Semanas atrás, la Librería Editorial Vaticana publicó “Ética y teología de la vida: Escritura, tradición, desafíos prácticos”,
donde recoge las actas de un seminario realizado a fines de 2021 y
promovido por la sedicente “Pontificia Academia para la Vida”. Entre las
ponencias, y puntos centrales, está la posibilidad del uso de
anticonceptivos («excluidos los abortivos», y «lejos de la criticada
mentalidad anticonceptiva y antinatalista», aclaran).
El
libro además menciona que el Concilio Vaticano II (1962-1965), con
‘Gáudium et spes’, ha evidenciado «la tensión entre la tradición
doctrinal sobre el matrimonio y algunas instancias innovativas que,
sobre todo, en nombre del movimento ‘personalista’, ha promovido un
reinterpretación de la tradición»; y que casi desde período
postconciliar, «la relación entre la dimensión institucional del
matrimonio, con su finalidad procreativa, y la cualidad interpersonal
del vínculo conyugal, como también entre el vínculo entre el amor entre
los esposos y el sacramento, son cuestiones sobre las cuales la teología
–eclesiológica, sacramental, antropológica, moral y pastoral– está
buscando recuperar con siglos de retardo». Gracias Leo Jozef Suenens Janssens, por la noción que el fin secundario prevalece sobre el principal.
Ahora, el presbítero puertorriqueño Jorge José Ferrer Negrón SJ en un artículo de La Civiltá Cattolica titulado “Releer la ética teológica de la vida. A la luz de las solicitaciones del papa Francisco” (¿sabrá él que “solicitación” tiene varias acepciones?),
se pregunta si Francisco Bergoglio presentará un documento magisterial
(*insertar carcajadas de fondo*) sobre la bioética, a la cual le dio el nombre de ‘Gáudium
vitæ’ (Alegría de la vida).
En semejante ladrillo, Ferrer Negrón postula que el libro (que define como «un
interesante intento por imaginar un recorrido que favorezca la
renovación de la bioética basado en el papel del discernimiento y de la
conciencia formada del agente moral», por más que sea un ladrillo de 528 páginas –en el original italiano, falta ver cuántas serán en las traducciones–) debe ser conocido en niveles regionales mediante encuentros abiertos a todas posturas:
«Dichos encuentros podrían contribuir a ir preparando sinodalmente una futura intervención magisterial, que vuelva cada vez más profunda y adecuada la enseñanza de la Iglesia sobre la ética de la vida.SanJuan Pablo II nos dejó, hace ya más de 25 años, la Evangeliun Vitæ. ¿Nos legará elpapaFrancisco una nueva encíclica o exhortación apostólica sobre bioética, a la que quizá podría titular Gáudium vitæ?».
¿‘Gáudium
vitæ’ representará una derogación de ‘Humánæ vitæ’, no cerró del todo la puerta a la anticoncepción por medio de la “Planificación Natural de la Familia”? Si ese fuere el caso, asaltará
otro interrogante necesario:
A partir del 1 de Septiembre (tres días antes de la “beatificación” de Juan Pablo I Luciani, que en 1968 pidió a Pablo VI Montini reconocer la moralidad de la “píldora del doctor Pincus”, y cuando “papa” nunca hizo referencia a ‘Humánæ vitæ’), empezará a regir un nuevo marco regulatorio para las inversiones que realice la Santa Sede y el Estado de la Ciudad del Vaticano
(que son dos entes distintos, aunque dirigidos en últimas por el mismo
personaje), en el cual se prohíbe invertir (además de sectores altamente
especulativos, pornografía y prostitución, juegos de azar, la industria
de las armas y el sector defensa), en «centros de salud pro-aborto,
laboratorios farmacéuticos o empresas que elaboren productos
anticonceptivos y/o trabajen con células madre embrionarias». ¿‘Gáudium
vitæ’ levantará entonces esa prohibición para estos ítems, permitiendo
que allá sigan yendo los 1,5 millardos de euros de la Santa Sede, y los 500
millones del Gobernatorado? Sea cual fuere el escenario, una cosa es presente: A
LOS CATÓLICOS NO NOS IMPORTA NI AFECTA LO QUE BERGOGLIO (SUS
ANTECESORES, SUCESORES Y Apparátchiks) HAGAN O DEJEN DE HACER, PORQUE ÉL
NO ES PAPA, NI OBISPO, NI SACERDOTE, NI CATÓLICO, NI NADA. MUCHO MENOS
JEFE DE ESTADO. POR ENDE, SUS DECRETOS NO VALEN EL PAPEL EN QUE LOS IMPRIMEN NI LOS BYTES QUE LO SOPORTAN.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)