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viernes, 13 de marzo de 2020

LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA CIERRA SUS IGLESIAS POR “SENTIDO DE PERTENENCIA A LA FAMILIA HUMANA”

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA. Caricatura tomada de GLORIA NEWS.
   
Una Iglesia de tierra y de cielo
   
Vivimos una situación gravísima en el plano sanitario –con hospitales sobrepoblados, personal sanitario expuesto en primera línea– como en el económico, con consecuencias enormes para las familias de todo el País, con con mayor razón para aquellas ya en dificultad o al límite de la subsistencia.
  
Las comunicaciones del Gobierno representan un esfuerzo de aliento, en el seno de un cuadro de honesto realismo, con las cuales se pide a todo ciudadano un suplemento de responsabilidad. A este respecto, hacemos nuestras las palabras de esta mañana del Santo Padre Francisco: “Sobre todo, yo quisiera pediros orar por las autoridades: ellas deben decidir y tantas veces decidir sobre medidas que no gustan al pueblo. Pero es por nuestro bien. Y tantas veces, la autoridad se siente sola, no entendida. Oremos por nuestros gobernantes que deben tomar la decisión sobre estas medidas: que se sientan acompañados por la oración del pueblo”.
    
La Iglesia está, está presente. A partir de sus Pastores –Obispos y sacerdotes– comparte las preocupaciones y los sufrimientos de toda la población. Está cercana en la oración: el apuntamiento con el Rosario en familia promovido para el día de San José es sólo un ejemplo de una oración que se eleva continua. La televisión, la radio, las plataformas digitales son ambientes que –si bien no podrán nunca sustituir la riqueza del encuentro personal– revelan potenciales extraordinarias para sostener la fe del Pueblo de Dios.
    
La nuestra es una Iglesia presente también en este rompedor, en la caridad: somos edificados por tantos voluntarios de las Cáritas, de las parroquias, de los grupos, de las asociaciones juveniles, de las Misericordias, de las Confraternidades… que se realizan para levantar y ayudar a los más débiles.
  
“Los cristianos no se diferencian de los otros hombres –observa la carta a Diogneto–: viven en la carne, pero no según la carne. Viven sobre la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo”.
     
Es con esta mirada de confianza, esperanza y caridad que entendemos enfrentar esta estación. Es parte también parte el compartir las limitaciones a las cuales está sometido cada ciudadano. A cada uno, en particular, viene pedido tener la máxima atención, porque una eventual imprudencia suya en observar las medidas sanitarias podría dañar a otras personas.
   
De esta responsabilidad puede ser expresión también la decisión de cerrar las iglesias. Esto no es porque el Estado lo imponga, sino por un sentido de pertenencia a la familia humana, expuesta a un virus del cual aún no conocemos la naturaleza ni la propagación.
   
Los sacerdotes celebran cotidianamente para el Pueblo, viven la adoración eucarística con un mayor suplemento de tiempo y de oración. Respecto de las normas sanitarias, se hacen próximos a los hermanos y a las hermanas, especialmente los más necesitados.
   
Sabemos poder contar con una oración continua por el País por los monasterios y comunidades religiosas.
  
Con este espíritu, vivamos los días que tenemos por delante: aquellos hasta el 25 de marzo (término del actual decreto), los sucesivos, en los cuales queda en vigor el decreto precedente (hasta el 3 de abril), los que vendrán.
   
Días, todos, llenos de confianza en el Misterio pascual.
   
La Presidencia de la Conferencia Episcopal Italiana
   
Roma, 12 de marzo de 2020
  
COMENTARIO: A los de la CEI (como también sus pares de Japón y Austria) se les olvidó lo de la “Iglesia hospital de campaña” y “en salida” de lo que tanto presume Bergoglio. Ahora sí están poniendo los muros que él tanto odia. Pero como hay también lo positivo de la situación, por lo menos los fieles no van a seguir escuchando (durante unos días) las peroratas ecologistoides y comunistas de estos falsos pastores que se apacientan a sí mismos, mercenarios que sólo les interesa su paga y al ver al lobo, huyen espantados.
  
Y sobre Bergoglio, está hablando como el subalterno de la ONU que es él (y sus antecesores desde Montini), ordenando sumisión a las autoridades masónicas que gobiernan Italia, España y casi toda Latinoamérica. Nada que ver con San Gregorio Magno, cuya fiesta celebramos apenas el día de ayer. San Gregorio Magno tuvo que enfrentar la peste del año 590, que vino desde Bizancio y los francos y había segado la vida de su antecesor Pelagio II el 5 de febrero. San Gregorio Magno fue electo Papa el 3 de septiembre.

Refiere su homónimo San Gregorio de Tours que en la iglesia de Santa Sabina, San Gregorio Magno invitó a los romanos a imitar, contritos y penitentes, el ejemplo de los ninivitas:
«Mirad a vuestro alrededor y ved la espada de la ira de Dios desenvainada sobre todo el pueblo. La muerte nos arrebata repentinamente del mundo sin concedernos un instante de tregua. ¡Cuántos en este mismo momento están en poder del mal a nuestro alrededor sin poder pensar siquiera en la penitencia!»,
y ordenó que de todas las iglesias de Roma saliera el pueblo en procesión, formando siete coros, hacia la basílica de San Pedro (así nacieron nuestras Letanías Mayores). Aun cuando ochenta personas cayeron muertas durante una hora, el Papa ordenó seguir adelante y llevar en procesión el milagroso cuadro de Nuestra Señora de Ara Cœli, el cual, según recopila el beato Santiago de Vorágine OP en su Leyenda Dorada, a su paso se limpiaban los aires y, cuando llegaron al puente frente al mausoleo de Adriano (conocido entonces como Castillo de Crescente), se oyó cantar un coro de Ángeles que decía «¡Regína Cœli, lætáre, Allelúja / Quia quem meruísti portáre, Allelúja / Resurréxit sicut dixit, Allelúja!», y San Gregorio respondió en voz alta: «¡Ora pro nobis Deum, rogámus, Allelúja!» (así nació el Regína Cœli que sustituye al Ángelus durante la Pascua) y vio a San Miguel Arcángel desde lo alto del castillo enfundando su espada. San Gregorio comprendió que la epidemia cesó, y desde entonces se conoce el lugar de la aparición como Castillo del Santo Ángel.
   
Procesión de San Gregorio Magno (miniatura de los hermanos Limbourg en “Las muy ricas horas del duque de Berry”, folios 71 verso y 72 recto).

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)