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sábado, 31 de marzo de 2018

EL EJEMPLO DE LAS ABEJAS

   
Vuestra presencia en tan gran número, vuestro deseo de encontraros reunidos delante de Nos, queridos hijos, Nos procura un verdadero consuelo, por lo que os expresamos de corazón Nuestra gratitud por vuestros homenajes y por vuestros dones, unos y otros particularmente gratos. Más allá del valor material o técnico, el trabajo que representan, ofrece por su naturaleza y por su significado, un interés psicológico, moral, social, incluso también religioso, de no poco valor. Las abejas, ¿no han sido quizás unánimemente cantadas por la poesía tanto sacra como profana, de todos los tiempos?
 
Estas abejas, movidas y dirigidas por el instinto, vestigio y testimonio visible de la sabiduría invisible del Creador, ¡qué lecciones dan a los hombres, que son –o deberían ser- guiados por la razón, vivo reflejo del intelecto divino!
  
Ejemplo de vida y de actividad social, en cada una de sus categorías tiene su oficio que realizar, y lo cumple exactamente –se estaría casi tentado de decir: conscientemente-, sin envidia, sin rivalidad, con orden, en el puesto asignado a cada una, con cuidado y amor. También el observador más inexperto en materia de apicultura admira la delicadeza y la perfección de este trabajo. Muy diferente de la mariposa que revolotea de flor en flor por pura distracción, de la avispa o del avispón, agresores brutales, que parecen no querer otra cosa que el mal, sin beneficio para nadie: la abeja penetra hasta el fondo del cáliz, diligente, activa y tan delicada que, una vez recogido su precioso botín, deja dulcemente las flores, sin haber lesionado mínimamente siquiera el ligero tejido de su vestido, sin haber hecho perder a uno sólo de sus pétalos su inmaculada frescura.
  
Después, cargada del néctar perfumado, del polen, de los propóleos, sin rodeos caprichosos, sin retrasos indolentes, rápida como una flecha, con un vuelo de una precisión impecable y segura, vuelve a entrar en la colmena, donde el trabajo animoso prosigue intenso, para la elaboración de las riquezas cuidadosamente recogidas y la producción de la cera y de la miel. «Fervet opus, redoléntque thymo fragrántia mella» [bullen de actividad; la fragante miel exhala vivos aromas de tomillo] (Virgilio, Geórgicas, 4, 169).
  
¡Ah! Si los hombres quisieran y supieran escuchar la lección de las abejas; si cada uno supiese hacer con orden y con amor, en el puesto señalado por la Providencia, su deber cotidiano; si cada uno supiera gustar, amar, valorizar, en la colaboración íntima del hogar doméstico, los pequeños tesoros acumulados durante su jornada de trabajo fuera de casa; si los hombres supieran sacar provecho con delicadeza, con elegancia (hablando a la manera humana), con caridad (hablando cristianamente), en las relaciones con sus semejantes, de todo lo que éstos han conseguido en su espíritu de verdadero y hermoso, de todo lo bueno y honesto que ellos llevan en el fondo de sus corazones, sin ofenderlos, y discreta y honestamente, sin alterarse, sin celos y sin orgullo, las riquezas adquiridas en el contacto con sus hermanos y elaborarlas luego por su cuenta; si, en una palabra, aprendiesen a hacer mediante su inteligencia y su entendimiento lo que las abejas hacen instintivamente, ¡cuánto mejor estaría el mundo! 
  
Trabajando como las abejas, con orden y con paz, los hombres aprenderán a gustar, a hacer gustar a los demás, el fruto de sus fatigas, la miel y la cera, la dulzura y la luz de esta vida mortal. En cambio, cuántas veces, por desgracia, estropean lo mejor y lo más hermoso con su aspereza, su violencia y malicia. ¡Cuántas veces no saben buscar y hallar en todo sino la imperfección y el mal, desnaturalizando hasta las intenciones más rectas; convertir en amargura hasta el bien!
  
Aprended, pues, a penetrar con respeto, con confianza y con caridad discreta, pero profundamente, en la inteligencia y en el corazón de vuestros semejantes, y entonces sabrán descubrir, como las abejas, en las almas más humildes, el perfume de nobles cualidades, de eminentes virtudes, ignoradas a veces hasta por los mismos que las poseen. Sabrán discernir en el fondo de las inteligencias más obtusas, de los espíritus más incultos, en el fondo mismo de los pensamientos de sus adversarios, alguna traza, por lo menos, de sano juicio, algún vislumbre de verdad y bondad.
   
En cuanto a vosotros, queridos hijos, que, inclinados sobre vuestras colmenas, realizáis con todo cuidado las más variadas y delicadas operaciones de la apicultura, dejad que vuestro espíritu se eleve a un místico vuelo, para gustar la suavidad de Dios, la dulzura de su palabra y de su ley (Ps. 18,2; 118,103), para contemplar la luz divina, de la que es símbolo la llama encendida del cirio, producto de la madre abeja, como canta en su maravillosa del Sábado Santo: «Álitur enim liquántibus ceris, quas in substántiam pretiósæ hujus lámpadis apis mater edúxit» [Pues se alimenta de la cera derretida, que sacó la madre abeja para sustancia de esta preciosa llama].
   
PÍO XII, Discurso a los participantes en el Congreso nacional italiano de apicultura, 27 de Noviembre de 1947 - Traducción de Javier Sánchez Martínez

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)