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viernes, 11 de octubre de 2024

MEMORANDO A JORGE MARIO BERGOGLIO: TODAS LAS RELIGIONES FALSAS SON CAMINOS AL INFIERNO

Traducción del artículo publicado en CHRIST OR CHAOS. Para la obra de Ratzinger, se empleó la traducción española de Marciano Villanueva Salas, publicada por Herder en 1985

MEMORANDO A JORGE MARIO BERGOGLIO: TODAS LAS RELIGIONES FALSAS SON CAMINOS AL INFIERNO

El desprecio de Jorge Mario Bergoglio por la Divina Revelación que Dios ha confiado exclusivamente a Su Iglesia Católica para su explicación infalible y eterna salvaguardia no tiene límites y, si es posible, está haciéndose más descarado mientras los años pasan porque ahora él tiene once años y medio atacando casi todo aspecto de la Fe, la Moral y el Culto Católico. De hecho, va a utilizar su próximo sínodo sobre la sinodalidad para destruir cualquier vestigio de auténtica eclesiología católica y así habilitar y envalentonar aún más a los sumidos en la perversidad, haciendo parecer que la esencia de la inefable misericordia de Cristo Rey se basa en aliviar las conciencias de los pecadores empedernidos en nombre de la “sinodalidad”.

Este próximo Sínodo, que comienza el 1 de octubre de 2024, incluirá un servicio de oración para orar en reparación por los diversos “pecados”, así como la deconstrucción de la Constitución Divina de la Santa Madre Iglesia:
«La novedad de este año será, al concluir el retiro, una vigilia penitencial en la tarde del martes 1 de octubre, en la Basílica de San Pedro, presidida por el Papa Francisco. Organizada por la Secretaría General del Sínodo y la diócesis de Roma, en colaboración con la Unión de Superiores Mayores (USG) y la Unión Internacional de Superiores Mayores (UISG), podrá seguirse a través de los medios de comunicación vaticanos y está abierta a todos, especialmente a los jóvenes, “porque es a ellos a quienes se confía el mensaje de la Iglesia”, señaló el cardenal Mario Grech, y porque “los jóvenes sufren por nuestros pecados y por los pecados en la Iglesia”, añadió el relator general de la asamblea, el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo.
   
La celebración incluirá un momento para escuchar tres testimonios de personas que han sufrido el pecado del abuso; el pecado de la guerra; el pecado de la indiferencia ante el drama presente en el fenómeno creciente de todas las migraciones. Después tendrá lugar la confesión de algunos pecados para “reconocerse parte de aquellos que por omisión o acción se convierten en causa de sufrimiento, responsables del mal que sufren los inocentes e indefensos”, precisó Grech. En particular, se confesará el pecado contra la paz; el pecado contra la creación, contra los pueblos indígenas, contra los migrantes; el pecado de los abusos; el pecado contra la mujer, la familia, los jóvenes; el pecado de la doctrina utilizada como piedra para ser arrojada; el pecado contra la pobreza; el pecado contra la sinodalidad / falta de escucha, comunión y participación de todos. Al final, el Papa dirigirá, en nombre de todos los fieles, una petición de perdón a Dios y a las hermanas y hermanos de toda la humanidad.
       
Oración ecuménica
A continuación se ofrecerá una oración ecuménica, junto con Francisco, los delegados fraternos participantes y otros representantes de Iglesias y Comunidades eclesiales presentes en Roma, que tendrá lugar la tarde del 11 de octubre, de nuevo en el Vaticano, en la Plaza de los Protomártires, donde, según la tradición, tuvo lugar el martirio de Pedro. La fecha pretende conmemorar la apertura, ese mismo día hace 62 años, del Concilio Vaticano II. Por último, el 21 de octubre habrá otra jornada de retiro espiritual con vistas al discernimiento sobre el borrador del Documento Final. Así, habrá “una alternancia de momentos de oración personal, de diálogo y comunión entre nosotros, comunión fraterna en la escucha y el amor mutuo, y comunión en la oración”, subrayó el cardenal Grech, que también invitó a las comunidades religiosas, especialmente a las de vida contemplativa, y a todos los fieles a rezar “para que los miembros de la Asamblea sean dóciles a la voz del Espíritu Santo”. 
    
Cuatro foros abiertos a todos
Otra novedad serán cuatro foros teológico-pastorales abiertos a todos y también a los periodistas acreditados ante la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Dos tendrán lugar al mismo tiempo, el 9 de octubre, a las 18 horas, sobre “El Pueblo de Dios, sujeto de la misión”, en el Aula de la Curia de los Jesuitas, y “El papel y la autoridad del Obispo en una Iglesia sinodal”, en el Augustiniánum, y los otros dos, también a la misma hora, a las 18 horas, el 16 de octubre, sobre “Las relaciones mutuas entre la Iglesia local y la Iglesia universal”, en el Aula de la Curia de los jesuitas, y sobre “El ejercicio del primado y el Sínodo de los Obispos”, en el Augustiniánum. Cada foro abordará un tema relevante desde el punto de vista eclesiológico, relacionado con los contenidos del Instruméntum labóris, precisó monseñor Riccardo Battocchio, secretario especial de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, y contará con la participación de teólogos, canonistas, obispos, personas implicadas también en asambleas de obispos, con las que se podrá dialogar. Los foros también estarán disponibles en línea bajo demanda» (Sínodo, presentada la segunda sesión).
Este es simplemente un intento increíblemente audaz de “reimaginar” el catolicismo de acuerdo con el paganismo que late dentro de los corazones de hombres como el Apóstata Argentino, Jean-Claude Hollerich, James Martin, Timothy Radcliffe, el Cardenal Greeh y tantos otros cuyo compromiso con la indemnización de aquellos sumidos en pecados contra la Santa Pureza, especialmente aquellos de naturaleza perversa, los obliga a tratar de mitigar los pecados reales con expresiones de “amor” e inventar “pecados sociales” que no son pecados en absoluto. Reclamar una de las Obras Espirituales de Misericordia (corregir al pecador) es “arrojar piedras” es falsificar la enseñanza y el ejemplo mismos de Nuestro Bendito Señor y Salvador Jesucristo cuando caminó sobre la faz de la tierra en la misma Carne.

Así, todo el programa sinodal es un ejemplo más del espíritu de Sillon, descrito y condenado por el Papa San Pío X en Notre Charge Apostolique, el 15 de agosto de 1910:
«Nos queremos llamar vuestra atención, venerables hermanos, sobre esta deformación del Evangelio y del carácter sagrado de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre, practicada en “Le Sillon” y en otras partes. Cuando se aborda la cuestión social, está de moda en algunos medios eliminar, primeramente la divinidad de Jesucristo y luego no hablar más que de su soberana mansedumbre, de su compasión por todas las miserias humanas, de sus apremiantes exhortaciones al amor del prójimo y a la fraternidad. Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen, los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren, no ha sido para predicarles el celo por una del igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios, contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas. Ha sido tan enérgico como dulce, ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo. Finalmente, no ha anunciado para la sociedad futura el reino de una felicidad ideal, del cual el sufrimiento quedara desterrado, sino que con sus lecciones y con sus ejemplos ha trazado el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el Cielo: el camino de la Cruz. Estas son enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a la salvación eterna. Son enseñanzas eminentemente sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad» (Papa San Pío X, Notre Charge Apostolique, 15 de Agosto de 1910).
La condena del Papa San Pío X a la falsa filosofía de Le Sillon es una condena a los falsos “pontificados” de cada uno de los “papas” conciliares, incluyendo el del “restaurador de la tradición”, el difunto Joseph Alois Ratzinger/Benedicto XVI, y su notorio sucesor, Jorge Mario Bergoglio, un hombre que hace tan pocas pretensiones sobre su naturalismo como Ratzinger/Benedicto alguna vez hizo con su hegelianismo y racionalismo.

Bergoglio y sus hermanos modernistas se esfuerzan por hacer público todo lo que condenó el Papa San Pío X en el siguiente párrafo de Pascéndi Domínici Gregis, del 8 de Septiembre de 1907:
«Queda, finalmente, ya hablar sobre el modernista en cuanto reformador. Ya cuanto hasta aquí hemos dicho manifiesta de cuán vehemente afán de novedades se hallan animados tales hombres; y dicho afán se extiende por completo a todo cuanto es cristiano. Quieren que se renueve la filosofía, principalmente en los seminarios: de suerte que, relegada la escolástica a la historia de la filosofía, como uno de tantos sistemas ya envejecidos, se enseñe a los alumnos la filosofía moderna, la única verdadera y la única que corresponde a nuestros tiempos.
   
Para renovar la teología quieren que la llamada racional tome por fundamento la filosofia moderna, y exigen principalmente que la teología positiva tenga como fundamento la historia de los dogmas. Reclaman también que la historia se escriba y enseñe conforme a su método y a las modernas prescripciones.
  
Ordenan que los dogmas y su evolución deben ponerse en armonía con la ciencia y la historia.
  
Por lo que se refiere a la catequesis, solicitan que en los libros para el catecismo no se consignen otros dogmas sino los que hubieren sido reformados y que estén acomodados al alcance del vulgo.
 
Acerca del sagrado culto, dicen que hay que disminuir las devociones exteriores y prohibir su aumento; por más que otros, más inclinados al simbolismo, se muestran en ello más indulgentes en esta materia.
  
Andan clamando que el régimen de la Iglesia se ha de reformar en todos sus aspectos, pero principalmente en el disciplinar y dogmático, y, por lo tanto, que se ha de armonizar interior y exteriormente con lo que llaman conciencia moderna, que íntegramente tiende a la democracia; por lo cual, se debe conceder al clero inferior y a los mismos laicos cierta intervención en el gobierno y se ha de repartir la autoridad, demasiado concentrada y centralizada.
 
Las Congregaciones romanas deben asimismo reformarse, y principalmente las llamadas del Santo Oficio y del Índice.
    
Pretenden asimismo que se debe variar la influencia del gobierno eclesiástico en los negocios políticos y sociales, de suerte que, al separarse de los ordenamientos civiles, sin embargo, se adapte a ellos para imbuirlos con su espíritu.
  
En la parte moral hacen suya aquella sentencia de los americanistas: que las virtudes activas han de ser antepuestas a las pasivas, y que deben practicarse aquéllas con preferencia a éstas.
  
Piden que el clero se forme de suerte que presente su antigua humildad y pobreza, pero que en sus ideas y actuación se adapte a los postulados del modernismo.
  
Hay, por fin, algunos que, ateniéndose de buen grado a sus maestros protestantes, desean que se suprima en el sacerdocio el celibato sagrado.
  
¿Qué queda, pues, intacto en la Iglesia que no deba ser reformado por ellos y conforme a sus opiniones?» (Papa San Pío X, Pascéndi Domínici Gregis, 8 de Septiembre de 1907, No. 37).
La lista de "reformas" que el Papa San Pío X sabía que los modernistas querían implementar se destaca como una advertencia profética en cuanto a la agenda que se había elaborado por los teólogos modernistas en los años anteriores al "Segundo" Concilio Vaticano y que se convirtió en la base fundamental de todo el espíritu del conciliarismo. Consideremos la naturaleza profética de la lista de "reformas" que el Papa San Pío X quería implementar:

1)  La pasión por la innovación . La innovación, que la Iglesia siempre ha evitado, se ha convertido en el fundamento mismo del conciliarismo. De hecho, Joseph Ratzinger/Benedicto XVI elogió la novedad y la innovación en repetidas ocasiones, haciéndolo durante su ahora infame discurso de Navidad del 22 de diciembre de 2005 a su curia conciliar. ¿Desde cuándo ha sido esto así en la historia de la Iglesia Católica? Es una práctica habitual en la falsa iglesia del conciliarismo, y la "innovación" es el sello distintivo de la caricatura del conciliarismo, Jorge Mario Bergoglio.

2) “ Desean que la filosofía escolástica sea relegada a la historia de la filosofía y clasificada entre los sistemas absolutos, y que a los jóvenes se les enseñe la filosofía moderna, que es la única verdadera y adecuada a los tiempos en que vivimos ”. Este es un resumen convincente de la creencia del propio Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, que esbozó en Teoría de los Principios teológicos y en su propia autobiografía,  Milestones . Bergoglio no tiene ningún respeto por la filosofía de ningún tipo, ya que se mueve únicamente por el subjetivismo puro sin el adorno de la “nueva teología” de sus predecesores.

3) " Los dogmas y su evolución, afirman, deben armonizarse con la ciencia y la historia ". Así es, por supuesto, que Joseph Ratzinger/Benedicto XVI nos dijo, tanto antes como durante su falso "pontificado", que cosas como  el  Syllabus  de los errores del Papa Pío IX e incluso la Pascendi Dominci Gregis del Papa San Pío X, entre otras cartas encíclicas y pronunciamientos papales (ver Testimonio contra Benedicto XVI: El Juramento antimodernista) sirvieron en sí mismas para un propósito útil en un punto de la historia, pero perdieron su fuerza vinculante con el tiempo. En otras palabras, debemos armonizar el catolicismo con los acontecimientos de la historia (el derrocamiento del Reino Social de Cristo Rey, la institucionalización de las "iglesias" protestantes, el surgimiento del estado secular) y no estar "atados" por una visión "centrada en el tiempo" de la fe. Como la repetición es la madre del aprendizaje, tal vez sea bueno repetir una vez más que esta visión modernista del dogma fue condenada específicamente por el [Primer] Concilio Vaticano. Ningún católico es libre de ignorar estas palabras vinculantes y seguir siendo un católico de buena reputación:
«Así pues, la doctrina de la fe que Dios ha revelado es propuesta no como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un depósito divino confiado a la esposa de Cristo para ser fielmente protegido e infaliblemente promulgado. De ahí que también hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo.
  
Dios no puede negarse a sí mismo, ni puede la verdad contradecir la verdad. La aparición de esta especie de vana contradicción se debe principalmente al hecho o de que los dogmas de la fe no son comprendidos ni explicados según la mente de la Iglesia, o de que las fantasías de las opiniones son tenidas por axiomas de la razón. De esta manera, definimos que toda afirmación contraria a la verdad de la fe iluminada es totalmente falsa” (Concilio de Letrán V, sesión VIII, 19)…

3. Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema.
   
Así pues, cumpliendo nuestro oficio pastoral supremo, suplicamos por el amor de Jesucristo y mandamos, por la autoridad de aquél que es nuestro Dios y Salvador, a todos los fieles cristianos, especialmente a las autoridades y a los que tienen el deber de enseñar, que pongan todo su celo y empeño en apartar y eliminar de la Iglesia estos errores y en difundir la luz de la fe purísima.
   
Mas como no basta evitar la contaminación de la herejía, a no ser que se eviten cuidadosamente también aquellos errores que se le acercan en mayor o menor grado, advertimos a todos de su deber de observar las constituciones y decretos en que tales opiniones erradas, incluso no mencionadas expresamente en este documento, han sido proscritas y prohibidas por esta Santa Sede» (Papa Pío IX, Concilio Vaticano, Sesión III, Constitución dogmática Dei Fílius sobre la Fe Católica, capítulo IV, Sobre la Fe y la Razón, 24 de Abril de 1870).
4) " En cuanto al culto, dicen, se debe reducir el número de las devociones externas y se deben tomar medidas para evitar que aumenten aún más, aunque, de hecho, algunos de los admiradores del simbolismo están dispuestos a ser más indulgentes en este punto ". Esto describe el impulso litúrgico del conciliarismo con bastante precisión. De hecho, la última frase de esta oración tiene una aplicación particular para Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, quien estaba algo dispuesto a ser "indulgente" con el simbolismo de la liturgia, pero sin embargo estaba comprometido a "reformar" la "reforma" conciliar. Obviamente, Jorge Mario Bergoglio proviene de un entorno más "liberado" que su predecesor. La versión modernizada de la Misa Inmemorial de la Tradición puede tener su lugar, de acuerdo con las falsedades que publicó en Summórum Pontíficum, el 7 de julio de 2007, para aquellos que están "apegados" a ella. Bergoglio y Francisco se han asegurado, por supuesto, de que no haya vuelta atrás en la "reforma" en sí, incluida la reducción de los santos conmemorados en el calendario universal del conciliarismo. De hecho, el entonces cardenal Ratzinger escribió lo siguiente en  Principios de teología católica  en 1982:
«Entre los fenómenos innegables de los últimos años se cuenta el del constante crecimiento de grupos integristas, en los que encuentra respuesta el anhelo de piedad, del calor del misterio. Y es preciso precaverse de descalificar tales procesos. Es indudable que hay aquí celotismo sectario, que es el polo opuesto del catolicismo. Nunca se ofrecerá demasiado resistencia a esta tendencia» (pp. 389-390)

5) " Claman que el gobierno eclesiástico requiere ser reformado en todas sus ramas, pero especialmente en sus departamentos disciplinarios y dogmáticos. Insisten en que tanto externa como internamente debe ser puesto en armonía con la conciencia moderna que ahora tiende totalmente hacia la democracia; por lo tanto, se debe dar una parte en el gobierno eclesiástico a los rangos inferiores del clero e incluso a los laicos y la autoridad que está demasiado concentrada debe ser descentralizada. Las Congregaciones Romanas y especialmente el índice y el Santo Oficio, también deben modificarse ". Los conciliaristas han resumido la descripción del Papa San Pío X de su visión modernista del gobierno de la Iglesia muy sucintamente: Colegialidad. No es casualidad que Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini/Pablo VI regalara la tiara papal, que se exhibe en la cripta de la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, DC, y que Albino Luciani/Juan Pablo I y Karol Wojtyla/Juan Pablo II, Joseph Ratzinger/Benedicto XVI y Jorge Mario Bergoglio se negaran a ser coronados. Ratzinger/Benedicto XVI llegó al extremo de quitar la tiara de su escudo de armas, lo que refleja la colegialidad episcopal con sus propios obispos y un gesto en dirección a aquellos inmersos en las herejías de Focio, los ortodoxos. Y Jorge Mario Bergoglio se ha despojado de lo poco que quedaba de "dignidad papal" en el ministerio conciliar petrino en los últimos noventa meses. 

6) " La autoridad eclesiástica debe modificar su línea de conducta en el mundo social y político; manteniéndose al margen de las organizaciones políticas, debe adaptarse a ellas para penetrarlas con su espíritu ". Esto es esencial en la Gáudium et Spes, del 7 de diciembre de 1965. Y es esencial en la creencia del difunto Joseph Alois Ratzinger/Benedicto XVI de que el "Segundo" Concilio Vaticano representó una "reconciliación oficial" con los principios de 1789. Sólo como un pequeño recordatorio para que los lectores de memoria corta no piensen que estoy tergiversando el pensamiento del hombre que no cree que sea misión de la Iglesia Católica buscar con urgencia la conversión de los protestantes y los judíos y los ortodoxos y todos los demás que están fuera de su seno maternal
«Contentémonos aquí con la comprobación de que el documento juega el papel de un Antisyllabus y, en consecuencia, expresa el intento de una reconciliación oficial de la Iglesia con la nueva época establecida a partir del año 1789. Sólo este modo de ver las cosas explica por un lado el complejo de ghetto mencionado al principio. Sólo así se puede entender, por otra parte, el sentido de esta notable contraposición de Iglesia y mundo: por “mundo” se entiende básicamente el espíritu de la edad contemporánea, frente al cual la conciencia de grupo eclesial se experimentaba como sujeto aparte que, abandonando una situación de guerra —caliente o fría— pugnaba por el diálogo y la colaboración. También puede comprenderse desde aquí el diferente énfasis con que cada una de las partes de la Iglesia inició el diálogo en torno al texto. Mientras que la teología alemana, por ejemplo, se dio básicamente por satisfecha con la implantación de los planteamientos exegéticos y ecuménicos, los representantes de los países latinos se sintieron particularmente interpelados por su contenido. Pero también presionaron fuertemente motivaciones procedentes del ámbito anglosajón, en tanto que los portavoces del tercer mundo consideraban que la insistencia en la problemática social era la respuesta a sus preocupaciones específicas (Joseph Ratzinger, Teoría de los principios teológicos; págs. 485-486).
Además del párrafo antes mencionado en Pascéndi Domínici Gregis, el Papa San Pío X continuó señalando la arrogancia de los modernistas en su deseo de novedad y en su desprecio por la teología escolástica y sus esfuerzos por ver a los Padres a la luz de sus propias predilecciones modernistas:
«En cuya propagación, ¡ojalá gastaran memos empeño y solicitud! Pero es tanta su actividad, tan incansable su trabajo, que da verdadera tristeza ver cómo se consumen, con intención de arruinar la Iglesia, tantas fuerzas que, bien empleadas, hubieran podido serle de gran provecho. De dos artes se valen para engañar los ánimos: procuran primero allanar los obstáculos que se oponen, y buscan luego con sumo cuidado, aprovechándolo con tanto trabajo como constancia, cuanto les puede servir.
  
Tres son principalmente las cosas que tienen por contrarias a sus conatos: el método escolástico de filosofar, la autoridad de los Padres y la tradición, el magisterio eclesiástico. Contra ellas dirigen sus más violentos ataques. Por esto ridiculizan generalmente y desprecian la filosofía y teología escolástica, y ya hagan esto por ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el odio del método escolástico, y no hay otro más claro indicio de que uno empiece a inclinarse a la doctrina del modernismo que comenzar a aborrecer el método escolástico. Recuerden los modernistas y sus partidarios la condenación con que Pío IX estimó que debía reprobarse la opinión de los que dicen: “El método y los principios con los cuales los antiguos doctores escolásticos cultivaron la teología no corresponden a las necesidades de nuestro tiempo ni al progreso de la ciencia. Por lo que toca a la tradición, se esfuerzan astutamente en pervertir su naturaleza y su importancia, a fin de destruir su peso y autoridad” (Sýllabus Errórum, proposición 13.ª).
 
Pero, esto no obstante, los católicos venerarán siempre la autoridad del concilio II de Nicea, que condenó “a aquellos que osan…, conformándose con los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar cualquier novedad…, o excogitar torcida o astutamente para desmoronar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia católica». Estará en pie la profesión del concilio IV Constantinopolitano: “Así, pues, profesamos conservar y guardar las reglas que la santa, católica y apostólica Iglesia ha recibido, así de los santos y celebérrimos apóstoles como de los concilios ortodoxos, tanto universales como particulares, como también de cualquier Padre inspirado por Dios y maestro de la Iglesia”. Por lo cual, los Pontífices Romanos Pío IV y Pío IX decretaron que en la profesión de la fe se añadiera también lo siguiente: “Admito y abrazo firmísimamente las tradiciones apostólicas y eclesiásticas y las demás observancias y constituciones de la misma Iglesia”» (Papa San Pío X, Pascéndi Domínici Gregis, 8 de Septiembre de 1907, No. 42)
Este párrafo es una condena rotunda de la obra del conciliarismo y de sus progenitores, los llamados "nuevos teólogos" (Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar, Karl Rahner, Joseph Alois Ratzinger, et al.). Observe cómo el Papa San Pío X se centró en las tres cosas que el difunto Joseph Ratzinger pasó casi 400 páginas tratando de deconstruir y explicar en  Principios de teología católica : (1) El método escolástico de filosofía; (2) La autoridad y la tradición de los Padres; y (3) el Magisterio de la Iglesia. El entonces "Cardenal" Ratzinger tuvo que confiar en su visión hegeliana del mundo para explicar los pronunciamientos dogmáticos y los artículos contenidos en el Depósito de la Fe que constituían parte del Magisterio ordinario de la Iglesia. ¿El resumen de errores? Bueno, tal vez fue adecuado para su momento, dijo Ratzinger a lo largo de sus setenta años de apostasía sacerdotal, pero ahora podemos ver que fue una reacción exagerada "apresurada" y "superficial" a los acontecimientos del día. 
   
¿La solución de Jorge Mario Bergoglio a todo esto? Simple. Ni siquiera hacer una referencia de pasada al centenario de la muerte del Papa San Pío X el 20 de Agosto de 1914.
   
Como señaló el Papa San Pío X: "Ejercen todo su ingenio en un esfuerzo por debilitar la fuerza y ​​falsificar el carácter de la tradición, de modo que se le quite todo su peso y autoridad". Esto es muy importante. Los papas conciliares no han usado la palabra "tradición" para significar lo que la Santa Madre Iglesia siempre ha enseñado que significa. Han buscado "debilitar la fuerza" y "falsificar el carácter de la tradición" precisamente para "quitarla todo su peso y autoridad", considerando la palabra "tradición" como un recipiente vacío en el que puede verter cualquier significado que estos apóstatas hayan creído apropiado para el "hombre moderno".

El Papa San Pío X continuó afirmando en Pascéndi Domínci Gregis que los modernistas deben despreciar a aquellos que defienden la fe tal como nos ha sido transmitida a través de los siglos bajo la guía infalible del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad:
«Ni más respetuosamente que sobre la tradición sienten los modernistas sobre los santísimos Padres de la Iglesia, a los cuales, con suma temeridad, proponen públicamente, como muy dignos de toda veneración, pero como sumamente ignorantes de la crítica y de la historia: si no fuera por la época en que vivieron, serían inexcusables.
 
Finalmente, ponen su empeño todo en menoscabar y debilitar la autoridad del mismo ministerio eclesiástico, ya pervirtiendo sacrílegamente su origen, naturaleza y derechos, ya repitiendo con libertad las calumnias de los adversarios contra ella. Cuadra, pues, bien al clan de los modernistas lo que tan apenado escribió nuestro predecesor:
“Para hacer despreciable y odiosa a la mística Esposa de Cristo, que es verdadera luz, los hijos de las tinieblas acostumbraron a atacarla en público con absurdas calumnias, y llamarla, cambiando la fuerza y razón de los nombres y de las cosas, amiga de la oscuridad, fautora de la ignorancia y enemiga de la luz y progreso de las ciencias” (Motu próprio Ut mýsticam, 11 de Marzo de 1891).
Por ello, venerables hermanos, no es de maravillar que los modernistas ataquen con extremada malevolencia y rencor a los varones católicos que luchan valerosamente por la Iglesia. No hay ningún género de injuria con que no los hieran; y a cada paso les acusan de ignorancia y de terquedad. Cuando temen la erudición y fuerza de sus adversarios, procuran quitarles la eficacia oponiéndoles la conjuración del silencio. Manera de proceder contra los católicos tanto más odiosa cuanto que, al propio tiempo, levantan sin ninguna moderación, con perpetuas alabanzas, a todos cuantos con ellos consienten; los libros de éstos, llenos por todas partes de novedades, recíbenlos con gran admiración y aplauso; cuanto con mayor audacia destruye uno lo antiguo, rehúsa la tradición y el magisterio eclesiástico, tanto más sabio lo van pregonando.
 
Finalmente, ¡cosa que pone horror a todos los buenos!, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo se aúnan para alabarle en público y por todos medios, sino que llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad.
  
Con todo este estrépito, así de alabanzas como de vituperios, conmovidos y perturbados los entendimientos de los jóvenes, por una parte para no ser tenidos por ignorantes, por otra para pasar por sabios, a la par que estimulados interiormente por la curiosidad y la soberbia, acontece con frecuencia que se dan por vencidos y se entregan al modernismo» (Pope Saint Pius X, Pascendi Dominici Gregis, September 8, 1907, No. 43).
Hemos llegado ahora a un punto en el que Jorge Mario Bergoglio niega la unicidad de la Iglesia Católica sin ninguna ambigüedad y proclama audazmente lo que era, al menos para algunos, opaco en la enseñanza de sus predecesores inmediatos que se han sentado en el asiento universal de la apostasía como usurpadores del papado, a saber, que todas las religiones son caminos hacia Dios y, por tanto, presumiblemente, hacia la alegría eterna en el más allá.

Otro componente esencial del estado actual de la revolución conciliar es el esfuerzo por extender la herejía de la salvación universal que estaba implícita en el libro “no oficial” de Karol Joszef Wojtyla, Cruzando el umbral de la esperanza , y que ahora está patentemente explícita en las palabras del “Papa Francisco”, actuando en lo que él piensa que es su capacidad como verdadero y legítimo Sucesor de San Pedro.

Apenas cinco días después de que el apóstata argentino dijera que todas las religiones son formas de llegar a Dios, utilizó una presentación en video ante los jóvenes de Albania para reiterar lo que había dicho en Singapur el viernes 13 de septiembre de 2024:
«Es para mí una alegría saber que se han reunido en Tirana diez años después de mi visita a su querido país en 2014, no lo olvido. Y recuerdo aquel viaje inolvidable, en el que pude conocer a su pueblo, un pueblo con muchas caras diferentes entre sí, pero unido por el coraje. Como dije en aquel entonces a los jóvenes: “ustedes son la nueva generación de Albania” (Ángelus, Tirana, 21 de Septiembre 2014). Añado hoy, queridos jóvenes de las cinco orillas del Mediterráneo: “ustedes, la nueva generación, son el futuro de la región mediterránea”.
    
Todos somos peregrinos de la esperanza, caminando en la búsqueda de la verdad, viviendo nuestra fe y construyendo la paz. ¡La paz se construye! Dios ama a todos los hombres y no hace distinción entre nosotros. La fraternidad entre las cinco costas del Mediterráneo que están estableciendo es la respuesta –¡verdaderamente es una respuesta!–, la mejor respuesta que podemos ofrecer a los conflictos y la indiferencia que matan.
   
Los invito a que aprendamos juntos a leer los signos de los tiempos. Contemplen la diversidad de sus tradiciones como una riqueza, querida por Dios. La unidad no es uniformidad, y la diversidad de nuestras identidades culturales y religiosas es un don de Dios. Unidad en la diversidad. Crezcan en la estima recíproca, como lo testifican sus antepasados» (Video message of Jorge Mario Bergoglio for the Mediterranean Meeting (MED24) [Tirana, 15 - 20 September 2024).
«Unidad en la diversidad», ¿dónde hemos oído eso antes? Bueno, tengo la respuesta para ti justo en la punta de mis artríticos dedos:
«Todos sabemos que existen numerosos modelos de unidad y vosotros sabéis también que la Iglesia católica pretende lograr la plena unidad visible de los discípulos de Jesucristo, tal como la definió el concilio ecuménico Vaticano II en varios de sus documentos (cf. Lumen géntium, 8 y 13; Unitátis redintegrátio, 2 y 4, etc.). Según nuestra convicción, dicha unidad existe en la Iglesia católica sin posibilidad de que se pierda (cf. Unitátis redintegrátio, 4); en efecto, la Iglesia no ha desaparecido totalmente del mundo. Por otra parte, esta unidad no significa lo que se podría llamar ecumenismo de regreso, es decir, renegar y rechazar la propia historia de fe. ¡De ninguna manera! No significa uniformidad en todas las expresiones de la teología y la espiritualidad, en las formas litúrgicas y en la disciplina. Unidad en la multiplicidad y multiplicidad en la unidad. En la homilía en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, el pasado 29 de junio, subrayé que la plena unidad y la verdadera catolicidad, en el sentido originario de la palabra, van juntas. Una condición necesaria para que esta coexistencia tenga lugar es que el compromiso por la unidad se purifique y se renueve continuamente, crezca y madure» (Joseph Alois Ratzinger/Benedicto XVI, Encuentro ecuménico en la Catedral de Colonia, 19 de Agosto de 2005).
Fue sólo tres años antes del comienzo del “Segundo” Concilio Vaticano en el que el Padre Joseph Ratzinger, quien había estado bajo sospecha de herejía por parte del Santo Oficio durante el pontificado de nuestro último Papa verdadero hasta ahora, el Papa Pío XII, sirvió como  perito  (experto), y que formó la mente revolucionaria de Jorge Mario Bergoglio, que el Padre Francis A. Connell escribió lo siguiente sobre la herejía de la “unidad en la diversidad”:
«Caracterizar la relación entre católicos y protestantes como “unidad en la diversidad” es engañoso, en la medida que implica que esencialmente los católicos son uno con los herejes, y que sus diferencias son solamente accidentales. En realidad, es totalmente lo contrario. Porque, si bien una secta herética pueda parecer cercana a la Iglesia Católica en sus creencias particulares, un gran golfo las separa, en tanto que el medio divinamente establecido para que el mensaje de Dios sea comunicado a las almas (el Magisterio infalible de la Iglesia) es rechazado por todas las sectas heréticas. Al decirle a los protestantes que ellos están unidos con nosotros en ciertas creencias, en tal guisa que se le da la impresión que consideramos esta unidad como la característica predominante de nuestra relación con nosotros, estamos realmente engañándolos respecto de la verdadera actitud de la Iglesia Católica frente a aquellos que no reconocen Su autoridad docente» (Padre Francis Connell, El Padre Connell responde preguntas morales, publicada en 1959 por la Imprenta de la Universidad Católica de América, pág. 11; citado por los Padres Dominic y Francisco Radecki CMRI, Tiempos tumultuosos, pág. 348.)
Esta es una descripción precisa y exacta de lo que han hecho los “papas” conciliares. Jorge Mario Bergoglio es un hereje. También lo es su predecesor. También lo fue el predecesor “canonizado” de su predecesor. También lo fue el predecesor inmediato de su predecesor “canonizado” y el predecesor que pronto será “canonizado” y que promulgó los decretos del Concilio Vaticano “II”, que fue convocado por el “canonizado” partidario del sillonismo y del jansenismo antilitúrgico.

Recordar, esto es lo que dijo Bergoglio en una presentación en video que se reprodujo en una reunión de jóvenes católicos en Argentina el 7 de agosto de 2013, la fiesta de San Cayetano:
«Gracias por escucharme, gracias por venir aquí hoy, gracias por todo lo que llevan en el corazón. ¡Jesús los quiere mucho! ¡San Cayetano los quiere mucho! Solamente les pide una cosa: ¡Que se encuentren! ¡Que vayan y busquen y encuentren al que más necesita! Pero solos no. ¡Con Jesús, con San Cayetano! ¿Voy a convencer a otro que se haga católico? ¡No, no, no! ¡Vas a encontrarlo, es tu hermano! ¡Eso basta! Y lo vas a ayudar, lo demás lo hace Jesús, lo hace el Espíritu Santo. Acordate bien: Con San Cayetano, los necesitados, vamos al encuentro de los más necesitados. Con Jesús, los necesitados, los que más necesitan, vamos al encuentro de los que más necesitan» (Francis the Insane Dreamer, Rebel and Miscreant's Message for the Feast of Saint Cajetan.)
Menos de un año después de las declaraciones citadas anteriormente, Bergoglio pronunció lo siguiente en una "iglesia" pentecostal en Caserta, Italia, reafirmando a los protestantes en su falsa religión:
«Cuando se camina en la presencia de Dios, tiene lugar esta fraternidad. Cuando, en cambio, nos detenemos, nos miramos demasiado el uno al otro, se da otro camino… horrible, malo. El camino de las habladurías. Y se comienza: “¿Pero tú no sabes?”. “No, no, yo no sé nada de ti. Yo sé de aquí, de allí…”. “Yo soy de Pablo”, “yo de Apolo”, “yo de Pedro”. Y de este modo empiezan, así desde el primer momento comenzó la división en la Iglesia. Y no es el Espíritu Santo el que causa la división; hace algo que se asemeja bastante, pero no la división. No es el Señor Jesús quien causa la división. Quien provoca la división es precisamente el Envidioso, el rey de la envidia, el padre de la envidia: el sembrador de cizaña, Satanás. El que se infiltra en las comunidades y provoca las divisiones, siempre. Desde el primer momento, desde el primer momento del cristianismo existió esta tentación en la comunidad cristiana. “Yo soy de este”; “yo soy de aquel”. “¡No! Yo soy la Iglesia, tú eres la secta”. Y así quien nos conquista es él, el padre de la división. No el Señor Jesús, que rezó por la unidad (Jn. 17), ¡rezó!
   
¿Qué hace el Espíritu Santo? He dicho que hace otra cosa, que se puede pensar tal vez que sea la división, pero no lo es. El Espíritu Santo construye la “diversidad” en la Iglesia. La primera Carta a los Corintios, en el capítulo 12. Él construye la diversidad. Y verdaderamente esta diversidad es muy rica, muy hermosa. Pero luego el Espíritu Santo mismo construye la unidad, y así la Iglesia es una en la diversidad. Y, para usar una hermosa palabra de un evangélico que yo quiero mucho, una “diversidad reconciliada” por el Espíritu Santo. Él hace ambas cosas: produce la diversidad de los carismas y luego construye la armonía de los carismas. Por ello los primeros teólogos de la Iglesia, los primeros Padres –hablo del siglo III ó IV– decían: “El Espíritu Santo, Él es la armonía”, porque Él construye esta unidad armónica en la diversidad.
    
Nosotros estamos en la época de la globalización, y pensamos en qué es la globalización y qué sería la unidad en la Iglesia: ¿tal vez una esfera, donde todos los puntos son equidistantes desde el centro, todos iguales? ¡No! Esto es uniformidad. Y el Espíritu Santo no construye uniformidad. ¿Qué figura podemos encontrar? Pensemos en el poliedro: el poliedro es una unidad, pero con todas las partes distintas; cada una tiene su peculiaridad, su carisma. Esta es la unidad en la diversidad. Es por este camino que nosotros cristianos realizamos lo que llamamos con el nombre teológico de ecumenismo: tratamos de que esta diversidad esté más armonizada por el Espíritu Santo y se convierta en unidad; tratamos de caminar en la presencia de Dios para ser irreprensibles; tratamos de ir a buscar el alimento que necesitamos para encontrar al hermano. Este es nuestro camino, esta es nuestra belleza cristiana. Me refiero a lo que mi amado hermano dijo al inicio» (Discurso a la comunidad pentecostal de Caserta, 29 de Julio de 2014).
Esto era una blasfemia patente, ya que Dios el Espíritu Santo es el protector de la unicidad de la Iglesia Católica como medio exclusivo para la santificación y la salvación, y fue con este fin que los Apóstoles y quienes los siguieron buscaron convertir a todos los que estaban a su alcance al seno maternal de la Santa Madre Iglesia.

Obviamente, el señor Jorge ha ido más allá de todo esto, y es evidente que él mismo insistió en que el intento del sitio web conciliar del Vaticano de “corregir” la versión en inglés de sus palabras religiosamente indiferentistas en Singapur hace ocho días se reemplazara con las palabras heréticas que realmente pronunció el viernes 13 de septiembre de 2024.

A continuación la traducción original al inglés seguida de un informe de prensa sobre lo que dijo el falso Papa y luego la traducción “re-corregida” en el sitio web del Vaticano conciliar:
  • «Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir —“mi religión es más importante que la tuya…”, “La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera…”—. ¿Adónde lleva todo esto? ¿A dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: “A la destrucción”]. Y así es. Las religiones son vistas como caminos tratando de llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!”. ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas que tratan de expresar caminos para llegar a Dios. Uno es sije, otro, musulmán, hindú, cristiano. Understood? El diálogo interreligioso entre los jóvenes requiere valentía. Porque la juventud es la edad de la valentía. Pero podrías tener esa valentía para hacer cosas que no te ayudarían. En cambio, sería mejor tener valentía para avanzar y para el diálogo» (Interreligious Meeting with Young People in the Catholic Junior College.)
  • «Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir —“mi religión es más importante que la tuya…”, “La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera…”—. ¿Adónde lleva todo esto? ¿A dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: “A la destrucción”]. Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!”. ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es sije, otro, musulmán, hindú, cristiano; aunque son caminos diferentes. Understood? Sin embargo, para el diálogo interreligioso entre los jóvenes se requiere valentía. Porque la juventud es la edad de la valentía. Pero mientras podrías tener esa valentía para hacer cosas que no te ayudarían, sería mejor tener valentía para avanzar y para el diálogo» (Interreligious Meeting with Young People in the Catholic Junior College, 13 September 2024.)
El señor Apóstata Argentino es tan franco y no pide perdón por su herejía que parece que él mismo insistió en cambiar la traducción original al inglés.
  
Hay poco más que decir sobre el conciliarismo que no se haya dicho mil veces o más antes en este sitio web, excepto proporcionar antídotos a las venenosas palabras de Jorge Mario Bergoglio:
  • «“No es la débil chispa de que habla San Jerónimo; no es, repito, una débil chispa que puede apenas percibir quien la contempla: no es una módica porción de levadura que parece de ninguna consecuencia; sino una llama que amenaza devorar todo el universo, consumir los muros, las ciudades, las más dilatadas selvas, y todas las regiones; es una levadura que mezclada con la harina quisiera corromper toda la masa” (Sobre la Epístola a los Gálatas, libro III, cap. V). En medio de tanta zozobra no bastarían los trabajos de nuestro apostolado, si no velase incesantemente el que guarda a Israel y que dijo a sus apóstoles: “Quedad persuadidos de que todos los días estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” (San Mateo, cap. XXVIII); y si no se hubiese dignado ser no solo el guardián de sus ovejas, sino el pastor de sus pastores (San León el grande, Sermón V de su Natividad).
       
    Y ¿qué queremos con esto significar? Existe una secta, que ciertamente no os es desconocida, la cual mal disfrazada bajo el título de filosofía ha resucitado de sus cenizas las dispersas falanges de casi todos los errores. Esta secta adornada en su exterior con las engañosas apariencias de piedad y liberalidad, hace profesión del tolerantismo (que así lo llaman), o sea el indiferentismo y extendiendo este sistema no solo a los negocios civiles, que no son de nuestro intento, sino aun a los de la religión, enseñan que Dios ha concedido a todo hombre una entera libertad, de modo que puede cada uno sin perjuicio de su salvación abrazar la secta o dictamen que más halaga a sus privadas opiniones. Contra la impiedad de estos ilusos he aquí como nos amonesta el apóstol San Pablo: “Pero os encargo, hermanos míos, que no perdáis de vista y evitéis con cuidado a los que excitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido: pues esta especie de hombres no sirven a Jesucristo nuestro Señor, sino que son esclavos de sus apetitos, y seducen las almas con sencillas blandas y halagüeñas palabras” (Epístola a los Romanos, cap. XVI).
       
    No es nuevo por cierto semejante error; pero nuevamente se ha desencadenado con más audacia que nunca contra la estabilidad y pureza de la Fe Católica. Ya nos indica Eusebio con referencia a Rodón (Historia Eclesiástica, libro V), que esta loca idea se había propagado en su tiempo por un cierto Apeles hereje del segundo siglo, quien sostenía no ser preciso profundizar enteramente la fe; sino que cada uno debía mantenerse firme en las opiniones que una vez hubiese adoptado. Afirmaba igualmente que se salvarían los que hubiesen puesto su confianza en Jesucristo siempre que la muerte les sorprendiese en el ejercicio de las buenas obras. También Retorio, según San Agustín, pretendía inconsideradamente que todos los herejes caminaban por buena senda y defendían verdades: «Aserción tan absurda (añade el Santo Padre), que me parece increíble» (De los herejes, n. 72). Y este sistema de indiferentismo ha tomado tanto cuerpo y se ha difundido en tal manera, que ya sostiene impudentemente que no solo caminan por la recta senda todas las sectas separadas de la Iglesia Católica, que únicamente de boca, por base y fundamento admiten la Revelación; sino aun todas las sociedades que desechando la Revelación divina profesan el puro deísmo, cuando no el puro naturalismo. No hay cosa más absurda en verdad; y con razón juzgó San Agustín que el sistema de Retorio era el del indiferentismo. Aquel heresiarca se contenía sin embargo dentro de ciertos límites. Mas una tolerancia que se extiende hasta el deísmo y el naturalismo, y que hasta por herejes antiguos fue desechada; ¿podría jamás ser admitida por un hombre razonable? Con todo (¡oh tiempos!, ¡oh falaz filosofía!), nuestros pretendidos filósofos la aprueban, la defienden, la vociferan» (Papa León XII, Ubi Primum, 5 de Mayo de 1824).
      
  • «Están en un pernicioso error los que haciéndose una Iglesia a medida de sus deseos, se la imaginan como oculta y en manera alguna visible, y aquellos otros que la miran como una institución humana, provista de una organización, una disciplina y ritos exteriores, pero sin ninguna comunicación permanente de los dones de la gracia divina, sin nada que demuestre por una manifestación diaria y evidente la vida sobrenatural que recibe de Dios. 
       
    Lo mismo una que otra concepción son igualmente incompatibles con la Iglesia de Jesucristo, como  el cuerpo o el alma son por sí solos incapaces de constituir el hombre. El conjunto y la unión de estos dos elementos es indispensable a la verdadera Iglesia, como la íntima unión del alma y del cuerpo es indispensable a la naturaleza. La Iglesia no es una especie  de cadáver; es el cuerpo de Cristo animado con su vida sobrenatural. Cristo mismo, Jefe y modelo de la Iglesia, no está entero si se considera en Él exclusivamente la naturaleza humana y visible, como hacen los discípulos de Fotino o Nestorio, o únicamente la naturaleza divina e invisible, como hacen los Monofisitas; pero Cristo es uno por la unión de las dos naturalezas, visible e invisible, y es uno en los dos: del mismo modo su cuerpo místico no es la verdadera Iglesia, sino a condición de que sus partes visibles tomen su fuerza y su vida de los dones sobrenaturales y otros elementos invisibles: y de esta unión es de la que resulta la naturaleza de sus mismas partes exteriores. 
         
    Mas como la Iglesia es así por voluntad y orden de Dios, así debe permanecer sin ninguna interrupción hasta el fin de los siglos, pues de no ser así, no habría sido fundada para siempre, y el fin mismo a que tiende quedaría limitado en el tiempo y en el espacio; doble conclusión contraria a la verdad. Es por consiguiente cierto que esta reunión de elementos visibles e invisibles, estando por la voluntad de Dios en la naturaleza y la constitución íntima de la Iglesia, debe durar, necesariamente, tanto como la misma Iglesia dure.
       
    No es otra la razón en que se funda San Juan Crisóstomo, cuando nos dice: “No te separes de la Iglesia. Nada es más fuerte que la Iglesia. Tu esperanza es la Iglesia; tu salud es la Iglesia; tu refugio es la Iglesia. Es más alta que el cielo y más ancha que la tierra. No envejece jamás, su vigor es eterno. Por eso la Escritura para demostrarnos su solidez inquebrantable, le da el nombre de montaña” (San Juan Crisóstomo, Homilía de Eutropio cautivo, n.º 6. Migne, Patrología Græca 52, col. 402). San Agustín añade: “Los infieles creen que la Religión cristiana debe durar cierto tiempo en el mundo para luego desaparecer. Durará tanto como el sol; y mientras el sol siga saliendo y poniéndose, es decir, mientras dure el curso de los tiempos, la Iglesia de Dios, esto es, el cuerpo de Cristo, no desaparecerá del mundo” (San Agustín, Comentario sobre el Salmo 71, n.º 8. Migne, Patrología Latína 36, col. 609). Y el mismo Padre dice en otro lugar: “La Iglesia vacilará si su fundamento vacila; ¿pero cómo podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos. ¿Dónde están los que dicen: “La Iglesia ha desaparecido del mundo”, cuando ni siquiera puede flaquear?” (San Agustín, Explicación sobre el Salmo 103, sermón II, n.º 5. Migne, Patrología Latína 37, col. 1353).
       
    Estos son los fundamentos sobre los que debe apoyarse quien busca la verdad. La Iglesia ha sido fundada y constituida por Jesucristo Nuestro Señor; por lo tanto, cuando inquirimos la naturaleza de la Iglesia, lo esencial es saber lo que Jesucristo ha querido hacer y lo que ha hecho en realidad. Hay que seguir esta regla cuando sea preciso tratar, sobre todo de la unidad de la Iglesia, asunto del que Nos ha parecido bien, en interés de todo el mundo, hablar algo en las presentes Letras.
       
    Si, ciertamente la verdadera Iglesia de Jesucristo es una; los testimonios evidentes y multiplicados de las Sagradas Letras han fijado tan bien este punto que ningún cristiano puede llevar su osadía a contradecirlo. Pero cuando se trata de determinar y establecer la naturaleza de esta unidad, muchos se dejan extraviar por varios errores. No solamente el origen de la Iglesia, sino todos los caracteres de su constitución pertenecen al orden de las cosas que proceden de una voluntad libre; toda la cuestión consiste, pues, en saber lo que en realidad ha sucedido, y por eso es preciso averiguar no de qué modo la Iglesia podría ser una, sino qué unidad ha querido darle su Fundador.
      
    Si examinamos los hechos, comprobaremos que Jesucristo no concibió ni instituyó una Iglesia formada de muchas comunidades que se asemejan por ciertos caracteres generales, pero distintas unas de otras y no unidas entre sí por aquellos vínculos que únicamente pueden dar a la Iglesia la individualidad y la unidad de que hacemos profesión en el símbolo de la fe: “Creo en la Iglesia una”…
        
    “La Iglesia está constituida en la unidad por su misma naturaleza; es una, aunque las herejías traten de desgarrarla en muchas sectas. Decimos, pues, que la antigua y católica Iglesia es una, porque tiene la unidad; de la naturaleza, de sentimiento, de principio, de excelencia… Además, la cima de perfección de la Iglesia, como el fundamento de su construcción, consiste en la unidad; por eso sobrepuja a todo el mundo, pues nada hay igual ni semejante a ella” (Clemente de Alejandría, Strómata, 7, 17. Migne, Patrología Græca 9, col. 551). Por eso, cuando Jesucristo habla de este edificio místico, no menciona más que una Iglesia, que llama suya: “Yo edificaré mi Iglesia” (Mat. XVI, 18). Cualquiera otra que se quiera imaginar fuera de ella, no puede ser la verdadera Iglesia de Jesucristo. 
       
    Esto resulta más evidente aun, si se considera el designio del Divino autor de la Iglesia. ¿Qué ha buscado, qué ha querido Jesucristo Nuestro Señor en el establecimiento y conservación de la Iglesia? Una sola cosa: transmitir a la Iglesia la continuación de la misma misión, del mismo mandato que Él recibió de su Padre.
        
    Esto es lo que había decretado hacer, y esto es lo que realmente hizo: “Como mi Padre me envió, os envío a vosotros” (Juan XX, 21). “Como tú me enviaste al mundo, los he enviado también al mundo” (Juan XVII-XVIII). En la misión de Cristo entraba rescatar de la muerte y salvar lo que había perecido” (Mat. XVIII, 11); esto es, no solamente a algunas naciones o ciudades, sino a la universalidad del género humano, sin ninguna excepción en el espacio ni en el tiempo. “El Hijo del Hombre ha venido…; para que el mundo sea salvado por Él” (Juan III, 17). “Pues ningún otro nombre ha sido dado a los hombres por el que podamos ser salvados” (Hechos IV, 12). La misión, pues, de la Iglesia es repartir entre los hombres y extender a todas las edades la salvación operada por Jesucristo y todos los beneficios que de ella se siguen. Por esto según la voluntad de su Fundador, es necesario que sea única en toda la extensión del mundo y en toda la duración de los tiempos. Para que pudiera existir una unidad más grande, sería preciso salir de los límites de la tierra e imaginar un género humano nuevo y desconocido. 
         
    Esta Iglesia única, que debía abrazar a todos los hombres, en todos los tiempos y todos los lugares, Isaías la vislumbró y señaló por anticipado, cuando, penetrando con su mirada en lo porvenir, tuvo la visión de una montaña cuya cima, elevada sobre todas las demás, era visible a todos los ojos y representaba la Casa de Dios, es decir, la Iglesia: “En los últimos tiempos la montaña, que es la Casa del Señor, estará preparada en la cima de las montañas” (Isaías II, 2)
        
    […]
      
    Una tan grande y absoluta concordia entre los hombres debe tener por fundamento necesario la armonía y la unión de la que seguirá naturalmente la armonía de las voluntades y el concierto en las acciones. Por esto, según su plan divino, Jesús quiso que la unidad de la fe existiese en su Iglesia; pues la fe es el primero de todos los vínculos que unen al hombre con Dios, y a ella es a la que debemos el nombre de fieles.
          
    “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Efes. IV, 5), es decir, del mismo modo que no tienen más que un solo Señor y un solo bautismo, así todos los cristianos del mundo no deben tener sino una sola fe. Por esto el Apóstol San Pablo no pide solamente a los cristianos que tengan los mismos sentimientos y huyan de las diferencias de opinión, sino les conjura a ello por los motivos más sagrados: “Os conjuro, hermanos míos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que no tengáis más que un mismo lenguaje, ni sufráis cisma entre vosotros; sino que estéis todos perfectamente unidos en el mismo espíritu y en los mismos sentimientos” (1.ª Cor. I, 10). Estas palabras no necesitan explicación, son por sí mismas bastante elocuentes.
       
    Además, aquellos que hacen profesión del cristianismo reconocen de ordinario que la fe debe ser una. El punto más importante y absolutamente indispensable, aquel en que yerran muchos, consiste en discernir de qué es naturaleza, de qué especie es esta unidad. Puesta aquí, como Nos lo hemos dicho más arriba, en semejante asunto no hay que juzgar por opinión o conjetura, sino según la ciencia de los hechos hay que buscar y comprobar cuál es la unidad de la fe que Jesucristo ha impuesto a su Iglesia» (Papa León XIII, Satis Cógnitum, 29 de Junio de 1896).
        
  • «Y ahora, penetrados de la más viva tristeza. Nos preguntamos, venerables hermanos, en qué ha quedado convertido el catolicismo de “Le Sillon”. Desgraciadamente, el que daba en otro tiempo tan bellas esperanzas, este río límpido e impetuoso, ha sido captado en su marcha por los enemigos modernos de la Iglesia y no forma ya en adelante más que un miserable afluente del gran movimiento de apostasía, organizado en todos los países, para el establecimiento de una Iglesia universal que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni regla para el espíritu ni freno para las pasiones y que, so pretexto de libertad y de dignidad humana consagraría en el mundo, si pudiera triunfar. el reino legal de la astucia y de la fuerza y la opresión de los débiles, de los que sufren y trabajan» (Papa San Pío X, Notre Charge Apostolique, 15 de Agosto de 1910).
       
  • «Porque, instituida por Dios única intérprete y depositaria de estas verdades y preceptos, es ella (la Iglesia Católica) únicamente el verdadero e inexhausto poder para alejar de la vida común, de la familia y de la sociedad la lacra del materialismo, tantos daños en ellas ha causado, y para introducir en su lugar la doctrina cristiana acerca del espíritu, o sea sobre la inmortalidad del alma, doctrina muy superior a cuanto enseña la mera filosofía; también para unir entre sí las diversas clases sociales y el pueblo en general con sentimiento de “elevada benevolencia y con cierta fraternidad” (San Agustín, De las costumbres de la Iglesia Católica, libro primero, cap. XXX), y para elevar hasta el mismo Dios la dignidad humana, con justicia restaurada, y, finalmente, para procurar que, corregidas las costumbres públicas y privadas, y más conformes con las leyes sanas, se someta todo plenamente a Dios que ve los corazones (3 Reyes XVI, 11), y que todo se halle informado íntimamente de sus doctrinas y leyes, que, bien penetrado de la ciencia de su sagrado deber el ánimo de todos, de los particulares, de los gobernantes, y hasta de los organismos públicos de la sociedad civil, sea Cristo todo en todos” (Colosenses III, 11).
       
    Por lo cual, siendo propio de sola la Iglesia, por hallarse en posesión de la verdad y de la virtud de Cristo, el formar rectamente el ánimo de los hombres, ella es la única que puede, no sólo arreglar la paz por el momento, sino afirmarla para el porvenir, conjurando los peligros de nuevas guerras que dijimos nos amenazan. Porque únicamente la Iglesia es la que por orden y mandato divino enseña que los hombres deben conformarse con la ley eterna de Dios, en todo cuanto hagan, lo mismo en la vida pública que en la privada, lo mismo como individuos que unidos en sociedad. Y es cosa clara que es de mucha mayor importancia y gravedad todo aquello en que va el bien y provecho de muchos.
       
    Pues bien: cuando las sociedades y los estados miren como un deber sagrado el atenerse a las enseñanzas y prescripciones de Jesucristo en sus relaciones interiores y exteriores, entonces sí llegarán a gozar, en el interior, de una paz buena, tendrán entre sí mutua confianza y arreglarán pacíficamente sus diferencias, si es que algunas se originan.
       
    Cuantas tentativas se han hecho hasta ahora a este respecto han tenido ninguno muy poco éxito, sobre todo en los asuntos con más ardor debatidos. Es que no hay institución alguna humana que pueda imponer a todas las naciones un Código de leyes comunes, acomodado a nuestros campos, como fue el que tuvo en la Edad Media aquella verdadera sociedad de naciones que era una familia de pueblos cristianos. En la cual, aunque muchas veces era gravemente violado el derecho, con todo, la santidad del mismo derecho permanecía siempre en vigor, como norma segura conforme a la cual eran las naciones mismas juzgadas
       
    Pero hay una institución divina que puede custodiar la santidad del derecho de gentes; institución que a todas las naciones se extiende y está sobre las naciones todas, provista de la mayor autoridad y venerada por la plenitud del magisterio: la Iglesia de Cristo; y ella es la única que se presenta con aptitud para tan grande oficio, ya por el mandato divino, por su misma naturaleza y constitución, ya por la majestad misma  que le dan los siglos, que ni con las tempestades de la guerra quedó maltrecha, antes con admiración de todos salió de ella más acreditada» (Papa Pío XI, Ubi arcáno Dei consílio, 23 de Diciembre de 1922).
Toda otra religión que no sea el Catolicismo, es falsa:
  • «Porque todos los dioses de las naciones son demonios, pero el Señor hizo los cielos» (Salmo XCV, 5).
  • «Porque, instituida por Dios única intérprete y depositaria de estas verdades y preceptos, es ella (la Iglesia Católica) únicamente el verdadero e inexhausto poder para alejar de la vida común, de la familia y de la sociedad la lacra del materialismo, tantos daños en ellas ha causado, y para introducir en su lugar la doctrina cristiana acerca del espíritu, o sea sobre la inmortalidad del alma, doctrina muy superior a cuanto enseña la mera filosofía; también para unir entre sí las diversas clases sociales y el pueblo en general con sentimiento de “elevada benevolencia y con cierta fraternidad” (San Agustín, De las costumbres de la Iglesia Católica, libro primero, cap. XXX), y para elevar hasta el mismo Dios la dignidad humana, con justicia restaurada, y, finalmente, para procurar que, corregidas las costumbres públicas y privadas, y más conformes con las leyes sanas, se someta todo plenamente a Dios que ve los corazones (3 Reyes XVI, 11), y que todo se halle informado íntimamente de sus doctrinas y leyes, que, bien penetrado de la ciencia de su sagrado deber el ánimo de todos, de los particulares, de los gobernantes, y hasta de los organismos públicos de la sociedad civil, sea Cristo todo en todos” (Colosenses III, 11).
       
    Por lo cual, siendo propio de sola la Iglesia, por hallarse en posesión de la verdad y de la virtud de Cristo, el formar rectamente el ánimo de los hombres, ella es la única que puede, no sólo arreglar la paz por el momento, sino afirmarla para el porvenir, conjurando los peligros de nuevas guerras que dijimos nos amenazan. Porque únicamente la Iglesia es la que por orden y mandato divino enseña que los hombres deben conformarse con la ley eterna de Dios, en todo cuanto hagan, lo mismo en la vida pública que en la privada, lo mismo como individuos que unidos en sociedad. Y es cosa clara que es de mucha mayor importancia y gravedad todo aquello en que va el bien y provecho de muchos.
       
    Pues bien: cuando las sociedades y los estados miren como un deber sagrado el atenerse a las enseñanzas y prescripciones de Jesucristo en sus relaciones interiores y exteriores, entonces sí llegarán a gozar, en el interior, de una paz buena, tendrán entre sí mutua confianza y arreglarán pacíficamente sus diferencias, si es que algunas se originan.
       
    Cuantas tentativas se han hecho hasta ahora a este respecto han tenido ninguno muy poco éxito, sobre todo en los asuntos con más ardor debatidos. Es que no hay institución alguna humana que pueda imponer a todas las naciones un Código de leyes comunes, acomodado a nuestros campos, como fue el que tuvo en la Edad Media aquella verdadera sociedad de naciones que era una familia de pueblos cristianos. En la cual, aunque muchas veces era gravemente violado el derecho, con todo, la santidad del mismo derecho permanecía siempre en vigor, como norma segura conforme a la cual eran las naciones mismas juzgadas
       
    Pero hay una institución divina que puede custodiar la santidad del derecho de gentes; institución que a todas las naciones se extiende y está sobre las naciones todas, provista de la mayor autoridad y venerada por la plenitud del magisterio: la Iglesia de Cristo; y ella es la única que se presenta con aptitud para tan grande oficio, ya por el mandato divino, por su misma naturaleza y constitución, ya por la majestad misma  que le dan los siglos, que ni con las tempestades de la guerra quedó maltrecha, antes con admiración de todos salió de ella más acreditada» (Papa Pío XI, Ubi arcáno Dei consílio, 23 de Diciembre de 1922).
¿Es posible que Dios el Espíritu Santo, que es inmutable, pueda permitir que la Iglesia Católica enseñe una cosa durante diecinueve siglos y luego permitir que sus Papas enseñen otra como verdadera?

Los católicos creyentes que rechazan a los pretendientes ilegítimos al Trono de San Pedro después de la muerte del Papa Pío XII se niegan a someterse a los barones ladrones apóstatas que han dicho y hecho cosas que son imposibles de decir y hacer para los verdaderos Papas.

RESUMEN

Me gustaría señalar, a modo de ampliación, que las herejías de Jorge Mario Bergoglio y el continuo torrente de blasfemias indecibles contra la Madre de Dios demuestran una vez más que él es un hombre verdaderamente sin ley que no tiene respeto por la Constitución Divina de la Santa Madre Iglesia, que está guiada infaliblemente por el Esposo Místico de Nuestra Señora, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios el Espíritu Santo en sus doctrinas, sus ritos litúrgicos e incluso las oraciones muy indulgenciadas que se recogen en  La Raccolta . Varias oraciones en  La Raccolta  hacen referencia específica a Nuestra Señora como Corredentora, lo que significa que Jorge Mario Bergoglio cree en una imposibilidad: a saber, que Dios el Espíritu Santo falló en su deber de proteger a los católicos de lo que él considera "falsas doctrinas" en las oraciones aprobadas y indulgenciadas de la Iglesia. 

Obviamente, los cinco herejes que han encabezado la falsa iglesia del conciliarismo desde el 28 de octubre de 1958 hasta el 28 de febrero de 2013 (fecha en la que Joseph Alois Ratzinger/Benedicto despegó en helicóptero hacia  San Clemente, California , es decir, Castel Gandolfo) creían que muchas de las doctrinas de la Santa Madre Iglesia anteriores al "Segundo" Concilio Vaticano eran erróneas, pero trataron de ocultar sus creencias refugiándose en la proposición filosóficamente absurda y dogmáticamente condenada del "evolucionismo dogmático", que fue comercializado por Giovanni Battista Enrico Antonio Maria/Pablo VI y Karol Josef Wojtyla/Juan Pablo II como "tradición viva" y por el mencionado Ratzinger/Benedicto como la "hermenéutica de la continuidad". Jorge Mario Bergoglio, sin embargo, simplemente no se preocupa por enmascarar su desprecio por la fe, el culto y la moral católica, y es implacable en sus esfuerzos por afirmar que la Santa Madre Iglesia tiene Se equivocó en su enseñanza, lo cual es una blasfemia contra Dios el Espíritu Santo. Bergoglio no necesita ninguna hermenéutica de continuidad para “refinar” la fe, el culto y la moral católica, ya que desprecia casi todo lo que tenga que ver con la Santa Fe.

La falsa iglesia del conciliarismo ha estado inundada de herejía desde sus comienzos, ya que se basa en el precepto condenado por el modernismo de “la evolución del dogma”, que no es otra cosa que una negación de la inmutabilidad misma de Dios. Por lo tanto, no es exagerado afirmar que la falsa iglesia del conciliarismo se basa en la negación de la naturaleza divina de Dios tal como Él nos la ha revelado exclusivamente a través de su Iglesia Católica.

De la negación de la naturaleza divina de Dios se desprenden, lógicamente, las herejías asociadas a la Constitución divina de su Santa Iglesia Católica por medio de la “nueva eclesiología”, el falso ecumenismo, los servicios de “oración interreligiosa” y la “colegialidad episcopal”. De modo similar, la negación de la naturaleza divina de Dios es responsable del rechazo del Reino social de Cristo Rey sobre los hombres y sus naciones en favor de la herejía de la “libertad religiosa”, que es tan responsable de producir estragos en todo el supuesto “mundo civilizado”, empezando por los nuevos lugares que lo vieron nacer, los Estados Unidos de América y la “Primera República de Francia”.

La falsa iglesia del conciliarismo está inundada de sacrilegios abominables, empezando por el servicio litúrgico protestante y judeo-masónico  Novus Ord y sus otros ritos falsos y sacramentalmente estériles (“consagración episcopal”, “ordenación sacerdotal”, “confirmación”, “unción de los enfermos”) y las miserables muestras de libertinaje desenfrenado que de él se derivan.

Ah, pero nuestros familiares, antiguos amigos y conocidos piensan que  nosotros  somos el problema por aferrarnos a las verdades de la verdadera Fe que Jorge desprecia:

Debemos recordar siempre estas palabras de San Atanasio:
«Que Dios os consuele. He sabido que no sólo esto os entristece [mi exilio], sino sobre todo el hecho de que los otros [los arrianos] se han apoderado de los templos por la violencia y entre tanto vosotros habéis sido expulsados de esos lugares. Ellos, entonces, tienen los templos. Vosotros, en verdad, tenéis la Fe apostólica. Ellos, consolidados en esos templos, están fuera de la verdadera Fe, en cambio vosotros, que estáis fuera de los lugares, permanecéis dentro de la Fe. Discutamos qué sea más importante, el templo o la Fe, y está claro que es más importante la verdadera Fe. Por tanto, ¿quién ha perdido más, o quién posee más, el que retiene un lugar, o el que retiene la Fe? El lugar ciertamente es bueno cuando  allí se predique la Fe Apostólica: es santo, si allí habita el Santo.
   
Bienaventurados en cambio vosotros, que estáis en la fe de la Iglesia, habitáis en los fundamentos de la fe, y tenéis suficiente satisfacción en la totalidad de la fe, que en vosotros permanece inconmovible. Por tradición apostólica ha venido hasta vosotros, y frecuentemente la execrable envidia ha querido conmoverla pero no ha podido: antes contrario, por ella los que la conmovieron son cortados.

Por eso nadie prevalecerá nunca contra vuestra fe, queridísimos hermanos: si en algún momento Dios os devolviere las iglesias, creemos esto no obstante: la Fe nos basta más que la restitución de las iglesias.

Así, mientras más violentamente tratan de ocupar los lugares de culto, más se separan de la Iglesia. Ellos afirman que representan la Iglesia, pero en realidad, ellos son los que se expulsan de Ella y se desvían.
   
Aun si los católicos fieles a la Tradición se reduzcan a un puñado, ellos son los únicos que son la verdadera Iglesia de Jesucristo» (Carta de San Atanasio a su grey).
“¿Qué es más importante, el lugar o la Fe? La verdadera Fe, obviamente. ¿Quién ha perdido y quién ha ganado en esta lucha? ¿El que mantiene el lugar o el que mantiene la Fe?”

Estas son palabras para recordar. Ningún lugar, ni siquiera los lugares donde la Santa Misa fue ofrecida una vez por verdaderos obispos y verdaderos sacerdotes, es más importante que la Fe. Debemos buscar esa verdadera Fe hoy, sin hacer concesiones al conciliarismo ni a la legitimidad inexistente de sus falsos pastores, reconociendo, por supuesto, que no somos ni un ápice mejores que nadie y que tenemos mucho por lo que hacer reparación como esclavos consagrados de Nuestro Bendito Señor y Salvador Jesucristo a través del Doloroso e Inmaculado Corazón de María, rezando tantos Rosarios cada día como nos lo permita nuestro estado de vida.

Cada Rosario que rezamos, ofrecido al Sacratísimo Corazón de Jesús a través del Doloroso e Inmaculado Corazón de María, ayudará a reparar nuestros pecados, que son tan responsables del estado de la Iglesia Militante en la tierra y del mundo en general, y de los del mundo entero, incluidos los conciliaristas que blasfeman regularmente contra Dios por medio de mentiras como la “hermenéutica de la continuidad” y la supuesta necesidad de “acompañar” a los pecadores que no tienen intención de arrepentirse de sus pecados o enmendar sus vidas de perdición.

Los conciliares pierden al final. Cristo Rey emergerá triunfante una vez más como fruto del triunfo del Inmaculado Corazón de su Madre y Reina nuestra, María Inmaculada. La Iglesia Militante resucitará de su muerte y sepultura mística.

Seguid rezando. Seguid sacrificándoos. Seguid cumpliendo el Mensaje de Fátima de Nuestra Señora en vuestras propias vidas.
«¡Oh Augusta Reina del Cielo, Soberana Señora de los Ángeles! Vos que desde el principio del mundo habéis recibido de Dios el poder y la misión de aplastar la cabeza de la serpiente, esto es, la cabeza de Satanás, humildemente os suplicamos para que enviéis vuestras santas legiones para que bajo vuestras órdenes y por vuestro poder, ellos puedan perseguir a los demonios, combatirlos en todas partes, reprimir su audacia, y arrojarlos al abismo de lamentación eterna.
   
¿Quién puede parangonarse con Dios? Oh bondadosa y tierna Madre, Vos siempre seréis nuestro amor y nuestra esperanza. Oh Madre de Dios, enviad los Santos Ángeles y Arcángeles para defenderme y mantener al cruel enemigo lejos de mí. Santos Ángeles y Arcángeles, defendednos y protegednos. Amén» (Oración compuesta por el padre Cestac).
¿No es hora de rezar un rosario justo ahora?
¡Inmaculado Corazón de María, triunfad pronto!
   
¡Viva Cristo Rey! Vivat Christus Rex!
Nuestra Señora del Rosario, rogad por nosotros.
San José, rogad por nosotros.
Sanos Pedro y Pablo, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, rogad por nosotros.
San Juan Evangelista, rogad por nosotros.
San Mateo Apóstol, rogad por nosotros.
San Miguel Arcángel, rogad por nosotros.
San Gabriel Arcángel, rogad por nosotros.
San Rafael Arcángel, rogad por nosotros.
Santos Joaquín y Ana, rogad por nosotros.
Santos Gaspar, Melchor y Baltasar, rogad por nosotros.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)