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NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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domingo, 1 de noviembre de 2009

SERMÓN DEL DÍA DE TODOS LOS SANTOS

Por el Rev. P. Juan Carlos Ceriani - de Radio Cristiandad


Todas las Fiestas del Año Litúrgico tienen cada una su excelencia y su utilidad para nuestra alma.


Entre ellas, la Fiesta de Todos los Santos es una de las más instructivas, puesto que nos muestra la gloria que gozan los Santos, nuestros verdaderos y únicos hermanos mayores, y nos hace esperar ir un día a compartirla; ya que, según el dicho de San Agustín,
“¿Por qué no podría hacer yo lo que pudieron hacer éstos y aquéllas?”

Excitemos, pues, en nuestro corazón grandes sentimientos de alegría, de esperanza y de agradecimiento a Nuestro Señor Jesucristo.

Reanimemos nuestro valor: el camino está a la vista; sólo hay que seguirlo...

¿Por qué la Iglesia estableció esta Fiesta?

  • Con el fin de agradecer a Dios por todas las gracias que concedió a todas estas almas bienaventuradas para santificarlas mientras estaban en la tierra, y por la gloria inefable y eterna con que las recompensó en el Cielo.
  • Para honrar en una misma solemnidad a todos los Santos que están al Cielo, conocidos o desconocidos; y para estimular el celo de todos los fieles, que debe reparar hoy, por un entusiasmo mayor y una piedad extraordinaria, toda su falta de devoción y su negligencia en el culto hacia cada uno de los Santos en el curso del año.
  • Con el fin de interesar a todos los Santos del Cielo a defendernos y a protegernos... Esta es la razón por la que, en la oración de la Fiesta, la Iglesia pide a Dios “la abundancia de su propiciación”, es decir, de su misericordia, por “el gran número de intercesores” al cual recurre hoy...
  • El dogma de la Comunión de los Santos, que hacemos profesión de creer en el Símbolo, nos es recordado por esta Fiesta de la manera más solemne y más provechosa.
  • Para excitarnos aún más a la práctica de la virtud, presentándonos tantos modelos perfectos que debemos imitar; ya que hay Santos de todas las condiciones de vida... Así encontramos en ellos, según la frase de San León, “una ayuda y un ejemplo”.
  • Finalmente, para sacudir nuestra tibieza y nuestra cobardía, mostrándonos que la gloria y la felicidad de los Santos están a nuestro alcance. La misma recompensa de la que gozan se nos promete y está garantizada, a condición de que trabajemos en santificarnos como ellos.

¿Cuál es la felicidad del cielo?

Señor, dice el Rey David, ¡qué abundantes y excesivas son las delicias que reservas a los que Te temen!

Santa Catalina de Siena, después de un éxtasis donde Dios le había mostrado una esquina del Cielo, se admiraba: “Vi maravillas que la palabra humana no podría expresar”.

San Teresa, después de un éxtasis similar, ya no tenía más que aversión por las bellezas y los bienes de este mundo: “Ved, le decía Nuestro Señor, lo que pierden los que me ofenden, ¡y cuán absurdos son!”

San Agustín tenía tal admiración por el Cielo que decía, “Poder gozar solamente de una hora en el Cielo, exigiría comprar esta hora por la privación de las riquezas y las delicias de un millón de años...”

En el Paraíso no hay ya ni pena, ni sufrimientos, ni dolor, ni hambre, ni cansancio, ni problemas... es la exención de todos los males, la impasibilidad...

¡Qué diferencia con este miserable lugar de exilio, lugar de todas las miserias, en que todo está para nosotros lleno de peligros, pecados, enfermedades, males físicos y morales de todas clases...!

El Cielo es la presencia y la posesión de todos los bienes.

Sí, es la plenitud de todos los verdaderos bienes concebibles...

Ver sin velos la esencia de Dios y todas sus perfecciones infinitas.

¡Qué felicidad ver este Ser divino en su inefable esplendor!

Ver la Humanidad santísima de Nuestro Señor glorificada, la Santísima Virgen María exaltada sobre los Coros de los Ángeles y coronada Reina del Cielo y de la tierra..., por fin todos los Santos en este maravilloso estado de perfecta felicidad.

Y esta bienaventuranza nunca tendrá fin, permanecerá eternamente sin disminución, sin la menor mezcla de temor de perderla...

Tendrá la duración de Dios mismo...

¡Qué magnificencia en esta gloria y esta felicidad de los Santos al cielo!...

¿Tenemos por ella el aprecio debido?

¡Necios seríamos, si nos atreviésemos preferir la tierra y sus males al Cielo con todos sus bienes infinitos!

¿Cómo llegaron los Santos al Cielo?

  • Si los Santos hoy gozan de tal felicidad en el Cielo, ¿es porque hicieron milagros y cosas extraordinarias?
De ninguna manera; ya que la vida de muchos no tiene nada semejante, y el don de milagros es una de las gracias gratuitas que es necesario no confundir con la gracia santificante.

Pero todos los Santos fueron fieles a las gracias de Dios, atentos en cumplir su voluntad, haciendo las cosas comunes de una manera no común, es decir, por motivo de fe, con intenciones sobrenaturales, viviendo siempre en la santa presencia de Dios, actuando con fe viva, con generosidad extraordinaria, por amor a Dios y con un inmenso deseo de agradarle y glorificarla en todo.

Para la mayoría, su vida exterior difería apenas de la de los otros hombres; pero, a los ojos de Dios, ¡qué diferencia, debido al principio tan elevado que la dirigía!

  • ¿Eran, pues, impecables?
No, ciertamente, puesto que tenían la misma naturaleza que nosotros y que vivieron, la mayoría de ellos, en una situación o condición similar a la nuestra.

Pero mortificaban con cuidado sus sentidos y su corazón, huían las ocasiones de pecado, rogaban, vivían sin cesar en un santo temor de Dios y en un gran horror por los menores pecados.

Algunos, obviamente, tuvieron la desdicha de cometer graves faltas y de mantenerse distantes de Dios durante más o menos tiempo; pero lo purgaron por el arrepentimiento y por una vida de penitencia, de caridad y de celo... Ejemplos del Rey David, de San Pedro, de San Pablo, de Santa María Magdalena, de San Agustín, etc.

  • Los Santos se aplicaron sin cesar en crecer cada vez más en santidad, para ser más dignos de Dios.
Tuvieron una voluntad enérgica y generosa, activa y eficaz, para superarse, para avanzar siempre, para sufrir, para seguir perfectamente e imitar exactamente a Jesús.


¿Cómo llegar al Cielo?

Un doble desastroso error reina en el mundo que obstaculiza el camino que conduce al Cielo:

  • unos creen que se puede llegar sin tomarse mucha molestia; que basta para ello no ofender a nadie, evitar algunos defectos graves y practicar algunas virtudes morales...
  • otros, al contrario, exagerando las dificultades, se imaginan que no podrán nunca superar los escollos...
El primer error, fruto de la presunción, ensancha demasiado el camino que conduce al Cielo; y, teniendo apenas en cuenta la absoluta necesidad de la gracia, conduce a la relajación y a una falsa seguridad.

El segundo, al estrechar aún más la estrecha vía y haciendo abstracción o menosprecio de la poderosa ayuda de la gracia, conduce al desaliento y a la desesperación.

Para preservarnos de este doble peligro, observemos a los Santos:

¿Qué hicieron para llegar al cielo? Su vida nos enseña que la gloria celestial no se obtiene sin sufrimiento y sin hacerse violencia.

Pero lo que pudieron y supieron hacer ellos con la ayuda de la gracia de Dios nos demuestra que también podemos hacerlo como ellos, con la misma asistencia... ¡Animo, pues!

El Cielo es nuestra patria, los Santos están allí; y si queremos imitarlos, es decir, combatir generosamente como combatieron, llegaremos, como ellos, a la misma recompensa.

  • El Cielo es, pues, el precio de una lucha.
En primer lugar, es necesario hacernos violencia para superar y dominar la naturaleza, por medio de la gracia; resistir nuestras pasiones y todas las tentaciones de Satanás, evitar todo pecado, hacer la guerra a nuestros defectos.

  • Debemos, además, estar dispuestos a llevar nuestra Cruz cada día, tras Jesús y los Santos.
Si las soportamos y llevamos, como hicieron nuestros Modelos, con fe, paciencia, renuncia y amor, ellas formarán los diamantes de nuestra corona.

Pero la pena sólo fue momentánea, mientras que la alegría que le sigue no terminará nunca...

La mejor parte consiste, pues, en aceptar nuestras pruebas tal como Dios las permite, en vez de pretender vanamente huirlas.

  • A ejemplo de los Santos, imitemos a Jesucristo y practiquemos todas las virtudes cristianas: la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la caridad, la pureza, la modestia: esas virtudes, en una palabra, que preconiza el Evangelio de esta Fiesta.
  • Tratemos siempre y en todo complacer a Dios, cumpliendo sus menores preceptos.
  • En fin, rezar bien, solicitando sin cesar a Dios las gracias que necesitamos.
Sin la gracia, no podemos nada; con ella, podemos todo...

La oración es, pues, la clave de la santidad, la clave del Cielo...


CONCLUSIÓN

¿Qué hicimos hasta ahora para convertirnos en santos y merecer el Cielo?

¿Lo que los Santos hicieron, por qué no lo hacemos nosotros?

¡Desgraciadamente! ¡Cómo nos exponemos a perder esta gloria eterna y a caer en los terribles abismos del infierno; porque no queremos hacernos violencia, porque somos flojos, tibios, negligentes; porque no tenemos ningún deseo del Cielo!

Cuando estemos en la hora de la muerte, ¿cuáles serán nuestros sentimientos?

Entonces, ¿cómo hubiésemos querido haber vivido?

Comencemos a partir de hoy esta vida seria, piadosa, santa, como si ya fuésemos ciudadanos del Cielo.

Dígnese Nuestro Señor, concedernos la gracia, para que merezcamos ir un día a gozar del Paraíso por toda la eternidad, en la sociedad de todos los Santos.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)