«La Iglesia con frecuencia y reverencia dedica fiestas a la Madre de Dios, porque es una obra agradable a Dios y a los fieles que se celebran muchas fiestas públicas en fechas fijas, en honor de la más bendita, bendita en el cielo, la Madre de nuestro Señor y Dios. Entre las fiestas celebradas con devoción continuamente, hasta hoy, la de la Asunción se considera la más grande e importante. De hecho, no hubo un día más feliz y alegre para María, si consideramos la felicidad del cuerpo y el alma, como lo que se le concedió en ese día; especialmente, como nunca antes, su espíritu, alma y cuerpo se regocijaron maravillosamente en el Dios viviente y pudo decir con razón: “Él ha considerado la humildad de su sierva; porque he aquí, que todas las generaciones me llamarán bendita; porque el que es poderoso me ha magnificado”.
Oh, Madre tres veces bendita y augusta, por esto te amamos, felicitando a tu Hijo por tu gozo admirable e incomparable; porque todo lo que te ha dicho y prometido el Señor, por tu hermoso tránsito de esta vida, se ha cumplido perfectamente. Bendita eres Tú que has creído, y has alcanzado este día hasta el fin de la fe y el fruto de toda virtud, y has merecido, por fin, gozar de la visión más de Aquél a quien tanto amabas y deseaste tanto. Tú misma, recibiste a Emmanuel, quien como invitado entró en ti, como en una poderosa fortaleza en este mundo; y hoy, a su vez fuiste recibida por Él en su mansión real; siendo magníficamente acogida y con el mayor honor, como corresponde a quien se considera digna de ser la Madre de Uno mayor que Salomón.
Oh día bendito, que tan precioso regalo llevó desde el desierto de este mundo a la ciudad santa y eterna, de modo que la alegría inaudita y la admiración brotó en todos los benditos en el cielo. Oh, bendito día, en que se cumplió el anhelo ardiente de la esposa, encontrando lo que había buscado, para recibir lo que le pedía: que lo que esperaba podría poseerlo segura, descansando por fin en la visión perfecta de la Bondad eterna y grandiosa y en el gozo interior. Oh, bendito día que levantó y exaltó a la sierva del Señor para convertirla en la Reina del Cielo, la más gloriosa y la dueña del mundo. No podría haber ascendido a mayor altura, porque fue elevada al mismo trono del reino celestial, y fue establecida en gloria después de Cristo. Oh, bendito y venerado día que nos confirmó una Reina y Madre, a la vez poderosa y misericordiosa en el reino de Dios, para que podamos tener en ella, que siempre será la Madre del Juez, una Madre de misericordia protegiéndonos e intercediendo por nosotros con Cristo, cuidando incesantemente de nuestra salvación».
SAN PEDRO CANISIO SJ, De la Virgen María, Madre de Dios, lib. V, cap. VI. Lecciones 7.ª, 8.ª y 9.ª de las Maitines de la fiesta de la Asunción.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)