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domingo, 2 de noviembre de 2025

LOS REDENTORISTAS TRANSALPINOS. RECHAZADOS POR LA FSSPX, APOYADOS POR VIGANÒ


Un sacerdote-presbítero de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X comentó bajo anonimato al inglés The Catholic Herald sobre los Hijos del Santísimo Redentor, más conocidos como Redentoristas Transalpinos: «Dudo mucho que ellos vayan a trabajar con nosotros. Pienso que se han hecho totalmente sedevacantistas. Eso eran ellos antes de su reconciliación en 2007».
  
El sacerdote-presbítero lefebvrista sugirió que, a juzgar por su Carta abierta del 16 de Octubre, ahora estén alineados, o al menos con simpatías tácitas hacia el arzobispo y exnuncio Carlo María Viganò, quien al día siguiente redactó la siguiente declaración (Fuente: EXSÚRGE DÓMINE):


“TOLLE MISSAM, TOLLE ECCLÉSIAM”
Declaración del Arzobispo Carlo María Viganò sobre la Congregación de los Hijos del Santísimo Redentor [1]

«Llegará el día, en el que ya no se tolerará la sana doctrina, pero, debido al prurito de escuchar algo nuevo, los hombres se rodearán de maestros acorde a sus propios deseos, negándose a escuchar la Verdad».
2.ª Tim. 4, 3
   
Hace unos días, después de diecisiete años de tensiones con el Vaticano y con el obispo de Christchurch en Nueva Zelanda, que culminaron con una orden de expulsión de la diócesis confirmada por un decreto de la Santa Sede, la Comunidad de los Redentoristas Transalpinos dio a conocer una Carta Abierta (aquí) en la que denuncia los principales errores de la Iglesia conciliar-sinodal, su abierta hostilidad hacia la Misa Apostólica y la malversación de la que han sido objeto los Hijos del Santísimo Redentor. En la Carta Abierta, los Padres Redentoristas afirman que »se ha roto la cadena de mando» dentro de la Jerarquía: «Cuando un superior se aparta de su obediencia a Cristo Rey, su mandato ya no es el brazo de Cristo, sino el gesto de un hombre» (II-IIæ, cuestión 104, art. 5.º).
   
Ahora es evidente la crisis de autoridad en la Iglesia Católica. En el plan de los subversivos, debe conducir a la disolución del cuerpo eclesial, para reemplazar la Iglesia Católica Apostólica Romana con un sustituto de origen humano y de inspiración masónica. El principal instrumento de esta subversión es la sinodalidad, es decir, la aplicación de los principios revolucionarios de la democracia y de la representatividad popular a una institución de origen divino que su Fundador, Nuestro Señor Jesucristo quiso que fuera monárquica y jerárquica. De esta manera, una vez que se rompe el vínculo de obediencia a Dios, la Autoridad se vuelve absoluta y tiránica, no teniendo que responder por sus decisiones ni ante Nuestro Señor Jesucristo ni ante el pueblo cristiano. Esta revolución permite manipular a los fieles para hacerles creer que las innovaciones y las herejías introducidas por la Jerarquía son exigidas por las bases, cuando en realidad son impuestas por un lobby de desviados en la Fe y en la Moral.
    
No puedo sino alabar la valentía de estos Redentoristas, cuya denuncia se suma a otras que muestran con mayor frecuencia el escándalo y el gran malestar del clero y del pueblo de Dios con respecto a una jerarquía rebelde y apóstata. Ya no estamos en el ecumenismo conciliar hacia las sectas no católicas (aunque condenadas por los Pontífices hasta Pío XII), sino en la aceptación y legitimación de todas las falsas religiones e idolatrías, y de los puntos programáticos de la Agenda globalista (pansexualismo LGBTQ+, inmigracionismo, ecologismo), con los que la “iglesia sinodal” está totalmente alineada.
   
Esta crisis es de naturaleza teológica y no canónica. Se refiere al desmantelamiento sistemático de la perenne Tradición de la Iglesia Católica Apostólica Romana y a la disolución del Depósitum Fídei: por lo tanto, es con argumentos teológicos que se la puede afrontar. Juzgar individualmente los casos particulares a la luz del Derecho Canónico, sin correlacionarlos entre sí en el contexto más amplio de una acción subversiva planificada durante décadas y llevada a cabo con la cooperación activa y consciente de una gran parte del Episcopado, no hace más que reconocer oficialmente a una Autoridad desviada y pervertida, a usurpadores que hacen uso del poder del cual se han apropiado contra la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, Cabeza del Cuerpo Místico, en perjuicio de los fieles, para fines opuestos a los que Nuestro Señor ha establecido para su Iglesia.
    
Exhorto a los hijos del Santísimo Redentor y a sus fieles con las palabras de San Pedro: «Resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos sufrimientos padecen vuestros hermanos diseminados por todo el mundo» (1.ª Pe. 5, 9). La  Fundación Exsúrge Dómine –con la que los Redentoristas Transalpinos ya tienen relaciones de amistad fraterna–, yo mismo como Arzobispo y Sucesor de los Apóstoles; junto con los Clérigos de la Fraternidad de Família Christi, que también son perseguidos y “cancelados” por la “Iglesia bergogliana”; junto con numerosos Sacerdotes y Religiosos esparcidos por todo el mundo a los que sigo permanentemente, os aseguramos nuestro pleno apoyo,  en medio del silencio fugitivo y cómplice de los pastores tímidos y cobardes. Porque está escrito: «Si éstos callan, las piedras gritarán» (Lc. 19, 40).
 
✠ Carlo Maria Viganò, Arzobispo.
17 de octubre de MMXXV
Sanctæ Margarítæ Maríæ Virg.

NOTA
[1] «Quitad la Misa, destruid la Iglesia». Es una cita de Martín Lutero extraída de su libelo De abrogánda missa priváta Martíni Luthéri senténtia, publicado en 1522.
Ante la carta de los Redentoristas Transalpinos repudiando a la Iglesia Sinodal, el obispón de Aberdeen (Escocia), en cuyo territorio está el monasterio Gólgota, emitió un breve comunicado el 24 de Octubre diciendo que remitió el caso al Vaticano:
EN RESPUESTA A LA RECIENTE CARTA ABIERTA DE LOS HIJOS DEL SANTÍSIMO REDENTOR
El 16 de octubre, la Congregación de los Hijos del Santísimo Redentor publicó en su blog una Carta Abierta «a los obispos, sacerdotes y fieles católicos». Esta Congregación es un instituto religioso con su casa madre en la Diócesis de Aberdeen, ubicada en las Islas Órcadas.
   
La Diócesis lamenta profundamente el tono, la orientación y los elementos clave de esta Carta. Resulta incompatible con el sentido católico de la unidad de la Iglesia. Si bien permanece abierta al diálogo con la Congregación, la Diócesis ha tomado medidas.
  
Se están tomando medidas alternativas para la celebración continua del rito antiguo de la Misa romana (usus antíquior) en la iglesia de San Juan Evangelista en Fetternear. Los dicasterios competentes de la Santa Sede también están estudiando la situación y ofrecerán orientación canónica y doctrinal.
  
Todo esto es una invitación a orar por la unidad de la Iglesia, tan cercana al Corazón de Cristo.
  
✠ Hugh Gilbert OSB, Obispo de Aberdeen, 24 de octubre de 2025

A lo cual ellos respondieron con el siguiente artículo, aludiendo tanto al discurso sinodalista de Riggitano-Prévost como al espectáculo por los 60 años de Nostra Ætáte, y a que el cardenal Matteo María Zuppi Fumagalli lo mismo presida unas Vísperas pontificales en el Rito antiguo que participe en una tenida ecuménica de la Comunidad de San Egidio (Traducción propia):
SIMPLEMENTE NO PUEDEN COEXISTIR EN UN MISMO CUERPO
   
«Tras años de pruebas y experiencia, hemos llegado a la lamentable conclusión de que la Fe Católica Tradicional, la Fe de todos los tiempos y de los santos, es incompatible con la nueva Iglesia moderna, fruto del Concilio Vaticano II. Simplemente no pueden coexistir en un mismo cuerpo».
A algunas personas les sorprende que podamos siquiera considerar la existencia de una Iglesia nueva y moderna, o que pensemos que la antigua fe no es compatible con ella. Algunos han dicho que nuestra carta «es incompatible con la concepción católica de la unidad de la Iglesia».

Pero no es que hayamos propuesto alguna opinión teológica extraña, nueva e indemostrable. He aquí algo de la Antigua Fe: «Yo soy el camino, la verdad y la vida —dice el Señor—. Nadie viene al Padre sino por mí» (Jn 14,6). «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Lo dice en otro lugar.

El Concilio de Trento enseñó lo siguiente en su decreto sobre las Sagradas Escrituras canónicas (Sesión 4.ª, 8 de Abril de 1546):
«El sacrosanto, ecuménico y universal Concilio de Trento, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, bajo la presidencia de los tres mismos Legados de la Sede Apostólica, poniéndose perpetuamente ante sus ojos que, quitados los errores, se conserve en la Iglesia la pureza misma del Evangelio que, prometido antes por obra de los profetas en las Escrituras Santas, promulgó primero por su propia boca Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios y mandó luego que fuera predicado por ministerio de sus Apóstoles a toda criatura [Mt. 28, 19 s; Mc. 16, 15] como fuente de toda saludable verdad y de toda disciplina de costumbres; y viendo perfectamente que esta verdad y disciplina se contiene en los libros escritos y las tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o bien por inspiración del Espíritu Santo; siguiendo los ejemplos de los Padres ortodoxos, con igual afecto de piedad e igual reverencia recibe y venera todos los libros, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, como quiera que un solo Dios es autor de ambos, y también las tradiciones mismas que pertenecen ora a la fe ora a las costumbres, como oralmente por Cristo o por el Espíritu Santo dictadas y por continua sucesión conservadas en la Iglesia Católica».
El Papa León XIII también enseñó lo siguiente en su encíclica Divínum illud munus escrita en 1897:
«Así, ciertamente se cumplía la última promesa de Cristo a sus apóstoles, la de enviarles el Espíritu Santo, para que con su inspiración completara y en cierto modo sellase el depósito de la revelación: “Aún tengo que deciros muchas cosas, mas no las entenderíais ahora; cuando viniere el Espíritu de verdad, os enseñará toda verdad” (Jn. 16, 12-13). El Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad, pues procede del Padre, Verdad eterna, y del Hijo, Verdad sustancial, recibe de uno y otro, juntamente con la esencia, toda la verdad que luego comunica a la Iglesia, asistiéndola para que no yerre jamás, y fecundando los gérmenes de la revelación hasta que, en el momento oportuno, lleguen a madurez para la salud de los pueblos».
El Papa Gregorio XVI enseñó en su encíclica Mirári Vos de 1832:
«En efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento [Sesión 13.ª, Decreto sobre la Sagrada Eucaristía, en el proemio], que “la Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad”, es completamente absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta “restauración y regeneración” para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nuevo vigor, como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los novadores “echar los fundamentos de una institución humana moderna”, para así lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia, que es cosa divina, “se haga cosa humana” [Epístola 52 (edición de Balucio)]».
Dado este magisterio anterior de la Iglesia Católica, ¿cómo es posible que León XIV afirmara el domingo pasado (26 de octubre), durante su homilía con motivo del Jubileo de los Equipos Sinodales, que «ser Iglesia sinodal significa reconocer que la verdad no se posee, sino que se busca juntos, dejándonos guiar por un corazón inquieto enamorado del Amor», y que «nadie posee la verdad absoluta; todos debemos buscarla con humildad y buscarla juntos»? Y continuó:
«Queridos amigos, debemos soñar con una Iglesia más humilde y construirla; una Iglesia que no se yergue como el fariseo, triunfante y llena de orgullo, sino que se inclina para lavar los pies de la humanidad; una Iglesia que no juzga como el fariseo juzga al recaudador de impuestos, sino que se convierte en un lugar acogedor para todos; una Iglesia que no se encierra en sí misma, sino que permanece atenta a Dios para poder escuchar a todos. Comprometámonos a construir una Iglesia totalmente sinodal, ministerial y atraída por Cristo, y por lo tanto, comprometida a servir al mundo».
Las palabras del Papa Gregorio XVI resuenan en nuestros oídos: «…pretenden los novadores “echar los fundamentos de una institución humana moderna”, para así lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia, que es cosa divina, “se haga cosa humana”».

Pero hay más. La semana pasada se celebró el 60.º aniversario de Nostra Ætáte, la Declaración del Concilio Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. En Roma se organizaron varios eventos en los que León XIV se unió a los líderes de numerosas religiones no católicas en una suerte de celebración de la “unidad” al margen de la Verdad, sobre la cual se funda toda unidad. Durante estos encuentros, el catolicismo fue equiparado a todas las demás religiones del mundo. Antes de una de las “actuaciones culturales” organizadas por el Vaticano en el Aula Pablo VI —una danza indonesia en la que tres religiones de ese país estaban representadas por grupos de bailarines—, el acto fue presentado con las siguientes palabras:
«Hagamos un viaje. Hagamos un viaje a Indonesia, porque desde las profundidades de la historia indonesia y sus muchas formas de espiritualidad y culto del único Dios Todopoderoso, en las comunidades religiosas han emergido varias expresiones artísticas y culturales para alabar al único Dios y promover la armonía entre los pueblos indonesios a pesar de sus bien conocidas diferencias. “Tres Apsarás”, los tres cuerpos danzantes celestiales. Así que hay tres coreografías de danzas tradicionales. “Rejang Dewa” de Bali que representa al hinduismo, “Bedhayan Satya Mataya” de Java que representa al catolicismo, y “Zapin Awal Bismillah” de Sumatra que representa al islam».
   
Lo siento; si eso no es una negación total del catolicismo como la única religión verdadera, el único medio por el cual se adora al Único Dios Verdadero, entonces no sé qué lo sea.

Al finalizar las representaciones, León XIV entró para dirigirse a los que se habían congregado en la sala para el evento. Durante su discurso, pronunció las siguientes asombrosas palabras:
«Este documento histórico [Nostra Ætáte] nos abrió los ojos a un principio sencillo pero profundo: el diálogo no es una táctica ni una herramienta , sino una forma de vida, un viaje del corazón que transforma a todos los involucrados, tanto a quien escucha como a quien habla. Es más, recorremos este camino no abandonando nuestra fe, sino manteniéndonos firmes en ella. Porque el diálogo auténtico no comienza con la concesión, sino con la convicción, en las profundas raíces de nuestra propia creencia que nos dan la fuerza para acercarnos a los demás con amor».
El diálogo de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas no es una herramienta de conversión. Más bien, los miembros de religiones no católicas no deben abandonar su fe, sino mantenerse firmes en ella; de lo contrario, se estarían comprometiendo a sí mismos y a sus convicciones, necesarias para acercarse a los demás con amor . De esto podemos deducir que León XIV cree y enseña que la Iglesia Católica no es necesaria para la salvación. No desea convertir a quienes se dirige para que salven sus almas, sino que insiste en que permanezcan firmes en su religión.

Pero ¿qué enseña la inmutable fe católica de todos los tiempos? La bula Cantáte Domino del Concilio de Florencia de 1442 presentó la fe católica con las siguientes palabras:
«[La Iglesia] cree firmemente, profesa y predica que nadie que esté fuera de la Iglesia Católica, no solo los paganos, sino también los judíos, herejes y cismáticos, puede participar de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25, 41), a menos que antes del fin de sus vidas se hayan unido a él; y que la unidad del cuerpo eclesiástico es tan valiosa que los sacramentos eclesiásticos solo benefician para la salvación a quienes permanecen en él, y que los ayunos, las limosnas y las demás obras de piedad y los ejercicios de la milicia cristiana producen recompensas eternas; y que nadie —por muchas limosnas que haya dado, e incluso si hubiera derramado su sangre por el nombre de Cristo— puede salvarse, a menos que haya permanecido en el seno y la unidad de la Iglesia Católica [Cf. San Fulgencio de Ruspe, Tratado sobre la Fe, a Pedro, cap. XXXVII ss, LXXVIII ss (En Migne, Patrología Latína 65, col. 703 ss)]».
El papa Gregorio XVI enseñó en su encíclica Mirári Vos:
«Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la Iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable».
Las siguientes afirmaciones erróneas fueron condenadas por el Papa Pío IX en su Sýllabus de Errores:
«15. Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera.
16. En el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación.
17. Es bien por lo menos esperar la eterna salvación de todos aquellos que no están en la verdadera Iglesia de Cristo».

Es evidente que la enseñanza de León XIV en estas cuestiones de fe no concuerda con la tradición anterior. Igualmente claro resulta del silencio de los obispos, tanto ahora como durante los últimos 60 años, que comparten esta creencia. ¿Cómo, entonces, puede alguien cuestionar la afirmación de nuestra Carta Abierta de que « la fe católica tradicional, la fe de todos los tiempos y de los santos, es incompatible con la nueva Iglesia moderna, fruto del Concilio Vaticano II. Simplemente no pueden coexistir en un mismo cuerpo »?

No es ciencia espacial. Son mutuamente excluyentes. No se puede tener toda la Verdad encomendada a la Iglesia Católica y, al mismo tiempo, que nadie posea la Verdad completa. No se puede tener a Nuestro Señor encarnándose, sufriendo y muriendo en la Cruz para liberar al hombre de sus pecados e instituir la única Fe e Iglesia por la cual los hombres pueden salvarse, y al mismo tiempo tener a todas las religiones adorando al mismo Dios Todopoderoso y que el verdadero amor se imparta permaneciendo en religiones falsas y no católicas. Son incompatibles porque enseñan cosas opuestas. Es lógica básica.

Existe una gran necesidad de proclamar públicamente la verdadera fe y denunciar el error. La Misa de todos los tiempos no basta por sí sola; su compañera inseparable es la fe de todos los tiempos. Una sin la otra carece de sentido. Son dos órganos de un mismo cuerpo.

Esta verdad quedó bien ilustrada el pasado fin de semana. Como parte de la peregrinación anual Summórum Pontíficum en Roma, el cardenal Matteo Zuppi celebró las hermosas Vísperas Pontificales tradicionales en la Basílica de San Lorenzo en Lucina. Los fieles se postraron a sus pies para recibir su bendición a su paso.
     
Apenas unos días después, el mismo cardenal Zuppi se unió a otros no católicos para encender velas por la paz en un encuentro de oración interreligiosa, lo que parecía un preludio a una religión mundial única, cuya unidad no se basaría en el Dios de la Verdad, sino en la fraternidad humana. En tal religión, tal vez habría un lugar, aunque fuera en un rincón, para la Misa Tradicional en Latín de Todos los Tiempos. Pero no habrá lugar alguno para la Fe Católica Tradicional de Todos los Tiempos. La verdad del pasado y la verdad de hoy no pueden coexistir en un mismo cuerpo.
   
Finalicemos con un pasaje interesante de un opúsculo escrito por el P. William George Frean Hendricken C.Ss.R., llamado “Cómo conocer a la única Iglesia Verdadera” (texto aquí):
«En medio de esta confusión y aturdimiento, una Iglesia se alza con fuerza y ​​proclama con audacia: “Yo soy la única Iglesia verdadera”. Esta postura de la Iglesia Católica se atribuye a veces a un espíritu de intolerancia. Pero es, al menos en cierto modo, una prueba de su origen divino. Lo veríamos claro si alguna vez oyéramos a la Iglesia decir: “No sé si tengo razón o si la tienen los demás, pero podéis aceptar mi doctrina o rechazarla, porque no sé si es verdadera o no”. En tal caso, demostraría una cosa: que no es la Iglesia verdadera».

«¿Acaso me he convertido en enemigo vuestro por deciros la verdad?» (Gálatas 4, 6).

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)