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martes, 12 de mayo de 2009

NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA Y LOS DEBERES DEL PROPIO ESTADO DE VIDA

Traducción del artículo publicado por fray Thomas McGlynn OP en la revista Vision of Fátima, año de 1949 (tomado de AGE OF MARY).
  
LOS DEBERES DE ESTADO
 
«¡Cumple tu deber y todo marchará bien!» (Papa San Pío X)
  
Nuestra Señora del Rosario dijo en Fátima:
  • «Orad, orad mucho y haced sacrificios por los pecadores. Recordad que muchas almas van al Infierno porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas».
  • «Ellos deben enmendar sus vidas, pedir perdón por sus pecados. No ofendáis más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido».
  
Este es el mismo triste, pero dulcemente persistente llamado oído en Lourdes hace muchos años: «¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!». Esta es la misma Madre que lloraba en la montaña de La Salette en 1846: «Si mi pueblo no quiere someterse, yo me veo forzada a dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado, que ya no puedo sostenerle». Seguramente la Madre de Dios se quejaría solamente de una cosa, y es el pecado.
 
¿Cuáles eran los pecados que la hacían llorar? El trabajo en los domingos, tomar el Nombre de Dios en vano, y no guardar las leyes eclesiásticas sobre el ayuno y la abstinencia. Ella dijo “Mi pueblo”, los campesinos de la Francia Católica —no los francmasones, herejes o ateístas—. ¿Qué eran estos pecados? Las violaciones de los Mandamientos de Dios y su Iglesia que se convirtieron en un modo de vida para estas pobres gentes: «Los que conducen carros no saben jurar sin poner en ello el nombre de mi Hijo». ¿Qué es más habitual que el tomar el Nombre de Dios en vano? ¿Trabajar los Domingos? ¿Violar la abstinencia de la Iglesia? ¡Seguramente estos pecados no “lastiman” a nadie! No, a nadie… sino a Dios y su Madre.
 
Atiende a las palabras dirigidas por Sor Lucía al Obispo de Leiría en 1943. La queja es todavía la misma, y más clara no puede ser:
«El buen Dios se queja amarga y dolorosamente por el pequeño número de almas en Su gracia que están dispuestas a renunciar a todo lo que la observancia de Su Ley requiere de ellos. Esta es la penitencia que el Señor pide ahora: el sacrificio que toda persona tiene que imponerse a sí misma para llevar una vida justa en observancia de Su Ley. Muchos piensan que la penitencia consiste en la práctica de grandes austeridades, y como no tienen ni la fuerza ni la generosidad para sobrellevarlas, se desalientan y caen en una vida de indiferencia y de pecado. Nuestro Señor me dijo: “El sacrificio requerido de cada persona es el cumplimiento de sus deberes de estado y la observancia de Mi Ley. Esta es la penitencia que ahora busco y demando”». (Sor Lucía de Fátima, Carta del 28 de Febrero de 1943)
  
Estas palabras son el significado de Fátima. Todo lo demás (el Rosario, la Consagración, la Devoción al Inmaculado Corazón de María, los Primeros Sábados) son medios a un fin. El Rosario no es un tiquete automático para la salvación eterna. Si conscientemente seguimos llevando una vida mundana y pecaminosa, si los misterios del Rosario no significan nada en nuestras vidas, ¿qué bien podemos hacer a nosotros mismos o a otros? ¿No seríamos sino contados entre estos falsos devotos que, como dice San Luis María de Montfort, «rezan muchos Rosarios, pero atropelladamente, [...] sin enmendar su vida, sin vencer sus pasiones» (Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen Santísima, 96)? No, la enmienda de la vida es la esencia e importancia de Fátima, la “penitencia” entendida como guardar los mandamientos de Dios y cumplir los deberes propios del estado de vida. Muy poco atractivo y nada emocionante, ¿cierto? Y quizá es por eso que perdemos el barco.
  
Los sacrificios inherentes al llevar una familia, en trabajar honestamente cada día, en mantener inviolados los votos matrimoniales, y practicar la castidad de acuerdo al propio estado; vencer el respeto humano cuando significa vivir nuestra Fe en una sociedad pagana, adherir intransigentemente a los estándares eclesiales de la modestia mariana, evitar las personas, lugares y cosas que nos sean ocasión de pecado, incluyendo lo que hoy en día llaman “recreación”, en fin, los cientos de “sacrificios” que Dios pide de nosotros en la simple vivencia diaria de nuestra Fe Católica. Estas son las “cosas pequeñas” que actualmente son obras heroicas, cosas que nos santifican y purifican mucho mejor que lo harían el cilicio y el flagelo. Esta es la “sustancia” de la cual se hacen los mártires.
  
En la simplicidad del mensaje de Fátima, es grandemente de temer que muchos no lo entiendan, o no lo quieran entender. Rusia no se ha convertido, y estamos lejos, muy lejos de la paz mundial [Para cuando se redactaron estas líneas, Pío XII no había realizado la Consagración de Rusia que la convertiría a la paz, consagración que se realizó en 1952. Y en cuanto a la “paz mundial”, ni hablar N. del T.]. Los pedidos de Nuestra Señora ho han sido contestados, a pesar de los millones que han prometido rezar el Rosario y vestir el Escapulario carmelita. Quizá pudiéramos ser más optimistas, millones habrían enmendado sus vidas. «¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?» (Palabras de Nuestra Señora a los pastorcitos, 13 de Mayo de 1917). Si tu respuesta es SÍ, recuerda lo que Nuestra Señora pidió a todos sus hijos… penitencia.
  
Dice Nuestra Señora a Lucía:
«Jesús quiere usarte para hacerme conocida y amada. Él quiere establecer en el mundo la Devoción a mi Inmaculado Corazón. Yo prometo salvar a todos los que la abracen, y sus almas serán amadas por Dios como flores puestas por Mí para adornar Su trono» (Segunda Aparición, 13 de Junio de 1917).
 
Tenemos que mirar honestamente a Fátima. No es lo que queremos que sea, sino lo que Dios planeó que fuera: «Mis pensamientos no son los vuestros, ni vuestros caminos son los míos, dice el Señor» (Isaías LV, 8).
  
Dios ha provado la verdad de Fátima con grandes milagros. Debemos aceptar la verdad o correr el riesgo de rechazar la gracia. Si encontramos que nuestro modo de pensar es distante a lo que Dios ha hecho saber en Fátima, será mejor que revisemos prontamente nuestro pensamiento. A nadie le gusta pensar en el Infierno; la Justicia divina es un atributo atemorizante que fácilmente ignoramos; la penitencia es perturbadora; la devoción al Inmaculado Corazón de María puede ser una novedad innecesaria; la discusión sobre Rusia puede ser imprudente; el Rosario algo monótono; y los Cinco primeros Sábados ser excesivamente matemático. Pero todo eso está en el mensaje de Fátima, y debemos ponerlo en práctica y entenderlo si queremos aceptar lo que Dios nos ha dicho a través de las apariciones en Fátima con la potente voz de los milagros y profecías.
 
Fátima es, primeramente, un llamado angustioso al mundo para que abandone el pecado. La enormidad de la rebelión de la humanidad contra Dios y la infinita aversión que Dios tiene al pecado forman el fundamento del mensaje de Fátima. Entonces Él le da al pecador la esperanza en la revelación de que aceptará el arrepentimiento hecho a través del Inmaculado Corazón de María. Fátima manifiesta los atributos peor entendidos de Dios: la justicia y la misericordia.
   
Los tres niños de Fátima vieron el Infierno. La visión no fue para su instrucción o advertencia, sino para nosotros; la Virgen Santísima les aseguró que ellos serían salvos. El acento del Infierno es tremendo. Es la primera parte del Secreto de Fátima; es la razón para el resto de las revelaciones. Nuestra Señora pasó a hablar de los castigos temporales con los que el mundo sería visitado si los hombres no enmiendan su vida. Los hemos visto llegar: guerra, hambre, persecución de la Iglesia, la destrucción de muchas naciones. De las palabras de Nuestra Señora debemos temer incluso mayores aflicciones a menos que cambie la conducta humana. Pero definitivamente perdemos “el significado espiritual de las cosas” si pensamos que Nuestra Señora vino a Fátima a decirnos cómo evitar una Tercera Guerra Mundial, o cómo convertir a Rusia, o cómo obtener tranquilidad en nuestra vida terrena. ¡Ella vino a decirnos cómo evitar el Infierno!
   
Los castigos temporales son secundarios; son castigos que extrañamente nos impresionan más que el Infierno. Pero todo el deramamiento de sangre, muerte, y desesperación de mil guerras no pueden igualar el desastre de la condenación de una sola alma. Y la condenación no es simplemente un posible mal que puede llegar si no hacemos lo que dijo Nuestra Señora de Fátima; hay actualmente clamando innumerables almas que no cumplieron, y ahora no podrán cumplir, el propósito de su existencia. Las apariciones de Fátima intentan detener esta devastación. Venga o no la guerra; es un mal, en últimas, sólo en la medida que lleve al único mal final, la pérdida de las almas.
  
«Visteis el Infierno, donde van a parar las almas de los pecadores», le dijo la Virgen Santa a Lucía. Este es el primer punto del mensaje de Fátima. Somos libres, hemos abusado de nuestra libertad, estamos en peligro de caer eternamente, debemos arrepentirnos. «No ofendáis más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido», dijo Nuestra Señora a Lucía mientras 70.000 personas vieron al Sol girar y caer.
   
En la aparición del mes de Agosto, dijo: «Orad, orad mucho y haced sacrificios por los pecadores. Muchas almas se pierden porque no hay quien se sacrifique por ellas». En cada aparición Ella urgía a los niños al sacrificio, y para su sacrificio les presentó dos motivos: la reparación de las ofensas contra la Divina Majestad, y la conversión de los pecadores. En la aparición de Julio, Ella les enseñó una oración que pidió rezar cada vez que se ofrezca un sacrificio: «Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María». Los niños respondieron con excepcionales obras de penitencia. Estamos llamados también a hacer penitencia, haciendo al menos los sacrificios necesarios para cumplir nuestros deberes.
  
Si el énfasis que hace el mensaje de Fátima sobre el peligro del Infierno y la necesidad de la penitencia es molesto, hay pocas consideraciones que puedan rectificar nuestro juicio. Nadie puede entender a cabalidad la gravedad del pecado porque debe ser medido por la santidad del Dios al que ofende el pecado. El apelo de Nuestra Señora en la colina de Fátima no es diferente al mandato de Nuestro Señor en otro monte:
«Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y amplio es el camino que lleva a la destrucción, y son muchos los que van por él» (Mateo VII, 13).
  
El fuego del Infierno no puede extinguirse por nuestra indiferencia a él; ni la justicia divina ser alterada por nuestra falla para entenderla. «Escuchad, pues, ¡oh casa de Israel!: ¿es Mi proceder el que no es justo, y más bien no es perverso vuestro camino?» (Ezequiel XVIII, 25). Debemos admitir el misterio y aceptar los hechos de la justicia divina y el castigo eterno. El crimen de no buscar el Cielo es muy grande. Es mucho mejor aterrarse ahora del Infierno y evitarlo, que ignorarlo ahora y descubrirlo después de morir. «¿Para qué perecer vosotros, oh casa de Israel?» (Ezequiel XVIII, 31).
 
«Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón». Esto resume la segunda parte del Secreto de Fátima. La advertencia del Infierno y los castigos en la tierra manifiestan la justicia divina, pero también es una expresión de la misericordia de Dios. La misericordia de Dios se manifiesta más claramente en la revelación del Inmaculado Corazón. La devoción al Inmaculado Corazón de María no es nueva. Fue practicada por Nuestro Señor: El Corazón de María fue honrado con su primer milagro. Fue la afectuosa consideración del corazón de Nuestra Señora por la pareja de esposos en Caná lo que la inspiró a fin de que Nuestro Señor convirtiera el agua en vino. El corazón de María es el símbolo de su amor. Amor que es sin mancha de ninguna clase, sin la menor traza de egoísmo. En una palabra, es Inmaculado.

El Ángel Gabriel honró el Inmaculado Corazón de María cuando la saludó como “Llena de Gracia”, porque la gracia es compartir la vida de Dios, y la vida divina en el alma cristiana es activa por medio de la caridad, que es el amor. El Inmaculado Corazón es el pleno florecer de la gracia que Dios le otorgó a su Madre en su Inmaculada Concepción.
 
Siempre hemos sabido que la Bienaventurada Virgen tuvo una íntima coparticipación en la obra de la Redención, y Dios quiere que por medio de ella los frutos de la redención se distribuyan a las almas de los hombres. Sabemos por Fátima que Dios desea que honremos el Corazón de Su Madre, o, dicho de otra manera, honremos a Su Madre, o Corredentora, por el título de su amor, su Inmaculado Corazón.

El Inmaculado Corazón de María sufrió por causa del pecado. En Fátima, ella le mostró a Lucía su corazón rodeado de espinas. Dios nos ha dicho ahora, por medio de las apariciones de Fátima, que podemos hacer reparación a Él si reparamos el dolor que le hemos causado a Ella. El Corazón que recibió la plenitud de participación en la vida divina, que conoció los afectos de una madre para con Jesucristo durante los años en Nazaret, que fue atravesado por la agonía de verle morir, que le honra en el Cielo más de lo que pudiera el resto de la creación, ahora es proclamado gloriosamente por Él a través de Fátima. El Señor desea establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. No debemos discutir la temporalidad o conveniencia de la devoción al Inmaculado Corazón; debemos esforzarnos en humilde oración para adquirirla.
  
Este es sustancialmente el significado de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima. Hay otros detalles, de hecho, pero los detalles no deben oscurecer la esencia del mensaje de Fátima, específicamente: nuestra propia salvación, la conversión de los pecadores, la expiación de nuestros pecados, y el que Dios quiere que honremos el Corazón de Su Madre.
  
Los otros detalles tienen que ver con el medio de honrar el Inmaculado Corazón de María y con las sanciones divinas de esta devoción: los castigos que se siguen si la oferta misericordiosa de Dios es despreciada y se ignora la devoción al Inmaculado Corazón de María. El primer medio declarado en Fátima para rendir homenaje al Inmaculado Corazón es el Rosario, que ciertamente es la oración favorita de Nuestra Señora, y no es difícil encontrar la razón para ello: el alma del Rosario es meditar los misterios de la Encarnación, Pasión redentora y glorioso Triunfo de Nuestro Señor. Es su oración favorita porque representa en nosotros a Nuestro Señor.
  
La devoción de las Comuniones Reparadoreas de los Cinco Primeros Sábados fue dada a conocer e insistida a lo largo de tres apariciones distintas a Lucía. Ello ha simplificado el modo en el cual podemos cumplir las demandas de Fátima. Y fue hecha una gran promesa: nos ha asegurado la ayuda necesaria para la salvación si realizamos una serie de actos devotos con la intención de hacer reparación a Dios por el pecado a través del Inmaculado Corazón de María. La petición no es vaga; es definida. De esta definición puede derivarse el descanso de alcanzar una seguridad de que hemos atendido el llamado de Fátima. Se nos pide que recibamos los sacramentos de la Confesión y la Santa Comunión (la Confesión puede hacerse la semana antes o después) el primer Sábado de cada mes durante cinco meses seguidos; y, en los primeros Sábados, rezar un tercio [cinco decenas del Rosario, que tiene quince] y, aparte del Rosario, pasar quince minutos meditando uno o más misterios del Rosario.
   
Nuestra Señora anunció en Fátima que Rusia esparciría sus errores por todo el mundo y que el resultado serían guerras y persecución a la Iglesia. Esto no significa qur Rusia sea el enemigo de la paz; en cambio significa que Rusia es —inconscientemente, de hecho— el instrumento de la justicia divina. El enemigo de la paz no es Rusia, si no el pecado, que abunda en todas las fronteras.
  
Nuestra Señora de Fátima ha profetizado absolutamente que un día Rusia se convertirá y que un período de paz le seguiría. No hay indicación en su mensaje que esto se logrará antes de otra guerra. Fátima no debe ser malentendida como una simple garantía de paz. La paz un día llegará; su arribo se acelerará si los hombres se arrepienten y honran el Corazón de María. Si no lo hacen, el mundo continuará sufriendo los castigos de la justicia divina.
  
Pero el triunfo del Inmaculado Corazón de María en tu alma y en la mía, y en el alma del hombre en la tienda de ultramarinos, o de la mujer que cruza la calle en el tranvía, o la del niño en el salón de clases, o la del ejecutivo en su escritorio, no tiene que esperar la consagración de Rusia; sólo espera la consagración individual a Dios en penitencia y reparación por el Corazón de María.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)