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sábado, 31 de marzo de 2018

EL EJEMPLO DE LAS ABEJAS

   
Vuestra presencia en tan gran número, vuestro deseo de encontraros reunidos delante de Nos, queridos hijos, Nos procura un verdadero consuelo, por lo que os expresamos de corazón Nuestra gratitud por vuestros homenajes y por vuestros dones, unos y otros particularmente gratos. Más allá del valor material o técnico, el trabajo que representan, ofrece por su naturaleza y por su significado, un interés psicológico, moral, social, incluso también religioso, de no poco valor. Las abejas, ¿no han sido quizás unánimemente cantadas por la poesía tanto sacra como profana, de todos los tiempos?
 
Estas abejas, movidas y dirigidas por el instinto, vestigio y testimonio visible de la sabiduría invisible del Creador, ¡qué lecciones dan a los hombres, que son –o deberían ser- guiados por la razón, vivo reflejo del intelecto divino!
  
Ejemplo de vida y de actividad social, en cada una de sus categorías tiene su oficio que realizar, y lo cumple exactamente –se estaría casi tentado de decir: conscientemente-, sin envidia, sin rivalidad, con orden, en el puesto asignado a cada una, con cuidado y amor. También el observador más inexperto en materia de apicultura admira la delicadeza y la perfección de este trabajo. Muy diferente de la mariposa que revolotea de flor en flor por pura distracción, de la avispa o del avispón, agresores brutales, que parecen no querer otra cosa que el mal, sin beneficio para nadie: la abeja penetra hasta el fondo del cáliz, diligente, activa y tan delicada que, una vez recogido su precioso botín, deja dulcemente las flores, sin haber lesionado mínimamente siquiera el ligero tejido de su vestido, sin haber hecho perder a uno sólo de sus pétalos su inmaculada frescura.
  
Después, cargada del néctar perfumado, del polen, de los propóleos, sin rodeos caprichosos, sin retrasos indolentes, rápida como una flecha, con un vuelo de una precisión impecable y segura, vuelve a entrar en la colmena, donde el trabajo animoso prosigue intenso, para la elaboración de las riquezas cuidadosamente recogidas y la producción de la cera y de la miel. «Fervet opus, redoléntque thymo fragrántia mella» [bullen de actividad; la fragante miel exhala vivos aromas de tomillo] (Virgilio, Geórgicas, 4, 169).
  
¡Ah! Si los hombres quisieran y supieran escuchar la lección de las abejas; si cada uno supiese hacer con orden y con amor, en el puesto señalado por la Providencia, su deber cotidiano; si cada uno supiera gustar, amar, valorizar, en la colaboración íntima del hogar doméstico, los pequeños tesoros acumulados durante su jornada de trabajo fuera de casa; si los hombres supieran sacar provecho con delicadeza, con elegancia (hablando a la manera humana), con caridad (hablando cristianamente), en las relaciones con sus semejantes, de todo lo que éstos han conseguido en su espíritu de verdadero y hermoso, de todo lo bueno y honesto que ellos llevan en el fondo de sus corazones, sin ofenderlos, y discreta y honestamente, sin alterarse, sin celos y sin orgullo, las riquezas adquiridas en el contacto con sus hermanos y elaborarlas luego por su cuenta; si, en una palabra, aprendiesen a hacer mediante su inteligencia y su entendimiento lo que las abejas hacen instintivamente, ¡cuánto mejor estaría el mundo! 
  
Trabajando como las abejas, con orden y con paz, los hombres aprenderán a gustar, a hacer gustar a los demás, el fruto de sus fatigas, la miel y la cera, la dulzura y la luz de esta vida mortal. En cambio, cuántas veces, por desgracia, estropean lo mejor y lo más hermoso con su aspereza, su violencia y malicia. ¡Cuántas veces no saben buscar y hallar en todo sino la imperfección y el mal, desnaturalizando hasta las intenciones más rectas; convertir en amargura hasta el bien!
  
Aprended, pues, a penetrar con respeto, con confianza y con caridad discreta, pero profundamente, en la inteligencia y en el corazón de vuestros semejantes, y entonces sabrán descubrir, como las abejas, en las almas más humildes, el perfume de nobles cualidades, de eminentes virtudes, ignoradas a veces hasta por los mismos que las poseen. Sabrán discernir en el fondo de las inteligencias más obtusas, de los espíritus más incultos, en el fondo mismo de los pensamientos de sus adversarios, alguna traza, por lo menos, de sano juicio, algún vislumbre de verdad y bondad.
   
En cuanto a vosotros, queridos hijos, que, inclinados sobre vuestras colmenas, realizáis con todo cuidado las más variadas y delicadas operaciones de la apicultura, dejad que vuestro espíritu se eleve a un místico vuelo, para gustar la suavidad de Dios, la dulzura de su palabra y de su ley (Ps. 18,2; 118,103), para contemplar la luz divina, de la que es símbolo la llama encendida del cirio, producto de la madre abeja, como canta en su maravillosa del Sábado Santo: «Álitur enim liquántibus ceris, quas in substántiam pretiósæ hujus lámpadis apis mater edúxit» [Pues se alimenta de la cera derretida, que sacó la madre abeja para sustancia de esta preciosa llama].
   
PÍO XII, Discurso a los participantes en el Congreso nacional italiano de apicultura, 27 de Noviembre de 1947 - Traducción de Javier Sánchez Martínez

viernes, 30 de marzo de 2018

BEATO AMADEO IX, DUQUE DE SABOYA

Él fue probado por medio del oro, y hallado perfecto, por lo que reportará gloria eterna. Él podía pecar y no pecó, hacer mal y no le hizo: por eso sus bienes están asegurados en el Señor, y celebrará sus limosnas toda la congregación de los santos”. (Eclesiástico 31, 10-11)
    
Beato Amadeo IX, tercer duque de Saboya
    
El Beato Amadeo de Saboya fue el noveno de este nombre y el tercer duque de aquel Estado; vivió treinta y siete años (1435-1472); reinó solamente siete (1465-1472); y fue inscrito en el catálogo de los bienaventurados dos siglos más tarde bajo el pontificado del Beato Inocencio XI.
   
La Saboya fue siempre uno de los lugares más bellos de la región alpina; situada en el centro de Europa, en territorio francés, al occidente de la cadena de los Alpes, guarda dentro de sí las cumbres más elevadas desde el Monte Blanco hasta el monte Thabor. La magnificencia de sus costas, la grandiosidad de su paisaje, su infinita variedad, los contrastes de color y de vida, la melancólica belleza de las ruinas de castillos y monasterios, ofrecen un espectáculo estupendo, que arrebata la admiración. Sus habitantes son conocidos por la bondad de su carácter y por la sencillez de sus costumbres; defendidos del influjo y contacto con otras gentes por la aspereza de sus montañas, han sabido conservar sus primitivas tradiciones. El saboyano es fuerte y alegre; tiene pocas necesidades y sabe desde antiguo solucionárselas por sí mismo; es además religioso y amante de sus instituciones. Cada uno de los siete valles principales de las tierras saboyanas tiene su propia fisonomía en tipos y maneras, hablándose por este motivo de los “siete países saboyanos”, variedades de un mismo tipo social montañés.
    
La casa de Saboya es una de las familias más antiguas e ilustres, que han reinado en Europa casi hasta nuestros días. Parece ser que su fundador fue Humberto I Blancamano, descendiente de la casa de Sajonia, que vivió en los años 985 al 1048; prestó buenos servicios al rey de Arlés Rodolfo III, y al emperador Conrado el “Sálico”, recibiendo en recompensa numerosas tierras y privilegios. A través de los siglos el Estado saboyano fue ensanchando sus límites geográficos; las guerras entre los señores feudales, las alianzas, las capitulaciones matrimoniales y las herencias de nobles, fueron abriendo camino al esplendor de la casa de Saboya. En el siglo XV, durante el largo gobierno de Amadeo VIII, los dominios saboyanos alcanzaron la máxima extensión, comprendiendo entre otros territorios la Saboya, el Piamonte y el País de Vaud. Aunque se había avanzado notablemente en el sentido de sustituir el antiguo régimen feudal por un Estado moderno, sin embargo, aún no había desaparecido la organización feudal, que se desarrolló más en la Saboya que en el Piamonte, con grandes y poderosas casas señoriales, afincadas en los cerrados valles alpinos con escasos centros urbanos.
    
Amadeo VIII de Saboya, de sobrenombre “el Pacífico”, consiguió en 1416 del emperador Segismundo la transformación del condado en ducado, recibiendo la solemne investidura. Destacaron en este príncipe sus inquietudes espirituales y su amor por la vida ascética, llegando a crear en la corte un acentuado ambiente de religiosidad, dentro del cual discurrieron los primeros años de vida de su nieto el Beato Amadeo IX de Saboya. Amadeo VIII “el Pacífico”, después de haber llevado su casa a una altura jamás soñada en tiempos atrás, se dedicó a dejar el gobierno en manos de su hijo Luis II de Saboya y a retirarse a la vida eremítica con algunos de sus mejores amigos y fieles consejeros; fundó la Orden Militar de San Mauricio, a la que señaló como residencia un nuevo monasterio levantado por su mandato en Ripaglia, cerca de Tournon, y entró en el retiro con sus amigos el día 16 de octubre de 1434, vistiendo todos una túnica y capucha grises, llevando como distintivo un cinturón dorado y una cruz también dorada sobre el pecho. La decisión del duque de Saboya causó honda impresión en Europa, y llamó la atención de los Padres del concilio de Basilea, quienes, después de haber depuesto al Papa de Roma Eugenio IV, lo eligieron como sucesor de San Pedro. El duque aceptó la tiara y fue consagrado y coronado el 24 de julio de 1440 con el nombre de Félix V; nueve años más tarde, en bien de la paz de la Iglesia, el antipapa Félix renunció al papado en el concilio de Lausana de 1449; el nuevo pontífice Nicolás V lo preconizó cardenal obispo de Saboya y delegado apostólico en Saboya y parte de Suiza; murió en 1451 y sus huesos hallaron descanso en un magnífico monumento erigido en su nombre en la catedral de Turín.
   
Su nieto, el Beato Amadeo IX de Saboya, nació en Tournon el 1 de febrero de 1435, habiendo sido el hijo primogénito de Luis II de Saboya y de Ana de Lusiñán, hija del rey de Chipre. La dulcedumbre del lago de Ginebra, al pie de cuyas colinas se alza el pequeño pueblo de Tournon, comunicó al joven Amadeo su encanto y su poesía, y las cimas nevadas del San Bernardo Y del Monte Blanco infundieron en su alma el amor por todo lo cándido y puro. Sus cristianos padres lo educaron en el santo temor de Dios, juntamente con sus otros diecisiete hermanos. Muy pronto se manifestaron en el príncipe los piadosos sentimientos y una natural inclinación hacia la virtud; de niño, cuando jugaba y paseaba por los jardines de su palacio, gustaba de hincarse de rodillas y elevar sus manos y sus ojos al cielo, dirigiendo a Dios fervorosas jaculatorias; de joven, se apartaba del fastuoso brillo de la corte, prefiriendo la conversación con los pastores y la meditación en la pasión de Jesucristo, arrasándosele los ojos de lágrimas al contemplar el crucifijo. Su semblante siempre risueño, sus maneras apacibles, su estilo a la vez humano y majestuoso, le hicieron muy pronto dueño de todos los corazones. El Beato Amadeo de Saboya tuvo desde los primeros años de su juventud aquélla dulzura, aquel encanto e irresistible simpatía que desprende la santidad verdadera; sin votos de religión, sin hábitos sacerdotales, en medio del bullicio de una corte europea del medioevo, supo llevar a la práctica aquel mandamiento de Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”; porque la santidad puede y debe hacerse en todos los lugares y tiempos, y en todos los modos de vida, acomodando nuestra voluntad a la voluntad de Dios y guardando sus santos preceptos.
    
Después del tratado de Cleppié (1453), a los diecisiete años de edad, Amadeo IX de Saboya contrajo matrimonio con Violante de Valois, también conocida con el nombre de Yolanda de Saboya, hija del rey de Francia Carlos VII y hermana del más tarde también rey de Francia Luis XI, de la cual estaba prometido desde la cuna (1436). Fue Violante una mujer afectuosa, fiel y amante de su casa y familia; ambos esposos estuvieron desde un principio muy unidos, no sólo en la comunidad de vida, sino principalmente en la rectitud de conciencia y en idénticos sentimientos. La castidad matrimonial fue fecunda, habiendo nacido del amor conyugal nueve hijos, a los que sus padres supieron legar, además de los bienes de fortuna, su religión y virtud; una de sus hijas subió a los altares con el nombre de Beata Luisa de Saboya, la cual, muerto su marido, se encerró en un convento de clarisas, siendo autorizado su culto por el Papa Gregorio XVI.
      
En el año 1465 el Beato Amadeo IX de Saboya sucedió a su padre en el trono, y con este motivo las virtudes que adornaron al príncipe alcanzaron mayor brillo con la diadema. Desde un primer momento, sabedor de que toda autoridad y poder viene de Dios, se esforzó en imponer en la corte sus piadosas tendencias, volviendo la vida cortesana a lograr el mismo o mayor nivel de religiosidad que tuvo en los tiempos de su abuelo Amadeo VIII “el Pacífico”. El ejemplo de los príncipes es siempre poderoso y eficaz en la mejoría de las costumbres; el modo de vida del Beato Amadeo de Saboya impuso en todos sus vasallos un sello tan fuerte de honradez, que por mucho tiempo se vio el vicio desamparado en todos sus Estados. La falta de compostura en el templo, el hablar con menosprecio de la religión, las conversaciones licenciosas en la corte, eran motivo suficiente para incurrir en la desgracia del príncipe, quien siempre se mostró resoluto e intransigente cuando estuvieron por medio los intereses de Dios. Fue norma constante en su vida de gobierno el anteponer el servicio de Dios a todas las restantes cosas. No hubo a la sazón corte más brillante ni mejor arreglada en toda Europa; reinando la paz y la justicia con todos sus derechos, y extendiéndose la vigilancia del príncipe a todos sus Estados con segura política interior.
           
Argumento singular de santidad en el Beato Amadeo de Saboya fue su amor a los pobres; teniendo delante de los ojos aquellas palabras de Jesucristo: “Lo que hiciereis con los necesitados, conmigo lo hacéis”, solía repetir, para justificar sus afanes en favor de los desvalidos: “Me conduelo tanto de los pobres, que al verlos no puedo contenerlas lágrimas. Si no amase a los pobres, me parecería que no amaba a Dios”. Empleó mucha parte de sus riquezas en fundar hospitales y en dotar los ya existentes con mayores rentas, conservándose todavía en el Piamonte y en la Saboya numerosos vestigios de la magnificencia del caritativo príncipe. Con su propia mano atendía a los necesitados, gozando al distribuirles personalmente las limosnas, visitaba a los enfermos en sus humildes viviendas, socorriéndoles con tanto cariño y solicitud, que alguno de ellos llegó a decir, que sólo por haber sido asistido por el santo duque bendecía la hora en que Dios le había postrado en el lecho víctima de penosa enfermedad; llamábanle el padre de los necesitados, y a su palacio, el jardín de los pobres.
      
La tradición nos ha conservado una simpática anécdota, que nos descubre hasta dónde llegó la caridad del corazón del Beato Amadeo de Saboya. En cierta ocasión, habiéndole preguntado un embajador de un príncipe extranjero si tenía jauría de perros y si le gustaba la caza como entretenimiento, el duque le contestó: “Tengo otros entretenimientos, en los que me ocupo con mayor placer; deseo que vea el señor embajador con sus propios ojos el, objeto de mis distracciones”. Seguidamente el príncipe abrió el balcón de la sala, descubriéndose un gran patio, en el cual iban y tornaban numerosos criados atendiendo y dando de comer a más de quinientos pobres. “Ved ahí señor embajador, mis divertimientos, con los que intento conseguir el reino de los cielos”. El embajador intentó diplomáticamente censurar la conducta del santo duque, y le dijo: “Muchas gentes se echan a mendigar por pereza y holgazanería”. A lo que respondió el caritativo príncipe: “No permita el cielo que entre yo a investigar con demasiada curiosidad la condición de los pobres que acuden a mi puerta; porque si el Señor mirase de igual manera nuestras acciones, nos hallaría con mucha frecuencia faltos de rectitud”. Replicó el embajador: “Si todos los príncipes fuesen de semejante parecer, sus súbditos buscarían más la pobreza que la riqueza”. A lo que contestó el Beato Amadeo de Saboya: “¡Felices los Estados en los que el apego a las riquezas se viera por siempre desterrado! ¿Qué produce el amor desordenado de los bienes materiales, sino orgullo, insolencia, injusticia y robos? Por el contrario, la pobreza tiene un cortejo formado por las más bellas virtudes”. Añadió el embajador: “En verdad que vuestra ciencia, en relación con los restantes príncipes de este mundo, es totalmente distinta; porque en todas partes es mejor ser rico que pobre, pero en vuestros Estados los pobres son los preferidos”. Continuó el santo duque: “Así lo he aprendido de Jesucristo. Mis soldados me defienden de los hombres; pero los pobres me defienden delante de Dios”. Ningún otro príncipe rayó a tanta altura en el ejercicio de la caridad; un día sus ministros le advirtieron que el tesoro se hallaba exhausto a causa de tantas limosnas, y el santo no dudó un momento en entregarles el rico collar de la orden militar que llevaba sobre su pecho, para remediar las necesidades más urgentes de los pobres que acudían a su palacio. Fue siempre clemente y compasivo, sin que estas cualidades le desviaran en ningún caso de la justicia, que administraba con entera rectitud.
        
Pero quiso Dios probar su virtud con diferentes y graves adversidades, purificando el alma de su siervo como oro en crisol, para que resplandeciera mayormente su santidad. Porque la virtud tanto más vale, cuanto mayor esfuerzo significa; por ello la santidad es patrimonio de almas heroicas, aunque ayudadas siempre de la gracia divina. Durante toda la vida se vio el Beato Amadeo de Saboya atormentado por frecuentes ataques de epilepsia; esta enfermedad, tan sensible como vergonzosa por los impropios movimientos que causan las contorsiones, le sirvió para ejercitarse en la paciencia cristiana, aceptando con alegría la voluntad del cielo. Solía repetir: “Nada más útil para los grandes y poderosos, que las dolencias habituales, que les sirven de freno para reprimir la vivacidad de las pasiones y templan las dulzuras de esta vida con una amargura saludable”. Por razón de esta dolencia, los enfermos atacados de epilepsia vienen acudiendo en sus súplicas al Beato Amadeo de Saboya, desde el momento de su muerte, como a especial abogado, encontrando eficaz ayuda y remedio para su mal.
        
Otra fuente de numerosos sinsabores y grandes amarguras para el Beato Amadeo de Saboya fue la defensa de sus Estados, en tiempos en que la ambición de los príncipes multiplicaba las guerras. Rico de virtudes personales, pero pobre de salud, el santo duque hubiera abdicado si la duquesa Yolanda, mujer de gran energía, no se lo hubiera impedido, para asegurar la sucesión de sus hijos, ocupándose ésta directamente del gobierno de Estado por encomienda de su esposo. Conocedores de esta situación de aparente debilidad, algunos príncipes de los Estados colindantes intentaron incrementar sus dominios a costa de la casa de Saboya, e incluso algún familiar del santo duque pretendió destronarlo para ceñirse la corona ducal; unos y otros tropezaron con la entereza del Beato Amadeo de Saboya en la defensa de sus derechos, quien supo poner remedio pacífico a violentas situaciones con la magnanimidad de su corazón. Concedió inmediatamente la libertad al duque Galeazzo María Sforcia, tan pronto como supo que sus soldados lo habían arrestado, sorprendiéndolo al atravesar disfrazado las tierras de Saboya, cuando regresaba desde Francia a sus Estados; sin embargo, no pudo conseguir la amistad del duque, desde antiguo enemigo de la casa de Saboya. Años más tarde, cuando el marqués de Monferrato rechazó el derecho del Beato Amadeo IX de Saboya al homenaje, reclamado en conformidad con el tratado de 1412, dando con ello origen a la guerra en el Piamonte, el duque de Milán, Galeazzo María Sforcia, intervino a favor del marqués; la duquesa Yolanda se alió con Borgoña y Venecia, nombró capitán general de sus tropas a Felipe de Bressa, hermano del duque de Saboya, y logró ayuda de su hermano Luis XI de Francia; mas otra vez el bondadoso corazón del Beato Amadeo se interpuso a favor del duque de Milán, firmó con él nuevos tratados, le dio como esposa a su hermana menor Bona de Saboya, logrando una paz definitiva en 1468. Felipe de Bressa, de carácter levantisco e inquieto, apoyado por el duque de Borgoña, intentó apoderarse del Estado, asediando a Montmélian en 1471, donde se encontraba la corte; pero tan sólo pudo hacer prisionero a su hermano Amadeo, mientras Yolanda se refugiaba en Grenoble, salvando a sus hijos en Francia; la intervención de Luis XI de Francia y la presión diplomática de Milán y Suiza hicieron el acuerdo; Felipe de Bressa dejó que Amadeo retornase con su mujer, devolvió las fortalezas, y obtuvo para sí la lugartenencia por benigna concesión de su hermano ya enfermo de muerte. Yolanda de Saboya condujo ahora al príncipe al Piamonte, estableciéndose en la ciudad de Verceli, en otros tiempos de la corona de Saboya, pero a la sazón en poder del duque de Milán, amparándose en la protección del duque.
      
Rodeado de tantas desventuras, el Beato Amadeo de Saboya fortalecía la entereza de su carácter y la bondad de su corazón con los consuelos de la religión; muchas veces fue a pie, acompañado de su esposa, a Chambery, para tributar culto al Santo Sudario, que se veneraba en aquella ciudad; fue muy devoto de la Santísima Virgen, a la que llamaba su Señora y a la que honraba con frecuentes devociones; hizo a Roma de incógnito una visita, encontrando en aquellos santos lugares paz para su alma e incremento de su piedad, dejando en la iglesia de San Pedro y en otras de la Ciudad Eterna ricos presentes.
           
Consumido, en fin, a violencias de tantos rigores, conociendo cercano su acabamiento, llamó a su presencia a los principales señores de su corte, nombró regente de sus Estados a la duquesa, su mujer, fiel compañera, e hizo testamento político con estas palabras: “Mucho os recomiendo a los pobres, derramad sobre ellos liberalmente vuestras limosnas, y el Señor derramará abundantemente sobre vosotros sus bendiciones; haced justicia a todos sin acepción de personas; aplicad todos vuestros esfuerzos para que florezca la religión y para que Dios sea servido”. Este fue su testamento, y también el programa de su política durante los pocos años de su reinado. Murió en Verceli en el año 1472 en el día 31 de marzo, fecha en que la Iglesia celebra su fiesta. La noticia de su muerte puso fin a las procesiones públicas rogativas, llevando el luto a todos los lugares de la Saboya y el Piamonte. Fue sepultado en la románica iglesia de San Eusebio de Verceli, debajo de las gradas del altar mayor, confirmando el cielo con numerosos milagros la fama de santidad que ya en vida gozaba Amadeo IX de Saboya.
       
Su compaisano San Francisco de Sales un siglo más tarde, haciendo viaje a Roma, quiso pasar por Verceli, para rezar delante de las reliquias del siervo de Dios Amadeo, encontrando alegría para su alma en la iglesia de San Eusebio; y testigo del vivo culto popular, alimentado con los muchos prodigios acaecidos junto a su sepulcro, rogó al papa Paulo V que fuese canónicamente reconocido; pero fue otro siglo después cuando el papa Beato Inocencio XI concedió a Amadeo IX de Saboya los honores de la beatificación, y dio licencia para que se rezase oficio y se dijese misa en su honra dentro de los dominios del duque de Saboya y dentro de Roma en la iglesia de la nación. En el largo espacio de cinco siglos no se ha entibiado la devoción de los pueblos hacia el santo duque, existiendo en la actualidad en casi todos los lugares del antiguo ducado de Saboya numerosos testimonios del culto popular.
        
Uno de sus sucesores, Carlos Manuel I (1580-1630), durante su reinado mandó acuñar algunas monedas de plata con la efigie del Beato Amadeo, rodeada de la siguiente inscripción: “Bendice a tu descendencia”; el pueblo llamó a las monedas mayores de nueve florines “Beatos Amadeos”, y a las monedas más pequeñas de tres florines simplemente “beatas”, nombre que sirvió durante mucho tiempo para designar en general a todas las monedas de plata de pequeño tamaño en los países de Europa.
   
DOROTEO FERNÁNDEZ RUIZ. Año Cristiano, Tomo I. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que trasladaste a tu confesor el bienaventurado Amadeo del principado terreno a la gloria celestial, concédenos te suplicamos, que por sus méritos y su imitación nos desprendamos de los bienes temporales, para no perder los eternos. Por J. C. N. S. Amén.

jueves, 29 de marzo de 2018

BERGOGLIO INSULTANDO A LA BEATA IMELDA LAMBERTINI

“CAVE, BERGÓGLIUM LÓQUITUR EST!” (¡CUIDADO, BERGOGLIO ESTÁ HABLANDO!)
   
Durante la Reunión presinodal con los jóvenes en el Pontificio Colegio Internacional “María Mater Ecclésiæ”, el pasado 19 de Marzo, Bergoglio se dirigió al auditorio y al final respondió preguntas del auditorio. Ante la pregunta del seminarista greco-católico ucraniano Yulian Vendzilovych sobre cómo afrontar el sacerdocio en el mundo contemporáneo, le respondió diciendo:
«[...] He aquí la relación entre el sacerdote y la comunidad: también la relación debe ser testimonial. Porque hay una enfermedad muy grande, que es el clericalismo, y nosotros debemos salir de esta enfermedad. Algunos de vosotros no sois católicos, otros no sois creyentes, pero lo digo con tanta humildad: es una de las enfermedades más feas de la Iglesia. El clericalismo. Cuando una comunidad busca a un sacerdote y no encuentra a un padre y a un hermano, sino a un doctor, a un profesor o a un príncipe… Y esta es una de las enfermedades que hacen tanto mal a la Iglesia. Yo estoy preocupado por esto, porque se confunde el rol paternal del sacerdote y se reduce a un papel de dirigente: el “jefe”. El “jefe” de la empresa, el dirigente… Y me preocupan también comportamientos no paternos, no fraternales del sacerdote que en la relación con la comunidad no lo hacen ser testigo de Cristo. Por ejemplo, el espiritualismo exagerado: cuando te encuentras a estos sacerdotes que piensan estar siempre en el cielo, que son incapaces de comprender, creo que con una actitud así –como digo yo– “con la cara de la beata Imelda” [Risas de Bergoglio y el auditorio], así no, no funciona… Cuando tú has cometido una de esas caídas que se cometen en la vida, ¿cómo vas a contársela a él? ¡Pero tú tienes miedo! No encuentras en él el testimonio de la misericordia de Cristo. O cuando tú ves a un sacerdote que es rígido, que va siempre adelante con rigidez, pero ¿cómo la comunidad puede ir a él? Falta el testimonio. Y cuando ves un sacerdote mundano, es feo, es peor. Reza por ellos, para que el Señor los convierta».
  
Además de mostrarse irrespetuoso frente a la vocación sacerdotal (cosa que NI BERGOGLIO TIENE, ni en la Deuterovaticanidad existe) al tratarlos como poca cosa y hablando en contra del clericalismo que ÉL MISMO REPRESENTA, Bergoglio se burla del Santo Sacrificio de la Misa, que a tantos Católicos ha sostenido y sostiene en su camino hacia la eternidad, como el caso de la Beata Imelda Lambertini OP, quien, habiendo deseado fervientemente recibir a Jesús Sacramentado (a pesar que en el siglo XIV la Comunión no se recibía sino a los 14 años), la víspera de la Ascención del año 1333 vio en plena Misa que una Hostia salió del ciborio y se posó sobre nuestra religiosa, ante lo cual el Sacerdote le dio la Comunión, y ella murió al poco tiempo. La hermana Imelda fue beatificada en 1826, y ante su ejemplo, San Pío X la proclamó Patrona de los primeros comulgantes y dispuso mediante el decreto “Quam Singulári Christus amóre” del 8 de Agosto de 1910 que una vez los niños llegaren a la edad de razón (7 años aproximadamente) deben ser admitidos a la Sagrada Comunión.
  
Beata Imelda Lambertini OP
  
Nuevamente esta es una evidencia más de que Bergoglio, si no es el Anticristo, sí es uno de sus émulos y precursores, ya que al igual que él, abre la boca para blasfemar contra Dios, y su Tabernáculo, y los habitantes del Cielo (cf. Apoc. XIII, 6). Además, él está irremisiblemente atado al lenguaje altisonante y escandalizador, actitudes que no quedan bien a nadie, y menos a una persona de su edad. Pero bueno, ya no se puede hacer más: cuando él vea las estadísticas de su Anuario Pontificio, y cómo las cifras de fieles y de “vocaciones” van en picado, QUE NO SE QUEJE. Y menos cuando en el divino Tribunal le toque rendir cuentas de todas sus pocasvergüenzas.
    
Hoy Jueves Santo, pidamos por intercesión de la Beata Imelda Lambertini que Dios nuestro Señor encienda en nosotros el santo anhelo de acercarnos con recta conciencia para recibirle (sea sacramental o espiritualmente) y merezcamos estar eternamente con Él en el Cielo:
Dómine Jesu Christe, qui beátam Vírginem Iméldam igníto caritátis amóre sauciátam, et immaculátaHóstia mirabíliter reféctam, in cœlum suscepísti: fac nos ejus intercessióne, eódem caritátis fervóre ad sacram mensam accédere; ut appetámus dissólvi, et esse tecum mereámur: Qui vivis et regnas cum Deo Patre, in unitáte Spíritus Sancti Deus, per ómnia sǽcula sæculórum. Amen. (Oh Señor Jesucristo, que recibiste en el Cielo a la bienaventurada virgen Imelda, herida de ardiente caridad, tras alimentarla admirablemente con la inmaculada Hostia: haz que por su intercesión nos acerquemos a la sagrada Mesa con la misma caridad, para que deseemos morir y merezcamos estar contigo, que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén) [Misal de la Orden de Predicadores, Oración colecta en honor a la Beata Imelda Lambertini -13 de Mayo-]
  
JORGE RONDÓN SANTOS
29 de Marzo de 2018.
Jueves Santo.

LAS OBRAS DE NUESTRO SEÑOR EN EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA

   
Todo cristiano está obligado a creer que el Señor Jesús, el Jueves Santo, ordenó e instituyó el Santo Sacramento de la Misa, a los santos Apóstoles presentes, y Él les mandó que hicieran lo mismo con gran reverencia y perpetua memoria, según lo que dice San Lucas (Lucas 22, 19), y San Pablo a los corintios: “Haced esto en memoria mía” (1ª Corintios 11, 24). Concretamente: tú deberías traer y recordar devotamente, al oir Misa, la entera vida bendita de Jesucristo. Por esta razón el sacerdote, cuando eleva el cáliz dice: “Hæc quotiescúmque fecéritis, in mei memóriam faciétis”. Él no dice: “En memoria de mi Pasión”, si no “en mi memoria”, significando que la Misa comprende no solo la sacratísima muerte de Jesucristo, si no también, calladamente [tácite] su bienaventurada vida, comenzando desde su Encarnación hasta la santa Ascensión.
    
Alguno puede decir: “Este mandamiento fue dado e impuesto solamente a los sacerdotes y no a los laicos”. Replico que este mandamiento fue dado también a los laicos. A los sacerdotes les fue ordenado que recuerden la santa vida de Jesucristo celebrando devotamente la Misa, a los laicos, sin embargo, mediante la escucha devota, con atento oído y contemplación.
 
Y encuentro que el Hijo de Dios, desde su descendimiento del Cielo y asunción de la carne humana en el seno virginal de la Bienaventurada Virgen María, hasta el día en el cual Él ascendió a los Cielos, hizo treinta obras principales que son comprendidas y representadas en la Misa. Y son las siguientes:
  
1. La primera obra que nuestro Señor y Salvador Jesucristo hizo por nosotros en este mundo fue su sublime y admirable Encarnación, cuando descendió del Cielo y se estableció en el seno de la Virgen María, poniéndose nuestra vestidura, esto es, nuestra humanidad; porque la divinidad estaba oculta bajo la humanidad. Y esta maravillosa obra es simbolizada y representada en la Misa Solemne, cuando el sacerdote entra a la sacristía, significando la entrada del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María, donde fue vestido con nuestra humanidad.
 
Aquí el devoto cristiano debe contemplar tres cosas: primero, que como en la sacristía hay reliquias, joyas y otros ornamentos eclesiásticos, así en esta gloriosa sacristía, que es el seno virginal, había reliquias, específicamente el poder de Dios Padre operante, la sabiduría y la persona de Dios Hijo encarnándose y la gracia del Espíritu Santo informando. Hubo joyas, concretamente de gracia y virtudes, porque en la Virgen María mora la plenitud de la gracia y las virtudes; y ornamentos con los cuales nuestro sumo Sacerdote se dispuso a celebrar Misa, el Viernes Santo, en el altar de la Cruz verdadera, en el sagrado y santificado cuerpo de Jesucristo, formado y encarnado de la purísima y castísima sangre de la Virgen María.
 
Segundo, cuando el sacerdote es revestido en la sacristía, ninguna persona laica lo ve; pero ellos creen que está vestido y esperan que saldrá en breve. Porque debe advertirse que cuando [dum] nuestro sumo sacerdote Jesucristo se revistió en el seno virginal de la Virgen María, nadie del pueblo judío lo vió ni conoció; en esa misma forma en que su Encarnación fue oculta y mantenida en secreto, los creyentes sin embargo creyeron y esperaron que debería revestirse él mismo, esto es, que se ha encarnado y nacido de la Virgen, justo como ha sido profetizado por muchos profetas.
   
Tercero, que el sacerdote en la sacristía se pone siete vestiduras, a saber: la sobrepelliz, si es un simple sacerdote –un roquete si es obispo, un escapulario si es monje–; amito, alba, cíngulo, manípulo, estola y casulla. Así, nuestro sumo sacerdote se revistió en el seno de la Virgen María, que es llamada sacristía, con siete vestidos, esto es, los siete dones del Espíritu Santo, que son los vestidos que el santísimo cuerpo de Jesucristo fue vestido y revestido (cf. Isaías 11, 2-3). Esta es la primera obra en el simbolismo de la Misa.
 
2. La segunda obra que nuestro Salvador Jesús hizo fue cuando en la noche de su Natividad, el Hombre-Dios salió del vientre virginal y se reveló al universo mundo, y la noche, que había sido oscura, cual día es iluminada. Y Él deseó nacer ante José y María, y ser puesto en medio de dos animales, el asno y el buey. Y una multitud de Ángeles estuvo cantando: “Glória in excélsis Deo!” (Lucas 2, 14). Y los pastores le adoraron.
 
Secretamente permaneciendo en la gloriosa sacristía, esto es, en la Virgen María, después de su nacimiento, abierta y públicamente se manifestó a Sí mismo. Esto se manifiesta cuando el sacerdote sale de la sacristía. El Diácono representa a la Virgen María, el Subdiácono a San José, y dos acólitos al buey y el asno. La luz que ellos llevan significa el resplandor que se mostró al nacer Jesucristo nuestro Salvador. Los sacerdotes que con velas y en alta voz cantan “Glória Patri…” cuando el sacerdote sale de la sacristía representan a la multitud angélica cantando: “Glória in excélsis Deo, etc.”. Los címbalos suenan y se tañen las campanas, que representan el gran gozo de los pastores cuando celebraron al son de flautas [tibiárum] el nacimiento de nuestro Salvador y Sumo Sacerdote. Cuando el sacerdote sale de la sacristía, vestido con ornamentos brillantes, el sacerdote simboliza la pureza de Jesucristo, que puro y resplandeciente permaneció sin mancha de pecado.
 
3. La tercera obra admirable que Jesucristo realizó fue cuando al octavo día de su natividad quiso ser circuncidado. Por causa del pecado original la circuncisión sucedió, y de ello no hubo manera en que Jesucristo fuera obligado porque Él no vino por aquella generación corrompida de Adán, si no que vino sin mancha de pecado, pero la aceptó para enseñarnos un gran ejemplo de humildad, deseando aparecer como un pecador y en semejanza de pecado.
 
Y esto es simbolizado por el sacerdote cuando haciendo una profunda inclinación confiesa que es un pecador, diciendo: “Confíteor Deo omnipoténti,...”. Aunque el sacerdote está sacramentalmente absuelto, con todo está obligado a declararse pecador, incluso si fuera más santo que San Juan el Bautista; para demostrar y significar que Jesucristo, que es el comienzo y plenitud de toda santidad y perfección, deseó parecer pecador, sujetándose a la ley de la circuncisión, para poder finalizarla y darle su cumplimiento; o significar el cuerpo místico de la Iglesia y toda la humanidad.
 
4. La cuarta obra que Él hizo fue cuando los tres Reyes Magos, guiados por una estrella desde oriente, fueron conducidos al establo del buey y el asno, en medio de los cuales Le adoraron y confesaron ser Dios y Señor del universo, ofreciéndole oro, franquincienso y mirra (Mateo 2, 11).
  
Esto es simbolizado cuando el sacerdote, después de la confesión, asciende al altar y lo besa, inclinando profundamente su cabeza diciendo: “Aufer a nobis, quǽsumus, Dómine, iniquitátes nostras: ut ad Sancta sanctórum puris mereámur méntibus introíre”, y justo como los tres reyes le presentaron tres regalos, el sacerdote ofrece, inclinándose, el incienso de la oración devota, el oro de la adoración reverente, y la amarga mirra signándose con el signo de la Santa Cruz en memoria de la dolorosa y amarga Pasión de Jesucristo, como diciendo con el profeta Jeremías en las Lamentaciones, según el tercer lamento (Trenos 3, 20-21): “Lo recuerdo, lo recuerdo y se hunde mi alma en mí. Esto revelaré en mi corazón, por ello esperaré”.
 
5. La quinta obra que Jesucristo hizo en este mundo, fue cuando deseó presentarse en el templo. Su Madre gloriosa Le llevó y presentó allí, y estuvieron presentes Simeón y la santa viuda Ana, alabando a Dios.
 
Esto es simbolizado cuando el sacerdote llega al cuerno del altar, recibe el misal y lee la antífona de entrada [Introito] de la Misa. El Diácono y el Subdiácono y su asistente simbolizan al glorioso Simeón y a la profetisa Ana. Los acólitos y demás, que no deberían acercarse al altar, simbolizan a la Virgen María y a San José, y los demás ancianos y padres, que estaban de pie a la distancia escuchando y prestando atención con devoción. Verdaderamente la Virgen María era enteramente digna de acercarse al altar, mas escogió no hacerlo, para darle un ejemplo a los laicos que, aunque sean tan santos y justificados, no deberían ascender al altar a menos que haya una urgente necesidad, de otra manera, no sin pecado [non sine damno]. Cuando el santo varón Simeón recibió al glorioso Hijo de Dios, cantó el Nunc dimmítis, que tiene cuatro versos (Lucas 2, 29-32), significando las cuatro acciones que el sacerdote hace: la lección del Introito, el Kýrie eléison, que es lo mismo que implorar la misericordia de Dios por sí y por los demás, el Glória in excélsis, y la Oración.
  
6. La sexta obra que Nuestro Señor Jesucristo hizo en este mundo fue cuando huyó de la tierra prometida a la tierra de Egipto, escapando de la ira de Herodes. Y allí permaneció con su gloriosa Madre y San José por siete años exiliado y escondido.
 
Y esto se representa en la Misa solemne cuando el Subdiácono con un acólito va a leer la Epístola, el sacerdote permanece en el altar con el otro y el Diácono, y entonces se apartan del altar y se sientan; y sentados, hacen siete cosas, que representan los siete años que Jesucristo pasó en Egipto: Primero, la epístola es leída, segundo, el Responsorio, tercero el Aleluya (una palabra hebrea que significa “Alabamos a Dios” y el verso, cuarto, una secuencia [prosa]; quinto: se prepara un servicio para sí mismo, el agua y el vino [1]; sexta: bendice el incienso; séptima: da la bendición al Diácono. Estas siete cosas las hace permaneciendo en el mismo sitio para demostrar que el Salvador permaneció siete años en Egipto, y la última la realiza de pie, significando así que al séptimo año Jesucristo regresó a su tierra.
 
7. La séptima obra que Él hizo en este mundo, fue cuando, habiendo retornado de Egipto hacia la tierra de Promisión, habiendo muerto el rey Herodes, su Madre y José le condujeron al Templo de Jerusalén para sacrificar y allí se perdió y después de tres días fue hallado entre los doctores de la ley; y era preguntado de cualquier cuestión y como dice San Jerónimo en el prólogo de la Biblia: “Enseña mucho más que prudentemente pregunta”.
  
Y esto representa el Sacerdote, cuando levantándose de su sede, va al altar y con devota atención escucha el canto del Evangelio, y enseña mucho más, cuando medita escucha, con lo que puede decirse que así Jesucristo en el Templo escuchaba a los judíos y los interrogaba. Y así mismo san Lucas en su Evangelio (Lc. 2, 46) dice: escuchándoles atentamente y preguntándoles. De la misma manera la contemplación que hace el Sacerdote oyendo el Evangelio no es sino una interrogación, significando que en el templo Jesucristo escuchó a los judíos y Él, habiendo interrogado prudentemente, estuvo instruyéndoles en la fe del Mesías. Y así, acabado el Evangelio, el Sacerdote entona el Credo: “Credo in unum Deum...”, donde se contienen los principios de la fe.
  
8. La octava obra que Jesucristo nuestro Salvador hizo en este mundo, fue que cuando Él fue encontrado por su Madre y San José en el templo, tanta fue su alegría que no fueron capaces de evitar las lágrimas y bendecir al Señor. A continuación mirad qué hizo el glorioso Señor y cuánta fue su abundantísima y gran humildad, que inmediatamente que vio a su madre bendita, dejó a los doctores y se acercó a ella y a José y confortaba su sacratísima Madre, secándole las lágrimas, y vino con ellos a Nazaret donde, a fin de poder consolarles por la tristeza que tuvieron en su pérdida, no obstante ser él mismo el Rey de Reyes y Señor de todo el mundo, sin embargo quería ser súbdito de su Madre y José, según el evangélico pasaje que dice: “Estuvo sujeto a ellos” (Lucas 2, 51).
 
Y este humilde servicio y consolaciones que hacía Jesús a su Madre lo simboliza el Sacerdote cuando, habiendo dicho el Credo, se vuelve al pueblo diciendo: Dóminus vobíscum, y entonces él dispone la hostia y el cáliz, y las otras cosas pertinentes al Santo Sacrificio, simbolizando la deferencia y servicio de Jescristo hacia la Virgen María y San José; como fue dicho por San Pablo y San Mateo: “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino a servir” (Mateo 20, 28).
  
9. La novena obra que Él hizo en este mundo fue cuando a los treinta años, dejó Nazaret donde había servido a su Madre y a San José, y en muchas maneras: porque junto con los otros chicos él acostumbraba ir a la fuente, que estaba a largo camino de Nazaret justo como el monasterio de la Zaidía está respecto de la ciudad de Valencia. De este servicio el Maestro de Historia de la Iglesia (Pedro Coméstor, 1178) hace explícita mención. También pudo ayudar a San José en su trabajo de carpintero, tal como San Mateo lo dice en el capítulo 13, 55 y San Marcos en el capítulo 6, 3, y según la Glosa que hiciera Nicolás de Lira en estos Evangelios, puesto que él en su ancianidad no podía manejar la sierra y por lo tanto le ayudaba a manejarla. Por esta razón decían los judíos: ¿No es este el hijo del carpintero? Porque nuestro Señor Jesucristo ayudaba a José para que pudieran vivir, por eso creían los judíos que era su hijo. ¡Qué estúpidos! Y luego que hubo cumplido los treinta años, les dejó y se fue al río Jordán, y recibió el bautismo, el cual de hecho no era necesario para Él, pero lo aceptó para que por el contacto con su sagrado Cuerpo pudiera ser comunicado al agua el poder regenerativo para salvar a quienes creyeran en Él y Le obedecieran.
  
Y esto lo representa el Sacerdote cuando se lava los dedos, no por necesidad, puesto que está puro en su conciencia por la confesión sacramental y también lavó sus manos antes de la Misa, pues sin esas cosas diría la Misa para la condenación de su alma. Por tanto, buena gente, el Sacerdote lava sus manos no porque necesite la limpieza, sino para representar al Salvador y a nuestro Señor Jesucristo, que tiene la plenitud de toda santidad y que no necesitaba el bautismo, pero por humildad y por nuestra utilidad Él mismo quiso bautizarse y darnos la virtud del agua para lavarnos. Y por eso el Sacerdote, no obstante que está confesado sacramentalmente, aunque sea santo y sin ninguna mancha de pecado, debe lavarse las manos. Por eso dice el Sacerdote: Lavábo inter innocéntes manus meas: et circúmdabo altáre tuum, Dómine... (Salmo 25, 6-12) súplica de un justo perseguido. Porque quiero decir: “consistía en que yo sea puro y limpio de toda mancha de pecado, por lo cual sea contado entre los inocentes; y en que Señor, para representar aquel baño de nuestro bautismo, vos que sois plenitud de santidad, sin embargo quisisteis ser lavado y por eso yo me lavaré ahora”
   
10. La décima obra que nuestro Salvador hizo en este mundo fue, según San Lucas, San Marcos y San Mateo, que luego del bautismo se fue al desierto y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber, sino que estuvo siempre en oración, no para Sí mismo (que no la necesitaba), sino por nosotros los pecadores.
 
Y esto es simbolizado cuando el Sacerdote en medio del altar se inclina profundamente y dice: “In spíritu humilitátis et in ánimo contríto”, orando para que en el Santo Sacrificio podamos ofrecer una hostia agradable al Señor nuestro Dios. Esta oración conmemora las humillaciones y postraciones que hacía nuestro Salvador en el desierto cuando oraba. El Sacerdote, sin embargo, se vuelve al pueblo diciendo “Oráte, fratres: ut meum ac vestrum sacrifícium acceptábile fiat apud Deum Patrem omnipoténtem”, para mostrar que Jesucristo oraba por nosotros. Y los ministros asistentes deben decir: “Et cum spíritum tuum”. Advertid que la oración de Jesucristo en el desierto era secreta; y así como las oraciones no las escuchaba ningún otro hombre, así esta oración Secreta el Sacerdote debe decirla de tal manera que ni el Diácono ni el Subdiácono la puedan oir.
 
11. La undécima obra que Jesús el Salvador hizo fue que después de ayunar comenzó a predicar, exclamando: “¡Haced penitencia, porque el reino de Dios está cerca!” (Mateo 4, 17). Antes del ayuno no se manifestó, sino que escondido y oculto quiso hacer penitencia en el desierto. Saliendo del desierto, instruía a las gentes diciendo: “Haced penitencia” y qué vida debían hacer y les instruía cómo podían evitar los pecados. Y esto lo hacía recorriendo villas, ciudades y castillos. Y así como con las mismas palabras enseñaba su santa doctrina, así también con sus obras la demostraba. Por eso dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el primer verso del capítulo 1: Lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio. Buena gente, sería grande la benignidad del rey de Aragón, si él mismo fuera por todo el Reino y en las plazas él mismo publicara y encomiara su ley o sus ordenaciones. Pues así hizo Jesús, Rey de Reyes y Señor de los señores, iba encomiando su ley y no le detenía el que no hubiera púlpito, ni catafalco, sino que subía sobre cualquier podio o escalera de las plazas y allí exponía su ley; pero al principio no tenía tanta reputación entre los judíos y los fariseos para que se detuvieran a escuchar sus predicaciones, pero después, como iba en aumento, querían quitarlo de en medio.
  
Y el Sacerdote simboliza esto al decir en alta voz: “Sursum corda”, para enseñarnos que Jesucristo enseñaba tanto con la palabra como con el ejemplo. Y así cuando canta el Prefacio, él mantiene sus manos alzadas, y no bajas [elevátas et non demíssas], para mostrar que él, que predica la palabra de Dios debe demostrar con el ejemplo y las obras aquellas palabras que predica y que habla. Por eso decía San Pablo atribuyendo a Jesucristo todo esto: Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí para conseguir la obediencia de los gentiles de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios (Romanos 15, 17). Así todo aquel que predica, etc.
  
12. La duodécima obra que realizó nuestro Salvador y Señor Jesucristo fue que no solamente mostraba con sus obras lo que predicaba, sino también confirmaba su doctrina con los milagros, que nadie, a no ser Dios, podía hacer. Y esto lo realizaba principalmente como Señor. A los ciegos les daba la luz; a los paralíticos que no tenían carnes se llenaban de carnes y salían como jóvenes tiernos; a los sordos les devolvía el oído; los mudos hablaban y los muertos resucitaban (cf. Mateo 11, 5).
  
Y esto el Sacerdote lo conmemora cuando en la Misa dice “Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth...”. Tres veces dice “Sanctus”, denotando que los milagros que Jesucristo hacía no los realizaba por virtud humana sino en virtud de las tres divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un único y poderoso Dios. Finalmente dice el “Hosánna” -que es como decir “sálvanos”- para mostrar que Jesucristo hacía los milagros, y esto para nuestra salvación.
  
13. La decimotercia obra que nuestro Salvador Jesucristo hizo en este mundo fue cuando después de predicar y hacer muchos milagros, a los treinta y tres años de edad, viendo que se la acercaba el tiempo de su pasión, vino a Jerusalén para poder cenar con sus discípulos. Y secretamente muchas cosas fueron necesarias para la redención de la humanidad, especialmente dos: la institución del Santísimo Sacramento del Altar y el gran sermón que aparece en los capítulos del 13 al 17 del Evangelio según San Juan.
   
Y esto es simbolizado cuando el Sacerdote dice el Canon secreto y lo dice tan en secreto que nadie lo oye, a no ser los que están con él, esto es el diácono y el subdiácono. Porque aquel sermón que hizo Jesús en el altar de la Cena, también fue secreto, pues nadie lo oyó, a no ser aquellos que estaban sentados a la mesa junto con él, es decir, los Apóstoles.
   
14. La decimocuarta obra que hizo nuestro Salvador y Señor Jesucristo es que después de la predicación de aquel gran sermón a los Apóstoles, salió hacia el huerto para hacer oración y oró tres veces a Dios Padre diciendo: Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz… El espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mateo 26, 39 y 41). Y él mismo en cuanto Dios no temía a la muerte, pero sí en cuanto hombre. Y por lo tanto siendo consciente de las pasiones que él iba a padecer, decía: Padre mío, si es posible que pase, etc. Esta amargura de la pasión se basa en la sensualidad que está enferma, pero el espíritu está pronto. En la tercera vez que oró, y le sobrevino un temblor y el sudor de sangre, es cuando vino el Ángel a confortarlo (cf. Lucas 22, 43-44). No como si él mismo necesitara el ánimo, sino como el escudero que conforta a su señor, diciendo por si acaso: “Señor esforzaros, porque ahora alcanzaréis la victoria sobre vuestros enemigos”; así el Ángel le decía a nuestro Salvador: “Señor mirad a las almas santas, que os esperan en el Limbo del infierno y ya ansían la gloria, y así confortaréis vuestra humanidad”. Y el clementísimo Señor oró por él mismo y por nosotros. Por él mismo rogando al Padre Dios por su resurrección; no es que estuviera dudoso de su resurrección, o impotente para resucitar, sino que así convenía que lo hiciera. Y esto lo hacía como hombre. También oró por nosotros, para que constante y voluntario recibiera la muerte por nosotros, para que nosotros estemos ardientes y firmes para sostener la muerte por él mismo y resucitemos gloriosos.
  
El Sacerdote simboliza estas tres oraciones haciendo tres cruces sobre la oblación diciendo: “Benedíctam, ascríptam, ratam…” y finalmente otras dos cruces, una de ellas sobre el caliz diciendo “et Sánguis”, para que conozcamos que Jesús en su Pasión rogaba por sí mismo en cuanto hombre, y por nosotros los pecadores.
 
15. La décima quinta obra que nuestro Salvador y Señor Jesucristo hizo en este mundo fue que después de la oración del huerto, vino una gran multitud de gentes con gran clamor, con espadas y palos, para prender a Jesús. Y Él calmadamente [benevolénter] deseaba ser preso y atado, y conducido ante Pilato, quien lo sentenció a muerte de cruz: sentencia que el benigno Señor no quiso apelar, sino que antes bien cogiendo la Santa Cruz, la cargó sobre sus hombros y la llevó hasta el lugar donde iba de ser crucificado.
  
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote toma la hostia para consagrarla, sosteniéndola en sus manos, diciendo: “Et elevátis óculis in cœlum ad te, Deum…”. Y justo aquí hay un grande ruido de campanas y de la rueda de campanas [rotæ] significando el tumulto y voces de los judíos cuando arrestaron a Jesús. Entonces el Sacerdote signa con la cruz la hostia diciendo: “Benedíxit, fregit,”, significando la sentencia de muerte aprobada por Pilato.
  
16. La decimosexta obra fue cuando, sentenciado a muerte, Jesucristo fue conducido a morir en el Calvario y allí fue crucificado en medio de dos ladrones: uno a su derecha llamado Dimas, y el otro a la izquierda llamado Gestas. Y fue elevado a lo alto hasta suspender todo su cuerpo fijado por los clavos de sus dos manos.
  
Y esto es significado cuando el Sacerdote eleva la hostia en la cual está Cristo, Dios y hombre, sosteniéndola con ambas manos. La derecha significa el buen ladrón, y la izquierda el malo. Y la blancura de la hostia significa que Jesús en la cruz palideció y perdió el color y la Sangre. Después el Sacerdote eleva el cáliz que representa cuando Jesucristo en la cruz ofreció su Sangre, diciendo: “Padre mío, acepta mi Sangre, que te ofrezco para la remisión de los pecados de todo el género humano”. Por esta razón el Sacerdote, elevando la preciosa Sangre, pareciera decirle: “Te ofrecemos, Señor, el inestimable precio de nuestra redención”.
  
17. La decimoséptima obra que Jesucristo hizo consistió en que, cuando fue crucificado, no cesó de orar. Y primero dijo en alta voz “Eli! Eli! Lamma sabachtáni?”, esto es, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Salmo 21, 1; en Mateo 27, 6). Dice San Jerónimo que desde allí comenzó a rezar todo el salmo, y continuó su oración diciendo los siguientes salmos hasta el verso: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Salmo 30, 6; en Lucas 23, 46) Y en total fueron 150 versos los que Cristo recitó en la Cruz, tantos cuantos Salmos hay en el davídico Salterio, esto es, 150.
 
Y mientras Él estuvo en la Cruz, los malditos judíos no cesaron de lanzarle injurias y maldiciones, diciéndole: “¡Oh tú, malvado, que has engañado al mundo! ¡Embaucador!, que a otros salvó y no puede ahora salvarse a sí mismo”. Otro decía: “¡Falso profeta!, que dijiste que destruirías el Templo de Dios y en tres días lo reedificarías”. Otro decía: “Si es el Hijo de Dios, que descienda inmediatamente de la cruz” (cf. Mateo 27, 40-42). Y otras injurias le decían. Y el benigno Señor, calmado, no les respondió, sino que continuó con gran paciencia en oración.
   
El Sacerdote simboliza esto cuando manteniendo los brazos en cruz, ora diciendo “Unde et mémores, Dómine, nos servi tuis,”. Así mismo el Sacerdote, no cesa de decir estas palabras para mostrarnos que Jesús en la cruz continuaba la oración y no cesaba
 
18. La decimoctava obra que Jesucristo hizo en este mundo fue cuando, aunque ya había sido herido con cuatro Llagas, específicamente en sus manos y pies, sin embargo, deseó que su sagrado Costado fuese traspasado con una lanza después de su Muerte, brotando de ella sangre y agua (cf. Juan 19, 34). Cosa que sucedió milagrosamente, contrario al orden natural, porque su Sangre fue derramada en el sudor y la flagelación, y en la colocación de la corona de espinas, y también en la perforación de las manos y los pies.
 
Y estas cinco llagas son significadas cuando el Sacerdote signa cinco veces con la Hostia diciendo: “Per ipsum, et cum ipso, et in ipso, ”.
  
19. La decimonovena obra fue cuando Cristo crucificado dijo siete palabras en voz alta. La primera palabra fue cuando rogó por todos los que le crucificaban, diciendo: Padre, perdónales, porque no saben la que hacen (Lucas 23, 34), pues creían que estaban colgando de la Cruz a un embaucador u hombre pecador, y crucificaban al mismo Hijo de Dios Redentor. La segunda palabra cuando dijo al ladrón: Hoy, estarás conmigo en el Paraíso (Lucas 23, 43). La tercera palabra es, o fue, cuando mirando a su Madre, quien se estaba muriendo de un admirable dolor -¡qué maravilla era aquella que no se rompía el corazón!, y decía: “¡Oh Señor e hijo mío carísimo! ¿al ladrón le hablas y a mí no quieres? ¿no quieres hablar? Que le plazca a vuestra clemencia decir alguna palabra a vuestra madre tan desolada”. Y entonces el Señor dijo: Mujer, ahí tienes a tu hijo (Juan 19, 26). Y después de esto, vuelto a San Juan dijo: Ahí tienes a tu madre (Juan 19, 27). La cuarta palabra fue cuando dijo: “Eli! Eli! Lamma sabachtáni?”, esto es, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mateo 27, 6). No que lo abandone en su divinidad, sino que lo era abandonado por los parientes, amigos y Apóstoles. La quinta palabra fue cuando dijo: Tengo sed (Juan 19, 28). La Virgen María cuando oyó que su hijo tenía sed, desearía que en aquel instante sus entrañas se convirtieran en agua para que pudiera él beber. Y entonces, díjole ella: “Hijo mío carísimo, y Señor, no tengo agua, pero si quieres las lágrimas, recibe este velo que está lleno de lágrimas”. La sexta palabra fue cuando dijo: Todo está consumado (Juan 19, 30), es decir, toda la redención humana. La séptima palabra fue cuando dijo: Padre, en tus manos, encomiendo mi espíritu (Lucas 23, 46). E inclinó la cabeza, como si dijera: “Madre mía, consuélate con el discípulo y vigilad bien y os encomiendo a Dios porque ya me muero y me voy al otro mundo”.
  
Se conmemora en la Misa cuando el Sacerdote dice el “Padre nuestro”, en el cual hay siete peticiones significando las siete palabras que Jesús pronunció en la Cruz. Así mismo, él no lo dice secretamente, sino cantando, porque Cristo en la Cruz hablaba en alta voz.
  
20. La vigésima obra fue que Cristo, no contento con la muerte y las llagas que soportaba en la Cruz, quiso que su sacratísima humanidad fuera dividida en tres partes, a saber: el cuerpo en la Cruz, la Sangre derramada en las torturas y al pie de la Cruz, y el alma que descendió al limbo de los Patriarcas. Y de este modo fue dividida la humanidad de Jesucristo.
  
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote divide la hostia en tres partes. Debe advertirse, sin embargo, que él las sostiene juntas, porque, aun cuando la sacratísima humanidad de Jesucristo ha sido dividida, la Divinidad nunca se separó de ella; además que estuvo unida a cada parte, como dice San Pablo: “Lo que él asumió una vez, no lo dividió”. Es similar a cuando un fragmento de cristal es expuesto al sol, y luego es dividido en muchos más fragmentos, el sol ilumina cada parte en la misma manera que ilumina el cristal entero; pues todas las partes están llenas de la claridad del sol, tanto en una como en otra. Así, cada parte de la humanidad de Cristo estaba llena personal y sustancialmente de la Divinidad, justo como el fragmento de cristal es llenado con el sol.
  
21. La vigésima primera obra que Cristo realizó fue cuando convirtió a los muchos tipos de personas, deseando mostrarles los frutos de su Pasión. Y primero, convirtió al ladrón, que era un hombre de mala vida y obras malvadas; segundo, a un centurión, un lider de soldados que dijo: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Mateo 27, 54; Marcos 15, 39); y tercero, a gente ordinaria, según dijo San Lucas: “Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba”, específicamente los milagros que sucedieron, “se volvieron golpeándose el pecho” (Lucas 23, 48). Nótese que dice “todas las gentes”, no las turbas maliciosas como los escribas o fariseos, sino las gentes sencillas e ignorantes que viendo el milagro que ocurría, se golpeaban el pecho diciendo: “¡Miserables! que crucificamos al Salvador”.
   
Estas varias personas son simbolizadas en la Misa cuando el Sacerdote dice tres veces el “Agnus Dei”, primero por cada pecador, significando que Dios nuestro Señor desea perdonarle justo como perdonó al ladrón, igualmente a mí que soy pecador. Segundo, significando que así como Jesucristo iluminó y abrió los ojos al centurión, así también desea que los gobernadores de las gentes, sea espirituales o temporales sean iluminados y perdonados, para que las almas alcancen la salvación. Y así como las almas movidas por la Pasión de Cristo vienen a salvación, así el Sacerdote, diciendo el tercer Agnus Dei, pide en favor de todo el pueblo Cristiano, para que el Señor se digne guardarlo en paz y salud, para que perdone sus pecados, y les haga dignos partícipes de su santa Gracia.
   
22. La vigésimo segunda obra que Cristo hizo en este mundo fue que, después de su sagrada Pasión no quiso ascender inmediatamente al Cielo, sino que su más profunda humildad deseó primero descender secretamente a los Infiernos, para dar la gloria a los santos padres, quienes al verlo recibieron la gloria. Y los santos padres decían: “¡Glorioso Señor!, son tantos los años que esperábamos”, pues hasta cinco mil años le esperaban con grandes suspiros y gemidos. En ese mismo momento en que Lo vieron, se llenaron de grande exultación, disfrutando de gloria esencial, libres de cualquier dolor ahora y para siempre.
  
Y esto lo representa el Sacerdote cuando deja caer una partícula de la Hostia en el cáliz para denotar cómo el Alma sacratísima de Cristo descendió al Limbo, regocijando y confirmando a los santos Patriarcas, que difícilmente sabían qué les pasó al experimentar tal plenitud de gozo. Y de esa dulcedumbre y amor alababan a Dios diciendo: “Bendito el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y traído la redención a su pueblo” (Lucas 1, 68).
  
23. La vigésimotercera obra que hizo Jesucristo en este mundo fue cuando, después de su dolorosa Muerte, deseó y ordenó que su cuerpo fuera bajado de la Cruz por sus amigos, José de Arimatea, Nicodemo y Gamaliel, habiendo recibido permiso de Pilato, y le pusieron en la losa del sepulcro, que aún podemos ver hoy en la iglesia del Santo Sepulcro. Y la bienaventurada Virgen María con otras santas mujeres, parientes y amigos, estaba alrededor del cuerpo. Y la Virgen María besando los ojos, decía: “¡Oh ojos gloriosos, que escudriñaban los corazones de los hombres y los pensamientos de sus corazones!”. Y besaba los oídos, diciendo: “¡Oh oídos que escuchaban los cantos que hacen en el cielo los ángeles!”. Después besaba la nariz, diciendo: “¡Oh nariz que percibiste la fragancia del olor de la gloria del paraíso!”. Después besaba su rostro, diciendo: “¡Oh rostro que das la gloria a los ángeles!”. Después besaba la herida del costado, diciendo: “¡Oh puerta gloriosa por la cual tenemos la entrada al Paraíso! ¡Fieles cristianos que anheláis entrar al Paraíso, venid, aquí está la puerta abierta, pues mi hijo os la ha abierto para vosotros!”. Después besaba las manos, diciendo: “¡Oh manos que crearon cielo y tierra y todo lo que contienen!”. Después besaba sus pies, diciendo: “¡Oh pies benditos midieron la gloria del Paraíso!”. Y San Lázaro, Santa María Magdalena, Santa Marta, San José de Arimatea y todos los otros fieles se acercaban a aquel cuerpo sacratísimo y pensaban el momento propicio para poderlo adorar y brindarle toda reverencia.
  
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote, habiendo dado el signo de la paz, por un corto período de tiempo en el cual sostiene el Cuerpo de Cristo en sus manos antes de comulgar, y entonces, si es devoto, debe pensar en el dolor de la Virgen Maríaa, de la Magdalena y de la otra María y de los buenos cristianos que hacían aquel circulo en torno al cuerpo de Cristo, viendo las llagas y las heridas que Cristo por la redención del género humano soportó, y debe derramar muchas lágrimas y concebir un especial dolor pos sus pecados.
  
24.La vigésima cuarta obra que nuestro Salvador realizó en este mundo fue que quiso ser ungido con bálsamo y mirra y envuelto en una sábana blanca y limpia, y ser puesto y encerrado en un monumento de piedra nuevo y sin ninguna corrupción y fractura.
  
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote recibe el Cuerpo de Cristo, porque el corazón del Sacerdote debe ser un monumento nuevo. Y hago notar que digo nuevo, sin corrupción, porque en el cuerpo del Sacerdote no debe existir ninguna mancha, o inmundicia de pecado como en el monumento de Jesucristo en el que nadie todavía había sido depositado (Juan 19, 41), Pues debe ser nuevo por la pureza y la castidad. Y así como el monumento era de piedra firme, así el Sacerdote debe ser fuerte y firme en la fe y la virtud. Y así como el Cuerpo de Cristo fue envuelto en una sábana blanca y limpia, así el cuerpo del Sacerdote debe ser blanco y limpio por la castidad, porque dentro reposa el Cuerpo de Cristo. Y así como el Cuerpo de Cristo fue todo embalsamado, así el cuerpo del Sacerdote debe estar lleno de virtudes, de justicia y de perseverancia en la penitencia. Y así como Cristo reposa envuelto en aquella tela blanca, así reposa en la conciencia del Sacerdote. Y no solamente el Sacerdote, sino también todo Cristiano que escucha la Misa, con estos pensamientos está preparado para alimentar su devoción.

Así mismo podemos creer de una manera racional, aunque no se encuentra en los textos de la Biblia, que la bienaventurada Virgen y los otros fieles cristianos, creyendo que Cristo resucitaría el tercer día, recogieron la sangre que había sido derramada a los pies de la Cruz y fue puesta en algún vaso limpio y fue depositado en el sepulcro con el cuerpo, pues la Virgen María sabía que la sangre junto con el cuerpo resucitaría al tercer día. Y por eso el Sacerdote como sepulcro de Jesucristo que es santo y precioso como el sepulcro de Jerusalén, pues aquel es de piedra y tú eres a imagen y semejanza de Dios, y el cuerpo del Sacerdote ha sido consagrado todo, y ungido y más santo. También, en aquel sepulcro fue puesto el cuerpo de Cristo muerto y en el cuerpo del Sacerdote se pone vivo. También, fue puesto una vez, y el Sacerdote lo recibe muchísimas veces y algunos diariamente lo reciben. También, el cuerpo de Cristo no se ensució en aquel sepulcro porque estaba envuelto en la sábana y por eso aquel sepulcro se dice santo: mucho más santo se dice el cuerpo del Sacerdote, donde el cuerpo de Cristo no se pone envuelto, sino que todas las carnes, huesos y muslos le tocan. ¡Oh Sacerdote!, diligentemente medita en esto.
  
25. La vigésimo quinta obra que Cristo hizo que resucitó al tercer día de la muerte a la vida inmortal, y su sepulcro fue encontrado abierto.
  
Y el Sacerdote lo representa transitando del medio a la esquina del altar, significando que Cristo pasó de este mundo mortal a la vida inmortal. Y mostrando el cáliz vacío, representando el sepulcro abierto y vacío, y que Cristo ha resucitado por su infinito poder. Y el Diácono pliega el corporal, en rememoración de cómo la Sábana Santa en la que el sagrado cuerpo de Jesús fue cubierto, fue encontrada en la tumba (cf. Juan 20, 5-7).
 
26. La vigésimo sexta obra que realizó Jesucristo en este mundo fue que después de su gloriosa resurrección se apareció a santa María Magdalena y a los Apóstoles, pero primero se apareció a la Virgen María. No sólo se apareció él solo, como ocurrió con Santa María Magdalena, sino con todos los santos Patriarcas y Profetas y otros santos Padres. Y ahora meditad, buena gente, qué consolación debía tener la Virgen María cuando veía a su glorioso Hijo con aquella multitud de santos. Aunque esto no es mencionado en el Evangelio, los santos Doctores lo afirman expresamente, especialmente San Ambrosio en su libro Sobre las vírgenes; y de hecho era adecuado que Cristo, antes que a cualquier otro, visitara y consolara a su Madre, que sufrió por su muerte más que cualquiera otra persona.
  
Y esto es representado por el Sacerdote cuando dice, de cara a los fieles: “Dóminus vobíscum”. Y a continuación recita la Postcomunión, que es una oración de gran consolación, representando las palabras consoladoras que Cristo dijo a su Madre, y cómo los santos Padres alababan a nuestro Salvador y suyo. Y a continuación hacían reverencias a su Madre diciendo: “Regína cœli, lætáre...”.
  
27. La vigésima séptima obra que realizó Jesucristo fue cuando en este mundo se apareció a los Apóstoles en el aposento alto y mostrándose en medio de ellos dijo: “Paz a vosotros” (Juan 20, 19).
  
Y esto es representado en la Misa cuando el Sacerdote, volviéndose nuevamente hacia el pueblo, dice “Dóminus vobíscum”, que casi quiere decir “Paz a vosotros”.
  
28. La vigésima octava obra que Jesucristo hizo en este mundo fue que cuando debía subir al Cielo, llamando a los Apóstoles, les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda creatura; diciendo también: El que crea y sea bautizado se salvará (Marcos 16, 15-16 y Mateo 28, 19-20).
     
Y esto es simbolizado en la Misa cuando el Sacerdote dice: “Ite, Missa est”, dando permiso al pueblo para que regresen a las casas para cumplir sus deberes, porque se ha completado el oficio y el sacrificio, como Cristo dio a los Apóstoles el permiso de ir por el mundo habiendo sido cumplido el sacrificio.
  
29. La vigésimo novena obra que hizo Jesucristo en este mundo fue cuando cumplió la promesa hecha a Pedro y a los Apóstoles, específicamente poniendo a San Pedro en posesión real del Papado por estas palabras: “Apacienta mis corderos”. Entonces, según todos los Doctores, verdaderamente le constituyó cabeza visible de la Iglesia Católica. Y a los otros Apóstoles les dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados...” (Juan 20, 22-23), dándoles el poder de perdonar los pecados, que es una potestad divina.
  
Y esto es representado al final de la Misa cuando el Sacerdote, humillándose profundamente, inclina su cabeza tanto como puede ante el altar y dice: “Pláceat tibi, sancta Trínitas…”, pidiéndole a la Trinidad que el Santo Sacrificio sea agradable a Dios y beneficioso para todo el pueblo. Y entonces da gracias por la inclinación que hace besando el altar para denotar la infinita misericordia de nuestro Dios, que no consideró indigno humillar su divino poder, pasando a hombres pecadores el poder de perdonar los pecados, porque “¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” (Marcos 2, 7). Y por eso se inclina, para mostrar que delante de Dios se inclinaría [Jesucristo] en cuanto hombre, pues los hombres no tenían este poder. Consecuentemente besa el altar reconociendo esta gracia y finalmente haciendo la señal de la Cruz sobre el pueblo significa que sus pecados son perdonados por la Sagrada Pasión de Cristo.
  
30. La trigésima y última obra de Cristo en este mundo fue cuando, en presencia de su Madre y de los santos Apóstoles, y casi cincuenta personas, según San Pablo, estando de pie en el monte de los Olivos, ascendió al Cielo. Y por eso dice el bienaventurado Lucas: Alzando sus manos, los bendijoy fue llevado al cielo (Lucas 24, 50). Entonces decía la Virgen María, llorando: “¡Oh, hijo mío! ¿no voy contigo? ¿Me dejas aquí entre los judíos?”. De la misma manera los Apóstoles lloraban, diciendo: “¡Señor! ¿cuándo te volveremos a ver, y cuando regresarás?”. Y entonces, he aquí que Cristo dio la bendición y subió al cielo, de donde había salido.
  
Y esto es significado en la Misa cuando el Sacerdote, habiendo dado la bendición, retorna a la sacristía de la cual había salido.
  
Y así es abarcada en el sacrosanto Sacrificio de la Misa la vida entera de nuestro Redentor. El cual nos pueda conducir a la gloria, donde vive y reina por siempre jamás. Amén.
  
SAN VICENTE FERRER. Sermón de la Domínica II post-Epifanía: “De la vida de Cristo representada en la Misa Solemne”.
 
NOTA
[1] A diferencia del Rito Romano Tradicional, en el que el Cáliz es preparado durante el Ofertorio, en el Rito Dominico (el cual era una variación del Rito Romano de comienzos del siglo XIII, y en el cual celebraba San Vicente Ferrer) la preparación del Cáliz tiene lugar antes de comenzar la Misa privada -si es Misa solemne, durante la lección de la Epístola-.

domingo, 25 de marzo de 2018

EL PADRE JEAN SIEGEL PARTIÓ A RECIBIR LA CORONA INMORTAL

   
El pasado Viernes 23 de Marzo de 2018, Viernes de Pasión y conmemoración de los Siete Dolores de Nuestra Señora, falleció en Thal-Drulingen (Bajo Rin, región histórica de Alsacia, Francia), el padre Jean Siegel a los 93 años de edad.
 
El Padre Siegel nació en 1925, fue ordenado sacerdote en 1949 bajo el pontificado de Pío XII y designado en 1955 párroco de Berg y Thal-Druligen. Rechazó las doctrinas heréticas y la misa inválida de Montini Alghisi/Pablo VI, cosa que le valió la más agria y despiadada persecución de Léon-Arthur Elchinger, el obispo modernista de Estrasburgo, luego de que un grupo de sacerdotes alsacianos fieles al Catolicismo (entre ellos el P. Siegel) ocuparon la iglesia estrasburguesa de San Juan Bautista el 25 de Septiembre de 1977, pocos meses después de ser tomada en París la iglesia de San Nicolás de Chardonnet por el Padre Louis Coache.
  
Elchinger, con tal de silenciar al P. Siegel, envió en Octubre de ese año una carta a sus feligreses con un lenguaje hipócrita, pero luego pasó al ataque directo: envió gendarmes, suspensiones, prohibiciones, amenazas (una vez, el padre Siegel encontró su coche lleno de proyectiles de fusil). En noviembre de 1977, Elchinger publicó su decreto contra el padre Siegel, pretendiendo abatir su parroquia y ordenándole someterse a Montini. Como el esfuerzo fue en vano, el pérfido obispo ordenó que el Estado dejara de pagarle el estipendio, pero la justicia secular de Alsacia-Mosella revocó tan perversa decisión en 1980. Elchinger pasó a rendir cuentas de sus exacciones ante Dios el 3 de Julio de 1998.
  
El P. Siegel continuó en su iglesia de Thal-Drulingen ofreciendo el Santo Sacrificio de la Misa y predicando la Fe Católica Tradicional hasta Noviembre del año pasado. Fue un digno atleta de la Fe, un Miles Christi a carta cabal. Dios nuestro Señor le reciba en su Gloria, e interceda por cuantos quedamos todavía combatiendo en la línea de fuego.
 
QUI NOS PRÆCESSÉRUNT IN FIDE, REQUIÉSCANT IN PACE. AMEN.

PRIMER MINISTRO DE LA INDIA: «BERGOGLIO, NO TE VISTAS, QUE NO VENDRÁS»

Traducción del Comentario de los Padres de TRADITIO.
  
MIENTRAS LA REPUTACIÓN DE BERGOGLIO VA EN PICADO, INDIA RECHAZA NUEVAMENTE UNA INVITACIÓN PARA UN VIAJE PAPAL
  
La foto habla por sí sola: el primer ministro indio Narendra Modi (izquierda) rechazó la petición presentada por el cardenal Oswald Pereira Gracias para la llegada de Bergoglio a su país.
   
Una vez más, la India ha ignorado al Antipapa marxista Francisco Bergoglio. Hablando por 1,500’000.000 ciudadanos de la India, el segundo país más poblado del mundo después de la China roja, el primer ministro Narendra Modi le dijo a Bergoglio que siguiera esperando en Roma. Fue la más reciente cachetada a Bergoglio, quien ahora está afectado en todos los frentes por su doctrina herética, su incitación a la pedofilia entre su clero conciliar, y por sus mentiras manifiestas a la prensa internacional.
  
El 20 de Marzo de 2018, el cardenal deuterovaticano Oswald Pereira Gracias salió de la sede de gobierno de Nueva Delhi con las manos vacías. Bergoglio ansiaba tomar un viaje a la India en 2019. Se suponía que Bergoglio recibiría una invitación para el año 2018, pero eso no tuvo lugar. Gracias le habló al Primer Minstro sobre el supuesto «gran amor y aceptación que tiene el papa entre los pueblos del mundo, también en la India, y que tenerlo en la India beneficiaría al país».
  
Modi no compró esa perorata bergogliana. Modi sabe bien que Bergoglio está siendo rechazado cada vez más por el mundo a causa de su hipocresía e inmoralidad [Parte de la información para este Comentario proviene de UCA News, Servicio Católico independiente de noticias de Asia].
  
Verdaderos Católicos, el Primer ministro indio Modi tiene justas razones para rechazar a Bergoglio. El agente de Bergoglio, el cardenal Mar George Alencherry de los Siro-malabares y parte de su personal, han sido acusados penalmente en la India por corrupción en relación a unos títulos de propiedad para la neo-iglesia. Cada vez más, Bergoglio se está convirtiendo en persona non grata alrededor del mundo, pero la mayoría de los medios izquierdistas escasamente darán cobertura a los hechos sobre su portaestandarte, el Antipapa marxista, que quiere destruir el Catolicismo y la Cristiandad.

BUGNINI QUERÍA TAMBIÉN CAMBIAR EL ROSARIO

En el hinchado y regodeante libro La Reforma de la Liturgia: 1948-1975 del masón y arquitecto del Novus Ordo Aníbal Bugnini, hombre plagado de superioridad de pavo real, ego monumental y desprecio al bimilenario Rito Romano Tradicional, se puede encontrar entre las páginas 874-877 que él, que tanto enfatizaba en la “noble simplicidad”, la eliminación de “repeticiones inútiles” y “añadiduras históricas”, también quería destruir el Rosario. ¿Cómo planeaba hacerlo? Primero, él iba a limitar el Padre nuestro a una sola vez al comienzo del Rosario. Esto es, que al comienzo de cada década. Una “versión pública” del Rosario contendría solamente una década de Avemarías.
  
No solamente tuvo la increíble iniciativa para destruir una oración rezada por millones de católicos a lo largo de la historia y cuya procedencia viene de la misma Virgen Santísima, quien se lo reveló a Santo Domingo de Guzmán y los mismos Papas (hasta Pío XII inclusive) enriquecieron con indulgencias, sino que iba a demoler el Ave María removiéndole las partes “no bíblicas”. Esto es,  todo desde “Santa María, Madre de Dios” sería suprimido, quedando solamente el Dios te salve María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (la palabra Jesús al final de esta segunda mitad del Rosario sería también eliminada) y así, por 10 veces (finalizando cada decena con el “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte” previamente eliminado), en el muy moderno y modificado Rosario de Bugnini. Tan “generoso” él.
  
En cuanto al “Rosario público” –para los modernistas, el Rosario tradicional ha sido un agravio a los protestantes, y Bugnini haría todo lo posible para apaciguarlos (sin éxito discernible)–, éste hubiera sido extremadamente irreconocible como tal, como quiera que solamente una década del Ave María truncado anteriormente estaría presente, siendo el resto remplazado por pasajes de la Escritura, himnos (y podréis imaginaros qué tipo de jolgorio hubiera traído consigo), y fragmentos de los escritos de varios exégetas modernistas.
   
Montini/Pablo VI estaba entonces con cierta simpatía hacia la idea, pero sentía que el resentimiento de los fieles sería una carga demasiado grande para él (se cuenta que sus secretarios le escuchaban decir como frenético “No quiero traicionar a Cristo”). Bugnini cuenta en la pág. 876 que Pablo VI replicó a través de su Secretario de Estado: «Los fieles concluirían que “el Papa ha cambiado el Rosario”, y el efecto sicológico sería desastroso… Cualquier cambio en él no puede menos que disminuir la confianza de los sencillos y los pobres».  Conclusión sumamente irónica al provenir del mismo hombre que no tuvo reparo en darle el nihil obstat e imprimátur al cambio sobre la Misa a la que muchos católicos se habían habituado.
  
Sin arredrarse por este rechazo, Bugnini se obstinó en presentar dos esquemas más apelando a revisiones a varias prácticas devotas en honor de la Virgen. Bugnini en todos los esquemas introducía de contrabando más párrafos pidiendo revisar el Rosario. El tercer esquema motivó que Pablo VI le demandara específicamente «eliminar algunos párrafos sobre el Rosario y remover también toda referencia a alterar el orden de los Misterios». Él le advirtió a Bugnini que «el Rosario debe permanecer intacto en su forma y sin cambio alguno respecto a lo que ahora es. Que cualquier nueva forma de devoción mariana tome su lugar en torno al Rosario». Derrotado, Bugnini reconoce en la página siguiente que «en el cuarto esquema todas las referencias para una revisión del Rosario han desaparecido».
  
Dos años después, Montini publica la exhortación apostólica Mariális Cultus, donde defiende el orden tradicional del Santo Rosario, CONDENANDO ANTICIPADAMENTE A WOJTYLA KATZ y sus “Misterios Luminosos”. En cuanto a Bugnini (que ambicionaba el capelo), fue enviado a Teherán como pro-nuncio apostólico en 1976, tras salir a la luz la Lista Pecorelli de prelados masones, donde aparecía con el nº 25, nombre masónico secreto BUAN, fecha de iniciación 23 de abril de 1963 y contraseña secreta 136-75 [Cfr. Bulletin de l’Occident Chrétien núm. 12 (Julio de 1976), Bourg-le-Roi, Francia]. Allí le tocó presenciar la Revolución Islámica y la crisis de los rehenes. Posteriormente regresó a Roma, donde murió el 3 de Julio de 1982 en la clínica Pío XI.
  
Bugnini, en su arrogancia tras haber logrado convertir el bimilenario Santo Sacrificio de la Misa por una cena comunal como lo es el servicio Novus Ordo, pudiera haber pensado del Santo Rosario de Nuestra Señora: «Hmmm…, esa oración que los Católicos han rezado por más de setecientos años y que creen que ha sido revelada directamente por María es realmente deficiente y retrógrada, y ciertamente no es “ecuménica”. Necesita seriamente ser actualizada y cambiada, sobre todo para que los “hermanos separados” dejen de acusarnos de idólatras». Pero Dios nuestro Señor, quien se vale incluso de los infieles para hacer cumplir su Voluntad, y hizo que un Montini en parte decepcionado tras las múltiples quejas tras la imposición del Novus Ordo, rechazara las propuestas de Bugnini; y tras saber que éste era masón, le desterrase de la Curia. Y ciertamente la Virgen tampoco vería con beneplácito el proyecto bugniniano de metérsele con SU salterio, el cual fue revelado a Santo Domingo de Guzmán para honrarla a ella e implorar su intercesión para aplacar la ira de Dios y fortalecer a los fieles en los tiempos de tribulación y apostasía.
  
JORGE RONDÓN SANTOS
25 de Marzo de 2018 (hoy Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado)
Domingo de Ramos

sábado, 24 de marzo de 2018

ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA A NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

 
Oh Virgen dolorosa, unidme al menos a las humillaciones y llagas de vuestro Hijo, para que tanto Él como Vos podáis encontrar alivio al haber alguien que comparta vuestros sufrimientos. ¡Ah, cuán felíz sería yo si pudiese hacer esto! ¿Habrá quizás algo más grande, dulcísimo, o más ventajoso para una persona? ¿Por qué no me concedéis lo que os pido? Si os he ofendido, sed justa y traspasad mi corazón. Si os he sido fiel, no me dejéis sin recompensa, dadme vuestros dolores.

viernes, 23 de marzo de 2018

MISA EN HONOR A LOS DOLORES DE NUESTRA SEÑORA

Del Misal Romano de San Pío V. La Conmemoración de los Dolores de la Virgen María en el Viernes de Pasión es más antigua que la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores (15 de Septiembre), y es Doble Mayor.
    
Feria VI post Dominicam Passionis
Commemoratióne Septem Dolorum Beátæ Maríæ Vírginis
Duplex Majus.
      
Introitus. Joann. 19, 25. Stabant juxta Crucem Jesu Mater ejus, et soror Matris ejus, María Cléophæ, et Salóme et María Magdaléne. Ibid., 26-27. Múlier, ecce fílius tuus: dixit Jesus; ad discípulum autem: Ecce Mater tua. ℣. Glória Patri.
  
ORATIO
Deus, in cujus passióne, secúndum Simeónis prophétiam, dulcíssimam ánimam gloriósæ Vírginis et Matris Maríæ dolóris gladius pertransívit: concéde propítius; ut, qui transfixiónem ejus et passiónem venerándo recólimus, gloriósis méritis et précibus ómnium Sanctórum Cruci fidéliter astántium intercedéntibus, passiónis tuæ efféctum felícem consequámur: Qui vivis.
  
Et, in Missis non conventualibus, fit Commemoratio Feriæ, juxta Rubricas.
   
In Missis votivis dicatur sequens:
ORATIO
Intervéniat pro nobis, quǽsumus, Dómine Jesu Christe: nunc, et in hora mortis nostræ, apud tuam cleméntiam beáta Virgo María Mater tua; cujus sacratíssimam ánimam in hora tuæ passiónis dolóris gládius pertransívit: Qui vivis.
  
Léctio libri Judith.
Judith 13, 22 et 23-25.
  
Benedíxit te Dóminus in virtúte sua, quia per te ad níhilum redégit inimícos nostros. Benedícta es tu, fília, a Dómino, Deo excélso, præ ómnibus muliéribus super terram. Benedíctus Dóminus, qui creávit coelum et terram: quia hódie nomen tuum ita magnificávit.
  
Graduale. Dolorósa et lacrimábilis es, Virgo María, stans juxta Crucem Dómini Jesu, Fílii tui, Redemptóris.
℣. Virgo Dei Génetrix, quem totus non capit orbis, hoc crucis fert supplícium, auctor vitæ factus homo.
   
Tractus. Stabat sancta María, cœli Regína et mundi Dómina, juxta Crucem Dómini nostri Jesu Christi dolorósa.
℣. Thren. 1, 12. O vos omnes, qui tránsitis per viam, atténdite et vidéte, si est dolor sicut dolor meus.
   
In Missis votivis per Annum, omittitur Tractus, et dicit:
Allelúja, allelúja. ℣. Stabat sancta María, cœli Regína et mundi Dómina, juxta Crucem Dómini nostri Jesu Christi dolorósa.

In Missis votivis Tempore Paschali, omittitur Graduale, et ejus loco dicitur:
Allelúja, allelúja.
℣. Stabat sancta María, cœli Regína et mundi Dómina, juxta Crucem Dómini nostri Jesu Christi dolorósa. Allelúja.
℣. Thren. 1, 12. O vos omnes, qui tránsitis per viam, atténdite et vidéte, si est dolor sicut dolor meus. Allelúja.
   
SEQUENTIA “Stabat Mater dolorósa” (omittitur in Missis votivis).
Stabat Mater dolorósa
Juxta Crucem lacrimósa,
Dum pendébat Fílius.
   
Cujus ánimam geméntem,
Contristátam et doléntem
Pertransívit gládius.
   
O quam tristis et afflícta
Fuit illa benedícta
Mater Unigéniti!
   
Quæ mœrébat et dolébat,
Pia Mater, dum vidébat
Nati pœnas íncliti.
  
Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si vidéret
In tanto supplício?
  
Quis non posset contristári,
Christi Matrem contemplári
Doléntem cum Fílio?
  
Pro peccátis suæ gentis
Vidit Jesum in torméntis
Et flagéllis súbditum.
   
Vidit suum dulcem Natum
Moriéndo desolátum,
Dum emísit spíritum.
  
Eja, Mater, fons amóris,
Me sentíre vim dolóris
Fac, ut tecum lúgeam.
  
Fac, ut árdeat cor meum
In amándo Christum Deum,
Ut sibi compláceam.
   
Sancta Mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo válida.

Tui Nati vulneráti,
Tam dignáti pro me pati,
Pœnas mecum dívide.
  
Fac me tecum pie flere,
Crucifíxo condolére,
Donec ego víxero.
  
Juxta Crucem tecum stare
Et me tibi sociáre
In planctu desídero.
  
Virgo vírginum præclára.
Mihi jam non sis amára:
Fac me tecum plángere.
  
Fac, ut portem Christi mortem,
Passiónis fac consórtem
Et plagas recólere.
   
Fac me plagis vulnerári,
Fac me Cruce inebriári
Et cruóre Fílii.
  
Flammis ne urar succénsus,
Per te, Virgo, sim defénsus
In die judícii.
  
Christe, cum sit hinc exíre.
Da per Matrem me veníre
Ad palmam victóriæ.
  
Quando corpus moriétur,
Fac, ut ánimæ donétur
Paradísi glória.
Amen.
   
Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem.
Joann. 19, 25-27.
   
In illo témpore: Stabant juxta Crucem Jesu Mater ejus, et soror Matris ejus, María Cléophæ, et María Magdaléne. Cum vidísset ergo Jesus Matrem, et discípulum stantem, quem diligébat, dicit Matri suæ: Múlier, ecce fílius tuus. Deinde dicit discípulo: Ecce Mater tua. Et ex illa hora accépit eam discípulus in sua.
   
Credo.
   
Offertorium. Jer. 18, 20. Recordáre, Virgo, Mater Dei, dum stéteris in conspéctu Dómini, ut loquáris pro nobis bona, et ut avértat indignatiónem suam a nobis.
  
SECRETA
Offérimus tibi preces et hóstias, Dómine Jesu Christe, humiliter supplicántes: ut, qui Transfixiónem dulcíssimi spíritus beátæ Maríæ, Matris tuæ, précibus recensémus; suo suorúmque sub Cruce Sanctórum consórtium multiplicáto piíssimo intervéntu, méritis mortis tuæ, méritum cum beátis habeámus: Qui vivis.
  
Et fit Commemoratio Feriæ.
      
Præfatio de Beatæ Mariæ Virginis. Et te in Transfixióne:
Vere dignum et justum est, ǽquum et salutáre, nos tibi semper et ubique grátias ágere: Dómine sancte, Pater omnípotens, ætérne Deus: Et te in Transfixióne beátæ Maríæ semper Vírginis collaudáre, benedícere et prædicáre. Quæ et Unigénitum tuum Sancti Spíritus obumbratióne concépit: et, virginitátis glória permanénte, lumen ætérnum mundo effúdit, Jesum Christum, Dóminum nostrum. Per quem majestátem tuam laudant Ángeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestátes. Cœli cœlorúmque Virtútes ac beáta Séraphim sócia exsultatióne concélebrant. Cum quibus et nostras voces ut admitti jubeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes:
 
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus, Deus Sábaoth. Pleni sunt cœli et terra glória tua. Hosánna in excélsis. Benedíctus, qui venit in nómine Dómini. Hosánna in excélsis.
 
Communio. Felices sensus beátæ Maríæ Vírginis, qui sine morte meruérunt martýrii palmam sub Cruce Dómini.
  
POSTCOMMUNIO
Sacrifícia, quæ súmpsimus, Dómine Jesu Christe, Transfixiónem Matris tuæ et Vírginis devóte celebrántes: nobis ímpetrent apud cleméntiam tuam omnis boni salutáris efféctum: Qui vivis.
 
Et fit Commemoratio Feriæ, et de ea legitur Evangelium in fine, juxta Rubricas.