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domingo, 16 de marzo de 2014

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA - LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA

   

Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Segunda Edición argentina, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.
      
LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
     
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
         
Como el Evangelio, al decirnos que Nuestro Señor quedó transfigurado en el acto mismo de su oración, quiso enseñarnos que la oración es el medio de atraer sobre nosotros las gracias del cielo, por esto meditaremos mañana: 1º Sobre la necesidad de la oración; 2° Sobre las condiciones requeridas para orar bien.
        
—En seguida tomaremos la resolución: 1º De ser muy exactos en preparar la materia de nuestra oración en la noche y en la mañana, y de comenzar siempre el día por este ejercicio; 2° De mantener en nosotros durante el día los buenos sentimientos y los buenos pensamientos de la oración de la mañana. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Evangelio: “Mientras estaba en oración, su semblante se transfiguró”.
      
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
       
Adoremos a Jesucristo orando en el Tabor. ¡Cuán recogida y fervorosa fue esta oración! ¡Qué bello espectáculo para el cielo y la tierra! Mientras estaba absorto en Dios, su semblante apareció refulgente como el sol, y sus vestiduras blancas como la nieve. Agradezcamos al divino Salvador que nos manifiesta de este modo la excelencia de la oración y roguémosle nos haga amarla y nos enseñe la práctica de ella.
         
PUNTO PRIMERO - NECESIDAD DE LA ORACIÓN
     
Todos los santos unánimemente nos dicen que la oración es esencial para la salvación; que un día sin oración es un día perdido; que sin la oración disminuye la fe y juntamente con ella el gusto y el sentimiento de las verdades cristianas y de nuestros divinos misterios. Quien no medita en Dios y en sus infinitas amabilidades, no siente por El más que frialdad e indiferencia; quien no medita acerca de sus deberes, no conoce la importancia de ellos, los descuida o los cumple mal. Sin la meditación no hay oración bien hecha. Imposible, decía Santa Teresa, rezar sin ella ni siquiera el Pater noster como es debido; la costumbre, la rutina, la disipación, reducen la oración a un simple movimiento de labios, en el cual no toma parte el corazón. “Mi corazón se ha secado, dice David, porque he olvidado darle el pan que lo hace vivir”. “Sin la oración no hay recogimiento, ni humildad, ni amor, ni ninguna virtud”, dice San Buenaventura. En fin, semejante al soldado sin armas en medio de los asaltos del enemigo, estamos sin defensa contra el demonio, contra el mundo, contra nuestro propio corazón. Con la oración, al contrario, la fe se hace cada día más viva, nos aficionamos a Dios y a las cosas divinas, apreciamos como se debe la nada del mundo y las grandezas de los bienes eternos; se ven las faltas y defectos personales, con los remedios que hay que aplicar para corregirlos; el fuego de las pasiones se apaga y da lugar al santo amor. Es en la meditación donde se enciende el fuego sagrado; en una palabra, la vida entera se transforma y renueva. Los que antes eran ligeros, poco reflexivos, cobardes y sin energía, irascibles, apegados a sí mismos y a su propio sentir, por la oración se hacen graves, recogidos, valientes y fervorosos, mansos y modestos, humildes y sin pretensión; esto fue lo que inspiró estas bellas palabras a San Agustín: “Saber orar bien es saber vivir bien”. ¿Es esta la idea que tenemos de la oración?
    
PUNTO SEGUNDO - CONDICIONES REQUERIDAS PARA ORAR BIEN
     
Son tres las principales: el recogimiento habitual, el desprendimiento del corazón, el dominio de las pasiones. 1º EL RECOGIMIENTO HABITUAL. El espíritu disipado es esencialmente inhábil para la oración; acostumbrado a no fijar la atención en nada, a revolotear sin cesar de un objeto a otro, sigue en la oración su procedimiento ordinario. En vano le habla Dios, él no le escucha; o si le oye, no reflexiona en ello y dirige sus pensamientos a otra cosa. Sólo en el silencio del alma recogida habla Dios, se oye su voz, se medita, se cobra afición a la virtud y se logra aprovechar en ella. 2º Es necesario EL DESPRENDIMIENTO DEL CORAZÓN. El corazón apegado arrebata el espíritu, lo cautiva y lo tiraniza. Se quisiera reflexionar en Dios y la salvación; pero los afectos humanos preocupan y absorben el pensamiento, que no puede pensar sino en lo que le domina; es una nube que impide ver la luz de Dios; es un ruido que impide oír su voz. Se quisiera elevarse al cielo, pero el alma está apegada a la tierra; es inútil agitarse y atormentarse; es imposible emprender el vuelo. Al contrario, el alma desprendida y libre de todo apego, se eleva fácilmente a Dios, conversa con Él y a Él permanece unida. 3º Es preciso EL DOMINIO DE LAS PASIONES. Mientras el corazón está poseído por alguna pasión, a la cual no quiere renunciar, estará inquieto, turbado e incapaz de reposar en Dios. Le pasará lo que al enfermo devorado por la fiebre y privado del sueño; se vuelve y se revuelve sin cesar, y el tormento de una misma postura le es insoportable. Quien, pues, quiera aprovechar y hacer progresos en la oración debe trabajar todos los días en dominar sus pasiones hasta que se hayan sujetado. Solamente entonces entrará en la tranquilidad de alma que permite la reflexión sostenida en unión permanente con Dios. Examinemos si tenemos las tres condiciones requeridas para progresar en la oración.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)