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miércoles, 7 de mayo de 2025

FRANZELIN Y LA SEDE VACANTE: ¿2 SEMANAS O 60 AÑOS?

Traducción del artículo publicado en WM REVIEW.
   
2 SEMANAS O 60 AÑOS: ¿CUÁL SE AJUSTA AL RELATO DE FRANZELIN SOBRE LA SEDE VACANTE?
El relato del cardenal Franzelin sobre el periodo de sede vacante nos muestra lo que puede y no puede suceder durante un interregno papal. ¿Crees que se ajusta mejor a dos semanas… o a sesenta años?
   

Notas del editor

Esta semana, los cardenales del Vaticano ingresan a la Capilla Sixtina para elegir al hombre que sucederá a Francisco.

Este cónclave comenzará el 7 de mayo, después de su muerte, ocurrida el 21 de abril de 2025, hace poco más de dos semanas.
    
Durante las últimas dos semanas, muchas personas han hecho el mismo chiste hilarante:
«Ahora todos somos sedevacantistas».
Ya hemos comentado anteriormente esta broma, señalando que se basa en un malentendido, y que muchos de aquellos cuyo “sedevacantismo” data del 21 de abril de 2025 aceptarán de inmediato a quien aparezca en el balcón de San Pedro, ya sea el Papa Avelineel Papa Susana o incluso el Papa Cabeza de Bronce [1], aunque tal aceptación socave radicalmente la teología católica y la enseñanza sobre la Iglesia y el papado mismo.

En este artículo no pretendemos defender la existencia de una vacancia que se remonta aproximadamente al año 1965 [en realidad, al año 1958, N. del T.], sino plantear una pregunta que invita a la reflexión.

Este texto presente
El cardenal Johann Baptist Franzelin (1816-1886) fue un teólogo jesuita reconocido por su rigor intelectual, su estilo de vida ascético y su profunda humildad. Nacido en la pobreza del Tirol, ascendió en la jerarquía académica jesuita a pesar de su precaria salud, llegando a convertirse en un destacado profesor de teología dogmática en el Colegio Romano y en una figura teológica clave en el Concilio Vaticano I. Nombrado cardenal por Pío IX contra su voluntad, se mantuvo consagrado a la pobreza, la oración y la erudición, distribuyendo sus ingresos entre los pobres y las misiones extranjeras. Sus tratados, especialmente De Divína Traditióne et Scriptúra, se consideran clásicos e influyentes entre el clero de todo el mundo.

Johann Baptist card. Franzelin

Lo siguiente, traducido por el Sr. James Larrabee, se extrae de dicho texto. Con base en este texto, invitamos a los lectores a considerar la pregunta del titular anterior:
¿Este texto de Franzelin describe mejor las últimas dos semanas o los últimos sesenta años?
Prima fácie, se podría asumir lo primero. Pero los efectos surgen de causas proporcionales. El problema actual es que muchos han perdido el sentido de la verdadera enseñanza católica sobre la Iglesia y el papado, en particular por su aceptación de los recientes aspirantes papales. Como resultado, no son capaces de ver la desconexión radical entre lo que el Romano Pontífice busca y necesariamente logra, y el hecho evidente de que esto no está sucediendo en nuestros días. Para evitar esta conclusión, presentan una exagerada falacia de lo primero, describiéndola como hiperpapalismo o ultramontanismo.
  
Sea por ignorancia o por mala voluntad, no se enfrentan a los argumentos reales, es decir, que el Papa es causa eficiente de la unidad [2], y que la unidad de la que él es causa —la de la fe, el gobierno y el culto— es una propiedad perpetua y necesaria de la Iglesia, así como una marca necesaria y visible por la que ella puede ser conocida como la verdadera Iglesia.
   
Esta visible unidad de fe está manifiestamente ausente en la autodenominada Iglesia Conciliar/Sinodal, lo que demuestra así que no es la Iglesia Católica y que ha estado sin un Romano Pontífice reinante desde la década de 1960. Pero como muchos desconocen la verdad, y como se trata de una proposición inicialmente tan sorprendente, se inclinan más a negar que esta unidad visible sea una verdadera propiedad de la Iglesia que a reconocer la cómica impostura como tal.
  
La Sede nunca puede caer
Franzelin está describiendo el estado de la Iglesia sin esa causa eficiente de unidad, y considerando lo que necesariamente se sostiene en la Iglesia incluso durante un interregno papal, y qué males o dificultades pueden sobrevenirle en este tiempo.

Por ejemplo, Franzelin dice:
«[L]a Sede nunca puede caer, pero puede estar vacante y a menudo lo está».
Aunque nuestros amigos lo nieguen, la promulgación de errores condenados por un verdadero papa constituiría, sin duda, el fracaso de la sede. Las circunstancias actuales nos obligan a extraer una de las siguientes conclusiones:
  1. Estos errores condenados no han sido promulgados por un verdadero Papa.
  2. Que lo que se ha promulgado no son en realidad errores condenados.
  3. Que la teología y la enseñanza tradicionales sobre la cuestión eran erróneas y necesitaban ser repensadas.
La primera conclusión es la única que no viola ni los hechos ni nuestros deberes como católicos.
  
Franzelin no exige una vacancia corta
Franzelin continúa hablando de períodos de vacancia:
«Permanece, pues, la ley divina y la institución de la perpetuidad, y por la misma razón el derecho y el deber en la Iglesia de procurar la sucesión según la ley establecida».
No dice «permanece la ley divina y la institución de la perpetuidad mientras la vacancia sea corta» o «mientras sea posible ejecutar la ley (positiva) establecida», como si fuese imposible una devolución de la ley positiva, o constituyese una defección de la Iglesia.
   
La indefectibilidad en procurar un sucesor simplemente no significa procurar un sucesor prontamente según la ley positiva. De ser así, los teólogos no habrían discutido qué sucedería si la ley positiva se hiciera imposible de cumplir. Esta indefectibilidad significa que la Iglesia en algún momento podrá restaurar la sucesión, en una forma que es legal, así sea inusual.
   
No hay promesa divina de que esto suceda en la línea temporal mundana, o según las expectaciones burocráticas modernas. La Iglesia no es una máquina de cónclave.
   
La indefectibilidad de la Iglesia permanece
Franzelin agrega que la Iglesia permanece infalible en su fe que ha creído, enseñado y profesado. Su conclusión es esta:
«[N]i todo el cuerpo de la Iglesia en su creencia, ni todo el Episcopado en su enseñanza, pueden apartarse de la fe transmitida y caer en la herejía».
Aquí hay dos puntos que señalar.
   
El primero concierne a los errores del Vaticano II. Se debate si los errores de este concilio se clasifican correctamente como herejías, aunque los errores en sí mismos sirven como indicios infalibles de la vacante desde alrededor de 1965. Si bien es imposible para un concilio ecuménico, confirmado por el papa, haber promulgado tales errores, esto es posible para un concilio sin papa. Ergo, etc.
  
El segundo concierne a las consecuencias de los obispos firmando o aceptando los documentos de tal concilio. Algunos afirman que todos los obispos aceptaron el concilio, y así cayeron en herejía y por eso perdieron el oficio. Sin embargo, hay problemas con este análisis. John S. Daly —el cual fue responsable de descubrir estas firmas en las Acta Synodália y publicarlas en un periódico sedevacantista— presenta los siguientes puntos relevantes a estos puntos:
  1. El Vaticano II promulgó diez y seis documentos, pero solo se adjuntan seis listas de firmas. Es cierto que los seis fueron firmados por los obispos, incluyendo a aquellos que posteriormente se asociaron con la resistencia tradicional (Lefebvre, Thục y De Castro-Mayer). Lefebvre, sin embargo, negó haber firmado los documentos. ¿Mentía o estaba confundido? «Existe, por lo tanto, una seria duda en el fondo del asunto: ¿a qué documentos se refieren las seis listas de firmas y qué entendieron los obispos que implicaban sus firmas?».
  2. Daly también se refiere al Concilio de Rímini (357), en el cual «casi todos los obispos occidentales fueron persuadidos a firmar una fórmula semiarriana herética, que, sin embargo, algunos de ellos creían que todavía era compatible con la ortodoxia». El papa Pío VI tuvo motivos en 1791 para comentar este evento, explicando que había sido insuficiente para constituir su deserción de la Iglesia.
  3. La pérdida del cargo y de la membresía en la Iglesia son el resultado de una herejía pública o manifiesta, pero si no es seguro que los errores del Vaticano II sean heréticos (a diferencia de un grado menor de error), entonces esto no se puede asumir o imputar a alguien que desea ser católico, como fue el caso de muchos obispos en el Vaticano II, más allá de los tres mencionados.
  4. Esta herejía pública o manifiesta podía ciertamente ser imputada y reconocida en muchos obispos—particularmente aquellos más vigorosos en su imposición de la religión postconciliar— y por lo tanto es razonable concluir que muchos perdieron el cargo como resultado; pero no es razonable extender esto como una regla universal, aplicándose incluso a aquellos que resistieron la revolución religiosa, o cuya adhesión a ella era ambigua.
Así pues, nuestra conclusión no implica que “todo el cuerpo de la Iglesia” o “todo el episcopado” se aparte de la fe y caiga en la herejía.

El peligro de caer en herejía o cisma
Habiendo abordado la imposibilidad de una caída universal en herejía, Franzelin presenta el siguiente punto sobre una defección universal al cisma:
«Lo mismo cabe decir, por el mismo razonamiento, de la unidad de comunión contra un cisma universal, así como de la verdad de la fe contra la herejía».
En los casos de herejía y cisma, la Iglesia en su conjunto permanece inmune a una defección universal, pero la ausencia de un Pontífice Romano reinante facilita que los hombres se dejen llevar por la apostasía. De hecho, esta es la razón principal por la que Franzelin discute la imposibilidad de la herejía y el cisma universales.

Este peligro surge debido a la ausencia de una enseñanza y un gobierno claramente definidos, así como al escándalo que para la fe causan quienes minimizan los efectos de esta ausencia. Romano Amerio escribió:
«Pero la desunión de la Iglesia (palpable en la desunión de los obispos entre sí y con el Papa) es el hecho ad extra. El hecho ad intra que lo produce es la desistencia de la autoridad papal misma, de la cual se propaga a cualquier otra autoridad» [3].
Obviamente, estos efectos perversos se agravan cuanto más se prolonga la vacancia. Franzelin añade:
«[S]i surgen controversias sobre la fe y la religión, los juicios de la Iglesia, que carece de cabeza en la tierra, no serán tan ciertos».
Una vacante prolongada tiene un gran poder explicativo en la gran confusión de nuestros días, un poder explicativo completamente indisponible para quienes insisten en que la Iglesia ha sido gobernada, durante los últimos sesenta años, por verdaderos Pontífices Romanos.
   
Errores sobre la identidad papal: importancia de la caridad mutua
Finalmente, cabe señalar que Franzelin reconoce explícitamente la posibilidad de confusión y desacuerdo sobre la identidad del Romano Pontífice “en grandes disturbios”:
«[P]uede suceder a veces, en los grandes disturbios, y es evidente por la historia que ha sucedido, que muchos hombres, mientras conservan santamente la fe y la veneración hacia la Sede Apostólica como verdaderos católicos, sin culpa propia no son capaces de reconocer a Aquel que está sentado en la Sede Apostólica, y por lo tanto, sin caer de ninguna manera en la herejía, caen en el cisma, que sin embargo no es formal, sino solo material».
Todos deberíamos tomar este punto en serio. Para nuestros amigos que han reconocido a estos recientes aspirantes papales, observamos que Franzelin defiende a quienes se niegan erróneamente a reconocer a un verdadero papa y les sugiere que muestren la misma compasión hacia quienes discrepamos de ellos. Nosotros, a nuestra vez, debemos tener en cuenta que su argumentación puede aplicarse fácilmente a quienes reconocen erróneamente a un falso papa.

SDWr.

Anteriormente publicamos un texto similar del cardenal Journet, que se basaba en los escritos del cardenal Cayetano:
La vacante de la Sede Apostólica.
(Cardenal Franzelin. Traducido por James Larrabee —republicado de Bellarmine Forums con el permiso del antiguo propietario)
    
«15. De aquí surge la distinción entre la sede [sedes, ver] y el que está sentado en ella [sedens], por razón de la perpetuidad.

La sede, es decir el derecho perpetuo del primado, nunca cesa, por parte de Dios en su ley inmutable y providencia sobrenatural, y por parte de la Iglesia en su derecho y deber de conservar para siempre como depósito el poder divinamente instituido a favor de los sucesores individuales de Pedro, y de asegurar su sucesión por una ley fija; pero los herederos individuales o los que se sientan [sedéntes] en la sede apostólica son hombres mortales; y, por tanto, la sede nunca puede fallar, pero puede estar vacante y a menudo está vacante.
   
Entonces, ciertamente, permanece la ley divina y la institución de la perpetuidad, y por la misma razón el derecho y el deber en la Iglesia de procurar la sucesión según la ley establecida; permanecen también las participaciones en los poderes [del papado] en la medida en que son comunicables a otros [por ejemplo, a los cardenales o a los obispos], y han sido comunicadas por el sucesor de Pedro mientras todavía vivía, o han sido legalmente establecidas y no abrogadas [así, la jurisdicción de los obispos, otorgada por el Papa, no cesa cuando él muere]; pero el poder más alto en sí, junto con sus derechos y prerrogativas, que de ninguna manera pueden existir excepto en el heredero individual de Pedro, ahora en realidad no pertenecen a nadie mientras la Sede está vacante.
   
De aquí se puede entender la distinción en la condición de la Iglesia misma en el tiempo de la vacancia de la Sede y el tiempo de la ocupación de la Sede [sedis plenæ], a saber, que en el primer tiempo, un sucesor de Pedro, la roca visible y cabeza visible de la Iglesia, se debe a la Sede Apostólica vacante por derecho o ley divina, pero aún no existe; en el tiempo de la ocupación de la Sede ahora realmente se sienta por derecho divino.

Es de suma importancia considerar la raíz misma de toda la vida de la Iglesia, es decir, la indefectibilidad y la custodia infalible del depósito de la fe. Ciertamente, en la Iglesia permanece no solo la indefectibilidad en la creencia (llamada infalibilidad pasiva), sino también la infalibilidad en la proclamación de la verdad ya revelada y suficientemente propuesta para la fe católica, incluso mientras se encuentra temporalmente privada de su cabeza visible, de modo que ni todo el cuerpo de la Iglesia en su creencia, ni todo el Episcopado en su enseñanza, pueden apartarse de la fe transmitida y caer en la herejía, porque esta permanencia del Espíritu de verdad en la Iglesia, reino, esposa y cuerpo de Cristo, está incluida en la promesa e institución misma de la indefectibilidad de la Iglesia para siempre, hasta la consumación del mundo.

Lo mismo cabe decir, por el mismo razonamiento, de la unidad de comunión contra un cisma universal, así como de la verdad de la fe contra la herejía. Pues la ley divina y la promesa de sucesión perpetua en la Sede de Pedro, como raíz y centro de la unidad católica, permanecen; y a esta ley y promesa corresponden, por parte de la Iglesia, no solo el derecho y el deber, sino también la indefectibilidad de procurar y recibir legítimamente la sucesión y de mantener la unidad de comunión con la Sede petrina, incluso cuando esté vacante, en vista del sucesor que se espera y que indefectiblemente vendrá… (Franzelin, op. cit., p. 221-223)

16. … Cuando muere el Papa, dice Melchor Cano [un destacado teólogo del siglo XVI], la Iglesia, sin duda, permanece una, y el Espíritu de verdad permanece en ella; pero queda mutilada [mancay disminuida sin el Vicario de Cristo y el único pastor de la Iglesia Católica. Por lo tanto, aunque la verdad ya está en la Iglesia, si surgen controversias sobre la fe y la religión, los juicios de la Iglesia, que carece de cabeza en la tierra, no serán tan ciertos (Ibíd., pág. 223)

17. Debido a la distinción explicada [entre sedes y sedens], en la medida en que la Sede Apostólica nunca puede fallar en su permanencia por derecho y ley divinos, pero los ocupantes individuales [sedéntes], siendo mortales, fallan a intervalos, la Sede Apostólica misma, como fundamento necesario y centro de unidad de la Iglesia, nunca puede ponerse en duda sin herejía; pero puede suceder a veces, en grandes disturbios, y es evidente por la historia que ha sucedido, que muchos hombres, mientras guardan santamente la fe y veneran la Sede Apostólica como verdaderos católicos, sin su propia culpa no pueden reconocer a aquel que está sentado en la Sede Apostólica, y por lo tanto, sin caer de ninguna manera en herejía, se deslizan hacia el cisma, que, sin embargo, no es formal sino solo material.
   
Así, en la lamentable conmoción que duró cuarenta años, desde Urbano VI hasta Gregorio XII [el Gran Cisma de Occidente], los católicos se dividieron en dos y luego en tres obediencias, como se las llamaba entonces, si bien todas reconocían y reverenciaban los derechos divinos de la Sede Apostólica; sin embargo, desconocían el derecho de quien ocupaba la Sede Apostólica, debido a una ignorancia invencible de la sucesión legítima [es decir, de quién era el legítimo sucesor] ​​y, por lo tanto, no se adhirieron a nadie o a un pseudopontífice. Entre estos, incluso santos como San Vicente Ferrer, durante un tiempo, y su hermano Bonifacio, prior cartujo, se vieron implicados en el cisma material» (Ibíd., págs. 223-224).
   
Epílogo
El texto de Franzelin no describe dos semanas, ni algo que solo pudiera durar unas pocas. El objetivo de este texto es describir algo que fácilmente podría extenderse por décadas o más, siempre que los principios se comprendan correctamente.
  1. La Santa Sede es permanente e indefectible, incluso cuando no hay un hombre que la ocupe. Esta doctrina no se derrumba bajo el peso de una vacante prolongada: presupone su posibilidad.
  2. La idea de que exista una sede vacante “normal” —es decir, un breve período tras un fallecimiento antes de la pronta elección de un nuevo papa— es sentimental e ingenua. La tradición católica permite años de incertidumbre, confusión e incluso aparente parálisis, sin que la sede misma se desmorone.
  3. El Cisma de Occidente demostró que los hombres pueden estar sinceramente equivocados, los cardenales divididos y abundan los aspirantes rivales; sin embargo, la Iglesia perdura. La institución divina permanece intacta incluso cuando su cabeza visible está ausente, es desconocida o se duda de ella.
En este momento lo más importante que podemos hacer es velar y orar.

S. D. Wright.

NOTAS
[1] Suárez, en De Fide (Disputa X de Summo Pontífice), afirma que incluso un papa herético, aunque ya no sea miembro de la Iglesia en sustancia ni en forma, puede seguir ejerciendo su autoridad e influencia, «como a través de la cabeza de bronce». En la leyenda medieval, la cabeza de bronce era una cabeza parlante profética, mecánica o mágica que podía responder preguntas o predecir el futuro.

[2] Papa León XIII:
«[San Cipriano] la llama “Cátedra de Pedro” [a la Iglesia Romana], porque está ocupada por el sucesor de Pedro; “Iglesia principal” a causa del principado conferido a Pedro y a sus legítimos sucesores; “aquélla de donde ha nacido la unidadporque en la sociedad cristiana la causa eficiente de la unidad es la Iglesia romana» (Satis Cógnitum, n. 13).
[3] Romano Amerio , Iota Unum – Estudio de los cambios en la Iglesia Católica en el siglo XX (Trad. inglesa) Sarto House, Kansas City MO, 1996. pág. 143.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)