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viernes, 1 de diciembre de 2023

BEATO EDMUNDO CAMPION, MÁRTIR DE LA FE


Edmundo Campion nació en Londres en 1540, hijo de un librero con el mismo nombre. Estudió en el colegio del Hospital de Cristo, cuyo rector le patrocinó los estudios en el Colegio de San Juan de Oxford. Si bien nació católico, tomó el Juramento de Supremacía en 1560 y se hizo ordenar diácono anglicano en 1564. Asaltado por la conciencia, declinó entrar al servicio de Isabel I Tudor y partió a Irlanda en 1569, y de ahí a Douai de Francia dos años después, donde se reconcilió con la Iglesia de la que se había alejado doce años atrás.
  
Se graduó como bachiller de teología en el Colegio Inglés de Douai en 1573 y recibió las órdenes menores y el subdiaconado. A guisa de peregrino, partió a Roma, donde ingresó a la Compañía de Jesús. Enviado a la Provincia de Austria por Everardo Mercuriano, IV superior general, estudió en Brno de Moravia y fue ordenado diácono y sacerdote católico por Antonín Brus, arzobispo de Praga, en 1578, fue profesor de filosofía y retórica en el Colegio Clementino de Praga. El día antes de partir, un compañero talló en la puerta de su recámara «P. Edmúndus Campiánus, Martyr», una premonición de lo que le sucedería.
  
Enviado en 1580 como parte de la Misión Jesuita de Inglaterra dirigida por Roberto Parsons, antes de embarcar se enteró que una expedición liderada por James Fitzmaurice FitzGerald había desembarcado a Irlanda. Más aún: los planes de la Misión Jesuita fueron interceptados, y las tropas de Isabel I Tudor los estaban esperando. Con todo, partieron el 24 de junio. Campion iba disfrazado de “Mr. Edmonds”, comerciante de joyas, y aunque las autoridades sospecharon inicialmente, lo dejaron en paz.
   
Roberto Parsons SJ
   
Se quedó en Londres un breve espacio de tiempo escribiendo el manifiesto sobre su misión, que ha pasado a conocerse con el nombre de “Campion’s Brag”, “el alarde de Campion”:
«Mi acusación es predicar gratuitamente el Evangelio, ministrar los Sacramentos, instruir a los sencillos, reformar a los pecadores, confutar los errores, y en resumen sonar la espiritual alarma contra el vicio inmundo y la soberbia ignorancia en la cual muchos de mis queridos compatriotas han sido abusados.
    
Y en lo que respecta a nuestra Compañía, habéis de saber que hemos formado una liga —todos los jesuitas del mundo, cuya sucesión y muchedumbre ha de sobrepasar todas los cálculos de Inglaterra— para llevar alegremente la cruz que pensáis colocar sobre nuestros hombros y para no desesperar nunca de vuestra conversión, mientras tengamos un hombre para disfrutar de vuestro cadalso de Tyburn o para ser sometido a vuestros tormentos o consumido en vuestras prisiones. El precio está previsto, la empresa ha comenzado; es obra de Dios y no puede resistirse. Así como la fe arraigó, así debe restaurarse.
    
No tengo más que decir, sino recomendar vuestro caso y el mío a Dios Omnipotente, el Escrutador de los corazones, que nos conceda su gracia, y nos veamos concordes antes del día de la retribución, para que al final podamos finalmente ser amigos en el Cielo, donde todas las injurias sean olvidadas».
El argumento central era que la misión era religiosa, no política. Estaba tan bien escrito y con tal potencia, que se hicieron copias a las que se dio amplia distribución para confirmar a los católicos en su fe. Campion viajó hasta Berkshire, Oxfordshire, Lancashire y Yorkshire. Se quedaba en alguna casa de católicos una o dos noches, o visitaba otras familias que tenían empleados católicos. Normalmente llegaba de día, predicaba y oía confesiones por la tarde, y por fin celebraba la Misa por la mañana antes de salir para su siguiente destino. Seguía escribiendo y compuso un libro dirigido al mundo académico titulado Ratiónes decem (“Diez razones”), que daba argumentos probatorios de la verdad del catolicismo y de la falsedad del protestantismo, diciéndole a la reina: «un cielo no puede contener al mismo tiempo a Calvino y a vuestros antepasados». A finales de junio de 1581 ya estaba impreso. Muchas de las 400 copias que se imprimieron se colocaron en los bancos de la iglesia de Santa María de la universidad de Oxford. Campion era todavía lo suficientemente conocido como para el que libro fuese leído con avidez.
    
Pero la libertad de que disfrutaba Campion para ayudar a los católicos acabó pronto. En julio dejó Londres y se detuvo junto a la familia de los Yate en el Berkshire. Los vecinos católicos de la familia oyeron que el sacerdote jesuita había estado allí y rogaron a los Yate que lo invitaran de nuevo. La señora Yate envió aviso a Campion, que desgraciadamente volvió en un momento en que George Eliot, un apóstata devenido espía profesional de la caza de sacerdotes, se había apresurado a dar cuenta a las autoridades, que rápidamente fueron a la casa, donde no encontraron sacerdote alguno. Los guardias no se movieron de aquel lugar, a la escucha de cualquier sonido que revelase actividades anormales. Oyeron que un grupo abandonaba una reunión organizada por Campion. Volvieron a registrar la casa, y esta vez encontraron a Campion y otros dos sacerdotes.

Los tres fueron llevados a la Torre de Londres el 22 de julio. Allí pusieron a Campion en una celda tan pequeña que no podía ponerse de pie ni tumbarse. Después de tres días en aquel lugar lo llevaron al palacio de Leicester, donde tuvo una segunda entrevista con preguntas enviadas por la Reina. Ésta le dio la oportunidad de renunciar a la fe católica y hacerse ministro protestante, con la posibilidad de ser arzobispo de Canterbury. Lo rechazó y le devolvieron a su celda; cinco días más tarde lo torturaban en el potro. Mantuvo cuatro disputas con teólogos anglicanos, algo que él mismo había pedido en su libro rationes decem, pero no concluyeron nada, en parte porque la primera se tuvo poco después de la tortura. El gobierno decidió que debía ser ejecutado, pero necesitaba una acusación más sólida que la de ser simplemente sacerdote católico. El 14 de noviembre llevaron a los sacerdotes a Westminster Hall donde le presentaron cargos de haber conspirado contra la vida de la reina, de haber instigado una invasión del país por parte de fuerzas extranjeras y de haber entrado en Inglaterra con la intención de fomentar una rebelión de apoyo a los invasores. En este juicio, seis días más tarde, pidieron a Campion que levantase la mano derecha y pronunciase un juramento: era incapaz de hacerlo por la tortura reciente, de modo que otro de los sacerdotes tuvo que hacerlo en su lugar. Campion intentó defender a todos los sacerdotes señalando que su motivación era religiosa y no política, pero todos fueron declarados culpables de alta traición y condenados a ser ahorcados, arrastrados y descuartizados. En respuesta, Campion dijo:
«Al condenarnos, vosotros condenáis a todos vuestros antepasados, todos nuestros antiguos obispos y reyes, y todo lo que una vez fue la gloria de Inglaterra, la Isla de los santos y la hija más devota de la Sede de Pedro. Pues, ¿qué hemos enseñado —incluso si lo calificáis con el odioso término de traición—, qué hemos enseñado que todos ellos no hayan predicado? Ser condenado con estas antiguas lumbreras —no solo de Inglaterra, sino del mundo— por sus degenerados descendientes, es a la vez un gozo y una gloria para nosotros. Dios vive. La posteridad vivirá. Su juicio no estará tan ligado a la corrupción como los que ahora nos condenan a muerte».
Campion permaneció encadenado aún 11 días, y después fue arrastrado por las calles llenas de barro de Londres, hasta Tyburn. Con él se hallaban Alejandro Briant SJ y el padre Rodolfo Sherwin, sacerdote diocesano y protomártir del Colegio Inglés de Roma. Cuando Campion perdonó a los que le habían condenado le fue quitado el banquillo sobre el que estaba en pie, y quedó colgando. El verdugo lo descolgó y le sacó el corazón y los intestinos antes de descuartizarlo. Briant había sido condenado un día después que Campion, pero fue ejecutado inmediatamente después de él. Lo descolgaron aún vivo para vaciarlo y descuartizarlo. Tenía sólo 25 años.
  
Oh Dios, que confirmaste con invicta fortaleza a tus bienaventurado Edmundo y sus compañeros para defender la Fe verdadera y el primado de la Sede Apostólica, suplicámoste que escuchando sus ruegos, nos socorras en nuestra debilidad, y consigamos resistir al Adversario fuertes en la fe hasta el final. Por J. C. N. S. Amén.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)