Vexílla Regis

Vexílla Regis
MIENTRAS EL MUNDO GIRA, LA CRUZ PERMANECE

LOS QUE APOYAN EL ABORTO PUDIERON NACER

LOS QUE APOYAN EL ABORTO PUDIERON NACER
NO AL ABORTO. ELLOS NO TIENEN LA CULPA DE QUE NO LUCHASTEIS CONTRA VUESTRA CONCUPISCENCIA

NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN
No hay forma de vivir sin Dios.

ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

jueves, 17 de diciembre de 2020

DISUNITED STATES OF AMERICA

Artículos publicados por Thierry Meyssan en VOLTAIRE NET.
   
   
Al llegar a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump colgó un retrato del presidente ‎Andrew Jackson (al fondo) en la Oficina Oval.‎
  
La catástrofe previsible desde hace 30 años hoy se perfila en el horizonte. Estados Unidos ‎se dirige inexorablemente hacia la secesión y la guerra civil. ‎
   
Al desaparecer la URSS, el «Imperio estadounidense» perdió su enemigo existencial, y ‎también su razón de existir. El intento de los presidentes George Bush padre y Bill Clinton de ‎procurar a su país un nuevo camino con la globalización ha destruido las clases medias en ‎Estados Unidos y en casi todos los países occidentales. El intento de los presidentes George ‎Bush hijo y Barack Obama de organizar el mundo en torno a nueva forma de capitalismo –ahora ‎financiero– se estancó en las arenas de Siria. ‎
   
Y ya es demasiado tarde para corregir el rumbo. El intento de Donald Trump de renunciar al ‎Imperio estadounidense y redirigir los esfuerzos del país hacia la obtención de la prosperidad ‎interna se ha visto saboteado por las élites partidarias de la ideología puritana de los llamados ‎‎«Padres Peregrinos» (Pilgrims Fathers). Llega así el momento que tanto temían el presidente Richard Nixon ‎y su consejero electoral Kevin Philipps. Estados Unidos está al borde de la secesión y de la guerra ‎civil. ‎

Lo que aquí escribo no es fruto de ningún delirio. Es resultado de los análisis de numerosos ‎observadores, en Estados Unidos y a través del mundo. Lo mismo piensan muchos en suelo ‎estadounidense, donde la Corte Suprema del Estado de Wisconsin acaba de rechazar el recurso ‎presentado por el presidente Trump contra el fraude electoral, rechazo que no está motivado por ‎alguna razón vinculada al derecho sino porque aceptarlo sería «abrir la caja de Pandora». ‎

Lo que sucede es que, al contrario de la presentación sesgada de los hechos que predomina en la ‎prensa internacional, las opciones son limitadas: se trata de analizar los recursos de Trump conforme al derecho –y se vería entonces que tiene razón– o de analizarlos en función de la ‎política y teniendo en cuenta que darle la razón desataría una guerra civil. ‎

El problema es que el conflicto ya está demasiado avanzado. Anteponer la política al derecho ‎también llevará a la guerra civil. ‎

Hay que dejar de ver la elección presidencial como una simple cuestión de rivalidad entre el ‎Partido Demócrata y el Partido Republicano, sobre todo porque Donald Trump ‎nunca se consideró republicano, sólo tomó el Partido Republicano por asalto durante su ‎campaña presidencial de 2016. Además, Donald Trump no es un loco delirante sino un sucesor ‎del político estadounidense Andrew Jackson, quien fue presidente de Estados Unidos desde 1829 ‎hasta 1837. Ideológicamente, el presidente Andrew Jackson representó el preludio de la ‎aparición del bando de los «confederados». 
   
Que los europeos no conozcan al presidente estadounidense ‎Andrew Jackson no significa que este sea un personaje marginal en la historia de ‎Estados Unidos. Su efigie aparece en los billetes de 20 dólares, lo cual es paradójico ya que ‎como presidente Andrew Jackson se opuso al sistema de la Reserva Federal.
   
Es necesario dejar de fingir que Donald Trump no representa a la mayoría de sus conciudadanos, ‎a pesar de que fue electo presidente en 2016, de que miles de candidatos acaban de ganar ‎elecciones locales apoyándose en su nombre y de que él mismo acabar de obtener en la elección ‎presidencial varios millones de votos más que en 2016. ‎

Nadie en Europa parece atreverse a aceptar lo que estamos viendo ya que todos se aferran a la ‎fábula que nos presenta a Estados Unidos como el reino de la democracia. Sólo tómese usted un ‎poco de tiempo para leer la Constitución estadounidense –le llevará unos pocos minutos–. ‎

Verá entonces que la Constitución estadounidense no reconoce la soberanía del Pueblo, sólo ‎la de los Estados que componen la Unión. El principal redactor de la Constitución ‎estadounidense, Alexander Hamilton, lo dijo y lo escribió en los Federalist Papers: el objetivo ‎de la Constitución de Estados Unidos no es establecer una democracia sino instaurar un régimen comparable a la monarquía ‎británica –aun sin aristocracia. ‎

Si la Constitución estadounidense ha sobrevivido por 2 siglos ha sido gracias al compromiso que ‎representan sus diez primeras Enmiendas, recogidas en el documento conocido como Bill ‎of Rights o «Carta de Derechos». Sin embargo, en nuestros tiempos de globalización de la ‎información, cualquiera puede darse cuenta de que “los dados están cargados”. El sistema ‎estadounidense es ciertamente tolerante… pero oligárquico. En Estados Unidos, casi todas ‎las leyes son redactadas por grupos de presión organizados, sin importar quiénes sean los ‎políticos elegidos para sentarse en el Congreso y sin importar quién esté en la Casa Blanca. ‎El personal político es sólo una cortina de humo tras la cual se esconde el verdadero Poder. ‎Los grupos de presión antes mencionados llevan un estricto registro de las decisiones de ‎cada político, les otorgan notas y publican cada año anuarios para mantenerse al día sobre la ‎docilidad de esos personajes. ‎

Los europeos, empeñados en querer ver a Estados Unidos como una nación democrática, ‎se aferran ahora a la idea de que la elección presidencial está en manos de los miembros del ‎Colegio Electoral o “compromisarios”, “grandes electores” designados por el voto popular. Pero ‎eso es absolutamente falso. La Constitución estadounidense no prevé que el Pueblo elija ‎al presidente, ni siquiera en una elección indirecta o de segundo grado, sino que el presidente ‎sea designado por un “colegio electoral” cuyos miembros han sido designados a su vez por ‎los gobernadores de los Estados. Con el tiempo, los gobernadores acabaron por organizar ‎elecciones en sus Estados, antes de designar a los miembros del “colegio electoral”. Algunos ‎aceptaron inscribir ese paso en la Constitución de sus Estados, pero no todos lo hicieron. Y, en definitiva, la Corte Suprema estadounidense no se interesa por esos “detalles”, lo cual quedó ‎comprobado hace 20 años cuando George Bush hijo fue designado presidente en detrimento de ‎Al Gore. En aquel momento, la Corte Suprema federal anunció claramente –pero con una ‎elegante retórica jurídica– que no le interesaban los eventuales “trucos” electorales que se habían visto en el Estado de la Florida. ‎
   
Ese es el contexto de la elección presidencial de 2020, elección que Trump habría ganado ‎probablemente… si Estados Unidos fuese una democracia. Pero perdió porque la clase política ‎estadounidense no lo aprueba y porque, en realidad, Estados Unidos es una oligarquía. ‎
   
Los “jacksonianos”, partidarios de la democracia, no tienen ahora más opción, para lograr la ‎victoria de su causa, que recurrir a las armas, como está previsto explícitamente en la Segunda ‎Enmienda de la Constitución. Según el sentido original de ese texto, el derecho de los ‎estadounidenses a adquirir, poseer y portar todo tipo de armas tiene como objetivo permitirles ‎rebelarse contra un gobierno tiránico, como en los tiempos de la lucha contra la monarquía ‎británica. Ese es el sentido del compromiso de 1789, que la mayoría ve ahora como un ‎compromiso roto. ‎
    
El general Michael Flynn, efímero consejero del presidente Donald Trump para la seguridad ‎nacional, acaba de llamar a la suspensión de la Constitución estadounidense y la proclamación de ‎la ley marcial como medio de evitar la guerra civil. El Pentágono, cuyo jefe fue destituido por ‎el presidente hace un mes y reemplazado por varios allegados al general Flynn, estaría llamado ‎entonces a desempeñar un papel fundamental. ‎
   
Por su parte, Donald Trump ha anunciado su intención de recurrir a un tribunal de Texas para que ‎este se pronuncie sobre los fraudes electorales locales. Texas es uno de los Estados que ‎se constituyó en República independiente antes de pasar a ser parte de Estados Unidos. Pero, en ‎el momento de su adhesión a Estados Unidos, Texas conservó su derecho a retirarse de la Unión. ‎En 2009, el gobernador de Texas, Rick Perry, amenazó con proclamar la secesión y ‎desde entonces esa idea se ha mantenido vigente. Hoy en día, el Congreso de Texas está por ‎pronunciarse sobre un proyecto de referéndum de independencia presentado por el político ‎republicano Kyle Biedermann.‎
    
Un proceso de disolución de Estados Unidos podría ser incluso más rápido que el de la URSS. ‎Esa posibilidad fue objeto de estudio, en Moscú, por el profesor Igor Panarin, durante la primera ‎década de este siglo. Desde entonces, los datos demográficos han evolucionado y Colin ‎Woodard los ha analizado. Este periodista y escritor estadounidense estima que Estados Unidos ‎podría dividirse en 11 Estados diferentes, en función de una serie de criterios culturales. ‎
   
A esos problemas hay que agregar las denuncias presentadas contra las legislaturas locales de una ‎veintena de Estados estadounidenses que, invocando la epidemia de Covid-19, adoptaron ‎disposiciones que someten el voto ciudadano a fórmulas que contradicen sus Constituciones ‎locales. Si esas denuncias, jurídicamente justificadas, llegaran a prosperar habría que anular ‎no sólo la elección presidencial sino también todas las elecciones para cargos locales –como ‎parlamentarios, fiscales, sheriffs, etc. ‎

Verificar los hechos denunciados en Texas no será posible antes de la reunión del Consejo ‎Electoral federal. Por consiguiente, Texas y otros Estados donde también se han presentado ‎denuncias y recursos similares no deberían poder participar en la designación del próximo ‎presidente de Estados Unidos. ‎

Ante tal situación, el único procedimiento sustitutivo aplicable queda de nuevo en manos del ‎Congreso, donde los “puritanos” están en minoría y los “jacksonianos” tienen la mayoría. ‎
   
   
El 46º presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden.‎
    
La elección presidencial estadounidense de 2020 viene a confirmar la tendencia general surgida ‎desde la disolución de la Unión Soviética: la población estadounidense vive una crisis de ‎civilización y se dirige inexorablemente hacia una nueva guerra civil, que debería desembocar ‎lógicamente en el fraccionamiento de su país. Esa inestabilidad también pondría fin al estatus de ‎hiperpotencia que aún mantiene Occidente. ‎
    
Para entender lo que está sucediendo es necesario sobreponerse al espanto que sobrecoge a las ‎élites europeas ante el anuncio de la desaparición que la potencia que las protege desde hace ‎tres cuartos de siglo y mirar con honestidad la historia mundial de los 30 últimos años. Hay que ‎hacer un profundo recuento de la historia de Estados Unidos y analizar nuevamente su ‎Constitución. ‎
    
La hipótesis de la disolución de la OTAN y de los Estados Unidos de América
‎      
Cuando, al cabo de tres cuartos de siglo de dictadura, se derrumbó la Unión Soviética, todos ‎los que deseaban verla desaparecer quedaron sorprendidos. Durante años la CIA había ‎organizado un sabotaje sistemático de la economía soviética y denigrado todas sus realizaciones, ‎pero no había previsto que los pueblos pudieran llegar a derrocarla… en nombre de los ideales ‎de Occidente. ‎
   
Todo comenzó con una catástrofe a la que el Estado no supo responder: el accidente nuclear de ‎Chernóbil, en 1986. Un cuarto de millón de soviéticos tuvieron que huir definitivamente de ‎su propia tierra. Tal muestra de incompetencia marcó el fin de la legitimidad del régimen ‎soviético. A partir de aquel momento, en sólo 5 años los aliados reunidos en el Pacto ‎de Varsovia recuperaron su independencia y la Unión Soviética se desmembró. Las juventudes ‎comunistas asumieron la concretización de aquel proceso, que a última hora fue desvirtuado por ‎el alcalde de Moscú, Boris Yeltsin, a la cabeza de un equipo formado en Washington. ‎El subsiguiente saqueo de los bienes de la colectividad y el desplome de la economía provocado ‎por ese saqueo significaron para la nueva Rusia un siglo de retroceso. ‎
    
Un proceso similar debería llevar a la desaparición de Estados Unidos. El país perderá su fuerza ‎centrípeta y sus vasallos acabarán abandonándolo antes del derrumbe final. Sólo tendrán ‎posibilidades de salir mejor quienes hayan abandonado el barco antes del hundimiento. ‎Normalmente, la OTAN debería extinguirse antes que Estados Unidos, de la misma manera que el ‎Pacto de Varsovia se extinguió antes que la URSS. ‎
   
La fuerza centrífuga que afecta a Estados Unidos
‎   
Con sólo 200 años de historia, Estados Unidos es muy joven como país. Su población aún sigue en ‎plena formación, con oleadas sucesivas de inmigrantes provenientes de las más diversas regiones ‎geográficas. Siguiendo el modelo británico, esos inmigrantes se unen en comunidades, según ‎su origen, comunidades que conservan su propia cultura y no se mezclan con las demás. ‎El llamado melting pot fue un concepto que en realidad existió sólo con el regreso de los ‎soldados negros que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y la abolición de la segregación ‎que finalmente suscitó, en tiempos de Eisenhower y Kennedy, pero que finalmente desapareció. ‎
   
La población estadounidense suele desplazarse mucho de un Estado a otro. Desde la Primera ‎Guerra Mundial y hasta el fin de la guerra de Vietnam, los estadounidenses trataban de convivir ‎en ciertos barrios. Aquella movilidad de la población se perdió durante una veintena de años. Y ‎desde la disolución de la URSS los estadounidenses han vuelto a dividirse en guetos, pero ‎no en función de criterios “raciales” sino de diferencias culturales. De hecho, Estados Unidos ya ‎es un país dividido. ‎
   
Estados Unidos ya no es una nación sino 11 naciones diferentes.
       
Distribución geográfica de las 11 comunidades culturales rivales que hoy existen en ‎Estados Unidos.‎ (Fuente: Colin Woodard)

El conflicto interno de la cultura anglosajona
‎    
La mitología estadounidense vincula la existencia del país a los 67 «Padres Peregrinos» que ‎llegaron a América a bordo del buque Mayflower. Era un grupo de fanáticos cristianos ingleses ‎que ya vivía en «comunidad» en los Países Bajos y que logró que la Corona le asignara la misión ‎de instalarse en el «Nuevo Mundo» para combatir allí el imperio español. Un grupo desembarcó ‎en el actual Massachusetts, donde instauró una sociedad sectaria: la colonia de Plymouth, ‎en 1620. Eran cristianos que imponían a sus mujeres el uso del velo y aplicaban durísimos ‎castigos corporales a quien pecaba y se alejaba de la «Vía Pura», doctrina que dio lugar a que ‎fuesen llamados «puritanos». ‎
    
Los estadounidenses de hoy ignoran tanto la misión política de los «Padres Peregrinos» como su ‎sectarismo y les rinden homenaje durante la celebración conocida como Thanksgiving o Día de ‎Acción de Gracias. Aquellos 67 fanáticos religiosos han tenido una influencia considerable sobre ‎un país que hoy cuenta 328 millones de habitantes. Ocho de los 46 presidentes de Estados Unidos –‎entre ellos Franklin Roosevelt, George Bush padre y George Bush hijo– se presentaron como ‎descendientes directos de aquel grupo. ‎
    
En Inglaterra, otros puritanos –organizados alrededor de Oliver Cromwell– protagonizaron una ‎rebelión, decapitaron al rey, instauraron una República caracterizada por su intolerancia y ‎perpetraron masacres contra los irlandeses, a quienes consideraban herejes por ser «papistas», ‎o sea católicos. Los historiadores británicos designan aquellos hechos como la «Primera Guerra ‎Civil» (1642-1651).‎
    
Más de un siglo después, los colonos del «Nuevo Mundo» se rebelaron contra los impuestos ‎excesivos que debían pagar a la monarquía británica e iniciaron lo que los historiadores ‎estadounidenses llaman la «Guerra de Independencia» (1775-1783), algo que los historiadores ‎británicos ven como la «Segunda Guerra Civil». Los colonos que pelearon en aquella ‎guerra eran ciertamente gente pobre sometida a durísimas condiciones de trabajo. Pero sus ‎líderes eran descendientes de los «Padres Peregrinos», deseosos de hacer prevalecer su ideal ‎sectario ante la monarquía británica que había recuperado el poder. ‎
    
Ochenta años después, Estados Unidos se desgarraba con la Guerra de Secesión (1861-1865), ‎conflicto que algunos historiadores estadounidenses designan como la «Tercera Guerra Civil» ‎anglosajona. Ese conflicto estalló entre los Estados que –fieles a la Constitución original– ‎deseaban mantener derechos de aduana para regular la circulación de bienes de un Estado ‎a otro y un grupo de Estados que querían transferir los derechos de aduana al nivel federal y ‎crear así un gran mercado interno. Pero en esa guerra se oponían al mismo tiempo las élites ‎puritanas del norte a las élites católicas del sur, reproduciendo así el conflicto de las dos guerras ‎anteriores. ‎
   
Hoy se perfila en Estados Unidos una «Cuarta Guerra Civil» anglosajona, nuevamente por ‎iniciativa de las élites puritanas. Esa continuidad se esconde bajo la transformación de esas élites ‎que, incluso sin creer en Dios, conservan el mismo fanatismo. Son esas élites puritanas las que ‎hoy se dedican a reescribir la historia del país. Según ellas, Estados Unidos es un proyecto racista ‎de los europeos que los «Padres Peregrinos» no lograron corregir. Su credo dicta que hay que ‎regresar a la «Vía Pura» mediante la destrucción de todos los símbolos del Mal –como las ‎estatuas de los monarcas, de los ingleses y de los líderes confederados. Predican y hablan lo ‎‎«políticamente correcto», aseguran que existen varias «razas» humanas, escriben «Negro» ‎con mayúscula y «blanco» con minúscula y rinden culto a los abstrusos suplementos del New York ‎Times.‎
      
A la entrada de la sede de la «Pilgrim’s Society» (Sociedad de los Padres Peregrinos), ‎Inglaterra y Estados Unidos sostienen la antorcha que ilumina el mundo.‎
     
La historia reciente de Estados Unidos
‎    
Cada país tiene sus demonios. Richard Nixon estaba convencido de que el peligro que ‎Estados Unidos tenía que evitar a toda costa no era una guerra nuclear con la URSS sino esta ‎posible «Cuarta Guerra Civil» anglosajona. Fue esa convicción lo que llevó a Nixon a recurrir al ‎especialista en este tema, el historiador Kevin Philips, quien fue su consejero electoral, ‎permitiéndole ganar dos elecciones presidenciales. Sin embargo, los herederos de los «Padres ‎Peregrinos» no aceptaron su lucha y lo hundieron con el escándalo del Watergate –en 1972–, ‎orquestado por el sucesor de Edgar Hoover, el fundador y casi sempiterno director del FBI. ‎
    
Cuando el poderío estadounidense comenzó a perder fuerza, el grupo de presión imperialista, ‎dominado por los puritanos, puso en el poder uno de los descendientes directos de los ‎‎67 «Padres Peregrinos», el republicano George Bush hijo. Miembros de su administración ‎organizaron un shock emocional (los atentados del 11 de septiembre de 2001) y adaptaron las ‎fuerzas armadas de Estados Unidos al nuevo capitalismo financiero, ante la mirada hipnotizada de ‎sus conciudadanos. Su sucesor, el demócrata Barack Obama, dio continuidad a lo iniciado por la ‎administración del republicano George Bush hijo, adaptando a su vez la economía ‎estadounidense. En aras de llevar a cabo esa tarea, Obama eligió la mayoría del equipo que lo ‎acompañó durante su primer mandato entre los miembros de la Pilgrim’s Society, o sea la ‎‎«Sociedad de los Peregrinos».‎
    
En 2016 se produjo un acontecimiento disruptivo. Un presentador de televisión que había ‎cuestionado la transformación del capitalismo estadounidense y la tesis oficial sobre los atentados ‎del 11 de septiembre, Donald Trump, se presentó como candidato a participar en la elección ‎presidencial. Comenzó conquistando el Partido Republicano y llegó a la Casa Blanca. Todos ‎los que habían participado en la caída de Richard Nixon arremetieron contra Trump, incluso antes ‎de su investidura como presidente. Finalmente han logrado impedir su reelección rellenando ‎torpemente las urnas. Lo importante es que, durante su mandato, reaparecieron siglos de ‎problemas y rencores de los que no se hablaba abiertamente. La población de Estados Unidos ‎se dividió de nuevo alrededor de los puritanos. 
    
Es por eso que, si bien resulta evidente que una mayoría de estadounidenses estuvo lejos de votar ‎con entusiasmo por un senador senil, me parece erróneo decir que esta elección presidencial ‎de 2020 era un referéndum sobre Donald Trump. En realidad fue un referéndum sobre ‎los puritanos. ‎
    
Un resultado conforme con el proyecto de los «Padres Peregrinos»
‎   
Al final de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, o Segunda Guerra Civil anglosajona, ‎los sucesores de los «Padres Peregrinos» redactaron la Constitución estadounidense. ‎No ocultaron su intención de crear un sistema aristocrático similar al modelo inglés. ‎Tampoco ocultaron su desprecio por el pueblo. Es por eso que la Constitución estadounidense ‎no reconoce la soberanía del Pueblo sino la de los gobernadores de cada Estado. ‎
    
El pueblo que había ganado la guerra aceptó ese estado de cosas pero impuso a la Constitución ‎‎10 enmiendas que constituyen la Carta de Derechos (Bill of Rights) y según las cuales la clase ‎dirigente no puede, en ningún caso, violar los derechos de los ciudadanos en nombre de alguna ‎presunta «Raison d’Etat» (Razón de Estado). Aquella Constitución, así enmendada, aún ‎se mantiene en vigor en Estados Unidos. ‎
    
Si se acepta el hecho, ampliamente comprobado, que en el plano constitucional Estados Unidos ‎nunca ha sido ni es una democracia… no hay razón para indignarse con el resultado de las ‎elecciones. Aunque no está previsto en la Constitución, a lo largo de 2 siglos el voto popular ‎para la elección presidencial ha ido imponiéndose poco a poco en cada Estado de la unión ‎estadounidense. Los gobernadores deben seguir el resultado de ese voto al designar los ‎‎538 delegados o grandes electores, que a su vez deben votar por uno de los candidatos a la ‎presidencia al reunirse el Colegio Electoral. Hay gobernadores que simplemente “rellenaron” ‎las urnas, de manera por demás bastante torpe, tanto que en al menos un condado de cada 10 ‎la cantidad de votos excede la cantidad de habitantes mayores de edad. Digan lo que digan los ‎comentaristas, el hecho es que hoy es perfectamente imposible decir cuántos electores votaron ‎realmente ni a quién habrían querido tener como presidente. 
‎   
Un futuro sombrío
‎   
En esas condiciones, el presidente “electo”, Joe Biden, no podrá ignorar la justificada cólera de ‎los partidarios de su contendiente. Simplemente no podrá unificar a los estadounidenses. Hace ‎‎4 años, yo escribía que Trump sería el Gorbatchov estadounidense. Estaba equivocado. ‎Trump supo dar nuevos bríos a su país. En definitiva, será Joe Biden quien cargará con la culpa ‎de no haber logrado mantener la unidad territorial de su país. ‎
   
Los aliados de Estados Unidos, que no han percibido la cercanía de la catástrofe, van a sufrir graves ‎consecuencias. ‎
El reconocido autor Colin Woodard, en su libro “American Nations: A History of the Eleven Rival Regional Cultures in North America” (Naciones Americanas: Una historia de las Once culturas regionales rivales en Norteamérica), identifica once culturas que dividen históricamente a los Estados Unidos.
  • Yankeedom: Comprendiendo todo el Norte-Noreste de la Ciudad de Nueva York y se expande a través de Michigan, Wisconsin y Minnesota, Yankeedom valora la educación, el desarrollo intelectual, el empoderamiento comunal y la participación ciudadana en el gobierno como un escudo contra la tiranía. Los yanquis están cómodos con la regulación gubernamental. Woodard señala que los yanquis tienen una “vena utópica”. El área fue establecida por calvinistas radicales.
  • Nueva Holanda: Una cultura altamente comercial, Nueva Holanda es “materialista, con una profunda tolerancia por la diversidad étnica y religiosa, y un compromiso inquebrantable por la libertad de pensamiento y conciencia”, según Woodard. Es aliada natural de Yankeedom y abarca la Ciudad de Nueva York y el norte de Nueva Jersey. El área fue establecida por los holandeses.
  • Las Tierras Medias: Establecida por cuáqueros ingleses, las Tierras Medias son una sociedad de clase media acomodada que generó la cultura del “Heartland americano”. La opinión política es moderada, y la regulación gubernamental es mal vista. Woodard llama a las étnicamente diversas Tierras Medias “La gran región trampolín de Estados Unidos” Dentro de las Tierras Medias están partes de Nueva Jersey, Pensilvania, Ohio, Indiana, Illinois, Misuri, Iowa, Kansas y Nebraska.
  • Marisma: La Marisma fue construida por la joven clase acomodada inglesa en el área alrededor de la bahía de Chesapeake y Carolina del Norte. Nacida como una sociedad feudal que abrazó la esclavitud, la región pone en gran valor el respeto a la autoridad y la tradición. Woodard señala que la Marisma está declinando, en parte porque “ha estado siendo devorada por los expansivos halos federales en torno al Distrito de Columbia y Norfolk.”
  • Grandes Apalaches: Colonizado por pobladores de las fronteras bélicas de Irlanda del Norte, Inglaterra septentrional y las Tierras Bajas Escocesas, los Grandes Apalaches son estereotipadas como la tierra de los campiranos y rednecks. Woodard dice que en los Apalaches se valora la soberanía personal y la libertad individual y es “intensamente suspicaz hacia los aristócratas de las tierras bajas y los ingenieros sociales yanquis por igual”. Sigue al Sur Profundo en oponerse a la influencia del gobierno federal. Dentro de los Grandes Apalaches hay partes de Kentucky, Tennessee, Virginia Occidental, Arkansas, Misuri, Oklahoma, Indiana, Illinois y Texas.
  • Sur profundo: Señala Woodard que el Sur profundo fue establecido por los esclavistas ingleses de Barbados, y estaba estilada como una sociedad esclavista de las Indias Occidentales. Tiene una estructura social muy rígida, y lucha contra cualquier regulación gubernamental que amenace la libertad individual. La totalidad de Alabama, Florida, Mississippi, Texas, Georgia y Carolina del Sur forman parte del Sur Profundo.
  • El Norte: Compuesta por las fronteras del imperio Hispanoamericano (sic), Según Woodard, El Norte es “un lugar aparte” del resto de Estados Unidos. La cultura hispánica domina en el área, y la región valora la independencia, la autosuficiencia y el trabajo duro sobre todo lo demás. Partes de Texas, Arizona, Nuevo México y California están en El Norte.
  • Costa Izquierda: Colonizada por habitantes de Nueva Inglaterra y apalaches del Medio Oeste, dice Woodard que la Costa Izquierda es un híbrido del “utopismo yanqui y la autoexpresión y exploración apalache”, agregando que es la aliada incondicional de Yankeedom. La costa de California, Oregón y Washington están en la Costa Izquierda.
  • Lejano Oeste: El oeste conservador. Desarrollado por medio de la gran inversión en la industria, aunque sus habitantes “resienten” todavía los intereses orientales que controlaban inicialmente esa inversión. Entre los estados del Lejano Oeste están Idaho, Montana, Wyoming, Utah, Washington, Oregón, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Colorado, Nevada, Utah, Nebraska, Kansas, Arizona, Nuevo México y California.
  • Nueva Francia: Una canasta de liberalismo anidada en el Sur profundo, su gente es propensa al consenso, tolerante y cómoda con el involucramiento del gobierno en la economía. Woodard dice que la Nueva Francia está entre los lugares más liberales en Norteamérica. La Nueva Francia está enfocada alrededor de Nueva Orleans en Luisiana y en la provincia canadiense de Quebec
  • Primera nación: Hecha por los nativos americanos, los miembros de la Primera nación gozan de soberanía tribal en los Estados Unidos. Woodard dice que el territorio de las Primeras Naciones es grande, pero su población es inferior a los 300.000 habitantes, la mayoría de los cuales viven en los extremos septentrionales de Canadá.
Woodard dice que entre estas 11 naciones, Yankeedom y el Sur profundo ejercen la mayor influencia y están compitiendo constantemente entre sí por las mentes y corazones de las otras naciones:
“Estamos atrapados en una política del borde del abismo porque no hay mucho margen de maniobra entre la cultura yanqui y sureña. Estas dos naciones nunca coincidirían en algo aparte de una amenaza externa”.
Woodard también cree que probablemente la nación se polarice más, aun cuando Estados Unidos se haga cada día un lugar más diverso. Dice que esto es porque la gente se está “autoclasificando”:
“La gente elige mudarse a lugares que identifican con sus valores. Las minorías rojas (republicanas) van al sur y las minorías azules (demócratas) van al norte para estar en la mayoría. Es por eso que los estados azules son más azules y los estados rojos se hacen más rojos, y el medio está haciéndose más pequeño”.
COMENTARIO DEL TRADUCTOR: Cabe aclarar que Alaska tiene parte de la Costa Izquierda (distrito de Juneau), el Lejano Oeste (distritos de Anchorage y Fairbanks), y la Primera Nación (norte y oeste del estado); Hawái es de la Polinesia, el Sur de la Florida es del Caribe Español (principalmente por la ciudad de San Agustín –principal asentamiento español en los Estados Unidos– y acoger el Exilio cubano) y el condado Aroostook (Maine) es parte de la Nueva Francia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios deberán relacionarse con el artículo. Los administradores se reservan el derecho de publicación, y renuncian a TODA responsabilidad por el contenido de los comentarios que no sean de su autoría. La blasfemia está estrictamente prohibida, y los insultos a la administración es causal de no publicación.

Comentar aquí significa aceptar las condiciones anteriores. De lo contrario, ABSTENERSE.

+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)