Por Fray Josepho *
Pronunciación homosexual
Si a mí me pronuncian “fray”,con todas las de la ley,¿por qué cuando escriben “gay”,se empeñan en decir “guey”? Por idéntico patróny le pese a quien le pese,se podrá decir “serese”,o pronunciar “mericón”.Es tal degeneracióndel mandamiento ortográfico,que yo, clérigo seráfico,no me presto al guirigayy me aparto de esa grey,pronunciando siempre “gay”y jamás diciendo “guey”. Pero soy un hombre solo(quiero decir ‘solamente’);y cuanto peor me sienteeste prosódico dolo,mucho más un tal Zerolo—que nunca ha tenido novia—me acusará de homofobiay me dirá que nanay,que desde el paria hasta el rey,aunque yo me empeñe en “gay”,los que entienden dicen “guey”. Dicen “guey” y la boquitase les pone de piñón,igual que con “maricón”con “loca” o con “monflorita”.A mí, que soy cenobitade los de doctrina recta,su boquita no me afecta:debe ser que no soy “guay”y estoy por el Agnus Deimás que por escribir “gay”para luego decir “guey”. Ser hombre de ingles gozosasno es lo mismo, aunque lo es,que ser ‘alegre’ en inglés,(que tal es “gay” si lo glosas).¡Señor del Cielo, qué cosas!…¿Por qué tanto camuflajepara lo que era “bardaje”“fileno” o “ninfo”? ¡Caray!Sólo les parece “okey”el término yanqui “gay”,siempre que pronuncies “guey”.La religión del “progre”
La LOGSE ha dejado la enseñanza española hecha unos zorros, pero para la izquierda nuestro problema educativo se reduce a que no debe enseñarse religión en las aulas públicas. Religión católica, claro, que la musulmana no les ha hecho nada. Según los progres hispanos, hay que acabar con ese intolerable adoctrinamiento cuanto antes.Pero la realidad es tozuda, y una aplastante mayoría de padres elige clases de religión para sus hijos. Muchos no lo hacen por catequizar a sus retoños –que de eso, si quieren, ya se pueden encargar en casa o en la parroquia– sino porque la alternativa que se han empeñado en ofrecer los gobiernos socialistas ha sido el recreo, las “actividades lúdicas”, o la holgazanería más o menos vigilada. Me consta que numerosos padres agnósticos y aun ateos matriculan a sus hijos en clase de religión simplemente porque no quieren que pierdan el tiempo, y también porque saben que, con fe o sin ella, el conocimiento de la religión es imprescindible para entender el arte, la historia, la literatura y el mundo en general. Algunos defensores del laicismo argumentan que eso se puede hacer desde una perspectiva aconfesional, y ahí podemos estar de acuerdo, pero el hecho es que no se hace. A veces, tristemente, no se hace ni siquiera desde la perspectiva confesional.
Permítanme que les cuente una anécdota sucedida en un instituto público.
Un profesor de Literatura, de esos que heroicamente se resisten a la burricie logsiana, habla sobre San Juan de la Cruz. Algunos alumnos atienden, otros dormitan… Una chica, en las primeras filas, se afana escribiendo en su libreta. El profesor nota algo raro.
– Señorita, no es necesario que copie todo lo que digo, porque lo fundamental lo tiene en su libro de texto.
– No, profe –reconoce la chica, azorada–, no estoy tomando apuntes; estoy haciendo un trabajo para Religión.
– Ande, déjelo y trate de atender a mis explicaciones –reconviene, benévolo, el docente–. Al fin y al cabo, estamos viendo a San Juan de la Cruz, un doctor de la Iglesia: puede que le sea útil para su trabajo.
– ¡No, profe, qué va! –lo desilusiona la muchacha– ¡Si el trabajo de Religión es sobre la Revolución Industrial!…
La joven era víctima de la modernidad docente de un cura progre, claro. Un cura parecido, seguramente, al que instruyó al portavoz monclovita que este sábado dijo que el facsímil de la encíclica “Codex vaticanus” regalado por el Papa a José Luis Rodríguez Zapatero era “una Biblia antigua muy grande” y que el rosario con que el Santo Padre obsequió a la Vicepresidenta y a Sonsoles Espinosa era “un collar de perlas con una cruz”.A este anónimo portavoz y a todos los que desprecian cuanto ignoran va dedicado mi soneto de hoy.
Es el altar un poyo o una mesa;
el santo cáliz, una copa rara
que se ha pimplado el cura por la cara,
y el incensario es “la cosa esa”.
En aquella cabina se confiesa;
el báculo es un palo, o una vara;
es un sombrero absurdo la tiara,
y la mujer del Papa es la Papesa.
Es un collar de perlas el rosario;
el códice, una Biblia, ¡pero enorme!;
la misa, sólo un mitin sin sustancia.
En fin, que en la sesera del sectario
y detrás del agnóstico uniforme,
sólo se alberga, hueca, la ignorancia.
Fuente: Libertad DigitalColumna publicada el 10-07-2006
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