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sábado, 14 de noviembre de 2020

DIARIO CONCILIAR PROPONE SUPRIMIR CULTO A KAROL WOJTYLA

En estos días en que el “Informe McCarrick” sigue dando qué hablar visto que se desmiente la pretensión bergogliana de no saber absolutamente nada sobre los abusos sexuales y de poder ejercidos por el hoy laicizado Theodore Edgard McCarrick McLaughlin, y que estos eran conocidos por Ratzinger Tauber y su antecesor Karol Wojtyła Katzorowski, el quincenal estadounidense NATIONAL CATHOLIC REPORTER exhorta en su editorial de ayer 13 de Noviembre de 2020 a los obispos conciliares de su país (los cuales estarán en Asamblea General anual la próxima semana) que reflexionen, inter ália, solicitar al Vaticano “suprimir el culto público” (descanonizar) al usurpador polaco (tal como sus antecesores Roncalli Marzolla y Montini Alghisi hicieron con más de 200 santos católicos tradicionales por presunta “no historicidad”).
  
No se basa este apelo del quincenal (progresista) fundado en 1964 en el fracaso de la “Nueva Evangelización”, ni en las persecuciones a los tradicionalistas, ni en la fantochada de Asís 1986, ni por los “mea culpa” dados cual peras de balde a todo el mundo. Mucho menos por la institucionalización de aberraciones litúrgicas ultranovusordianas que rebasaban los sueños más locos de Montini, Bugnini y demás, o su connivencia con ciertos poderes (bueno, por esta razón puede que sí: Wojtyła Katzorowski se llevaba de mil maravillas con los obispones estadounidenses). Pero sobre todo, POR SER EL PRIMER ANTIPAPA PEDÓFILO Y ENCUBRIDOR DE PEDÓFILOS (por nombrar algunos aparte del aludido McCarrick, Marcial Maciel Degollado y Luis Fernando Figari Rodrigo) Y SUS ENCUBRIDORES (aquí entra Bernard Francis Law Stubblefield).
  
Sin más por el momento, y porque “el relato se cuenta solo”, leamos la columna en comento, la cual, si no fuera un asunto tan grave, provocaría la risa más desternillada posible (Negrillas y tachado propios del traductor):
OBISPOS ESTADOUNIDENSES: POR FAVOR SUPRIMID EL CULTO PÚBLICO A SAN JUAN PABLO II
    
De muchas, muchas maneras, el Papa Juan Pablo II fue un hombre admirable. Las últimas décadas del siglo XX fueron enriquecidas inmensurablemente por su hábil uso de la diplomacia papal en elevar las voces de los pueblos oprimidos a lo largo de Europa del Este, en sus distintos esfuerzos hacia el diálogo interreligioso, y por su testimonio personal en la dignidad de envejecer.
    
Pero como el inaudito informe vaticano sobre la carrera del ex-cardenal desgraciado Theodore McCarrick revela con aterradores detalles, la primera década del siglo XXI será manchada para siempre por el calamitoso y despiadado asesor de Juan Pablo.
   
Es tiempo de un difícil ajuste de cuentas. Este hombre, proclamado santo católico por el papa Francisco en 2014, dolosamente puso en riesgo a niños y jóvenes adultos en la Archidiócesis de Washington D.C., y alrededor del mundo. Procediendo así, también minó el testimonio global de la Iglesia, destrozó su credibilidad como institución, y dio un ejemplo deplorable para los obispos en ignorar los relatos de las víctimas de abuso.
     
Como cualquier santo, Juan Pablo tiene un culto vibrante: personas alrededor del mundo que celebran su memoria promoviendo la devoción a él, poniendo su nombre en iglesias y escuelas, y organizando procesiones y desfiles en su fiesta litúrgica.
    
Dado que conocemos ahora sobre las repercusiones duraderas del asesor de Juan Pablo, los obispos de Estados Unidos, a reunirse la próxima semana para su conferencia anual, deberían considerar seriamente si los católicos estadounidenses pueden continuar tales prácticas. También deberían discutir el requerir al Vaticano suprimir formalmente el culto a Juan Pablo. Las víctimas de abuso no merecen menos.
    
Como muestra claramente el devastador informe del Vaticano, la decisión del fallecido papa de nombrar en el 2000 a McCarrick como arzobispo de Washington tuvo lugar a despecho de varias advertencias de sus consejeros de alto nivel de ambos lados del Atlántico.
     
El 28 de octubre de 1999, la carta del cardenal de Nueva York John O’Connor, que ha sido revelada por primera vez, difícilmente pudo haber sido más ominosa. O’Connor advirtió que McCarrick ha sido sujeto de alegaciones anónimas y era conocido por invitar a los seminaristas a dormir en la misma cama con él.
     
Sobre la posibilidad de promover a McCarrick más allá de su entonces papel como arzobispo de Newark, Nueva Jersey, O’Connor escribió: “Lamento que tuviera que recomendar muy fuertemente contra tal promoción”.
     
O’Connor, que envió la carta el 28 de octubre de 1999, mientras sufría del cáncer cerebral que le causaría la muerte siete meses después, también dijo que tenía “graves temores” sobre la posibilidad de la promoción, y el grave escándalo” que causaría a la iglesia.
    
Léelo nuevamente. Esta no era una titilante luz roja. Era un boletín de alerta total y final de una de las figuras más veteranas de la iglesia a nivel global.
    
A pesar de eso, y a pesar que las preocupaciones de O’Connor subsecuentemente hallaran eco por el embajador vaticano para los Estados Unidos y por el prefecto para la vaticana Congregación para los Obispos, Juan Pablo confiaría en las negaciones de McCarrick sobre su conducta e hizo el nombramiento de todas maneras.
    
Lo que es más, haciendo así que el papa lo tomara personalmente bajo su ala (inusualmente instruyendo al Secretario de Estado del Vaticano para decirle a la congregación para los obispos agregar el nombre de McCarrick a la lista de presbíteros para ser considerados para el cargo), y luego habiendo renunciado la Congregación para la Doctrina de la Fe al control estándar para la adherencia de McCarrick a la doctrina católica.
    
Esto es más devastador si consideras que la decisión tuvo lugar durante el mismo período que se hizo conocer al Vaticano las alegaciones de abuso por el P. Marcial Maciel Degollado, el fundador mexicano de los otrora poderoso Legionarios de Cristo, cuya cifra de víctimas lleva al menos docenas, y posiblemente cientos.
    
Los periodistas Jason Berry y Gerald Renner expusieron primero el abuso de Maciel a los seminaristas en 1997. En 1998, ocho ex-legionarios llevaron su caso contra Maciel a la congregación doctrinal.
    
Juan Pablo continuaría alabando públicamente al hombre durante el resto de su papado. Maciel no fue castigado públicamente hasta 2006, luego de la muerte de Juan Pablo, cuando el papa Benedicto XVI ordenó al sacerdote llevar una vida de penitencia.
   
No hay manera alguna de escapar de la verdad. Juan Pablo, en muchas maneras un hombre admirable, fue ciego voluntario ante el abuso de niños y jóvenes.
   
Suprimir el culto del fallecido pontífice no significará decirle a la gente que tiren sus reliquias o sus medallas (la gente podría continuar teniéndole una devoción privada). Pero para las víctimas de abusos, sus defensores y muchos otros, la memoria de Juan Pablo no es una bendición. No debería ser celebrada en público.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)