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domingo, 2 de abril de 2017

EL MILENARISMO, TERROR DE LOS TEÓLOGOS

Hay católicos que al oir la palabra “Milenarismo” se signan, como si de alguna blasfemia se tratara. Sobre este pasaje se han gastado siglos de debates, escritos y contestaciones, pero ¿qué opinión se maneja? Dos de los más conocidos biblistas CATÓLICOS en lengua española (en parte porque sus traducciones son las más difundidas) opinan al respecto:
  
Mons. Félix Torres Amat hace esta nota en su traducción de la Vulgata al Español sobre el verso 5:
Segun San Agustín [Lib. XX. de Civ. Dei, c. VIII), por estos mil años se denota todo el tiempo desde la muerte de Jesucristo hasta el fin del mundo. Durante esta epoca está el demonio como atado o enfrenado por Cristo, sin poder obrar, como antes lo hacía a menudo, contra los cuerpos de los hombres, ni engañarlos con los oráculos de los ídolos, etc., etc. Pero al fin del mundo quedará como desatado por un breve tiempo, y permitirá Dios que explaye su encono contra varios hombres, para que se cumplan los sabios e insondables designios de Su infinita bondad. Puede decirse que de este texto de San Juan tuvo origen la opinión de los milenarios, llamados así por creer que Jesucristo ha de reinar por el tiempo de mil años, y con Él los escogidos, despues de haber vencido al Anticristo. San Agustín siguió algún tiempo esta opinión; y aunqne después la desechó, nunca se atrevió a condenarla como herética, por respeto a los santos varones de la autigüedad que la sostuvieron. Lo mismo hizo San Jerónimo; el cual hablando de ella (exponiendo el cap. XX. de Jeremias) dijo: 
Nosotros no la seguimos; mas no nos atrevemos a condenarla, porque así pensaron muchos varones de la Iglesia y mártires: cada uno siga su opinión; y resérvese todo para el juicio del Señor”. 
Pero es menester tener presente que hubo algunos que defendían que estos mil años se pasarían entre deleites de la carne, contínuos convites, etc. Estos milenarios carnales siempre han sido condenados y detestados por la lglesia. No obstante, aún los milenarios puros, de los cuales hablaron San Agustín y San Jerónimo, fueron impugnados desde los primeros siglos por San Dionisio de Alejandría, Cayo, presbítero de Roma, y otros (Véase Eusebio, Hist. Eccles. Lib. III. c. 28, 29 y Lib. VII. c. 24). Y a la verdad, este reino de Jesucristo en la tierra no puede apoyarse sólidamente en lo que dice San Juan en el Apocalipsis; es una opinión abandonada de casi todos los escritores católicos, y no parece conforme con la doctrina del Evangelio, explicada en el concilio de Florencia. EI sabio jesuita Lacunza ha escrito en estos últimos años a favor de la sentencia de los milenarios puros o espirituales, una obra con este titulo: Venida del Mesías en gloria y majestad, por Juan Josafat Ben-Ezra. Dicha obra es digna de que la mediten los que particularmente se dedican al estudio de la Escritura, pues da luz para la inteligencia de muchos textos oscuros; pero no miro conveniente que la lean aquellos cristianos que solo tienen un conocimiento superficial de las verdades de nuestra Religión, por el mal uso que pueden hacer de algunas máximas que adopta el padre Lacunza.
 
Por supuesto, la Biblia de Torres Amat fue publicada en 1823, pero al año siguiente, el libro del padre Manuel Lacunza SJ fue incluido por el Santo Oficio en el Índice de Libros Prohibidos, donde ha permanecido desde entonces. Un siglo después, Mons. Juan Straubinger comentó sobre los versos 5 y 6 en su propia traducción (a efectos de este artículo, se manejarán como uno solo y se agregarán los términos griegos):
“La primera resurrección”: He aquí uno de los pasajes más diversamente comentados de la Sagrada Escritura. En general se toma esta expresión en sentido alegórico: la vida en estado de gracia, la resurrección espiritual del alma en el Bautismo, la gracia de la conversión, la entrada del alma en la gloria eterna, la renovación del espíritu cristiano por grandes santos fundadores de Órdenes religiosas (S. Francisco de Asís, Santo Domingo, etc.), o algo semejante. Louis Bail, autor de la voluminosa Summa Conciliórum, lleva a tal punto su libertad de alegorizar las Escrituras, que opta por llamar primera resurrección la de los réprobos porque éstos, dice, no tendrán más resurrección que la corporal, ya que no resucitarían para la gloria. Según esto, el v. 6 alabaría a los réprobos, pues llama bienaventurado y santo al que alcanza la primera resurrección. La Pontificia Comisión Bíblica ha condenado en su decreto del 20-VIII-1941 los abusos del alegorismo, recordando una vez más la llamada "regla de oro", según la cual de la interpretación alegórica no se pueden sacar argumentos. Sin embargo, hay que reconocer aquí el estilo apocalíptico: En 1 Cor. 15, 23, donde S. Pablo trata del orden en la resurección, hemos visto que algunos Padres interpretan literalmente este texto como de una verdadera resurrección primera, fuera de aquella a que se refiere San Mateo en 27, 52 s. (resurrección de santos en la muerte de Jesús) y que también un exegeta tan cauteloso como Cornelio a Lápide la sostiene. Cf. 1Tes. 4, 16; 1Cor. 6, 2-3; 2 Tim. 2, 6 y ss.; y Filip. 3, 11, donde San Pablo usa la palabra "exanástasis" (ἐξανάστασιν) y añade "ten ek nekróon" (τὴν ἐκ νεκρῶν) o sea literalmente, la ex-resurrección, la que es de entre los muertos. Parece pues, probable que San Juan piense aquí en un privilegio otorgado a los Santos (sin perjuicio de la resurrección general), y no en una alegoría, ya que S. Irineo, fundándose en los testimonios de los presbíteros discípulos de S. Juan, señala como primera resurrección la de los justos (cf. Luc. 14, 14 y 20, 35). La nueva versión de Nácar-Colunga ve en esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires
a quienes corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su Capitán, recibirán un premio que no corresponde a los demás muertos, y éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado hasta la muerte le fué dado reinar sobre todo el universo (Filip. 2, 8 y s)”.
Véase Filip. 3, 10-11; 1 Cor. 15, 23 y 52 y notas; Luc. 14, 14; 20, 35; y Hech. 4, 2.
 
“Con el cual reinaron los mil años”: Louis-Claude Fillion dice a este respecto: “Después de haber leído páginas muy numerosas sobre estas líneas, no creemos que sea posible dar acerca de ellas una explicación enteramente satisfactoria”. Sobre este punto se ha debatido mucho en siglos pasados la llamada cuestión del milenarismo o interpretación que, tomando literalmente el milenio como reinado de Cristo, coloca esos mil años de los vv. 2-7 entre dos resurrecciones, distinguiendo como primera la de los vv. 4-6, atribuida sólo a los justos, y como segunda y general la mencionada en los vv. 12-13 para el juicio final del v. 11. La historia de esta interpretación ha sido sintetizada en breves líneas en una respuesta dada por la Revista Eclesiástica de Buenos Aires (mayo de 1941) diciendo que “la tradición, que en los primeros siglos se inclinó en favor del milenarismo, desde el siglo V se ha pronunciado por la negación de esta doctrina en forma casi unánime”. La Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio cortó la discusión declarando, por decreto del 21 de julio de 1944, que la doctrina “que enseña que antes del juicio final, con resurrección anterior de muchos muertos o sin ella, nuestro Señor Jesucristo vendrá visiblemente a esta tierra a reinar, no se puede enseñar con seguridad (tuto dóceri non posse)”. Para información del lector, transcribimos el comentario que trae la gran edición de la Biblia aparecida recientemente en Paris bajo la dirección de Pirot-Clamer sobre este pasaje:
“La interpretación literal: varios autores Cristianos de los primeros siglos pensaron que Cristo reinaría mil años en Jerusalén (v. 9) antes del juicio final. El autor de la Epístola de Bernabé (15, 4-9) es un milenarista ferviente; para él, el milenio se inserta en una teoría completa de la duración del mundo, paralela a la duración de la semana genesíaca: 6.000 + 1.000 años. S. Papías es un milenarista ingenuo. S. Justino, más avisado empero, piensa que el milenarismo forma parte de la ortodoxia (Diálogo con Trifón 80-81). S. Ireneo lo mismo (Contra las herejías V, 28, 3), al cual sigue Tertuliano (Contra Marción III, 24). En Roma, S. Hipólito se hace su campeón contra el sacerdote Caius, quien precisamente negaba la autenticidad joanea del Apocalipsis para abatir más fácilmente el milenarismo”. 
Relata aquí Pirot la polémica contra unos milenaristas cismáticos en que el obispo Dionisio de Alejandría “forzó al jefe de la secta a confesarse vencido”, y sigue:
“Se cuenta también entre los partidarios más o menos netos del milenarismo a Apolinario de Laodicea, Lactancio, S. Victorino de Pettau, Sulpicio Severo, S. Ambrosio. Por su parte, S. Jerónimo, ordinariamente tan vivaz, muestra con esos hombres cierta indulgencia (Sobre Isaías, libro 18). S. Agustín, que dará la interpretación destinada a hacerse clásica, había antes profesado durante cierto tiempo la opinión que luego combatirá. Desde entonces el milenarismo cayó en el olvido, no sin dejar curiosas supervivencias, como las oraciones para obtener la gracia de la primera resurrección, consignadas en antiguos libros litúrgicos de Occidente (Dom Leclercq)”. 
Más adelante cita Pirot el decreto de la SS. Congregación del S. Oficio, que transcribimos al principio, y continúa:
“Algunos críticos católicos contemporáneos, por ejemplo Calmes, admiten también la interpretación literal del pasaje que estudiamos. El milenio sería inaugurado por una resurrección de los mártires solamente, en detrimento de los otros muertos. La interpretación espiritual: Esta exégesis -sigue diciendo Pirot- comúnmente admitida por los autores católicos, es la que S. Agustín ha dado ampliamente. Agustín hace comenzar este período en la Encamación porque profesa la teoría de la recapitulación, mientras que, en la perspectiva de Juan, los mil años se insertan en un determinado lugar en la serie de los acontecimientos. Es la Iglesia militante, continúa Agustín, la que reina con Cristo hasta la consumación de los siglos; la primera resurrección debe entenderse espiritualmente del nacimiento a la vida de la gracia (Col. III, 1-2; Fil. II, 20; cf. Juan V, 25); los tronos del v. 4 son los de la jerarquía católica y es esa jerarquía misma, que tiene el poder de atar y desatar. Estaríamos tentados -concluye Pirot- de poner menos precisión en esa identificación. Sin duda tenemos allí una imagen destinada a hacer comprender la grandeza del cristiano: se sienta porque reina (Mat. XIX, 28; Luc. XXII, 30; I Cor. VI, 3; Ef. I, 20; 11, 6; Apoc. I, 6; V, 9)”. 
La segunda muerte: El Apóstol explica este término en el v. 14.
 
Un elemento curioso es que Straubinger cita la declaración del Santo Oficio del 21 de Julio de 1944, donde dice 
“[la doctrina] que enseña que antes del juicio final, con resurrección anterior de muchos muertos o sin ella, nuestro Señor Jesucristo vendrá visiblemente a esta tierra a reinar, no se puede enseñar con seguridad (tuto dóceri non posse)”. 
¿Por qué resaltamos el “visiblemente” (visibíliter)? Simple y llanamente, porque en la carta del 11 de Julio de 1941 (carta enviada al Cardenal José María Caro Rodríguez, arzobispo jacobopolitano chilense, que había consultado al Santo Oficio por causa de que el milenarismo, en especial el lacunziano, se estaba enseñando en facultades y seminarios), expresan:
“El sistema del milenarismo, aun el mitigado, es decir, el que enseña que, según la revelación católica, Cristo Nuestro Señor antes del juicio final, ha de venir corporalmente a esta tierra a reinar, ya sea con resurrección anterior de muchos justos o sin ella, no se puede enseñar sin peligro”.
 
Aunque tienen en común ambos decretos que prohíben la enseñanza sobre UNO Y SÓLO UN punto, y ese es el característico del milenarismo mitigado. Pero ¿qué diferencia al decreto del 41 y al del 44? Mucho, a saber: El decreto del 41 habla de que Cristo vendrá “corporalmente” (corporáliter), pero en el del 44 el adverbio cambia a “visiblemente” (visibíliter).
 
Vamos a enfocarnos en este punto (son muchos, pero éste es el más crucial): No se trata de decir con sendos decretos inquisitoriales que Cristo no reina corporalmente antes del Juicio Final (porque de ser así, reñiría con el dogma de la Presencia Real y Sustancial en la Hostia consagrada, y la Realeza Social de Jesucristo), sino que ese Reinado, que ese Advenimiento sean visibles. Reinado, como dijera el padre Castellani, que tenga en Jerusalén su Salón del Trono y con ministerios como cualquier gobierno terreno, y visibilidad que conllevaría a que Cristo y sus santos se confundan entre los viadores, y aún peor, que los bienaventurados gocen de placeres terrenales (y ese es el Milenarismo carnal o quiliasmo -en griego Χιλιασμός- del judaizante Cerinto -recogido y actualizado por los protestantes como William Miller, Charles Taze Russel y otros-, el cual SÍ HA SIDO CONDENADO POR LA IGLESIA DESDE SIEMPRE).
  
Algo pertinente que recalcar, aunque no es del corpus de este breve artículo, pero conviene porque hay quienes vociferarán acusándonos de protestantes o llamándonos locos: La creencia protestante en un Rapto secreto pre-tribulación, confinante con el Milenarismo carnal, no tiene NADA QUE VER CON EL CATOLICISMO, y riñe con la Sagrada Escritura, que claramente enseña que Jesús se manifestará glorioso ANTE TODAS LAS NACIONES, y que para merecer la corona de la victoria hay que librar el buen combate (dicho de otro modo, “Per áspera ad astra”). Y si los justos no estuvieran en la tierra durante la Gran Tribulación, ¿quiénes serán el blanco de la persecución y el odio del Anticristo? Sumado a ello, creer en tal Rapto es seguirle el juego al Nuevo Orden Mundial Judeomasónico-Illuminati-Comunista, que mediante proyectos como “Blue Beam” busca engañar a la gente y neutralizar toda oposición al reinado del Anticristo.
 
Hay otro problema en la esjatología del padre Lacunza. El padre Antonio van Rixtel, en el capítulo VIII de su libro “El testimonio de nuestra esperanza”, apunta que en el libro La venida del Mesías en Gloria y Majestad
“la posición de la Iglesia queda muy oscura. No distingue bien entre la Iglesia como organización jerárquica y jurídica fundada sobre Pedro, y la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, su Cabeza. No deja entrever bien qué Iglesia jerárquica sea el instrumento con que el Espíritu Santo congrega en un cuerpo a todos los hijos dispersos de Dios, para preparar la Esposa de Jesús.
    
En su concepto la Iglesia parece más un instrumento para agregar a la gran familia de Abrahán según la carne, nuevos hijos de entre los gentiles según la fe, como si fuera ella una especie de apéndice de la Antigua Sinagoga, sin ningún lugar y carácter propios. Parece que en su concepto la esposa de Cristo es el pueblo judío y no la Iglesia; lo que ciertamente está en oposición con las Escrituras, que distinguen con suma claridad entre el pueblo de Dios, -los judíos, herederos del Reino como servidores y súbditos del Rey-Mesías-, y la Iglesia, Esposa de Cristo, congregada de entre todos los pueblos y naciones, sin distinción de judíos y gentiles, de esclavos y libres, coheredera con Cristo y por eso co-reinante”.
   
Es de razón que por dicha concepción de la Iglesia y la Sinagoga, La venida del Mesías en Gloria y Majestad está incluida en el Índice. Aunado a lo anterior, las ideas lacunzianas influyeron en la fundación de las sectas Adventista y Testejehovista, judaizantes a cuál más. Lejos de resolver la polémica, consideramos que como dijera San Jerónimo, resérvese todo para el Juicio de Dios, que está a la puerta. Personalmente, creemos junto con los Apóstoles y los Padres, que la Tribulación y el reinado del Anticristo sucederán antes de la Parusía, y al final de los tiempos, vivos y muertos serán juzgados según sus obras. El mundo será destruido con fuego, los viadores que vencieren los halagos y amenazas que les lanzarán Satanás el diablo y el Anticristo y el Seudoprofeta, serán transformados en gloria, y reinarán en el Cielo junto con los que han muerto en el Señor, por toda la Eternidad. Unos y otros, al gozar de la Visión Beatífica de Dios, no tendrán necesidad de nada (y menos de lo terrenal, supuesto que el mundo será destruido), por lo que se dedicarán únicamente a alabar a Dios y reinar con Él por toda la eternidad, que ello es lo que significa el número mil en las Sagradas Escrituras: Muchos, infinitos.

En una palabra, el único Milenarismo verdadero es el Milenarismo Patrístico y Parusíaco que fue enseñado por San Juan Evangelista y Apokaleta, y es al cual adherimos. Pidámosle a la Bienaventurada Virgen María, Nuestra Señora del Segundo Advenimiento, y a San José, Patrono de los agonizantes, que por su intercesión nos alcancen la gracia de ser hallados fieles y dignos de las eternas moradas que su Hijo Nuestro Señor y Salvador ha preparado para los suyos, y de tener parte en la Jerusalén celestial.
 
Jorge Rondón Santos
2 de Abril de 2017 (Año Mariano)
Domingo de Pasión, y Fiesta de San Francisco de Paula.

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