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sábado, 25 de diciembre de 2021

SERMÓN DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

El día 25 de Diciembre de 2021, fiesta de la Natividad del Señor, el Padre Pío Vázquez presidió la Misa “in Die” en la Capilla San Pío X de la ciudad de Santa Fe de Bogotá (Colombia), donde dio el siguiente sermón, que trató sobre el Nacimiento de Nuestro Señor, sus circunstancias y las enseñanzas que para nuestro aprovechamiento espiritual se derivaron de este.
  
Queridos fieles:
    
El día de hoy nos hallamos celebrando una de las Fiestas más importantes de todo el año litúrgico: el Nacimiento de Dios Nuestro Señor Jesucristo, el nacimiento en el tiempo de Dios hecho hombre.
   
Quisiéramos, primeramente, comentar cómo su nacimiento, al que estamos tan acostumbrados, es un gran misterio y, en segundo lugar, ver qué enseñanzas nos da con las particulares circunstancias del mismo.
    
El Nacimiento de Dios
Primeramente, consideremos, pues, este gran misterio.
    
Por desgracia, como estamos tan acostumbrados a oírlo desde que somos niños muy pequeños, no lo valoramos como merece. Desde que somos chiquiticos oímos hablar y se nos enseña del nacimiento del Niño Dios, del pesebre, de Belén… Pero, ¿por un momento nos detenemos a considerar y meditar lo que esto significa; a pensar qué estamos celebrando hoy? El nacimiento de Dios en la tierra, y ¡nos suena tan natural!, y, sin embargo, no lo es. ¡Dios nacido de una mujer virgen! ¡Que Dios se haya hecho hombre! Esto solo, prescindiendo de los detalles de su nacimiento —de los cuales ya diremos—, debería bastar para anegarnos en un abismo de adoración al Altísimo. ¡Dios hecho hombre!
     
Y, además, ¡que haya querido venir al mundo como el resto de los mortales!, ¡siendo un niño! Si Él hubiera querido, podría haber creado un cuerpo adulto de 30 años y haberse allí encarnado, para ahorrarse así pasar por las incomodidades de ser bebé, luego niño, adolescente, etc. Pero no, Él quiso pasar por ello, quiso parecerse a los demás niños: pequeño, indefenso, necesitado… Y, sin embargo, en ese Niño, en apariencia igual a los demás, habitaba toda la plenitud de la divinidad, el Verbo hecho carne.
     
Este solo hecho, la Encarnación, que Dios se haya hecho hombre por amor a nosotros, debería bastar para inflamar nuestros corazones en su divino amor, para así entregarnos del todo a Él, sin reservas, para estar totalmente dedicados a su servicio. Pero, como no lo meditamos ni pensamos, por eso nuestra tibieza en el amor de Dios…
     
Circunstancias de su Nacimiento
Y si ya lo anterior, el puro hecho de que se haya hecho hombre, basta para anonadarnos, veamos ahora con qué circunstancias quiso que estuviera envuelto su nacimiento, para aun más asombrarnos.
     
Veamos lo que nos dice el Evangelio: “Estando allí [en Belén], aconteció que se cumplieron los días del parto. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebre, porque no quedaba lugar para ellos en la hospedería” (Lc. 2, 6-7).
    
Increíble. Nace Dios y no tiene siquiera una morada en la cual nacer: “no quedaba lugar para ellos en la hospedería”. La Virgen Santísima próxima a dar a luz y no tienen a donde hacerse. Imaginemos la cruz que ello sería, la preocupación de San José: ¿Qué hacemos? Comienzan a buscar y hallan una gruta, dentro de la cual hay un establo —por tanto, animales, suciedad, mal olor, habría estiércol, sería oscuro— y allí María Santísima dio a luz milagrosamente sin daño de su integridad virginal y colocó al Niño recién nacido sobre un pesebre, esto es, ¡donde comen los animales! Es decir, nació Dios y, no sólo no tuvo donde nacer, sino que ni siquiera una cuna en donde ser reclinado. No olvidemos que estamos hablando de Dios, en ese Niño habitaba toda la plenitud de la divinidad: Una mansión lujosísima, las más grande y hermosa que existiera; una cuna toda de oro, llena y recamada de piedras preciosas, hubiera sido poco para Él que es el Creador y Señor de todas las cosas y lo merece todo…
    
Pero no para allí la cosa. A todo esto que decimos hay que añadir que nace totalmente desconocido. Insistimos, estamos hablando de Dios, no es un cualquiera quien nace… Y absolutamente nadie está enterado. Sólo lo saben la Virgen Santísima y San José, pero fuera de ellos el mundo entero ignora el magno acontecimiento del nacimiento del Mesías, del Verbo de Dios hecho hombre. Todos los hombres siguen su curso, sus vidas de manera habitual, sin saber ni sospechar que ha nacido el Redentor del Género Humano, desde tantos siglos esperado.
    
Enseñanzas a sacar del Nacimiento de Cristo
Ahora viene la pregunta a la mente: ¿Por qué quiso Nuestro Señor que su Nacimiento estuviera revestido de tales circunstancias? La respuesta es: para instruirnos, para enseñarnos, pues las acciones mismas de Dios Nuestro Señor Jesucristo son lecciones para nosotros, según reza el dicho latino: “Étiam gesta Christi verba sunt”, “También las acciones de Cristo son palabras”.
 
¿Y qué nos quiere enseñar con todas estas circunstancias? Evidentemente que apreciemos la pobreza, la humildad, a tener desprecio porlos honores terrenos, así como Él no los quiso y despreció. Verdaderamente, con tan sólo meditarlo un poco todo esto salta a la vista. El Nacimiento de Nuestro Señor es un fuertísimo llamado a la humildad, al desprecio de todo lo terreno, de las vanidades humanas y mundanas. Al nacer, no quiso tener nada, ni siquiera una cuna donde ser colocado; no quiso que nadie supiera, sino que quiso nacer desconocido.
   
Y hay una circunstancia más, con la cual nos instruye. Después de nacer, decidió comunicar la buena nueva de su Nacimiento. ¿Pero a quién lo hizo? ¿Acaso al Emperador Augusto, el hombre más poderoso del momento?, ¿o a Herodes y demás príncipes y dignidades de por allí?, ¿o tal vez al sumo sacerdote o a los escribas y fariseos?, ¿o a los sabios filósofos del momento? No, a ninguno de ellos le fue comunicada tan grata nueva; sino que los únicos a quienes Nuestro Señor quiso compartirles la noticia de su Nacimiento fue a unos pastores pobres y humildes que yacían en el campo, haciendo vigilia durante la noche, guardando su rebaño; para así mostrarnos sobre quienes está su predilección, “escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los párvulos” (Mt. 11,25), dirá Él mismo después.
    
Por tanto, ¿qué es lo que busca Cristo sino abatir nuestra soberbia y excesivo apego a los bienes de este mundo y a sus honras y honores?Si Él nació así, fue para darnos ejemplo, ejemplo que seguiría dando a todo lo largo de su vida y muy especialmente en su Muerte. Debemos seguirlo e imitarlo en su amor a la pobreza, a la humildad, en su desestimación por las grandezas de este mundo.
   
Comparemos esta gran humildad de Nuestro Salvador con nuestra enorme soberbia, para que podamos así quedar sanamente confundidos. Ver, por un lado, cómo Él se abate a más no poder, y cómo nosotros, por otro, no hallamos cómo engrandecernos a nosotros mismos por encima de todos y todo. Meditémoslo y pidámosle nos dé la gracia de seguir su ejemplo.
    
Para concluir, queridos fieles, simplemente los queremos exhortar a que, con el pensamiento, vayamos al pesebre y contemplemos el Nacimiento del Niño Dios; y que, viéndolo nacer así, nos decidamos a ser totalmente de Él y no a medias tintas, una parte para el mundo y otra para Dios, no; sino ser absolutamente de Nuestro Señor; Él lo merece y por eso ha hecho también todo ello, por amor a nosotros, para poder conquistar nuestro corazón. Démoselo, pues, en especial en esta fecha tan hermosa.
    
Quiera María Santísima rogar por nosotros para que así sea.
    
Ave María Purísima. PADRE PÍO VÁZQUEZ

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)