Vexílla Regis

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NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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jueves, 24 de julio de 2014

HORA SANTA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, POR EL PADRE MATEO CRAWLEY-BOEVEY (llamado a los Apóstoles de la vida interior)

HORA SANTA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
   
XII De los apóstoles de vida interior
  
Especialmente dedicada a aquellas almas que, deseando ardientemente ser “apóstoles del Corazón de Jesús”, y no pudiendo por razones de salud, de edad o de situación ejercer un apostolado activo, de acción exterior, pueden y deben ser apóstoles del Reinado Social del Corazón de Jesús, mediante la Oración, el Sacrificio, la Eucaristía y el Amor. Esta Hora Santa la recomendamos y ofrecemos muy particularmente a aquellas Comunidades religiosas que se interesan con tanto celo en extender o en afianzar el Reinado Social del Sagrado Corazón.
  
LAS ALMAS: Jesús adorable y amantísimo. Tú mismo, en tu gran misericordia, nos has escogido y nos llamas amorosa e imperiosamente para que participemos de la gloria incomparable de los predicadores y misioneros de tu Corazón adorable...
  
¡Gracias, Jesús!
  
Sin merecerlo nosotros, lejos de ello, Señor, nos has elegido a fin de que, íntimamente y sólo a tu vista, seamos en secreto, sin parecerlo exteriormente, pescadores de almas y conquistadores de familias para el Rey de amor que Tú eres...
  
¡Gracias, Jesús!
   
En tu nombre, pues, Señor, e investidos de tu omnipotencia redentora..., creyendo con una fe inmensa en tu amor y en tus promesas soberanas, arrojaremos en plena noche, y sin trepidar, las redes de tu caridad... y ciertos estamos que un día, a la hora marcada por tu misericordia, esas redes se romperán al peso abrumador y delicioso de la pesca milagrosa prometida... Sin ver tal vez ostensiblemente, sin constatarlo siempre exteriormente, estamos convencidos, ¡oh, Amor de amores!, que el gran milagro lo harás, Jesús... El éxito sobrenatural, divino, de nuestro apostolado será un hecho... un hecho el prodigio de tu gracia y de tu amor... Esto porque eres Jesús... porque vivimos la hora providencial y espléndida de tu Sagrado Corazón..., y porque este Pentecostés victorioso que debe entronizarte como Rey de amor en las almas, en las familias y en las sociedades, Tú lo prometiste, Maestro divino, a tu confidente Margarita María...
       
Ella, Jesús, desempeñó su misión, hablando apenas..., pero la realizó maravillosamente, amando y sufriendo, dándose toda a tu Divino Corazón, y por este camino oscuro y misterioso fue el dócil instrumento de tus adorables designios... Como ella, pues... por ese mismo camino... imitando a tu discípula muy amada, queremos, con un apostolado intenso e íntimo, predicar e irradiar la gloria de tu Corazón misericordioso.
     
Y aunque no lo merecemos, Jesús, otórganos la gracia inapreciable de alistarnos todos, ¡oh, sí, todos!, en las filas de aquella falange, mil veces escogida, que en nuestros tiempos lucha resueltamente para apresurar el triunfo íntimo y social de tu Corazón adorable, en los corazones, en los hogares y en los pueblos todos de la tierra...
     
Te lo pedimos por María Inmaculada, Medianera indispensable y Reina del Cenáculo... Por Ella te rogamos que multipliques donde quiera el núcleo predestinado de aquellas almas que, como Moisés, tienen por misión el sostener los brazos fatigados de los soldados, de los apóstoles de la vida activa, soldados que luchan sin tregua ni reposo... y que seguirán luchando sin desmayo mientras no ondee victoriosamente entronizada tu bandera en millares de hogares y en las naciones cristianas...
      
A eso venimos esta tarde, Maestro de luz, para aprender de tus labios divinales la lección magnífica, suprema de apostolado... A través de las rejas de la prisión de tu Sagrario, contempla, pues, y bendice esta falange de oración y sacrificio... Mira complacido esta legión de Cireneos-apóstoles... Consagra, Tú mismo, para tu gloria, Jesús-Hostia, estas partículas de hostia... No calles, Señor, pues se trata de tu gloria, comprometida en esta gran empresa de amor... Habla, Maestro de caridad, y derrama sobre nosotros, las luces y las llamas prometidas a los apóstoles de tu Divino Corazón... Habla, Maestro adorable.
     
(Pidamos con gran fervor la gracia inestimable de saborear y de penetrarnos de las sublimes enseñanzas que el Señor quiere darnos en esta Hora Santa, de tanto y tan excepcional interés para el reinado de su Sagrado Corazón... En silencio, pues, hagamos a este efecto una breve, pero fervorosa oración).
      
JESÚS: Levantad los ojos, amigos del alma, y contemplad la cosecha que os espera, madura ya y dorada... Esos campos os aguardan... Sí, sabedlo vosotros, ya que tantos lo ignoran, por desgracia: el apostolado no es el privilegio exclusivo, ¡oh no!, de sembradores y de obreros activos... ¿Sabéis quiénes son los que de veras trabajan en los campos de mi Padre celestial?... Aquellas almas cálidas que, llenas hasta los bordes de mi sangre y de mi vida, rebasan y derraman a raudales la superabundancia de sus corazones hechos ascuas...
   
¡Ea!... Venid, pues, vosotros todos..., seguidme y os daré trabajo de apostolado en mi viña... ¡Oh!, pedidme en esta Hora Santa que encuentre en todas partes y que envíe para redención del mundo gran número de apóstoles como vosotros, apóstoles de acción interior y silenciosa...
   
No creáis, hijitos míos, que lo que falta principalmente para hacer el bien, sean hombres de ingenio y de palabra fácil y elocuente, no... Me faltan apóstoles en cuyos corazones, en cuya vida interior más intensa, resuene victoriosa la Palabra eterna, el Verbo Divino que soy Yo mismo... Más que lenguas de brillo, quiero, pido, necesito, almas de fuego...
  
Sabedlo y decidlo: aquellas almas que me aman con amor ardiente, apasionado, irradian siempre, sin saberlo ellas mismas muchas veces, el amor que las devora... Yo mismo siembro a distancia el fuego que consume la zarza ardiente de esos corazones... Meditad, si no, hijitos, el apostolado del Corazón de mi Madre... ¿Quién más que Ella me dio a conocer y me hizo amar?... ¡Esto porque ningún corazón como el suyo supo amar!...
     
¡Oh!, aprended esta lección de fecundidad divina: se me predica..., se me da inmensa gloria, se trabaja en el verdadero espíritu de mi apostolado, no siempre en la medida en que es grande el trabajo, y el vértigo de la acción exterior..., pero sí, siempre, en proporción con la intensidad de vida íntima, de vida interior... Entronizadme en ella sobre todo... Meditad, apóstoles míos, esta gran palabra: En la medida en que un alma se me da y se consagra a Mí... Yo me doy por ella y a través de ella a muchas almas...
   
Ella, la interesada en mi gloria, no lo sabe siempre, es cierto, no lo siente ni lo ve, pues yo le oculto con cuidado el secreto de su fecundidad maravillosa... Se la revelaré después, con gran sorpresa suya, en los umbrales de mi cielo...
   
El Apostolado ejercido por la oración abre el surco, engendra nuevas vocaciones, convierte muchos y grandes pecadores.
  
Oídme con amor, hijitos... ¿Quiénes creéis que son los esforzados obreros de mi viña que abren el surco y preparan el terreno que debe ser sembrado? ¿Lo sabéis?... ¡Ah, son aquéllos, sobre todo, que poseen la ciencia de saber orar en unión muy íntima con mi Sagrado Corazón!... ¡Oh, qué obreros aquéllos! ¡Qué bien hacen la difícil labor de despejar y de abonar el terreno..., de agrandarlo y extenderlo, comprando, con el tesoro de sus fervientes oraciones, nuevos y magníficos campos para mi gloria!... Mis ángeles son, invisiblemente, los instrumentos de esta labor espléndida... de verdadero prodigio... ¡Ah, pero son las almas interiores, las almas de oración, las que en realidad han obrado ese prodigio!
    
Por desgracia son muchos más, en general, los que trabajan en el afán exterior de las obras, que los que las fecundizan con la oración... Por esto acudo esta tarde a vosotros mis predilectos, a vosotros, que por gracia de misericordia tenéis luz divina para comprender estas cosas, para apreciar y utilizar la lección de apostolado sublime que os di en Nazaret...
     
¡Ah, en la casita humilde de mi Madre y a su lado, en Nazaret, he predicado durante treinta largos años!... Ahí, en ese santuario de silencio era ya el Salvador, y en unión con María preparaba ya mi apostolado público y mis milagros.
          
Sí, en Nazaret hice la elección de mis futuros apóstoles y eché las bases de mi Iglesia... En Nazaret, orando constantemente a mi Padre, preparé la Pascua de la Cena y del Calvario; en Nazaret dispuse la Pascua eterna y gloriosa de mis santos, mis mártires y mis apóstoles...
      
¡Ah!... Si supieseis qué deseo siento que esta gran idea sea el alimento cotidiano y sólido de las casas de oración y de retiro... el pan de cada día de las almas que me estáis especialmente consagradas.
         
¡Cuánto anhelo que se alimenten con este pan substancial mis amigos de Betania, aquellos hogares que son el santuario de mi Divino Corazón!... ¡Sí, Yo quiero y pido que en esas Betanias de mi amor se comprenda y se ejerza, a imitación mía, el Apostolado de Nazaret!...
     
Orad, pues, hijos y amigos de mi Sagrado Corazón... orad a fin de transformaros todos, absolutamente todos, en apóstoles, en precursores de mi gran victoria social; preparadla orando.
       
Orad..., orad constantemente, porque este apostolado vuestro, prepara ya, y engendrará mañana en los hogares de mi Divino Corazón los pregoneros y heraldos de su gloria...
     
Orad..., orad con una confianza a toda prueba, inmensa, pues vuestras plegarias se convertirán, no lo dudéis, en un Pentecostés de fuego que inflamará a muchos tibios... que despertará a un sinnúmero de apáticos e indiferentes... Y más todavía, mucho más; vuestra oración fervorosa y sostenida romperá el granito, el corazón endurecido de grandes pecadores...
      
No siempre veréis o palparéis sensiblemente este milagro..., pero Yo lo haré, os lo prometo... Os ocultaré con frecuencia esta maravilla para aumentar con el mérito de vuestra fe, la gracia, la fuerza sobrenatural mediante la cual redimiréis un gran número de extraviados..., de pródigos desventurados...
    
Orad con fe inquebrantable... Orad en unión con mi Divino Corazón y salvad a un mundo que perece, no por faltarle Profetas, que ya no necesita, sino almas de oración... Rogad, pedid que mi Padre envíe esos obreros indispensables a mi viña... Obtened esos apóstoles de fuego, a fuerza de gemidos y de súplicas... Ahí tenéis la tierra..., os la confío para conquistarla por la potencia irresistible de vuestras plegarias y de vuestra vida interior...
     
Hablad a mi Padre, vuestro Padre; hacedle violencia en el secreto de vuestras habitaciones y a los pies del santo Tabernáculo...
     
¡Oh, hijitos y apóstoles míos!... orad con fe y amor capaces de transportar montañas... orad y labraréis la gloria que me es debida... gloria que depende de vosotros y que confío a vuestro celo como un depósito sagrado...
     
(Pausa)
   
LAS ALMAS: Señor Jesús, al recibir de tus labios de verdad y de amor la lección que acabas de darnos, nuestras almas, sedientas de gloria divina y que anhelan tu reinado, han sentido despertarse emociones, alientos y esperanzas que sólo Tú puedes provocar...
   
Bien sabes, Maestro, cuán intenso es nuestro deseo de servir en la cruzada que está realizando los designios de tu gran misericordia.
   
Te confesamos, Señor, ingenuamente que hasta ahora, habíamos sentido una legítima envidia al contemplar a distancia de nosotros, y desde nuestra impotencia, aquellos gigantes del apostolado exterior... tantos trabajadores esforzados de tu viña... tantos dichosos sembradores de amor que, de un tiempo a esta parte, recorren el mundo como un huracán de fuego divino... “Quién pudiera lo que ellos”, nos decíamos, Jesús, sedientos de gloria...
     
¡Oh!, gracias, Señor, por habernos asentado en una paz deliciosa al asegurarnos Tú mismo que, aunque no podamos servir como ellos en la tarea activa..., como ellos, y si lo queremos, mejor que ellos, podemos contribuir a dilatar las conquistas de tu amor, y que, en silencio y en acción muy íntima, contaremos entre los mejores apóstoles del Cenáculo, bajo el manto y bajo las inspiraciones de María, la primera sembradora de tu amor...
       
Te bendecimos con efusión del alma por ellos, Señor, y en testimonio sentido por gracia tan insigne como inmerecida, dígnate aceptar ahora mismo una plegaria como las primicias de nuestro apostolado de oración...
       
“Hijo dulcísimo de María Inmaculada, escúchanos benigno, Jesús de Nazaret, Salvador del mundo desde el seno de la Virgen Madre... dígnate aceptar como una oración de apostolado ardiente nuestros más íntimos deseos, todos nuestros pensamientos, las palpitaciones todas de nuestros corazones pobrecitos, y toda aquella vida secreta del alma que escapa a la vista y al juicio de los hombres, y que Tú sólo puedes penetrar... Tómala de manos de la divina Nazarena y recíbela en petición de tu gloria, ¡oh, Rey del amor!; pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo!”.
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.
    
Jesús de Nazaret, Pacificador del mundo desde la cuna de Belén en la noche venturosa de Navidad y en el trono amoroso de los brazos de María, dígnate aceptar como una oración de apostolado ardiente, las sonrisas y las lágrimas de los niños... sus primeras sonrisas y besos y aquellas primeras plegarias que los pequeñitos aprenden a balbucear en las rodillas de sus madres... Acepta de manos de la divina Nazarena ese néctar de cariño, inocente, ¡oh Rey de amor!, que brota de los labios de tus Benjamines, tus preferidos, porque pequeñitos, pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo!
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.
    
Jesús de Nazaret, Libertador del mundo desde el taller humilde de tu Padre adoptivo, acepta como una oración de apostolado ardiente nuestra vida cotidiana... tantos trabajos y preocupaciones corrientes, inevitables, de la vida familiar... En unión con la divina Nazarena, te ofrecemos aquellas cruces insignificantes... aquellos éxitos sin brillo, y los demás detalles, incidentes y quehaceres que constituyen el camino vulgar y ordinario de la vida... Acepta, ¡oh Rey de amor!, todo cuanto en ella sea hermoso y bueno, sencillo y pobre; pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo!
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.
    
Jesús de Nazaret, Redentor de un mundo desde las soledades del desierto, rescatando ya las almas en aquel retiro misterioso de cuarenta días..., dígnate aceptar como una oración de apostolado ardiente todas nuestras oraciones... todas las inspiraciones y movimientos de la gracia... Jesús, para Ti, para tu gloria, ¡oh Rey de amor!, ese tesoro pobrecito, te lo ofrecemos por manos de la Inmaculada, la divina Nazarena...; pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo!
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo.
    
(Y ahora ratifiquemos este ofrecimiento en el silencio de una plegaria fervorosa e íntima).

(Pausa)

Apostolado doliente de sacrificio. Con sangre del alma se riega y fecundiza la simiente. Con él se completa y perfecciona la labor de predicadores y misioneros.
   
Nadie, por cierto, mejor que Margarita María podrá revelarnos tanto la belleza como la fecundidad divina del apostolado doliente; esto es el de inmolación y sufrimiento por el reinado del Corazón de Jesús... El Salvador en persona enseñó a su confidente y apóstol esta ciencia altísima; Él mismo la instruyó acerca de la aplicación misteriosa y del mérito inmenso de este apostolado de sacrificio y de cruz, apostolado característico y propio de la devoción a su Sagrado Corazón.
     
Escuchemos, pues, a Margarita María con la santa emoción con que ella a su vez escuchó las enseñanzas de Jesús mismo; las palabras de la confidente mil veces venturosa, serán por cierto, el eco fiel de la voz del Maestro muy amado.
  
ENSEÑANZAS DE MARGARITA MARÍA: Ya que me llamáis, aquí estoy... Pero al mismo tiempo que vosotros, el Rey de amor me pide y me manda que me acerque a vosotros, los apóstoles de su Sagrado Corazón, a vosotros mis hermanos en la misma vocación de amor y de apostolado...
      
Quiero repetiros, pues, la lección maravillosa y fecunda que, en su gran misericordia, quiso el Señor hacer a ésta su humilde discípula. ¡Oídme!... ¡Ahí, si pudiera yo revelaros la gloria, toda la inmensa gloria con que el Rey de reyes ha querido cubrirme por eternidad de eternidades, y esto porque Él mismo se dignó inclinarse hacia mí y poner sus ojos en la pequeñez y pobreza de su sierva!...
    
En verdad, Aquel que es la grandeza me ha hecho grande, recogiéndome de entre el polvo para convertirme en el instrumento de sus designios misericordiosos... Y qué hice yo?... Darle mi corazón, dárselo entero en cambio del suyo adorable, a fin de que hiciese conmigo, incondicionalmente, lo que Él deseara para establecer y dilatar en el mundo entero el reinado de amor de su Sagrado Corazón...
   
Y porque Él es la misma bondad dignóse aceptar la ofrenda de mi corazón con todos sus inmensos deseos, y con él, mi amor y mi vida, ofrecida y consagrada sin reservas a su gloria...
   
¿Queréis saber ahora, hermanos muy amados, lo que hizo Jesús conmigo para adaptarme a la misión que había de confiarme?... Me inspiró, al mismo tiempo que una sed abrasadora de inmolarme, la capacidad divina de sufrir..., de vivir muriendo de amor para hacer conocer y amar al Amor que no es amado.
          
Desde ese momento hasta mi último suspiro todo mi apostolado consistió principalmente en abrazarme gozosa a la cruz y en abandonarme amorosamente al Crucificado divino con gratitud de alma y con sed inmensa de su gloria.
          
Que si a veces quiso el Señor que escribiera pidiendo y reclamando en nombre suyo el homenaje de amor a su Corazón adorable, esas cartas fueron victoriosas, y siguen siéndolo para su gloria, únicamente porque hube de escribirlas con sangre del alma y en el martirio de mi corazón crucificado.
     
Por ese mismo camino, sobre todo por ese camino, vosotros también, no lo dudéis, labraréis a pesar de Satán y sus secuaces, el pedestal de victoria del Rey de amor... Apóstoles del Corazón de Jesús, bendecidlo, pues Él mismo os ha elegido para que coronéis, en forma espléndida, la misión inicial que me fue confiada a mí...
       
Que si por una dignación de misericordia incomparable, quiso el Señor designarme para instrumento de su gloria en la primera etapa, cuando el sol del Corazón de Jesús se levantaba apenas en su primera aurora..., ahora que ese Sol divino ha rasgado las nubes, sois vosotros, sabedlo, sí, vosotros los felices precursores de su Reinado social, los que por senda de inmolación amorosa debéis afianzar su victoria... ¡Ah, pero no os engañéis; vuestro apostolado será maravillosamente fecundo sólo en la medida en que os penetréis vosotros mismos del Evangelio que el Maestro Divino nos predicó, a vosotros y a mí, en el Calvario y en Paray le Monial..., evangelio de cruz, abnegación y sacrificio!...
     
¡Oh, aprended, pues, ante todo, la ciencia sublime de sufrir..., sí, de sufrir amando y de cantar sufriendo para gloria del Divino Corazón!... ¿Recordáis cuánto deseaba Él ser bautizado con bautismo de sangre..., y ser levantado en el patíbulo de una Cruz para atraerlo irresistiblemente todo desde ese trono de sangre a su Sagrado Corazón?
      
Pues proceded así también vosotros los dichosos mensajeros de su amor, dejaos atraer desde el Calvario a su Calvario, sin vacilaciones ni cobardías..., ceded al imán de su Corazón crucificado... Y no temáis..., porque Aquel que os ha inspirado el deseo ardiente, y el querer, sabrá también daros el poder con gracia superabundante...
        
Acercaos, pues, al Tabernáculo del Rey de amor..., venid, llevándole gozosos, en ofrenda de apostolado, las dolencias del cuerpo enfermo... Ofrecedle como rico tesoro... flaquezas dolorosas de una salud quebrantada... Presentadle este precioso obsequio, y colocándolo en la herida de su Corazón adorable, decidle con toda resignación, con celo ardiente y con amor apasionado: “Acepto confundido, Señor, la gloria inmerecida de sufrir por amor..., y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, sana las almas enfermas, y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu gloria, Jesús”.       
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.
     
Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor... y trayéndole gozosos en ofrenda de apostolado tantas torturas de vuestro espíritu... Ofrecedle como rico tesoro vuestras ignorancias... vuestras tinieblas y tantas zozobras crueles. Presentadle confiados este obsequio precioso, y colocándolo en la herida de su Corazón adorable, decidle con toda resignación, con celo ardiente y con amor apasionado: “Acepto confundido, Jesús, la gloria inmensa de sufrir por amor... y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, cura a tantos ciegos de espíritu..., ¡oh!, dales tu luz salvadora..., y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu gloria, Jesús”.
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.
     
Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor, venid trayéndole gozosos en ofrenda de apostolado todas las penas, y las amarguras todas del corazón... Ofrecedle como rico tesoro las tristezas y los duelos, las decepciones y las injusticias... Presentadle confiados este obsequio precioso y colocadlo en la herida de su Corazón adorable... Decidle con toda resignación, con celo ardiente y amor apasionado: “Acepto, confundido, Señor, la gloria inmerecida de sufrir por amor..., y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, sana y convierte tantos Corazones extraviados, pervertidos, que mueren lentamente, distanciados de Ti, y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu gloria, Jesús”.
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.
     
Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor... venid trayéndole gozosos en ofrenda de apostolado las muchas y continuas preocupaciones que os asedian en el orden moral y también material..., ofrecedle especialmente, todos nuestros sinsabores de hogar... Presentadle confiados ese obsequio precioso, y colocándolo en la herida de su Corazón adorable, decidle con toda resignación, con celo ardiente y con amor apasionado: “Acepto confundido la gloria inmerecida de sufrir por amor..., y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, cura a los pródigos del hogar querido, bendice con ternura esas familias atribuladas, y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu gloria, Jesús”.
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús.
      
(Pausa)
     
Escuchad todavía una palabra de vuestra hermana en el apostolado del Divino Corazón.... Os ama tanto para su gloria...
     
Sabed que si en Paray-le-Monial fui yo la confidente y la venturosa mensajera del Corazón de Jesús, mucho más que entonces, que en aquel Getsemaní de su agonía mística, sigo siendo ahora en el Paraíso de su gloria eterna, la misma confidente y más que nunca su Margarita... el instrumento dócil de su triunfo en el Reinado de ese adorable Corazón.
        
Escuchadme con afecto; soy Margarita María, vuestra hermana. Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotros los enfermos y los que lleváis un corazón herido..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz.
    
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotras almas afligidas, vosotros que sufrís la amargura de tribulaciones inesperadas... sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz.
        
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, los azotados por reveses de fortuna y los que habéis sufrido quebrantos materiales..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz.
    
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotros todos, grandes y pequeños, que libráis el combate secreto, inevitable, asaltados por las creaturas o el infierno..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz.
        
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotras almas consagradas, escogidas, que, deseando ser fervientes y aun santas, padecéis arideces provechosas y mil congojas de conciencia..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado doliente, fecundo por excelencia, apostolado victorioso como el de los santos..., ¡oh!, seguid sembrando el fuego del amor divino con la fuerza del dolor y de la cruz.
    
Sí, mal que pese al mundo y al infierno, el Corazón de Jesús triunfará por el Calvario..., reinará por el amor de sus apóstoles dolientes y crucificados.
    
(Tres veces) ¡Por tu cruz, Jesús, y nuestras cruces, venga a nos tu reino!
       
(Aquí un cántico cualquiera, pero apropiado a esta idea).
      
Apostolado por la divina Eucaristía.
   
Las almas eucarísticas multiplicarán, acrecentarán el poder sobrenatural de expansión de aquellos apóstoles que luchan en el ministerio de la vida activa.
    
Esas almas son fuente secreta y poderosa de irradiación, derraman a distancia la luz y el calor del corazón de Jesús Eucaristía.
      
LAS ALMAS: Mucho antes de verte bajar, Jesús, con gloria y majestad sobre las nubes del cielo como Juez tremendo de vivos y muertos en el último día del mundo...; mucho antes de contemplarte esplendoroso, amenazando con tu cruz a los que fueron tus hijos rebeldes y culpables..., queremos nosotros tus apóstoles, gozarnos en otra majestad y en otra gloria; la de tu misericordia infinita.
     
No rasgues, Señor, si Tú no lo quieres, no rasgues el velo de la Hostia divina que te oculta...; pero preséntate radiante a nuestros ojos, iluminados por la fe, ¡oh, Rey de amor!, y desciende hasta nosotros envuelto en la dulce majestad de tu ternura victoriosa....
      
¡Oh, sí! Queremos verte tal como te contempló un primer viernes nuestra hermana Margarita María... Como a ella, preséntate a nosotros ostentando sobre tu pecho anhelante y envuelto en llamas el Sol de vida: tu Divino Corazón... Y así, en esa actitud dulcísima de amor... deja por un instante tu trono, inclínate..., confíate a nosotros; muéstrate Rey conquistador, Rey irresistible y victorioso en la omnipotencia de tu sacrosanta Eucaristía...
         
Te pedimos estas gracias de luz y misericordia porque sabemos que tu voz, suplicante y rica de promesas, partió desde esa Hostia, resonó desde el Sagrario... Y porque comprendemos también, Jesús Eucaristía, que es tu voluntad que el torrente de almas, de familias y de sociedades, sacudidas y transformadas por el Pentecostés de tu Divino Corazón, venga a morir en paz de cielo aquí..., convergiendo a tu Sagrario.
        
Jesús-Hostia, tu hora providencial ha sonado, y en ella has de restaurar tu Reino, el Israel de la Ley de gracia, el Reino espiritual de las almas, el Israel cristiano de las sociedades, que son, por derecho divino, tu heredad en el tiempo, tu bien y tu conquista para la eternidad...
      
Jesús-Hostia, bien sabemos, porque Tú lo dijiste, que el origen de tu realeza no radica en esta tierra miserable... Tú vienes de lo alto. ¡Ah!... pero puesto que quisiste ser el Hermano mayor de la familia humana... puesto que resides y seguirás residiendo bajo tienda con nosotros entre las arenas del desierto de esta vida..., pedimos, reclamamos con la fuerza de tu derecho soberano, que reines acá abajo en esta tierra, tan realmente tuya y tan de veras tu morada, como es tuyo el Paraíso, mansión de tu Padre celestial...
        
Mientras llegue, pues, el día de justicia en que vengas a sentenciar definitivamente a los vivos y a los muertos, ¡sal, oh, Jesús-Eucaristía! sal de tu Sagrario silencioso; sal radiante, desde ahora y para siempre, sentencia de caridad y de vida, sentencia de misericordia, de resurrección moral en favor de tantos muertos del espíritu... Di, Jesús, que vivan, y vivirán de vida inmortal, fruto de la victoria íntima de tu Sagrado Corazón en ellos...
       
Señor, la Iglesia no sólo lo desea, tu Iglesia nos urge, nos apremia a que pidamos con grandes instancias tu reinado íntimo y social, mediante su sacrosanta Eucaristía...
       
Asómate pues, ¡oh Prisionero divino!, a las rejas de esa Cárcel-Sagrario para escuchar benigno el grito, el clamor espontáneo y unánime de esta vanguardia de tus amigos-apóstoles... Más que su voz, sus corazones vienen a suplicarte, en nombre de todas las almas y de todas las empresas eucarísticas del mundo entero, que apresures nuestra redención, precipitando la hora de tu suprema victoria sobre el mundo... Déjate vencer, Señor Jesús, por la amorosa violencia de tus íntimos...
     
Atiéndenos, Señor, con clemencia y con magnanimidad de Rey... Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por las misas celebradas por tus sacerdotes... por el Santo Sacrificio, ofrecido incesantemente de un polo a otro de la tierra... ¡Oh!, no quieras que se pierda, que se esterilice ni una sola gota de tu sangre preciosísima... Te pedimos por esa sublime plegaria, que es el éxtasis de amor de tu Iglesia Santa, que te dignes santificar a los ministros del altar, los heraldos y los dispensadores de tu amor:
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a tus ministros.
        
Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por las Comuniones frecuentes, cotidianas y tan fervorosas de millones de almas escogidas que, en el mundo o en el claustro, te han ofrecido con juramento de amor el holocausto de su vida... Haz que todas ellas se conviertan en la zarza ardiente de tu caridad... pero ordena que tus incendios abrasen totalmente y consuman esa zarza viva... Por el fuego devorador de esas almas predestinadas, aumenta la virtud, la belleza sobrenatural de tus esposas.
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a tus esposas.
     
Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por las Comuniones admirables de fervor de tantos que, viviendo entre las llamas de una sociedad mundana y frívola, te alaban, sin embargo, luchan por Ti, y te sirven con una fidelidad maravillosa... ¡Cuánto desean esas almas heroicas unirse a tu Sagrado Corazón en vínculo cada día más fuerte y más estrecho! Haz, Jesús, que esas almas esforzadas sean el instrumento de tu gloria... Multiplica el número y, sobre todo, aumenta la fe y la confianza de esos amigos tan leales.
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a tus amigos.
      
Corazón de Jesús, aumenta, extiende y afianza tu reinado universal por las Comuniones fervientes de aquel ejército innumerable de almas crucificadas y de corazones dolientes y torturados... Sólo Tú sabes algo que el mundo no imagina: el número incalculable de aquellos que te aman y que se gozan sobre todo, porque los crucificaste para su bien y para tu gloria... ¡Ah!, y no satisfechas con ese caudal de amor en sacrificio... anhelan abrasarse en amor más ardiente, atizando gozosas la hoguera de un sacrificio más alto y más intenso... Esas almas de hermosura incomparable las encuentras, Jesús, en todos los caminos; las hay numerosas en aquellos hogares predestinados, que son las Betanias de tu Corazón...; las encuentras también en los claustros, en los hospitales y en los mismos tugurios de miseria... Y bien sabes Tú con qué pasión de caridad esas almas víctimas se adhieren a Ti, la Víctima de amor. Hazlas, Señor, cada vez más tuyas, más ardientes... Y por ellas siempre a lo lejos, las llamas de tu amor... Bendice, pues, y colma de tus gracias de predilección dondequiera que viven muriendo de amor esas almas-víctimas.
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando las almas-víctimas.
    
Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por la Comunión fervorosa de tus grandes amigos los niños... Mira con qué entusiasmo se alistan por millares en las filas de los apóstoles de tu Sagrado Corazón esos benjamines de tu amor... ¡Oh!, pasa con frecuencia, Jesús, entre ellos; pasa bendiciendo a esos apóstoles pequeñitos en el hogar y en la escuela...; bendícelos, desde la cuna, para tu gloria de mañana... Y al pasar al lado de esas florecitas perfumadas de candor, de celo y de inocencia, sonríeles, acarícialas, Jesús, en obsequio a la Virgen María, su Madre, porque es la Tuya... Al pasar bendiciendo los niños de tu Sagrado Corazón, consagra para Ti solo, Señor, su cariño, sus pensamientos, sus miradas y sus besos, y, sobre todo, la hermosura primaveral de esos lirios... Al acariciarlos, Jesús, arrebátales el corazón, encadenándolo para siempre al tuyo adorable... Haz de todos ellos tus amigos fieles, tus defensores..., tus apóstoles...
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a los niños-apóstoles.
       
(Y ahora prometamos todos amar con llama ardiente al Sagrado Corazón en su divina Eucaristía... Y pidámosle que acepte este amor como un apostolado eficaz por la extensión de su reinado social).
     
Y en fin, el apostolado de amor intensifica la acción de los apóstoles activos. El amor hace durables y asegura los frutos ya cosechados.
           
LAS ALMAS: Escrito está, Maestro amabilísimo: “¡Qué hermosos son los pies de aquellos que evangelizan la paz y el bien!”. Ello es verdad, Jesús; pero en toda confianza nos atrevemos a pensar, Señor, que mucho más hermosos, por cierto, son los corazones de aquellos que, no pudiendo recorrer el mundo antorcha en mano, han resuelto confiar a María, la Reina de los apóstoles, la antorcha viva de sus propias almas, para incendiar la tierra en los ardores de tu caridad.
      
No todos pueden predicar, Maestro, ni todos pueden trabajar exteriormente... Más aún... ¡cuántos son, Jesús, los que ni siquiera pueden comulgar en la medida de sus deseos!... ¿Y quién es aquel que podría sufrir constantemente sin tregua ni reposo?... Tú mismo ni lo quieres ni lo permites siempre, por razones de sabiduría.
        
¡Ah, pero amar, sí, lo podemos todos!... ¿Y quién no puede felizmente, Jesús, atizar y desarrollar en cada palpitación de alegría o de pena esta llama divina?... ¡Oh, sí!: amar nos es posible siempre, nos es posible a todos... esto, al pie de los altares, como en el santuario del hogar, en Betania..., en la vida como en la muerte, el amor es llama que se alimenta de grandes deseos y de obras pequeñas, de flores y de espinas...
        
¡Qué consuelo inmenso, Señor Jesús, saber que, en realidad de verdad, podemos amarte todos y amarte en todo: en pleno mundo y en el claustro..., en las horas de júbilo y en el camino de amargura!... Y esto todos: grandes y pequeños..., los pobrecitos y los ricos..., los inocentes y los arrepentidos... ¡Y decir que este incomparable bien no depende sino de nosotros: puedo amarte, Jesús, en la medida en que yo lo quiera!...
        
Sí, nadie, ¡oh!, nadie puede, ni Tú mismo, Dios de amor; nadie puede impedirme el amar con delirio tu Corazón, todo amor... Las alegrías y las amarguras siguen el camino que Tú les trazas, Jesús...: no vienen y desaparecen según nuestros deseos... Y aun, Señor, aquellas manifestaciones obligadas de nuestra adoración y fe, como son retiros y confesiones, oraciones y obras, bien sabes Tú que muchas veces no dependen de nosotros, de nuestros deseos más sinceros y ardorosos... Porque eres el Amo, y sólo Tú juegas con tu bien, que somos nosotros...; dispones de él como te place... Pero, Dios y todo, no podrías, Jesús-Amor, prohibirnos el amarte en las luchas de la vida ni en las luchas de la muerte...
       
¡Qué..., ni siquiera cuando, por designios secretos de tu Providencia, pareces retirarte y abandonarnos en pleno desierto, en pleno campo de batalla, cuando nos sentimos abatidos, creyéndonos desamparados..., menos que nunca entonces, estás Tú, Jesús, lejos de nosotros... y en esa brega dolorosa podemos como nunca amarte...! La muerte misma, cruel, implacable, cortará, Señor, un día, por orden tuya, el árbol, poniendo la segur a la raíz... Y al herirnos agotará el manantial de todas nuestras energías, agostando la fuente misma de la vida...
     
¡Oh! Aún, y sobre todo entonces, Jesús, nuestro morir puede y debe ser el acto supremo del amor que te debemos, dándote todo, absolutamente todo, al devolverte con caridad perfecta, el don prestado de la vida.
       
¡Qué gracia de misericordia poder morir amándote..., y, al expirar, caer por eternidad de eternidades en el abismo del Corazón de un Dios que es infinito amor!
       
Magníficat!... Nuestras almas te alaban, te bendicen, te cantan con inmensa gratitud, por habernos enriquecido con un poder que sobrepuja y sobrevive a todo lo terreno..., poder inmortal, divino, depositado en nuestros corazones pobrecitos y de arcilla... Magníficat!... ¡Gracias te sean dadas, Jesús!...
     
Y ahora, Maestro adorable, dinos al terminar esta Hora Santa una palabra todavía... Instruye con una última lección de vida a esta legión de apóstoles de acción amorosa e íntima... ¿Quién sino Tú, Rey de amor, puede enseñarnos a predicar y a trabajar con las irradiaciones maravillosas y fecundas del amor?...
     
Habla, pues, Jesús, y confíanos no fuera sino una palabra de aquel diálogo dulcísimo entre tu Corazón y el de Juan en la última Cena... ¡Queremos tanto ser como él los amigos leales y los sembradores de fuego!
        
(Hágase un gran silencio..., que haya un profundo recogimiento, a fin de que nuestras almas puedan oír y comprender las palpitaciones del Corazón de Jesús).
    
JESÚS: “¡Sitio!”, dadme de beber el amor..., el inmenso amor que reclamo con derecho de los amigos y de los apóstoles de mi Divino Corazón...
  
No olvidéis, hijitos míos, que el verdadero apostolado, el único fecundo, es el de un amor, incendio incontenible, que por naturaleza propia estalla el exterior..., que irradia fuego... ¡Ah!... Pero cabalmente, para que ese amor sea capaz de comunicarse y de irradiar, es preciso amar con una caridad apasionada, vehemente, ilimitada, amando con los ardores de mi Sagrado Corazón...
   
¡Cuántos más apóstoles habría si en las casas de retiro y de oración..., si en las empresas y en las familias de mi Divino Corazón se comprendiera que un alma, una sola, pobre, ignorada y pequeñita, pero que ame con incendios de amor, predica más y hace mejor la obra de mi gloria..., extiende ella sola y afianza mejor mi reinado, que todo un ejército activo que se afana mucho en muchas cosas, pero que no ama sino con amor vulgar!...
      
¡Oh..., sin estas almas redentoras porque amantes..., sin esos sagrarios vivos y escogidos, sin esas almas de fuego que han comprendido, tanto la hermosura como el poder sobrenatural, expansivo, de María de Nazaret y de María de Betania..., sin ellas, el mundo, ya tan pervertido, estaría vecino a su sepulcro!... Será siempre, pues, verdad que María ha elegido la óptima parte para mi gloria y para la suya..., y también la óptima parte para tantas almas que ella redime con su apostolado secreto de caridad...
       
En esta hora providencial estoy preparando y sigo multiplicando por esto la falange venturosa, y cada vez más fuerte, de aquellas almas de fuego, las únicas capaces de servir de barrera salvadora a un mundo que, al enfriarse en mi amor, rueda al abismo... La caridad y sólo la caridad salva... redime y santifica. ¡Oh!, no olvidéis, amigos fidelísimos, que un acto de amor perfecto, ardiente, de un alma sencilla y desconocida, equivale a una misión...
      
¿Y quién de entre vosotros, enriquecidos con las luces y los tesoros de mi corazón, no será capaz de amar así, con ese incendio de amor fecundo? Y puesto que Yo mismo en mi sabiduría repartí diferentemente mis propios dones, ¿quién mejor que Yo sabe, apóstoles míos, que no todos podéis ser del mismo modo, y por el mismo camino los obreros de un apostolado activo? El secreto de vuestra vocación será siempre mi secreto.
       
¡Ah..., pero no olvidéis que así como mi Divino Corazón os fue dado a todos por amor..., así espero y exijo de vosotros todos, cualquiera que sea vuestra vocación, un amor sin límites: éste debe ser el más sencillo y el más fecundo de los apostolados..., éste será siempre el apostolado por excelencia!... Pedidle a la Reina del Amor Hermoso, a mi Madre, que os comente esta enseñanza: amar es sembrar, es predicar, es redimir.
     
“¡Sitio!” Apagad, pues, mi sed devoradora, dándome el amor que reclamo de vosotros todos, quienquiera que seáis: pequeños y pobres..., enfermos, inválidos y tristes..., combatidos por la tentación, atribulados o favorecidos por mi gracia... Sí, dadme amor vosotros, los que habéis penetrado en mi Evangelio..., los mimados por mi ternura..., los colmados por mi amable Corazón, todos.
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora dándome el corazón en llamas, pues por ellas quiero convertir y transformar a tantos desventurados que, empeñándose en no ver en Mí al Padre ni al Salvador, pretenden, con odio, derrocarme del trono del altar y de las almas...
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora dándome el corazón, sin reservas, en reparación por tantos hijos colmados de mercedes y que, hoy día, habiendo dilapidado los tesoros que les había confiado, viven en la miseria y perecen de hambre.
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora amándome con pasión del alma, en lugar de tantos de los míos a quienes Yo había dado, junto con mi Corazón, nobilísimos sentimientos y aspiraciones..., anhelos de nobleza divina... ¡Oh, dolor!... Toda esa fortuna moral la han derrochado, la han quemado como incienso ante los ídolos de las creaturas... Y aquí me tenéis, a Mí, que así quiero enriquecerlos, pospuesto, olvidado, por esos ingratos; aquí me tenéis, con las manos vacías y amargado el Corazón...
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora devolviéndome amor por amor... Así conquistaréis para mi Corazón tantos hijos ingratos y débiles que me abandonaron cuando los visité con la Cruz...; tantos que renegaron de mi Ley a causa de sus tribulaciones...; tantos que me desconocieron bajo el ropaje sangriento de mis dolores y de mi Calvario... Pretendieron amarme bebiendo el cáliz de gloria..., huyeron de mi lado cuando les presenté el cáliz de amargura...
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora con un amor ardiente que os devore el alma, y así conquistaréis a tantos que se alejaron temblando... y con temor exagerado...; a tantos que, no queriendo ver ni saborear las inefables bellezas, las ternuras de mi amor, no quisieron ver en Mí sino al Juez tremendo..., al Señor cuyos rigores ponen espanto en el alma...
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús!
        
Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre si tu amor lo consintiera... Nos vamos, llevando paz, mucha paz, consuelos divinos y nueva vida... ¡Ah!, pero sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado a Ti, amadísimo Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de amor, que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita María... Atiende, pues, Señor Jesús, acoge, manso y bueno, nuestra última oración.

¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la perseverancia de fe y de inocencia de los niños que comulgan...; sé su Amigo!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el amor de la multitud que sufre, de los pobres que trabajan...; sé su Rey!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé consuelo de los padres del hogar cristiano...; sé su Vida!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé la dulcedumbre de los afligidos, de los tristes...; sé su Hermano!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé la fortaleza de los tentados, de los débiles...; sé su Victoria!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el fervor y la constancia de los tibios...; sé su Amor!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el centro de la vida militante de la Iglesia...; sé su Lábaro triunfante!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el celo ardiente y victorioso de tus apóstoles...; sé su Maestro!
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé en la Eucaristía la santidad y el cielo de las almas..., sé su paraíso de amor...; sé su Todo!
    
Y mientras llega el día eterno y venturoso de cantar tus glorias, déjanos, dulcísimo Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial herida del Costado; murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón, esta palabra triunfadora: ¡venga a nos tu reino!
   
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes. Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores. Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
    
(Cinco veces) ¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

1 comentario:

  1. ¡Mil gracias por publicar este material del Padre Boevey!
    Lo imprimí y leí frente al Santísimo. Realmente hermoso este y el anterior. Estas son verdaderas Horas Santas, Dios quiera que cada vez mas gente las haga en comunidad.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)