El
22 de julio se celebró la fiesta de Santa María Magdalena. En el Misal
Romano del Vetus Ordo se lee: «es considerada por la Iglesia la
penitente transformada por el arrepentimiento y el amor de Cristo. […]
La liturgia identifica a María Magdalena con María hermana de Marta y de
Lázaro, que obtuvo de Jesús la resurrección del hermano sepultado hacía
cuatro días». Sobre su figura se construyó una literatura multiforme:
la de la tradición, dividida entre los argumentos de los Padres latinos y
de los orientales; la de los esotéricos, que tiene en nuestros días el
protagonista más destacado en Dan Brown con el best seller El
código da Vinci, que ha deshonrado y profanado el nombre de Cristo y de
Santa María Magdalena; los de los exegetas de nuestros días que no toman
en consideración las historias sobre María Magdalena oriundas de la
tradición respecto a su figura o a su culto, basándose únicamente en sus
sugestivas hipótesis. Para esclarecer un poco tan compleja
documentación es necesario, como siempre, cuando no se tienen certezas
sino únicamente suposiciones, recurrir a los datos de la tradición, a lo
que siempre es dicho y creído.
El
nombre Magdalena proviene probablemente de los arrabales de Magdala,
hoy Magdal, en la costa occidental del lago de Getsemaní. En el
Evangelio ella es una de las devotas mujeres que estaban en el séquito
de Jesús. Muchos Padres latinos, entre los cuales San Agustín, San León y
San Gregorio Magno, identifican a esta María con María de Betania, la
hermana de San Lázaro y de Santa Marta, y también con la anónima
pecadora recordada por San Lucas (7, 36-50); los Padres griegos, en
cambio, ya con Orígenes, comúnmente distinguen las tres mujeres una de
la otra. La cuestión fue bastante debatida, en particular en el siglo
XVI en territorio francés, a propósito de las reliquias de la santa, la
cual, según una tradición muy arraigada en Francia y que se remonta al
siglo XI, habría llegado a Provenza junto con los hermanos Lázaro y
Marta y otros cristianos. Por el contrario, San Gregorio de Tours, que
vivió en el siglo VI, afirmaba que el sepulcro de la santa se encontraba
en Éfeso.
Es
muy interesante hacer notar que en el capítulo 7 del Evangelio de San
Lucas se habla de una penitente sin identificarla, pero en quien los
Padres latinos veían a Magdalena: la escena se desarrolla en la casa de
un fariseo, no se sabe de que ciudad, que había invitado a Jesús a comer
con él. «Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber
que Jesús se encontraba reclinado a la mesa en casa del fariseo, tomó
consigo un vaso de alabastro, con ungüento; y, colocándose detrás de Él,
a sus pies, y llorando con sus lágrimas bañaba sus pies y los enjugaba
con su cabellera; los llenaba de besos y los ungía con el ungüento» (8,
37-38). Jesús lee los malsanos pensamientos del fariseo, que se pregunta
cómo «un profeta» puede permitir ser tocado por una pecadora. Y el
Maestro lo hace razonar, hasta anteponer como méritos los servicios
prestados por la mujer comparándolos con la hospitalidad recibida por
parte del dueño de casa, al punto de sentenciar: «sus muchos pecados han
quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le
perdona, ama poco». Así, frente al fariseo y a todos los comensales
presentes, la mujer es perdonada de todos sus pecados porque: «Tu fe te
ha salvado, ¡vete en paz!» (Lc. 8, 47-50). Inmediatamente antes de este
último versículo, el evangelista escribe: «En el tiempo siguiente anduvo
caminando por ciudades y aldeas, predicando y anunciando la Buena Nueva
del reino de Dios, y con Él los Doce, y también algunas mujeres, que
habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, la
llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios; Juana, mujer
de Cuzá, el intendente de Herodes; Susana y muchas otras, las cuales
les proveían del propio sustento de ellas» (Lc. 8, 1-3). De ahí que puede
surgir que la penitente en la casa del fariseo haya sido la misma María
Magdalena, de la cual, como atestigua San Lucas, salieron siete
demonios, pero ello no significa, como sustentan algunos estudiosos, que
fuera endemoniada, sino que fuese una gran pecadora.
Es
cierto, entonces, que Magdalena, desde que fue liberada de los pecados,
comenzó a seguir a Jesucristo, a asistirlo junto con sus discípulos, a
vivir por eso junto a los apóstoles y a las mujeres que lo seguían. Por
lo tanto, la identificación de María Magdalena con María de Betania o
con la pecadora arrepentida fue nuevamente discutida por la Iglesia en
1969, después del Concilio Vaticano II, a través de una lectura
exegética moderna e historicista, separada de la tradición. Es necesario
recordar, además, que en el Novus Ordo tuvo el grado de memoria hasta
el 3 de junio de 2016, cuando el Papa Francisco la elevó al grado de fiesta.
No
se puede dejar de prestar atención, además, en que la figura de María
Magdalena pecadora fue incluida junto con la del Buen Ladrón en la
secuencia del Dies Iræ (utilizada en la liturgia católica tradicional
de los difuntos): «Qui Maríam absolvísti / et latrónem exaudísti / mihi
quóque spem dedísti». A raíz de la reforma litúrgica el texto de la
secuencia fue retocado y se eliminó el nombre de María; pero aún es
rezada según la lección tradicional en la celebración del Vetus Ordo. No
estamos también en disposición de considerar a todos aquellos santos
fundadores y santas fundadoras que dieron vida a institutos religiosos
en nombre de María Magdalena y que cuidaron de las mujeres de la calle,
como lo hizo la venerable Julieta Colbert di Barolo (1786-1864), que
fundó el Instituto de las Hermanas Penitentes de Santa María Magdalena
(hoy Hijas de Jesús Buen Pastor) con la finalidad de expiar el pecado y
de educar a adolescentes ya iniciadas en el vicio (llamadas
Maddalenine): muchas jóvenes y señoras redimidas y formadas para ser
honestas cristianas y ciudadanas, eligieron hacerse monjas dedicadas a
la educación de las Maddalenine. La identificación entre las tres
personas, a saber Magdalena-María de Betania-la pecadora penitente, por
lo demás sustentada también por las visiones de la Beata Ana Catalina
Emmerick (1774-1824), es rechazada tanto por el Cardenal biblista
Gianfranco Ravasi Tavola, como por los protestantes y los ortodoxos. Pero la
devoción popular resiste, a tal punto que también, cinematográficamente
hablando, la superposición de Magdalena con una prostituta es destacada
por Mel Gibson en su obra La Pasión de Cristo (2004). En el arte la
figura de la santa aparece bastante tarde y, salvo raras excepciones,
puede decirse que el culto de sus imágenes se inicia sólo en el siglo
XII, después del hallazgo de sus reliquias. En las imágenes devocionales
es representada como santa patrona –de las prostitutas penitentes, de
las penitentes, de los perfumistas y de los peluqueros (señales, estas
últimas, que apuntan a la identificación de Magdalena con la penitente
de la casa del fariseo)– o como penitente, mientras que en las
referencias históricas está presente en las escenas del Evangelio o bien
en aquellas de la llegada en barco a Francia. Su atributo iconográfico
es el vaso de ungüentos, el vestido es tendencialmente rojo simbolizando
su amor sobrenatural a Nuestro Señor, con cabellos muy largos, que a
veces le cubren todo el cuerpo. Ella representa a todos los pecadores
que son perdonados por su amor al Redentor y por su fe.
Entre
los griegos, a fines del siglo IV, se festejaba el «domingo de las
Miróforas» (portadoras de aromas para el cuerpo de Cristo), quince días
después de Pascua. De acuerdo con el calendario bizantino resulta que se
celebraba una fiesta de María Magdalena el 22 de Julio. Los lugares más
conocidos para rendir culto a Santa María Magdalena eran Éfeso y
Constantinopla. En Occidente hubo que esperar el siglo VIII para ver
aparecer en el martirologio de Beda el Venerable la fiesta de María
Magdalena el 22 de julio, relacionada con el uso en vigencia en Éfeso. A
fines del siglo IX, después que el monje Badilo llevó de Judea algunas
reliquias de la santa, hacia los años 880-884 nace el culto, que se
desarrolló en Vézelay en el siglo XI, para alcanzar su ápice en el siglo
XII. Godofredo, abad de Vézelay desde el 1037 al 1052, reformó la
abadía, que fue puesta bajo la protección de María Magdalena. El Papa
León IX, en el año 1050, aprobó este patronazgo y Esteban IX, en el
1058, dio su consentimiento para la veneración de las reliquias de la
santa. Durante dos siglos Vérzelay verá afluir multitudes de peregrinos,
los milagros se multiplicaron y florecerá una abundante literatura.
Pero la devoción en este lugar tendrá un compás de espera cuando, el 9
de diciembre de 1279, el Príncipe Carlos de Salerno, hijo de Carlos I de
Anjou, Rey de Nápoles y de Sicilia, hizo abrir antiguos sarcófagos en
la cripta de Saint-Maximin, donde fueron encontrados restos de Santa
María Magdalena.
La
difusión del culto a Magdalena fue llevado adelante por la Orden de los
Frailes Predicadores, a tal punto que los dominicos la consideran una
de sus patronas. Una tradición narrada en la Leyenda dorada del fraile
dominico y Obispo de Génova, el Beato Santiago de Varazze (1228-1298),
cuenta que Magdalena, con su hermano Lázaro (que será el primer Obispo
de Marsella y cuyo cuerpo es venerado en la catedral de esta ciudad) y
Marta, y con otros discípulos de Jesús, entre los cuales Maximino
(primer Obispo de Aix-en-Provence) y el ciego de nacimiento
milagrosamente curado por Jesús (cuyo cráneo se encuentra sobre el altar
de la nave izquierda de la Basílica Saint-Maximin-la-Sainte-Baum),
salió de Palestina hacia el año 45 para desembarcar con una embarcación
en Saintes-Maries-de-la-Mer, después de un viaje peligroso y turbulento.
Al respecto existe otra versión, avalada también por un fresco de
Giotto en la capilla de la Magdalena de la basílica inferior de San
Francisco de Asís, que indica como tuvo lugar el arribo a Marsella.
El
culto por Magdalena se difundió en toda Europa y de un modo bastante
grande en Provenza con la construcción de muchas iglesias en su honor:
la más conocida es precisamente la de estilo gótico de
Saint-Maximin-la-Sainte-Baume (1295), donde está conservado lo que la
tradición dice ser el cráneo de la santa. Según una crónica de 1173
habría sido precisamente en Sainte-Baume que Magdalena llevó su vida de
penitencia durante treinta años. Sainte Baume en provenzal antiguo
significa «santa gruta». De hecho, en Plan-d’Aups-Sainte-Baume, bajo la
cima más alta del macizo montañoso, se encuentra una gruta donde se
cuenta que habría expirado la santa, lugar sobre el cual fue edificada
una iglesia, que acoge una reliquia de Magdalena, una fuente de agua,
además de un convento dominico.
«Junto
a la Cruz de Jesús estaba de pie su madre, y también la hermana de su
madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena», escribe San Juan
(19, 25) y fue Magdalena, el primer día de la semana, junto con Salomé y
María la madre de Juan el Menor (Mt. 28, 1 y Mc. 16, 1-2) quien se
acercó al Santo Sepulcro para perfumar y ungir el cuerpo de Jesús con
los ungüentos. «El primer día de la semana, de madrugada, María
Magdalena llegó al sepulcro, y vio quitada la losa sepulcral. Corrió
entonces, a encontrar a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús
amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto”». (Jn. 20, 1-2). Pedro y Juan, entonces, se fueron
al sepulcro y no encontraron el cuerpo de Jesús. A esta altura San Juan
escribe esa página conmovedora en la que describe el místico encuentro
entre Magdalena y Jesús: «Pero María se había quedado afuera, junto al
sepulcro y lloraba. Mientras lloraba, se inclinó al sepulcro y vio dos
ángeles vestidos de blanco, sentados el uno a la cabecera y el otro a
los pies, donde se había puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron:
“Mujer, ¿por qué lloras?”. Díjoles: “Porque han quitado a mi Señor y yo
no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto se volvió y vio a Jesús que
estaba allí, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por
qué lloras? ¿A quien buscáis?”. Ella, pensando que era el jardinero, le
dijo: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo
llevaré. Jesús le dijo:: “¡María!”. Ella, volviéndose hacia él, le dijo
en hebreo: “Maestro!”» (Jn. 20, 11-16).
En
nuestras iglesias casi ya no se oye hablar de Santa María Magdalena.
Los pastores han olvidado a la penitente predilecta de Cristo y la razón
es simple de comprender: ella, con su fe y su amor perfecto por Cristo,
el sobrenatural (místico), representa la victoria sobre los pecados que
hoy son ignorados o infravalorados o incluso también despreciados, ya
no más considerados como los verdaderos y únicos responsables que alejan
las almas del Amor trinitario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios deberán relacionarse con el artículo. Los administradores se reservan el derecho de publicación, y renuncian a TODA responsabilidad por el contenido de los comentarios que no sean de su autoría. La blasfemia está estrictamente prohibida, y los insultos a la administración es causal de no publicación.
Comentar aquí significa aceptar las condiciones anteriores. De lo contrario, ABSTENERSE.
+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)