Traducción del artículo publicado por Cristiano Lugli, Portavoz del Comité Beata Juana Scopelli (Reggio-Emilia), en RADIO SPADA.
Corría
 el año 1412 cuando en Reggio-Emilia, de Simone y doña Caterina 
Scopelli, nacía Juana Scopelli, una gema de pureza que nuestra ciudad 
difícilmente volverá a gustar de nuevo. Corresponde hoy propiamente la 
memoria de esta gran Beata, cuyo culto fue aprobado por Clemente XIV en 
1771.
Casi
 desde los primeros años de su edad, la jovencísima Scopelli mostró una 
devoción y una búsqueda de trascendencia nada común, mucho menos en una 
época en la que casi todos recitaban el Rosario cotidiano en el interior
 del pequeño hogar rodeado de numerosa prole. El voto de virginidad al 
Celeste Esposo no se hizo sino esperar, unido al deseo de vestir el 
hábito del Carmelo según el uso de las “mantellate” (terciarias) de ese 
tiempo.
Querer
 relatar tomaría demasiado espacio, desde el punto de vista histórico y 
cronológico, toda la vida y las obras de esta monja carmelitana de 
Reggio, por eso vale la pena reafirmarse solamente en las cosas más 
conocidas de su vida terrena, para concentrarnos principalmente sobre el
 tenor espiritual de este lirio rarísimo perteneciente a la Orden 
Carmelita de la antigua observancia.
Casi
 inexplicablemente, y con la sola confianza en la Divina 
Providencia, obtiene apoyo del obispo Filippo Zoboli y del Padre 
Tommaso Caravaggio, llegando a obtener la iglesia de San Bernardo, donde
 estaban los humiliatos, devenida después Santa María del Popolo, 
verdadero y
propio monasterio de monjas carmelitas, uno de los primeros en Italia. 
Juana
Scopelli fue de hecho un carisma importante para la difusión de la
Segunda Orden en Italia y en Europa, gracias a una fortísima 
intraprendencia unida a la fortísima devoción por la Bienaventurada 
Virgen
María, que la animó a escoger el hábito del Carmelo. La Virgen Santísima
 era venerada con particular fervor por la carmelita, 
inventora de la denominada “camisa de la Virgen”, que consistía en 
una infatigable cadena de Avemarías –15.000 para ser exactos– 
intercalados por una Salve Regína cada 100 Avemarías, concluyendo con la recitación
del antiguo y sublime himno mariano “Ave Maris Stella”, alternado con el 
“O gloriósa Dómina”. En honor de la Virgen y de la Priora del 
monasterio, la comunidad carmelita continuó en esta pia devoción hasta el año 1773.
Una
 vida hecha de penitencias, ayunos, oración insaciable y contemplación 
de los misterios divinos alimentados por el amor a Jesucristo, definido 
por ella único tesoro de la vida al punto tal de llevarse prendida, bajo
 su hábito, solo una pequeña imagen de Jesús crucificado.
   
El
 Señor la colmó de múltiples gracias, especialmente la hizo una mística 
en grado de recibir todo el Amor descendente que del Cielo se abaja a la
 humana cratura, como una calamita que encuentra el 
polo solo atrayéndolo a sí. También, Dios, permitía también las 
tentaciones de esta alma virgen, muchas veces atacada por el Maligno 
enfurecido por la incapacidad de obtener de ella cosa alguna.
   
Los
 carismas obsequiados a la Priora de Santa María del Popolo hicieron
scaturire una gran popularidad de esta pia carmelita, popularidad 
presente en la ciudad ya en su vida terrena. Muchos fueron los 
desesperados, moribundos y personas en dificultad que acudían a ella.
      
Con
 fuerza de Fe y grande abandono, la Beata combatió con fuerza también la
 herejía; en particular se recuerda el episodio del joven
Agostino, rodeado de maniqueos y caído en la misma herejía. La madre
 de este, desesperada, se volvió a la monja para obtener la curación 
espiritual del joven hijo, que de nada quería saber. Las amenazas de la 
condenación eterna fueron las primeras armas con las cuales la Beata 
intentó convertir al joven, sin obtener resultados aparentes. Sin 
rendirse, Juana llegó a hacerse trámite y medio de esta conversión 
gracias a 
extremantes penitencias y oración asidua, escuchadas por su Señor, que 
iluminó así el intelecto del joven. El confesionario no se hizo esperar,
 y el milagro de la conversión sucedió bajo los ojos de muchos.
Esto y mucho más aun recordamos en la fiesta de la Beata Juana Scopelli.
      
Entristece mucho el hecho que en la ciudad su figura no es muy conocida. Muchos se han esforzado en hacer conocer 
la figura de la monja, primeros entre todos la profesora Giovanna 
Borziani Bondavalli, el padre Guido Agosti, 
Daniele Rivolti y la Dra. Elena Ambrosetti. Aunque no pueden estar 
solamente los historiadores o los apasionados en revivirla los que 
retornen en el dominio del espíritum cuya responsabilidad cae bajo la 
autoridad
espiritual.
    
Vivo
 hace 25 años en Reggio-Emilia, y he descubierto esta 
figura inmensa hace poco más de un año: esto evidencia un no pequeño 
problema de fondo. Este año, parecía que la Diócesis había querido 
realzar y revivr la memoria de la Beata Scopelli, mas no se puede non 
hipotizar que esto sea debido –no completamente, cierto– a la 
constitución del Comité “Beata Giovanna Scopelli”, a quien no se puede 
dejar de darle un pequeño mérito: hacer conocida a nuestra querida Beata
 en la nación entera, hacer que la gente –entre ellos los reggianos–
 se interrogasen sobre una memoria olvidada. Históricamente sabemos que 
hasta los años 30 del siglo pasado el peregrinaje ante la urna de la 
mística era algo normal y casi semanal por parte de todos los citadinos.
 Hoy, entrando en la Catedral, se tiene la impresión que la Capilla 
Rangoni (bajo cuyo altar se encuentra la Urna con sus restos) está 
privada de devoción, pero más bien parece un lugar de pasaje entre la 
sacristía y otras zonas del Duomo. Ni una banca, ni
un reclinatorio. Esto demuestra que un problema existe, y la 
devoción no es más conocida ni mucho menos considerada.
Hace
 algunos meses recuerdo hacer una conferencia en Rivalta 
precisamente sobre la extraordinaria figura de Juana Scopelli, 
encontrándome con un dato curioso: la mayor parte de las personas 
presentes, también de cierta edad, no conocían mínimamente a la monja 
reggiana del siglo XV, si no, aún más, habían oído hablar de ella.
   
Probablemente
 la salida en campo del Comitato “Beata Giovanna 
Scopelli” ha movido también a la Diócesis a tomar consciencia de esta 
necesidad, y esto, si así fuese, no puede menos que agradar. Está bien
difundir y reavivar los cultos populares, tan queridos a la tradición de
 la Iglesia.
   
Sería pues absurdo, come ahinoi è capitato, hacer de la Beata Scopelli (o también de cualquier otro Santo en general) un marco de fábrica
 sobre el cual se deba exhibir un derecho o un vanto de propiedad. 
Es necesario recordar que todo reggiano puede, privadamente o 
públicamente 
en el modo que prefiera, rendirle veneración a una Beata cuyo culto está
 aprobado por la Diócesis, hasta el punto de poderla invocar también en 
la 
Santa Misa. Diversas serían las “reglas” si esto sucediera fuera de los 
contornos de la propia Diócesis.
   
Los
 Beatos y los Santos están relegados a sus urnas, que por caridad, es 
importante. Pero para llevar al pueblo a rezar ante estas urnas es 
importante que los Beatos y los Santos salgan.
   
Un
 poco como las numerosas construcciones abandonadas de las cuales nada 
se sabe. Muchas de las cuales dejadas a las hojas caídas de los árboles,
 al polvo y las telarañas. Esto sucede porque Dios no es más venerado en
 los cruces de las calles, en los bordes de las aceras, en las plazas y 
en los caminos rurales, sino que la devoción se ha vuelto intimista, y 
donde no lo debe o no puede serlo, lo importante es que permanezca algo 
capaz de no molestar demasiado; de hacerse visible, que regrese, para 
las fiestas rurales y poco menos.
Nosotros
 debemos hacer que la Beata Juana Scopelli vuelva a vivir, con fervor 
devocional, en el interior de la propia ciudad, en el seno de los 
hogares domésticos.
    
Su
 vida espiritual, más que histórica, nos recuerda la esencialidad de 
nuestra breve vida terrena: todo debe ser dirigido a Jesucristo. 
Nuestras acciones y nuestras intenciones, nuestras palabras y nuestras 
obras. El pecado en verdad desgarra al hombre y lo hace incapaz de su 
coherencia en el modo de pensar respecto al modo de actuar, pero esto no
 debe acobardar: nuestra Beata nos recuerda que la oración sincera lo 
puede todo. Dios es un Padre que siempre tiene los ojos vueltos hacia 
sus propios hijos, también con sus miserias, su orgullo, sus 
tribulaciones y sus penas. Él está allí, pronto a socorrer nuestros 
llantos y nuestros defectos. Basta invocarlo y no perder la esperanza, 
como aconseja el Beato Claudio de la Colombière: “En cuanto a mí, oh Señor, toda mi confianza se apoya sobre mi misma confianza; esta confianza en Vos nunca me ha engañado. He aquí por qué tengo la absoluta certeza de ser eternamente feliz, porque tengo la imperturbable confianza de serlo y porque lo espero únicamente de Vos”.
Nuestra
 magnánima Beata e ilustre conciudadana Juana nos ayude a consagrar al 
divino servicio toda nuestra vida, cada uno según su propio estado; 
interceda para que nuestro orgullo pueda ser abrasado para realzar el 
abandono perpetuo en la Divina 
Providencia, fuente y vía de todo bien según la voluntad del Cielo.
   
Su
 mirada y su escapulario protejan la ciudad entera de las insidias del 
Demonio, haciendo triunfar la Fe en Jesucristo, hacia quien todo debe 
ser encauzado.
ORACIÓN
Escucha,
 oh Dios, las oraciones que te dirigimos suplicantes por la 
bienaventurada Juana, a quien con la penitencia fortaleciste su espíritu
 contra los fraudes del demonio, y confírmanos por sus méritos e 
intercesión, para que, venciendo las insidias del enemigo, obtengamos la
 palma de la victoria. Por J. C. N. S. Amén.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)