Margaret C. Galitzin
Como muchos conservadores estadounidenses, yo crecí oyendo las palabras del Card. John Henry Newman frecuentemente en sermones y clases de catecismo. Una estampa con su famosa oración mariana estaba en el libro de oraciones de mi madre. Había un Centro Newman para católicos en la cercana Universidad Estatal. Asumí que el ministro anglicano converso que causó conmoción en Oxford era ortodoxo y encomiable.
Solo en los últimos 10 años que comencé a darme cuenta que había una diferencia entre el mito sobre el cardenal Newman y la realidad. El mito estadounidense, alimentado por antologías de sermones, oraciones y dichos de Newman, presenta a un sacerdote piadoso, devoto y pastoral. La realidad es diferente.
Newman era un hombre complejo y controversial, universalmente considerado un liberal en su tiempo, casi siempre en pugna con Roma, casi siempre en oposición a sus autoridades ortodoxas. Sus posturas revolucionarias no han sido dadas a conocer a los católicos de nuestro siglo porque las biografías de él o minimizan o excusan sus posiciones liberales y tendencias heterodoxas o fueron escritas desde el punto de vista liberal.
Así, cuando Tradition in Action me pidió recientemente leer y comentar el libro electrónico
Another Look at John Henry Cardinal Newman (Otra mirada al cardenal John Henry Newman) de Richard Sartino, estuve feliz de hacerlo. En este libro, que puedes leer
aquí, el autor insiste que los católicos deben mirar la obra y el pensamiento del hombre integral, no solamente parte de sus oraciones y sermones.
«EL HOMBRE MÁS PELIGROSO EN INGLATERRA»
Lo que encontramos en este libro es al Newman que llamó a la apertura del pensamiento teológico y a un papel más amplio para los laicos en la Iglesia. Sobre el desarrollo de la doctrina, él sostenía que la revelación fue dada, según el plan divino, como una semilla destinada a crecer en el curso de los siglos. Newman estaba convencido que la conciencia humana tendría un papel tan decisivo en la doctrina que debía ser vista como una mediadora entre los dogmas definidos y el conocimiento individual (postura formalmente condenada por la Iglesia). Él era abiertamente hostil al Sýllabus contra el liberalismo y la definición de la infalibilidad papal porque no podía concebir una verdad teológica inmutable.
Sartino nos dice: «El mejor testigo que tenemos de su liberalismo es, irónicamente, el “consénsus fidélium” del siglo XIX, y en particular la Curia Romana y el Sumo Pontífice Pío IX» (pág. 36).
El card. Edward Manning. Su antagonismo hacia Newman estuvo basado en profundas diferencias doctrinales
Teólogos ortodoxos como los jesuitas Giovanni Perrone y Johann Baptista Franzelin se opusieron a sus ideas. Todos los auténticos campeones ultramontanos de su tiempo (el cardenal Manning, el padre Frederick William Faber, el canónigo Mons. George Talbot y William George Ward) sospecharon de uno o de otro escrito y plan de Newman. Mons. Talbot hasta llegó a llamarlo «el hombre más peligroso en Inglaterra» (pág. 5).
El profundo antagonismo entre el sólidamente ortodoxo cardenal Manning y el cardenal liberal Newman usualmente es minimizado por los conservadores, reduciéndolo a poco más de una falta de simpatía entre Newman el teólogo y Manning el párroco práctico, entre Newman, un erudito temperamental con un matiz algo femenino, y el cardenal Manning, el viril hombre de campo.
En realidad, la fuerte oposición estaba basada en diferencias doctrinales. Sartino relata este incidente interesante registrado por John Edward Courtenay Bodley sobre un encuentro que tuvo con el cardenal Manning:
«La conversación pasó al terreno teológico, y el tono de Manning cambió.
“A juzgar por su observación”, dijo, “deduzco que Vd. tiene la impresión de que el doctor Newman es un buen católico”. Le respondí que esa era una creencia vaga. Él repuso: “O Vd. ignora la doctrina católica, o desconoce la obra del doctor Newman” (siempre lo llamaba ‘Dr. Newman’ al estilo de Oxford, y nunca le daba el título de cardenal).
Luego de preguntarme cuál de los libros de Newman había leído, procedió a contar con sus afilados dedos, como de costumbre, 10 herejías distintas que se hallaban en las obras más leídas del Dr. Newman» (pág. 7).
Más tarde, Sartino enumera (solo en su libro Gramática del Asentimiento) ocho enseñanzas filosóficas que la Iglesia siempre ha sostenido y que Newman rechazó (pág. 13). Él comienza con la afirmación newmaniana de que lo concreto es superior a lo abstracto, y lo práctico superior a lo especulativo. También sostenía que los dogmas y doctrinas de la Iglesia debían ser interpretados en una forma subjetiva en lugar de ser aprehendidos objetivamente. Para Newman no habían principios inmutables.
Duele decirlo, pero fue por este subjetivismo en la doctrina, que hoy es llamado la “riqueza del pensamiento” de Newman, que él es considerado un precursor del Vaticano II. Manning, de hecho, tenía razón: él había leído a Newman atendiendo a la luz de la teología católica y condenó sus escritos en consecuencia.
CONTRARIO A LA INFALIBILIDAD PAPAL Y AL SÝLLABUS
El Papa Pío IX desconfiaba de Newman y se negó a darle el capelo cardenalicio. ¿Acaso lo movía simplemente alguna animosidad personal contra el anglicano converso? Para nada, porque, como Sartino presenta claramente, el Pontífice tenía fundamento legítimo para sus sospechas.
Newman criticaba abiertamente la infalibilidad papal. Cuando esta fue declarada dogma, él escribió: «nunca esperé ver tal escándalo en la Iglesia», y afirmó que fue orquestado por aquellos que «deseaban la caída de la Iglesia». Renuente aceptó el dogma, pero predijo que vendría el día «cuando toda la Iglesia sea oída» y los instintos e ideas católicas se «integrarían en la tradición viva de los fieles» (pág. 36). De hecho, ese día llegó con el Concilio Vaticano II un siglo después.
Pío IX sospechaba profundamente de Newman y le negó el capelo cardenalicio.
Cuando Pío IX publicó el Sýllabus de Errores contra los múltiples errores modernos, Newman también fue reluctante a aceptar su contenido y lo criticó, poniéndose nuevamente en confrontación abierta con el cardenal Manning, monseñor Talbot y William George Ward. El “sufrimiento” que vino de la oposición de los “Tres sastres de la calle de San Olaf” [En inglés “Three tailors of Tolley Street” (siendo Tolley una corrupción de San Olaf, titular de la antigua iglesia en la calle a Bermondsey, al lado sur del Támesis), la frase alude a un grupo pequeño que pretende una mayor autoridad representativa de la que realmente tiene. Según la Enciclopedia Nutall, la frase acuñada por el primer mininstro George Canning surge de unos sastres que solicitaron al Consejo Privado una exención de impuestos locales con la frase «Nosotros el pueblo de Inglaterra…» (incidentalmente, la sastrería era la principal ocupación en dicha calle londinense en la Edad Media), N. del T.] era tan grande, escribió sarcásticamente Newman a sus compañeros, «pero ese sufrimiento lo vale si nos oponemos eficazmente a ellos».
Continúa Sartino:
«En uno de sus escritos, Newman afirmó que el Sýllabus, qua Sýllabus, no era vinculante como objeto de fe, o en otras palabras, como una colección de condenas decretadas en el pasado no era vinculante por sí misma. Esto le permitió evadir sutilmente el decreto, pero podemos preguntarnos si no se podía aplicar lo mismo al Credo, el cual también es un Símbolo o colección de dogmas divinamente revelados…» (págs. 25-26).
Las críticas de Newman al Magisterio tradicional se incrementaron después de 1870. Aunque externamente siempre le profesaba obediencia, interiormente admitía el disenso. Él aconsejó a sus amigos liberales tener paciencia: «Tengamos fe, un nuevo Papa y un Concilio reconvocado podrán enderezar el barco» [1].
LENGUAJE AMBIGUO Y ORTODOXIA CUESTIONABLE
El elogio de los progresistas a Newman y su influencia sobre el Vaticano II es tan interminable como las justificaciones hechas por los conservadores que tratan de probar su ortodoxia. Creo que una razón para la confusión es el lenguaje ambiguo que Newman empleó cuidadosamente para introducir pensamientos nuevos y peligrosos, por una parte, y para evitar una abierta condenación por Roma, por la otra.
Su lenguaje elástico brindó a los católicos liberales un trampolín para avanzar, mientras los conservadores podían esforzarse demostrando que el pensamiento newmaniano podía ser interpretado a la luz de la Tradición. Parece muy familiar a los católicos tradicionales de nuestro día que están viendo el mismo escenario presentado en ocasión al Vaticano II…
Las creencias de Newman como resaltan en sus dos obras principales, Desarrollo de la Doctrina Cristiana (1845) y Gramática del Asentimiento (1875), traen liberalismo a la Iglesia. Sartino analiza cuidadosamente las ambigüedades en ambas obras y presenta sus consecuencias peligrosas contra la Fe.
Aconsejaba Newman a sus amigos liberales: «Tengamos fe, un nuevo Papa y otro Concilio podrán enderezar el barco».
Por ejemplo, su postura subyacente en Gramática del Asentimiento revela una aversión por la teología tomista por ser abstracta e impersonal. Eligiendo cuidadosamente sus palabras, buscaba “demostrar” que hay otro camino –aparte de la demostración e inferencia silogística– para llegar al conocimiento de Dios. El propósito de este tratado es apoyar el subjetivismo y la libertad de consciencia estableciendo un modo subjetivo de asentir a la verdad, que no puede ser experimentada por otros hombres exactamente de la misma forma.
Newman afirmaba continuamente que este “nuevo camino” no negaba el camino antiguo. Él llamaba a este camino un asentimiento real a lo concreto acompañado por vivas imágenes, distinguiéndolo de lo que él llama asentimiento nocional, el método tradicional basado en “meras” nociones abstractas. En efecto, Sartino explica, lo que él dice es que la verdad y el dogma son una cosa, mientras que una religión real, viva y personal es otra. Lo que perciben los teólogos es una cosa; lo que los fieles “vivos” entienden e interpretan son otras. La teología es una interpretación del dogma; la religión viva es otra interpretación.
Sartino explica las enormes y letales consecuencias del nuevo método de asentimiento de Newman:
«El efecto de esta falsa dicotomía es abrir la puerta para que un católico piense de una forma y actúe en otra, porque divorcia la mente contemplativa y especulativa del hombre (que para Newman es gobernada solamente por asentimientos nocionales) de su intelecto práctico (la base del asentimiento real de Newman). …
De acuerdo a esta postura, un hombre puede interpretar el dogma “Jesucristo es el Hijo de Dios” en dos formas; o como una doctrina abstracta que es objetiva e indiferente a la persona que lo cree, o como un ‘hecho’ religioso concreto que es significativo para la persona que lo acepta. El error de esta postura yace en definir una verdad teológica en relación a la persona, como si algo del creyente entrase a la definición de la verdad teológica. Consecuentemente, la verdad se hace dependiente de la persona; esto es, relativa» (pág. 14).
Esto explica la hostilidad newmaniana al Sýllabus y al dogma de la Infalibilidad Pontificia, porque él no podía concebir cómo alguien podía dar un asentimiento absoluto e incondicional a una verdad teológica rígida e inmutable. Sartino continúa:
«Otra nefasta consecuencia de esta postura es que la religión ‘viva’, o la religión en concreto, toma una importancia primaria mientras los dogmas y verdades teológicas se hacen secundarias» (pág. 15).
De esto viene la herejía modernista que los dogmas son simplemente fórmulas provisionales cuya utilidad es determinada, no por sí mismos, sino por su relevancia y aplicación práctica en el aquí y el ahora, y la norma de su aplicación práctica es la persona. Toda la teología es invertida.
PRECURSOR DEL VATICANO II
¿Dónde halló apoyo y compañía Newman? En su tiempo, estuvo entre los liberales declarados como el benedictino [en realidad era sacerdote diocesano, N. del T.] excomulgado Johann Ignaz von Döllinger y John Emeric Dalberg-Acton, 1.º barón de Acton, quienes estaban determinados a minar la Fe.
El renombre e influencia que tuvo póstumamente no se debió a su ortodoxia, sino precisamente lo contrario, por causa de su liberalismo. En la primera mitad del siglo XX, los movimientos intelectuales modernistas fueron quienes defendieron su pensamiento como un adelantado a su tiempo. «Newman fue un hombre muy variopinto. Se podría compilar un manual sobre la infidelidad a partir de sus obras», dijo Thomas Huxley (pág. 34).
Benedicto XVI: «Newman es
“mi pasión”».
Actualmente, es el progresismo que ubica a Newman como uno de sus profetas. Un entusiasta contemporáneo dice que el concepto newmaniano de una revelación universal coincide con los de Hans Urs von Balthasar, Karl Rahner, y Richard Niebuhr [2].
La Enciclopedia Erudita de Boston sobre Teología Occidental nos asegura que el entendimiento de Newman sobre la religión natural y su expresión “criptocristianos”, refiriéndose a quienes han asentido a todo lo que se les ha expuesto de la religión verdadera, anticipó el entendimiento de los “cristianos anónimos” de Karl Rahner.
Avery Dulles halla elementos en la teología de Newman que facilitaron el desarrollo del ecumenismo. Él señala que Newman tuvo un gran deseo de restaurar la unidad de todas las iglesias cristianas. Su opinión de la libertad de conciencia lo hizo sensible a las creencias religiosas de otros cristianos, y estaba en guardia contra incomodarlos en su fe. A esto añade Dulles que Newman tenía «cierto aprecio por las obras de la gracia en otras comuniones cristianas». Dulles concluye declarando que Newman fue un «precursor, poniéndose en el umbral de una nueva era ecuménica» [3].
Lo que todos los entusiastas de Newman insisten es que sus “visiones” en la naturaleza de la Iglesia, el desarrollo teológico del dogma, la conciencia personal, los laicos, la revelación universal, y la interpretación bíblica estaban en el corazón de la obra del Vaticano II. Como afirmó el editorial del progresista The Tablet londinense celebrando la venidera beatificación de Newman, «Ser un católico newmaniano es adherir al Concilio, porque este fue el más inglés de los santos varones que proveyeron su inspiración clave» [4].
DANDO UN VISTAZO MÁS DE CERCA
No es de admirar que la Iglesia Conciliar clame por la canonización de Newman. Que Benedicto XVI lo promocione sin calificación también es entendible, dadas sus posturas sobre la revelación subjetiva, el ecumenismo, la evolución de los dogmas, la libertad religiosa y el estudio bíblico.
Lo que no es comprensible es el número de católicos tradicionalistas que, siguiendo la línea tradicionalista, aceptan a Newman por razones sentimentales o secundarias, ignorando que fue un precursor del Vaticano II y sus desastrosas consecuencias.
Creo que es tiempo de darle otra mirada a Newman. Un buen punto de partida es este libro que analiza al hombre integral.
NOTAS
[1] John R. Connolly, John Henry Newman: a view of Catholic faith for the New Millennium (John Henry Newman: una mirada de fe católica para el Nuevo milenio), pág. 132.
[2] Francis McGrath, John Henry Newman: Universal Revelation (John Henry Newman: La Revelación universal), pág. 21.
[3] Avery Dulles, John Henry Newman, pág. 140.
[4] The Tablet, 30 de Junio de 2007, pág. 2.