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miércoles, 5 de abril de 2017

EXPOSICIÓN SOBRE EL JURAMENTO ANTIMODERNISTA

Tomado de REVISTA SÌ SÌ, NO NO - Traducción de Marianus el Eremita para ADELANTE LA FE
  
Continúa el motu proprio “Sacrórum Antístitum” con el juramento antimodernista que todo el clero debía prestar a partir del subdiaconado. Lo exponemos aquí de manera sucinta con nuestro comentario.

* * *
  
1º) Acepto las verdades declaradas por el magisterio infalible de la Iglesia.
  
Es interesante que San Pío X haya hecho declarar expresamente que se acepten las “verdades definidas por el magisterio infalible”. En efecto, el magisterio pontificio auténtico pero no infalible o el magisterio puramente pastoral pueden excepcionalmente contener errores, a los cuales no se puede ni se debe obedecer bajo el pretexto de sumisión al magisterio. Hoy, con el pretexto de que el Concilio Vaticano II es magisterio [I], se querría obligar a los fieles a obedecer a ciertas enseñanzas pastorales no infalibles [II] suyas, las cuales están en ruptura con la Tradición apostólica de la Iglesia y con el magisterio infalible que han definido y obligado a creer o han repetido constantemente por un largo periodo de tiempo la misma verdad [N. del E. El Concilio Vaticano II NO ES MAGISTERIO CATÓLICO, y por tanto, so pena de apostasía, SE LE DEBE RECHAZAR DE PLANO].
 
El Papa es infalible si habla, como Pastor supremo, a la Iglesia universal, define y obliga a creer o también si repite una Verdad de Fe o de Moral constante y universalmente mantenida por toda la Iglesia.
  
Pío IX, en su carta Tuas libénter de 1863 al obispo de Munich, añade que el asentimiento de fe divina no debe limitarse solamente a las cosas definidas por los Papas o por los Concilios ecuménicos, sino que debe extenderse también a aquellas que “son propuestas por el magisterio ordinario de la Iglesia universal esparcida por el mundo como divinamente reveladas y que son consideradas pertenecientes a la fe por el consenso universal y constante de los teólogos católicos”.
  
Se preste atención, sin embargo, a que, si el magisterio pontificio ordinario puede definir infaliblemente un dogma formal, esto no significa que sea siempre infalible y que todo pronunciamiento suyo sea una definición dogmática; lo es solamente si el Papa quiere definir una verdad como de fe revelada y obligar a creerla para la salvación eterna, o si la verdad enseñada de manera no solemne lo ha sido considerada constantemente en la Iglesia (“quod semper, ubíque, ab ómnibus créditum est”, S. Vicente de Lerins).
  
El teólogo alemán Albert Lang explica bien que “no reviste ni siquiera importancia esencial el hecho de que los Obispos ejerzan su magisterio ‘de manera ordinaria y universal’, o que ejerzan su magisterio ‘de manera solemne’ reunidos en un Concilio Ecuménico convocado por el Papa. En ambos casos son infalibles sólo si, de acuerdo entre ellos y con el Papa, anuncian una doctrina de manera definitiva y obligatoria” [III]. O sea que para la infalibilidad el modo de enseñanza ordinario o extraordinario es secundario y accidental; lo que es principal y sustancial es la voluntad de definir y obligar a creer una verdad de Fe y Moral.
  
La infalibilidad presupone, por tanto, por parte del magisterio la voluntad de obligar a creer como dogma una verdad contenida en el Depósito de la Revelación escrita u oral. Por lo que el magisterio es la regla próxima de la fe, mientras que la Escritura y la Tradición son la regla remota.
  
La existencia de Dios es demostrable con certeza
2º) Profeso ante todo que la existencia de Dios puede ser conocida con certeza y por ello demostrada con la luz natural de la razón. Además admito y reconozco los argumentos externos de la Revelación, ante todo los milagros y las profecías como signos certísimos del origen divino de la Religión cristiana y los considero conformes a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, también de este tiempo.
  
El Concilio Vaticano I (ses. III, can. 2, DB 1806) definió como dogma que la existencia de Dios se puede demostrar con certeza con la razón humana a partir de sus efectos (las criaturas) remontándose a la Causa primera incausada (Creador). Tal verdad se encuentra en la S. Escritura: Sabiduría, XIII, 1-5 y Rom., I, 20. Santo Tomás de Aquino (S. Th., I, q. a. 3) con cinco pruebas demostró mejor que todos los Padres y los escolásticos la existencia de Dios a partir de las criaturas y remontándose al Creador. El Vaticano I hizo suya la demostración del Angélico.
  
La Iglesia fundada por Cristo
3º) Creo que la Iglesia fue fundada directamente por el mismo Cristo (Mt., IV, 18; Mc., III, 14; Mt., XVIII, 17; Jn., XX, 23) y que fue edificada sobre Pedro (Mt., XVI, 18-19), cabeza de la jerarquía apostólica, y sobre sus sucesores en el tiempo.
  
Cristo, y no las primeras comunidades de los cristianos, fundó la Iglesia. El la fundó sobre Pedro, que es su cabeza visible y Su vicario (Mt., XVI, 18-19) y que, como tal, no tiene sobre esta tierra ningún poder superior siendo su poder limitado sólo por el de Dios. Por ejemplo, el Papa no puede abrogar los 10 Mandamientos o un dogma de fe revelada y definida. Pedro es la cabeza de la jerarquía, o sea de los Obispos, que reciben su jurisdicción a través del Papa y no directamente de Dios como, por el contrario, la recibe el Papa. Los Papas son los sucesores de Pedro hasta el fin del tiempo o del mundo [N. del E. Excepto si incurren en herejía, cisma o apostasía, caso en el cual dejan AUTOMÁTICAMENTE de serlo].
  
La Tradición apostólica
4º) Acepto la fe transmitida hasta hoy por los Apóstoles a través de los Padres de la Iglesia, por tanto rechazo la teoría herética de la evolución del dogma de un significado a otro, distinto del que recibió inicialmente la Iglesia.
  
La fe fue revelada por Cristo a los Apóstoles y transmitida (Tradición) por estos a los Padres eclesiásticos. Las fuentes de la Revelación son dos: la Tradición y la S. Escritura. La Tradición junto a la Biblia es una de las dos “fuentes” de la divina Revelación (Tradición pasiva y objetiva). Esta es también la “transmisión” (del latín tradére, transmitir) oral de todas las verdades reveladas por Cristo a los Apóstoles o sugeridas a ellos por el Espíritu Santo, y llegadas a nosotros mediante el magisterio siempre vivo de la Iglesia, asistida por Dios hasta el fin del mundo (Tradición activa y subjetiva). La Tradición junto a la Escritura es el canal contenedor (Tradición pasiva) y vehículo transmisor (Tradición activa) de la Palabra divinamente revelada. El magisterio eclesiástico es el “órgano” de la Tradición, mientras que los “instrumentos” en los que se ha conservado son los Símbolos de la fe, los escritos de los Padres, la liturgia, la práctica de la Iglesia, las Actas de los mártires y los monumentos arqueológicos.
  
Los modernistas desnaturalizan el concepto de dogma y hacen de él un símbolo del sentimiento religioso en perenne desarrollo y, por tanto, en evolución intrínseca y sustancial. Este, por tanto, cambia en sí mismo esencialmente o absolutamente, pasando de un significado a otro totalmente distinto [IV].
 
San Pío X (Pascéndi, DB 2026; Lamentábili DB 2079) y Pío XII (Humáni géneris, EB, 564/565) precisaron que el dogma no puede sufrir cambios intrínsecos, heterogéneos y sustanciales, sino que puede solamente ser conocido y expresado mejor por los teólogos y por los fieles bajo la dirección del magisterio; existe sólo, por tanto, una evolución extrínseca del dogma: “Crezca la penetración, el conocimiento de cada uno pero sólo en el mismo sentido y en el mismo contenido” (S. Vicente de Lerins). El dogma, a pesar de ser verdadero y sustancialmente inmutable, no puede expresar todas las riquezas de la Revelación. Por tanto, es perfectible, o sea, puede ser conocido y expresado mejor, pero la verdad permanece siendo la misma.
  
La definición dogmática y la declaración de la Iglesia sobre una verdad revelada propuesta obligatoriamente para ser creída por los fieles.
 
El sentimiento religioso
5º) La fe no es un ciego sentimiento religioso que brota de lo profundo del subconsciente, sino que es una adhesión del intelecto, movido por la voluntad y por la gracia actual, a una verdad revelada sobrenaturalmente por un Dios personal y trascendente.
  
El modernismo ascético [V] reduce la religión a un sentimiento subjetivo que brota de la subconsciencia, cayendo así cada vez más en el inmanentismo y abriendo las puertas al psicoanálisis freudiano. En efecto, el modernismo no se detiene en el puro conocimiento sensible, sino que va más allá hablando de subconsciente que confina con lo subliminal e incluso con lo preternatural.
  
El líder de la subconsciencia como raíz del sentimiento religioso es Frederic William Henry Myers (1843-1901), un parapsicólogo que estudió lo paranormal, lo oculto, la metapsíquica, la telepatía y sobre todo la magia. Su “obra maestra” es su libro póstumo publicado en dos volúmenes Human Personality and its survival of bodily death, (London, Longmans, 1903). El filósofo pragmatista estadounidense William James fue un gran amante de Myers y de este libro suyo, que ejerció un notable influjo sobre el pragmatismo y el americanismo modernista [VI]. Myers estudió el yo subliminal y el subconsciente [VII], del cual emanaría el sentimiento o la experiencia religiosa.
  
Como se ve, las raíces del modernismo americanista clásico y del neo-modernismo son incluso infernales. Antonio Fogazzaro, como Myers, estuvo también “entre los primeros en Europa que se interesaron por la psique humana y por los fenómenos ligados a la vida del espíritu [o mejor del espiritismo], abriendo el camino a Bergson, a Freud y a la así llamada literatura de la interioridad […] al análisis de las profundidades más oscuras […] del alma” [VIII].
  
La verdadera exégesis se funda en los Padres eclesiásticos
Todavía 5º) Rechazo el método de interpretar la S. Escritura que acepta los textos críticos como única y suprema regla pasando por alto la Tradición de la Iglesia.
  
Monseñor Pier Carlo Landucci en Miti e realtà (Roma, ed. La Roccia, 1968), comentando la Divíno afflánte Spíritu de Pío XII, lamentaba que “los Padres son, cada vez en mayor medida, menos considerados en la moderna exégesis, o porque -se dice- raramente unánimes, o porque no han querido afrontar el problema crítico-dogmático, o porque no pretenden hacerse eco del pensamiento propiamente de la Iglesia. Generalizando demasiado, sin embargo, estos conceptos, se puede anular prácticamente el principio del Magisterio de la Iglesia en la interpretación bíblica. Para respetar este principio […] es necesario tener en cuenta sus preferencias […], de las cuales los Padres constituyen un eco particular y cualificado. Más que mirar si los Padres pretendían expresar el pensamiento de la Iglesia, se debe mirar si la Iglesia se ha reconocido en los Padres a sí misma. Es la Iglesia la que ha reconocido en los Padres a sus hijos particularmente santos e iluminados y fieles, lo cual constituye el título de su autoridad, que en algunos casos es decisiva. No es justo pasar ciertamente del hacer caso a su autoridad decisiva al descuido de ella, cuando falten algunas condiciones. Hay algo de análogo en esto […] con la obediencia doctrinal a la Iglesia, que es proporcionalmente debida también en las enseñanzas no estrictamente infalibles” (pp. 189-190). El consenso unánime de los Padres, por parte de los teólogos, es equiparado al magisterio eclesiástico aun no estrictamente infalible; por ejemplo, Pietro Parente (Theología fundamentális, Roma-Turín, Marietti, 1946, p. 125) equipara a los Padres como Testigos y Doctores al Magisterio ordinario.
  
Mons. Antonino Romeo añade que la Iglesia, con el papa León XIII (Encíclica Providentíssimus, 18 de noviembre de 1893), Benedicto XV (Spíritus Paráclitus, 15 de septiembre de 1920) y Pío XII (Divino afflante Spiritu, 30 de septiembre de 1943), ha desaprobado y condenado formalmente la teoría según la cual bastaría estudiar los solos caracteres internos’ de un Libro inspirado, prescindiendo de la Tradición, para poder entender su significado, o también la simple preferencia dada a los ‘criterios internos’ respecto a la Tradición patrística; esto es “incompatible con la Fe católica, ya que el consenso de los Padres exige una adhesión de Fe” [IX]. Según León XIII, Benedicto XV y Pío XII, en las tres Encíclicas citadas, que son fundamentales respecto a los estudios bíblicos, las cuales deben ser leídas las tres juntas y cada una enteramente, sin sacar una frase fuera de contexto e interpretarla de manera contraria al pensamiento de los Pontífices, se puede utilizar también el instrumento de los ‘criterios internos’, o sea la aportación filológica en el estudio del Libro sagrado, pero subordinadamente y secundariamente a la interpretación de la Tradición (o sea de los Padres), pero no es nunca lícito dar la precedencia a la filología o incluso contradecir la interpretación unánime de los Padres basándose en los ‘criterios internos’. Esto equivaldría a preferir un comentario exclusivamente humano-científico a la Tradición divina, quod repúgnat ya sea porque se contradiría una verdad de Fe, ya sea por el sentido común, el cual nos dice que lo divino es superior a lo humano.
  
Mons. Francesco Spadafora recuerda que San Pío X ha reafirmado la condena de la ‘crítica interna’ en sus “Motu proprio” Præstántia Scriptúræ Sacræ, Sacrórum Antístitum y en la Encíclica Pascéndi. De modo particular Pío XII, en la Encíclica Divino afflante Spiritu (30 de septiembre de 1943), reafirma la doctrina de León XIII y de Benedicto XV, recomendando la interpretación “dada por los Padres” (EB, 551). Lo mismo enseña en Humani Generis (12 de agosto de 1950, EB, 564-565). La tarea del exegeta católico es la de “asegurarse si existe un sentido ya dado con unanimidad moral de los Padres” y, por tanto, seguirlo. Se puede recurrir también al auxilio de la filología y de los ‘criterios internos’, para profundizar la enseñanza patrística, pero no es nunca lícito contradecir a los Padres unánimemente concordes ni tampoco invertir los papeles, dando la preeminencia a la filología y a los ‘criterios internos’ sobre el consenso unánime de los Padres [X].
  
El panteísmo modernista
Todavía 5º) Finalmente rechazo el error modernista que considera que en la Tradición no hay nada de divino; o hace confluir el sentimiento de lo divino en el panteísmo.
  
En efecto, “toda especie de panteísmo lleva en su seno una contradicción incurable, que lleva al absurdo: la identificación de lo Infinito con lo finito […]. Identificar estos dos seres es absurdo” (P. Parente, Dizionario di Teologia Dommatica, Roma, Studium, 4ª ed., 1957, p. 299).
  
Santo Tomás de Aquino, en el Comentario a las Sentencias (I, d. 8, q. 1, a. 2) se plantea la cuestión de “si Dios es el ser de todas las cosas” y responde que “Dios es el ser de todas las cosas no esencialmente sino causativamente”. O sea, Dios no es coesencial al mundo, pero es su causa eficiente y realmente distinta. Seguidamente lo demuestra distinguiendo tres tipos de causalidad eficiente: a) causa unívoca: causa y efecto son idénticos o de la misma especie (padre e hijo); b) causa equívoca: no hay ninguna identidad real sino sólo una cierta vaga semejanza cualitativa nominal (el sol que calienta y las piedras calentadas se parecen en cuanto a la calidad del calor, pero no son de la misma especie); c) causa análoga: hay una cierta semejanza entre causa y efecto (en cuanto al hecho de existir) mezclada con una desemejanza (sustancial) más marcada; por ejemplo, entre Dios y el hombre, hay una cierta semejanza relativa en cuanto al hecho de que existen, pero son sustancialmente distintos ya que Dios es ‘a Se’ (esto es, subsiste independientemente de otro ser) y las creaturas ‘ab Álio’ (esto es, subsisten en virtud de Otro, que es Dios). De esto resulta que Dios produce el ser del mundo según una débil e imperfecta semejanza en relación con la sustancial diversidad entre ellos dos. Por tanto, “el Ser divino produce el ser del mundo en en la medida en que del Ser infinito procede o es causado eficientemente el ser de todas las creaturas” (I Sent., d. 8, q. 1. a. 2).
  
En la Summa contra Gentíles (Lib. III, cap. 68) el Angélico precisa que Dios es omnipresente, pero “no se encuentra mezclado con el mundo: El no es ni forma ni mucho menos materia de cosa alguna, sino que se encuentra en sus criaturas como causa agente eficiente”.
  
El Aquinate elimina así también todo posible equívoco panteísta, distinguiendo presencia, inherencia o inmanencia de inmanentismo: Dios no sólo es el “Ens a Se”, sino que es también “ Ens a quo ómnia ália”.
  
LA SAGRADA PREDICACIÓN
San Pío X, en el Motu proprio, prosigue enseñando que si los resultados de la sagrada predicación no son fructíferos se debe a menudo a la “vanagloria de los oradores, que deben estar provistos no sólo de elocuencia, sino también de piedad y de buena conducta de vida además de sólida doctrina, en particular de doctrina sagrada: “nemo dat quod non habet / nadie da lo que no tiene”[XI].
 
Prediquen no a sí mismos, sino el Evangelio y a Cristo crucificado, la doctrina y la moral. Aquí el Papa cita, traducido en italiano, el documento emanado, por orden de León XIII, de la Sagrada Congregación de los Obispos y de los Regulares el 31 de julio de 1894, del que citamos algunos pasajes de candente actualidad.
  
Se pone en guardia frente a los predicadores que “ostentan la palabra humana más bien que la divina y en particular aquellos que exaltan solamente la caridad de Cristo Salvador, pero no hablan de Su justicia. Escasos frutos derivan de esta predicación, oída la cual el hombre de mundo se convence de poder ser cristiano aun sin cambiar de conducta moral, con tal que diga: Creo en Jesucristo”, y se cita a San Jerónimo: “Cuando prediques no suscites los aplausos sino los lamentos del pueblo y las lágrimas de los que escuchan” (Ad Nepotian.), de otro modo se obtiene la admiración pero no la conversión.
  
Palabras estas últimas actualísimas, que nos hacen comprender la gravedad del morbo modernista en su actual extensión, profundidad y bajeza…
  
CONCLUSION
San Pío X concluye así su Juramento antimodernista: “Por esto conservo la fe de los Padres […] con referencia al “cierto carisma de la verdad” que reside ahora y siempre “en la sucesión del Episcopado transmitido por los Apóstoles”; no una fe que puede parecer mejor y más apta en relación a la cultura de cada edad, sino aquella por la que “nunca se crea otra cosa, nunca se comprenda otra cosa” si no la inmutable y absoluta verdad predicada por los Apóstoles desde los orígenes”.
 
Los mismos conceptos repite con mayor fuerza en la conclusión del Motu proprio: “Inducidos por la gravedad del mal cada día creciente y al cual no se puede tardar en oponerse sin un extremo daño, Nos hemos considerado oportuno prescribir o recordar estas normas, con la obligación de que sean religiosamente observadas. En efecto, ahora no se trata de luchar, como al principio, con los contradictores que se presentan vestidos de ovejas, sino con amigos abiertos y declarados, y además domésticos, los cuales, en estrecha alianza con acérrimos enemigos de la Iglesia, se proponen la destrucción de la fe. Ellos, en efecto, son personas cuya audacia surge cada día contra la sabiduría que viene del cielo, la cual ellos se arrogan el derecho de corregir, como si estuviese corrompida; de renovarla como si estuviese consumida por el tiempo; de engrandecerla y adaptarla a los gustos, a los progresos, a las comodidades del siglo, como si ella fuese contraria no a la ligereza de pocos, sino al bien de la sociedad”.
  
El punto más grave y angustioso del neo-modernismo conciliar y post-conciliar es el de haber invadido el vértice de la Iglesia y haber convertido en vago si no el concepto al menos el ejercicio del magisterio, de modo que, siendo ya en la mayor parte de los documentos solamente “pastoral” o incluso no ya magisterio pastoral, sino simple “exhortación” [XII] (‘aproximativo’ y ‘simbólico’, como decían los modernistas), deja al fiel en la incertidumbre y, dada su objetiva no correspondencia con el magisterio tradicional dogmático y definitivo, lo pone en la condición de deber comparar las dos enseñanzas y de correr el riesgo de resbalar hacia un subjetivismo en el cual es el individuo el que debe juzgar si se encuentra de acuerdo con la autoridad externa. Tal confusión creada artificialmente, verdadero “caballo de Troya en la Iglesia de Dios”, ha conseguido poner también a los católicos anti-modernistas “armados el uno contra el otro” en cuanto a las motivaciones de su resistencia común al neo-modernismo, el cual de esta manera “divídit et impérat”. Si se consiguiera mantener una cierta objetividad en el campo anti-modernista admitiendo una lícita diversidad accidental de motivos o interpretaciones de la unión sustancial de resistencia al neo-modernismo, se evitaría la fractura del átomo, pero esperar que en “este tsunami de lodo” de la época post-conciliar se mantenga lucidez, objetividad y se vea claro es una quimera. Una mancha negra, en una noche negra, sobre una piedra negra Dios la ve, el sacerdote no.
  
S. Pío X no definió el modernismo como una herejía, sino como “compendio de todas las herejías”; puede ser calificado, por tanto, como la herejía esencial, en cuanto que invierte y niega la garantía misma de la ortodoxia, esto es el supremo magisterio.
  
El “golpe maestro de satanás” ha sido aquel de haber enseñado de manera talmente aproximativa, simbólica, “pastoral”, que ha confundido las ideas también a quien ha intentado no sucumbir a la antropolatría o culto del hombre, que desde 1959 ha invadido el ambiente católico y ha llevado confusión y tinieblas por todas partes. Sólo Dios en su Omnisciencia y Omnipotencia puede poner arreglo. Nosotros, pobres hombres, no podemos sino continuar creyendo aquello que ha sido siempre enseñado antes de tal periodo de confusión (S. Vicente de Lerins, Commonitórium, III) y continuar haciendo lo que los cristianos han hecho siempre. Pretender resolver nosotros, con una teoría u otra, tal ‘mystérium iniquitátis’ es antropolatría narcisista.
 
Thomas
  
NOTAS
[I] Cfr. Brunero Gherardini, Concilio Ecumenico Vaticano II. Un discorso da fare, Frigento, Casa Mariana Editrice, 2009; Idem auctórem, Tradídi quod et accépi. La Tradizione, vita e giovinezza della Chiesa, Frigento, Casa Mariana Editrice, 2010; Idem auctórem, Concilio Vaticano II. Il discorso mancato, Turín, Lindau, 2011; Idem auctórem, Quæcúmque díxero vobis. Parola di Dio e Tradizione a confronto con la storia e la teologia, Turín, Lindau 2011; Idem auctórem, La Cattolica. Lineamenti d’ecclesiologia agostiniana, Turín, Lindau, 2011.
[II] “El Concilio Vaticano II se ha impuesto no definir ningún dogma, sino que ha elegido deliberadamente permanecer en un nivel modesto, como simple Concilio puramente pastoral” (card. J. Ratzinger, Discurso en la Conferencia Episcopal Chilena, Santiago de Chile, 13 de julio de 1988, en “Il Sabato”, n. 31, 30 de julio – 5 de agosto de 1988).
[III] A. Lang, Compendio di Apologetica, tr. it. Turín, Marietti, 1960, p. 461.
[IV] Aristóteles, alrededor de 300 años antes de Cristo, escribía a propósito de aquellos que negaban la evidencia: “Heráclito dice que niega el principio de no contradicción, pero entonces ¿por qué va a Megara y no se queda tranquilo en casa pensando que camina? ¿Y por qué no se tira al pozo, sino que se cuida muy bien de hacerlo precisamente como si pensase que caer no es lo mismo que no caer?” (Metafísica, IV, 4, 1008 b). De manera que “el escéptico coherente debería encerrarse en el mutismo absoluto, porque hablar quiere decir tener y expresar certezas. Por ello, Crátilo terminó callando y movía solamente el dedo” (Aristóteles, Metafísica, IV, 5, 1010 a). En resumen, todo hombre fuera de la discusión filosófica es inevitablemente realista y para el idealista en el acto de filosofar vale siempre lo que escribía Aristóteles respecto a los sofistas de su tiempo: “no se cree a todo lo que se dice” (Metafísica, IV, 3, 1005 b). En efecto, el escéptico Pirrón “por coherencia se esforzaba en no prestar atención a los precipicios, pero, asaltado por un perro, se asustó, distinguiendo muy bien un perro de un cordero” (Diógenes Laercio, Recopilación de las vidas y de las doctrinas de los filósofos, IX, 2). Finalmente Aristóteles concluia: “Es ridículo ir en busca de razones contra quien, rechazando el valor de la razón, no quiere razonar” (Aristóteles, Metafísica, IV, 4).
[V] Cfr. León XIII, Carta Testem benevoléntiæ de 1895.
[VI] Cfr. W. James, Frederic Myer’s Service to Psychology, en The Works of William James: Essays in Psychical Research, Harvard University Press, 1986; Id. Études et réflexions d’un psychiste, Paris, 1924.
[VII] F. W. Myers, Human Personality and its survival of bodily death, London, Longmans, 1903, 2 vol.; cfr. C. Fabro, voz Subconscio, en Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano, vol. XI, 1953, col. 1458-1459; cfr. P. Parente, voz Subcoscienza, en Dizionario di Teologia Dommatica, Roma, Studium, IV ed., 1957, pp. 400-401; Id., L’Io di Cristo, Brescia, Queriniana, 1955; F. Roberti – P. Palazzini, voz Metapsichica, en Dizionario di Teologia Morale, Roma, Studium, IV ed., 1968, 2º vol., pp. 1141-1143; Id., voz Subcoscienza, ibid., pp. 1627-1628; Id., voz Spiritismo, ibid., pp. 1593-1594.
[VIII] G. Sale, La Civiltà Cattolica, 2 de abril de 2001, Antonio Fogazzaro. Un cattolico liberale e modernista, p. 9.
[IX] J. de Monléon, Commentaire sur le prophète Jonas, 2ª ed., Quebec, Scivias, 2000, p. 28. De dicho libro léase Préface au livre de Jonas où critique de la Critique, pp. 5-22, y Postface sur les critères internes, pp. 83-119.
[X] Cfr. A. Romeo, L’enciclica ‘Divíno afflánte Spíritu’ e le ‘Opiniónes Novæ’, en “Divínitas”, III, 1960, p. 387 ss.; F. Spadafora, La “Nuova Esegesi”. Il trionfo del modernismo sull’Esegesi Cattolica, Sion (Suiza), Éditions Les Amis de Saint François de Sales, 1996, pp. 231, 232 y 234.
[XI] U. Bellocchi (a cargo de), Tutte le Encicliche e i principali Documenti pontifici emanati dal 1740, Città del Vaticano, LEV, vol, Pío X, 1999, p. 436.
[XII] Véase la Exhortación apostólica de Francisco I Amóris lætítia del 19 de marzo de 2016.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)