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miércoles, 7 de agosto de 2024

SAN CAYETANO CONTRA MARTÍN LUTERO

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
   

San Cayetano de Thiene (Vicenza, 1 de Octubre de 1480 - Nápoles, 7 de Agosto de 1547), ya muy estimado secretario particular de Julio II, fundador de los Clérigos Regulares Teatinos, floreció en un período atormentado de la historia eclesiástica entre la decadencia del clero y el surgimiento de herejías exigentes, que la historiografía partidista difunde como reformadoras de las costumbres.

A estas últimas, el Santo se opuso con fuerza, con la práctica de la virtud y con la enseñanza de la doctrina cristiana, por lo que con razón Inocencio XII, al publicar en 1691 el decreto de su canonización (celebrada por Clemente X veinte años antes), subrayó la providencial oposición a Lutero:
«Entre los diversos beneficios de la bondad divina, perenne es aquel mediante el cual, para erradicar la cizaña de los falsos dogmas, que el enemigo no deja de plantar en el floreciente campo de la Iglesia, el celestial jefe de familia siempre ha enviado en los tiempos establecidos dignos operarios que ocurriesen a los males inminentes y derrotasen la perniciosa secta que crecía.
    
Entre estos dignos operarios, en el siglo pasado, en el que el impío heresiarca y desertor de la milicia religiosa, Lutero, y los demás sacrílegos sectarios trabajaron imprudentemente para privar la dignidad de la Santa Sede y del Romano Pontífice, para eliminar las órdenes regulares y para eliminar la veneración de los Sacramentos, fue suscitado por la divina Providencia el espíritu del fiel siervo Cayetano de Thiene».
  
El teatino Giuseppe Silos, en la Vida de San Cayetano, publicada el año de su canonización (1671), enumera algunos puntos en los que el Santo se opuso a la herejía:
«Este fue, por tanto, el signo en el que Cayetano y sus compañeros, al fundar esta nueva Orden Clerical, dirigieron sus santísimos pensamientos, es decir, la necesidad de contrarrestar el orgullo de los herejes de aquellos tiempos, y venir con ellos a la batalla no sólo en campo abierto, con disputas y con escritos, pero más particularmente con disciplina regular y con el ejercicio de las virtudes; para que lo que enseñó Lutero con sus mentiras solemnes, lo reprobaran también con sus costumbres loables; y cuantas malas semillas y malas hierbas esparcieron en el campo de la Iglesia, tanto erradicaran con la santidad y el rigor de la vida, con el estudio del culto divino y con otras observancias religiosas.
     
El principal objetivo de los crímenes de Lutero fue derrocar la autoridad del Sumo Pontífice y la obediencia que se le debía; nuestros primeros Padres, sometiendo inmediatamente su Orden a la Sede Apostólica, hicieron un voto especial de obediencia al Romano Pontífice.
     
Lutero odiaba el nombre de Clérigo por encima de todo; los nuestros, alardeando de este nombre, que tanto aborrecía aquel Monstruo, se llamaban Clérigos Regulares.
    
Enemigo desafiado de la Cruz, Lutero era y se mostraba, y sin embargo se mostró tan inspirado Cayetano por esta Cruz que al fundar su Religión no quiso ningún otro modelo o guía; ni sirvió bajo ningún otro estandarte que no sea la Cruz.
   
Lutero hizo todo lo posible para desbancar de la Iglesia el uso de la sagrada Eucaristía; Cayetano, Carafa [futuro Pablo IV], y los otros de nuestros Padres no tuvieron más solicitud que encender las almas a estos alimentos divinos; y por medio de ellos se vio en el siglo pasado restablecida la mesa del Altar, casi olvidada.
    
Además, Lutero sentía un especial aborrecimiento por el culto divino, condenando los ritos eclesiásticos y prohibiendo las ceremonias antiguas y todo lo externo a la religión; los nuestros, por el contrario, no tenía más interés que los ornamentos y el esplendor de las Iglesias, y el estudio de las cosas pertenecientes a las ceremonias eclesiásticas, y el Papa Clemente VII dio amplio testimonio de ello: Vos religiónis et divíni cultus honóre ac fervóre succénsi (Vosotros avivasteis el honor y el fervor del culto divino).
    
Lutero utilizó todo su ingenio para alejar de la Iglesia el Sacrificio de la Misa, y compuso un libro de Missa abrogánda; nuestro Santísimo Patriarca Cayetano no sólo obligó por regla a sus clérigos a tener que celebrar diariamente, sino que habiendo oído que en Roma a un famoso Prelado, vencido por las ocupaciones, se le permitía interferir a veces en el Sacrificio de la Misa, no tuvo miedo de salir de Nápoles en el calor del día para hacerle la corrección.
   
Aquel hombre muy malvado también intentó quitar de la Iglesia el Sacramento de la Penitencia, prohibiendo por completo la confesión de los pecados; mientras que los Clérigos Regulares desde sus inicios con muy firme aplicación se dedicaron al ministerio de tan necesario Sacramento, sin escatimar esfuerzos, saliendo hasta dentro de las pestilencias para escuchar a los moribundos».

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)