Ayer 30 de Junio, León XIV Riggitano-Prévost envió un mensaje a los participantes del XLVI Período de Sesión de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), escribiendo acerca de la “multiplicación de los panes” en el Evangelio:
«La Iglesia alienta todas las iniciativas para poner fin al escándalo del hambre en el mundo, haciendo suyos los sentimientos de su Señor, Jesús, quien, como narran los Evangelios, al ver que una gran multitud se acercaba a Él para escuchar su palabra, se preocupó ante todo de darles de comer y para ello pidió a los discípulos que se hicieran cargo del problema, bendiciendo con abundancia los esfuerzos realizados (cf. Jn. 6, 1-13). Sin embargo, cuando leemos la narración de lo que comúnmente se denomina la “multiplicación de los panes” (cf. Mt. 14, 13-21; Mc. 6, 30-44; Lc. 9, 12-17; Jn. 6, 1-13), nos damos cuenta de que el verdadero milagro realizado por Cristo consistió en poner de manifiesto que la clave para derrotar el hambre estriba más en el compartir que en el acumular codiciosamente. Algo que quizás hoy hemos olvidado porque, aunque se hayan dado algunos pasos relevantes, la seguridad alimentaria mundial no deja de deteriorarse, lo que vuelve cada vez más improbable la consecución del objetivo de “Hambre cero” de la Agenda 2030. Esto significa que estamos lejos de que se cumpla el mandato que dio origen en 1945 a esta institución intergubernamental» (ANTIPAPA LEÓN XIV RIGGITANO-PRÉVOST, Mensaje a los participantes del XLVI Período de trabajos de la Conferencia de la FAO, 30 de Junio de 2025. Comillas del original; negrillas fuera del texto).
Esta declaración de Riggitano-Prévost refleja el espíritu de su antecesor Francisco Bergoglio, el cual en varias ocasiones, incluso en el Ángelus el 2 de Junio de 2013 (domínica infraoctava de Corpus Christi –o la fiesta en sí, como quiera que los modernistas la trasladaron para el domingo–), dijo sobre la multiplicación de los panes en Lc. 9, 12-17 (que era el evangelio correspondiente al ciclo del Novus Ordo): «los panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración».
Ahora, lo primero que salta del texto es que el episodio de la multiplicación de los panes aparece entre comillas: «cuando leemos la narración de lo que comúnmente se denomina la “multiplicación de los panes” (cf. Mt. 14, 13-21; Mc. 6, 30-44; Lc. 9, 12-17; Jn. 6, 1-13)», como dando a entender que no se le debe llamar así porque no sucedió realmente (o al menos, no como se lee en el Evangelio). Y de ahí él insiste: «… el verdadero milagro realizado por Cristo consistió en poner de manifiesto que la clave para derrotar el hambre estriba más en el compartir que en el acumular codiciosamente».
Entonces, ¿que Cristo multiplicase milagrosamente la cantidad de alimento disponible fue un milagro fatulo (falso/de mala calidad)? ¿Un embuste como los prodigios de Janes y Jambres, los magos de Faraón (cf. Éxodo VII, 12)? ¿O no ocurrió en absoluto? Pero si la Sagrada Escritura lo relata y en la forma que lo hace, es porque realmente ocurrió, y la Iglesia, que es su Intérprete y Custodia auténtica, lo llama precisamente así: “Milagro de la multiplicación de los Panes”. No “Milagro de la distribución de los panes” o “Parábola sobre el Compartir”. MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES. Punto.
Siguiendo la meditación que propone el padre André Hamon para el Domingo IV de Cuaresma, el milagro de la Multiplicación de los Panes por una parte refleja la providencia de Dios, que de unos pocos granos proporciona cada día los alimentos para todos los hombres en el mundo, tanto justos como pecadores, proveyendo no solo con lo necesario, sino hasta saciar y aun sobrar (cf. SAN AGUSTÍN, Tratado 24 sobre el Evangelio de San Juan, nros. 1 y 4). Por otro lado, es una figura de cómo la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada se manifiesta en todas las Misas ofrecidas por sacerdotes y obispos católicos en todo el mundo, permaneciendo por entero sin agotarse, sin importar cuántos fieles comulguen de las partículas de dicha Hostia y cuantas estén reservadas en todos los sagrarios.
Y otra prueba adicional de la realidad de este Milagro de la Multiplicación de los Panes está en el relato del Evangelio de San Juan: Cuando Jesús multiplica los panes, la multitud quiere tomarlo a la fuerza para hacerlo Rey, por lo que Él se va del lugar, y cuando Lo buscan, les reprocha diciendo: «En verdad, en verdad os digo, que vosotros me buscáis no por mi palabra atestiguada por los milagros que habéis visto, sino porque os he dado de comer con aquellos panes, hasta saciaros» (San Juan VI, 26). Ni una palabra sobre acumular codiciosamente, ni del hambre como arma de guerra o medio de represión política, ni nada de eso.
Por supuesto, es laudable que se trabaje para reducir el hambre (y entre las obras corporales de misericordia están precisamente Dar de comer al hambriento y Dar de comer al sediento), y que se llame a no desperdiciar la comida. Asimismo, no es correcto usar el hambre como arma de guerra (de hecho, la táctica de “tierra quemada”, lejos de afectar a las tropas enemigas –que llevan consigo sus propias provisiones y pertrechos–, afecta es a la población no combatiente).
Lo que ocurre es que, como dice San Pío X en su encíclica Pascéndi Domínici gregis, los modernistas (desde Bergoglio y Riggitano-Prévost para abajo), naturalizan lo sobrenatural y tratan de reducir los milagros a cuentos de hadas (siendo precisamente este, el de la Multiplicación de los panes, uno de los que más detestan, luego del Nacimiento virginal de Nuestro Señor y su Resurrección). Y como taimados que son, lo hacen dejando poco margen para la negación y el justo para que los salgan a defender los pseudoapologistas de plumas alquiladas (o micrófonos o cámaras, da igual). Y defenderlos con nimiedades que no vienen al caso, como que León canta el Padre nuestro en latín, cita a San Agustín de arriba y para abajo (aunque este Padre y Doctor está a las antípodas de su pretendido discípulo), o que retomó el uso del Palacio Apostólico Vaticano y el ídem de Castelgandolfo, cual si fuese un “Francisco II con rostro humano”.
D. JORGE RONDÓN SANTOS
1 de Julio de 1925 (Año Santo de Cristo Rey).
Fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Octava de la Natividad de San Juan Bautista. Día cuarto infraoctava del Sagrado Corazón de Jesús. Día tercero infraoctava de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Fiesta de San Aarón, primer Sumo Sacerdote de Israel. Aparición de la Milagrosa Imagen del Santo Cristo en San Miguel de las Cuevas de Chalma (Méjico). Nacimiento de San Lorenzo Justiniano, primer Patriarca de Venecia. Tránsito de Alfonso VI “el Bravo”, Rey de León, Galicia y Castilla, Emperador de toda España; de los generales Domingo Caycedo y Sanz de Santamaría y Pedro Nel Ospina Vázquez, presidentes de Colombia; y del general Juan Domingo Perón, Presidente de Argentina. Martirio de los sacerdotes Justino Orona Madrigal y Atilano Cruz Alvarado, párroco y vicario de San Felipe de Cuquío (Méjico). Victoria cruzada del príncipe Bohemundo de Tarento en la batalla de Dorilea; coronación de Urraca I “la Temeraria” como reina de León; victoria de Juan II de Castilla en la batalla de La Higueruela; creación de la Diócesis de Paraguay por Pablo III.