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lunes, 27 de abril de 2015

MISA DE NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Del Misal Propio de España
    
Die 27 Aprilis
In tota provincia ecclesiastica Tarraconensi
B. MARIÆ V. DE MONTE SERRATO
Patronæ Catalauniæ
   
Introitus. Isa. 35, 2. Gérminans germinábit, et exsultábit. Lætabúnda et laudans: glória Líbani data est ei: decor Carméli, et Saron, allelúja, allelúja. Ps. 86, 1. Fundaménta ejus in móntibus sanctis: dilígit Dóminus portas Sion super ómnia tabernácula Jácob. ℣. Glória Patri
   
ORATIO
Bonórum ómnium largítor, Deus, qui eléctum montem gloriósæ Unigéniti tui Matris insígni cultu claríficas: concéde; ut, ejúsdem Immaculáta Semper Vírginis Maríæ præsídio poténter adjúti, ad montem, qui Christus est, secúri perveniámus: Qui tecum vivit.
   
Lectio libri Sapientiæ
Prov. 8, 22-35.
       
Dóminus possédit me in inítio viárum suárum, ántequam quid quam fáceret a princípio. Ab ætérno ordináta sum, et ex antíquis, ántequam terra fíeret. Nondum erant abýssi, et ego jam concépta eram: nec dum fontes áquarum erúperant: necdum montes gravi mole constíterant: ante colles ego parturiébar: adhuc terram non fecérat, et lúmina, et cárdines orbis terræ. Quando præparábat cœlos, ad eram: quando certa lege et gyro vallábat abýssos: quando ǽthera firmábat sursum, et librábat fontes áquarum: quando circumdábat mari términum suum et legem ponébat áquis, ne transfirent fines suos: quando appendébat fundaménta terræ. Cum eo eram cuncta compónens: et deléctabar per síngulos dies, ludens coram eo omni témpore: ludens in orbe terrárum: et delíciæ meæ ese cum fíliis hóminum. Nunc ergo, fílii, audíte me: Beáti, qui custódiunt vias meas. Audíte dísciplínam, et estóte sapiéntes, et nolíte abjícere eam. Beátus homo, qui áudit me, et qui vígilat ad fores meas quotídie, et obsérvat ad postes óstii mei. Qui me invénerit, invéniet vitam, et háuriet salútem a Dómino.
  
Allelúja, allelúja.
℣. Num. 17, 8. Virga Jesse flóruit: Virgo Deum et hóminem génuit: pacem Deus réddidit, in se reconcílians ima summis. Allelúja.
℣. Luc. 1, 28 et 42. Ave, María, grátia plena; Dóminus tecum: benedícta tu in muliéribus. Allelúja.
 
Extra Tempus Paschale, dicitur
  
Graduale: Cant. 6, 3. Quæ est ista, quæ progréditur quasi auróra consúrgens, pulchra ut luna, elécta ut sol, terríbilis ut castrórum ácies ordináta?
℣. Virgo Dei Génitrix, quem totus non capit orbis, in tua se cláusit víscera factus homo.
   
Allelúja, allelúja. ℣. Judith 15, 10. Tu glória Jerúsalem, tu lætítia Israël, tu honorificéntia pópuli nostri. Allelúja.
  
Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam.
Luc. 1, 39- 47.
   
In illo témpore: Exsúrgens María ábiit in montána cum festinatióne in civitátem Juda: et intrávit in domum Zacharíæ et salutávit Elísabeth. Et factum est, ut audivit salutatiónem Maríæ Elísabeth, exsultávit infans in útero ejus: et repléta est Spíritu Sancto Elísabeth, et exclamávit voce magna et dixit: Benedícta tu inter mulíeres, et benedíctus fructus ventris tui. Et unde hoc mihi, ut véniat Mater Dómini mei ad me? Ecce enim, ut facta est vox salutatiónis tuæ in áuribus meis, exsultávit in gáudio infans in útero meo. Et beáta, quæ credidísti, quóniam perficiéntur ea, quæ dicta sunt tibi a Dómino. Et ait María: Magníficat ánima mea Dóminum: et exsultávit spíritus meus in Deo, salutári meo.
  
Credo.
  
Offertorium: Recordáre, Virgo Mater in conspéctu Dei, ut loquáris pro nobis bona, et ut avértat in dignatiónem suam a nobis, allelúja.
  
SECRETA
Tua, Dómine, propitiatióne, et beátæ Maríæ Semper Vírginis intercessióne, ad perpétuam atque præséntem haec oblátio nobis profíciat prosperitátem et pacem. Per Dóminum.
   
Præfatio de B.M.V. Et te in Festivitáte, et dicitur per Octavam, nisi Missa aliqua propriam habeat.
Vere dignum et justum est, ǽquum et salutáre, nos tibi semper et ubique grátias ágere: Dómine sancte, Pater omnípotens, ætérne Deus: Et te in Festivitáte beátæ Maríæ semper Vírginis collaudáre, benedícere et prædicáre. Quæ et Unigénitum tuum Sancti Spíritus obumbratióne concépit: et, virginitátis glória permanénte, lumen ætérnum mundo effúdit, Jesum Christum, Dóminum nostrum. Per quem majestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestátes. Cœli cœlorúmque Virtútes ac beáta Séraphim sócia exsultatióne concélebrant. Cum quibus et nostras voces ut admitti jubeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes:
  
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus, Deus Sábaoth. Pleni sunt cœli et terra glória tua. Hosánna in excélsis. Benedíctus, qui venit in nómine Dómini. Hosánna in excélsis.
       
Communio: Luc. 1, 48. Respéxit Dóminus humilitátem ancíllæ suæ: ecce enim ex hoc, o María beátam te dicent omnes generatiónes, allelúja.
  
POSTCOMMUNIO
Sumptis, Dómine, salútis nostræ subsídiis: da, quǽsumus, beátæ Maríæ Semper Vírginis patrocíniis nos ubíque prótegi; in cujus veneratióne hæc tuæ obtúlimus majestáti. Per Dóminum.

In Octava, Missa ut in die, cum Commemoratione S. Monicæ Viduæ.

NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT, PATRONA DE CATALUÑA

Nuestra Señora de Montserrat
  
La montaña de Montserrat, en Cataluña, famosa entre las montañas por su rara configuración, ha sido desde tiempos remotos uno de los lugares escogidos por la Santísima Virgen para manifestar su maternal presencia entre los hombres. Bajo la advocación plurisecular de Santa María de Montserrat, la Madre de Dios ha dispensado sus bendiciones sobre los devotos de todo el mundo que a Ella han acudido a través de los siglos. Pero su maternidad se ha dejado sentir más particularmente, desde los pequeños orígenes de la devoción y en todas las épocas de su desarrollo, sobre las tierras presididas por la montaña que levanta su extraordinaria mole en el mismo corazón geográfico de Cataluña. Con razón, pues, la Iglesia, por boca de León XIII, ratificando una realidad afirmada por la historia de numerosas generaciones, proclamó a Nuestra Señora de Montserrat como Patrona de las diócesis catalanas, señalando, asimismo una especial solemnidad litúrgica para honrar a la Santísima Virgen y darle gracias por todos sus beneficios bajo esta su peculiar advocación.
    
Aunque la devoción a la Virgen Santísima en Montserrat sea, con toda verosimilitud, bastante más antigua, consta, por lo menos, históricamente que en el siglo IX existía en la montaña una ermita dedicada a Santa María. El padre de la patria Wifredo el Velloso la cede, junto con otras tres ermitas de Montserrat, al monasterio de Santa María de Ripoll. Será un gran prelado de este monasterio, figura señera de la Iglesia de su tiempo, el abad Oliva, quien siglo y medio después, estableciendo una pequeña comunidad monástica junto a la ermita de Santa María, dará a la devoción el impulso que la habrá de llevar a la gran expansión futura.
   
El culto a Santa María en Montserrat queda concretado bien pronto en una imagen. La misma que veneramos hoy. La leyenda dice que San Lucas la labró con los instrumentos del taller de San José, teniendo como modelo a la misma Madre de Jesús, y que San Pedro la trasladó a Barcelona. Escondida por los cristianos, ante la invasión de los moros, en una cueva de la montaña de Montserrat, fue milagrosamente hallada en los primeros tiempos de la Reconquista y también maravillosamente dio origen a la iglesia y monasterio que se erigieron para cobijarla. En realidad, Santa María de Montserrat es una hermosa talla románica del siglo XII. Dorada y policromada, se presenta sentada sobre un pequeño trono en actitud hierática de realeza, teniendo al Niño sobre sus rodillas, protegido por su mano izquierda, mientras en la derecha sostiene una esfera. El Niño levanta la diestra en acto de bendecir y en su izquierda sostiene una piña. Rostro y manos de las dos figuras ofrecen la particularidad de su color negro, debido en buena parte, según opinión de los historiadores, al humo de las velas y lámparas ofrecidas por los devotos en el transcurso de varios siglos. Así es como la Virgen de Montserrat se cuenta entre las más señaladas Vírgenes negras y recibe de los devotos el apelativo cariñoso de Moreneta.
   
Presidida por esta imagen, la devoción a Santa María de Montserrat se extendió rápidamente por las tierras de Cataluña y, llevada por la fama de los milagros que se obraban en la montaña, alcanzó bien pronto a otros puntos de la Península y se divulgó por el centro de Europa. Las conquistas de la corona catalano-aragonesa la difunden hacia Oriente, estableciéndola sobre todo firmemente en Italia, en donde pasan de ciento cincuenta las iglesias y capillas que se dedicaron a la Virgen negra. Más tarde el descubrimiento de América y el apogeo del imperio hispánico la extienden y consolidan en el mundo entonces conocido. No sólo se dedican a Nuestra Señora de Montserrat las primeras iglesias del Nuevo Mundo, no sólo se multiplican allí los templos, altares, monasterios e incluso poblaciones a Ella dedicados, sino que la advocación mariana de la montaña sigue también los grandes caminos de Europa y llega, por ejemplo, hasta presidir la capilla palatina de la corte vienesa del emperador. Si para España, en los momentos de su plenitud histórica, la Virgen morena de Montserrat es la Virgen imperial que preside sus empresas y centra sus fervores marianos, la misma advocación de Santa María de Montserrat se presenta en la historia de la piedad mariana como la primera advocación de origen geográfico que alcanza, con las proporciones de la época, un renombre universal.
   
Es interminable la sucesión de personalidades señaladas por la devoción a Santa María de Montserrat. Los santos la visitan en su santuario: San Juan de Mata, San Pedro Nolasco, San Raimundo de Peñafort, San Vicente Ferrer, San Luis Gonzaga, San Francisco de Borja, San José de Calasanz, San Benito Labre, el Beato Diego de Cádiz, San Antonio María Claret, y sobre todo San Ignacio de Loyola, convertido en capitán del espíritu a los pies de la Virgen negra. Los monarcas y los poderosos suben también a honrarla en su montaña: después del paso de todos los reyes de la corona catalano-aragonesa, con sus dignatarios y con sus casas nobles, el emperador Carlos V visita Montserrat no menos de nueve veces y Felipe II, igualmente devoto de Santa María, se complace en la conversación con sus monjes y sus ermitaños. Es conocida la muerte de ambos monarcas sosteniendo en su mano vacilante la vela bendecida de Nuestra Señora de Montserrat. Los papas se sienten atraídos por la fama de los milagros y el fervor de las multitudes y colman de privilegios al santuario y a su Cofradía. Esa agrupación devota, instituida ya en el siglo XIII para prolongar con sus vínculos espirituales la permanencia de los fieles en Montserrat, constituye uno de los principales medios para la difusión del culto a la Virgen negra de la montaña, hasta llegar a la recobrada pujanza de nuestros días. Las más diversas poblaciones tienen actualmente sus iglesias, capillas o altares dedicados a Nuestra Señora de Montserrat, desde Roma a Manila o Tokio, por ejemplo, pasando al azar por París, Lourdes, Buenos Aires, Jerusalén, Bombay, Nueva York, Florencia, Tánger, Praga, Montevideo o Viena. Los poetas y literatos de todos los tiempos forman también en la sucesión de devotos de Santa María de Montserrat: Alfonso el Sabio la dedica varias cantigas, el canciller de Ayala, Cervantes, Lope de Vega, Goethe, Schiller, Mistral, con los escritores catalanes en su totalidad, cantan las glorias de la Moreneta, de su santuario, de su montaña. Familias distinguidas y humildes devotos se honran en ofrecer sus donativos a la Virgen, para sostener la tradicional magnificencia de su culto, atendido desde los orígenes por los monjes benedictinos, y para cooperar al crecimiento y esplendor de la devoción. Es ésta una bella constante de la historia de Montserrat, desde las antiguas donaciones consignadas en los documentos más primitivos, pasando por el trono de catorce arrobas de plata ofrendado por la familia de los Cardona y el retablo policromado del altar mayor que costeó la munificencia de Felipe II, hasta el trono y la campana mayor de nuestros días, sufragados por fervorosa suscripción popular. También las familias devotas de todas las épocas han tenido un verdadero honor en que sus hijos consagraran los años de la niñez al servicio de Santa María, encuadrados en la famosa Escolanía o agrupación de niños cantores consagrados al culto, importante asimismo por la escuela tradicional de canto y composición que forman sus maestros, existente ya con seguridad en el siglo XIII y probablemente tan antigua como el santuario. Con sus actuaciones musicales, siempre tan admiradas, en la liturgia de Montserrat esos niños constituyen una de las notas más típicas e inseparables de la devoción a la Virgen negra, a cuya imagen aparecen íntimamente unidos en la realidad de su propia vida como en el sencillo simbolismo de las antiguas estampas y las modernas pinturas de Nuestra Señora de Montserrat.
   
A lo largo de más de mil años de historia, en el despliegue de un conjunto tan singular como el que forma la montaña con la ermita inicial, con el santuario y con el monasterio, la Santísima Virgen, en su advocación de Montserrat, ha recibido el culto de las generaciones y ha dispensado sus gracias, sensibles o tal vez ocultas, a quienes la han invocado con fervor. Hoy como nunca suben numerosas multitudes a Montserrat. Peregrinos en su mayoría, pero también no pocos movidos por respetuosa curiosidad. El lugar exige un viaje ex profeso, pero las estadísticas hablan de cifras que cada vez se acercan más al millón anual y que en un solo día pueden redondear fácilmente los diez o doce mil, con un porcentaje siempre acentuado de visitantes extranjeros. En Montserrat encuentran una montaña sorprendente, maravillosa por su configuración peculiar. Encuentran un santuario que les ofrece ciertos tesoros artísticos y humildes valores de espiritualidad humana y sobrenatural. Encuentran la magnificencia del culto litúrgico de la Iglesia, servido por una comunidad de más de ciento cincuenta monjes que consagran su vida a la búsqueda de Dios, a la asistencia de los mismos fieles, a la labor científica y cultural, a los trabajos artísticos. Hijos de San Benito, esos monjes oran, trabajan y se santifican santificando, esforzándose por corresponder a las justas exigencias del pueblo fiel, que confía en su intercesión y busca en ellos una orientación para la vida espiritual y también humana. Por su unión íntima con el monasterio, en fin, el santuario aparece caracterizado como el santuario del culto solemne, del canto de los monjes y especialmente de los niños; pero sobre todo como el santuario de la participación viva de los fieles en la liturgia, o, resumiendo la idea con frase expresiva, como el santuario del misal.
  
Todo esto encuentra el peregrino en Montserrat. Pero por encima de todas esas manifestaciones, y en el fondo de todas ellas, encuentra a la Santísima Virgen, la cual, como en tantos otros lugares de la tierra, aunque siempre con un matiz particular y distinto, ha querido hacerse presente en Montserrat.
  
En 1881 fue coronada canónicamente la imagen de Nuestra Señora de Montserrat. Era la primera en España que recibía esta distinción. El mismo León XIII la señalaba como Patrona de las diócesis catalanas y concedía a su culto una especial solemnidad con misa y oficio propios. Hasta entonces la fiesta principal del santuario había sido la de la Natividad de Nuestra Señora, el 8 de septiembre. En realidad, esta solemne fiesta no debía perder su tradicional significación. Todavía hoy conserva su carácter como de fiesta mayor, popular, del santuario. Pero una nueva festividad, con característica de patronal, venía a honrar expresamente a la Santísima Virgen en su advocación de Montserrat. Es la fiesta que no puede dejar de celebrar hoy todo buen devoto de la Virgen negra. Situada al principio como fiesta variable en el mes de abril, después de una breve fluctuación quedó fijada para el día 27. El misterio que la preside es el de la Visitación. En verdad, la Santísima Virgen visita en la montaña a los que acuden a venerarla y, como pide la oración de la solemnidad, les dispone para llegar a la Montaña que es Jesucristo.
   
Aurelio María Escarre, O. S B. Año Cristiano, Tomo I, Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1966.
  
ORACIÓN
Oh Dios, dador de todo bien, que honraste a tan excelso monte con el insigne culto de la gloriosa Madre de tu Unigénito: concédenos que, mediante el auxilio de la poderosa intercesión de la Inmaculada Virgen María, lleguemos seguros a la montaña que es Jesucristo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 23 de abril de 2015

ORACIÓN A SAN JORGE POR LA MILICIA TEMPORAL Y ESPIRITUAL

San Jorge en la Batalla de Puig (Andrés Marzal de Sax)
   
¡Oh San Jorge, eres la honra de la milicia cristiana! El servicio del príncipe temporal no te hizo olvidar tus obligaciones para con el Rey del Cielo. Derramaste tu sangre por la fe de Cristo, y en recompensa Él te ha constituido jefe y guía de los ejércitos cristianos. Sé su sostén ante las filas enemigas, y concede la victoria a los defensores de la causa justa. Protégelos debajo de tu estandarte, cúbrelos con tu escudo y esparce el miedo delante de ellos. El Señor es el Dios de los ejércitos, y la guerra entra a veces en los planes de su Providencia, ya en vista de su justicia, ya en la de su misericordia. Jefes y soldados tienen necesidad del auxilio celestial. Al hacer la guerra, parecerá a veces que hacen la obra del hombre, mientras que en realidad hacen la de Dios. Por esta razón son más accesibles que los demás hombres a los sentimientos generosos, y por eso mismo su corazón es más religioso. El sacrificio, el peligro, los eleva sobre ellos mismos; también los soldados tienen su lugar distinguido entre los fastos de los mártires. Vela por el ejército de nuestra patria. Hazle tan cristiano como valeroso; sabemos que no han puesto en vano en ti sus esperanzas los hombres de guerra.
   
En la tierra no sólo existe milicia temporal; hay otra en la que están alistados todos los fieles de Cristo. San Pablo, hablando de todos nosotros, ha dicho: "que no serán coronados sino los que lucharen legítimamente". Hemos de contar con la lucha en este mundo, si escuchamos las exhortaciones del mismo Apóstol: "Cubrios con la armadura de Dios, nos dice, para que podáis resistir los ataques del diablo. Tomad por cinturón la verdad, por coraza la justicia, por calzado la resolución de andar por el camino del Evangelio, por escudo la fe, por casco la esperanza de la salvación y por espada la palabra de Dios". ¡Somos, pues, guerreros como tú! Nuestro Jefe divino resucitado, antes de subir al Cielo quiere pasar revista a su ejército; preséntanos a Él. Nos ha admitido en las filas de su guardia, a pesar de nuestras infidelidades pasadas; a nosotros por tanto corresponde hacernos dignos de tal honor. La prenda de la victoria la tenemos en la Eucaristía, ¿cómo nos hemos de dejar vencer? Vela por nosotros, ¡valiente guerrero! Que tus oraciones nos ayuden mientras tus ejemplos nos animan a luchar como tú contra Satanás. Cada pieza de nuestra armadura le es temible; el mismo Jesús la ha preparado para nosotros y la ha templado en su sangre; da fuerzas a nuestro valor, para que podamos como tú, presentársela entera, el día en que nos invite a su descanso eterno.
   
La cristiandad entera tiene necesidad de que te acuerdes de los homenajes que te prodigó en otros tiempos. Por desgracia la antigua piedad hacia ti se ha enfriado, y para muchos cristianos tu fiesta pasa inadvertida. No te ofendas por ello, ¡oh santo mártir!, imita a tu Maestro que hace salir su sol sobre los buenos y malos. Tén piedad de este mundo en medio del cual ha sido sembrado el error, y que en este momento se agita en convulsiones terribles. Mira con compasión a Inglaterra, que ha sido seducida por el dragón infernal. Los antepasados te lo piden desde el Cielo, ¡oh poderoso guerrero!; sus hijos te suplican desde la tierra. En nombre de Jesús resucitado te conjuramos ayudes a la resurrección de un pueblo que fue tuyo.
   
Dom Prósper Gueranger, OSB. El Año Litúrgico (I Edición española), Tomo III, págs. 703-705. Editorial Aldecoa (Burgos-España), 1956.

miércoles, 22 de abril de 2015

PATRONATO DE SAN JOSÉ SOBRE LA IGLESIA CATÓLICA

"Nunca pedí nada a San José, sin haber sido oída" (Santa Teresa de Jesús)
   
San José, Patrono de la Iglesia Católica
   
Hoy se suspende la serie de misterios del Tiempo pascual; otro objeto atrae por un momento nuestra atención. La Santa Iglesia nos incita a consagrar la jornada al culto del Esposo de María, del Padre nutricio del Hijo de Dios, Patrón de la Iglesia Católica. El 19 de marzo le hemos rendido nuestro homenaje anual; pero se trata de erigir para la piedad del pueblo cristiano un monumento de reconocimiento a San José, socorro y apoyo de todos los que le invocan con confianza.
   
HISTORIA DEL CULTO HACIA SAN JOSÉ
La devoción a San José estaba reservada para estos últimos tiempos. Su culto, fundado en el Evangelio mismo, no debía desarrollarse en los primeros siglos de la Iglesia; no porque los fieles, considerando el papel de San José en la economía del misterio de la Encarnación, estuviesen coartados de algún modo en los honores que hubieran querido rendirle; sino que la divina Providencia tenía sus razones misteriosas para retardar el momento en que la Liturgia debía prescribir cada año los homenajes públicos debidos al Esposo de María. El Oriente precedió al Occidente, así como ocurrió otras veces, en el culto especial de San José; pero en el siglo XV, la Iglesia latina le habla adoptado todo entero, y desde entonces no ha cesado de progresar en las almas católicas. Las grandezas de San José han sido expuestas el 19 de Marzo; el fin de la presente fiesta no es el volver sobre este inagotable asunto. Tiene su motivo especial de institución que es necesario dar a conocer. La bondad de Dios y la fidelidad de nuestro Redentor a sus promesas se unen siempre más estrechamente de siglo en siglo, para proteger en este mundo la chispa de vida sobrenatural que debe conservar él hasta el último día. En este fin misericordioso, una sucesión ininterrumpida de auxilios viene a caldear, por decirlo así, cada generación, y a traerle un nuevo motivo de confianza en la divina Redención. A partir del siglo XIII, en que comenzó a hacerse sentir el enfriamiento del mundo, como nos lo atestigua la misma Iglesia, ("Frigescénte mundo"— Oración de la fiesta de los Estigmas de San Francisco), cada época ha visto abrirse una nueva fuente de gracias. Apareció primero la ñesta del Santísimo Sacramento, cuyo desarrollo ha producido sucesivamente la Procesión solemne, las Exposiciones, las Bendiciones, las Cuarenta Horas. A ella siguió la devoción al santo Nombre de Jesús, cuyo apóstol principal fue San Bernardino de Siena y la del "Vía Crucis" o "Calvario", que produjo tantos frutos de compunción en las almas. El siglo XVI vio renacer la comunión frecuente, por la influencia principal de San Ignacio de Loyola y de su Compañía. En el XVII fue promulgado el culto del Sagrado Corazón de Jesús, que se estableció en el siglo siguiente. En el XIX, la devoción a la Santísima Virgen tomó un incremento y una importancia que son las características sobrenaturales de nuestro tiempo. Ha sido restablecida la devoción al santo Rosario, y al Santo Escapulario, que nos legaron las edades precedentes; las peregrinaciones a los santuarios de la Madre de Dios, suspendidas por los prejuicios jansenistas y racionalistas, han vuelto a resurgir; la Archicofradía del Sagrado Corazón de María ha extendido sus afiliaciones por el mundo entero; numerosos prodigios han venido a recompensar la fe rejuvenecida; en fin, para terminar: el triunfo de la Inmaculada Concepción, la Asunción y el Inmaculado Corazón, preparado y esperado en los siglos menos favorables. Pero la devoción a María no podía desarrollarse sin el culto ferviente de San José. María y José se hallan tan íntimamente unidos en el misterio de la Encarnación, ia una como Madre del Hijo de Dios, el otro como guardián del honor de la Virgen y Padre nutricio del Niño-Dios, que no se les puede aislar el uno del otro. Una veneración particular a San José ha sido pues la consecuencia del desarrollo de la piedad hacia la Virgen Santísima.
   
TÍTULOS DE SAN JOSÉ A NUESTRA DEVOCIÓN
Pero la devoción al Esposo de María no es solamente un justo tributo que rendimos a sus prerrogativas; es también para nosotros la fuente de un nuevo socorro tan extenso como poderoso, habiendo sido puesto entre las manos de San José por el mismo Hijo de Dios. Escuchad el lenguaje inspirado de la Iglesia en la Liturgia: ¡"Oh José, honra de los habitantes del cielo, esperanza de nuestra vida aquí abajo, el "sostén de este mundo"! (Himno de Laudes de la Solemnidad de S. José. "Cǽlitum, Jóseph, decus atque nostrae"... etc.) ¡Qué poder en un hombre! Pero buscad también un hombre que haya tenido con el Hijo de Dios sobre la tierra relaciones tan íntimas como José. Jesús se dignó estarle sumiso aquí abajo; en el cielo, tiene empeño en glorificar a aquel de quien quiso depender, y a quien confió su niñez y el honor de su Madre. El poder de San José es pues ilimitado; y la Santa Iglesia nos invita hoy a recurrir con una confianza absoluta a este Protector omnipotente. En medio de las terribles agitaciones de las cuales es el mundo víctima, invóquenlo los fieles con fe y serán protegidos. En todas las necesidades de alma y cuerpo, en todas las pruebas y crisis que el cristiano deba atravesar, así en el orden temporal como en el orden espiritual, que recurra a San José y su confianza no se verá defraudada. El Rey de Egipto decía a sus pueblos hambrientos: "Id a José." (Gén., XLI, 55); el Rey del cielo nos hace la misma invitación; y el fiel custodio de María tiene más crédito ante él que el hijo de Jacob, intendente de los graneros de Menfis, lo tuvo ante el Faraón. La revelación de este nuevo refugio preparado para los últimos tiempos ha sido, desde luego, comunicada, según la costumbre que Dios guarda de ordinario, a las almas privilegiadas a las cuales estaba ella confiada como un germen precioso: así fué para la institución de la fiesta del Santísimo Sacramento, para la del Sagrado Corazón de Jesús, y para otras más. En el siglo XVI, Santa Teresa, cuyos escritos estaban llamados a extenderse por el mundo entero, recibió en un grado superior comunicaciones divinas a este propósito, y consignó sus sentimientos y sus deseos en su vida escrita por ella misma. 
   
SANTA TERESA Y SAN JOSÉ
He aquí como se expresa Santa Teresa:
"Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma: que a otros santos parece les dió el Señor gracias para socorrer una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, así en el Cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo experimentando esta verdad". (Vida, cap. VI.) 
   
Para responder a numerosos deseos y a la devoción del pueblo cristiano, el 10 de Septiembre de 1847, Pío IX extendió a la Iglesia universal la fiesta del Patrocinio de San José que había sido concedido a la Orden de los Carmelitas y a algunas Iglesias particulares. Más tarde, San Pío X debía elevar esta fiesta al rango de las mayores solemnidades dotándola de una Octava. 
  
Dom Prósper Gueranger, OSB. El Año Litúrgico (I Edición española), Tomo III, págs. 257-294. Editorial Aldecoa (Burgos-España), 1956.
   
REFLEXIÓN
Pongamos pues nuestra confianza en el poder del augusto Padre del pueblo cristiano, José, sobre quien han sido acumuladas tantas grandezas para que las repartiese entre nosotros, en una medida más abundante que los otros santos, las influencias del misterio de la Encarnación del mal ha sido, después de María, el principal ministro sobre la tierra. 
  
ORACIÓN
Oh Dios, que, con inefable providencia, te dignaste elegir a San José para Esposo de tu Santísima Madre: haz, te suplicamos, que al que veneramos en la tierra como Protector, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

MISA DE LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, PATRONO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Del Misal Romano de San Pío V.
 
Feria IV infra Hebdomadam II post Octavam Paschæ
IN SOLLEMNITATE SANCTE JOSEPH SPONSI BEATÆ MARIÆ VIRGINIS, CONFESSORIS ET ECCLESIÆ UNIVERSALIS PATRONI 
Duplex I. classis cum Octava communi

Introitus. Ps. 32, 20-21. Adjútor et protéctor noster est Dominus: in eo lætábitur cor nostrum, et in nómine sancto ejus sperávimus, allelúja, allelúja. Ps. 79, 2. Qui regis Israël, inténde: qui dedúcis, velut ovem, Joseph. ℣. Glória Patri.
  
ORATIO
Deus, qui ineffabili providéntia beátum Joseph sanctíssimæ Genetrícis tuæ sponsum elígere dignátus es: præsta, quǽsumus; ut, quem protectórem venerámur in terris, intercessórem habére mereámur in cœlis: Qui vivis.
  
 ¶ Infra Octavam Missa dicitur ut in Festo, additis tamen, juxta Rubricas, Orationibus pro diversitate Temporum assignatis.
   
Commemoratio Sancta María
ORATIO
Concéde nos fámulos tuos, quǽsumus, Dómine Deus, perpátua mentis et córporis sanitáte gaudére: et, gloriósa beátæ Maríæ semper Vírginis intercessióne, a præsénti liberári tristítia et ætérna pérfrui lætítia. Per Dóminum.
  
Contra persecutores Ecclésiæ
ORATIO
Ecclésiæ tuæ, quǽsumus, Dómine, preces placátus admítte: ut, destrúctis adversitátibus et erróribus univérsis, secúra tibi sérviat libertáte. Per Dóminum.
  
Léctio libri Génesis
Gen. 49, 22-26. 
  
Fílius accréscens Joseph, fílius accréscens, et decórus aspéctu: fíliæ discurrérunt super murum. Sed exasperavérunt eum, et jurgáti sunt, inviderúntque illi habéntes jácula. Sedit in forti arcus ejus, et dissolúta sunt víncula brachiórum et mánuum illíus per manus poténtis Jacob: inde pastor egréssus est, lapis Israël. Deus patris tui erit adjútor tuus, et Omnípotens benedícet tibi benedictiónibus cœli désuper, benedictiónibus abýssi jacéntis deórsum, benedictiónibus úberum et vulvæ. Benedictiónes patris tui confortátæ sunt benedictiónibus patrum ejus, donec veníret Desidérium cóllium æternórum: fiant in cápite Joseph, et in vértice Nazarǽi inter fratres suos.
  
Allelúja, allelúja.
℣. De quacúmque tribulatióne clamáverint ad me, exáudiam eos, et ero protéctor eórum semper. Allelúja.
℣. Fac nos innócuam, Joseph, decúrrere vitam: sitque tuo semper tuta patrocínio. Allelúja.
  
Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam.
Luc. 3, 21-23. 
   
In illo témpore: Factum est autem, cum baptizarétur omnis pópulus, et Jesu baptizáto et oránte, apértum est cœlum: et descéndit Spíritus Sanctus corporáli spécie sicut colúmba in ipsum: et vox de cœlo facta est: Tu es Fílius meus diléctus, in te complácui mihi. Et ipse Jesus erat incípiens quasi annórum trigínta, ut putabátur, fílius Joseph.
  
Credo, per totam Octavam.
  
Offertorium. Ps. 147, 12 et 13. Lauda, Jerúsalem, Dóminum: quóniam confortávit seras portárum tuárum, benedíxit fíliis tuis in te, allelúja, allelúja.
  
SECRETA
Sanctíssimæ Genetrícis tuæ sponsi patrocínio suffúlti, rogámus, Dómine, cleméntiam tuam: ut corda nostra fácias terréna cuncta despícere, ac te verum Deum perfécta caritáte dilígere: Qui vivis.
  
Infra Octavam Missa dicitur ut in Festo, additis tamen, juxta Rubricas, Orationibus pro diversitate Temporum assignatis
   
Pro Sancta María
SECRETA
Tua, Dómine, propitiatióne, et beátæ Maríæ semper Vírginis intercessióne, ad perpétuam atque præséntem hæc oblátio nobis profíciat prosperitátem et pacem. Per Dóminum.
   
Contra persecutores Ecclésiæ
SECRETA
Prótege nos, Dómine, tuis mystériis serviéntes: ut, divinis rebus inhæréntes, et córpore tibi famulémur et mente. Per Dóminum.
   
Præfatio de S. Joseph Et te in Festivitáte, quæ dicitur per totam Octavam, juxta Rubricas.
Vere dignum et justum est, ǽquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine sancte, Pater omnípotens, ætérne Deus: Et te in Festivitáte beáti Joseph débitis magnificáre præcóniis, benedícere et prædicáre. Qui et vir justus, a te Deíparæ Vírgini Sponsus est datus: et fidélis servus ac prudens, super Famíliam tuam est constitútus: ut Unigénitum tuum, Sancti Spíritus obumbratióne concéptum, paterna vice custodíret, Jesum Christum, Dóminum nostrum. Per quem majestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestátes. Cœli cœlorúmque Virtútes ac beáta Séraphim sócia exsultatióne concélebrant. Cum quibus et nostras voces ut admítti júbeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes:
  
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus, Deus Sábaoth. Pleni sunt cœli et terra glória tua. Hosánna in excélsis. Benedíctus, qui venit in nómine Dómini. Hosánna in excélsis.
  
Communio. Matth. 1, 16. Jacob autem génuit Joseph, virum Maríæ, de qua natus est Jesus, qui vocátur Christus, allelúja, allelúja.
  
POSTCOMMUNIO
Divíni múneris fonte refécti, quǽsumus, Dómine, Deus noster: ut, sicut nos facis beáti Joseph protectióne gaudére; ita, ejus méritis et intercessióne, cœléstis glóriæ fácias esse partícipes. Per Dóminum.

Infra Octavam Missa dicitur ut in Festo, additis tamen, juxta Rubricas, Orationibus pro diversitate Temporum assignatis
 
Pro Sancta María
POSTCOMMUNIO
Sumptis, Dómine, salútis nostræ subsídiis: da, quǽsumus, beátæ Maríæ semper Vírginis patrocíniis nos ubíque prótegi; in cujus veneratióne hæc tuæ obtúlimus majestáti. Per Dóminum.
  
Contra persecutores Ecclésiæ
POSTCOMMUNIO
Quǽsumus, Dómine, Deus noster: ut, quos divína tríbuis participatióne gaudére, humánis non sinas subjacére perículis. Per Dóminum nostrum.
     
In die autem Octava (duplex majus) Missa ut in Festo.

domingo, 19 de abril de 2015

SAGACIDAD APOCALÍPTICA: EL FALSO PROFETA, SEGÚN FULTON SHEEN

Desde MILES CHRISTI
  
El Anticristo no será llamado así; de lo contrario, no tendría seguidores. Él no usará medias rojas, ni vomitará azufre, ni llevará un tridente, ni agitará una cola con forma de flecha como Mefistófeles ante Fausto. Esta mascarada ha ayudado a convencer a los hombres de que el diablo no existe. Cuando nadie lo reconoce, más poder ejerce. Dios se ha definido a si mismo como “Yo soy el que soy”, y el diablo como “yo soy el que no soy”.
   
En ninguna parte de la Sagrada Escritura hallamos justificado el mito popular de que el diablo es un bufón que se viste principalmente de “rojo”. Más bien se le describe como un ángel caído del cielo, como “el príncipe de este mundo”, cuya misión es decirnos que no hay otro mundo. Su lógica es simple: Si no hay cielo, no hay infierno; si no hay infierno, entonces no hay pecado; y si no hay pecado, entonces no hay ningún juez; y si no hay juicio, entonces el mal es bueno y lo bueno es malo. Pero por encima de todas estas descripciones, Nuestro Señor nos dice que el Anticristo será tan parecido a Él que engañaría aun a los escogidos –y ciertamente ninguna imagen del diablo como se le ha visto en libros jamás podría engañar aun a los escogidos-. Entonces, ¿cómo va a entrar en esta nueva era para ganar adeptos a su religión? 
  
Es una creencia de la Rusia pre-comunista que el Anticristo vendrá con la apariencia de un Gran Humanitario; hablará de paz, de prosperidad y de abundancia, no como medios para llevarnos a Dios, sino como fines en sí mismos. Él tentará a los Cristianos con las mismas tres tentaciones con las que tentó a Cristo
  
  1. La tentación de convertir las piedras en panes, como si fuera un Mesías terrestre, se tornará en la tentación de vender libertad para obtener seguridad, hacer del pan un arma política que solo aquellos que piensen de esta manera podrán comer. 
  2. La tentación de hacer un milagro arrojándose temerariamente desde una torre se convertirá en un llamado a desertar de los altos pináculos de la Verdad donde la Fe y la Razón reinan, en pos de aquellas bajas profundidades donde las masas viven de peroratas y propaganda. Él no querrá proclamar los principios inmutables desde las alturas de una torre, sino la organización de las masas a través de la propaganda que un solo hombre común dirige los temperamentos de los demás hombres. Opiniones y no verdades, comentaristas y no maestros, encuestas Gallup y no principios, la naturaleza y no la gracia: ante esos becerros de oro se inclinarán los hombres dándole a Cristo la espalda
  3. La tercera tentación con la cual Satanás le pidió a Cristo que lo adorara y a cambio todos los reinos de la tierra serían suyos, se convertirá en la tentación de tener una nueva religión sin Cruz, una liturgia sin un mundo por venir, una religión para destruir la Religión, o una política que será una religión –una que hace que se le dé al César, incluso las cosas que son de Dios-.
  
En medio de todo su amor aparente para la humanidad y su verborrea sobre la libertad y la igualdad, tendrá un gran secreto que no le dirá a nadie: ÉL NO CREERÁ EN DIOS. Debido a que su religión será la hermandad sin la paternidad de Dios, engañará aún a los escogidos. Él formará una Pseudo-iglesia que será el mono de la Iglesia, porque el diablo es el mono de Dios. Tendrá todas las notas y características de la Iglesia, pero a la inversa, y vaciada de su contenido Divino. Será el cuerpo místico del Anticristo, de enorme parecido externo al cuerpo místico de Cristo. Luego se verificará una paradoja: LAS MISMAS OBJECIONES CON QUE LOS HOMBRES DEL ÚLTIMO SIGLO RECHAZARON LA IGLESIA, SERÁN LAS RAZONES POR LAS QUE ACEPTARÁN LA PSEUDO-IGLESIA.
 
Pero el siglo XX se unirá a la Pseudo-iglesia porque afirma ser infalible cuando su cabeza visible hable ex cathedra desde Moscú sobre la economía y la política, y como pastor principal del comunismo mundial.
   
Mons. Fulton J. Sheen, El Comunismo y la Conciencia de Occidente (Bobbs-Merryl Company, Indianápolis, 1948). Págs. 24 - 25.

RATZINGER: "LA MISA TRIDENTINA ES UNA LITURGIA MUERTA"

La prensa liberal y los nostálgicos de Ratzinger Tauber/Benedicto XVI lo contraponen a Francisco Bergoglio considerando al primero como conservador y hasta tradicionalista, sólo por "restablecer" la Misa Tradicional. Pero nada más lejos de la real realidad. RATZINGER ES UN "PSEUDO RESTAURADOR CONSERVADOR, O MEJOR: SEGÚN LAS SAGRADAS ESCRITURAS, UN PSEUDO PROFETA" (Padre Basilio Méramo).
   
Ratzinger: PSEUDO TRADICIONALISTA
  
Para la muestra, su juicio respecto a la Misa Tridentina (Tomado de CATÓLICOS ALERTA):
 
Las adiciones [litúrgicas] de la Baja Edad Media fueron eliminadas, y al mismo tiempo se adoptaron severas medidas para evitar su renacimiento. […] En ese momento, el destino de la liturgia occidental estaba vinculado a la autoridad establecida, que funcionaba de un modo estrictamente burocrático, carente de una visión histórica y considerando el problema de la liturgia sólo bajo la perspectiva de las rubricas y las ceremonias, como un problema de etiqueta en la corte de un santo, por así decirlo. Como consecuencia de esto, se produjo una arqueologización completa de la liturgia, que del estado de una historia viva, se transformó en pura conservación y, por lo tanto, condenada a una muerte interior. La liturgia se convirtió de una vez y para siempre en una construcción cerrada, firmemente petrificada. Cuanto más se ha preocupado por la integridad de sus preexistentes fórmulas, más ha perdido su conexión con las devociones concretas […]
  
En esta situación, el Barroco talló [la liturgia de la misa] sobreponiendo una para-liturgia popular sobre su verdadera y propia liturgia arqueologizada. La solemne misa barroca, por medio del esplendor de la ejecución de la orquesta, devino en una suerte de ópera sagrada, en la cual los cantos del sacerdote tenían un rol como el de un responso. [...] En las misas ordinarias, que no permitían un decurso similar, las devociones que seguían la mentalidad del pueblo fueron añadidas a la misa. (Joseph Ratzinger, Problemi e risultati del Concilio Vaticano II, Brescia: Editorial Queriniana, 1967, pp. 25-27).
  
Ello explica por qué la aplicación del Motu Proprio "Summórum Pontíficum", que dicho sea de paso, NO RESTAURA LA MISA TRIDENTINA (canonizada en Quo Primum Témpore y Divino Afflatu), SINO LA ADULTERADA POR RONCALLI (a condición de que el Triduo Pascual se oficie con el Rito Montiniano), es tan atacada por los "obispos" deuterovaticanos. Aparte, el "arte sacro" conciliar refleja el mal gusto y la anarquía (cuando no la iconoclasia dura) propia de la Triple Apostasía: Protestantismo. Francmasonería y Comunismo.

martes, 14 de abril de 2015

ESCÁNDALOS NEOCATECUMENALES EN LA ISLA DE GUAM

1° EL “ARZOBISPO” NEOCATECUMENAL
   
Noticia tomada de EDUCASECTAS- Vía CRUX SANCTA
   
Charles White, que mantiene el muy recomendable sitio web The Thoughtful Catholic, escribió en Agosto pasado un artículo en Pacific Daily News acerca de la preocupación que ha despertado en la isla norteamericana de Guam la creciente expansión del Camino Neocatecumenal.
   
La controversia se ha levantado desde que el mismo “arzobispo” Anthony Apuron señalara que todo hombre que busca la ordenación en Guam “debería caminar por un tiempo en El Camino”. En contraposición, diferentes sacerdotes locales se están quejando acerca del favoritismo por parte del “arzobispo”, debido a que los sacerdotes y seminaristas neocatecumenales obtienen mayores prerrogativas y un trato de favor.
  
Anthony Sablan Apuron OFMCap, “arzobispo” de Agaña (Guam)
  
  
Por todo ello, numerosas personas en Guam señalan que el “arzobispo” está bajo el control de la dirección del Camino Neocatecumenal y que no vela adecuadamente por los intereses de sus feligreses. White recuerda que en 2011, y a petición del Camino, el “arzobispo” propuso transferir la propiedad del seminario en el pueblo de Yona a Redemptóris Mater, una organización sin fines de lucro controlada por el Camino (propiedad que estimaciones conservadoras fijas en unos 35 millones de dólares). Cuando aparecieron objeciones a tal operación, se destituyeron a diversas personas del consejo de finanzas, siendo reemplazado por otras que se mostraran más afines a tal operación económica.
   
Seminario Redemptóris Mater en Yona (Guam), transferido por el “arzobispo” Apuron a los Neocatecumenales
  
Por otro lado, el mismo White señala que se han dado muchas ocasiones en las que los seminaristas y sacerdotes de otros países, así como al menos un profesor de seminario, han exhibido una arrogancia hacia la cultura indígena de Guam (los chamorros), por ejemplo, ridiculizando la práctica local de orar por los muertos.

¿QUÉ ES EL CAMINO NEOCATECUMENAL?
El Camino, un movimiento encuadrado dentro de la Iglesia Conciliar, inició su andadura en los años 60 en España, habiéndose extendido en la actualidad por todo el mundo. En sus más de cincuenta años de existencia, le ha acompañado siempre la crítica por parte de personas religiosas y no religiosas. El foco del problema gira en torno a comportamientos que son característicos de una secta, como por ejemplo:
  • Los adherentes llaman a su movimiento “el Camino” y el artículo definido “El” no parece ser casualidad, porque una y otra vez, su práctica pastoral sugiere que ellos creen que no hay otra manera de vivir la fe cristiana.
  • Los miembros del Camino Neocatecumenal practican su fe de una manera que los separa en gran parte de otras iglesias. Por ejemplo, se celebra la misa cada sábado por la noche, en lugar de asistir a las misas parroquiales normales. Si bien insisten en que estas Misas están abiertas a todo el mundo, en la práctica, no es así.
  • Hay un claro culto a la personalidad del fundador, “Kiko” Argüello. Toda la música y el arte utilizados en el culto por los miembros de El Camino, está compuesta por su fundador, al igual que gran parte o la mayoría de los muebles litúrgicos, aunque en relación a sus producciones pictóricas la gran mayoría de ellas no sean más que plagio sin mención de sus orígenes.
  • La enseñanza Neocatecumenal se encuentra en 13 volúmenes -la “Dirección de la Catequesis”- pero estos documentos no se han hecho públicos y son bastante difíciles de encontrar. La mayoría de los miembros del Camino nunca los han visto.
  • Unos dos años después de unirse al movimiento, los miembros que aspiran a pasar a una etapa superior se someten a un primer “escrutinio”, donde se ven obligados a compartir sus más profundos / secretos / pecados públicamente con su comunidad. Uno o dos años más tarde, los miembros se someten a otro “escrutinio”, donde son sometidos a una crítica acerca de todos los pecados o faltas cometidas en el pasado. A continuación, se ven obligados a hacer un “acto concreto” para mostrar su devoción a Cristo (un acto que implica regalar joyas caras, la tierra, coches u otros bienes materiales).
   
Otros aspectos que son de especial interés, y sobre la base de los criterios que propone REGAIN, una conocida asociación que ayuda a personas afectadas negativamente por movimientos religiosos, son los siguientes: 
  • El grupo está preocupado por la incorporación de nuevos miembros.
  • El grupo está preocupado por ganar dinero; de hecho, la “Nueva Estética” de Kiko es toda una fuente de ingresos.
  • No se tolera (o se desalienta) el cuestionamiento, la duda o la disidencia. La tarea del catecúmeno es escuchar. Las preguntas no están bien y no se les dedica tiempo en las sesiones de catequesis.
  • El liderazgo dicta -a veces en gran detalle- cómo deben pensar, actuar y sentir sus seguidores. Por ejemplo, los miembros deben obtener el permiso de sus superiores para cambiar de trabajo o casarse; o los líderes locales pueden prescribir qué tipo de ropa llevar, dónde vivir o cómo enseñar a los niños. Igualmente, se alienta a los miembros a que se casen con “hijas de Israel”, esto es, con mujeres vinculadas al movimiento.
  • El grupo es elitista, reclamando un estatus especial, exaltado por sí mismo, sus líderes y miembros.
  • El grupo muestra una mentalidad polarizada “nosotros contra ellos”, que tiende a causar conflicto con la sociedad en general u otras parroquias.
  • El liderazgo tiende a inducir sentimientos de culpa en los miembros con el fin de controlarlos. Los catequistas ejercen una presión increíble en aquellos que desean salir, afirmando que su salvación está en riesgo. La subordinación de los miembros al grupo lleva a que corten los lazos con la familia, los amigos o las propias metas personales que eran de interés antes de unirse al grupo.
  • Se espera que los miembros dediquen enormes cantidades de tiempo al grupo. Al mismo tiempo, van siendo alentados a que vivan o tan solo se relacionen con personas de la Comunidad.
   
2° SACERDOTE NEOCATECUMENAL, ABUSADOR
  
Noticia tomada de PACIFIC NEWS CENTER (Guam)
   
El pasado 18 de Marzo, el reverendo conciliar Luis Camacho (30 años), quien fungía de párroco en San Dimas de Umatac y San Dionisio de Merizo en Guam, fue arrestado por la policía local tras ser encontrado en su vehículo con una menor de edad (que debía estar en la escuela) en las playas de Agat; razón por la cual fue acusado de interferencia en custodia de menores. Por alguna extraña circunstancia, el cargo policial fue archivado y Camacho fue puesto en libertad.
   
Luis Camacho, presunto pederasta
   
Tras el escándalo, Camacho renunció a los cargos parroquiales, según comentó el Arzobispado de Agaña (donde pertenecía el presbítero), mientras adelantaba su investigación. Por si fuera poco, el diácono Stephen Martínez denunció en una carta al Arzobispo Apuron y al Servicio de Protección Infantil que Camacho “hizo subir a la menor de 17 años en su carro, y sin permiso alguno de los padres, la sacó de la Southern High School, la llevó a Subway y luego hacia una playa remota en Agat, donde abusó sexualmente de ella”.
    
Luis Camacho es egresado del seminario Redemptoris Mater (vinculado al Camino Neocatecumenal) en Yona, donde fue ordenado en 2013, y poco tiempo después se le nombró párrroco de las iglesias mencionadas. El mismo diácono Martínez, en otra carta dirigida al Arzobispo Apuron, considera que Camacho es sólo uno de los muchos capítulos escabrosos del Camino Neocatecumenal (movimiento al que pertenecen además, la menor abusada y los padres de ésta) en la isla, y de la formación que imparte en el seminario local. Martínez escribió: “Este es un grave abuso de confianza y una tendencia que un adecuado examen psicológico debe revelar”. 
   
Para muestra, Martinez cita una enseñanza del presbítero neocatecumenal Edivaldo Da Silva Oliveira, quien dijo a unas niñas en un congreso del Arzobispado de Agaña lo siguiente:
“Estad alerta sobre los hombres, ellos dirán cualquier cosa para atraeros y luego trataros como una naranja: Ellos chuparán todo el jugo y, cuando no quede más, os escupirán y os botarán lejos”.
   
Edivaldo Da Silva y sus “naranjas”
   
Y en otra de las confesiones públicas dentro del seminario, varios de los seminaristas revelaron tener fuertes luchas con la castidad, con detalles aterradores. 
  
Lo más reciente, según Stephen Martínez, fue que en una misa oficiada en la Catedral de Agaña, el seminarista Gabe Camacho, hermano de Luis, dijo ante los fieles que “No sé cómo muchas chicas que tuve se aprovecharon de… Quizá debería tener dos o tres hijos, siquiera con la misma mujer”.
  
Añade el denunciante, tratando de explicar el caso de Luis Camacho:
“Irónicamente, la visión demencial del Padre Edivaldo sobre las relaciones entre un hombre y una mujer encuadra perfectamente en el caso del Padre Luis, quien fue capturado en el mismo acto descrito gráficamente por la prédica de Edivaldo ante el Santísimo Sacramento en el parque de Ypao Beach”.
  
En todo caso, el Arzobispo Apuron no se pronunció al respecto, por lo que varios fieles se indignaron. Tim Rohr, periodista local, comenta primeramente sobre el contencioso:
“Si fuera un sacerdote regular y no tuviera curato de almas, sería ciertamente llamado a la disciplina y probablemente a un retiro por dos años a algún lugar pensar seriamente y hacer penitencia o algo así. Pero el hecho es que él es pastor, y por ello está en puesto de autoridad sobre la gente y ocurre lo mismo que si Vd. fuera profesor o director de escuela: Si se propasa con alguien, no importa la edad, pero ejerce autoridad sobre ella, se convierte en un nivel totalmente diferente de abuso”.
   
Atribuye Rohr el silencio del Arzobispado a que el caso implica al Neocatecumenado, ya que Apuron favorece a dicho movimiento religioso, Camacho fue formado en el seminario Redemptoris Mater, y la menor agraviada y sus padres pertenecen al Camino. Rohr sentencia:
“Creo que el padre Luis es una víctima también: víctima de una máquina que necesita sacar a esos muchachos tan pronto como pueda a servir en una agenda. No son bien investigados, ni están debidamente preparados. [Luis] egresa del seminario, lo ordenan, y entonces lo mandan al sur para hacerlo pastor de dos parroquias antes de saber siquiera cómo decir misa. Todas esas presiones sobre él y ¡siendo solo un joven de 28 años!”

ACTUALIZACIÓN: Un comentarista nos informó que el presbítero Luis Camacho fue asignado a la parroquia de Nuestra Señora del Rosario en Doha, Catar, que es parte del Vicariato del Norte de Arabia, y que su último avistamiento fue en un retiro juvenil realizado del 28 al 30 de Abril de 2016. Aparte, que en una “investigación canónica”, el “obispo” Camilo Ballin Baggio MCCJ (que por cierto, quiere construir una nueva catedral en estilo kiko en Baréin), dijo que eran mentira y calumnia las acusaciones contra Camacho, y que permanecerá en el Vicariato, a pesar de que la feligresía se siente incómoda con él y que los neocatecumenales son motivo de preocupación para las autoridades musulmanas de Catar, que prohíben la predicación hacia los musulmanes.

domingo, 12 de abril de 2015

CONTRA EL DEVOTO DE MARÍA, NADA PUEDE EL DIABLO

   
Cántiga 74: Esta es cómo Santa María salvó al pintor que el demonio quería matar, porque lo pintaba feo.
   "A quien quiere defender Santa María, no puede el demonio hacerle ningún mal".
   
Y de esto un milagro quiero contaros, de cómo Santa María quiso guardar a un pintor suyo, que intentaba pintarla a Ella muy hermosa, con todas sus fuerzas. Y siempre pintaba al demonio más feo que nada, y el demonio, por eso, le dijo: -¿Por qué me desdeñas o por qué me haces aparecer tan mal a cuantos me ven?
   
Y él dijo entonces: -Esto te lo hago con mucha razón, porque tú siempre haces el mal y del bien no quieres saber nada.
   
Cuando esto hubo dicho, el demonio se irritó y amenazó duramente al pintor, que lo mataría, y buscó camino para hacerlo morir bien pronto. Porque un día lo acechó donde estaba pintando, como he aprendido, la imagen de la Virgen, por lo que oí, y trataba de componerla muy bien, para que apareciese muy hermosa.
  
Pero entonces, el demonio, en quien todo mal yace, trajo un fuerte viento, como cuando hay grandes turbiones y quiere llover. Luego que aquel viento entró en la iglesia, echó por tierra el andamio en el que el pintor estaba, pero él llamó en seguida a la Virgen Madre de Dios para que viniese a socorrerlo.
   
Y ella con tal rapidez acudió, que hizo que se sostuviese en el pincel con el que pintaba, y por ello no cayó ni pudo el demonio dañarlo en nada. Y al gran ruido que hizo la madera, vinieron las gentes en seguida, y vieron al demonio más negro que la pez, huir de la iglesia donde iba a perder.
   
Y vieron cómo estaba el pintor colgado del pincel, y por ello dieron loores a la Madre de Nuestro Señor, que quiere a los suyos valer de las grandes angustias.

Alfonso X de Castilla ("El Sabio"), Cántigas de Santa María. Cántiga 74

miércoles, 8 de abril de 2015

SI LOS NO CATÓLICOS ESTÁN CRECIENDO, ES PORQUE LOS OBISPOS SE FUERON DE POLÍTICOS

Desde MILES CHRISTI
  
“Éste [Colombia] era un país eminentemente católico, apostólico y romano, que fue enfriando su fe en la medida en que muchos de sus pastores abandonaron el redil para dedicarse a la política. El crecimiento fenomenal de las confesiones cristianas, no católicas, tiene que ver con la sed de millones de feligreses que quieren oír hablar de Dios, de la Biblia, del Amor, de la Caridad, de las virtudes teologales, de las obra de misericordia, del valor de la familia, del sufrimiento, de la pobreza. Que les molesta ver a sus obispos con botas de guerrilleros y los fatiga la prédica de la reconciliación, sin que se les diga con quiénes, del perdón para los que no lo piden, de la verdad cuando la oscurecen tan a propósito”.
  
Fernando Londoño Hoyos, “Se pidieron al Papa”. Periódico DEBATE, Abril 7 de 2015

martes, 7 de abril de 2015

PADRE PÍO ALERTÓ SOBRE LOS NEOCATECUMENALES

Hacia 1968, un sacerdote italiano le preguntó a Padre Pío acerca de dos laicos ("Kiko" Argüello Wirtz y Carmen Hernández), que buscaban instalar el Camino Neocatecumenal en Roma. El Padre Pío contestó sin titubear: «SON LOS NUEVOS FALSOS PROFETAS». ("Loro sonno i nuovi falsi profeti")

domingo, 5 de abril de 2015

SALUDO DE PASCUA

   
Dilectísimos hermanos en Jesús y María, ¡SANTA PASCUA!
  
Dios Nuestro Señor ha dispuesto el orden de los días y de los años, en tal modo que nos permite volver a la Gran Semana, para prepararnos dignamente a conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Salvador. 
  
Quizá para muchos de nosotros, por la situación actual en que se halla la Iglesia Católica de siempre, no hemos tenido oportunidad de asistir materialmente a las ceremonias solemnes, por hallarse a cientos o miles de kilómetros el sacerdote más cercano. Pero, por la Comunión de los Santos, hemos podido beneficiarnos espiritualmente de ellas, con el fervor en las oraciones -el Rosario, el Vía crucis, el Oficio Divino...- y otras prácticas que la Iglesia ha recomendado desde siglos atrás (y que Nos, con indecibles esfuerzos, hemos transmitido en este humilde espacio).
  
Es innegable que estamos en una cautividad peor que Egipto y Babilonia, ya que no es la persecución movida por poderes terrenales -que al fin no pueden más que matar el cuerpo-, sino la Apóstata Curia que se ha usurpado el Trono Apostólico y que con sus herejías mata a las almas. Como expresamos arriba, sólo nos queda la devoción antigua, la auténtica Lex Orandi de la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostolica y tradicional. Esa que aunque perseguida, se mantiene firme como que es la verdadera, es la que nos distingue de entre el mundo. De ahí que, a nuestro parecer, la Pascua viene a tener un significado apocalíptico: SÓLO LA FE CATÓLICA TRADICIONAL ES LA QUE NOS SIGNARÁ PARA LA GRAN PARUSÍA DEL FIN DE LOS TIEMPOS, CUANDO CRISTO REY DARÁ MUERTE A LA APOSTASÍA.
   
Pidámosle a la Santísima Virgen María, Esperanza nuestra, que nos ayude a perseverar firmes en la Fe, orando sin cesar, y a aguardar vigilantes que llegue el día de nuestra victoria con Cristo Rey, a semejanza de cuando Ella aguardó la Resurrección de su Hijo.

¡SANTAS PASCUAS PARA TODOS VOSOTROS!
 
Frater Jorge Rondón Santos
 
Año del Señor 2015, a 5 de Abril, XXXVII de la Santa Cruzada.

sábado, 4 de abril de 2015

FRACASARON EN SU PROPIA MAQUINACIÓN

    
¿Cuál fue el final de aquellas maquinaciones, que fracasaron de tanto maquinar, y que llegaron incluso a que, muerto y sepultado el Señor, pusieran unos guardianes junto al sepulcro? Le dijeron [los fariseos] a Pilato: “Ese seductor...” Con este nombre quiso ser llamado el Señor Jesucristo, para consuelo de sus discípulos, cuando les llaman seductores. Le dijeron, pues, a Pilato: ‘Ese seductor dijo en vida: “Resucitaré a los tres días”. Manda, pues, que sea custodiado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos y se lo lleven, y luego digan a la gente: “Resucitó de entre los muertos”, y el último engaño sea peor que el primero’. Pilato les contestó: ‘Ahí tenéis la guardia; id y custodiadlo como sabéis’. Ellos marchándose aseguraron el sepulcro, poniendo los guardianes y sellando la piedra.
  
Pusieron una guardia militar junto al sepulcro. Tembló la tierra y el Señor resucitó; tales milagros hubo cerca del sepulcro, que los mismos soldados, venidos como custodios, deberían haber dado testimonio, si hubieran querido decir la verdad. Pero aquella misma avaricia que aprisionó al discípulo y compañero de Cristo, cautivó también a los soldados custodios del sepulcro. Les dijeron: ‘Os damos un dinero; decid que mientras vosotros dormíais, vinieron sus discípulos y se lo llevaron’. Realmente “fracasaron en su discurrir e inventar”. ¿Qué es lo que has dicho, oh infeliz astucia? ¿Hasta tal punto le vuelves la espalda a la luz del designio del bien, y te sumerges en el abismo de la hipocresía, que llegas a ordenarles: ‘Decid que mientras vosotros dormíais vinieron sus discípulos y se lo llevaron’? Presentas unos testigos dormidos; eres tú el que te has dormido, cuando inventando tales patrañas, has fracasado.
 
Lecciones V y VI para los Maitines del Sábado de Gloria: San Agustín, Tratado sobre los Salmos. (Salmo LXIII, 10).

viernes, 3 de abril de 2015

PILATO ES MÁS INOCENTE QUE LOS JUDÍOS EN LO QUE RESPECTA A LA MUERTE DE JESÚS

“Y viendo Pilatos que nada adelantaba, y que antes bien, crecía el tumulto, tomó agua, y se lavó las manos delante del pueblo diciendo: ‘Soy inocente de la sangre de este justo: vosotros veréis’. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: ‘Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos’”. (San Mateo XXVII, 24-25).
  
Afilaron sus lenguas como una espada’. Dice otro salmo: ‘Los hijos de los hombres: sus dientes son armas y flechas, y su lengua una espada afilada’. Así se dice aquí: ‘Afilaron sus lenguas como una espada’. Que no digan los judíos: “Nosotros no hemos matado a Cristo”. Si lo entregaron al juez Pilato, fue para dar la impresión de que ellos quedaban exentos de culpa en su muerte. De hecho, cuando Pilato les dijo: ‘Ajusticiadlo vosotros’, respondieron: ‘A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie’. Querían descargar sobre un juez humano la maldad de su crimen; ¿Pero acaso podían engañar al divino juez? En lo que Pilato hizo, por el hecho de realizarlo, se hizo algo responsable; pero en comparación de ellos, es mucho más inocente. Insistió, de hecho, cuanto pudo para librarlo de sus manos. Por esto se lo presentó después de haberlo flagelado. No lo azotó para castigar al Señor, sino intentando aplacar el furor de los judíos, a ver si se amansaban un poco, y al verlo flagelado, desistían en su empeño por matarlo. Esto llegó a hacer Pilato. Pero como ellos siguieron insistiendo, ya sabéis que se lavó las manos, diciendo que no era su voluntad realizar tal cosa, y que era inocente de su muerte. Y sin embargo, la llevó a cabo. Ahora bien, si es culpable el que, contra su voluntad, realizó el crimen, ¿serán inocentes quienes le obligaron a consumarlo? De ninguna manera. Pero fue él quien pronunció la sentencia en su contra, y lo mandó crucificar, por eso de algún modo fue él personalmente quien lo mató; pero también vosotros, judíos, lo matasteis. ¿Cómo? Con la espada de la lengua: afilasteis vuestras lenguas. ¿Y cuándo lo habéis herido, sino cuando gritasteis: ‘Crucifícalo, crucifícalo’?
   
Lección VI para los Maitines del Viernes Santo: San Agustín, Tratado sobre los Salmos. (Salmo LXIII, 4).

LAS SIETE PALABRAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CRUCIFICADO, POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Tomado de “Reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo”, de San Alfonso María de Ligorio, capítulo V.
     
REFLEXIONES SOBRE LAS SIETE PALABRAS DE JESUCRISTO
 
I. «Pater, dimítte illis, non enim sciunt quid fáciunt» (Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen)
  
¡Oh ternura del amor de Jesucristo hacia los hombres! Dice San Agustín que el Salvador pedía perdón, al mismo tiempo que le injuriaban sus enemigos, ya que entonces no miraba tanto las injurias y la muerte que de ellos recibía, cuanto al amor con que por ellos moría (Tratado XXXI del Evangelio de San Juan). Mas dirá alguien: “Y ¿por qué Jesús rogó al Padre que los perdonara, pudiendo Él mismo perdonar las injurias que recibía?” Responde San Bernardo que rogó al Padre no porque le faltara poder para perdonar, sino para enseñarnos a orar por quienes nos persiguen. Y añade el santo Abad en otro pasaje: “¡Cosa digna de admiración! Jesucristo exclama: ‘Perdónalos’, y los judíos vociferan: ‘¡Crucifícalo!’” (San Bernardo, Sermón De Passióne Dómini, 9). Mientras que Jesucristo, añade Arnoldo de Chartres, se esforzaba por salvar a los judíos, éstos se esforzaban por condenarse; pero ante Dios podía más la caridad del Hijo que la ceguera del pueblo ingrato (Tratado De septem verbis Dómini, tratado 5). Y San Cipriano añade: “La sangre de Cristo da la vida hasta a quienes la derraman” (De bono patiéntiæ, n. 8). Tanto fue el deseo que tuvo Jesucristo de salvar a todos, que no negó participación en sus méritos ni aun a sus mismos enemigos, que derramaban su sangre a fuerza de tormentos. Mira, dice San Agustín, a tu Dios clavado en la cruz, oye la plegaria que dirige por sus verdugos, y después niega la paz al hermano que te ofende (Sermón 49, cap. 8).
 
San León atribuye a la oración de Cristo la conversión de tantos millares de judíos como se rindieron a la predicación de San Pedro, según se lee en los Actos de los Apóstoles. Dios no permitió, dice San Jerónimo, que la oración de Jesucristo quedase estéril, y por eso millares de judíos abrazaron la fe (Epístola a Edibia, cuestión 8, cap. 2). Pero ¿por qué no se convirtieron todos? Porque la oración de Jesucristo fue condicional; se aplicaba a los que no fueran del número de aquellos a quienes se dijo: “Vosotros siempre chocáis contra el Espíritu Santo” (Actas 7, 51).
  
En la oración de Jesucristo entraron también los pecadores, de suerte que todos podemos decir a Dios: “Padre Eterno, oíd la voz de vuestro amado Hijo que os pide nos perdonéis. Cierto que no merecemos tal perdón, pero lo merece Jesucristo, quien con su muerte satisfizo sobreabundantemente por nuestros pecados. No, Dios mío, no quiero obstinarme en el mal como los judíos; me arrepiento, Padre mío, ya sabéis que soy un pobre enfermo, perdido por mis pecados; pero vos cabalmente vinisteis del Cielo a la tierra para sanar a los enfermos y salvar a los extraviados que se arrepienten de haberos ofendido, como lo declarasteis por Isaías: ‘Vino el Hijo del hombre a buscar y a salvar lo que había perecido’ (Isaías 61, 1); e igual dijisteis por San Mateo: ‘Porque el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido’ (San Mateo 18, 11).
  
II. «Amen dico tibi: Hódie mecum eris in paradíso» (En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso)
  
Enseña San Lucas que, de los dos ladrones crucificados con Jesucristo, uno permaneció en su obstinación, al paso que el otro se convirtió, y al ver que su pérfido compañero blasfemaba del Señor, diciéndole: “¿No eres tú el mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”, lo reprendió, diciéndole que ambos sufrían el merecido castigo, al paso que Jesús era inocente: “Nosotros, a la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos; mas éste nada inconveniente ha hecho”. Y, vuelto después al propio Jesús, le dijo: “Acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu realeza” (San Lucas 23, 39-43). Con tales palabras lo reconoció por verdadero Señor suyo y por Rey del cielo, que fue cuando Jesús le prometió el paraíso. Escribe cierto docto autor que el Señor, en virtud de su promesa, se mostró cara a cara al buen ladrón, colmándole de felicidad, aunque no le dio a gustar, antes de entrar en él, todas las delicias del paraíso.
  
Arnoldo de Chartres, en su Tratado de las siete palabras, enumera los actos de virtud que San Dimas, buen ladrón, ejercitó en su muerte. “Cree —dice—, se arrepiente, se confiesa, predica, ama, confía y ora” (Ibíd., tratado 2). Ejercitó la fe, diciendo: Acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu realeza, creyendo que Jesucristo después de la muerte entraría victorioso en su gloria. “Lo ve morir —dice San Gregorio— y cree que ha de reinar” (Morália, o Exposición sobre Job, libro 18, cap. 25).
   
Se ejercitó en la penitencia con la confesión de sus pecados, al decir: “Nosotros, a la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos”. Nota San Agustín que el buen ladrón no se atrevió a esperar el perdón antes de la confesión de sus delitos (Sermón 155, cap. 8), y añade San Atanasio: “¡Feliz ladrón que arrebataste el cielo con esta confesión!” (Sermón Contra omnes hæréses, n. 2).
  
Otras hermosas virtudes practicó este santo penitente en aquella hora. Se ejercitó en la predicación, declarando la inocencia de Cristo: “Mas éste nada inconveniente ha hecho”. Se ejercitó en el amor divino, aceptando con resignación la muerte en pena de sus pecados, cuando dijo: “Recibimos el justo pago de lo que hicimos”. De ahí que San Cipriano, San Jerónimo y San Agustín no titubeen en llamarle mártir, porque, según Juan de Sylveira, este feliz ladrón fue verdadero mártir, pues los verdugos, al quebrarle las piernas, se ensañaron más en él porque había proclamado la inocencia de Jesús, tormento que el santo aceptó por amor de su Señor (Comentario sobre los Evangelios, tomo V, libro 8, cap. 16, cuestión 12).
 
Notemos aquí de paso la bondad de Dios, que siempre da, según San Ambrosio, más de lo que se le pide. Pedía, dice el Santo, que se acordara de Él, y Jesucristo le responde: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Comentario sobre San Lucas 23, 1). Y San Juan Crisóstomo añade que nadie antes que el buen ladrón mereció la promesa del paraíso (De cruce et latróne, homilía 1, n. 2). Entonces tuvo cumplimiento lo que Dios afirmó por Ezequiel: “que cuando el pecador se arrepiente de todo corazón, de tal modo se le perdona, que hasta se llegan a olvidar sus culpas” (Ezequiel 18, 21-22). E Isaías nos recuerda que Dios se siente tan inclinado a hacernos bien, que acude presto a nuestras súplicas: “Con certeza obrará gracia contigo, atendiendo a la voz de tu grito de auxilio” (Isaías 30, 19). Dice San Agustín que Dios está siempre dispuesto a estrechar contra su corazón a los pecadores arrepentidos (Manual sobre la Fe, Esperanza y Caridad, cap. 23). Y ved cómo la cruz del mal ladrón, llevada con impaciencia, fue su mayor ruina para el Infierno, en tanto que, por haberla llevado con paciencia y resignación, el buen ladrón se valió de ella como de escala para el paraíso. ¡Dichoso ladrón, que tuviste la suerte de unir tu muerte a la pasión de tu Salvador!
  
¡Oh Jesús mío!, de hoy más os sacrifico mi vida y os pido la gracia de poder, en la hora de la muerte, sumarla al sacrificio de la vuestra en el ara de la Cruz; por los merecimientos de vuestra muerte espero morir en gracia y amándoos con todo mi corazón, despojado de todo afecto terreno, para seguir amándoos con todas mis fuerzas por toda la eternidad.
  
III. «Múlier, ecce fílius tuus... Ecce mater tua» (Mujer, he ahí a tu hijo... He ahí a tu madre)
 
Dice San Marcos que en el Calvario había varias mujeres mirando a Jesús crucificado, pero de lo lejos (San Marcos 15, 40). Es de creer que la Madre de Jesús se hallara entre ellas; San Juan dice que la Santísima Virgen se hallaba no lejos, sino cerca, en unión de María Cleofé y María Magdalena (San Juan 19, 25). Queriendo San Eutimio explicar esta aparente contradicción, dice que la Santísima Virgen, al ver que su Hijo estaba para expirar, se aproximó más que el resto de las mujeres a la cruz, sin temor a los soldados que la rodeaban y llevando pacientemente los insultos y empellones de los que custodiaban a los condenados, para poder hallarse más cerca de su amado Hijo (Comentario sobre San Mateo, cap. 67). Lo propio dice un docto autor que escribió la vida de Jesucristo: “Allí estaban los amigos que lo observaban de lejos, pero la Santísima Virgen, la Magdalena y otra María estaban cerca de la Cruz, con San Juan, por lo que Jesús, viendo a su Madre y a San Juan, les dijo las palabras antes citadas: Mujer, he ahí a tu hijo, etc.”. El abad Guérrico escribe: “¡Verdadera Madre, que ni en los horrores de la agonía abandonó al Hijo!” (Sermón 4 de Assumptióne). Madres hay que se retiran para no presenciar la agonía de sus hijos; su amor no les consiente asistir a tal espectáculo ni verlos morir sin poderlos socorrer. La santísima Madre, por el contrario, cuanto más próximo estaba el Hijo a la muerte, tanto más se acercaba a la Cruz.
    
Estaba junto a la Cruz esta Madre afligida, y, mientras que Jesús ofrecía la vida por la salvación de los hombres, María unía sus dolores al sacrificio del Hijo y, perfectamente resignada, tomaba parte en todas las penas y oprobios que sufría el moribundo Jesús. Observa un autor que no enaltecen la constancia de María quienes la pintan desmayada al pie de la cruz, pues fue la mujer fuerte que no llora ni se desvanece, como atestigua San Ambrosio (Oración por la muerte de Valentiniano, n. 39).
   
El dolor que experimentó la Virgen en la pasión de su Hijo superó a todos los dolores que puede padecer el corazón humano; pero el dolor de María no fue estéril ni sin provecho, como el de las madres que presencian los dolores de sus hijos, sino que fue un dolor fecundo, pues así como es madre natural de Jesucristo, nuestra cabeza, así también es madre espiritual de todos nosotros, que somos sus miembros, cooperando, como dice San Agustín, con su caridad a engendrarnos a la vida de la gracia y a ser hijos de la Iglesia (De sancta virginitáte, cap. 6, n. 6).
    
En el monte Calvario, dice San Bernardo, callaban estos dos ilustres mártires, Jesús y María, pues que el excesivo dolor les oprimía el pecho y les quitaba el habla (De Lamentatióne Vírginis Maríæ). La Madre miraba al Hijo agonizante sobre la Cruz, y el Hijo miraba a la Madre agonizante al pie de ella, por la gran compasión que sentía al verle padecer tan crueles agonías.
  
María y Juan estaban, pues, más próximos a la Cruz que las otras mujeres, de suerte que en medio de aquel gran tumulto podían más fácilmente oír la voz y percibir las miradas de Jesucristo. San Juan escribe: “Jesús, pues, viendo a la Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: ‘Mujer, he ahí a tu hijo’” (San Juan 19, 26). Pero si María y Juan estaban acompañados de las otras mujeres, ¿por qué dice el evangelista que Jesús miró a la Madre y al discípulo, sin hacer cuenta de ellas? Es que el amor, responde San Juan Crisóstomo, hace que siempre se mire con mayor distinción los objetos más amados (Sermón 78). Lo que San Ambrosio confirma diciendo que es cosa natural que entre los demás veamos mejor a las personas que amamos (De Joseph patriárcha, cap. 10). Reveló la Santísima Virgen a Santa Brígida que Jesús, para mirar a la Madre, que estaba junto a la Cruz, tuvo que sacudir los párpados con fuerza, para limpiar la sangre, que le impedía ver (Revelaciones de Santa Brígida, libro 4, cap. 70).
  
Jesús, señalando con la vista a San Juan, que estaba al lado de ella, dijo a la Madre: “Mujer, he ahí a tu hijo” (San Juan 19, 26). Y ¿por qué la llamó mujer y no madre? Porque, estando próximo a la muerte, quería despedirse de ella, como si dijera: “Mujer, voy a morir dentro de poco y no te quedará otro hijo sobre la tierra, por lo que te dejo a Juan, que te servirá de hijo y como hijo te amará”. Por lo que se deduce que San José había muerto, porque, de vivir, no lo hubiera separado de su esposa.
   
Toda la antigüedad sostiene que San Juan guardó perpetua virginidad, y por ello precisamente mereció ocupar el lugar de Jesucristo; de ahí que canta la Iglesia: “Jesús confió su Madre virgen al discípulo virgen” (Oficio de San Juan Evangelista, Responsorio en la primera lección de Maitines). Y desde aquel punto de la muerte del Señor, San Juan recibió a María en su casa y la asistió y sirvió en toda su vida como a su misma madre: “Y desde aquella hora la tomó el discípulo en su compañía” (San Juan 19, 27). Quiso Jesucristo que este su amado discípulo fuese testigo ocular de su muerte, para que con mayor autoridad pudiera decir y afirmar en su Evangelio: “Y el que lo ha visto lo ha testificado” (San Juan 19, 35), y en su primera carta: “Lo que hemos visto con nuestros ojos... damos testimonio y os anunciamos” (Epístola I de San Juan 1, 1). Y por eso el Señor, mientras que los demás discípulos le abandonaron, dio a San Juan la fortaleza de asistir a su muerte entre tantos enemigos.
    
Pero volvamos a la Santísima Virgen e indaguemos la principal razón por la que Jesús llamó a María mujer y no madre. Con esto nos quiso dar a entender que María era aquella mujer excelsa que había de quebrantar la cabeza de la serpiente: “Y enemistad pondré entre ti y la mujer y entre tu prole y su prole, la cual te apuntará a la cabeza mientras tú apuntarás a su calcañar” (Génesis 3, 15). Nadie pone en duda que esta mujer fue la bienaventurada Virgen María, quien mediante su Hijo, o si se quiere, el Hijo, que se sirvió de la que le dio a luz para aplastar la cabeza de Lucifer. María debía ser la enemiga de la serpiente, porque Lucifer fue soberbio, ingrato y desobediente, en tanto que ella fue humilde, agradecida y obediente. Dícese “la cual te apuntará a la cabeza”, porque María, por medio de su Hijo, humilló la soberbia de Lucifer, quien se atrevió a “poner asechanzas a su calcañar”, por el cual hay que entender la sacratísima humanidad de Jesucristo, que era la parte que le ponía más en contacto con la tierra; pero el Salvador con su muerte tuvo la gloria de vencerlo y derrocarlo del imperio que le había dado el pecado sobre el género humano.
   
Dijo Dios a la serpiente: “Enemistad pondré entre tu prole y su prole”, para denotar que después de la ruina de los hombres, ocasionada por el pecado, Jesucristo había de redimir a la humanidad, y que entonces habría en el mundo dos familias y dos posteridades: la de Satanás, que había de tener por hijos a los pecadores, corrompidos con mil suertes de pecados, y la de María, que tendría por descendencia a la almas santas y como jefe de ella a Jesucristo. Por eso María fue predestinada para ser la madre de la cabeza y de los miembros, que son los fieles, según aquello del Apóstol: “Todos vosotros sois unos en Cristo Jesús, y si vosotros sois de Cristo, descendencia sois, por tanto, de Abrahán” (Gálatas 3, 28). Por manera que Jesucristo con los fieles forma un solo cuerpo, pues la cabeza no se puede dividir de sus miembros, y estos miembros son hijos espirituales de María y tienen el mismo espíritu que su hijo natural, que es Jesucristo. Por eso San Juan no es llamado por su nombre propio, sino por el genérico de discípulo amado del Señor, a fin de que entendamos por Jesucristo y en quienes vive por su Espíritu, que es lo que quiso dar a entender Orígenes al escribir: “Cuando Dios dijo a su Madre: ‘He ahí a tu hijo’, es como si hubiera dicho: ‘Este es Jesús, a quien diste al mundo, porque el cristiano perfecto no vive ya de su propia vida, sino que Cristo vive en él’” (Comentario sobre el Evangelio de San Juan, parte 6).
  
Dice Dionisio Cartujano que en la pasión del Salvador los pechos de María se llenaron de la sangre que corría de sus llagas, para que con ella pudiese alimentar a sus hijos. Y añade que esta divina Madre, con sus plegarias y con los merecimientos que atesoró asistiendo a la muerte de su Hijo adorable, nos alcanzó la gracia de participar de los méritos de la pasión del Redentor (De láudibus Beatíssimæ Vírginis Maríæ, libro 2, art. 23).
   
¡Oh Madre de los dolores!, ya sabéis que merecí el Infierno y que no tengo más esperanza de salvarme que en la participación de los méritos de la muerte de Jesucristo. Vos me habéis de alcanzar esta gracia que os pido por amor de aquel Hijo que en el Calvario visteis con vuestros propios ojos inclinar la cabeza y expirar. ¡Oh Reina de los mártires y Abogada de pecadores!, ayudadme siempre, y especialmente en la hora de la muerte. Ya me parece estar viendo a los demonios, que en los postreros momentos de mi agonía se esforzarán por desesperarme a vista de mis pecados; por favor, no me abandonéis cuando veáis por todas partes combatida mi alma; ayudadme con vuestras oraciones y alcanzadme la esperanza y la santa perseverancia. Y si entonces, por haber perdido la palabra y hasta el uso de los sentidos, no puedo pronunciar vuestro nombre ni el de vuestro Hijo, ahora los invoco, diciendo: “Jesús y María, en vuestras manos encomiendo el alma mía”.
   
IV. «Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquísti me?» (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?)
   
Antes de estas palabras escribe San Mateo: “Y hacia la hora nona clamó Jesús con gran voz, diciendo: “Eli, Eli lemá sabaktháni”. ¿Por qué pronunció Jesucristo estas palabras con tan grande voz? Dice Eutimio que las pronunció tan fuerte para darnos a entender su divino poderío, ya que, estando para expirar, pudo hablar tan alto, cosa que no les es dado a los agonizantes, por la suma debilidad que padecen. Y, además, gritó tan firme para darnos a entender la extraordinaria pena en que moría, pues no faltaría quien creyese que, siendo Jesús hombre y Dios, el poder de la divinidad habría impedido el golpe que le asestaban los tormentos. Para evitar, pues, tales sospechas, quiso manifestar con estas palabras que su muerte fue la más amarga de las muertes, pues mientras los mártires eran regalados en sus tormentos con divinos consuelos, Él, como Rey de los mártires, quiso morir privado de todo alivio y sostén, satisfaciendo rigurosamente a la divina justicia por todos los pecados de los hombres. Por eso hace notar Sylveira que Jesús llamó al Padre Dios y no Padre, porque entonces tenía, como juez, que tratarlo cual reo y no como padre trata al hijo (Op. cit., tomo V, libro 8, cap. 18, cuestión 3).
   
Según San León, el clamor del Señor no fue lamento, sino enseñanza (Sermón 16 de Passióne). Enseñanza, porque con aquella voz quiso enseñarnos cuán grande era la malicia del pecado, que pone a Dios como en la obligación de entregar a los tormentos, sin ningún género de consuelo, a su amadísimo Hijo, tan sólo por haber cargado con el peso de satisfacer por nuestros delitos. Sin embargo, Jesús en aquel angustioso trance no fue abandonado de la divinidad ni privado de la visión beatífica, que gozaba su alma benditísima desde el primer instante de su creación; sólo se sintió privado del consuelo sensible con que suele el Señor sostener en la prueba a sus más leales servidores, y por eso cayó en un abismo de tinieblas, temores y amarguras y otras penas que nuestros pecados habían merecido. Esta ausencia sensible de la presencia divina la había experimentado también en el huerto de Getsemaní, pero la que padeció estando en la Cruz fue mayor y más amarga.
    
Pero, ¡oh Eterno Padre!, ¿qué disgusto os ha dado este inocente y obedientísimo Hijo, para que así lo castiguéis con muerte tan amarga? Miradlo cómo está en aquel leño, con la cabeza atormentada por las espinas; cómo pende de tres garfios de hierro, y si quiere reposar, sólo puede hacerlo sobre sus llagas; todos lo han abandonado, hasta sus discípulos; todos, al pasar delante de la Cruz, blasfeman y se mofan de Él. Y ¿por qué vos, que tanto lo amáis, lo habéis abandonado? No hay que olvidar que Jesucristo estaba cargado con los pecados de todo el mundo; y aunque personalmente era el más santo de todos los hombres, ya que era la propia santidad, sin embargo, como se había obligado a satisfacer por nuestros pecados, aparecía a los ojos del Padre como el mayor pecador del mundo, y, como tal y fiador de todos, era menester que pagase por todos. Pues bien, nosotros merecíamos ser condenados a vivir eternamente en el Infierno, con eterna desesperación, y para librarnos de esta muerte eterna quiso Jesús verse en la muerte privado de todo consuelo.
    
Blasfemó Calvino en el comentario que hizo acerca de San Juan, al decir que Jesucristo, para reconciliar a los hombres con su Padre, debía sentir toda la cólera de Dios contra el pecado y experimentar todos los padecimientos de los condenados, y especialmente el de la desesperación. ¡Necedad y blasfemia! ¿Cómo pudiera haber satisfecho por nuestros pecados cayendo en otro mayor, cual es el de la desesperación? Y ¿cómo puede compadecerse esta desesperación soñada por Calvino, con las palabras que entonces pronunció Jesucristo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”? (San Lucas 23, 46). Lo cierto es, como explican San Jerónimo, San Juan Crisóstomo y otros, que nuestro Salvador exhaló este gran lamento no para demostrar su desesperación, sino la amargura que experimentaba al morir privado de todo consuelo. Además, la supuesta desesperación de Jesús sólo podía tener fundamento en el odio que el Padre le tuviese; mas ¿cómo podía Dios aborrecer a Jesucristo, cuando por obedecerle se había ofrecido a pagar por los crímenes de la humanidad? Esta obediencia fue la que movió al Padre a otorgar perdón al género humano, como escribe el Apóstol: “El cual en los días de su carne, habiendo ofrecido plegarias y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que le podía salvar de la muerte, y habiendo sido escuchado por razón de su reverencia...” (Hebreos 5, 7).
   
Lo cierto es que este desamparo de Jesús fue el mayor tormento de su pasión, pues nadie ignora que había hasta entonces padecido sin lamentarse horribles dolores, y sólo de éstos se quejó dando una gran voz, envuelta, al decir de San Pablo, con muchas lágrimas y oraciones. Estas lágrimas y aquella voz recia nos dan a entender cuánto le costó a Jesús inclinar a nuestro favor la misericordia divina y cuán espantoso es el castigo dado a un alma que se ve lanzada lejos de Dios y privada para siempre de su santo amor, según la amenaza divina: “De mi casa los arrojaré, no volveré a amarlos” (Oseas 9, 15).
  
Dice, además, San Agustín que Jesucristo se turbó en presencia de la muerte para consuelo de sus siervos, a fin de que, al mostrarse cara a cara con ella, no se conturben, ni por eso se tengan por réprobos, ni se abandonen a la desesperación (Tratado 60 sobre el Evangelio de San Juan, num. 5), porque también Cristo se amedrentó con su muerte (San Julián de Toledo, Liber prognosticórum futúri sǽculi, libro 1, cap. 16).
     
Entre tanto, agradezcamos a la bondad de nuestro Salvador por haber cargado con los castigos que teníamos merecidos, librándonos así de la muerte eterna, y procuremos, de hoy más, vivir agradecidos a este nuestro Libertador, desterrando del corazón todo amor contrario al suyo. Y cuando nos veamos desolados de espíritu y privados de la presencia sensible de la divinidad, unamos nuestra desolación a la que Jesucristo padeció en la hora de su muerte. A las veces se oculta el Señor a la vista de sus almas más predilectas, pero no se aparta de su corazón y las asiste con gracias interiores. Ni se ofende porque en semejante abandono le digamos, como Él mismo dijo a su Padre en Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz”; pero añadamos inmediatamente: “Mas no como yo quiero, sino como quieres tú” (San Mateo 26, 39). Y si continúa la desolación, prosigamos haciendo actos de conformidad, como los prosiguió haciendo Jesús en las tres horas de la agonía de Getsemaní: “Oró por tercera vez, repitiendo de nuevo las mismas palabras” (Ibíd., v. 44). Dice San Francisco de Sales que Jesucristo es tan amable cuando se declara como cuando se esconde. Sobre todo, el alma que ha merecido el Infierno y se ha visto libre de él, no debe cansarse de repetir: “Bendeciré al Señor en todo tiempo” (Salmo 32, 2). Señor, no merezco consuelos; con tal de que me concedáis la gracia de amaros, me resigno a vivir desolado todo el tiempo que os pluguiere. Si los condenados pudieran en sus tormentos conformarse de esta manera con la divina voluntad, su infierno dejaría de ser infierno.
  
“Mas tú, Señor, no permanezcas lejos; mi amparo a socorrerme te apresura” (Salmo 21, 20). Jesús mío, por los méritos de vuestra desolada muerte, no me privéis de vuestra ayuda en el gran combate que habré de sostener en la hora de la muerte con el Infierno. Entonces, cuando todos me hayan abandonado y nadie pueda valerme, no me abandonéis Vos, que habéis muerto por mí y sois el único que entonces me podrá socorrer. Hacedlo por los méritos de aquella pena que sufristeis en vuestro abandono, por el que nos merecisteis no vernos privados de la gracia, como habíamos merecido por nuestras culpas.
 
V. «Sítio» (Tengo sed)
    
Después de esto —dice San Juan—, sabiendo Jesús que ya todas las cosas estaban cumplidas, para que se cumpliese la escritura dice: “Tengo sed” (San Juan 19, 28). La escritura aludida era la de David: “Pusiéronme además hiel por comida e hiciéronme en mi sed beber vinagre” (Salmo 68, 22). Grande era la sed corporal que experimentó Jesucristo en la Cruz a causa de tanto derramamiento de sangre, primero en Getsemaní, luego en la flagelación del pretorio, después en la coronación de espinas y, finalmente, en la Cruz, donde manaban cuatro ríos de sangre de las llagas de sus manos y pies, traspasados por los clavos. Pero mucho mayor fue la sed espiritual, es decir, el deseo ardiente, que le consumía, de salvar a todos los hombres y padecer luego por nosotros, como dice Luis de Blois, para patentizarnos su amor (Margarítum spirituále, parte 3, cap. 18); que es lo que decía San Lorenzo Justiniano: “Esta sed nace de la fuente del amor” (De triumpháli Christi agóne, cap. 19).
    
¡Oh Jesús mío!, tanto deseáis Vos padecer por mí y tan insoportable se me hace a mí el padecer, que a la menor contrariedad me impaciento contra mí y con los demás. Jesús mío, por los méritos de vuestra paciencia, hacedme paciente y resignado en las enfermedades y contratiempos que me sobrevengan; antes de morir hacedme semejante a Vos.
   
VI. «Consummátum est» (Consumado está)
    
Cuando, pues, hubo tomado el vino —dice San Juan— exclamó Jesús: “Consumado está” (San Juan 19, 30). Antes de exhalar el postrer suspiro, el Redentor se puso a considerar todos los sacrificios de la antigua ley, figuras del sacrificio que se hallaba consumando en la Cruz; todas las oraciones de los antiguos patriarcas, todas las profecías relacionadas con su vida y su muerte, todos los ultrajes y afrentas que debía sufrir, y, viendo que todo estaba realizado, exclamó: Consumado está.
    
San Pablo nos anima a luchar con paciencia y generosidad contra los enemigos de la salvación, que nos presentan batalla, y dice: “Corramos por medio de la paciencia la carrera que tenemos delante, fijos los ojos en el jefe iniciador de la fe, el cual en vista del gozo que se le ponía delante, sobrellevó la Cruz” (Hebreos 12, 1). Aquí nos exhorta el Apóstol a resistir con paciencia las tentaciones hasta el fin, a ejemplo de Jesucristo, que no quiso bajar de la Cruz sin dejar en ella la vida. Por eso San Agustín comenta el Salmo 70 diciendo: “¿Qué te enseña Cristo desde lo alto de la cruz, de la cual no quiso bajar, sino que te armes de valor, apoyado en tu Dios?” (Sermón I sobre el Salmo 70, n. 11). Jesús quiso consumar su sacrificio hasta la muerte, para que entendamos que el premio de la gloria no se da sino a quienes perseveran en el bien hasta el fin, como atestigua San Mateo: “El que permanezca hasta el fin, éste será salvo” (San Mateo 10, 22).
   
Por tanto, cuando en las luchas contra las pasiones o contra las tentaciones del demonio nos sintamos molestados y expuestos a perder la paciencia y a ofender a Dios, dirijamos una mirada a Jesús crucificado, que derramó toda su sangre por nuestra salvación, y pensemos que aún no hemos derramado ni una gota por su amor, como dice el Apóstol: “Todavía no habéis resistido hasta derramar sangre, luchando contra el pecado” (Hebreos 12, 10).
   
Y cuando tengamos que renunciar a nuestra propia honra, u olvidar algún resentimiento, o privarnos de alguna satisfacción o curiosidad o de otra cualquier cosa que no sea de ningún provecho para nuestra alma, avergoncémonos de rehusar a Jesucristo estos sacrificios, pues su generosidad llegó hasta el extremo de dárnoslo todo, hasta su sangre y su vida.
   
Resistamos con tesón y energía a todos nuestros enemigos, pero la victoria esperémosla únicamente de los méritos de Jesucristo, mediante los cuales tan sólo los santos, y particularmente los santos mártires, superaron los tormentos y la muerte: “Mas en todas estas cosas soberanamente vencemos por obra de Aquel que nos amó” (Romanos 8, 37). Cuando el demonio nos traiga a la mente dificultades que se nos hagan harto difíciles por nuestra flaqueza, dirijamos una mirada a Jesús crucificado, y confiados en su ayuda y merecimientos, digamos con el Apóstol: “Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta” (Filipenses 4, 13). Por mí no puedo nada, pero con la ayuda de Dios lo podré todo.
    
Entre tanto, animémonos a sufrir las tribulaciones de la presente vida, con la mirada fija en las penalidades de Jesús crucificado. “Mira, dice el Señor desde la Cruz, mira la muchedumbre de los dolores y villanías que padezco por ti en este patíbulo: mi cuerpo está pendiente de tres clavos y sólo descansa en llagas; las gentes que me rodean no hacen más que afligirme con sus blasfemias, y mi alma interiormente se halla más afligida que mi cuerpo. Todo esto lo padezco por tu amor; mira cómo te amo y ámame y no repares en padecer algo por mí, ya que por tu amor he llevado vida tan trabajada y ahora estoy muriendo por ti con muerte tan afrentosa”.
   
¡Ah, Jesús mío! Vos me pusisteis en el mundo para serviros y amaros; me iluminasteis con tantas luces y gracias para seros fiel, y yo, ingrato, por no privarme de mis gustos y placeres, preferí muchas veces perder vuestra amistad, volviéndoos las espaldas. Os suplico, por la angustiosísima muerte que por mí sufristeis, me ayudéis a seros fiel en lo que me restare de vida, pues estoy dispuesto a arrancar de mi corazón todo afecto que no sea para Vos, Dios mío, mi amor y mi todo.
   
Madre mía, María, ayudadme a ser fiel a vuestro Hijo, que tanto me ha amado.
   
VII. «Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum» (Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu)
   
Escribe Eutimio que Jesús pronunció estas palabras con gran energía de voz para dar a entender que era verdadero Hijo de Dios, que llamaba a su Padre (Comentario sobre San Mateo, cap. 67). Y San Juan Crisóstomo dice que habló tan alto para dar a entender que no moría por necesidad, sino por propia voluntad (Sermón 89 sobre San Mateo, n. 1), clamando tan recio precisamente en el momento de morir. Todo lo cual concuerda con lo que Jesús había dicho durante su vida, que Él se sacrificaba voluntariamente por nosotros, sus ovejas, y no ya por voluntad y malicia de sus enemigos: “Yo doy mi vida por mis ovejas... Nadie me la quita, sino que la doy de mi propia voluntad” (San Juan 10, 15).
     
Añade San Atanasio que en aquel trance Jesucristo, encomendándose al Padre, nos encomendó también a todos los fieles, que por su medio habíamos de alcanzar la salvación, porque los miembros y la cabeza no forman más que un solo cuerpo (De humána Christi natúra). De donde deduce el Santo que Jesús entonces quiso renovar la oración que en otras ocasiones dirigiera al Padre, diciendo: “Padre santo, guárdalos en tu nombre... para que sean uno como nosotros” (San Juan 17, 11); y un poco más adelante: “Padre, los que me has dado quiero que, donde estoy yo, también ellos estén conmigo” (Ibíd., v. 24).
    
Esto le impulsaba a decir a San Pablo: “Sé a quién he creído y estoy firmemente persuadido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día” (Epístola II a Timoteo 2, 12). Así escribía el Apóstol desde el fondo de una prisión donde padecía por Jesucristo, en cuyas manos confiaba el depósito de sus padecimientos y de todas sus esperanzas, pues no ignoraba que es fiel y agradecido con quienes padecen por amor. David depositaba toda su esperanza en el futuro Redentor, diciendo: “En tus manos mi espíritu encomiendo; me librarás, Señor, Dios de verdad” (Salmo 30, 6). ¡Con cuánta más razón debemos nosotros confiar en Jesucristo ahora que ha ultimado la obra de la redención! Digámosle, pues, con entera confianza: “En tus manos mi espíritu encomiendo; me librarás, Señor, Dios de verdad”.
   
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Gran alivio experimentan los moribundos al pronunciar estas palabras en el trance de la muerte, al verse agobiados por las tentaciones del Infierno y el temor de los pecados cometidos. Pero yo no quiero, Jesús mío, aguardar a la hora de la muerte para encomendaros mi alma, sino que desde ahora lo hago; no permitáis que de nuevo os vuelva las espaldas. Veo que mi pasada vida sólo me ha servido para ofenderos; no permitáis que en los días que me restaren continúen mis ofensas.
    
¡Oh Cordero de Dios!, sacrificado en la Cruz, muerto por mí cual víctima de amor y acabado de dolores, haced que, por los méritos de vuestra muerte, os ame con todo mi corazón y sea todo vuestro en lo que viviere. Y, cuando llegue el término de mi carrera, haced que muera abrasado en vuestro amor. Vos habéis muerto por mi amor, y yo quiero morir por el vuestro. Vos os disteis del todo a mí, y yo me doy todo a vos. En tus manos mi espíritu encomiendo; me librarás, Señor, Dios de verdad. Vos derramasteis toda vuestra sangre y estregasteis la vida para salvarme; no permitáis que por mi culpa queden estériles vuestras fatigas y trabajos. Jesús mío, os amo, y apoyado en vuestros méritos, espero amaros eternamente. “A ti, Señor, me acojo; no quede para siempre confundido” (Salmo 30, 2).
    
¡Oh María, Madre de Dios!, en vuestras oraciones confío; pedid que viva y muera fiel a vuestro Hijo. También con San Buenaventura os repetiré: “En ti, Señora, esperé y no quedaré para siempre confundido” (Salterio de la Santísima Virgen María, Salmo 30, 2).