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sábado, 19 de agosto de 2017

HEGEL, EL FILÓSOFO QUE ENVENENÓ LA TEOLOGÍA ALEMANA

Traducción del artículo publicado por Chad C. Pecknold en CATHOLIC HERALD
  
Federico Hegel (retrato por Jakob Schlesinger, 1831).
  
Otto von Bismarck, el Canciller de la Alemania del siglo XIX, intentó doblegar a la Iglesia Católica, y fracasó en su intento. Él pudiera deleitarse en ver su estado actual. En vaciándose sus bancos a grandes proporciones, y en escasas vocaciones sacerdotales, el hecho de que la Iglesia siga siendo uno de los mayores empleadores del país puede probar solamente que se ha convertido en el siervo del Estado que tanto soñaba sería. Quizá Bismarck pueda preguntarse: ¿Cómo tuvieron éxito otros en aquello que no conseguí? Al menos parte de la respuesta está en el seno de la Iglesia alemana.
 
Teológicamente, Alemania ha sido por siglos una zona cero: sólo piensa en San Alberto Magno como mentor de Santo Tomás de Aquino, o la respuesta que dio la Contrarreforma liderada por los Jesuitas al disenso cismático de Lutero. Pero la teología alemana nunca se ha recuperado completamente de su mayor desafío: El racionalismo ilustrado y los intentos de superarlo a través de la dialéctica hegeliana. Incluso actualmente, la influencia de Hegel domina la teología alemana.
 
La visión hegeliana sobre la intervención de Dios en el curso de la historia como Geist (Espíritu) tiene en su raíz una herejía cristiana, reminiscencia del espiritualismo del teólogo del siglo XII Joaquín de Fiore. Para el hegeliano, Dios sufre con, y cambia, precisamente por el pecado y los sufrimientos de las creaturas, dialécticamente derramando su amor y misericordia a lo largo del progreso de la historia.
 
Citando un himno luterano, “Dios mismo está muerto”, Hegel arguye que Dios une la muerte a su naturaleza. Y como cuando nos econtramos con el sufrimiento y la muerte, probamos las particularidades de la eterna “historia” divina. Como él afirma, sufrir “es un momento en la naturaleza de Dios mismo; ha tenido lugar en Dios mismo”. Para Hegel, sufrir es un aspecto de la naturaleza eterna de Dios. Nuestro pecado y sufrimiento es necesario para que Dios sea Dios.
 
Esta opinión herética ha tenido gran influencia en las visiones católica y protestante modernas sobre la naturaleza de Dios. A menudo se da una apariencia pastoral del Dios que llora con nosotros. Aun, trágicamente inconsciente de su error, el homilista hegeliano predica un Dios que no puede salvar: un Dios que está tan eternamente atado a nuestras lágrimas no puede verdaderamente enjugarlas.
 
Muchos teólogos alemanes del siglo XX siguieron las huellas de Hegel. Un principio básico era el proceso dialéctico de Hegel en sí mismo como revelador, lo que es decir que ellos pasaron por contrabando en sus ideas sobre el “desarrollo doctrinal” la noción de que Dios estaba continuando revelándose a Sí mismo en la historia, como pensando que siembre había alguna “conversión” en Dios, y por tanto, en la Iglesia. El precursor espiritual de Hegel, Joaquín de Fiore había predicho una “tercera edad del Espíritu Santo” que pregonaría el comienzo de una nueva Iglesia, y es chocante cómo muchos teólogos alemanes han sido encantados por la idea de una futura Iglesia muy diferente a la Santa y Apostólica del pasado.
 
Esto no quiere decir que Hegel es la respuesta a la hipotética pregunta de Bismarck. Hay una gran diferencia entre la idea hegeliana de izquierda de Ludwig Feuerbach de la religión como proyección del espíritu interior y las teologías de Karl Rahner o Walter Kasper. Pero hay sin embargo algo profundamente hegeliano en hacer de la evolución de la experiencia humana en la historia un estandarte para el desarrollo teológico, al cual Dios o la Iglesia, siempre en misericordia, deba conformarse. Infortunadamente, este es un terrible estandarte para el cambio que no solo lleva a la falsa reforma, sino a la apostasía y la desolación.
 
El estandarte para el desarrollo, como lo entendiera el teólogo alemán del siglo XIX Matthias Scheeben y también el cardneal Newman, deben ser las verdades divinamente reveladas, el Depósito de la Fe, transmitido por Cristo a sus Apóstoles. La renovación espiritual en Alemania puede solamente comenzar si los obispos, sacerdotes y laicos alemanes reconocen que el cambio y el desarrollo deben ser ordenados a las verdades eternas, no a las necesidades del Estado, el Geist de la cultura, o el devenir histórico de la experiencia interior humana. La Iglesia no se conforma a las necesidades de las naciones, sino a la plenitud de la Verdad revelada por Dios encarnado en Jesucristo.

Chad C. Pecknold es profesor asociado de teología en la Universidad Católica de América

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