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miércoles, 19 de agosto de 2009

SAN JUAN EUDES, CONFESOR Y FUNDADOR


San Juan Eudes



En la noche de Navidad de 1625, en la capilla del Oratorio de París, capilla y altar dedicados a la Santísima Virgen, decía su primera misa un joven sacerdote normando. Aquel mismo día hizo el voto de perpetua servidumbre a Jesús y María.


No habían pasado aún dos años desde que, atraído por la doctrina espiritual y prendado por los planes apostólicos del célebre cardenal De Bérulle, había ingresado en el Oratorio. ¿Quién podía vislumbrar en aquellos momentos cuál iba a ser el futuro brillante, aunque doloroso, del novel sacerdote?


Su vida sería larga: ochenta años. El voto de servidumbre que acababa de recitar la resumiría perfectamente. Juan Eudes no viviría para sí, sino para Jesús y María. Necesitaría todo su tesón normando para no cejar en aquélla batalla continua y dura, que cubriría toda su vida sacerdotal. Habría de luchar y sufrir por la salvación de sus hermanos y la gloria de Jesús y María. Era lo único que le interesaba.

Quiso la Providencia que viviera en los días de mayor esplendor de la historia de Francia. No le faltaron contactos con los principales personajes y actores de él. Pero a Eudes nada le interesaban los triunfos temporales y descansaba en la abundante cosecha de sinsabores y amarguras que siempre le acompañó. Por doquiera le surgieron enemigos enconados. De entre los que debieran ser sus amigos, como servidores del mismo Dios, y de entre los separados por el hondo foso de las diferencias ideológicas. En su propia casa le acecharía la traición. En aquélla cruz constante, cruz dura y dolorosa, Eudes veía el sello del beneplácito divino que, contra el parecer de los hombres, refrendaba su apostolado y sus obras. Fiel a la voluntad del Señor, su siervo caminaría hasta el fin.


Había venido al mundo en un pueblecito normando, de la diócesis de Séez: Ri. Era el 14 de Noviembre de 1601. Pocos años antes la peste lo había asolado. De la familia Eudes sólo sobrevivió un varón: Isaac. Para que no pereciera la familia, Isaac, a punto de ordenarse de subdiácono, renuncia a la carrera eclesiástica, vuelve a la heredad paterna, la cultiva y con su esfuerzo logra crearse una posición desahogada. En las postrimerías del siglo XVI contrae matrimonio con Marta Corbin, mujer de ejemplares virtudes y de una probada y no común energía de carácter.
De Isaac Eudes, que, casado y padre de siete hijos, rezaba diariamente el oficio divino, y de Marta Corbin nació Juan Eudes. Era el mayor de los hermanos.


Próximo a cumplir sus catorce años, fue encomendada su educación a los padres jesuitas que, en Caen, regentaban el Real Colegio del Monte. Allí cursó los estudios de humanidades y filosofía. Muchos años después, en la conclusión de su libro El corazón admirable, Eudes recordará con agradecimiento a su antiguo colegio y a su congregación mariana. En septiembre de 1620 recibió la tonsura y las órdenes menores.


Dos años después, cuando ya adelantaba en sus estudios de teología, se creó en Caen una casa del Oratorio, instituto recientemente fundado, en París, por el padre De Bertille. Conoció Eudes a los oratorianos e inmediatamente simpatizó con ellos.

El cardenal De Bérulle fue una de las grandes glorias religiosas de la Francia del Siglo de Oro. Enamorado de su sacerdocio, añoraba los días antiguos en que el clero "no respiraba más que cosas santas, dejando las profanas a los profanos, y llevaba profundamente grabado en sí mismo la autoridad de Dios, la santidad de Dios y la luz de Dios". Pero, ¡qué distinto espectáculo presentaba el clero de sus días! Se ha podido escribir que "el nombre de sacerdote había llegado a ser sinónimo de ignorante y libertino". De Bérulle quiso rehabilitarlo. El Oratorio tendrá como misión santificar al clero secular.

¿No era la santidad lo que desde su niñez anhelaba Eudes? En su Memorial dejará anotado: "Fui recibido y entré en la congregación del Oratorio, en la casa de Saint-Honoré, de París, por su fundador el reverendo padre De Bérulle, en el año de 1623, el 25 de marzo". En 1625 fue ordenado de presbítero y en 1627 volvió a su tierra, cuando nuevamente se ensañaba en ella la peste. Adscrito a la casa de Caen, el padre Eudes atiende a los apestados, se dedica al estudio y a la oración e inicia la predicación de misiones populares, apostolado que constituirá una de las grandes tareas de su vida.

Toda la vida del padre Eudes había de ser un martirio continuado, por lo que no podemos olvidar el voto que hiciera al Señor en 1637:


"Me ofrezco y me entrego, me dedico y consagro a Vos, oh Jesús mi Señor, como hostia y víctima para sufrir en mi cuerpo y en mi alma, según vuestro agrado y mediante vuestra santa gracia, toda clase de penas y tormentos, incluso el derramamiento de mi sangre y sacrificio de mi vida con cualquier género de muerte. Y esto, sólo para vuestra gloria y por vuestro puro amor".
En 1640 fue nombrado superior del Oratorio de Caen. Poco tiempo lo sería.

El padre Eudes había comprobado el bien inmenso que las misiones realizaban en la población; mas una preocupación le inquietaba: ¿Era posible que el fruto perdurase sin un clero que acogiera y alimentara los buenos propósitos?

El clero. Al padre Eudes le preocupaba el clero.

"¿Qué se puede esperar de estos pobres hombres con disposiciones excelentes -decía refiriéndose a los seglares- si están bajo la dirección de tales pastores como por doquier vemos? ¿No es lógico que, olvidando pronto las grandes verdades que les impresionaron durante la misión, caigan en sus anteriores desórdenes?"
Pensando en esto había dedicado en algunas misiones conferencias especiales a los eclesiásticos. No bastaba. Eudes comienza a pensar en una congregación que tuviera por primera finalidad el crear y regir seminarios para la formación y santificación del clero. Su pertenencia al Oratorio es un obstáculo para sus proyectos.
En 1642 es llamado a París por el cardenal Richelieu y cambia impresiones con él sobre sus planes. El cardenal le comprende perfectamente; él también sueña con la creación de seminarios y le promete su apoyo. El cardenal muere a fines del mismo año, pero la autorización real para la fundación de la nueva congregación es firmada en el mes de diciembre.

El padre Eudes está resuelto a abandonar el Oratorio. Ningún obstáculo canónico existe, pues en el Oratorio no hay votos religiosos que vinculen a sus miembros con el instituto. Entretanto, para evitar posibles complicaciones, las letras reales se expiden a nombre de monseñor D'Angennes, obispo de Bayeux, amigo y protector del Santo.


A principios de 1643 el padre Eudes vuelve a Caen. Todo está decidido. Abandona el Oratorio y el 25 de marzo nace la Congregación de los Seminarios de Jesús y de María.


La congregación nació en la fiesta de la Anunciación, porque pretendía "continuar el trabajo y las funciones del Verbo Encarnado y debía estar consagrada por entero a Jesús y María". Sus finalidades, tal como se concretan en las letras de Luis XIII, son:


"Trabajar con el ejemplo y la instrucción por establecer la piedad y santidad entre los sacerdotes y aquellos que aspiran al sacerdocio, enseñándoles a llevar una vida conforme a la dignidad y santidad de su condición, y desempeñar convenientemente todas las funciones sacerdotales, como también emplearse en la enseñanza de la doctrina cristiana por medio de misiones, predicaciones, exhortaciones, conferencias y otros ejercicios".


Seminarios y misiones. Pero, en primer término, seminarios.


Seis años hacía que el padre Eudes había firmado con su sangre el voto martirial; ahora, separándose del Oratorio, desencadenaba el inacabable séquito de dolores, persecuciones y calumnias que no le abandonaría jamás.

En todas sus negociaciones, tanto ante las autoridades regionales como en París, tanto ante los obispos como en las Congregaciones romanas, el padre Eudes tropezará con una enemiga tenaz y poderosa, abierta unas veces, solapada otras, que no reparará en dificultades ni en la licitud de los medios y tratará de hacerle fracasar y con frecuencia lo conseguirá. Si en 1648 logró en Roma la aprobación del seminario de Caen, en noviembre de 1650 el obispo de la misma ciudad, monseñor Malé, sucesor de monseñor D'Arigennes, llegará a clausurarle la capilla.

Eudes no desiste. En 1652 ultima las constituciones de su congregación. En 1653, muerto monseñor Malé, la autoridad diocesana permite la apertura de la capilla del seminario de Caen. Tendrá que luchar para aclarar malentendidos y refutar calumnias. Él sigue adelante. Tras del seminario de Caen vendrán los de Coutances en 1650, Lisieux en 1653, Evreux en 1667 y Rennes en 1670.

Su apostolado entre los sacerdotes se intensifica. A ellos dedica retiros especiales en sus misiones; para ellos escribe diversos libros que los ayuden en su vida espiritual o pastoral. Y su enamoramiento del sacerdocio halla expresión magnífica y bella en su oficio del sacerdocio de Cristo y de los santos sacerdotes, que le fue aprobado por la autoridad eclesiástica en 1652.
La Congregación de Jesús y María había de dedicar una atención primordial a la fundación de seminarios y a la formación del clero. Por tal motivo, el padre Eudes había abandonado el Oratorio. Ella nació en el laborar misional del Santo, al contacto con las necesidades espirituales de los pueblos misionados. San Juan había nacido misionero y jamás dejaría de serlo; la congregación que él fundara sería también misionera. En el Oratorio comenzó el misionar del padre Eudes y continuó toda su vida, con gran éxito visible y espiritual. Cruzó en todas direcciones su provincia natal de Normandía. Las poblaciones de gran parte de Bretaña, Picardía, Ile-de-France, Perche, Brie y Borgoña se apiñaron cabe su púlpito. Ciudades populosas como Caen, Rouen, Autun, Beaune, Versalles y París escucharon su predicación


Recorriendo el Memorial en que el Santo recogió los principales recuerdos de su vida hallamos mencionadas unas ciento diez misiones predicadas desde 1632 hasta 1676, y no puede olvidarse que la duración mínima ordinaria de una misión era de seis semanas y algunas, como la de Rennes, en 1667, se prolongó durante cinco meses.

Su predicación era ardorosa y vibrante. Dotado de un temperamento ardiente y apasionado, sus palabras brotaban directamente del corazón. Le llamaron "león en el púlpito y cordero en el confesonario". Tronaba sin compasión contra los vicios y con espíritu de caridad hacia los pobres pecadores, cuya suerte le acongojaba. Su palabra se alzaba enérgica y libre, con la santa libertad de los apóstoles. Buen ejemplo de ello dio en la misión de Saint-Germain-des-Prés (1660), en presencia de la reina de Francia y de la corte. Poco antes el fuego había destruido, en parte, el palacio del Louvre, y de ello tomó pie el Santo para recordar a sus oyentes que, si a los príncipes les está permitido edificar Louvres, Dios les manda aliviar a sus súbditos desgraciados; que no pueden pasar los días y los años en diversiones, pues no es ése el camino del cielo; que si el fuego temporal no había respetado la mansión real, tampoco el fuego eterno respetaría a los reyes y príncipes que no vivieran como cristianos; que causaba grande pena, finalmente, ver a los grandes de la tierra asediados por una multitud de aduladores sin que casi nunca se les diga la verdad y que él se consideraría por muy culpable si ocultara estas cosas a su majestad.

De las misiones nació la Congregación de Jesús y de María; de ellas nacería también la de Nuestra Señora de la Caridad, dedicada a la rehabilitación de las desgraciadas víctimas del vicio. Nació esta obra del padre Eudes en los mismos días en que abandonaba el Oratorio y, como todas las suyas, nació y creció en medio de las mayores dificultades exteriores, a las que aquí se sumaron las más penosas interiores. En la consolidación de la nueva congregación tuvieron gran parte las religiosas de la Orden de la Visitación, que, a petición del fundador, se encargaron de la formación de las primeras postulantes. La primera toma de hábito fue la de la señorita Taillefer, en la Orden sor María de la Asunción, el 12 de febrero de 1645. Monseñor Malé, obispo de Bayeux y no afecto al Santo como vimos, aprobó la fundación de la casa de Caen, en 1651. El Papa Alejandro VII dio la bula de erección de la nueva Orden el 2 de enero de 1666.
Aún nacientes sus dos congregaciones, el padre Eudes las consagró, en 1643, a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Esta devoción llena su vida y su apostolado. Ella aparece pujante en todas sus manifestaciones: misiones, cartas, libros... Desde 1643 o, a más tardar, 1644, la Congregación de Jesús y de María celebraba ya la fiesta del Sagrado Corazón de María. Entre 1668 y 1670 el padre: Eudes compuso su oficio del Sagrado Corazón de Jesús, que inmediatamente fue aprobado por varios obispos. Desde 1672 celebra su instituto la fiesta del Corazón de Jesús el día 20 de octubre, día en que aún la celebran por concesión de la Santa Sede, en atención a los méritos de su fundador, a quien San Pío X no dudó en calificar, en el decreto de beatificación, de padre, doctor y apóstol del culto litúrgico de los Sagrados Corazones. Al año siguiente de disponer el padre Eudes la celebración de la fiesta, se manifestó por primera vez el Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque.
El último decenio de la vida de nuestro Santo, como toda su vida, fue abundante en tribulaciones y persecuciones. Su Memorial repite año tras año: "En este año (1670) quiso el Señor favorecerme con diferentes cruces, por lo que sea eternamente bendecido... En este año (1671) me acompañaron las cruces por todas partes. Eternas gracias sean dadas al amabilísimo Crucificado... En el año de 1672 estuve rodeado de cruces, casi sin interrupción..." Y así continúa. Sus enemigos tradicionales, oratorianos y jansenistas, a los que ahora se sumarán los lazaristas, no cejaron en su empeño de sembrarle de dificultades todos los caminos. En Roma impidieron que llegara a buen término la aprobación canónica de la Congregación de Jesús y de María; en París le hicieron caer en desgracia de Luis XIV, que le desterró de la corte.
Por su parte los jansenistas atacaban su ortodoxia. "Me cargan con trece herejías -escribía la víctima-. El motivo de toda su cólera está en que me opuse en todas partes a sus novedades, que sostengo en alto la fe en la Iglesia y la autoridad del Romano Pontífice y que he quemado un libro detestable compuesto contra la devoción a la Santísima Virgen." Llegaron a sobornar a su secretario para que le traicionase. En numerosas cartas expresa el padre Eudes la compasión que siente hacia sus calumniadores y el perdón que rebosa de su corazón. Pero no podía menos de defenderse. El rey encargó del asunto a la asamblea episcopal de la región, reunida en Meulan a fines de 1674; ella le declaró inocente de cuantas acusaciones se acumulaban contra su persona y su doctrina. A mediados de 1679 Luis XIV volvió a acoger en su gracia al Santo, le recibió en audiencia, alabó sus afanes apostólicos y le prometió su apoyo.


Ya la vida del infatigable misionero tocaba a su fin. Consciente él más que nadie de la precariedad de su salud, convocó en junio de 1680 la primera asamblea de su instituto y en ella presentó la dimisión de su cargo de superior general. No habían transcurrido dos meses, cuando la enfermedad le rindió en el lecho. A sus hijos, que ansiosos le rodeaban, les habló de las alegrías del paraíso y de la eternidad, y de su gran indignidad. Les exhortó a la paz, les consoló de su muerte, les recomendó a Dios y les puso en manos de la Santísima Virgen.
El 19 de agosto entregó su alma a Dios. Eran las tres de la tarde. Se consumaba el sacrificio de un hombre cuya vida entera fue un ascender a la cumbre del Calvario.


ANDRÉS ELISEO DE MAÑARICÚA

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