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sábado, 31 de agosto de 2024

«VOS NO SERÉIS MÁS EL BUEN PASTOR»: CARTA DE Mons. LEFEBVRE Y Mons. DE CASTRO-MAYER A WOJTYLA EN 1985

En ocasión de la visita de Mons. Antonio de Castro-Mayer al seminario de Écône en 1985, él y el arzobispo Marcel Lefebvre escribieron una carta a Juan Pablo II Wojtyła, quien había convocado a un sínodo en conmemoración de los 20 años del Concilio Vaticano II.
   
En la misiva, que os presentamos a continuación, ellos resumen las causas de la situación de la Iglesia y le piden a Wojtyła que le ponga remedio. Por los hechos posteriores, y por el «non habémus Papam» que dijo Mons. De Castro-Mayer en la homilía de las consagraciones de 1988 (y que Lefebvre NUNCA LE OBJETÓ, ¿cierto o no, padre Schmidberger?), es visto que la situación fue y ha ido empeorando cada vez más hasta el punto que el grueso de la FSSPX y todos los de Campos se han hecho ciegos a ella y dando por bueno lo malo y malo lo bueno (del resto de modernistas, mejor ni hacerse –más– mala sangre), y que KAROL WOJTYŁA NUNCA FUE UN BUEN PASTOR:
Seminario San Pío X en Écône, 31 de Agosto de 1985
    
Santo Padre,
   
Quince días antes de la Fiesta de la Inmaculada Concepción, Vuestra Santidad había decidido reunir en Roma un Sínodo extraordinario, a fin que «el Concilio Vaticano II, concluido hace 20 años, devenga una realidad siempre más viviente».
    
Permitid que, en ocasión de este suceso, nosotros que fuimos parte activa del Concilio, Os hagamos respetuosamente partícipe de nuestras aprensiones y nuestros deseos, por el bien de la Iglesia y la salvación de las almas confiadas a nosotros.
   
De acuerdo a cuanto fue declarado por el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Fe, durante los veinte años posteriores al Concilio se ha evidenciado una verdadera autodemolición de la Iglesia [Pablo VI Montini habló por primera vez de ello en su discurso al Pontificio Seminario Lombardo el 7 de Diciembre de 1968, N. del T.] en todo ambiente, a excepción de aquellos que han mantenido intacta la milenaria Tradición.
   
El cambio operado en la Iglesia en los años Sesenta se ha fraguado y afirmado en el Concilio con la “Declaración sobre la Libertad Religiosa” [Nostra Ætáte, N. del T.]: con ella se concede al hombre el derecho natural de estar exento de la coacción que le impone la ley divina de adherir a la Fe Católica para ser salvo, coacción que se traduce necesariamente en las leyes eclesiásticas y civiles sometidas a la autoridad legislativa de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta libertad de toda coacción ejercida por la ley divina y por las leyes humanas en materia religiosa, está inserta entre las libertades proclamadas en la “Declaración de los Derechos del Hombre”, declaración impía y sacrílega condenada por los Papas y en particular del Papa Púo VI en su Encíclica “Ádeo nota” del 23 de Abril de 1791 y en su Alocución al Consistorio del 17 de Junio de 1793.

Esta “Declaración sobre la Libertad Religiosa” proviene de una fuente envenenada:
  1. El indiferentismo religioso de los Estados, incluso los católicos, realizado desde hace veinte años también por obra la Santa Sede;
  2. El ecumenismo perseguido sin interrupción por Vos mismo y por el Vaticano, y siempre condenado por el Magisterio de la Iglesia, y en particular por la encíclica Mortálium Ánimos de Pío XI;
  3. Todas las reformas hechas desde hace veinte años en la Iglesia para complacer a los herejes, cismáticos, las falsas religiones y los enemigos declarados de la Iglesia, como son los judíos, los comunistas y los francmasones.
  4. Esta liberación de la coacción de la ley divina en materia religiosa alienta evidentemente a la liberación de la coacción de todas las leyes divinas y humanas, y demuele toda autoridad en todos los sectores, especialmente en el de la moral.
Nosotros no hemos cesado de protestar durante y después del Concilio contra el inconcebible escándalo de aquesta falsa libertad religiosa y lo hemos hecho tanto verbalmente como por escrito, en privado y en público, apoyándonos en los más solemnes documentos del Magisterio de la Iglesia: inter ália, el Símbolo de San Atanasio, el IV Concilio de Letrán, el Sýllabus (n. 15), el Concilio Vaticano I (Denzinger-Schönmetzer 3008), y en la enseñanza de Santo Tomás de Aquino concerniente a la Fe católica (Suma Teológica, parte II-IIæ, cuestiones 8 a 16), enseñanzas de hace veinte siglos codificadas en la Iglesia y confirmadas por el Derecho y por sus aplicaciones.
    
Por estas razones, si el próximo Sínodo no regresase al Magisterio tradicional de la Iglesia en materia de libertad religiosa, sino que confirmase este grave error, fuente de herejía, nosotros tendremos el derecho de pensar que los miembros del Sínodo no profesan más la Fe católica.
    
De hecho, ellos actuarían contra los principios inmutables del Concilio Vaticano I, que afirma en el capítulo IV de su 4.ª sesión:
«No fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación trasmitida por los Apóstoles, es decir el Depósito de la Fe».
Por todas estas razones, nosotros no podremos sino perseverar en la santa Tradición de la Iglesia y tomar todas las decisiones necesarias a fin que la Iglesia conservas un clero fiel a la Fe católica, capaz de repetir con San Pablo: «Tráditi quod áccepi».
   
Santo Padre, Vuestra responsabilidad está gravemente comprometida en esta nueva y falsa concepción de la Iglesia, que arroja al clero y los fieles en la herejía y en el cisma. Si el Sínodo, bajo Vuestra autoridad persevera en esta dirección, Vos no seréis más el Buen Pastor.
    
Nosotros, con el Rosario en mano, nos volvemos a nuestra Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la suplicamos comunicar su Espíritu de Sabiduría a Vos y a los miembros del Sínodo, para poner fin a la extensión del modernismo en la Iglesia.
    
Santo Padre, quered perdonar la franqueza de nuestra intervención, que no tiene otro fin más que rendir a nuestro Único Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, el honor que Le es debido, así como a Su Única Iglesia, y dignaos acoger nuestros sentimiento de hijos devotos en Jesús y María.
   
✠ Marcel Lefebvre
Arzobispo-Obispo emérito de Tulle
   
✠ Antonio de Castro Mayer
Obispo emérito de Campos

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)