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martes, 18 de enero de 2022

TRÁGALA, TRÁGALA

Por Félix M.ª Martín Antoniano, del Círculo Tradicionalista General Calderón de Granada, para PERIÓDICO LA ESPERANZA (Parte 1 y Parte 2).
      
Caricatura «El enfermo por la Constitución» (1820)
   
Siguiendo la estela de los diversos bicentenarios que se van cumpliendo en nuestros años en orden a los orígenes de la Revolución que venimos sufriendo en el ámbito hispánico, conviene aprovechar la oportunidad de subrayar la verdad histórica y poner más en evidencia la maldad de todos esos procesos, en sus ideologías teóricas y aplicaciones prácticas. 
   
Para ello, sirven de indudable ayuda las denuncias y refutaciones hechas por las publicaciones y los autores realistas contemporáneos de aquellas épocas de convulsión y ruptura. Verificándose en estos tiempos los doscientos años del Trienio Liberal, es de obligada conmemoración el recuerdo de los «mártires de la Constitución». Esta última expresión es equívoca: no aludimos, por supuesto, a todos aquellos criminales que los liberales actuales consideran sus «héroes» en tanto que «patriotas defensores de la Constitución y reos del despotismo monárquico y eclesiástico»; sino que nos referimos a todos aquéllos católicos y realistas que, en el contexto de la sacrosanta guerra realista contra la Constitución, fueron víctimas atroces de los carniceros militares-terroristas liberales que iban asolando las poblaciones españolas, y que morían mártires por no querer jurar ni acatar ese documento infame tal como pretendían obligarles los propios negros.
   
Las páginas del diario realista El Restaurador recogen muchos ejemplos de esta heroica actitud del pueblo español. Y a ella hace referencia también un autor realista poco conocido hoy, pero publicitado en su día por el mismo diario: Mariano Castillón. Natural –como sus ancestros– de la localidad oscense de Ponzano, ejerció varios años como oidor en la Sala de lo Criminal de la Chancillería de Valladolid, y, siendo ya Canónigo de la Catedral de Sevilla y oidor honorario de lo Civil en la Real Audiencia de esa ciudad, se produjo la traición de Riego y, al parecer, tuvo que exiliarse en Francia, desde donde escribió y estampó varios opúsculos durante el Trienio en defensa de la antigua legalidad y contra la Constitución. El Restaurador los volvió a reimprimir y anunciar a la venta en su número de 24 de Julio de 1823: ¿Por qué cae la Constitución en España?; Reflexiones sobre la Constitución política de la Monarquía española; y Discurso sobre la introducción del gobierno representativo en España. Este último escrito es quizá el más importante, llegando a tener repercusión y polémica en la propia Francia, pretendiendo contestarle el Journal des débats de 26 de Mayo. Castillón avisaba y precavía contra la posible intención de la Santa Alianza –en flagrante contradicción con la legalidad multisecular de la Monarquía hispánica– de querer implantar en suelo español el llamado sistema representativo de Carta de derechos y Cámaras colegisladoras tal y como se había realizado en la llamada «Restauración» de Luis XVIII.
    
Acción de Benabarre, entre tropas realistas y constitucionales
   
No estará de más citar algunos pasajes muy interesantes en donde el autor realista hace una comparativa entre los casos español y francés en relación con la Revolución. En primer lugar, en cuanto a la Historia de las dos Monarquías, afirma que el espíritu monárquico se desplegó con más energía entre los españoles que en Francia, y añade:
«Y hay además la diferencia considerable de que en los trescientos años últimos, mientras el protestantismo sembraba en Francia gérmenes de división y de ruina contra la autoridad; en España, la guerra constante declarada a las novedades religiosas, consolidaba más y más el poder real, hasta poner su unidad a cubierto de todo ataque; y así, mientras el gobierno francés se veía obligado a conceder capitulaciones y a tolerar a los protestantes, nosotros, no satisfechos con cerrarles la entrada en nuestra casa, llevábamos al último punto nuestra unidad religiosa, y fortalecíamos la política con la expulsión de los moriscos. De aquí ha dimanado, que nuestra constitución como nuestras costumbres y leyes, sean eminentemente monárquicas».
Y, a continuación, centrándose en la época revolucionaria propiamente dicha, subraya una diferencia muy importante. Hablando primero de Francia, dice:
«La Filosofía hizo la Revolución de Francia, y ha hecho la de España ni más ni menos; pero la Filosofía había adquirido otra extensión y otro ascendiente allá que acá. A la otra parte de los Pirineos había sabido propagarse desde los primeros hasta los últimos rangos, desde la Corte hasta las aldeas y caseríos, y había fascinado con su ilusión y con sus promesas a grandes y pequeños, a ricos y pobres, a los mismos cuya ruina estaba preparando; de donde resultó que aquella Revolución fue una obra verdaderamente nacional, obra a que concurrió generalmente el pueblo francés, sea con su consejo, sea con su acción, sea con su aprobación».
Y continúa diciendo Castillón, ahora con respecto a los Reinos españoles:
«Mas entre nosotros, los progresos de la Filosofía no han podido extenderse, a lo menos notablemente, fuera de ciertos cuerpos literarios que se pueden señalar con el dedo, y de ciertas clases en que la corrupción de las costumbres había preparado el camino al trastorno de las ideas; pero otras clases, pero la inmensa mayoría y el verdadero cuerpo de la nación, no sólo se ha mantenido exento del contagio, si es que le ha mirado con horror, tomando cuantas medidas ha juzgado oportunas para precaverse de él y para extinguirlo desde que le vio tomar cuerpo en sus hogares. Nuestra Revolución no tiene nada de nacional: engendrada por los extraños, echada a la luz del mundo por cuatro teoristas acalorados, fomentada por un puñado de gentes perdidas desde sus cuevas tenebrosas, y llevada al cabo por una porción de tropas descarriadas; su carácter propio es el de una agresión contra la nación, el de una conquista intentada de la nación. ¿Y acaso han disimulado sus autores? ¿Qué quieren decir los himnos patrióticos al canto de los cuales se ha publicado, se ha sostenido y se pretende sostener el “nuevo régimen”? ¿Qué quieren decir los trágalas, y los lairones, y otras canciones de las llamadas patrióticas, en que al entusiasmo y urbanidad españoles, se ha substituido toda la rusticidad, la ferocidad, la bestialidad de los cafres? ¿Puede expresarse más terminantemente que la nación ha de tragar, mal que le pese, la Constitución que se ha antojado a los soldados imponerle, y que el que resista tiene ya pronunciada contra sí la sentencia de exterminio? ¿Quién es capaz de encontrar la más mínima diferencia entre la propagación de la Constitución y la del Al-Corán?».
Describe, a su vez, la loable respuesta de los pueblos españoles en levantamiento contra el nuevo «derecho» y el nuevo «orden» revolucionario, afirmando: «Nunca ha tenido España tan en el corazón sus antiguas leyes y costumbres como en el día». Y concluye afirmando que: «Dios, patria, Rey, Religión, leyes, legitimidad: éstos son los incitamentos que han armado las manos de esta milicia [realista]». 
   
Cuando Castillón habla de «trágalas» y «lairones», se refiere al estribillo de unas canciones que empezaron a divulgarse poco después del Golpe de Riego. Lo cuenta con detalle el periodista costumbrista Ramón de Mesonero Romanos en su libro Memorias de un setentón (1880). Una de las fondas de Madrid, llamada La Fontana de Oro –popularizada por el escritor liberal Benito Pérez Galdós en su primera novela, de homónimo título–, se reconvirtió en café con la llegada del «nuevo sistema», sirviendo de sede para la Sociedad de los Amigos del Orden, una de las múltiples Sociedades Patrióticas que fueron surgiendo como setas de manera abierta (en paralelo con los clubes secretos) a lo largo del Trienio, y en donde se organizaban actos públicos con discursos en pro de las nuevas ideologías liberales o revolucionarias. Cuando Riego entró por primera vez en Madrid a finales de Agosto de 1820, esa Sociedad le organizó un banquete en su sede y después le llevó al Teatro del Príncipe a continuar la «juerga», donde los ayudantes de Riego «pusieron en conocimiento del público –dice Mesonero– la insultante y grosera canción del Trágala, que traían de Cádiz y que tan perniciosa influencia llegó a tener en la opinión de las masas populares [minoritarias aún, hay que recordar, en relación a la mayoría del sano pueblo español realista], y, por consiguiente, en la marcha violenta de la Revolución».
   
Relata Mesonero que la letra de su primera estrofa decía: «Por los serviles/ No hubiera unión,/ Ni, si pudieran,/ Constitución;/ Pero es preciso/ Roan el hueso,/ Y el liberal/ Les dirá eso:/ Trágala, trágala,/ Trágala, trágala/, Trágala, trágala,/ Trágala, perro». Dice que tuvo «infinidad de variaciones en la letra, a cual más insultante», y pone este ejemplo: «Trágala o muere,/ Tú, servilón,/ Tú, que no quieres/ Constitución./ Ya no la arrancas,/ Ni con palancas,/ Ni con palancas,/ de la Nación». E incluso se arregló para bandas de música con diferente compás y esta letrilla: «Antiguamente/ A los chiquitos/ Se les vestía/ De frailecitos,/ Pero en el día/ Los liberales/ Visten los suyos/ De nacionales./ Trágala [se repite nueve veces]/ Trágala, trágala, servilón,/ Traga la Constitución».
  
Termina opinando Mesonero que «esta funesta canción, que vino a ser el ça-irà de la Revolución española, la hizo más daño que todas las bandas de facciosos». Es posible que estas canciones se puedan considerar como acciones pioneras de «batalla cultural»: suponemos que de esa misma «batalla cultural» de la que tanto pregonan hoy día los herederos liberales «patriotas» de aquellos precursores de la Revolución, cuya «memoria histórica» (otra frase que tanto se estila hoy día) conviene recalcar con ocasión de los bicentenarios.

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