San Juan de Mata, fundador de la Orden de la Santísima Trinidad para la redención de los cautivos cristianos, murió en el convento de Santo Tomás in Formis (en el Acueducto), Roma, el 17 de diciembre de 1213. Fue enterrado en un sepulcro de mármol en la iglesia conventual, en el que grabaron este texto (Fuente: Vida de San Juan de Mata, por el Padre fray Calixto de la Providencia O.Ss.T., París, 1867; Imprimátur por Mons. Félix Dupanloup, Obispo de Orléans):
«Anno Domínicæ incarnatiónis MCXCVIII, Pontificátus vero Dómini Innocéntii Papæ tértio anno primo, XVI kaléndas Januárii, institútus est, nutu Dei, ordo Sanctæ Trinitátis et Captivórum a Fratre Joánne, sub própria Régula, sibi ab apostólica sede concéssa. Sepúltus est idem Frater Joánnes, in hoc loco, anno Domínicæ Incarnatiónis MCCXIII, decémbris XXI» [En el año de la Encarnación del Señor, 1198, en el pontificado del señor Papa Inocencio III, en el primer año, a 16 de las calendas de Enero (17 de Diciembre), por señal de Dios fue instituida la Orden de la Santa Trinidad y de los Cautivos por el hermano Juan, bajo propia Regla, concedida a él por la Sede Apostólica. Fue sepultado el mismo hermano Juan en este lugar, el año del Señor 1213, el mes de diciembre, el día 21].
Más de 150 años veneraron los religiosos las reliquias de su amado fundador. En 1378 comenzó el cisma de Occidente, y la Iglesia quedó escindida en dos facciones u obediencias; una a Urbano VI, reclamante italiano y otra a Clemente VII, reclamante francés. El General de los Trinitarios y los religiosos franceses (conocidos como mathurins por la iglesia de San Maturino en París, donde tuvieron su sede) se pusieron de parte de su compatriota, lo que provocó que en 1379 Urbano VI echara a los religiosos trinitarios de Roma, y les expropiara su querida casa de Santo Tomás in Formis. El convento pasó a manos del Capítulo Canonical de la basílica de San Pedro del Vaticano, y allí quedaron las santas reliquias. En 1417, llegado el fin del cisma con la elección de Martín V, el convento no regresó a sus dueños, sino que siguió siendo propiedad de San Pedro. En el siglo XVI el convento e iglesia amenazaban ruina, por lo que el General de la Orden pidió a San Pio V les devolviese el convento, para restaurarlo y dar debido culto a su Fundador. Pío V mandó al Capítulo de San Pedro que devolviera el convento a sus dueños so pena de excomunión, y así se habría hecho si el santo papa no hubiera fallecido el 1 de mayo de 1572. Los capitulares anularon dicho mandato, impidiendo que los trinitarios volvieran a Santo Tomás in Formis (apenas en 1925 devolvieron la iglesia y parte del convento).
El malestar por el abandono del sepulcro del santo (abandono en parte culpa de sus mismos discípulos, por el adagio «Hic est Ordo approbátus non a sanctis fabricátus sed a summo solo Deo», Esta Orden aprobada no fue hecha por Santos sino solo por Dios Altísimo, que se rastrea a un anónimo poeta francés del siglo XIII) fue colmando la paciencia de los religiosos trinitarios. En 1598 el beato Juan Bautista de la Concepción escribirá: «sienten sus religiosos tan gran amor hacia el Fundador que, si pudieran ir millares de leguas por buscar sus santas reliquias fueran». En el siglo XVII se comenzó a promover la canonización equivalente de Juan de Mata. Para estas fechas tres comunidades trinitarias están establecidas en Roma: San Carlino “alle Quattro Fontane”, con trinitarios descalzos, en Santa Francisca Romana los calzados y los trinitarios reformados franceses, establecidos en San Dionisio “alle Quattro Fontane”. Vamos, que por convento no era. Su interés estaba ceñido al cuerpo del santo, abandonado en el casi derruido convento. Hartos de aquello, el 18 de marzo de 1655 los trinitarios calzados Gonzalo de Medina (de la provincia de Castilla) y José Vidal (de la provincia de Aragón) van a Santo Tomás in Formis, rompen una ventana de la iglesia, abren la sepultura y toman los huesos de San Juan de Mata. En su lugar dejaron un papel que decía que robaban las reliquias movidos por el celo por la Orden, y el dolor que les provocaba el ver los huesos del santo en una iglesia que no era la apropiada, estando medio derruida. Guardaron las reliquias en un arca forrada de brocado y la sellaron.
En el convento de los calzados recibió el santo la primera y furtiva veneración de sus hijos. Luego las llevaron secretamente al hospital de Santiago de los Españoles, en Roma, y desde allí llevadas en secreto a Madrid. En España y con la protección real estarían a salvo de las iras de los capitulares de San Pedro. En Madrid el Nuncio Camilo de Maximis, las reconoció oficialmente, selló el arca y depositó piadosamente las reliquias en la capilla de la Nunciatura. En 1686 los frailes descalzos reclamaron las reliquias para sí, para darles la debida veneración pública, aunque antes pidieron y obtuvieron la certificación de autenticidad de las mismas por Inocencio XIII, el 16 de septiembre de 1721. Entonces las reliquias se dividieron entre los calzados y los descalzos, y algunas porciones se llevaron a Roma (a San Pedro y a Santo Tomás in Formis), a Tolosa y Portugal.
En 1722 los trinitarios descalzos depositaron las reliquias en una bella urna barroca de plata y pedrería y el 7 de mayo del mismo año la trasladaron solemnemente a la iglesia madrileña de la Santísima Trinidad. Fue una traslación rodeada de fastos, novena y predicación. Dicha iglesia es la actual “Jesús Cautivo Rescatado de Medinaceli”. Los calzados hicieron lo propio el cuarto Domingo de Pascua del mismo año (10 de mayo), trasladando con solemnidad sus propias reliquias a su iglesia de La Trinidad en la calle de Atocha. En 1835, con la exclaustración de los religiosos por órdenes del ministro de hacienda y masón Juan de Dios Álvarez Méndez/Mendizábal, ambos relicarios pasaron a las Madres Trinitarias de la calle Lope de Vega, no sin antes ser resguardadas en el palacio de la Nunciatura. Y allí quedaron. En el período de la república española, ante el clima persecutorio, las monjas escondieron las reliquias en la casa de D. José Navarro y Reverter Gomis (subsecretario del Ministerio de Hacienda y subgobernador del Banco Hipotecario, luego presidente de la Compañía Telefónica) en la calle Fuencarral 50, de donde fueron robados durante la batalla de Madrid. Y se creían perdidas cuando luego de la contienda, aparecieron en el sótano de la antigua catedral de Madrid, San Isidro. Las monjas reclamaron las reliquias del santo, y con ellas estuvieron hasta el 8 de octubre de 1966, cuando los frailes trinitarios de Salamanca las reclamaron y las obtuvieron, dejando antes algunas porciones a las trinitarias y enviando un omóplato a los trinitarios de Roma. Actualmente se pueden venerar en dicha parroquia de San Juan de Mata de Salamanca, en la misma urna construida en el siglo XVIII para la traslación del 7 de mayo de 1722, acontecimiento que aún celebra la Orden a día de hoy.
El sarcófago, por su parte, fue regalado por el Papa Benedicto XIV el 3 de febrero de 1749 a los trinitarios descalzos a petición de su ministro general Fray Miguel de San José (en el siglo Miguel Jerónimo Vallejo de Berlanga), y trasladado a su iglesia central, donde permaneció hasta su demolición en la Guerra del Francés. A fines del siglo XIX, reapareció en las obras de demolición del horno del palacio ducal de Medinaceli, con otra inscripción que decía
«Nuestro Santísimo Papa Benedicto XIV dio este sepulcro de San Juan de Mata para esta Iglesia a Nuestro Reverendo Padre General Fray Miguel de San José, hoy Obispo de Guadix el año de 1749, y la Excelentísima Señora Doña Teresa Moncada y Benavides, Duquesa de Medina Cœli y Marquesa de Aytona y nuestra patrona, le colocó con este adorno en 7 de Febrero de 175[0?]».
En enero de 1891, la duquesa viuda Casilda Remigia de Salabert y Arteaga, regente de la Casa de Medinaceli por la minoría de edad de su hijo Luis Jesús Fernández de Córdoba y Salabert, a petición del presidente del Consejo de Ministros Antonio Cánovas del Castillo, cedió el sepulcro a la Real Academia de la Historia (que dos años después lo cederá a la exposición Histórico-Europea organizada por el Museo Arqueológico Nacional y promovida por Juan Navarro Reverter –abuelo de José–). Actualmente, el sarcófago está en los fondos del Museo Arqueológico Nacional.
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