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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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jueves, 30 de diciembre de 2021

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA TRIGÉSIMOTERCERO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 33.ª (DÍA SEXTO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD): De Jesús que duerme.
Muy escasos y penosos eran los sueños del Niño Jesús. Un pesebre era su cuna, de paja el lecho, de paja también la almohada. Con lo que frecuentemente era interrumpido el sueño de Jesús, por la dureza de aquella tormentosa camilla, y por el rigor del frío que hacía en aquella gruta. No obstante, de cuando en cuando, vencida la naturaleza de la necesidad, se dormía el precioso Niño entre aquellas penalidades. Pero los sueños de Jesús se diferenciaban mucho de los de los otros niños, a quienes son útiles en cuanto a la conservación de la vida, mas no en cuanto a las operaciones del alma, porque esta, privada de los sentidos, no obra entonces. No fueron así los sueños de Jesucristo: Yo duermo, y mi Corazón vela, nos dice en los Cánticos (cap. V, 2). Descansaba el cuerpo, pero velaba el alma, estando a Jesús unida la persona del Verbo, que no podía dormir ni ser soporada por los sentidos. Dormía el santo Niño, y mientras tanto pensaba en todas las penas que debía padecer por amor nuestro en toda su vida y en su muerte. Pensaba en los trabajos que debía padecer, así en Egipto como en Nazaret, con una vida tan pobre y despreciada. Pensaba después particularmente en los azotes, en las espinas, en las ignominias, en las agonías y en aquella desolada muerte que había de padecer por fin sobre la cruz. Todo lo cual Jesús durmiendo lo ofrecía al eterno Padre, para alcanzarnos el perdón y la salvación. Así que nuestro Salvador en tal estado merecía para nosotros y aplacaba al eterno Padre, de quien nos alcanzaba las gracias. Roguémosle, pues, ahora, que por el mérito de sus bienaventurados sueños nos libre del mortífero de los pecadores, quienes duermen miserablemente en la muerte del pecado, olvidados de su Dios y de su amor. Pidámosle que en cambio nos dé el feliz sueño de la Esposa de los Cantares, acerca de la que nos advierte Él mismo: No levantéis ni hagáis despertar a la amada, hasta que ella quiera. Tal es aquel sueño que Dios concede a las almas que ama, el cual no es otro, como dice San Basilio, sino un olvido total de todas las cosas, que se consigue cuando el alma se aparta de todo lo terreno, por atender solo a Dios y lo que se dirige a Su Gloria.
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
Mi querido y santo Niño, Vos dormís, y ¡oh, cuánto me enamoran esos vuestros sueños! Para los demás son figura de muerte, mas en Vos son señal de vida eterna, pues que mientras descansáis, estáis mereciendo para mí la salvación eterna. Vos dormís, pero vuestro Corazón no duerme, sí que piensa en padecer y morir por mí. Durmiendo Vos, pedís por mí, y me estáis alcanzando de Dios el reposo eterno en el paraíso. Mas antes que me lleveis, como espero, a descansar con Vos en el Cielo, quiero que descanséis por siempre en mi alma. En otro tiempo, Dios mío, yo Os he desechado de mí, pero Vos, con tanto llamar a la puerta de mi corazón, ahora con temores, luego con luces, despues con voces de amor, confío que habréis entrado; porque siento una grande aversión de las ofensas que os he hecho, un arrepentimiento, que me causa un gran dolor, dolor de paz que me consuela, y me hace esperar habré sido perdonado por vuestra bondad. Os doy gracias, Jesús mío, y os ruego que no os separéis jamás de mi alma. Ya sé que no os apartaréis si yo no os despido, mas esta gracia os suplico, y os pido me ayudeis siempre a buscarla. No permitáis que vuelva a desecharos de mí. Haced que me olvide de todo, para pensar en Vos, que habeis pensado constantemente en mí y en mi bien. Haced que yo os ame siempre en esta vida, hasta que mi alma unida con Vos, expirando en vuestros brazos descanse eternamente en vuestro seno, sin temor de perderos más. Oh María, asistidme en vida, y asistidme en muerte, para que Jesús repose siempre en mí, y logre yo siempre descansar en Jesús.

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