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martes, 4 de noviembre de 2025

OTRA BAJA ENTRE LOS NEOCONSERVADORES

En la madrugada de hoy 4 de Noviembre de 2025, luego de una corta hospitalización en el Hospital Militar Central de Praga (Chequia) falleció el cardenal emérito de Praga, Dominik (nacido Jaroslav Václav) Duka Bernard OP a los 82 años de edad, por complicaciones de una cirugía practicada semanas antes.
   
Jaroslav Václav nació el 26 de Abril de 1943 en Hradec Králové (antiguo Protectorado de Bohemia y Moravia), hijo del militar František Duka y Anežka Bernardová. Como su padre (que desertó del ejército checoslovaco al disolverse el gobierno en 1939 y se unió a la Real Fuerza Aérea británica, donde fue armero en el 311.º Escuadrón de Bombardeo Checoslovaco) había sido arrestado por el régimen comunista luego del Putsch del 25 de Febrero de 1948, no se le permitió continuar sus estudios y trabajó en la fábrica Victoria de Febrero (en checo Závody Vítězného Února), donde se formó como cerrajero mecánico. No fue hasta 1965, luego de dos años de servicio militar, cuando ingresó en la Facultad de Teología Cirilo y Metodio de Litoměřice, y el 5 de Enero de 1968 ingresó a la Orden de Predicadores, profesando los votos temporales 6 de Enero del año siguiente con el nombre Domingo. Finalmente, fue “instalado” presbítero el 22 de Junio de 1970 por el cardenal Štěpán Maria Trochta y Trochta SDB, y profesó los votos solemnes el 7 de Enero de 1972.

En 1975, las autoridades comunistas le revocaron la licencia para ejercer el presbiterado, por lo que entró a trabajar como la fábrica de Škoda en Pilsen, donde fue diseñador hasta 1989, pasando los años 1981 y 1982 preso en la cárcel Bory de la misma ciudad por el delito de obstruir la supervisión a las iglesias y difundir literatura clandestina. En dicho ínterim, fue vicario provincial entre 1975 y 1987, maestro de clero entre 1976 y 1981, y se licenció de teología en la Facultad de Teología San Juan Bautista en Varsovia (Polonia). Después de prisión, fue prior provincial de los dominicos en Bohemia y Moravia entre 1986 y 1989.
   
Tras la Revolución de Terciopelo por Václav Havel Vavrecká (con el que coincidió en prisión), Duka fue presidente de la Conferencia de Superiores Mayores de República Checa entre 1989 y 1992, profesor de Introducción a la Sagrada Escritura y Antropología Bíblica en la Universidad Palacký de Olomuc entre 1990 y 1998, y vicepresidente de la Unión de Conferencias Europeas de Superiores Mayores entre 1992 y 1992.

Dominik fue “instalado” obispón de su diócesis natal el 26 de Septiembre de 1998 por su antecesor Karel Otčenášek Šolc, donde permaneció hasta el 10 de Abril de 2010, cuando fue promovido a arzobispón de Praga y primado de República Checa. El 18 de Febrero de 2012, Benedicto XVI Ratzinger lo creó cardenal con el título presbiteral de los Santos Marcelino y Pedro, y ese año fue nombrado cardenal protector y capellán general de la Obediencia de Orléans de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén (cargo que ocupó hasta el 2021). El 13 de Mayo de 2022, Francisco Bergoglio le aceptó la renuncia que le presentara tres años antes por motivos de edad.

Dominik Duka fue reconocido (y polémico) por sus posturas conservadoras: En 2015, vetó una conferencia de la religiosa estadounidense Jeannine Gramick y el presbítero Tomáš Halík Wimmer (ambos activistas homosexuales); en 2016, criticó la postura inmigracionista de Francisco Bergoglio diciendo que él no entendía la crisis de los refugiados porque no era de Europa; en 2018, cuando presentó su renuncia, un grupo de activistas pidió a Bergoglio que se la aceptara de inmediato y no le otorgaran prórroga; y en 2023, formuló diez dúbia sobre la administración de la “comunión” a los adúlteros. Y en Septiembre de 2025, presidió en la iglesia de Nuestra Señora de Týn, en la ciudad vieja de Praga, un servicio de réquiem por el activista conservador estadounidense Charles James “Charlie” Kirk Smith (aun cuando él era protestante), el cual fue acompañado de protestas izquierdistas y criticado por el historiador Jaroslav Šebek como un “acto político”. De todos modos, era un apóstata y funcional para la secta del Vaticano II.

SAN CARLOS BORROMEO, EL POLÍTICO

Tomado de MESSA IN LATINO. Traducción propia.
  

El título en sí resulta provocador en una época en la que frases como «aquí no nos metemos en política» se ensalzaban como eslóganes virtuosos. Schuster bien podría afirmar en las primeras líneas de su conferencia que ocurre todo lo contrario: una lectura más atenta revela que Carlos Borromeo fue una figura política precisamente porque era «noblemente y exclusivamente obispo».

Schuster relata brevemente los acontecimientos biográficos de su predecesor: su familia de origen, sus estudios en Pavía, sus destinos en Roma con su tío, el papa Pío IV. Pero la verdadera labor pastoral de Borromeo comienza con la toma de posesión de la diócesis de Milán. Tras describir sus méritos, se enumeran varios episodios significativos de su vida. En primer lugar, vemos a San Carlos permanecer en Milán para afrontar la peste mientras las autoridades civiles se refugiaban en lugares más seguros. Después, lo vemos vender su fortuna para ayudar a los pobres, privándose de toda comodidad. Finalmente, vemos su firme oposición a las autoridades españolas, que pretendían extender el poder de la Inquisición al Ducado de Milán con fines que distaban mucho de ser nobles y espirituales.

Esta es probablemente la clave para comprender el episcopado de Schuster, eminentemente pastoral y declaradamente apolítico, pero precisamente porque estaba atento a sus deberes inalienables para con la Iglesia y el pueblo de Dios, no podía reducirse a la simple sumisión y no estaba dispuesto a permanecer en silencio si surgía la necesidad, lo cual ocurriría poco después.
  
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LA FIGURA POLÍTICA DE SAN CARLOS
Conferencia del Card. Alfredo Ildefonso Schuster OSB en Marzo de 1938, y publicada en Rivista Diocesana Milanese, n. 28 (1938), págs. 286-298. En “Al dilettissimo popolo” (Al dilectísimo pueblo), Ed. San Pablo, Milán 1996, págs. 203-216. 
   
Comencemos con una aclaración preliminar. A pesar de lo que afirmaran los historiadores y panegiristas del siglo XVII, San Carlos no fue estrictamente una figura política, sino más bien un obispo noble y exclusivamente. Fuera del ámbito espiritual de la reforma tridentina, su influencia sobre gobiernos y gobernantes fue más bien indirecta, emanando principalmente de su ejemplo y de la vasta autoridad que le conferían el esplendor de su sede, la nobleza de su linaje y, finalmente, la santidad de su vida.
   
La particular circunstancia de que fuera arzobispo de Milán bajo dominio español podría, a primera vista, despertar nuestra curiosidad: ¿qué actitud adoptó Borromeo hacia el gobierno extranjero en Lombardía?

Aquel gobierno, tan pomposo y ostentoso, había denegado, sin embargo, su aprobación al arzobispo Archinti, su último predecesor; y cuando finalmente llegó la aprobación, en 1508, Archinti llevaba varios años muerto. Pero esta exigencia también representa un anacronismo. Las ideas de 1548 surgirían dos siglos después. En tiempos de San Carlos, aunque todos aquí resentían el dominio español y se burlaban de él a sus espaldas, la gran mayoría del pueblo jamás soñó con una posible revuelta, ni siquiera con barricadas o la Revuelta de los Cinco Días.

El título de esta conferencia, «La figura política de San Carlos», más que afirmar algo, simplemente plantea una pregunta que, en mi humilde opinión, debería responderse negativamente. San Carlos no fue una figura política propiamente dicha; su grandeza radica principalmente en su inmensa labor pastoral, gracias a la cual aún hoy gobierna la vasta archidiócesis de Milán.

Como si estuviera todo planeado, el fundador del poder de la Casa de Borromeo –me refiero al Cardenal Gian Angelo Medici, quien más tarde se convirtió en Pontífice Romano con el nombre de Pío IV– entra por primera vez en la historia milanesa como cómplice de la conspiración urdida por Girolamo Morone para liberar Lombardía del dominio español.

La conspiración fue descubierta y Morone fue encarcelado para expiar su culpa, mientras que los Medici se vieron obligados al exilio. Posteriormente, el Tratado de Madrid representó una suerte de armisticio, lo cual no impidió que el heredero aparente de los Medici, convertido en capitán mercenario y hostigando a los españoles en Lombardía con sus incursiones en el Lago Maggiore, llevara a cabo, junto a su hermano Gian Angelo, una intensa campaña diplomática contra los españoles en Roma. Por el momento, la corona española se impuso como la más poderosa; pero los verdaderos vencedores de la contienda fueron los Medici, quienes, de simples aventureros en el Lago Mayor, habían extendido tanto su poder que podían enfrentarse a la propia España, que les concedió el reconocimiento deseado y los admitió a su servicio.

Cuando San Carlos nació en el Castillo de Arona la noche del 2 de octubre de 1538, sus tíos aún estaban presos, prisioneros de Carlos V, y fue una fortuna que Gian Angelo, que se encontraba en Niza junto a Pablo III, quien lo había acogido para protegerlo, intercediera con tanta eficacia ante Carlos V que este logró su liberación.

La infancia de San Carlos transcurrió apaciblemente en su castillo natal, como la de cualquier otro vástago de un linaje generoso. Una profunda piedad y un orgullo guerrero distinguían a la familia Borromeo; no cabe duda de que estas dos virtudes, casi innatas en su Arona natal, contribuyeron en gran medida a forjar en Carlos un carácter autoritario, acostumbrado al mando, y al mismo tiempo un santo que poseía un sentido de piedad evangélica casi instintivo e innato.

Según la costumbre de la época, la familia Borromeo debió de contar entre sus descendientes con algunos abades, a quienes podían registrar las pocas propiedades eclesiásticas sobre las que reclamaban derechos ancestrales. Entre ellas se encontraba la abadía aronesa de los Santos Gratiniano y Felino, de la que el tío paterno de Carlos, Julio César, era el abad comendatario.

Pero para que, a su muerte, la Santa Sede no pudiera disponer libremente de ese beneficio en favor de un extraño, sino que permaneciera en la familia, el anciano comendador renunció a la abadía en favor del pequeño Carlos, que entonces tenía solo doce años. ¡No estaba mal, a esa edad, traer a casa una renta anual de trece mil liras! ¡Un buen beneficio para los Borromeos! Sin embargo, los historiadores dicen que San Carlos, desde niño, anticipándose a los acontecimientos con sabiduría y virtud, advirtió a su padre que no considerara ese dinero de la Iglesia como propiedad familiar, sino que lo usara para fines religiosos y de piedad.

En noviembre de 1552, a los 14 años, Carlos se matriculó en la Facultad de Derecho Civil y Canónico de Pavía. El ambiente enérgico de la época propiciaba una mejor maduración del carácter de los jóvenes que la actual; de modo que Borromeo, desde entonces, nos da la impresión de ser un estudiante ejemplar, muy consciente de su propia dignidad y la de su familia, y ya capaz de gobernarse a sí mismo y a la pequeña corte que lo acompañaba.

Mucho orgullo, pero poco dinero, caracterizaron aquellos años de juventud de Carlos como estudiante en Pavía.

«Espero actuar de tal manera que nunca le dé a Su Excelencia motivo alguno –escribe al marqués de Marignano– para repudiarme como a un hombre sin valor».

Y en otra ocasión, dirigiéndose a su padre: «¡Es una vergüenza, para una persona de mi posición, llevar un abrigo debajo de un abrigo de piel!».

Pero su padre le escatima dinero; probablemente porque no tiene. Así que Carlo se queda en Pavía con cuatro camas y tres mantas raídas. «¡Tres mantas para los cuatro, y estamos en pleno invierno!».

Pero, como dice el refrán, las desgracias nunca vienen solas. El 1 de agosto de 1558, Gilberto, padre de San Carlos, falleció y fue enterrado en el cementerio de Gracias en Milán, mientras que el gobernador español se apresuraba a tomar posesión de la Roca de Arona, un feudo vacante que había caído libremente bajo el dominio de la Corona.

Las negociaciones entre los dos hijos huérfanos, Federico y Carlos, para obtener la herencia de su padre fueron muy largas y no siempre exitosas. Todas estas circunstancias no pudieron haber propiciado que Carlos simpatizara demasiado con el gobierno español.
   
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Pero después de una adolescencia plagada de dificultades financieras y políticas, finalmente llega un feliz acontecimiento que cambia las condiciones de los Borromeos y modifica las disposiciones de la Corona de España con respecto a ellos.

En la víspera de Navidad de 1559, tras un laborioso cónclave que duró cuatro meses, Gian Angelo Medici fue elegido Papa, adoptando el nombre de Pío IV. En ese primer momento, quiso rodearse de parientes y, entre otros, llamó inmediatamente a Roma a los dos hijos de Gilberto Borromeo para delegar en ellos parte del trabajo y las responsabilidades del gobierno de la Iglesia.

Se han dicho todo lo malo posible sobre el nepotismo de los Papas, con la única excepción de San Carlos. Sin embargo, se ha olvidado señalar que, en aquellos tiempos turbulentos de conspiraciones, venenos y traiciones, todo nuevo Pontífice que, tal vez sin estar preparado, se veía obligado a gobernar los Estados Pontificios, si quería encontrar personas de confianza a quienes confiar los cargos más importantes, tenía que buscarlas entre los miembros de su propia familia.

Aquí está Carlos Borromeo, quien a principios del año 1560 deja Milán y con un exquisito sentido de la fe va a ponerse al servicio del Romano Pontífice.

«Parto hacia Roma», escribió al conde Gianni Dal Verme en Bobbio, «con el propósito de besar los pies de Su Santidad y ponerme a su servicio».

Y le fue muy bien, pues a partir de entonces le llovieron honores y dinero. No había transcurrido ni un mes cuando ya era Protonotario Apostólico y Administrador General de los Estados PontificiosEl 31 de enero fue creado Cardenalel 8 de febrero, Administrador Perpetuo del Arzobispado de Milán; luego, Protector de Portugal, de los Cantones Suizos Católicos, de la Baja Austria, etc.; Legado de Bolonia, de Rávena; Gobernador de Espoleto; Abad de Nonantola, de Mozzo, de Follina, etc., ¡con una renta anual de al menos 48.000 escudos!
   
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La obra que más honores le valió a Pío IV fue haber culminado con éxito el Concilio de Trento y haber iniciado desde el Vaticano y Roma la tan ansiada reforma de la Iglesia, tanto en su cabeza como en sus miembros. Los panegiristas de San Carlos atribuyeron con facilidad la mayor parte de estos méritos al cardenal Nepote, quien, según ellos, fue el genio benéfico que inspiró infaliblemente al tío Papa.

Para quienes consideran las características tanto de Pío IV como del joven Carlos, no sería difícil, por el contrario, negar incluso al joven Secretario de Estado una influencia tan preponderante en la política papal. Quizás la verdad se encuentre en un punto intermedio.

Antes de su pontificado supremo, Gian Angelo Medici nunca había tenido especial predilección por los Borromeos, prefiriendo en cambio a los nietos de la rama Hohenems. Sin embargo, una vez convertido en Papa, pronto se sintió molesto con estos últimos, quienes no eran en absoluto groseros ni egoístas, y prefirió a los dos hijos de Gilberto Borromeo. Pero no nos engañemos demasiado. Esto es lo que Girolamo Soranzo, embajador de la República de Venecia, escribió acertadamente a su Senado en 1563, dos años después de la promoción de San Carlos:
«El Papa no quiere utilizar a nadie más que al Cardenal Borromeo y al secretario Tolomeo (Gallio), quienes, al ser jóvenes con poca o ninguna experiencia y obedientes a todas las órdenes de Su Santidad, pueden ser llamados simples ejecutores más que asesores».

En efecto, la extensa correspondencia de Borromeo con los legados papales en el Concilio de Trento nos muestra que no era otra cosa que el fiel portavoz de Pío IV; además, el joven Secretario de Estado habría carecido de la experiencia y la competencia necesarias para resolver las numerosas cuestiones que surgían a diario en esas asambleas universales del episcopado católico.

Por otro lado, Pío IV tampoco habría tolerado que nadie le arrebatara, como se suele decir, el poder del gobierno eclesiástico. Todos sabían que, si bien era afable, era tan consciente de su propio valor como canonista experto y consumado conocedor del gobierno eclesiástico que no podía tolerar que nadie lo contradijera.

En cambio, donde San Carlos realmente ejerció una influencia beneficiosa y real sobre su tío y sobre la Corte de Roma fue en la ejecución de los decretos de reforma promulgados en Trento.

A pesar de la buena voluntad de Pío IV, así como no se proclamó abiertamente teólogo, tampoco se esmeró en ocultar su formación eclesiástica previa, adquirida en los tiempos de León X y Clemente VII. Sin embargo, Pío IV, con lucidez y conciencia, comprendió los nuevos tiempos y se dejó influir por la virtud de sus antepasados, pues, tan pronto como concluyó el Concilio de Trento, se dedicó a implementar sus decretos de reforma. Con este fin, nombró comisiones cardenalicias para erigir el Seminario Romano, supervisar el celibato eclesiástico y obligar a los obispos a residir en sus diócesis. La purga comenzó en el Vaticano, donde el Papa ¡llegó a destituir a 400 parásitos que vivían ociosos a costa del pobre Pedro Pescador!

El 10 de diciembre de 1565, Pío IV murió en brazos de San Carlos y este último finalmente quedó libre para dedicarse por completo a las necesidades espirituales de la diócesis de Milán, que hasta entonces había atendido a través de excelentes vicarios y procuradores.

La labor pastoral de San Carlos está totalmente limitada e incluida en el cumplimiento de ese plan de reforma sancionado por el Concilio de Trento.
   
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Si bien a los protestantes les hubiera gustado reformar la Iglesia mediante la imposición de príncipes y laicos, hasta el punto de que ellos mismos se autodenominaron Reforma, Dios dispuso en cambio que la Iglesia, por iniciativa intrínseca y verdaderamente vital, se reformara a sí misma, santificando al clero y a los pontífices, para que ellos a su vez santificaran a los laicos.

No describiré aquí, pues es algo conocido por todos, la obra de San Carlos, que dio un plan orgánico a la reforma tridentina; sus numerosos sínodos del clero milanés; sus seis concilios provinciales con los obispos que entonces dependían del metropolitano de Milán; sus incansables visitas pastorales, en las que llegó a las aldeas más remotas en lo espeso de los bosques y en las rocas de los Alpes; sus numerosas instituciones, especialmente aquí en Milán, para la formación del joven clero ambrosiano, para la educación de los eclesiásticos de las diócesis suizas, para los huérfanos, para las mujeres descarriadas reducidas a penitencia, para apoyar los estudios de Pavía de los hijos de familias más distinguidas, pero carentes de recursos económicos.

Durante la peste de 1576-77, la obra de San Carlos fue tan universal que la gente inmediatamente distinguió esa epidemia con el significativo título de Peste de San Carlos.

Las autoridades españolas en Milán, al primer indicio del contagio, abandonaron sus puestos para refugiarse en Vigevano; por lo que en la ciudad la dirección del socorro y la asistencia a las víctimas de la peste recayó necesariamente en el Arzobispo . En poco tiempo, Milán y gran parte de la diócesis se convirtieron, en algunos lugares, en un lazareto, en otros, en un cementerio. San Carlos, tras organizar la ayuda a su costa, despreciando cualquier peligro, se dedicó personalmente a asistir a las víctimas de la peste, recorriendo cada día aquellas chozas inmundas y aquellas montañas de cadáveres para administrar, a algunos, la Santa Confirmación; a otros, el Santo Viático; a otros, el consuelo de una bendición.

Se cuenta que una vez, en una choza de gente azotada por la peste, encontró a una pobre inválida que se retorcía de dolores de parto. Tras consolarla, San Carlos salió para que la otra mujer, sola, pudiera dar a luz. Cuando la madre por fin tuvo a su hijo en brazos, San Carlos entró y, envolviendo al inocente niño en su hábito episcopal, se apresuró a buscar una nodriza que lo amamantara a su costa. Pero la peste también hacía que escasearan las nodrizas para cuidar a los numerosos huérfanos cuyos padres habían perecido a causa del contagio; así que el Santo Arzobispo compró cabras para proveer de leche a los bebés.

Una gran multitud de pobres, sin recursos ni hogar, acudieron a Milán procedentes de todas partes, agravando la pobreza de la capital. ¿Qué hizo entonces San Carlos para evitar la explotación de la caridad y, al mismo tiempo, eliminar los peligros y las incomodidades de la mendicidad en las calles de Milán? Reunió a todos estos indigentes vagabundos y los trasladó a un edificio de su propiedad a unos ochenta kilómetros de la ciudad, donde los mantuvo a su costa.

Para tantas obras realizadas, no con mezquindad, sino con el generoso gesto del mecenas que fundó instituciones benéficas, construyó sedes, las dotó, alimentó y vistió a miles de pobres cada día, se habría necesitado no solo todo el patrimonio de la familia Borromeo, sino el mismísimo Tesoro de Milán bajo Felipe II.

Sin embargo, San Carlos, apoyado únicamente por unos pocos señores, proveyó para el sustento de todas estas personas durante la peste y la hambruna, llegando incluso a privarse de un pedazo de pan y de una cama, vendiendo los candelabros de plata de su capilla y despojando a su habitación de sus cortinas y tapices para obtener ropa y mantas para los pobres.

Comprendiendo plenamente que las desgracias que habían azotado Lombardía representaban el castigo divino por la inmoralidad propagada por el renacimiento paganizante, el Santo Arzobispo se convirtió voluntariamente en víctima de los pecados de su pueblo. Las pinturas y grabados de la época aún lo retratan tal como los artistas lo contemplaron en procesión por las calles de la ciudad: pálido, delgado y descalzo, con una soga al cuello, portando una gran cruz que contenía la reliquia del Santo Clavo.
  
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Pero, ¿quién lo creería? Si bien la lealtad y la corrección de Pío IV y del cardenal Nepote hacia el gobierno español llevaron a la creencia común de que la familia Borromeo se encontraba entre los principales partidarios de la Corona española, los distintos gobernadores españoles de Milán que se sucedieron durante el pontificado de San Carlos nunca cesaron de librar la más encarnizada guerra contra ellos, no siempre por la vía diplomática.

Es extraño, pero es cierto.

A pesar de todo el sufrimiento que España había infligido a la familia Borromeo durante el pontificado de Pablo IV, el cardenal Angelo Medici tuvo que vivir lejos de Roma, porque a ojos de la Corte se le consideraba demasiado amistoso con los odiados españoles.

Incluso después de la muerte de Pío IV, San Carlos mantuvo las relaciones más cordiales con los Soberanos de España; las cartas de felicitación, los Te Deum y los funerales solemnes para todos los acontecimientos felices y tristes de la Casa Reinante eran propios de la época, y el Cardenal Borromeo estaba acostumbrado a hacer las cosas con gran empeño y con la mayor piedad.

Pero los representantes del gobierno español en Milán no pudieron perdonar a San Carlos el inmenso prestigio que su santidad le había granjeado entre el pueblo milanés, hasta tal punto que el verdadero Soberano espiritual era considerado entonces comúnmente como el Santo Arzobispo.

Al gobierno español le resultaba demasiado conveniente entretener, con torneos, máscaras y la ostentación de títulos, el vacío de un régimen que en Lombardía no tenía otro propósito que el de distribuir dinero italiano para las necesidades de Su Majestad Católica. Cualquiera que criticara este mal gobierno se enfrentaba a la indignación, con las habituales amenazas de ahorcamiento y otros castigos a discreción de Su Excelencia. O quizá incluso la Santa Inquisición estaba dispuesta a intervenir, confundiendo religión con asuntos de Estado.

San Carlos, quien, a pesar de la oposición del gobernador, había armado a seis o siete policías para usarlos en casos relacionados con el tribunal eclesiástico –y a los españoles les parecía que esa media docena de hombres contratados por el arzobispo comprometían la seguridad del vasto reino donde nunca se ponía el sol–. San Carlos, repito, no toleró la maniobra española de mantener a los lombardos sometidos, y cuando incluso la corte papal terminó cediendo a la presión de Madrid para la institución de la Inquisición española en Milán, reveló la intriga al Papa «apértis verbis» tal como era.
«Y para que Nuestro Señor conozca de una vez por todas la raíz y el fundamento… debe tomar esto como una máxima muy cierta: que entre estas personas existe la sospecha generalizada de que se está intentando establecer una Inquisición en este Estado, como la de España, no tanto por celo religioso, sino por intereses estatales y por la codicia de algún ministro o consejero, que de este modo planea enriquecerse con la riqueza de estos caballeros y ciudadanos».
Los turbios planes fueron frustrados, pero el Cardenal pagó las consecuencias. ¿Cuántas veces los gobernadores de Milán, para fastidiarlo, organizaron justas y torneos en la plaza de la catedral el primer domingo de Cuaresma, confiscaron la imprenta fundada por el Santo, enviaron apelación tras apelación a Roma, presentándolo como universalmente impopular entre los ciudadanos, y conspiraron para que fuera llamado de vuelta a Roma, retenido allí en alguna otra misión, sin permitirle regresar a su Ciudad Episcopal?

San Carlos lo soportó todo con heroica paciencia, aunque en ocasiones logró eludir las maquinaciones de sus adversarios con astutas estratagemas. Entre ellas, destaca la que empleó en 1580 cuando, tras haber acudido a Roma para defenderse, una embajada milanesa se presentó ante él para rendirle homenaje. En realidad, tenían una misión secreta del gobernador español: intrigar en Roma para evitar que San Carlos fuera enviado de vuelta a Milán.

Borromeo presentía una situación traicionera, y puesto que no se descartaba que España intentara acorralar al Papa, como se suele decir, para deshacerse del cardenal Borromeo, este último, de acuerdo con Gregorio XIII, fingió no comprender la situación; de hecho, entre sonrisas y reverencias, presentó él mismo a los enviados del gobernador de Milán ante el Papa en audiencia. Es más, añadió el arzobispo, para darles mayor libertad de acción ante la Curia Pontificia en cualquier asunto que desearan, se retiraba inmediatamente de Roma. Que se queden. Tras despedirse cortésmente de ellos, abandonó Roma y regresó a Milán, donde llegó casi inesperadamente.

El gobernador de Ayamonte, intentando disimular una situación desfavorable, acudió de inmediato a presentar sus respetos al arzobispo, sin dejar de dar sus últimas órdenes para que, al día siguiente, y en su afán por fastidiarlo, se celebrara ruidosamente un torneo y justas en la plaza de la catedral, el primer domingo de Cuaresma. Declaró que lo hacía ¡para que no se perdieran los derechos de los milaneses!

Resulta interesante escuchar el relato del propio San Carlos sobre el trato que le brindó el gobernador de Ayamont durante la primera visita de cortesía que el santo le hizo a su llegada a Milán. A pesar del carácter siempre serio de Carlos, la carta está impregnada de un sutil matiz de ironía que casi podríamos calificar de manzoniano, pero que en realidad es auténticamente borromeo.
«Me pareció apropiado ir a presentar mis respetos al nuevo gobernador… Me recibió en su antesala, donde conversamos delante de todos los presentes. No sé si este comportamiento se debe al orgullo o si la etiqueta española así lo estipula para una primera visita.
Pero España, sabiendo que en Milán el Santo Arzobispo era resistente a todas las persecuciones y que el pueblo estaba con él, actuó diplomáticamente en Roma para expulsar a Borromeo de Milán.

San Carlos escribe: «Gregorio XIII no es el primer Papa al que se le ha pedido algo similar; ya habían cansado a Pío V con varias peticiones. Pero él nunca quiso acceder… precisamente porque se lo pedían». Así le escribió San Carlos al senador Cesare Mezzabarba.

En otra ocasión le escribió a su agente en Roma, Speciano: «No tomo mis decisiones en función de las órdenes de España».
   
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Esta situación no cambió mucho tras el envío secreto de un mensajero desde San Carlos, Carlo María Bascapè, al propio Felipe II. Muchos halagos, promesas vagas y acertadas, pero al final de la carta el Rey no dudó en darle a Borromeo una reprimenda formal para instarlo a ser más prudente y moderado. «Actuando de otro modo», añadió el Monarca, «surgirán complicaciones que podrían perturbar a la gente; para obtener el bien de los hombres, es importante emplear los medios adecuados a su naturaleza, los remedios apropiados, y no tomar medidas contrarias al objetivo propuesto».

En la tarde del 3 de noviembre de 1584, San Carlos, agotado por la penitencia y el constante trabajo de la vida pastoral, murió con tan solo 46 años de edad, dejando tras de sí un gran legado de afecto, enmarcado, sin embargo, dentro de un oscuro entramado de odio y mala voluntad de todas aquellas personas a las que el Santo Cardenal había perturbado en vida para que cumplieran con su deber.

Casi veinte años tuvieron que transcurrir antes de que el Vicario General de Milán, «superando innumerables dificultades», pudiera iniciar la primera investigación canónica y proceder a la canonización de San Carlos. Mientras aún se debatía a favor y en contra, Dios intervino por San Carlos con numerosos milagros obrados por su intercesión.

La voz de Dios prevaleció y San Carlos fue canonizado por Pablo V el 1 de noviembre de 1610.

La Corona de España ya se había reconciliado con él mediante espléndidas donaciones para su tumba.

Termino con un recuerdo triste.

Hace dos años [1936, N. del T.]en la festividad de San Carlos, el rey [sic] Alfonso XIII, junto con el duque [sic] de Asturias, asistió a la solemne misa pontifical en la catedral, «quántum mutátus ab illo». Mientras un halo de luz sobrenatural irradiaba de la cabeza de San Carlos, el heredero de los antiguos soberanos de España apareció descoronado y reducido a una simple condición privada.

Después de la Santa Misa, rendí homenaje reverente al desafortunado monarca, como lo habría hecho San Carlos, siempre religiosamente devoto a las Autoridades y al Gobierno, pero en mi corazón recordaba aquella profecía del Magníficat: Depósuit poténtes de sede, et exaltávit húmiles (Depuso a los poderosos de sus tronos, y exaltó a los humildes).

lunes, 3 de noviembre de 2025

PRÉVOST, COMO BERGOGLIO: «¿MARÍA CORREDENTORA?, ¡NO!»


Fuentes cercanas a Messa in Latino obtuvieron el texto (obviamente en italiano, el idioma de la Curia vaticana moderna) de “Mater Pópuli Fidélis: Nota doctrinal sobre algunos títulos marianos referidos a la participación de María en la obra de la salvación”, redactada por el cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández Martinelli y que se presentará mañana martes 4.
  
Como se había anticipado, el documento le cerró la puerta a reconocerle el título de Corredentora a la Santísima Virgen María. Si no, mirar los párrafos 17 a 22 (traducción no oficial):
Corredentora
17. El título de Corredentora aparece en el siglo XV como una corrección de la invocación de Redentora (abreviatura de Madre del Redentor) que María venía recibiendo desde el siglo X. San Bernardo le asigna a María un papel al pie de la Cruz, lo que da origen al título de Corredentora, título que encontramos por primera vez en un himno anónimo del siglo XV en Salzburgo [31]. Si bien el título de Redentora se conservó durante los siglos XVI y XVII, desapareció por completo en el siglo XVIII, siendo reemplazado por el de Corredentora. La investigación teológica sobre la cooperación de María en la Redención, durante la primera mitad del siglo XX, condujo a una comprensión más profunda del título de Corredentora [32].

18. Algunos pontífices han utilizado este título sin detenerse a explicarlo [33]. Generalmente, lo han presentado de dos maneras distintas: en relación con la maternidad divina, puesto que María, como madre, hizo posible la Redención realizada por Cristo [34]; y en referencia a su unión con Cristo junto a la Cruz redentora [35]. El Concilio Vaticano II evitó el uso del título Corredentora por razones dogmáticas, pastorales y ecuménicas. San Juan Pablo II lo utilizó, al menos en siete ocasiones, vinculándolo sobre todo al valor salvífico de nuestro sufrimiento ofrecido junto con el de Cristo, a quien María se une especialmente bajo la Cruz [36].

19. En la Feria IV del 21 de febrero de 1996, el Prefecto de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Joseph Ratzinger, al ser preguntado sobre si era aceptable la petición del movimiento Vox Pópuli Maríæ Mediatríci de una definición del dogma de María como Corredentora o Mediadora de todas las gracias, respondió en su voto particular lo siguiente: «Negativo. El significado preciso de los títulos no está claro y la doctrina contenida en ellos no está madura. Una doctrina definida de fide divína pertenece al depósitum fídei, es decir, a la revelación divina transmitida en la Sagrada Escritura y en la tradición apostólica. Aún no está claro cómo se presenta la doctrina expresada en los títulos en la Sagrada Escritura y en la tradición apostólica» [37]. Posteriormente, en 2002, expresó públicamente su opinión en contra del uso de este título: «La fórmula “Corredentora” se aleja demasiado del lenguaje de la Sagrada Escritura y la patrística, y por lo tanto causa malentendidos… Todo proviene de Él, como afirman sobre todo las Cartas a los Efesios y a los Colosenses. María es lo que es gracias a Él. El término “Corredentora” oscurecería su origen». El cardenal Ratzinger no negó que hubiera buenas intenciones y aspectos valiosos en la propuesta de usar este título, pero sostuvo que se trataba de una «terminología incorrecta» [38].

20. El entonces Cardenal mencionó las Cartas a los Efesios y a los Colosenses, donde el vocabulario empleado y el dinamismo teológico de los himnos presentan la singular centralidad redentora y la fuente del Hijo encarnado de tal manera que excluyen la posibilidad de añadir otras mediaciones, puesto que «toda bendición espiritual» se nos da «en Cristo» (Ef. 1, 3), porque en Él somos hijos adoptivos (cf. Ef. 1, 5) y en Él hemos sido agraciados (cf. Ef. 1, 6), «por su sangre tenemos redención» (Ef. 1, 7) y Él «ha derramado sobre nosotros» (Ef. 1, 8) su gracia. En Él «hemos sido hechos herederos» (Ef. 1, 11) y hemos sido predestinados. Dios también quiso que en Él «habitara toda la plenitud» (Col. 1, 19) y que «por medio de Él y para Él todas las cosas fueran reconciliadas» (Col. 1, 20). Esta alabanza del lugar único de Cristo invita tanto a considerar a toda criatura como receptiva, como a una cautela religiosa y prudente al contemplar cualquier forma de posible cooperación en la Redención.

21. El Papa Francisco ha expresado, al menos en tres ocasiones, su clara oposición al uso del título de Corredentora, afirmando que María «nunca quiso tomar nada de su Hijo para sí misma. Nunca se presentó como corredentora. No, discípula» [39]. La obra de la Redención fue perfecta y no requiere adición alguna. Por lo tanto, «Nuestra Señora no quiso tomar ningún título de Jesús […]. No pidió ser cuasi-redentora ni corredentora: no. Solo hay un Redentor y este título no puede duplicarse» [40]. Cristo «es el único Redentor: no hay corredentores con Cristo» [41]. Porque «el sacrificio de la Cruz, ofrecido con un espíritu amoroso y obediente, presenta una satisfacción superabundante e infinita» [42]. Aunque podemos prolongar sus efectos en el mundo (cf. Col. 1, 24), ni la Iglesia ni María pueden reemplazar ni perfeccionar la obra redentora del Hijo de Dios encarnado, que fue perfecta y no necesita añadidos.

22. Dada la necesidad de explicar el papel subordinado de María a Cristo en la obra de la Redención, resulta siempre inapropiado utilizar el título de Corredentora para definir su cooperación. Este título corre el riesgo de oscurecer la singular mediación salvífica de Cristo y, por lo tanto, puede generar confusión y desequilibrio en la armonía de las verdades de la fe cristiana, porque «en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4, 12). Cuando una expresión requiere numerosas y continuas explicaciones para evitar que se desvíe de su verdadero significado, no sirve a la fe del Pueblo de Dios y se torna inapropiada. En este caso, no conviene exaltar a María como la primera y más grande colaboradora en la obra de la Redención y la gracia, porque el peligro de oscurecer el papel exclusivo de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación, el único capaz de ofrecer al Padre un sacrificio de valor infinito, no constituiría un verdadero honor para la Madre. En efecto, como «sierva del Señor» (Luc. 1, 38), ella nos señala a Cristo y nos pide que hagamos «todo lo que él nos diga» (Jn. 2, 5).

NOTAS
[31] Por lo que sabemos, esto ocurrió en el siglo XV, por un himnógrafo benedictino, que nos dejó la siguiente oración escrita, conservada en el monasterio de San Pedro de Salzburgo: «Pia dulcis et benígna / nullo prorsus luctu digna / si fletum hinc elígeres / ut compássa Redemptóri / captiváto transgressóri / tu corredémptrix fíeres». «Piadosa, dulce y benigna / que no mereces dolor, / si de aquí arrancas la conversión / compartiendo la Pasión del Redentor/ por el prisionero pecador, / te has convertido en Corredentora»: De compassióne Beátæ Maríæ Vírginis, 20: Ms S. Petri Salisburgensis (s. XV); Codex Petrinus, III, 20 A; Orat. Ms S. Petri. (ss. XIV-XV), Codex Petrinus, 1, 20 B. En Guido María Dreves (ed.), Analécta Hýmnica Médii Ævi, Leipzig, Reisland, tomo 46, 1905, n. 79, 127. 
[32] Los teólogos entienden el título de corredentora de diferentes maneras: a) Cooperación inmediata, cristotípica o maximalista, que sitúa la cooperación de María como próxima, directa e inmediata a la Redención misma (Redención objetiva). En este sentido, los méritos de María, si se subordinan adecuadamente a los de Cristo, tendrían un valor redentor para la salvación; b) Cooperación mediada o minimalista, limitada al «sí» de la Anunciación. Esta sería una cooperación mediada que posibilita la Encarnación como paso previo a la Redención; c) Cooperación inmediata, receptiva o eclesiotípica, que coopera en la Redención objetiva en el sentido de que aceptó los frutos del sacrificio redentor del Salvador, representando a la Iglesia. En esta cooperación inmediata y receptiva, María simplemente aceptó la Redención de Cristo, convirtiéndose en la «primera Iglesia».
[33] Durante el pontificado de San Pío X, el título de Corredentora se encuentra en un documento de la Sagrada Congregación de Ritos y del Santo Oficio. Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Dolóres Vírginis Deíparæ (13 de mayo de 1908): Acta Sanctæ Sedis 41 (1908), 409; Sagrada Congregación del Santo Oficio, Decreto Sunt Quos Amor (26 de junio de 1913): Acta Apostólicæ Sedis 5 (1913), 364, que alaba la costumbre de añadir al nombre de Jesús el nombre «de su madre, nuestra corredentora, la bienaventurada María»; Ibíd., Oración de Reparación a la Bienaventurada Virgen María (22 de enero de 1914): Acta Apostólicæ Sedis 6 (1914), 108, en la que María es llamada «corredentora del género humano». El primer Papa en utilizar el término Corredentora fue Pío XI, en el Breve del 20 de julio de 1925, dirigiéndose a la Reina del Rosario de Pompeya: «Pero recuerda también que en el Calvario te convertiste en Corredentora, cooperando mediante la crucifixión de tu corazón por la salvación del mundo, junto con tu Hijo crucificado»: Pío XI, Ad Beátæ Vírginis Maríæ a sacratíssimo Rosário in Valle Pompejána, en Sagrada Penitenciaría Apostólica, Enchiridion Indulgentiarum, Imprenta Políglota Vaticana, Roma 19522, n. 628; cf. Id., Discurso “He aquí otra vez” a un grupo de peregrinos de Vicenza (30 de noviembre de 1933): L’Osservatore Romano, 1 de diciembre de 1933, 1.
[34] Cf. Ibíd., Mensaje radiofónico de clausura del Año Santo de la Redención en Lourdes (28 de abril de 1935): L’Osservatore Romano, 20-30 de abril de 1935, 1.
[35] Cfr. Id., Ad Beátæ Vírginis Maríæ a sacratíssimo Rosário in Valle Pompejána, en Sagrada Penitenciaría Apostólica, Enchiridion Indulgentiarum, Roma 1952, n. 628.
[36] Cfr. San Juan Pablo II, Audiencia general (10 de diciembre de 1980): Insegnamenti III/2 (1980), 1646; Id., Audiencia General (8 de septiembre de 1982): Insegnamenti V/3 (1982), 404; Id., Angelus (4 de noviembre de 1984): Insegnamenti VII/2 (1984), 1151; Id., Homilía en el Santuario de Nuestra Señora de Alborada en Guayaquil (Ecuador) (31 de enero de 1985): Insegnamenti VIII/1 (1985), 319; Id., Ángelus del Domingo de Ramos (31 de marzo de 1985): Insegnamenti VIII/1 (1985), 890; Ibíd., Discurso a los peregrinos de la Obra Federal de Transporte de Enfermos a Lourdes (OFTEL) (24 de marzo de 1990): Insegnamenti XIII/1 (1990), 743; Ibíd., Ángelus (6 de octubre de 1991): Insegnamenti XIV/2 (1991), 756. Tras la Feria IV de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, el 21 de febrero de 1996, San Juan Pablo II dejó de usar el título de Corredentora. Cabe destacar, sin embargo, que este título no aparece en la Carta Encíclica Redemptóris Mater del 25 de marzo de 1987, documento por excelencia en el que San Juan Pablo II explica el papel de María en la obra de la Redención.
[37] J. Ratzinger, Actas de la Feria IV del 21 de febrero de 1996, en los Archivos del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
[38] J. Ratzinger ‒ P. Seewald, Dios y el mundo. Ser cristianos en el nuevo milenio. Una conversación con Peter Seewald, Milán 2001, 278.
[39] Francisco, Homilía en la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre de 2019): Acta Apostólicæ Sedis 112 (2020), 9.
[40] Ibíd., Meditaciones diarias: Nuestra Señora de los Dolores, discípula y madre (3 de abril de 2020): L’Osservatore Romano, 4 de abril de 2020, 8.
[41] Ídem, Audiencia general (24 de marzo de 2021): L’Osservatore Romano, 24 de marzo de 2021, 8.
[42] Pío XII, Carta encíclica Hauriétis Aquas (15 de mayo de 1956) n. 10: Acta Apostólicæ Sedis 48 (1956), 321. 
Y en cuanto al título de Mediadora, solo le reconocen un papel pasivo en cuanto (Tucho dixit) «su disposición a dejarse llenar por el Espíritu» (¿cuál?), simplemente para tener al Hijo de Dios (perdón por la comparación) como si fuera un vientre de alquiler:
Mediadora
23. El concepto de «mediación» se utiliza en la patrística oriental desde el siglo VI. En los siglos siguientes, San Andrés de Creta [43], San Germán de Constantinopla [44] y San Juan Damasceno [45] emplearon este título con distintos significados. En Occidente, su uso se hizo más frecuente a partir del siglo XII, si bien no fue hasta el siglo XVII cuando se afirmó como tesis doctrinal. En 1921, el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas, con la colaboración científica de la Universidad Católica de Lovaina y el apoyo de los obispos, el clero y el pueblo belga, solicitó al papa Benedicto XV una definición dogmática de la mediación universal de María; sin embargo, el Papa no la concedió, sino que únicamente aprobó una fiesta, con su propia misa y el oficio de María Mediadora [46]. Desde entonces hasta 1950, se llevó a cabo una investigación teológica sobre la cuestión, que llegaría a la fase preparatoria del Concilio Vaticano II. Sin embargo, el Concilio no formuló declaraciones dogmáticas [47] y prefirió ofrecer una amplia síntesis sobre «la doctrina católica acerca del lugar que debe atribuirse a la Bienaventurada Virgen María en el misterio de Cristo y de la Iglesia» [48].

24. La expresión bíblica que se refiere a la mediación exclusiva de Cristo es perentoria. Cristo es el único Mediador: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien se entregó a sí mismo en rescate por todos» (1.ª Tim. 2, 5-6). La Iglesia ha explicado este lugar único de Cristo por el hecho de que, siendo el Hijo eterno e infinito, la humanidad que asumió está hipostáticamente unida a Él. Este lugar es exclusivo de su humanidad, y las consecuencias que de él se derivan solo pueden aplicarse a Cristo. En este sentido preciso, el papel del Verbo encarnado es exclusivo y único. Dada esta claridad del Verbo revelado, se requiere especial prudencia al aplicar el título de «Mediadora» a María. Ante la tendencia a ampliar el alcance de la cooperación de María, partiendo de este término, conviene precisar tanto su valioso significado como sus límites.

25. Por un lado, no podemos ignorar el uso tan común del término «mediación» en los más diversos ámbitos de la vida social, donde se entiende simplemente como cooperación, asistencia e intercesión. En consecuencia, se aplica inevitablemente a María en un sentido subordinado y de ninguna manera pretende añadir eficacia o poder alguno a la mediación única de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

26. Por otro lado, es evidente que hubo una verdadera mediación de María para hacer posible la verdadera Encarnación del Hijo de Dios en nuestra humanidad, porque era necesario que el Redentor «naciera de mujer» (Gál. 4, 4). El relato de la Anunciación muestra que no se trató de una mediación meramente biológica, ya que destaca la presencia activa de María, quien pide (cf. Lc. 1, 29.34) y acepta con decisión: «Hágase» (Luc. 1, 38). Esta respuesta de María abrió las puertas a la Redención que aguardaba toda la humanidad y que los santos describieron con dramatismo poético. [49]  En las bodas de Caná, María también desempeña un papel de mediadora, cuando presenta a Jesús las necesidades de los esposos (cf. Jn. 2,3) y cuando pide a los sirvientes que sigan sus instrucciones (cf. Jn. 2, 5).

27. En el Concilio Vaticano II, el término mediación se refiere principalmente a Cristo y, en ocasiones, también a María, aunque de manera claramente subordinada [50]. De hecho, se prefería una terminología diferente para referirse a ella, centrada en la cooperación [51] o en la asistencia maternal [52]. La enseñanza del Concilio formula claramente la perspectiva de la intercesión maternal de María, con expresiones como «multiplicidad de intercesiones» y «protección maternal» [53]. Estos dos aspectos, juntos, configuran la especificidad de la cooperación de María en la acción de Cristo por medio del Espíritu. Estrictamente hablando, no podemos hablar de otra mediación de la gracia que la del Hijo de Dios encarnado [54]. Por esta razón es necesario recordar siempre, y no ocultar, la convicción cristiana de que «la verdad de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y único Salvador, que en su encarnación, muerte y resurrección consumó la historia de la salvación, que tiene en él su plenitud y su centro, debe ser firmemente creída como un hecho perenne de la fe de la Iglesia» [55].

María en la singular mediación de Cristo
28. Al mismo tiempo, debemos recordar que la singularidad de la mediación de Cristo es inclusiva; es decir, Cristo posibilita diferentes formas de mediación en el cumplimiento de su plan salvífico para que, en comunión con él, todos podamos ser, de algún modo, colaboradores con Dios, mediadores los unos para los otros (cf. 1.ª Cor 3, 9). Precisamente porque Cristo posee un poder supremo e infinito, puede capacitar a sus hermanos y hermanas, haciéndolos capaces de una verdadera cooperación en la realización de sus planes. El Concilio Vaticano II sostuvo que «la singular mediación del Redentor no excluye, sino que inspira en las criaturas una cooperación diversa que participa de una sola fuente» [56]. Por esta razón, «es necesario profundizar en el contenido de esta mediación participativa, aunque siempre debe regirse por el principio de la singular mediación de Cristo» [57]. Sigue siendo cierto que la Iglesia prolonga en el tiempo y comunica en todas partes los efectos del acontecimiento pascual de Cristo, [58] y que María ocupa un lugar único en el corazón de la Madre Iglesia [59].

29. La participación de María en la obra de Cristo se hace evidente si partimos de la convicción de que el Señor resucitado impulsa, transforma y capacita a los creyentes para colaborar con Él en su obra. Esto no se debe a ninguna debilidad, incapacidad o necesidad por parte de Cristo mismo, sino precisamente a su glorioso poder, capaz de involucrarnos, generosa y libremente, como colaboradores en su obra. Lo que debe destacarse aquí es precisamente esto: cuando Él nos permite acompañarlo y, bajo el impulso de su gracia, dar lo mejor de nosotros mismos, es su poder y su misericordia los que, en última instancia, son glorificados.

Fructíferos en el glorioso Cristo
30. El siguiente texto es particularmente esclarecedor: «El que cree en mí, las obras que yo hago, las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre» (Jn. 14, 12). Los creyentes, unidos a Cristo resucitado, que ha vuelto al seno del Padre, pueden realizar obras que superan las maravillas del Jesús terrenal, pero siempre gracias a su unión, por la fe, con el Cristo glorioso. Esto se manifestó, por ejemplo, en la admirable expansión de la Iglesia primitiva, porque el Resucitado hizo partícipe a su Iglesia de esta obra suya (cf. Mc. 16, 15). De este modo, su gloria no disminuyó, sino que se manifestó aún más, mostrándose como un poder capaz de transformar a los creyentes, haciéndolos fecundos junto a él.
  
31. En los Padres de la Iglesia, esta visión encontró una expresión particular en el comentario a Jn. 7, 37-39, ya que algunos interpretaron la promesa de los «ríos de agua viva» como una referencia a los creyentes. Es decir, los mismos creyentes, transformados por la gracia de Cristo, se convierten en fuentes para los demás. Orígenes explicó que el Señor cumple lo anunciado en Jn. 7, 38 haciendo que de nosotros broten ríos de agua: «El alma humana, hecha a imagen de Dios, puede contener en sí misma y producir de sí misma pozos, manantiales y ríos» [60]. San Ambrosio recomendó beber del costado abierto de Cristo «para que la fuente de agua que brota para vida eterna abunde en vosotros» [61]  Santo Tomás de Aquino lo expresó afirmando que, si un creyente «se apresura a comunicar a los demás los diversos dones de gracia que ha recibido de Dios, de su corazón brota agua viva» [62].

32. Si esto es cierto para todo creyente, cuya cooperación con Cristo se vuelve más fecunda cuanto más se deja transformar por la gracia, con mayor razón debe decirse lo mismo de María, de manera única y suprema. Porque ella es la «llena de gracia» (Lc. 1, 28) que, sin poner obstáculos a la obra de Dios, dijo: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1, 38). Ella es la Madre que dio al mundo al Autor de la Redención y la gracia, que permaneció firme al pie de la Cruz (cf. Jn. 19, 25), sufriendo con su Hijo, ofreciendo el dolor de su corazón maternal traspasado por la espada (cf. Lc. 2, 35). Permaneció unida a Cristo desde la Encarnación hasta la Cruz y la Resurrección de una manera exclusiva y superior a cualquier cosa que pudiera sucederle a cualquier creyente.

33. Todo esto no por sus méritos, sino porque los méritos de Cristo en la Cruz le fueron aplicados plenamente, de manera especial y anticipada, para la gloria del único Señor y Salvador [63]. En resumen, María es un himno a la eficacia de la gracia de Dios, de modo que cualquier testimonio de su belleza remite inmediatamente a la glorificación de la fuente de todo bien: la Trinidad. La grandeza incomparable de María reside en lo que recibió y en su confiada disposición a dejarse llenar por el Espíritu. Cuando intentamos atribuirle funciones activas, paralelas a las de Cristo, nos alejamos de esa belleza incomparable que le es propia. La expresión «mediación participativa» puede expresar un sentido preciso y precioso del lugar de María, pero si no se comprende adecuadamente, podría fácilmente oscurecerlo e incluso contradecirlo. La mediación de Cristo, que en ciertos aspectos puede ser «inclusiva» o participativa, en otros es exclusiva e incomunicable.
  
NOTAS
[43]  Cfr. San Andrés de Creta, In Nativitátem Maríæ, IV: Patrología Græca 97, 865A.
[44]  Cfr. San Germán de Constantinopla, In Annuntiatiónem Sanctæ Deíparæ: Patrología Græca 98, 322 a.C.
[45]  Cf. San Juan Damasceno, In dormitiónem Deíparæ I: Patrología Græca 96, 712B-713A.
[46]  El 12 de enero de 1921, Benedicto XV, a petición del cardenal Désiré-Joseph Mercier, concedió a la Iglesia de Bélgica el Oficio y la Misa de la Bienaventurada Virgen María, «Mediadora de todas las gracias», para ser celebrada el 31 de mayo. Posteriormente, la Sede Apostólica concedió el mismo Oficio y Misa a numerosas otras diócesis y congregaciones religiosas, previa solicitud: cf. Acta Apostólicæ Sedis 13 (1921), 345.
[47]  Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen géntium (21 de noviembre de 1964), n. 62: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 63; Pontificia Academia Mariana Internacional, ¿Un nuevo dogma mariano?: L’Osservatore Romano, 4 de junio de 1997, 10: «La Constitución Lumen géntium, que por una decisión meditada no contiene la definición dogmática de mediación, fue aprobada con 2151 votos a favor de un total de 2156 votantes […] Tan solo 33 años después de la promulgación de Lumen géntium […] el panorama eclesial, teológico y exegético no ha cambiado sustancialmente». Esta declaración de la Pontificia Academia Mariana Internacional se añadió a la Declaración de la Comisión Teológica creada en el marco del XII Congreso Mariológico Internacional (Częstochowa, 12-24 de agosto de 1996), que consideró inapropiado proceder con la definición dogmática de María como «mediadora», «corredentora» y «abogada». Cf. Comisión Teológica del Congreso de Częstochowa, Solicitud de definición del dogma de María como Mediadora, Corredentora y Abogada. Declaración de la Comisión Teológica del Congreso de Częstochowa: L’Osservatore Romano, 4 de junio de 1997, pág. 10.
[48]  ​​San Pablo VI, Discurso de clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II (21 de noviembre de 1964): Acta Apostólicæ Sedis 56 (1964), 1014.
[49]  Cfr. S. Bernardo de Claraval, Homilía in láudibus Vírginis Matris, IV, 8: Patrología Latína 183, 83CD-84AB.
[50]  Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen géntium (21 de noviembre de 1964), nn. 55-62: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 59-63.
[51]  Véase Ibid., núms. 53, 56, 61, 63: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 59; 60; 63; 64.
[52]  Véase Ibid., núms. 60, 62, 63, 65: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 62; 63; 64; 65.
[53]  Ibíd., n. 62: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 63.
[54]  Cf. Francisco, Audiencia general (24 de marzo de 2021): L’Osservatore Romano, 24 de marzo de 2021, 8.
[55]  Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dóminus Jesus (6 de agosto de 2000), n. 13: Acta Apostólicæ Sedis 92 (2000), 754-755.
[56]  Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen géntium (21 de noviembre de 1964), n. 62: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 63.
[57]  Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dóminus Jesus (6 de agosto de 2000), n. 14: Acta Apostólicæ Sedis 92 (2000), 755.
[58]  Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen géntium (21 de noviembre de 1964), n. 1: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 5; Francisco, Exhortación Apostólica Evangélii gáudium (24 de noviembre de 2013), n. 112: Acta Apostólicæ Sedis 105 (2013), 1066.
[59]  Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen géntium (21 de noviembre de 1964), n. 65: Acta Apostólicæ Sedis 57 (1965), 64-65; Francisco, Exhortación Apostólica Evangélii gáudium (24 de noviembre de 2013), n. 288: Acta Apostólicæ Sedis 105 (2013), 1136.
[60]  Orígenes, Homilía en Números, XII, 1:  Patrología Græca 12, 657.
[61]  San Ambrosio, Epístola 11, 24: Patrología Latína 16, 1106D.
[62]  Santo Tomás de Aquino, Super Joannem, cap. 7, lección 5.
[63]  Cfr. Pío IX, Constitución Apostólica Ineffábilis Deus (8 de diciembre de 1854): Pontíficis Máximi Acta. Pars prima, Roma 1854, 616: «… por singular gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en vista de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano» (Denzinger-Hünermann 2803).
   
Así, con esta decisión (que borra de un plumazo siglos de testimonios patrísticos y litúrgicos de Oriente y Occidente, y pronunciamientos papales hasta Pío XII inclusive, que hacían de la Corredención y Mediación de María, si no dogma, una doctrina cierta) se culminó el rechazo que desde el Vaticano II, e incluso antes, se ha tenido hacia la Santísima Virgen solamente para complacer a los herejes protestantes. Y el título “Mater Pópuli Fidélis” (Madre del Pueblo fiel) propuesto en el presente documento tucho-bergoglio-prevostiano es, lejos de exaltación, una afrenta a la Santísima Virgen mucho peor que el rebajarla a “Mater Ecclésiæ” del Vaticano II.

Como Católicos, necesariamente hemos de ver que el documento no vale el papel (ni los bytes) que lo soportan, al provenir de usurpadores sin autoridad alguna, como quiera que son apóstatas.

NO SE HIZO ESPERAR LA RESPUESTA AL ACTO ECUMÉNICO: COLAPSA TORRE MEDIEVAL DE ROMA


Una sección de la “Torre de los Condes”, del siglo XIII y situada junto al Foro Romano y al Coliseo, se derrumbó el lunes 2 de Noviembre a las 11:20h (hora local) durante unas obras de restauración y dejó al menos a un trabajador herido grave, según medios italianos.

Los bomberos rescataron a tres trabajadores, mientras otro de nacionalidad rumana permanecía atrapado en el interior durante las labores de rescate, en las que cayeron más escombros hora y media después [ACTUALIZACIÓN: El trabajador atrapado, identificado como Octay Stroici, de 66 años, fue rescatado hacia las 23:00h y llevado a un hospital, donde posteriormente falleció en la madrugada del martes 4 producto de las lesiones sufridas].
   

Cientos de turistas presenciaron la escena mientras los equipos de emergencia se apresuraban a asegurar la zona del Foro Romano y la Plaza de Venecia.
  
Una semana antes, en el área del Foro Romano, la Comunidad de San Egidio realizó un encuentro ecuménico de oración conmemorando los 40 años del Encuentro Interreligioso de Asís de 1986 (donde Wojtyła permitió colocar una imagen de Buda en el tabernáculo de la iglesia de San Pedro), en el que participaron León XIV Riggitano-Prévost y el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana el cardenal Matteo Maria Zuppi Fumagalli.
  

La histórica torre fue construida entre 1203 y 1216 por el arquitecto Marción de Arezzo para el conde de Sora Ricardo de los Condes de Segni, hermano del papa Inocencio III (reinó entre 1198 y 1216) a partir del núcleo construido en el año 885 por su antepasado Pedro de los Condes de Anagni sobre una de las cuatro exedras del Templo de la Paz (Foro de Vespasiano), en la frontera con el territorio de la familia rival Frangipani, y revestida con losas de travertino procedentes de los Foros Imperiales (de las cuales fue despojada por Miguel Ángel para construir la Puerta Pía).

Según historiadores y académicos, la Torre de los Condes de Segni mediría originalmente de entre 50 y 60 metros de altura (lo que le valió el apodo de Torre Mayor y que el humanista Francisco Petrarca la elogiase como «Torre única en todo el mundo»), los pisos superiores fueron destruidos por una serie de terremotos, culminando con el de 1349, tras el cual fue abandonada hasta 1620, cuando fue reconstruida por la Cámara Apostólica en su tamaño actual de 29 metros. Otros terremotos en 1630 y 1644 causaron daños que fueron reparados a finales del siglo XVII por el papa Alejandro VIII, quien añadió dos contrafuertes. Galileo Galilei empleó la torre para sus observaciones astronómicas.
  
Hipótesis de reconstrucción de la Torre de los Condes (Fuente: Francesco Giovannetti, “Il laboratorio di progettazione del Master in restauro Architettonico”. En Ricerche di Storia dell’arte, 2012, págs. 9-26).

En 1937, Benito Mussolini, que la salvó de la demolición para construir la calle de los Foros Imperiales (años atrás, se salvó de ser demolida para construir la calle Cavour), donó la torre a los Arditi (tropas de asalto italianas), quienes conservaron su propiedad hasta 1943. La torre alberga el mausoleo del general Alessandro Parisi, líder de los Arditi, quien falleció en un accidente automovilístico en 1938 y cuyos restos se conservan allí en un antiguo sarcófago romano.
   
Después de la guerra, la torre fue usada como sede de oficinas públicas, hasta que fue ocupada por invasores ilegales hasta su desalojo en 2006. En 2022 la Municipalidad inició la recuperación y restauración, que costaba 6,9 millones de euros con el fin de convertir la torre en un museo. El sitio recibió la visita del alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, y del ministro de Cultura, Alessandro Giuli.
  
Ante la noticia, la Directora del Departamento de Información y Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa, María Vladímirovna Zajárova Machulko, criticó en su canal de Telegram, que Italia haya destinado 2,5 millardos de euros en ayuda militar a la Junta de Kiev, y presentó el derrumbe de la torre como señal de un futuro colapso económico de Italia. «Mientras el gobierno italiano siga despilfarrando el dinero de los contribuyentes, la Italia se derrumbará, desde la economía hasta las torres», escribió. Palabras que fueron criticadas tanto por el gobierno italiano como por el diputado opositor Angelo Bonelli, que incluso pidió a la primera ministra italiana Giorgia Meloni citar al embajador ruso Alexéi Paramonov al Palacio Farnesio para una nota de protesta, como en efecto sucedió.

CON PRÉVOST, ¡QUE SIGA LA PAPOLATRÍA!

Noticias tomadas de distintas fuentes.
  
1.º RIGGITANO-PRÉVOST “CANONIZA” A SU PREDECESOR: «FRANCISCO FUE UN ALMA ESCOGIDA».
  

León XIV Riggitano-Prévost presidió en la Basílica de San Pedro el servicio Novus Ordo de réquiem en memoria de su predecesor Francisco Bergoglio y de otros 142 obispones y cardenales fallecidos el año pasado. 

Empezando su homilía, dijo ofrecer la celebración «con gran afecto por el alma elegida del papa Francisco, quien falleció después de haber abierto la Puerta Santa e impartido a Roma y al mundo la bendición pascual».

«Queridísimos, el amado papa Francisco y los hermanos cardenales y obispos por quienes hoy ofrecemos el sacrificio eucarístico han vivido, testimoniado y enseñado esta esperanza nueva, pascual. El Señor los llamó y los constituyó pastores en su Iglesia, y con su ministerio ellos —usando el lenguaje del libro de Daniel— “condujeron a muchos a la justicia” (cf. Dn. 12, 3), es decir, los guiaron por el camino del Evangelio con la sabiduría que viene de Cristo, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención (cf. 1.ª Cor. 1, 30)», dijo en un rimbombante tono áulico.

«Que a nosotros, aún peregrinos en la tierra, nos llegue en el silencio de la oración su aliento espiritual». Esa fue la esperanza que Riggitano-Prévost profirió finalizando su panegírico antes de citar el salmo 42, 6: «Espera en Dios: todavía podré alabarlo, a Él, salvación de mi rostro y mi Dios».
   
2.º ELABORAN ESTATUA DE RIGGITANO-PRÉVOST COMO PARTE DE LA “RUTA PAPAL” EN PERÚ.
  

Una estatua de cinco metros de altura y media tonelada de peso está siendo elaborada en honor de León XIV Riggitano-Prévost en Chiclayo (Perú), informó Swiss Info.
  
«Este monumento simboliza el agradecimiento del pueblo de Lambayeque al Santo Padre por su mensaje de amor, esperanza y unidad», declaró el gerente regional de Comercio Exterior y Turismo de Lambayeque, Félix Nicanor Mío Sánchez. «Queremos que esta escultura sea un ícono de fe y hospitalidad. Con su sonrisa, el papa León XIV dará la bienvenida a los turistas que llegan para disfrutar de nuestra gastronomía, playas, museos y naturaleza», añadió.

La escultura, hecha totalmente en fibra de vidrio y representando a Riggitano-Prévost sonriente y la palma de su mano derecha extendida, fue diseñada por el artista local Juan Carlos Ñañake Torres (autor del guayasaminesco mural en mosaico “Santo Toribio y la educación” en el campus de la USAT en Chiclayo), y elaborada junto con otros seis colegas. «Ha sido un reto enorme. Es la primera vez que realizamos una escultura de cinco metros sobre un pedestal de dos metros adicionales. Nos sentimos orgullosos de aportar al arte sacro y al turismo de la región», afirmó.

Esta pieza, que se instalará en una de las entradas de la ciudad, será parte de un total de tres esculturas que conformarán el llamado “Paseo Papal” del mismo artista, un “corredor temático” junto a la costa que, según declaró, «permitirá que las familias y los turistas puedan tomarse fotografías y participar en actividades culturales».
  
Dos meses después de la “elección” de Roberto Francisco Riggitano-Prévost Martínez OSA como sucesor de Francisco Bergoglio, el gobierno peruano creó la ruta turística “Caminos del papa León XIV”, que comprende los departamentos de Lambayeque, Piura y La Libertad, y la Provincia Constitucional del Callao (donde ejerció como administrador diocesano tras la renuncia-destitución del kikobispón José Luis del Palacio y Pérez-Medel).

NOVENA EN HONOR A SAN MILLÁN DE LA COGOLLA

Tomada de la Vida y y novena de San Millán de la Cogolla, Patrón de España de fray Pedro Corro de la Virgen del Rosario OAR, publicada en Manila por la Imprenta del Colegio de Santo Tomás en 1897.
    
NOVENA EN HONOR DEL GLORIOSO SAN MILLÁN, PATRONO DE ESPAÑA
   


Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ACTO DE CONTRICIÓN – PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido: propongo firmemente de nunca más pecar, y de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, y de confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta: ofrézcoos mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados; y así como os lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonaréis, por los merecimientos de vuestra preciosísima Sangre, Pasión y Muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.
       
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios mío y Redentor mío, que en el humilde y santísimo Millán os dignasteis presentar al pueblo cristiano un Protector y Abogado poderosísimo, a la vez que un dechado perfecto de todas las virtudes. Dignaos, Señor, concederme la gracia necesaria para hacer con la mayor devoción esta novena en honor de vuestro siervo tan distinguido y concededme que, inflamado mi corazón con la consideración de su santísima vida, me anime yo a imitar con fe y constancia sus admirables virtudes, haciéndome así digno y merecedor de su especial amparo y de vuestra infinita misericordia. Perdonad, Señor, las muchas imperfecciones con que cada día os ofendo, y concededme el beneficio especial que os suplico en esta novena; y sobre todo, la gracia inapreciable de la perseverancia en vuestro santo servicio, ahora y siempre, y en la hora de mi muerte. Amén.
    
DÍA PRIMERO – 3 DE NOVIEMBRE
MEDITACIÓN
Así como la soberbia es la raíz de todos nuestros vicios e imperfecciones, de la misma suerte, el más seguro fundamento de la santidad cristiana consiste en la humildad, la cual, poniendo ante nuestros ojos el lodo de la tierra de que fuimos formados, nos enseña a no presumir de nosotros mismos y a no fiar demasiado en nuestras propias fuerzas, al mismo tiempo que nos hace comprender que el camino más recto y seguro para ir al Cielo es el de los menosprecios y las contradicciones, los cuales nos obligan a buscar en el Cielo, de manos del mismo que nos hizo de la nada, el remedio contra las flaquezas emanadas de nuestra miserable condición. De aquí que los Santos y siervos de dios nada hayan temido y aborrecido tanto como los aplausos y alabanzas de los hombres, de que se creían indignos, al paso que nada tampoco han estimado tanto como los desprecios y persecuciones, juzgándolos como la más preciosa escuela para aprender a conceptuarse en nada, para acostumbrarse a reflexionar frecuentemente que son polvo y en polvo habrán de convertirse. De aquí también una como contienda santa entre Dios y sus siervos, estos buscando en todo única y exclusivamente la gloria de Dios, y Dios mirando con especial esmero a la glorificación de sus amantes servidores, conforme a su promesa por aquellas palabras del Espíritu Santo: El que se humille será ensalzado. Nuestro bienaventurado Protector San Millán, no pudiendo sobrellevar la confusión de su alma por los aplausos y bendiciones de que era objeto en su modesta estancia de Suso, huye de entre los hombres a esconderse en lo más espantoso del desierto; el Señor en cambio, derramando sobre Millán las gracias más admirables y extraordinarias, no sólo santifica su alma candorosa, sino que, elevándolo y glorificándolo a medida que él se humilla y anonada, hace de Millán uno de los Santos más aplaudidos y venerados que ha conocido el mundo.
   
ORACIÓN
Oh bendito San Millán, que por modo tan perfecto supiste hollar las vanidades del mundo y anonadarte delante de los hombres; ayúdanos con tu poderoso patrocinio para que, siguiendo constantemente tus hermosos pasos, aprendamos a dominar nuestro excesivo orgullo y lleguemos a comprender que nada somos, nada valemos de nuestro propio caudal, sino conforme a aquello que hayamos recibido de nuestro Dios y Redentor. No permitas consiga cegarnos la soberbia, hasta el extremo de que nos creamos con derecho para aborrecer y despreciar a nuestros prójimos, por inferiores o indignos que los juzgue el mundo. Haz por el contrario que, conformes todos en la imitación de aquel que dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, teniendo todos un solo corazón y una sola alma, podamos algún día en compañía tuya cantar en el cielo las alabanzas divinas por toda la eternidad. Amén.
    
Díganse ahora tres Padre Nuestros, tres Ave Marías y tres Gloria Patris en honor de San Millán.
    
GOZOS EN HONOR A SAN MILLÁN
  
Millán Lucero esplendente
Que en luz baña el suelo hispano:
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
De dicha y paz mensajero
En pobre cuna mecido
De gozo Berceo henchido
Velo tu sueño primero.
De la patria permanente
Desde el trono soberano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
De ovejas en el cuidado
Transcurrió tu adolescencia:
¡Siempre ellas de la inocencia
Fueron ejemplo y dechado!
Ante tu vida inocente
Tiemble el orgullo mundano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Dios te miró desde el cielo
Y al ver una alma tan pura,
Un ángel desde la altura
Tendió a la tierra su vuelo.
De la gloria indeficiente
Él te revelo el arcano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Nuevo Eliseo en la escuela
Del Santo Félix formado, 
Su Espíritu agigantado
Mas grande en ti se revela.
Cámbiese en virtud ferviente
Nuestro espíritu liviano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Por voz suprema atraído
Del Distercio hasta las cimas
Cual águila te sublimas
Huyendo el mundano ruido.
Desde la eterna pendiente
Tiéndenos tu santa mano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Allí el amor te devora
Y en serafín transformado,
Si gime al cuerpo agobiado,
Luce al alma eterna aurora.
Prenda amor tan inocente
En nuestro pecho profano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Pastor de almas cuanto adquieres
Das sin limites ni modos:
Tu respiras para todos 
Y el alma de todos eres.
Tu caridad siempre ardiente
Nunca Imploremos en vano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Apenas tu celo estalla.
Es tu voz conjuro santo,
Ante el cual muda de espanto
Huye la infernal canalla.
Huya también imponente
Hoy a tu voz el tirano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
De Cantabria entre las ruinas
Aun se oye tu voz de trueno,
En cuyo angustiado treno
Vibran las iras divinas
Ante el juez Omnipotente
No olvides ser nuestro hermano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Junto a tus restos gloriosos
Giro un mundo de grandezas
Y humillaron sus cabezas
Los reyes mas poderosos.
Que hoy su virtud acreciente
Junto a ellos el mundo vano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
La patria que en gloria bañas,
A tu amparo agradecida
Te proclama envanecida
Patrono de las Españas.
Sostén con mano potente
Nuestra fe, insigne Riojano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
   
Antífona: Este varón, despreciando el mundo y triunfando de lo terreno, se granjeó riquezas de para el cielo con sus obras y palabras.
℣. El Señor dirigió al justo por caminos rectos.
℞. Y le mostro el reino de Dios.
    
ORACIÓN
Te suplicamos, oh Señor, que nos haga recomendables la intercesión de San Millán, Abad, para conseguir con su protección lo que no podemos por nuestros méritos. Por nuestro Señor Jesucristo, Hijo tuyo, que como Dios verdadero vive y reina contigo y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
DÍA SEGUNDO – 4 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
El mundo, tan injusto y desacertado en sus juicios sobre el valor y mérito de las cosas, en nada quizás se equivoca tanto como al juzgar acerca de la importancia y significación de los bienes temporales. Resultando este error tanto más peligroso para las almas, cuanto que, no siendo de por sí pecaminosa la posesión de las riquezas, por grandes que estas quieran suponerse, no es fácil llegar a comprender los muchísimos e incalculables perjuicios que en ellas se esconden para cuantos, engañados por la tentación, creen haber de encontrar en ellas la paz y el bienestar por que suspiran. ¿De qué nos servirá ganar todo el mundo, dice el Evangelio, si perdemos nuestra alma? Desde luego puede darse por seguro que ninguno de los vicios, a que se halla expuesta la humanidad, ha causado jamás en el mundo tantas infamias, tantas injusticias, tantas ingratitudes, tantos atropellos, tantos desórdenes, en fin, de todo género, como el excesivo amor a los bienes de la tierra. ¡Oh abismo insondable de la miseria humana! Atropellar por un mezquino interés las obligaciones más sagradas de la amistad o de la gratitud; arriesgar, como vemos cada día, la propia honra; exponerse a perder la tranquilidad de la conciencia y el paraíso mismo, por un puñado de polvo, que aun no se tiene la seguridad de gozar por todo un día. ¡Oh, cuán bien entendieron esto los Santos, y cuán provechosos ejemplos nos legaron en su vida de abnegación y sacrificio! ¡Cuánto tenemos que aprender en este punto, del insigne y bienaventurado San Millán! Llena está su vida de rasgos los más heroicos y extraordinarios, donde con la más abrumadora elocuencia nos enseña que los bienes temporales no son otra cosa sino barro inmundo y despreciable, que pegándose en las alas de nuestro corazón, lo atan y esclavizan, impidiéndole volar hacia la eterna bienaventuranza para que fuera criado por Dios, y donde única y solamente puede encontrar el anhelado descanso.
  
ORACIÓN
Oh bienaventurado San Millán, tan desprendido de los bienes de la tierra como lo demuestran los cuarenta años de tu espantosa soledad. Ayúdanos con tu poderoso patrocinio para que, conociendo también nosotros la vanidad de todo lo terreno, no vendamos jamás por ello nuestra fe en las promesas de Jesucristo, ni menos aun nos expongamos a perder para siempre lo único que ha de quedarnos a nuestro viaje para la eternidad, que es nuestra pobre alma. Ricos o pobres, débiles ó poderosos, víctimas de la adversidad o mimados por la fortuna, haz que nunca perdamos de vista que este mundo no es nuestra patria; que estos tesoros no son nuestros tesoros; que estas riquezas no son las que Cristo Señor nuestro nos conquistó con su preciosísima Sangre. Que nos dé Dios por tu santísima intercesión el pan nuestro de cada día; así para nosotros como para nuestras familias, y no consienta que perdamos jamás en allegar riquezas terrenas el tiempo inestimable que Él nos concede para ganar el Cielo; y sobre todo haga que, si las deseamos o las poseemos, no ocupen de tal modo nuestro corazón, que sean un obstáculo para nuestra salvación eterna. Que tales sean siempre nuestros deseos y aspiraciones mientras peregrinamos por este valle de lágrimas, y la gloria que Dios tiene prometida a sus fieles servidores, sea nuestra corona y recompensa en la hora de nuestra muerte y por los siglos de los siglos. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA TERCERO – 5 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
Entre las muchísimas debilidades inherentes al hombre desfigurado por la primera culpa, no es la menor, ni menos frecuente la facilidad con que se engaña a sí mismo en cuanto a la práctica de sus obligaciones. Preguntad a la mayor parte de los cristianos si creen en los dogmas que nos enseña la fe, y os contestarán sin titubear que sí. Preguntadles como es, según eso, que se hallan tan lejos de imitar las virtudes de los Santos, los verdaderos creyentes, y os contestaran poco más o menos que los Santos eran tan sumamente favorecidos de Dios con todo género de privilegios e inspiraciones, que casi forzosamente debían de ser santos. Error funestísimo es este, si por ello se entiende que los Santos tuvieron ordinariamente más medios que nosotros, para santificarse. Es verdad que ha habido almas, a quienes Dios en sus altos juicios se ha dignado manifestar por medio de la palabra, o ya valiéndose de especialísimas inspiraciones, su soberana voluntad. Pero y ¿cuántas son esas almas, en comparación de los millones y millones de Santos que pueblan el Cielo? Y aun de esas mismas almas, ¿hay alguna que no haya sido probada y purificada en el crisol de las más espantosas tentaciones? ¿Hay alguna que no haya ganado el Cielo a fuerza de sacrificios y de abnegación? Santísimo era Millán, estrella de primera magnitud le llama San Braulio, y sin embargo he aquí lo que dice de Millán el mismo Santo Arzobispo, refiriéndose al tiempo en que se hallaba en el desierto: «Las luchas visibles e invisibles, las varias y arteras tentaciones y las asechanzas que de parte del antiquísimo engañador de las almas allí sufriera, solo pueden conocerlas bien aquellos que, consagrándose a la virtud, las experimentan en sí mismos». No queramos, pues, tentar a Dios pidiéndole lo que no necesitamos, ni queramos engañarnos a nosotros mismos, esperando que Dios nos lleve al Cielo, sin trabajo de nuestra parte. Si queremos ganar el Cielo, sacudamos nuestra pereza, preparemos nuestras almas a la tentación y nuestros corazones al sacrificio.
  
ORACIÓN
Oh glorioso y bienaventurado San Millán, que obediente y sumiso a las inspiraciones del Cielo, supiste abandonar por Dios en lo más florido de tu edad las vanidades del mundo, y sujetándote al magisterio del santísimo Félix, abriste plenamente tu corazón humilde a sus celestiales consejos y enseñanzas: que víctima de las más crueles embestidas del común enemigo, no decaíste un momento de tu fervor e insaciable deseo de servirle y agradarle de la manera más heroica y perfecta. Haz que fieles también nosotros a la divina gracia, sacudiendo con ánimo resuelto la indolencia de nuestros corazones y despertando del letargo de la tibieza e indiferencia que nos domina e inutiliza para todo lo bueno, nos determinemos de una vez para siempre a seguir con ánimo resuelto a nuestro Divino Redentor y Maestro Jesucristo, que tan ardientemente desea la santificación de nuestras almas. Concédenos de Dios el necesario auxilio, para que, desasidos de los afectos de la tierra, aspiremos tan solo a hacer en todo y por todo la voluntad de nuestro Salvador y Padre amoroso que está en el Cielo; y teniendo siempre ante nuestra vista el fin para que fuimos criados, sea nuestra única ocupación y anhelo el amar y servir a Dios durante nuestra peregrinación sobre la tierra con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA CUARTO – 6 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
La muerte, así como es el espectáculo más terrible que podemos presenciar en este mundo, así también es el trance en que más infaliblemente hemos de vernos todos sin distinción de clases. Todos los cristianos sabemos que del estado en que la muerte nos coja depende nuestra salud o nuestra condenación eterna. Todos indistintamente querríamos nos cogiese en estado de gracia; y sin embargo. ¿Qué hacemos para conseguirlo? ¡Oh inconcebible ceguedad del corazón humano! Cada día estamos siendo testigos de lamentables sorpresas en personas de harto dudosa conducta; y sin embargo, seguimos nuestra vida tan alegres y satisfechos con toda la seguridad de que a cada momento estamos también expuestos a la misma sorpresa. Cada muerte de nuestro prójimo es un nuevo llamamiento que Dios nos hace ofreciéndonos su gracia y su amistad: es un nuevo golpe a las puertas de nuestro corazón, con que nos advierte que cada día se acerca más y más la hora de nuestra cuenta. Sí, cristiano, la muerte es el verdadero punto de vista, donde debemos colocarnos, para apreciar en lo que se merecen las cosas de la tierra y las cosas del Cielo. Desde el lecho de la muerte nada hay por lo que debamos apasionarnos en nuestros juicios. Todo en el mundo se acaba para nosotros. ¡Oh, qué desengaños tan crueles, qué verdades tan abrumadoras descubre en aquellos momentos el alma del pecador! ¡Qué feliz se juzgaría si pudiese entonces recobrar el tiempo que ahora tan neciamente malgasta! Pero ya no es hora, sino de recoger lo sembrado durante una existencia, que ya pasó. Acostumbrémonos, pues, a morir durante los días de nuestra vida y grabemos en lo más íntimo de nuestros corazones el recuerdo de nuestra última hora. Para ello, retirémonos a semejanza de San Millán, a la soledad de nuestra conciencia; donde alejados de los delirios y locuras de los hombres, muertos espiritualmente al mundo y crucificados con Jesucristo nuestro Redentor amoroso, santifiquemos poco a poco nuestros corazones y hagámonos dignos de recibir en el día de la cuenta la corona de los bienaventurados.
  
ORACIÓN
Oh bondadoso Abogado nuestro, San Millán, que sepultándote vivo en las lóbregas cavernas del Distercio, mereciste ser tantas y tantas veces defendido del Cielo contra las mortales agresiones de los ministros de satanás, que atentaban contra tu vida, conservada por Dios en tu asombrosa ancianidad con tanta honra y gloria de su bendito nombre: concédenos tu poderoso valimiento, para que, descendiendo frecuentemente al sepulcro durante nuestra vida, acertemos a aprovecharnos de las saludables lecciones, que en su terrible frialdad se contienen. Tú que tanto poder y soberanía ejerciste sobre los ángeles réprobos, defiéndenos contra sus asechanzas, sobre todo en la hora tremenda de nuestra muerte. Graba, si es necesario, con el hierro de los padecimientos en lo más profundo de nuestras almas el recuerdo de nuestra última agonía, y sobre todo de aquella otra agonía santísima en la que nuestro divino Redentor derramó por nosotros y para nosotros la última gota de su sacratísima Sangre. Jamás este recuerdo se borre de nuestra mente; él nos purifique; él nos fortalezca en todos los momentos de nuestra existencia; él finalmente, conservándonos en el más exacto cumplimiento de nuestros deberes, nos labre en este mundo una corona de gloria, que adorne en el Cielo nuestras sienes por eternidad de eternidades. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA QUINTO – 7 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
Es una verdad grandísima y desgraciadamente muy poco meditada por la generalidad de los cristianos, que es mucho más lo que el enemigo de nuestras almas nos pide y atormenta para perdernos, que lo que Dios exige de nosotros, para salvarnos. Pídenos Dios tan poco, que no puede menos de apoderarse del corazón imperfecto una profunda tristeza al considerarlo. Dios no pide obras extraordinarias sino a un cortísimo número de almas. El resto de los mortales no necesitan obrar tales heroicidades para llegar a poseer la santidad. En primer lugar, es santo y por consiguiente, amigo de Dios y heredero del Cielo, todo aquel que está exento de pecado mortal, por innumerables que sean los pecados veniales que pesan sobre su alma. En segundo lugar, el alma que se halla en gracia de Dios, por todas y cada una de las obras que cada día practica, aún cuando de por sí sean indiferentes, con tal de que no sean pecaminosas, contrae nuevos méritos y grados de santidad en la presencia divina. Únicamente se le exige que estas obras no sean hechas por fines meramente mundanos; mejor dicho, que sean hechas a honra y gloria de Dios. Síguese de esto que el hombre libre de pecado mortal, ofreciendo a Dios cada día sus obras y trabajos, aun sin hacer más que lo que cada día hace, está continuamente adquiriendo méritos para el Cielo. Por el contrario, el desgraciado pecador, sudando y afanándose tal vez mucho más que el justo, no hace otra cosa en orden a su salvación eterna que perder lastimosamente el tiempo. ¡Oh Dios, y qué provechosas y sublimes reflexiones se desprenden de aquí! Con el mismo trabajo, por el mismo camino por donde va marchando el justo alegre y sonriente, cargado de méritos para la vida eterna, va marchando también el pecador, triste y melancólico cargado de leña para el infierno. Bendigamos, pues, al Señor, que a tan poco precio nos ofrece una gloria imperecedera; conservemos nuestras almas en su divina gracia, y nuestra vida se convertirá en una continua recolección de frutos preciosísimos para la eternidad.
  
ORACIÓN
¡Oh soldado valeroso de Jesucristo, bendito San Millán!, que no contento con ofrecer a Dios tus obras y trabajos, hiciste en manos del santísimo Félix el más completo ofrecimiento y sacrificio de cuanto poseías y de cuanto eras, sin volver más a distraerte entre las bagatelas del mundo en tu asombrosa vida de ciento y un años. Ayúdanos con tu favor y amparo, para que conservando nuestras almas en la divina gracia, sea cada día nuestra solicitud especialísima el ofrecer a Jesús y a su bendita Madre, todos los pensamientos de nuestra alma, todos los latidos de nuestro corazón, todos los pasos en el cumplimiento de nuestras obligaciones. No consientas nos distraigamos tampocо nosotros con perjuicio de nuestra salud espiritual entre los negocios y devaneos del mundo, que a cambio de breves instantes de placer, nos hagan perder la tranquilidad de la conciencia y la pureza de nuestro corazón. No permitas que por nuestra desidia y abandono estemos perdiendo el mérito inapreciable de tantas buenas obras y de tantos sinsabores como la vida nos proporciona: sino que crezca en ellos y por ellos en cada instante de nuestra vida la santidad y perfección de nuestras almas, hasta unirnos un día en el Cielo con Jesucristo, nuestro bien y nuestra esperanza por toda una eternidad. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA SEXTO – 8 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
El amor de Dios es tan necesario a la vida de la gracia, que sin él ni aún podríamos siquiera concebirla. Pero sucede, por lo general, que este amor aún en las personas piadosas es sumamente defectuoso. Amamos a Dios como al Supremo Hacedor de todo lo criado, a quien debemos amar y obedecer como a Soberano dueño. Amamos a Dios como al Juez universal, cuya enemistad podría comprometer nuestra salud eterna. Le amamos también por los grandísimos beneficios que conocemos recibir de su benéfica y generosa mano. Todo esto está muy bien, pero nos falta aún mucho para amar a Dios tanto como deberíamos amarle. Desgraciadamente, reflexionamos muy poco sobre la sublime e inefable ternura de aquellas palabras que el mismo Dios ha puesto en nuestros labios: «Padre nuestro, que estás en los cielos». Palabras sacratísimas y que nos manifiestan más que todos los discursos de los hombres el amor que Dios nos tiene y el amor que le debemos. ¡Padre nuestro! es decir: No un Señor digno de nuestros servicios у de nuestro respeto; no un Juez a quien debamos temer; no un Hacedor Todopoderoso a quien hayamos de admirar y reverenciar, no un amigo cuyos inmensos favores debamos agradecer. Es más, es muchísimo más que todo eso; es nuestro Padre, nuestro mismo Padre; y de un modo tan tierno y tan apasionado, que al enseñarnos a pedirle cuanto necesitemos, comienza por enseñarnos antes que todo a llamarle Padre. Es, pues, un Padre que nos quiere; que nos ama infinitamente; que desea mil veces más que nosotros nuestra felicidad; que siente mil veces más que nosotros nuestras desgracias; que goza y se regocija cuando volvemos a Él con cariño nuestros ojos, que llora y se entristece, cuando ve que compartimos con otros nuestro corazón, que es suyo, completamente suyo. «Fili mii, præbe mihi cor tuum: hijo mío, nos dice, dame tu corazón. Ven a unirte conmigo por el amor, no huyas, hijo mío, de la casa de tu Padre, pues fuera de ella te morirás de hastío, y la amargura y la tristeza roerán ese tu corazón nacido para amar. Si pides pruebas de mi amor, fíjate en el árbol sacratísimo de la cruz, donde por ti entregué a mi propio Hijo Jesús a la muerte más indigna y afrentosa». Sí, cristianos, fijemos en el Calvario los ojos de nuestra fe, y aprendamos a morir de amor para con nuestro Padre que está en los cielos.
  
ORACIÓN
Oh, bienaventurado San Millán, que abrasado del amor más tierno hacia tu Dios y Criador, supiste ver en Él al más solícito y amoroso de los padres sin que jamás vacilases en demandarle en tus necesidades los más extraordinarios favores y sin que jamás tampoco te vieses por Él desairado en tus peticiones de hijo amantísimo. Haz que también nosotros nos acostumbremos a ver en Dios a nuestro más cariñoso Padre, que vela y se afana por nuestra felicidad, mientras quizás nosotros vivimos olvidados de Él y de nosotros mismos; que continuamente está llamando a la puerta de nuestro corazón en busca de nuestro amor y nuestro amistad, mientras nosotros no tenemos quizás para Él durante días y días ni un amoroso recuerdo. Ayúdanos con tu poderosa protección a agradar en todas nuestras obras, palabras y pensamientos al sacratísimo Corazón de Jesús, abrasado de amor por nosotros. Que al influjo de la devoción a este Corazón divino se inflamen también nuestros corazones en el deseo de vivir y morir por quien cifró todas sus delicias en vivir con los hijos de los hombres, por quien sostenido por su infinito amor a los mismos, dio por nosotros su último aliento en el árbol santísimo de la cruz. Haz que, teniendo siempre ante nuestra vista los infinitos tesoros de nuestra Redención, seamos por siempre agradecidos al amor de nuestro Dios, y merezcamos la dicha incalculable de poder repetirle en el Cielo el nombre sacratísimo de Padre nuestro por toda una eternidad. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA SÉPTIMO – 9 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
El amor y caridad para nuestros prójimos es una consecuencia necesaria de nuestro amor a Dios. Mejor dicho, el amor a Dios y el amor al prójimo son una misma cosa: por el primero amamos a Dios en Sí mismo; por el segundo Le amamos en sus criaturas. Por la misma razón cuando ofendemos o aborrecemos a nuestros semejantes, ofendemos o aborrecemos en ellos al mismo Dios. De aquí que siempre los Santos han amado más a sus prójimos que los pecadores. Amantes como eran de Dios en grado sumo, debían necesariamente ser amantes de la obra más excelente de Dios después de los ángeles, que es el hombre. Síguese de aquí que como nosotros, al amar a nuestros prójimos, no debemos hacerlo solamente por ellos, sino primera y principalísimamente por Dios de quien son hechura, no hemos de calcular tampoco el amor que les debemos por lo dignos o indignos, amigos o enemigos nuestros que ellos sean; sino que únicаmente debemos reflexionar que son como nosotros hijos de Dios e imágenes de. su divinidad; que Dios quiere y ordena que los amemos como a tales; que el mismo Dios, que nos manda amarlos, los ama indudablemente, al concederles la vida y la salud de que disfrutan. Por otra parte; si Dios nos amase a nosotros conforme a nuestra dignidad y a nuestros merecimientos ¿qué sería de nosotros, miserables pecadores, en esta vida y en la otra? Y sin embargo, Dios nos ama, Dios, que para nada nos necesita nos llama un día y otro a su amistad con remordimientos, con inspiraciones, con desengaños, con muertes repentinas de nuestros prójimos, con todo aquello, en fin, que puede inventar el amor de un padre para con su hijo. No nos fijemos pues, nosotros tampoco, en la maldad de nuestro prójimo, la cual es hechura del hombre, sino en el mismo prójimo que es hechura de Dios. Veamos siempre en nuestro prójimo a un hermano nuestro e hijo queridísimo de Dios, cuya pobreza imita, у Dios nos mirará a él y a nosotros como a verdaderos y dignísimos hijos suyos, para los que tiene un solo y único amor, así como una misma gloria preparada para la eternidad.
  
ORACIÓN
Oh santísimo Millán, que elevándote en vida a los más sublimes grados del amor divino, tuviste también para tus prójimos el más heroico y desinteresado de los amores, manifestado en tantos beneficios espirituales y corporales como sobre ellos derramaste. Haz que, imitando nosotros tus gloriosos hechos veamos también la Imagen de Dios en cada uno de los hombres, a Jesucristo pobre y desvalido en cada uno de nuestros prójimos necesitados. No permitas seamos tan escasos de fe y duros de corazón que, teniendo con que socorrer su necesidad, veamos impasibles la miseria de nuestro hermano, sin compartir con él nuestra pobreza o nuestra abundancia. Haz, gloriosísimo abogado nuestro, que cada día resplandezca más y más en el pueblo cristiano la virtud de la caridad, para mayor honra y gloria de Dios y de su santo Nombre, para paz y concordia entre los miembros todos de la gran familia cristiana; para alivio y consuelo de los pobres y menesterosos aquí en la tierra; así como de los ricos y poderosos en el Reino de los cielos, que a unos y a otros nos conceda Dios un día por su infinita misericordia. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA OCTAVO – 10 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
Lo que sucede ordinariamente en la vida del cuerpo, eso mismo suele acontecer con admirable semejanza en la vida de la gracia. Así como el cuerpo necesita de alimentos sanos y nutritivos para poder conservar su salud y sus fuerzas contra la inclemencia de los tiempos, de la misma suerte, el alma del cristiano necesita también, para sostenerse, de alimentos propios y adecuados espiritualmente a la vida cristiana. Estos alimentos, imposibles de enumerar, son por ejemplo las buenas compañías, las lecturas piadosas, la frecuencia de sacramentos, el examen frecuente de conciencia, la oración, etc. Pretender que un alma sea buena viviendo por su gusto entre los malos; que conserve la pureza leyendo libros o frívolos, u obscenos; que se conserve en santidad alejada de los sacramentos que la producen; que observe una vida metódica y arreglada, sin tomarse la molestia de escudriñar de vez en cuando los pliegues de la conciencia; que abunde en recursos para sostenerse en gracia, sin que le sea necesario pedirlos a Dios en sus oraciones; en una palabra, pretender que un alma conserve la robustez de la gracia, sin probar los alimentos únicos que pueden producir tal salud y robustez, es pretender lo imposible, es tentar a Dios temerariamente, es exponerse a una condenación inevitable. No nos cansemos en buscar otra causa a esas grandes caídas de almas al parecer tan rectas y sólidamente devotas. Si nos fuera dado leer los secretos de su corazón, veríamos que, antes de esa caída que se ha hecho pública, ha habido una serie interminable de omisiones, descuidos, embustes, hipocresías y aun tal vez crímenes, en los que podría verse el gradual decaimiento del alma, que hastiada lentamente de los alimentos espirituales, va perdiendo sus fuerzas y devoción, y llega por fin a ser el juguete más débil y miserable del viento de las tentaciones. Demos, pues, a nuestras almas alimentos saludables, frecuentando cuanto nos sea posible la recepción de los santos Sacramentos, y toda la furia de las tentaciones y toda la impetuosidad de las contrariedades no será capaz de hacernos retroceder un solo paso en nuestro viaje a la eterna bienaventuranza.
  
ORACIÓN
Oh glorioso San Millán, abogado nuestro, que anhelando tan solo la compañía de los ángeles, y nutriendo tu alma con las saludables inspiraciones con que Dios, en tu frecuente y altísima contemplación te favorecía, conservaste tu corazón robusto e invencible contra todas las embestidas del demonio, del mundo y de la carne; contra toda la malicia y crueldad de la calumnia disfrazada; contra todos los clamores de tu amor propio, herido en sus más delicadas fibras; contra todas las inclemencias imaginables del hambre y de la sed y del frio y de las enfermedades; sostén nuestra fe, ¡oh santísimo Millán!, y no permitas que, abandonando nosotros la fuente de aguas vivas, vayamos como los pecadores de que se queja Dios por Jeremías, en busca de aljibes rotos que no pueden contener las aguas; es decir, que no pueden refrigerar nuestros corazones necesitados de la gracia, para no sucumbir cada día víctimas de la tentación. Haz por el contrario que, acompañándonos de los buenos, nos animemos a imitar sus virtudes, y buscando en Dios y en sus santos Sacramentos el alimento de nuestras almas, adquiramos también la necesaria robustez para resistir a todas las contrariedades de esta miserable vida, hasta llegar a gozar en el Cielo de la eterna paz de la bienaventuranza. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA NOVENO – 11 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
   
MEDITACIÓN
La oración, dice Santo Tomás, es un acto que aventaja en excelencia a los demás actos de la Religión; y San Agustín añade que ninguno, sino el que ora, merece el auxilio divino. ¿Y qué cosa es orar? Es, dice el catecismo, levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes. Es manifestarle nuestras penas, exponerle nuestras necesidades, representarle nuestra miseria y debilidad, abrirle nuestro cоrazón víctima de los sinsabores e ingratitudes de los hombres, pidiéndole para todo ello el oportuno remedio con la caridad ilimitada de un hijo que pide a la puerta de su padre; con la esperanza del pobre que pide lo que se le ha prometido; con la fe solidísima del que sabe que solo de Dios puede venirle el remedio necesario. Dios, por otra parte, se halla tan deseoso de que le pidamos cuanto necesitemos, en orden sobre todo a nuestra salvación, que con un amor y misericordia que nunca comprenderemos debidamente, entregó a muerte cruelísima a su propio Hijo, a fin de que con sus méritos nos abriese las puertas del Cielo, que nos estaban cerradas por nuestros primeros padres. ¿No será, pues, una injuria, no será un desprecio que hacemos a Dios el carecer de lo necesario para salvarnos, por falta de confianza en su generosidad? El que nos ha dado a su propio Hijo, ¿podría negarnos gracia alguna, por grande y excelente que sea? Por el contrario: «Todo cuanto pidiereis en la oración creyendo, nos dice San Mateo, lo recibiréis».
  
Mas, si bien debemos insistir, un día y otro, en nuestras oraciones pidiendo a Dios la gracia espiritual para nuestras almas; no así cuando se trate de la salud del cuerpo o cualquiera otro beneficio temporal, que solo debemos pedir condicionalmente, si no se opone a la salud de nuestra alma; pues, así como el enfermo, en la mayoría tal vez de los casos, se equivoca, al proponer al médico la medicina que cree convenirle, de la misma suerte en la mayoría también de los casos, en estando de por medio los bienes temporales, siquiera sean tan sagrados como la salud del cuerpo, solemos nosotros ser sumamente imprudentes, en pedir a Dios lo que no nos conviene. Pidamos, pues, a Dios cada día y cada momento el don de la perseverancia en su santo amor; pero en cuanto a los otros bienes, pidámoslos solamente si nos convienen. La oración es la llave del Cielo de que debemos valernos, si queremos entrar en él mediante la perseverancia en la gracia. Dios nos ha prometido no desechar jamás nuestras peticiones sin concedernos cuanto fuere necesario para nuestra salvación eterna. «Pétite et accipíetis», nos dice San Juan. Pedid y recibiréis. «Pétite et dábitur vobis», dice San Lucas. Pedid y se os dará.
  
ORACIÓN
¡Oh glorioso y bienaventurado San Millán!, que después de haberte dedicado a orar sin interrupción por espacio de cuarenta años en el desierto, ansioso todavía de acercarte a Dios más y más por medio de la oración, huías por completo cada Cuaresma del trato de los hombres, sepultándote toda ella en la obscuridad de tu estrechísima celda. Haz que familiarizados también nosotros con la oración, reflexionemos en ella frecuentemente sobre nuestro estado y obligaciones para con Dios, para con nuestro prójimo, y para con nosotros mismos. Concédenos tu poderosa protección para que, conociendo nuestras necesidades, sepamos exponerlas a nuestro Dios y Padre amantísimo con todo el respeto de humildísimos vasallos, con todo el cariño de agradecidos hijos, con toda la veneración de criaturas suyas. Interpón tú también, ¡oh glorioso San Millán!, tus poderosas oraciones en favor nuestro, como abogado y medianero a cuya misericordia y valimiento volvemos hoy a encomendar la salud de nuestras almas. ¡Oh poderoso San Millán, Patrono de nuestra España!: ruega por nosotros para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. Amén.
  
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.