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sábado, 22 de marzo de 2025

LOS ERRORES JUDÍOS Y PROTESTANTES SOBRE EL AMOR AL PRÓJIMO Y EL AMOR A MARÍA SANTÍSIMA

Engolpio (pectoral) de la Santísima Virgen, y demás relicarios del Tesoro de Nuestra Señora de Maastrich (grabado de Philippe van Gulpen, c. 1840).

Dice, en primer lugar, Nuestro Señor, que el amor que debemos tenernos los unos a los otros es un mandamiento nuevo. ¿Por qué le llama así?
   
Cristo llama «nuevo» el precepto de la caridad cristiana, porque no había sido explícitamente promulgado, al menos en su acepción universal, en el Antiguo Testamento. Es cierto que el precepto del amor de Dios estaba explícitamente promulgado en el Pentateuco, y el amor de Dios lleva implícitamente consigo el amor del prójimo; algunos grandes Santos del Antiguo Testamento, ilustrados por la gracia, comprendieron que el deber del amor fraterno abarcaba a toda la raza humana, pero en ninguna parte de la Antigua Ley se halla el mandato expreso de amar a todos los hombres. Los israelitas entendían el precepto: «No odiarás a tu hermano… No guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo; amarás a tu projimo como a ti mismo» (Lev. 19, 15, 18), no a todos los hombres, sino al prójimo en sentido limitado (la palabra hebrea אָח/aj indica que prójimo significa los de su raza, compatriotas, congéneres). Además, como Dios mismo había prohibido a su pueblo toda clase de relaciones con ciertas razas, y aun mandó exterminarlas (a los cananeos) [1], los judíos añadieron, en una interpretación arbitraria, no inspirada por Dios: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». El precepto explícito de amar a todos los hombres, incluidos los enemigos, no estaba, pues, promulgado y ratificado antes de Jesucristo. Por eso le llama mandamiento «nuevo» y «su» mandamiento.
  
[…]
   
Debemos ser como Jesús, «Hijo de Dios e Hijo de María». Él es lo uno y lo otro con toda verdad; si, pues, queremos copiar en nosotros su imagen, hemos de estar adornados de esa doble cualidad.
   
No sería verdaderamente cristiana la piedad de un alma si no comprendiese a la Madre del Dios hecho hombre. La devoción a la Virgen María es, no sólo importante, sino necesaria, si queremos beber con abundancia en la fuente de vida. Separar a Cristo de su Madre en nuestra devoción es dividir a Cristo, es perder de vista el papel esencial de su humanidad en la dispensación de la divina gracia. Cuando se deja a la Madre, ya no se comprende al Hijo. ¿No es eso lo que ha sucedido a las naciones protestantes? Por haber rechazado la devoción a María, a pretexto de no menoscabar la dignidad de un mediador único, ¿no han terminado por perder hasta la fe en el mismo Jesucristo? Si Jesucristo es nuestro Salvador, nuestro mediador, nuestro hermano mayor, por haberse revestido de la naturaleza humana, ¿cómo Le amaremos de veras, cómo parecernos de veras a Él sin tener una devoción especialísima a Aquella de quien tomó esa naturaleza humana
  
[…]
  
San Bernardo, en una de sus más hermosas homilías sobre la Anunciación (Homilía IV, sobre “Missus est”, cap. 8), nos presenta todo el género humano, que ha millares de años espera la salvación, a los coros angélicos y a Dios mismo, como en suspenso aguardando la aceptación de la joven Virgen.
  
Y he aquí que María da su respuesta: llena de fe en la palabra del Cielo, entregada enteramente a la voluntad divina que acaba de manifestársele, la Virgen responde con sumisión entera y absoluta: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1, 38). Este Fiat es el consentimiento dado por María al plan divino de la Redención, cuya exposición acaba de oír; este Fiat es como el eco del Fiat de la creación; pero de él va a sacar Dios un mundo nuevo, un mundo infinitamente superior, un mundo de gracia, como respuesta a esa conformidad; pues en ese instante el Verbo divino, segunda persona de la Santisima Trinidad, se encarna en María: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn. 1, 14).
  
DOM COLUMBA MARMION OSBJesucristo, vida del alma, parte II-B, caps. XI y XII (fragmentos).
   
NOTA (del original).
[1] Se comprende este rigor de Yahveh para con las ciudades sumidas en la más grande inmoralidad e idolatría; su contacto hubiera sido irremisiblemente fatal a los israelitas.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)