Misa de San Basilio Magno (Pierre Subleyras)
¿No
es bastante alabanza, gran Pontífice San Basilio, el haber ensalzado
tus obras? ¡Ojalá estas mismas obras tengan imitadores en nuestros
tiempos! Porque claramente lo enseña la historia, que son los santos de
tu talla los que constituyen la salvación y la grándeza de una época. El
pueblo más probado y más abandonado en apariencia, únicamente necesita
de un jefe, dócil en todo, dócil hasta el heroísmo, a las inspiraciones
del Espíritu Santo, que gobierna continuamente a la Iglesia, y este
pueblo soportará la tempestad y finalmente vencerá; mientras que, si la
sal se vuelve sosa la sociedad se disuelve, sin que sea necesario un
Juliano o un Valente para conducirla al desastre. Alcanza, pues, oh
Basilio, para nuestra sociedad
tan enferma, jefes como tú; repítase en nuestros
días la admiración de Modesto; los sucesores
de los prefectos de Valente encuentren en
todos los lugares un Obispo al frente de las Iglesias;
y su admiración será para nosotros el signo
inequívoco del triunfo; porque un obispo no es
vencido nunca aunque tenga que pasar por el
destierro o la muerte.
A la vez
que debes mantener a los pastores de las Iglesias
a la altura del estado de perfección que les
exige la sagrada unción, eleva también al rebaño
hasta la sendas de la santidad a la que
debe aspirar en virtud de la religión que profesa.
No sólo a los monjes se dijo: "El reino de
Dios está dentro de vosotros". Nos enseñas que
ese reino de los cielos, esa bienaventuranza que
ya puede ser la nuestra, es la contemplación de
las realidades eternas que podemos alcanzar en
la tierra, no por la visión clara y distinta, sino
en el espejo de que habla el Apóstol. ¿No se lanza
el espíritu por sí mismo a las regiones para las
cuales fué creado? Si su elevación resulta penosa,
es porque los sentidos han prevalecido contra
él. Enséñanos a curarlo por la fe y el amor. Repite
a los hombres de nuestro tiempo, porque quizás lo podrían olvidar, que el cuidado por mantener
una fe pura, es tan necesario para este fin, como
la rectitud de la vida. Desgraciadamente gran
parte de tus hijos han olvidado que todo monje
verdadero y todo cristiano debe detestar la herejía.
Bendice mucho más a todos los que no
han podido conmover tantas y tan continuas
pruebas; multiplica las conversiones; apresura
el día feliz en que el Oriente, sacudiendo el doble
yugo del Cisma y del Islam, vuelva a tomar, en
el aprisco único del único Pastor, un lugar que
fué tan glorioso para él.
Haz en favor de los que ahora estamos prosternados
a tus pies, oh Doctor del Espíritu Santo,
defensor de la consustancialidad del Verbo con
el Padre, que vivamos como tú, únicamente para
gloria de la Santísima Trinidad. Tú lo expresaste
en una magnífica fórmula: "Ser bautizado
en la Trinidad, creer conforme a su bautismo,
glorificar a Dios según su fe", era para ti el constitutivo
esencial de lo que debe ser el monje;
pero ¿no conviene esto a todo cristiano? Haz que
todos lo comprendamos y bendícenos.
Dom Prósper Gueranger, OSB. El Año Litúrgico (I Edición española), Tomo III, págs. 358-360. Editorial Aldecoa (Burgos-España), 1956.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)