una memoria asombrosa. Dicen que a los ocho años repitió desde el púlpito de la Catedral de Brindis un sermón escuchado a un famoso predicador, con gran admiración de la gente.
Cuando pidió ser admitido como religioso en los Padres Capuchinos de Verona en 1575, el superior, fray Lorenzo de Bérgamo, le advirtió que le iba a ser muy difícil soportar aquella vida tan dura y tan austera. El joven le preguntó: «Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?». «Sí, lo habrá», respondió el superior. «Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él, cualquier padecimiento». Solía repetir: «Dios me ha llamado a ser franciscano para la conversión de los pecadores y de los herejes».
La facilidad de Lorenzo para aprender idiomas y para grabarse en la memoria todo lo que leía, dejó atónitos a sus superiores y compañeros. Prácticamente se aprendía de memoria capítulos enteros de la S. Biblia y muchas páginas más de libros piadosos. Hablaba varios idiomas: griego, hebreo, latín, siríaco, francés, español, alemán e italiano. Y su capacidad para predicar era tan excepcional, que siendo simple seminarista, ya le fue encomendado el predicar los 40 días de Cuaresma en la Catedral de Venecia por dos años seguidos. Las gentes vibraban de emoción al oír sus sermones, y muchos se convertían. No le asustaba desgastarse en su salud con tal de conseguir la salvación de las almas y la extensión del Reino de Dios. La gente lo amaba porque era sumamente comprensivo y bondadoso, y porque sus consejos hacían un gran bien. Siendo superior, sin embargo servía a la mesa a los demás, y lavaba los platos de todos.
Un sacerdote le preguntó: «Fray Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?». Y él respondió: «Una buena parte se debe a mi buena memoria, otra parte a que dedico muchas horas a prepararme, pero la causa principal, es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo». Los capuchinos nombraron a Fray Lorenzo superior del convento y luego superior de la provincia de Toscana, y luego superior de la provincia de Venecia. Más tarde al constatar las grandes cualidades que tenía para gobernar, lo nombraron Superior General de toda su Comunidad en el mundo. En sus años de superiorato recorrió muchos países visitando los conventos de sus religiosos para animarlos a ser mejores y a trabajar mucho por el reino de Cristo. Había días que caminaba a pie 50 km.
El Santo Padre, el Papa, lo envió a Bohemia y Alemania a tratar de extender la religión católica en esos países. Se fue con un buen grupo de capuchinos, y empezó a predicar, confutando los errores protestantes. Pero por esos días un ejército de 80.000 turcos mahometanos dirigidos por su rey Mohamed III invadió el país con el fin de destruir la religión, y el emperador Rodolfo II pidió a Padre Lorenzo que se fuera a Alba Regia (en húngaro Székesfehérvár, en alemán Stulweissenburg) con sus capuchinos a entusiasmar a los 18.000 católicos que salían a defender la patria y la religión. La batalla fue terriblemente feroz. Pero San Lorenzo y sus religiosos recorrían el campo de batalla con una cruz en alto cada uno, gritando a los católicos: «Ánimo, estamos defendiendo nuestra santa religión». Y la victoria fue completa. Los soldados victoriosos exclamaban: «La batalla la ganó el Padre Lorenzo». El Papa Clemente VIII decía que el Padre Lorenzo valía él solo más que un ejército.
El Sumo Pontífice lo envió de delegado suyo a varios países, y siempre estuvo muy activo de nación en nación dirigiendo su comunidad y fundando conventos, predicando contra los protestantes y herejes (combatió sobre todo al astrónomo Tycho Brahe, y a un Policarpo Laiser que los luteranos llamaban «Fósforo de los teólogos»), y trabajando por la paz y la conversión. Pero lo más importante en cada uno de sus días eran las prácticas de piedad. Durante la celebración de la Santa Misa (de la cual decía: «Cuando estoy oficiando en el altar, mis tormentos desaparecen», refiriéndose a la gota que lo aquejaba), frecuentemente era arrebatado en éxtasis, y su orar era de todas las horas y en todos los sitios. Por eso es que obtuvo tan grandes triunfos apostólicos.
Se levantaba por la noche a rezar salmos. Ayunaba con frecuencia. Su alimento era casi siempre pan y verduras. Huía de recibir honores (declinó ser reelecto como Superior general), y se esforzaba por mantenerse siempre alegre y de buen genio con todos. La gente lo admiraba como un gran santo. Su meditación preferida era acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo; y como su padre San Francisco, era muy devoto de la Santísima Virgen, rezando el Rosario y el Oficio de Nuestra Señora. Solía bendecir diciendo: «Nos cum prole pia, benedícat nos Virgo María»; y en un sermón sobre el Ave María, dijo: «¡Dichosos y bienaventurados aquellos que, inspirados del Espíritu divino y movidos por el afecto sincero del corazón, como enviados por Dios en compañía del arcángel San Gabriel, se acercan a la Virgen, la saludan con el ángel, la honran, la adoran y felicitan con vivo espíritu y con piadoso afecto de interna devoción! Porque no es posible que la Virgen no les devuelva su saludo. El ángel se retiró feliz, después de conseguir su petición; así también, los que la saludan con él, no podrán retirarse de su presencia sin una riquísima consolación del alma y sin copiosos favores y dones celestiales!».
Cuando viajaba a visitar al rey Felipe III de España enviado por la nobleza de Nápoles para pedirle que destituyera al gobernador Pedro Téllez-Girón, duque de Osuna, que según ellos estaba haciendo mucho mal en esos lares (aunque en realidad eran las envidias políticas tan propias del Siglo de Oro), se sintió sin fuerzas y el 22 de Julio de 1619, el día en que cumplía sus 60 años, murió santamente en Lisboa (entonces parte de la Monarquía Hispánica), como había predicho; y su cuerpo fue trasladado al convento de la Anunciada, en Villafranca del Bierzo (León).
Lorenzo de Brindis ha sido llamado el «Doctor apostólico», por su infatigable celo en la predicación, que se evidencia en dejar escritos 15 volúmenes de enseñanzas, y entre ellos 800 sermones muy sabios, que le valieron que sus examinadores en la causa de beatificación dijeran «Vere inter sanctos Ecclésiæ doctóres adnumerári potest» (Verdaderamente puede ser contado entre los Santos Doctores de la Iglesia). En Sagrada Escritura era un verdadero especialista, tanto que decía que si se perdiesen todos los libros sagrados, con la gracia de Dios sería capaz de reconstruirlos; y durante su predicación a los judíos de Roma, los rabinos pensaban que él era un converso por su dominio del hebreo y el siríaco.
Fue beatificado por Pío VI en 1783 y canonizado por León XIII el 8 de Diciembre de 1881.
ORACIÓN
Oh Dios, que conferiste el espíritu de sabiduría y fortaleza a tu Confesor San Lorenzo, para ayudarlo a realizar arduas tareas para gloria de tu nombre y la salvación de las almas, concédenos por su intercesión aquel mismo espíritu, para de conocer lo que debemos hacer y, una vez conocido, ponerlo en obra. Por J. C. N. S. Amén.
Cuando pidió ser admitido como religioso en los Padres Capuchinos de Verona en 1575, el superior, fray Lorenzo de Bérgamo, le advirtió que le iba a ser muy difícil soportar aquella vida tan dura y tan austera. El joven le preguntó: «Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?». «Sí, lo habrá», respondió el superior. «Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él, cualquier padecimiento». Solía repetir: «Dios me ha llamado a ser franciscano para la conversión de los pecadores y de los herejes».
La facilidad de Lorenzo para aprender idiomas y para grabarse en la memoria todo lo que leía, dejó atónitos a sus superiores y compañeros. Prácticamente se aprendía de memoria capítulos enteros de la S. Biblia y muchas páginas más de libros piadosos. Hablaba varios idiomas: griego, hebreo, latín, siríaco, francés, español, alemán e italiano. Y su capacidad para predicar era tan excepcional, que siendo simple seminarista, ya le fue encomendado el predicar los 40 días de Cuaresma en la Catedral de Venecia por dos años seguidos. Las gentes vibraban de emoción al oír sus sermones, y muchos se convertían. No le asustaba desgastarse en su salud con tal de conseguir la salvación de las almas y la extensión del Reino de Dios. La gente lo amaba porque era sumamente comprensivo y bondadoso, y porque sus consejos hacían un gran bien. Siendo superior, sin embargo servía a la mesa a los demás, y lavaba los platos de todos.
Un sacerdote le preguntó: «Fray Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?». Y él respondió: «Una buena parte se debe a mi buena memoria, otra parte a que dedico muchas horas a prepararme, pero la causa principal, es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo». Los capuchinos nombraron a Fray Lorenzo superior del convento y luego superior de la provincia de Toscana, y luego superior de la provincia de Venecia. Más tarde al constatar las grandes cualidades que tenía para gobernar, lo nombraron Superior General de toda su Comunidad en el mundo. En sus años de superiorato recorrió muchos países visitando los conventos de sus religiosos para animarlos a ser mejores y a trabajar mucho por el reino de Cristo. Había días que caminaba a pie 50 km.
El Santo Padre, el Papa, lo envió a Bohemia y Alemania a tratar de extender la religión católica en esos países. Se fue con un buen grupo de capuchinos, y empezó a predicar, confutando los errores protestantes. Pero por esos días un ejército de 80.000 turcos mahometanos dirigidos por su rey Mohamed III invadió el país con el fin de destruir la religión, y el emperador Rodolfo II pidió a Padre Lorenzo que se fuera a Alba Regia (en húngaro Székesfehérvár, en alemán Stulweissenburg) con sus capuchinos a entusiasmar a los 18.000 católicos que salían a defender la patria y la religión. La batalla fue terriblemente feroz. Pero San Lorenzo y sus religiosos recorrían el campo de batalla con una cruz en alto cada uno, gritando a los católicos: «Ánimo, estamos defendiendo nuestra santa religión». Y la victoria fue completa. Los soldados victoriosos exclamaban: «La batalla la ganó el Padre Lorenzo». El Papa Clemente VIII decía que el Padre Lorenzo valía él solo más que un ejército.
El Sumo Pontífice lo envió de delegado suyo a varios países, y siempre estuvo muy activo de nación en nación dirigiendo su comunidad y fundando conventos, predicando contra los protestantes y herejes (combatió sobre todo al astrónomo Tycho Brahe, y a un Policarpo Laiser que los luteranos llamaban «Fósforo de los teólogos»), y trabajando por la paz y la conversión. Pero lo más importante en cada uno de sus días eran las prácticas de piedad. Durante la celebración de la Santa Misa (de la cual decía: «Cuando estoy oficiando en el altar, mis tormentos desaparecen», refiriéndose a la gota que lo aquejaba), frecuentemente era arrebatado en éxtasis, y su orar era de todas las horas y en todos los sitios. Por eso es que obtuvo tan grandes triunfos apostólicos.
Se levantaba por la noche a rezar salmos. Ayunaba con frecuencia. Su alimento era casi siempre pan y verduras. Huía de recibir honores (declinó ser reelecto como Superior general), y se esforzaba por mantenerse siempre alegre y de buen genio con todos. La gente lo admiraba como un gran santo. Su meditación preferida era acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo; y como su padre San Francisco, era muy devoto de la Santísima Virgen, rezando el Rosario y el Oficio de Nuestra Señora. Solía bendecir diciendo: «Nos cum prole pia, benedícat nos Virgo María»; y en un sermón sobre el Ave María, dijo: «¡Dichosos y bienaventurados aquellos que, inspirados del Espíritu divino y movidos por el afecto sincero del corazón, como enviados por Dios en compañía del arcángel San Gabriel, se acercan a la Virgen, la saludan con el ángel, la honran, la adoran y felicitan con vivo espíritu y con piadoso afecto de interna devoción! Porque no es posible que la Virgen no les devuelva su saludo. El ángel se retiró feliz, después de conseguir su petición; así también, los que la saludan con él, no podrán retirarse de su presencia sin una riquísima consolación del alma y sin copiosos favores y dones celestiales!».
Cuando viajaba a visitar al rey Felipe III de España enviado por la nobleza de Nápoles para pedirle que destituyera al gobernador Pedro Téllez-Girón, duque de Osuna, que según ellos estaba haciendo mucho mal en esos lares (aunque en realidad eran las envidias políticas tan propias del Siglo de Oro), se sintió sin fuerzas y el 22 de Julio de 1619, el día en que cumplía sus 60 años, murió santamente en Lisboa (entonces parte de la Monarquía Hispánica), como había predicho; y su cuerpo fue trasladado al convento de la Anunciada, en Villafranca del Bierzo (León).
Lorenzo de Brindis ha sido llamado el «Doctor apostólico», por su infatigable celo en la predicación, que se evidencia en dejar escritos 15 volúmenes de enseñanzas, y entre ellos 800 sermones muy sabios, que le valieron que sus examinadores en la causa de beatificación dijeran «Vere inter sanctos Ecclésiæ doctóres adnumerári potest» (Verdaderamente puede ser contado entre los Santos Doctores de la Iglesia). En Sagrada Escritura era un verdadero especialista, tanto que decía que si se perdiesen todos los libros sagrados, con la gracia de Dios sería capaz de reconstruirlos; y durante su predicación a los judíos de Roma, los rabinos pensaban que él era un converso por su dominio del hebreo y el siríaco.
Fue beatificado por Pío VI en 1783 y canonizado por León XIII el 8 de Diciembre de 1881.
ORACIÓN
Oh Dios, que conferiste el espíritu de sabiduría y fortaleza a tu Confesor San Lorenzo, para ayudarlo a realizar arduas tareas para gloria de tu nombre y la salvación de las almas, concédenos por su intercesión aquel mismo espíritu, para de conocer lo que debemos hacer y, una vez conocido, ponerlo en obra. Por J. C. N. S. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)