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sábado, 24 de julio de 2021

MES EN HONOR A SANTA ANA (DÍA 24)

Recopilado por el P. Dr. Vicente Alberto Rigoni, Cura Párroco de Santa Ana en Villa del Parque (Buenos Aires), el 12 de Mayo de 1944. Tomado de RADIO CRISTIANDAD.
    
DÍA VIGESIMOCUARTO
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
     
MEDITACIÓN: Fidelidad y gratitud de Santa Ana para presentar a María en el Templo.
Santa Ana había prometido a Dios el fruto de su matrimonio; y tuvo la hija más excelsa y amable que jamás se pudo idear. La veía crecer en gracia y virtud, sintiéndose cada día más atraída hacia Ella, considerando que era un gran tesoro. Pero no obstante, todo pensado, Ana, grata y fiel al Señor, se diponía a hacerle un completo sacrificio. Muchas veces, vuelta a su hija, transida de dolor, dice la Venerable de Agreda, hablaba así: “Hija amada, sólo a ti tengo, después de haber suspirado tanto, y ni siquiera puedo gozar mucho de tu compañía. Te he prometido al Señor y mantendré mi voto a toda costa. Sea hecho siempre el divino querer. ¡Oh, Dios mío, Dios mío!, os agradezco, porque me la diste; es vuestra, yo os la devuelvo. ¡Oh que fortaleza hallarme al lado de esta paloma! Y ¿cómo podré quedarme sin Ella, y sin Ella vivir mi corazón? Mas a cualquier costa, Ella es vuestra y os la doy”.
    
Cumplidos apenas los tres años de edad María fue acompañada al templo para ser ofrecida al Señor. Los sentimientos que tuvo Santa Ana en aquellos instantes solemnes, no es posible referirlos al considerar que su corazón convertido en santuario invadido y consumido por el amor de Dios, era un cielo.
    
El sacrificio que hizo de privarse de su tierna Hija, que amaba más que a las pupilas de sus propios ojos, fue grande, fue inmenso, pero la Santa lo cumplió con toda aquella generosidad, con toda aquella gratitud que le inspiró su sumisión a la voluntad divina, lo cumplió con aquella alegría con que una madre sabe y entrevé que de un sacrificio proviene la gloria.
    
Es agradable imaginarse a aquella dulce Madre con su adorada Hija, cándida en el alma como en el vestido, encaminarse contenta al Templo; es bello seguir con la imaginación la sagrada ceremonia que con la bendición del Sacerdote, sellaba cuanto era ya acogido y aceptado en el cielo.
    
Las lágrimas de Ana al separarse de Samuel, las angustias de Abraham al conducir a su Isaac al sacrificio, el quebranto de Agar al abandonar a Ismael, son vanas sombras en presencia de los tormentos de Santa Ana cuando debió separarse de María, la escogida para Madre de Dios.
    
Ofrezcámonos al Señor para que se cumpla en nosotros su santa voluntad.
    
¿Quién no ve, ¡oh cristiano!, cuán penoso fue a la maternal ternura de Santa Ana el separarse de hija tan incomparable?; y sin embargo, dice el Tritemio, tanta ternura fue vencida por el amor de Dios. “Yo, dice la Virgen a la Venerable de Agreda, sentía vivamente el sacrificio de mis queridos padres; pero sabiendo que así lo quería Dios, me olvidé de mi casa por cumplir la voluntad divina”. Y he aquí hija y padre unidos en sacrificio por agradar a Dios. ¡Oh, si fuesen frecuentes en el cristianismo estos sacrificios de amor, cuánto más abundante sería el número de sus santos! Con facilidad decimos que queremos seguir a Dios, a cualquier costa; ¡mas cuán pronto le abandonamos después! Basta una mirada humana, una palabra, una crítica. ¡Oh vergüenza!, no sólo no se le sigue, sino que se impide a los demás seguirle, contradiciendo la propia vocación y substituyéndola por la que dicta el interés. Gran responsabilidad para los padres, como también gran cargo para los que, fáciles en omitir votos, con igual facilidad los olvidan.
   
EJEMPLO: Lo que desagrada a Santa Ana la infidelidad en el cumplimiento de los votos, se comprende por el siguiente pasaje: Un príncipe de Palermo, viendo la esterilidad de su esposa, rogó al Venerable Inocencio de Chiusa, que le alcanzara del Cielo un hijo. Este le respondió: “No sólo tendrás uno, sino tres, si prometes reedificar nuestra capilla de Santa Ana en la tierra Juliana”. A lo cual el príncipe repuso: “Si llego a tener tres, no sólo restauraré la capilla de Santa Ana, sino la iglesia entera y el convento.” Pero, obtenidos consecutivamente los tres hijos, el príncipe andaba defiriendo el cumplimiento de la promesa. Entones, Inocencio se le presentó junto con el procurador del monasterio, exhortándole a cumplir su oferta, y éste ofreció dar cien ducados. Mas el Venerable, presentándole un presupuesto de peritos, en el que se indicaba la cantidad necesaria para la reedificación, le hizo notar que habiendo sido ilimitado su voto, se contentase con tratar con los ingenieros quienes exigían por lo menos quinientos ducados. El príncipe y su esposa se hicieron sordos al reclamo; y al Venerable Inocencio al separarse le dijo: “Si no mantenéis vuestra promesa a Santa Ana, los hijos os serán quitados”. Pasados pocos días enfermó el primogénito; e inmediatamente el príncipe recurrió a Inocencio, quien le replicó: “Si no cumplís vuestro voto, vuestros hijos morirán”.
    
En efecto, en poco tiempo, uno después de otro, todos fueron sorprendidos por la muerte.
   
OBSEQUIO: Por medio de la gloriosa Santa Ana, presentemos nuestro corazón a Dios.
   
JACULATORIA: Virtuosísima Santa Ana, hacednos agradables a Dios.
   
ORACIÓN
Admiro, ¡oh fidelísima Santa Ana! vuestra firmeza en someteros a la privación del objeto más amable, de vuestra hija María; me sorprende lo grande de vuestro sacrificio, pero mucho más la grandeza de vuestro amor a Dios, que a tanto os obligó; me uno a los coros angélicos, que justamente alaban una fidelidad tan constante. Más, ¿cuando será que aprenda de Vos a vencerme a mí mismo, para conseguir el reino bienaventurado, que sólo con violencias se adquiere?; ¿cuando será que arda en aquella caridad que rige a los vientos de la tentación y alas aguas del sufrimiento? ¡Ah, Santa querida!, obtenedme estas gracias por amor de aquel dignísimo esposo que con Vos fue igual en el mérito del gran sacrificio. Amén. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
    
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
        
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)