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jueves, 10 de julio de 2014

ROMA CATÓLICA Y ROMA PAGANA, POR EL PADRE BASILIO MÉRAMO

Estimado Jorge:
   
Con motivo de la reciente Fiesta del glorioso martirio de San Pedro y San Pablo, martirizados en el mismo día en Roma, creo que no estaría de más, publicar este escrito sobre Roma Católica, Roma Pagana, que hace cinco años difundí, aunque de una manera más reducida y creo que sería de alguna ayuda para un mayor número de fieles.
  
Basilio Méramo Pbro.
 
ROMA CATÓLICA Y ROMA PAGANA
   
 
La Roma pagana imperial y señora del universo logró su apogeo y hegemonía universal gracias a su política ecuménica al tener lazos religiosos con todas las divinidades y cultos más importantes del mundo antiguo, que eran el único vínculo entre los antiguos pueblos. No había otros lazos que los religiosos y Roma se aprovecha de esto para su expansión y gloria, es la primera en hacer de la religión, del vínculo religioso un factor (el principal) para el dominio político, por curioso y extraño que nos parezca hoy, pero que era normal según la mentalidad del hombre antiguo. Baste sólo recordar que en las guerras eran invocados los dioses, los oráculos, etc. El mundo pagano era religioso por asombroso que nos parezca. El pagano no es un ateo, de aquí el culto tan prolífico en divinidades, que intervenían en toda la vida de la sociedad pagana de la antigüedad.
  
Por esto decía el gran historiador Fustel de Coulanges: «Uno de los rasgos notables de la política de Roma consistía en atraer hacia sí todos los cultos de las ciudades vecinas, se preocupaba tanto de conquistar a los dioses como a las ciudades». (La Ciudad Antigua, Ed. Porrúa, México 1989, p. 270). La táctica de Roma es muy importante tenerla en cuenta pues esto le permitió fundar el imperio más poderoso en toda la historia de la humanidad.
  
Roma como dice Fustel: «era la única que se servía de la religión para su engrandecimiento. Mientras que la religión aislaba a las otras ciudades, Roma tuvo la habilidad o la buena fortuna de emplearla para absorberlo todo y todo dominarlo». (p. 271). El ecumenismo de Roma pagana la llevó a forjar el imperio más grande del mundo: «Pues era costumbre de Roma –dice un antiguo- el introducir en ella las religión de las ciudades vencidas.» (Ibídem, p. 270). «Quería poseer más cultos y más dioses titulares que cualquier otra ciudad». (Ibídem, p. 270). «Por otra parte, como la mayoría de esos cultos y dioses se tomaba a los vencidos, Roma estaba en comunión religiosa, por medio de ellos, con todos los pueblos». (Ibídem, p. 270). Aquí se ve con claridad la política y el genio romano que le permitió ser el mayor imperio del universo gracias a la modalidad religiosa ecuménica, y de su espíritu ecuménico.
  
Esto es importantísimo considerarlo y retenerlo pues la Roma católica al perder la fe que la llevó al apogeo espiritual universal, como lo expresó San León Magno: «Roma maestra del error se hizo discípula de la verdad» (Maitines, Lectura IV, 29 de junio Fiesta de San Pedro y San Pablo), y por un misterio de profunda iniquidad hoy cae en su ancestral barbarie pero sin perder su característica de la cual se valió para forjar su imperio universal, que será la gloria del Anticristo-Pseudoprofeta para propagar su falsa paz ecuménica religiosa, como está anunciado en las Escrituras.
  
Para poder entender y ver esto es necesario recordar lo que ya decía el Papa San León: «Esta ciudad ignorando al autor de su elevación, mientras dominaba por sobre casi todas las naciones, servía los errores de todas ellas, y por eso creía tener una gran religión puesto que no había rechazado ningún error». (Ibídem, Maitines, Lectura VI). Roma pagana así, reputábase grande cual Babilonia asumiendo toda religión, pues no rechazaba ninguna. 
  
El Panteón representaba bien este espíritu ecuménico de Roma pagana, reuniendo en un magnífico e inmenso templo todas las religiones más importantes, cada una con su altar. Y retornará a esto cuando deje de imperar la verdad como luz del mundo y de su Iglesia.
  
Roma modernista y Apóstata sede del Anticristo como dijo Nuestra Señora en La Salette, se caracterizará por aglutinar, cual Panteón, todas las falsas religiones en su seno, y su poder será el absorber todos los cultos no rechazando ninguno, como la Antigua Roma Pagana, poniendo en ello su grandeza y señorío; ésta será la gran obra del Pseudoprofeta (el Anticristo religioso) y la Gloria del Olivo, el triunfo de la Sinagoga de Satanás en la Iglesia, triunfo que nadie sospechaba que llegaría incluso a destruir, reabsorbiendo maquiavélicamente, la resistencia tradicionalista aglutinada alrededor de Monseñor Lefebvre, al punto de desactivar magistralmente a la Fraternidad por él fundada, con un «abrazo paternal y magnánimo».
  
Luego ante tal situación fina y sutilmente orquestada, no queda otra cosa que seguir el consejo de San Jerónimo: «huir de la perversión judaica y refugiarnos en las montañas eternas, de lo alto de las cuales Dios hace brillar su admirable luz» al hablar de la «abominación de la desolación que se puede entender también de toda doctrina perversa. Pues si vemos el error establecerse en lugar santo, es decir en la Iglesia, y hacerse pasar por Dios, debemos huir de Judea hacia las montañas, es decir abandonar la letra que mata y la perversidad judaica y refugiarnos sobre las montañas eternales». (Maitines, Lectura IX, Domingo XXIV y último después de Pentecostés), esto es de la Verdad Eterna, o con palabras del Apocalipsis de San Juan invitando a salir de Roma convertida en una Babilonia: «Babilonia la grande, la madre de los fornicarios y de las abominaciones de la tierra». (Ap. 17,5); pues: «Ha caído, ha caído Babilonia la grande, y ha venido a ser albergue de demonios y refugio de todo espíritu inmundo y refugio de toda ave impura y aborrecible… Salid de ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas». (Ap. 18, 2-4).
  
Y nadie puede dudar cual sea esta Babilonia apocalíptica, pues San Pedro mismo lo dice cuando desde Roma envía sus saludos junto con San Marcos su discípulo: «Os saluda la (Iglesia) que está en Babilonia, partícipe de vuestra elección, y Marcos, mi hijo». (1 Pedr. 5, 13), al igual que así lo entienden también los exégetas: «Por Babilonia se entiende Roma que constituía el centro del paganismo. La Roma pagana significaba para los cristianos el mismo peligro antes Babilonia para los judíos». (Biblia comentada por Monseñor Straubinger, nota 13).
  
Esta es hoy, la astuta maniobra de la dialéctica vaticana, cual Roma pagana, que con el pretexto de los dos presupuestos falsos: el motu proprio sobre la Misa, y la remisión (levantamiento) de las excomuniones, se reabsorbe en magnífica y magistral coagulación sintética o amalgama, insertando la Tradición con su altar en el gran Panteón Universal (ecuménico) cual la Roma anticristo, tal como la designa Monseñor Lefebvre en su famosa carta del 29 de junio de 1988 a los cuatro candidatos al episcopado. Pues con el motu proprio se enmascara la escisión (ruptura) reconociendo que la Misa Tridentina nunca fue abrogada, y la Nueva Misa es el desarrollo homogéneo (evolución homogénea y no heterogénea como pretende el modernismo) de la liturgia antigua, y ambos ritos, tanto el tradicional como el modernista, son dos expresiones válidas, legítimas y genuinas del culto romano de la Iglesia, siendo la Misa Tradicional el rito extraordinario (el ocasional) y la Misa Nueva el rito ordinario (el principal); lo cual es el culmen genial, sutil y perverso (diabólico) de la síntesis dialéctica gnóstico cabalística que nutre el ser y el pensar del mundo moderno, y con la remisión de la censura (pena) de las excomuniones a los cuatro obispos, que así lo pidieron con muestra filial y reconocimiento de la magnánima y benigna paternidad de Benedicto XVI, desistiendo por lo mismo de su pertinacia, y como lógica y natural consecuencia, se levantan las excomuniones (exclusiva y solamente a ellos que así lo solicitaron), aunque sin embargo no están total e íntegramente aceptados pues siguen suspensos (al igual que todos los sacerdotes de la Fraternidad), sin «posición canónica», y sin «ejercer legítimamente ministerio alguno en la Iglesia» (Carta de Benedicto XVI a los Obispos de la Iglesia del 10 de marzo de 2009), hasta tanto se limen (superen) las asperezas y reticencias aceptando el Concilio Vaticano II, aunque esto será gradual y paulatinamente mediante el diálogo doctrinal que al fin y al cabo dará el deseado resultado que espera pacientemente Roma modernista y apóstata, tal como lo afirma Benedicto XVI en la carta ya citada: «Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas».
  
Así se llega incluso a hablar reconociendo, como lo hace Monseñor Fellay, que la situación de la Fraternidad si se mira según el derecho de la Iglesia es imperfecta, o también cuando se refiere a las necesarias conversaciones (diálogo) referentes al Concilio Vaticano II y sus novedades (Carta del 24 de marzo de 2009), del cual acepta el 95% (Entrevista a Monseñor Fellay publicada en Dici n°. 8). Ante todo lo cual se olvida la espantosa advertencia de Nuestra Señora de La Salette cuando afirma que: «Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo», quedando con esto la Iglesia totalmente eclipsada, como luz del mundo, ya que ha acontecido el eclipse del sol cual fue el significado de la divisa, de San Malaquías, del anterior pontificado «De Labore Solis» bajo Juan Pablo II, y ahora tenemos el triunfo de la Sinagoga de Satanás en la Iglesia, con la divisa del actual pontificado de Benedicto XVI «De Gloria Olivae». Este es el famoso misterio de Roma que «de maestra del error se convirtió en discípula de la verdad» como señala el papa San León Magno (Ibídem, Maitines, Lectura VI), pero que por su apostasía como señala Nuestra Señora en La Salette retornará, evidentemente, al error del que fuera antaño liberada. Este es el misterio de la Gran Ramera escarlata, cabalgando sobre la bestia, el Anticristo, que estremeció al puro y virginal San Juan Evangelista, el discípulo más amado, y por esto el apóstol San Judas en su epístola (17, 21) advertía: «Vosotros empero, carísimos, acordaos de lo que ha sido preanunciado por los apóstoles de Nuestro Señor Jesucristo que os decían: en los últimos tiempos vendrán impostores que se conducirán según sus impías pasiones, éstos son los que disocian, hombres naturales, que no tienen el Espíritu. Vosotros, empero, carísimos, edificándoos sobre el fundamento de la santísima fe vuestra, orando en el Espíritu Santo, permaneced en el amor de Dios, esperando la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, para la vida eterna».
  
P. Basilio Méramo
Orizaba, 25 de marzo de 2009
Fiesta de la Anunciación.

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