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jueves, 2 de enero de 2025

EL PRIMER ALTAR PERMANENTE DE CARA AL PUEBLO EN LOS ESTADOS UNIDOS

Traducción del artículo publicado en LITURGICAL ARTS JOURNAL.
   
     
El arzobispo John Gregory Murray Connor (1877 - 1956), nativo de Connecticut, se convirtió en el arzobispo de San Pablo (Minesota) en 1931. Durante su mandato de 24 años se hizo visitante frecuente de los monjes en la abadía de San Juan cerca de Collegeville (Minesota). En estos años, San Juan era la abadía benedictina más grande del mundo y se había hecho un nombre por sí como el epicentro estadounidense del Movimiento Litúrgico y de lo que vino a llamarse el apostolado litúrgico, que fue una moda después de la I Guerra Mundial.

Arzobispo John Gregory Murray

Una primicia en el país
En 1938, el arzobispo Murray puso la primera piedra de la nueva iglesia en estilo neogótico inglés de la Natividad, en construcción en una hermosa zona residencial nueva en el vecindario Groveland de San Pablo. El arquitecto de la iglesia era un acatólico que respondía al nombre de James B. Hills. Fue durante ese tiempo que el arzobispo Murray aprobó un plan que hasta entonces era inaudito: el altar en la capilla de la cripta en el sótano debía estar permanentemente de cara al pueblo.
   
En aquellos tiempos esto representaba un estrato prohibido de experimentación litúrgica que ni siquiera fue concebido por muchos, o sancionado con la aprobación de la Santa Sede.
  
Una innovación en su época, tal cosa nunca se había intentado en ningún lugar del país. Los proponentes del Movimiento Litúrgico en Europa septentrional habían estado promoviendo lentamente la idea de la Misa versus pópulum, pero aún era un concepto novedoso en el resto del mundo.
   
A pesar de su rareza, solo existe una foto conocida del altar, que se ve aquí (la imagen que encabeza este artículo). Describe al párroco fundador que construyó la iglesia de la Natividad, el padre Terence Moore, un sacerdote irlandés de la diócesis de San Pablo. Nacido en Finea en 1869, fue uno de once hijos. Cuando el obispo James Ireland de San Pablo llegó buscando colonos y sacerdotes, el padre Moore se ofreció como voluntario. Fue ordenado sacerdote en 1892. Después de 55 años de sacerdote y 26 años como párroco de la Natividad, falleció en 1948.  
   
P. Terence Moore, responsable del primer altar de cara al pueblo
  
Dado que el apostolado litúrgico tuvo sus comienzos estadounidenses en Minesota, no sorprende que la nueva iglesia fue elegida para tal altar innovador cuando fue dedicada el 16 de Abril de 1939. El mismo día, 300 jóvenes fueron confirmados en la nueva iglesia. Fue un sacerdote nacido en Irlanda y un arzobispo hiberno-estadounidense quienes fueron responsables de este salto al futuro, influenciados sin duda por los benedictinos alemanes del Movimiento Litúrgico en los Estados Unidos y Europa. 
  
Iglesia de la Natividad, dedicada en 1939
  
El influenciador jesuita
La foto del altar fue posiblemente dada por el arzobispo Murray al escritor P. Geraldus Ellard SJ (1894 - 1963). El padre Ellard fue uno de los más destacados proponentes del apostolado litúrgico en los Estados Unidos. Nativo de Wisconsin, se hizo jesuita y un escritor prolífico. Por algunos años fue profesor de liturgia en la Escuela de Teología de la Universidad de San Luis. Luego de su ordenación en 1926, el padre Ellard estuvo fuertemente involucrado en el Movimiento Litúrgico, promoviendo sus ideas e influenciando a muchos a su alrededor. Pronto se hizo uno de los primeros proponentes de la Misa de cara al pueblo en los Estados Unidos.
  
P. Gerardus John Ellard SJ
  
El padre Ellard fue uno de los pocos jugadores claves del Movimiento Litúrgico. Junto con monseñor William Busch (1882 - 1971) de San Pablo y monseñor Martin Hellriegelhe de San Luis, ellos conformaron un pequeño grupo que colaboró estrechamente con el padre Virgil Michel OSB de la abadía de San Juan en Minesota. El padre Michel fue el fundador de la revista Orate Fratres. Publicada por primera vez en 1926, llegó a ser la voz del movimiento. Junto a estas mentes contribuyó a la labor editorial de la revista en sus difíciles primeros años. Monseñor Busch también vivía en San Pablo, un joven profesor de Historia eclesiástica que iba a enseñar por más de cincuenta años en el Seminario de San Pablo. 
  
Por sus escritos y discursos, el padre Ellard anticipó algunos de los cambios que tendrían lugar solo después de su muerte a fines de la década de 1960. En su tiempo fue un escritor prolífico, publicando su primer libro en 1933 con el título Christian Life and Worship (Vida y culto cristiano). También fue autor en 1948 de The Mass of the Future (La Misa del futuro) y en 1956 escribió The Mass in Transition (La Misa en transición). 
   
Ítem, cofundó en 1940 la Conferencia Litúrgica Nacional que se realizaba cada año en una ciudad diferente. Su primer encuentro se realizó en Chicago y el segundo en San Pablo en 1941. El lema de la organización era sencillo: «La Conferencia Litúrgica busca ayudar a la jerarquía en la promoción de una participación más activa e inteligente en la liturgia, y espera reclutar como miembros a todos los que deseen cooperar para alcanzar este objetivo».
   
Las conferencias buscaban el respaldo episcopal y se hicieron reconocidas por el amplio alcance de sus actividades e innovadoras Misas “de cara al pueblo”, siempre hechas con invitación de obispos y celebradas en grandes auditorios cívicos, como a continuación:
  
Semana Litúrgica Nacional en 1953 (Grand Rapids, Míchigan).
  
En 1940, el padre Ellard escribió un libro titulado Men at Work in Worship (Hombres trabajando en el culto). El arzobispo Murray escribió el prólogo. El libro fue considerado en alguna forma vanguardista. En aquellos días, el movimiento estaba buscando catequesis con más mejoras y no necesariamente un cambio en la liturgia. Con todo, hubo una voz creciente llamando a un retorno a lo que se percibían ser prácticas litúrgicas más antiguas, que poco a poco se apoderaron de la siguiente generación de clérigos. 
   

A lo largo de las décadas de 1940 y 1950, las Misas celebradas de esta forma de cara al pueblo se hicieron más comunes, aunque excepcionalmente raras. Ellas eran más comunes en las Semanas  litúrgicas nacionales celebradas en las décadas de 1940 y 1950, cuando los obispos celebraban Misas Pontificales de cara al pueblo en las tarimas de los auditorios.
   
En esos años, el arzobispo Murray también estaba celebrando Misas de cara al pueblo en las ocasiones cuando celebraba Misas estudiantiles en la Capilla de Santo Tomás en el campus de la cercana Universidad de Santo Tomás y Academia Militar de Santo Tomás; ambas compartían el mismo campus y capilla en San Pablo. A petición de un sacerdote local, el padre William Busch, el altar fue hecho de madera con cuatro patas, porque en su pensamiento eso estaba más en línea con la mesa de la Última Cena.
   
Las primeras evidencias e imágenes de tales Misas se puede ver en otros libros de Ellard como también en los coloquios publicados de la Conferencia Litúrgica Nacional. La iglesia de Santa Elena en Mineápolis, construida en 1942, también tuvo unas primeras Misas de cara al pueblo.
   
No sorprende que algunos de estos hombres hayan estudiado en Europa en un tiempo cuando muchas de estas ideas empezaron a ser discutidas. El padre Ellard había estudiado en Múnich. El arzobispo Murray y monseñor Busch habían estudiado en Lovaina. Mientras viajaban por el norte de Europa, estos jóvenes sacerdotes habían visitado distintos monasterios y sido introducidos a varias prerrogativas litúrgicas y corrientes de estilo en comunidades monásticas y otros lugares en Bélgica y Alemania.
   
La capilla del sótano.
La capilla del sótano de la Natividad era austera. Tenía un techo artesonado de concreto pintado con un suelo de terrazo [guijarros (habitualmente de mármol) conglomerados con cemento, N. del T.] verde con bancas de roble barnizadas de negro. El altar estaba elevado por tres gradas. Un crucifijo de dos caras colgaba del techo sobre el santuario, describiendo un Cristo resucitado de un lado y a Cristo Rey del otro, una obra artística de la época que reflejaba el Movimiento Litúrgico.
   
Debido a que el altar era una sólida estructura permanente de madera con una pequeña ara de piedra insertada en la parte superior que había sido consagrada, era lo que la Sagrada Congregación de Ritos en el Vaticano categorizaría como un altar “ad modum fixi”, esto es, una combinación entre un altar fijo y un altar portátil. Se cree que el altar había sido usado previamente en el auditorio de la escuela vecina posiblemente entre 1923 y 1939, la locación de las misas parroquiales antes que se construyera y completara la nueva iglesia.
  
El altar estaba hecho de roble barnizado, diseñado con tres registros frontales, con una imagen central tallada del Cordero de Dios sobre el Libro de los Siete Sellos, descrito en el libro del Apocalipsis (caps. 5-8), llamando a pensar en la Segunda Venida de Cristo y el fin de los tiempos.
   
El tabernáculo ya estaba en marcha, a un lado sobre una mesita, un vistazo de una tendencia futura (la mesa estaba hecha en un estilo clásico de yeso blanco de París). Las sacras eran puestas acostadas en el altar, para no obstruir la vista de los fieles en las bancas. El altar no tenía gradas, con dos candelabros de madera para la Misa rezada apoyados sobre el altar. Posiblemente había una cruz pequeña apoyada sobre el plan del altar.
  
Hubo también un órgano eléctrico. Respecto a la música en la Misa rezada en aquellos años, se hizo una provisión para una forma simplificada de Misas cantadas que requería solo el servicio de un órgano y al menos un cantor entrenado para suplementar el canto de la congregación. 
  
Desafortunadamente, la capilla ya no se conserva intacta, como se ve a continuación hoy. En el furor de la revolución litúrgica, el arreglo del presbiterio se estropeó y el altar fue removido, en  algún momento en la década de 1970. El paradero del mobiliario original del presbiterio es desconocido (la talla del cordero del frontal el altar está actualmente en una capilla privada en la rectoría desde 2014).
   
En la década de 1970, uno de los transeptos de la capilla inferior fue bloqueado y convertido en área de almacenamiento mientras se dispuso un nuevo presbiterio al lado este de la nave de la capilla del sótano, con un nuevo altar y sede del celebrante a juego en el estilo setentero, después removido con las bancas durante una remodelación de la capilla del sótano en un salón multipropósito en 1993-1994.
  
La capilla tal como se ve hoy, actualmente convertida en salón multipropósito.
  
En sus mejores días, la parroquia estaba tan llena para su fiesta patronal que había dos Misas de Navidad in nocte abarrotadas: una en la iglesia superior con otra simultánea en la capilla del sótano. Ambas compartían la misma sacristía superior, accesible por una escalera que conectaba a las dos. Muchos monaguillos de la época recuerdan aún ayudar en las Misas en la capilla inferior, aunque la novedad era bastante normal para ellos. 
  
Como nota marginal, el estilo de los ornamentos que se veían en la Natividad fue siempre neogótico, conforme al gusto litúrgico de la época, la dirección del Movimiento Litúrgico, y el estilo inglés de la iglesia.
  
La capilla tal como se veía en 1939, con el tabernáculo a un lado.
  
A continuación se muestra una descripción del altar, tomada del folleto del quincuagésimo aniversario de la parroquia publicado en 1972. El folleto cita el folleto de dedicación de la iglesia de 1939, lo que ilustra que la iglesia de la Natividad se adelantó mucho a su tiempo con el nuevo altar, una veintena de años por delante del resto de la Iglesia. La tendencia a dar la vuelta a los altares llegó solo después del Concilio. La iglesia de la Natividad colocó un altar portátil en su santuario principal del piso superior en 1965. Ese altar permaneció hasta 1983, cuando el altar mayor permanente se movió hacia adelante y se cambió por uno de una capilla lateral. 
   
Folleto histórico conmemorativo de los 50 años de la parroquia de la Natividad.
   
Esta sección del folleto, posiblemente escrita por monseñor Busch o el padre Ellard, dice: 
«Los feligreses probablemente se sorprenderán cuando vean el altar en la iglesia de abajo. No tiene nada de inusual, excepto que está orientado en una dirección exactamente opuesta a la que estamos acostumbrados. Cuando se dice la Misa, el sacerdote está de cara a la congregación todo el tiempo en lugar de solo en los intervalos, como es el caso habitual.
   
En realidad, no hay nada de extraño en ello. En cualquier iglesia, el altar puede estar orientado en ambas direcciones. Puede estar situado de modo que el sacerdote esté de espaldas a los fieles y, por lo tanto, deba darse la vuelta cuando reza el Dóminus vobíscumOráte fratres y oraciones similares; o puede estar situado de modo que no tenga necesidad de darse la vuelta nunca, como es el caso en la iglesia de abajo. 
    
La primera forma es la práctica habitual en el mundo católico occidental de hoy. La más antigua, sin embargo, era colocar el altar separado de la pared y de cara a la congregación. Esta costumbre, hay que decirlo, no era absolutamente universal en la Iglesia primitiva, porque a veces las circunstancias exigían otra, como cuando no había suficiente espacio para que el sacerdote se situara detrás del altar; esto sucedía con frecuencia en las catacumbas y, más frecuentemente, en los altares de las capillas.
    
Que esta era la costumbre inusual durante muchos siglos es evidente por varias cosas. En primer lugar, que el obispo tenía su trono en el ábside donde ahora se encuentra comúnmente el altar; en segundo lugar, que las rúbricas para incensar el altar suponían que el sacerdote caminaba completamente alrededor de él; y en tercer lugar, que el lugar donde el subdiácono se situaba en una misa solemne era al otro lado del altar, de cara al celebrante, y no detrás del diácono como es el caso hoy.
   
Es imposible decir cuántas iglesias de los primeros siglos tenían altares como el de nuestra iglesia de abajo. Es posible, según la gran obra de Joseph Braun, Der Christliche Altar, decir que en tres casos siempre estaba de cara al pueblo. 
    
Primero, en las catedrales donde el trono del obispo lo hacía necesario. 
   
En segundo lugar, en aquellas iglesias en las que se guardaban reliquias de santos en el antepecho del altar. En este caso, el altar estaba situado de forma que los fieles pudieran venerar las reliquias sin entrar en el presbiterio y, por tanto, el difunto debía estar cerca de la barandilla de la comunión y de cara al pueblo que se encontraba en la iglesia. 
   
En tercer lugar, cuando la iglesia estaba orientada hacia el oeste. En los primeros siglos, la gente siempre miraba hacia el este cuando rezaba. Si la iglesia estaba orientada hacia el oeste, entonces el sacerdote debía mirar hacia el este, por lo que el altar tendría que estar ubicado como está en nuestra iglesia de la planta baja. 
    
Fue en el siglo IX cuando empezó a popularizarse la costumbre de colocar el altar de cara a la pared del fondo. En los países del norte se hizo cada vez más raro colocar reliquias en el altar y el trono del obispo se trasladó a un lado del presbiterio, donde se encuentra actualmente.
    
Amalario de Metz, escribiendo a mediados del siglo IX, da por sentada esta posición: “Cuando decimos Pax vobíscum o Dóminus vobíscum, que es un saludo, nos volvemos hacia el pueblo. Nos ponemos de cara a aquellos a quienes saludamos, excepto en el caso de los saludos que preceden al prefacio”. Después del año 1000, la regla general era tener el altar de cara a la pared del santuario, como lo tenemos en la iglesia del piso superior.
   
Tenemos, pues, en la Iglesia de la Natividad un altar colocado de cara al pueblo como era bastante común durante los primeros mil años del cristianismo y otro colocado como se ha puesto de moda en los segundos mil años de la Iglesia.
   
Salvo en Roma y en algunos lugares de Alemania, y quizá en algunos otros países, no se ven altares como el nuestro en la iglesia de abajo. Roma, que se aferra tan tenazmente a la costumbre, los ha abandonado. El altar en el que el Santo Padre celebra la misa en la iglesia más grande de toda la cristiandad, San Pedro, está colocado igual que el nuestro en la parroquia de la Natividad; y así está colocado en otras catorce iglesias de la ciudad de Roma.
    
La razón para colocarlo como está es clara. Tal dirección sirve para unir más estrechamente a los fieles y al sacerdote en la celebración del Sacrificio de la Misa. En los últimos años se ha visto un gran progreso en esta idea. Los católicos saben hoy que deben asistir a la Misa siguiendo las acciones del sacerdote y asociándose a las oraciones que dice. Saben que están de pie alrededor del altar, íntimamente involucrados en todo lo que hace y dice, y que nunca están allí simplemente como espectadores.
    
Para acelerar dicha asistencia, se ha instado a menudo a que los asistentes a la misa se proporcionen un misal para que puedan seguir en inglés lo que el sacerdote dice en latín.
    
Además, se espera que la Missa Recitáta en la iglesia de abajo nos proporcione una lección objetiva y que los adultos aprendan de los niños de la escuela cómo ayudar mejor en la misa.
   
Los miembros de la parroquia de la Natividad deben sentirse orgullosos de tener el primer altar (en estos segundos mil años) orientado hacia el pueblo de los Estados Unidos. También deben estar agradecidos a su Reverendísimo Arzobispo, que les ha concedido permiso para tener su altar así y para que se recite la Misa. Sin duda, no hay mejor manera de mostrar gratitud que asistiendo a la Misa de manera más perfecta».
Nota del editor: Hasta donde sabemos, la misa en los primeros siglos se celebraba exclusivamente  versus Deum. El movimiento litúrgico del siglo XX estaba lleno de promesas, aunque algunas de sus teorías históricas se basaban en proposiciones engañosas. Por ejemplo, que hubo un tiempo en que todas las misas se celebraban de cara al pueblo o que hubo un tiempo en que todos cantaban todo en la liturgia. 

La tradición de la Iglesia.
De hecho, la Iglesia ha llegado a permitir tanto la Misa versus Deum (de cara al sagrario fijado al altar) como la versus pópulum (de cara al pueblo, a la congregación en los bancos). Al mismo tiempo, la tradición de la Iglesia ha expresado a través de los siglos una clara preferencia por la Misa versus Deum
   
Quizás la razón principal sea que se trata de una actitud adecuada hacia el culto. La belleza mística y la dignidad sacramental del culto litúrgico no pueden sobreestimarse. Su verdad plena estará siempre escondida en el abismo del misterio nupcial de Cristo y de su Iglesia. 
    
Por esa razón, no es de extrañar que en la Iglesia primitiva, tanto en el Oriente griego como en el Occidente latino, la Misa nunca se celebrara de cara al pueblo. De hecho, la orientación siempre era la misma que la del culto en el templo y de cara al Este. Podemos suponer con seguridad que se trata de una tradición apostólica. Roma era una excepción para el Romano Pontífice y un puñado de iglesias de estación selectas en la Ciudad de Roma, dada Su jurisdicción suprema y universal. 
   
Fulton Sheen dijo una vez: «Es un principio establecido desde hace mucho tiempo en la Iglesia no eliminar por completo de su culto público ninguna ceremonia, objeto u oración que alguna vez ocupó un lugar en ese culto». 

Las tradiciones eclesiásticas son tradiciones (o disciplinas) que fueron introducidas por los mismos Apóstoles o en tiempos post-apostólicos. Para examinar tradiciones litúrgicas como ésta, es importante recurrir a la práctica histórica y al juicio de la Iglesia. 
«Si la Iglesia nunca se ha atrevido a cambiar una Tradición o a prescindir de ella, esa Tradición debe ser considerada como Tradición divina. Tal es la Tradición de la observancia dominical. Tal es la mezcla de agua y vino en la celebración del Sacrificio de la Misa. Finalmente, en lo que respecta a los preceptos e instituciones que por su propia naturaleza no requieren necesariamente un origen divino, pero que pueden haber tenido su origen en la autoridad apostólica o eclesiástica, aplique la regla de oro de San Agustín: “Lo que la Iglesia universal mantiene, lo que nunca fue instituido por los Concilios, sino que siempre se mantuvo en la Iglesia, debe creerse con razón que no fue transmitido por nadie más que por la autoridad apostólica” (De Baptísmo IV, 24)» (Tradition and Church por Mons. George Agius, pág. 9). 
El espíritu revolucionario que se apoderó de la Iglesia durante la turbulenta década de los años 60 ocultó el buen juicio sobre esta cuestión. La irresistible fuerza del cambio reformó el pensamiento católico y las preferencias por la oración. Imbuida del espíritu de la época, la tendencia era a hacer que todo fuera nuevo. El Vaticano II fue un hito, aunque el Concilio no mencionó ni remotamente la posibilidad de cambiar los altares. 
   
Dicho esto, el tiempo y la distancia han dado perspectiva. Hoy no hay ninguna amenaza a la preponderancia de los altares de cara al pueblo. Por no hablar de que la perspectiva actual es mucho más “moderna” que en los años sesenta. Al mismo tiempo, vivimos en una época de decidido renacimiento litúrgico, con un llamamiento casi universal a la restauración de lo sagrado. La Madre Iglesia actúa como un paterfamilias respecto de todos sus hijos, guiando e instruyendo mediante la luz y la confianza de la tradición, una fuente de revelación a menudo olvidada.
   
Folleto conmemorativo de los 100 años de historia de la parroquia de la Natividad

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)