Vexílla Regis

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MIENTRAS EL MUNDO GIRA, LA CRUZ PERMANECE

LOS QUE APOYAN EL ABORTO PUDIERON NACER

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NO AL ABORTO. ELLOS NO TIENEN LA CULPA DE QUE NO LUCHASTEIS CONTRA VUESTRA CONCUPISCENCIA

NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

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No hay forma de vivir sin Dios.

ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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lunes, 21 de junio de 2021

NOVENA EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE LA ALEGRÍA

Novena dispuesta por un sacerdote devoto de la Señora y miembro de su Hermandad, y publicada en Sevilla por la imprenta de José de San Román y Codina en 1802.
  
PRÓLOGO
La impiedad y la irreligión que en nuestro siglo, verdaderamente de oscuridad y de tinieblas, cunde por todas partes, ha hecho que se pongan en el crisol de una rígida y extremosa crítica las prácticas de piedad más antiguas y mejor establecidas entre los cristianos; no con el ánimo sencillo y recto de examinar su solidez, sino con el depravado y torcido de buscar qué ridiculizar en ellas. Las que entre otras han sufrido más las dentelladas de los carniceros lobos del rebaño de Jesucristo, o por lo menos los alaridos descompasados de estos rabiosos perros, que se contentan solo con perturbarlo, han sido las Novenas que en honor de la Santísima Virgen María y los Santos hacen los fieles.
   
No puedo persuadirme a que estos necios desatinen tanto, que lleven mal, siquiera en lo público, esta práctica en su substancia, pareciéndoles demasiado consagrar ocho o nueve días a la celebración de una sola Fiesta; porque no pueden ignorar que esta ha sido siempre la costumbre de la Iglesia en sus principales Solemnidades, y que el pueblo hebreo, de orden del mismo Dios, celebraba así también las suyas. Concedámosle, pues, que declamen solo contra el modo de celebrarlas; pero aun en esto no tienen más razón ni justicia: porque esta piadosa práctica se reduce a un cierto número de oraciones vocales que repiten todos, en que se excitan los más vivos sentimientos de dolor de los pecados cometidos, de esperanza de su perdón por los méritos de Jesucristo, de reverencia a la tremenda Majestad de Dios y de su santo amor, y se pide por medio de la intercesión de la Santísima Virgen, o de algún Santo, el socorro de las necesidades espirituales y temporales, ya sean comunes o ya particulares. Y esto, ¿qué tiene que no sea conformísimo con las reglas del Santo Evangelio y las Leyes de la Iglesia? El pedir mucho y de continuo nos lo manda Jesucristo: la oración en común la canonizó el mismo Señor: que a Dios se honra con los actos de las virtudes nos lo enseñan las Escrituras: la utilidad de la invocación de ños Santos, y en especial de la Santísima Virgen, la tiene declarada la Iglesia. Con que, ¿en qué se pueden fundar estos perseguidores de toda virtud para ridiculizar y mofarse de las Novenas? 
   
Un solo efugio les queda, aunque muy miserable, y es la mala disposición de algunas de ellas, en que por atender el autor al título o advocación de la Imagen, o a la especial protección del Santo para el remedio de esta o aquella necesidad, suele faltar alguna vez a la solidez en sus discursos, o hacer algún juego de palabras chocantes, o menos digno de la materia que trata. No niego esto absolutamente, pero sí digo que estos defectos, especialmente en nuestros días, son muy raros y siempre muy accidentales, para tomar de ahí ocasiones de motejar el todo de la devoción, en lo que se ve claramente el mal espíritu que domina a esos despiadados críticos. Y añado también que los que formaron esas Novenas, de que ahora se ríen, las hicieron sin duda para gente de más piedad que la que ellos tienen, y por eso atendieron solo a fomentar su devoción sin miedo alguno de sus lenguas.
   
Con todo, porque aunque este defecto sea leve, siempre es abuso y debe evitarse, he procurado formar esta Novena sobre las sólidas reglas de la verdadera devoción que inspira la Religión Santísima que profesamos, y tiene señaladas la Iglesia, columna y cimiento de la verdad. En sus meditaciones he recogido los principales privilegios, gracias y virtudes de la Santísima Virgen, dando a Dios por ellas toda la gloria, el honor y la alabanza como que a Él solo pertenece, por ser quien es, el supremo culto, y a la Señora el parabien por haber sido el objeto del Poder, de la Sabiduría y de la Bondad de un Dios infinito, sin olvidarme de mostrar a los hombres cuánta es su felicidad en tener tal Medianera, enseñándoles al mismo tiempo el camino de hacer provechosas a sus almas estas meditaciones, señalándoles el fruto que deben sacar de cada una de ellas, y haciéndolo el objeto de la particular devoción de aquel día: todo a fin de formarlos verdaderos devotos de María por la imitación de sus virtudes, que es el intento principal de estas santas devociones. Y si en todo voy siempre conforme con el título de Alegría, con que veneramos a la Señora en esta hermosa Imagen suya, no es por seguir caprichos ni observar antiguallas, como dicen, sino porque sin ninguna violencia, antes con mucha propiedad y solidez, se encuentra en él cuanto produce a llenar los fines que me he propuesto.
  
Porque si Dios tiene sus delicias con sus criaturas, y se complace y alegra en ellas, como Él mismo lo ha declarado tantas veces, ¿quién le causará más alegría que la Santísima Virgen, que es la más perfecta de todas las puras criaturas? Si los dones de Dios hacen saltar de gozo el espíritu de quien los recibe, como la misma Señora nos enseñó en su Cántico, ¿qué alma más alegre que la de María, que los tuvo tan incomparablemente mayores que ninguna otra? En fin, si en la Santísima Virgen ha depositado Dios, según San Vernardo, el lleno de todos los bienes, para que de ella nos venga la esperanza, la gracia y la salvación, ¿qué cosa más alegre para nosotros que admirar sus privilegios, que meditar sus virtudes, que implorar su protección, por la que esperamos vivir eternamente alegres y gozosos? Pues todo esto nos enseña la Iglesia, aplicando a la Señora aquel elogio «Tu lætítia Israël»: Tú eres la alegría de Israel, con que engradecían a Judit los de Betulia (Judit XV, 10): porque mejor que aquella heroina de los hebreos, es María la alegría de la Iglesia, no solo Militante, sino Triunfante también, como lo declara San Cirilo de Alejandría: «Per te, María, Trínitas sanctificátur: per te exsúltat Cœlum, lætántur Ángeli: et homo ipse ad Cœlum revocátur»: Por Ti, ¡oh María!, la Beatísima Trinidad es santificada: por Ti se regocija el Cielo, se alegran los Ángeles, y los hombres alcanzan los gozos eternos (Homilía VI contra Nestorio). Sea así que de la práctica de esta Novena resulte gloria a Dios, honor a la Santísima Virgen y utilidad de nuestras almas.
   
NOVENA EN HONOR DE MARÍA SANTÍSIMA NUESTRA SEÑORA, QUE CON EL TÍTULO DE LA ALEGRÍA SE VENERA EN LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN BARTOLOMÉ DE LA CIUDAD DE SEVILLA
  
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN
Dios y Señor mío, que por sola tu infinita bondad y misericordia me sacaste de la nada, y me redimiste a costa de tantos trabajos, tormentos y angustias, dígnate inclinar tus benignos ojos a este miserable pecador, que postrado a tus sagrados pies, confuso y humillado,protesta que ha pecado contra su Dios, su Señor, su Rey y Esposo. No atiendas, Padre clementísimo, a la multitud y enormidad de mis culpas, sino a tu infinita misericordia; al inmenso amor con que diste tu Sangre y tu vida en una cruz por mi remedio, y a la verdad con que te digo de lo íntimo de mi corazón que me pesa de haberte ofendido, solo por ser quien eres: que propongo, ayudado de tu gracia, nunca más pecar, y que deseo amarte de aquí adelante con todas las fuerzas de mi espíritu. Dile a mi alma, ¡oh mi buen Jesús!, siquiera una palabra de consuelo, para que mi abatido corazón se alegre y regocije en Ti, que eres mi Salvador. Y si te detienen mis ingratitudes, hazlo, Señor, por los inefables méritos y virtudes de tu Madre y mía, la Santísima Virgen María, a quien has constituido refugio, consuelo y alegría de los pobrecitos pecadores. Amén.
  
DÍA PRIMERO
MEDITACIÓN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Considerad atentamente, hermanos míos, la imponderable desgracia en que cayó por su pecado nuestro primer Padre Adán, y los innumerables males que atrajo sobre nosotros sus miserables descendientes. El hombre, criado a la imagen y semejanza de Dios, enriquecido de maravillosos dones en su alma, de muy raras prerrogativas en su cuerpo y destinado para ser eternamente feliz, en un momento, por un pecado que cometió, no solo pierde todas estas felicidades, sino que las cambia (por decirlo así) por otras tantas infelicidades. Era antes hijo y amigo de Dios, y ahora es su mortal enemigo y esclavo vilísimo del demonio. Toda su sabiduría se ha vuelto ignorancia: no se encuentran en él más que olvidos en su memoria, tinieblas en su entendimiento, y rebeldías en su voluntad. El concierto de sus humores se destempla, y queda sujeto a innumerables enfermedades, y aun a la misma muerte. ¡Triste y miserable situación del hombre, digna de llorarse con lágrimas de sangre!
   
Considerad que queriendo Dios por su sola bondad remediar al hombre, tan del todo perdido, y ponerlo con muchas ventajas en todos sus antiguos derechos, determinó rescatarlo a costa de su sangre y su vida; y para darle un anticipado consuelo, y como muestra del valor y precio de su Pasión, determinó preservar a su Santísima Madre de la culpa original, haciendo que viniese al mundo Santa y sin mancha. Ea, hombres, ensanchad vuestros corazones, enjugad vuestras lágrimas, dejad vuestros ayes y lamentos. María, concebida sin mancha de pecado original, os debe excitar y mover a una indecible alegría. En esta pura criatura veis reparada vuestra naturaleza. Ella ha recibido de Dios el ser con las mismas y mayores excelencias que lo recibió Adán. En su primer instante ha pisado la cabeza al Dragón infernal, y su preservación es como una muestra que ha dado el Señor de su poder, para que entendamos cuánto ha de ser el fruto de su Pasión y muerte.
   
¡Pero qué desgracia será la de aquellos que por no quererse aprovechar de estas gracias, hacen inútiles para sí tantos trabajos, dolores y afrentas como sufrió Jesucristo por su remedio! ¡Ah, Dios mío, qué necio he sido hasta aquí, despreciando y pisando con mis culpas esa sangre divinísima, que es el precio de mi rescate! Perdona, Señor, mi atrevimiento y desvergüenza, que verdaderamente no he sabido lo que me he hecho. Protesto, ayudado de tu gracia, por los méritos de tu Purísima Madre, vivir en adelante de manera que consiga los frutos de tu acerbísima Pasión en la Gloria.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Purísima Virgen María, que por los méritos infinitos de la Pasión y muerte de tu Hijo Jesús, con especialísimo privilegio fuiste preservada del común contagio de la culpa original, y constituida Reparadora, después de tu Hijo, del linaje humano: alcánzanos, Inmaculada Madre, un alto conocimiento y aprecio de los dolores, trabajos y afrentas que por nosotros sufrió nuestro amabilísimo Redentor, para que agradecidos a tan incomprensibles favores, vivamos con pureza de alma y cuerpo, y logremos los frutos de su Pasión, gozándolo eternamente en el Cielo. Amén.
   
Se rezan cinco Ave Marías en reverencia de tan duce nombre, y después la Oración siguiente, que sirve para todos los días:
Dulcísima Virgen María, en quien el Eterno Padre se goza como en su especial y más querida Hija; el Divino Verbo como en su única y verdadera Madre; y el Espíritu Sato como en su singular y más amada Esposa: yyo me gozo de que la Trinidad Beatísima te haya enriquecido con tantos dones, gracias y privilegios para que seas la Alegría de los Cielos y la tierra, y te suplico, amada Señora mía, que apartes de mí las negras y tristes sombras de la culpa, y me alcances del Todopoderoso las gracias que necesito, para que teniendo en esta vida la verdadera alegría de espíritu, que consiste en la paz y rectitud de la buena conciencia, vaya después a gozarle eternamente en tu compañía en la Gloria. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA SEGUNDO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DEL NACIMIENTO DE NUESTRA SEÑORA
Considerad, hermanos míos, la perfección y santidad heroica con que aparece en el mundo la Santísima Virgen María desde su dichosísimo nacimiento. Su Santidad es aquella obra grande de Dios, que llena de asombro y encanta a quien atentamente la considera, y que no solo iguala en perfección, sino que excede mucho a todo lo que no es Dios. Las virtudes de sus antepasados, entre quienes se cuentan los Abrahanes, los Davides y demás Justos de la antigua Ley, montes todos de Santidad, no son más que como los cimientos sobre que se levanta este hermoso Palacio,que ha fabricado para sí la Divina Sabiduría, empeñando en su hermosura su infinito poder. Los dones maravillosos con que su bondad ha enriquecido a las demás criaturas, solo son un bosquejo y ligera muestra de los que ha dado a esta Niña casi Divina. ¡Oh Dios Eterno! Las criaturas todas te alaben y te den gracias, porque te has dignado engrandecer así a esta bellísima Criatura, a quien destinas para que sea digna Madre de tu Eterno Hijo, el Verbo Divino.
    
Pero no debe parar aquí, hermanos míos, vuestra consideración, sino que debéis pasar más adelante y llenaros de aquel sólido y verdadero júbilo que inspira la Iglesia nuestra Madre a sus verdaderos hijos al contemplar el feliz nacimiento de María. Porque sabed, hombres, que esta Niña, que nace tan llena de gracias, tan adornada de privilegios, tan colmada de insignes prerrogativas, nace así para vuestro consuelo y alegría. Ella es la Estrella de a mañana que anuncia al mundo la cercana venida del Sol de Justicia Cristo Jesús, la Aurora resplandeciente y hermosa que ahuyenta las negras sombras de la culpa. el seguro Norte a que miran todos los que navegan el proceloso mar de este mundo para librarse de sus peligrosos escollos y tomar puerto seguro en la Bienaventuranza. María, en fin, nace para socorro de los miserables, para consuelo de los afligidos, para sosiego de los tentados, para refugio de los pecadores, para maestra de los Justos y para alegría de los Santos. Y si esto es, ¿cómo no apreciamos como debemos estos inmensos tesoros de gracias que Dios ha depositado para nosotros en la Santísima Virgen María? ¿Cómo no acudimos a Ella en nuestras necesidades? ¿Cómo no le profesamos una verdadera y tierna devoción? ¡Ah! Cristianos, si creéis que la devoción a la Santísima Virgen consiste solo en palabras, y que la amais de veras solo porque lo decís, os engañáis miserablemente. Amar de veras a María y ofender tanto a Jesús nopuede ser. Su verdadera devoción consiste principalmente en la imitación de sus virtudes. ¡Oh Virgen suavísima!, ahora conozco, con dolor de mi corazón, que hasta aquí nunca te he amado, ni he sido tu devoto, porque jamás he tratado de darte gusto apartándome de la culpa y ejercitando las virtudes. Compadécete de mi miseria, ¡oh Madre clementísima!, y ayúdame con tu protección, para que corrigiendo mi desastrada vida, me haga digno de gozar los frutos de tu patrocinio. Amén.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Santísima Virgen María, que apareciste al mundo tan hermosa y perfecta en los divinos ojos de tu Criador, que excedías ya en santidad tú sola a todos los Ángeles y Santos juntos, no te olvides, ¡oh dulce Madre!, de que fuiste tan enriquecida de Dios para ser el consuelo, el refugio y la alegría de los mortales. Haz pues, Señora, que arrepintiéndonos muy de veras de nuestras pasadas culpas, nazcamos también en nosotros a la nueva vida de la gracia, y nos hagamos dignos de gozar los preciosos frutos de tu patrocinio, con los que la conservemos creciendo siempre en las virtudes, para verte después con Jesús en la Gloria. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.
   
DÍA TERCERO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DE LA PRESENTACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Venid, Cristianos, en alas de vuestros espíritus al Santo Templo de Jerusalén en este día alegrísimo para los Cielos y la tierra, en que se presenta en él y se consagra a su servicio aquella Santísima Niña, de quien son figuras y no más ese Santo Templo tan venerado de los judíos, su Arca y su Propiciatorio. Solos tres años tenía la Santísima Virgen cuando fue presebtada por sus Padres en el Templo, para que se criase allí con las demás doncellas especialmente consagradas a Dios y dedicadas al servicio de los Sacerdotes. ¿Pero quién podrá comprender los altos sentimientos de reverencia, de humildad y de amor de aquel alma realmente grande, que se encerraba en tan pequeño cuerpo? En ella sola concurrían con eminencia y ventajas extraordinarias todas aquellas rarísimas cualidades de inocencia, pureza y santidad que pedía el Santo David a los que habían de vivir en la Casa del Señor. Nadie como esta Niña conoció nunca la grandeza y majestad del Dios que se dignaba habitar allí de un modo especial para tratar y conversar con los hombres. ¡Ah, y cuáles serían sus tiernos afectos al consagrarse toda por medio del Sacerdote al culto y servicio de su Dios! Jamás se vio en aquel Templo sacrificio más agradable al Señor. Tantas víctimas degolladas sobre su Altar no aplacaron, ni con mucho, su justa indignación, como este holocausto que de sí misma ofrece hoy esta preciosísima Criatura. Todos los inciensos y timiamas, consumidos por tantos sigls delante de Dios, no le fueron de tan suave olor como los tiernos afectos que despide hoy María de su abrasado Corazón. ¡Qué vergüenza, Cristianos, para nosotros, si comparamos los fervores de esta Niña con nuestra tibieza y frialdad! El tiempo se nos pasa en estériles propósitos, sin acabar de darnos del todo a Dios, como tantas veces se lo hemos ofrecido y jurado solemnemente. ¿Pues de qué nos podremos luego quejar si el Señor nos arroja de Sí, como lo ha amenazado a los tibios?
   
Conforme al sacrificio que de sí hizo la Santísima Virgen, fue el tenor de su vida todo el tiempo que permaneció en el Templo. La oración, la lección de los santos libros, los ministerios propios de su edad y de su destino ocupaban todo su tiempo: amante con su Dios, rendida con sus superiores, afable con sus iguales, no solo era admiración a cuantos la veían y observaban el lleno de sus virtudes, que se dejaba ver en todas sus obras, sino a los mismos Ángeles, que admirados clamaban «¿Quién es esta Niña, que camina a la más excelsa santidad, creciendo siempre en virtud, como la luz de la mañana, sin parar ni volver atrás nunca? Hermosa como la Luna, por la plenitud de sus gracias: escogida como el Sol, por lo singular de su santidad: y terrible como un Ejército bien ordenado, por el conjunto de sus virtudes, concertadas por su incomparable caridad». Así engrandecían los Ángeles la santidad de esta Niña, y Dios se complacía en ver su fervor, y los hombres se edificaban de tan tierna virtud en tan tiernos años. Admirémonos y gocémonos nosotros también, hermanos, pero aprovechémonos al mismo tiempo de la enseñanza que nos da la Santísima Niña con su porte en el Templo, y entendamos que es un sueño y una quimera querer vivir como Cristianos, permanecer en la gracia ni adelantar en el camino del espíritu, sin ejercitar las virtudes. El retiro del mundo, la lección espiritual, el trato con Dios, la mortificación discreta y arreglada son medios necesarios para vivir en justicia y santidad. ¿Cuántas veces nos ha enseñado la experiencia que la falta de constancia en las distribuciones ha sido el origen de nuestras vergonzosas caídas? ¿Y seremos siempre inconstantes? No, Santísima Virgen María: movido de tu ejemplo, yo prometo ejercitarme en adelante en las virtudes para conservar y aumentar en mí la gracia de mi Dios. Amén.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
iOh graciosísima y amabilísima Niña!, que presentada por tus benditos Padres en el Templo de Jerusalén, fuiste a Dios sacrificio agradable y suavísimo por tu santidad heroica; admiración a los Ángeles, por tus incomparables virtudes; y ejemplo a los hombres por tus extraordinarios fervores: suplícote, piadosísima Señora, me alcances del Todopoderoso una gracia eficaz, para que dando enteramente de mano al mundo y a cuanto hay en él, entable con perseverancia una vida cristiana, con la que adelantando siempre en perfección, llegue por fin a gozar contigo eternamente de mi Dios, que es la Santidad por esencia. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.
    
DÍA CUARTO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DE LA ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL A NUESTRA SEÑORA
Cuatro mil años llevaba ya el género humano de gemir bajo la esclavitud del príncipe de las tinieblas, ansiando y suspirando siempre por aquel momento feliz en que se habían de cumplir las promesas hechas por Dios a los Patriarcas y Profetas de un Libertador fuerte y magnífico, que rompiendo sus cadenas, le había de dar entera y perpetua libertad. Pues cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios al Arcángel San Gabriel para que saludase a la Santísima Virgen María, y dándole cuenta de que era la elegida para ser Madre del Hijo único del Eterno Padre, le pudiera su consentimiento, para que se obrase en ella este portento. Dios te Salve, le dijo el Ángel, llena de gracia, el Señor es contigo: bendita Tú entre las mujeres. ¿Y quién podrá comprender las excelencias de María, que se encierran en esta Salutación? En ella da testimonio el Altísimo de su incomprehensible Santidad, asegurando que está llena de gracia aun antes de ser Madre de Dios: de lo heroico de su perfección, por la especialísima morada que en ella hace; y le declara que la tiene destinada a una dignidad que la sobrepone a toda pura criatura, y la hará el objeto de todas las bendiciones de todas. ¡Oh María dichosísima! Tú eres la verdadera alegría del mundo, porque de Ti sola pende el consuelo y remedio de todo él. Los Cielos y la tierra están pendientes de tus labios, y esperam tu respuesta a la embajada del Ángel para su total felicidad: la espera la Santísima Trinidad para ejecutar la mayor obra de su poder: la esperan los Ángeles para ver ocupadas las sillas de sus rebeldes compañeros: la esperan los hombres para quedar libres de sus duras cadenas. ¡Oh excelsa Virgen!, humildemente postrado adoro y bendigo tu sublime Santidad y tu incomprehensible Dignidad, y mucho más al que por su bondad te la dio para que fueras el consuelo y la alegría de sus criaturas.
   
Pero si tanto nos admiran las excelencias de María, que se descubren en la Salutación del Ángel, no debe confundirnos menos la profundísima humildad que ella muestra en su respuesta a vista de las alabanzas, elogios y promesas que de parte de Dios le hace: solo fija sus ojos en la nada de que fue criada, y desentendiéndose de lo demás, cuida únicamente de protestar su indignidad para tan alto destino: Ves aquí, responde María, la Esclava del Señor: hágase en mí según su palabra. ¡Oh proundidad! ¡Oh abismo! ¡Oh milagro de humildad! Al paso mismo que Dios se empeña en exaltar y engrandecer a María se esmera en abatirse y confundirse delante de Dios. El Señor la elige para Madre suya, y ella tiene a gran dicha el ser su Esclava. Su dignidad la constituye Reina y Señora de Ángeles y hombres, y su humildadla pone en el último lugar de todas las criaturas. ¡Qué asombro, hermanos! ¿Cómo será posible que haya de aquí adelante un Cristiano soberbio, viendo tan humillada a María? Hombre, hombre, ¿para qué te engríes? ¿De qué blasonas? Párate un poco y mira lo que eres. Por tu naturaleza polvo, corrupción, podredumbre y la misma nada. Por tus culpas aun mucho menos que eso: Esclavo del demonio, cautivo de satanás y enemigo declarado de Dios. Si tienes algo bueno, es de Dios que te lo dio. Pues, ¿por qué te glorías de ello como si fuera tuyo? Aprende de la Madre de Dios a ser humilde, si quieres ser exaltado como ella.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Dios te Salve, María Santísima, que elegida de Dios para ser Madre del Verbo Eterno, trajiste al Mundo la deseada Alegría, enseñándole al mismo tiempo, con tu profunda humildad, el camino seguro de la verdadera exaltación. Yo te alabo y te bendigo una y mil veces por esa incomprehensible dignidad que te hace el objeto de las aclamaciones de los Ángeles y de los hombres, y te pido, Madre Santísima, me alcances de tu dulce Hijo espíritu de profunda humildad, para que a imitación tuya cuide solamente de conocerme y abatirme en su divina presencia, y logre de este modo el premiode los humildes, que es una perpetua exaltación en el Cielo. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.
   
DÍA QUINTO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DE LA VISITA DE NUESTRA SEÑORA A SANTA ISABEL
Luego que el Verbo Eterno tomó carne en las entrañas de la Santísima Virgen, inspiró Dios a la Señora que saliese de Nazaret, y fuese a las montañas de Judea a visitar a su prima Santa Isabel, y no bien hubo sentido la voz de Dios en su espíritu, cuando sin alegar excusas, sin poner reparos, sin admitir dilaciones, llena de extraordinario gozo, toma muy de prisa el camino para poner en ejecución lo que entiende ser voluntad de Dios. Ni lo débil de su complexión, ni lo tierno de su edad, ni lo áspero del camino, ni la fanta de medios para hacerlo con alguna comodidad, nada la detiene, porque el gozo y alegría de su espíritu en ejecutar los designios de Dios, excede incomparablemente a cualesquiera dificultades que pudieran presentársele. No repara en dejar su amado retiro, ni la alta contemplación en que se ejercitaba de continuo, ni aquel trato con Dios, tan íntimo y regalado, que excedía a cuanto se puede encarecr; porque sabía, como nadie, que la legítima y sólida devoción no consiste en las consolaciones sensibles del espíritu, sino en la prontitud y fidelidad en obedecer la voz del Señor, y en ocuparse en las cosas de su servicio. ¡Qué confusión para nosotros, si hacemos comparación de su fervor con nuestra tibieza! María no aguarda orden expresa ni ley penal que la obligue, sino con solo conocer que era gusto de Dios, le basta para hacerlo sin detención. Y nosotros andamos siempre examinando si es o no expreso en la ley, si será o no pecado mortal, porque en no habiendo Infierno que temer, nada nos mueve. María, para obedecer a una inspiración, se desentiende de todos los motivos que pudieran legítimamente excusarla; y nosotros, o los fingimos o los abultamos para no cumplir los más graves preceptos. María, en fin, obedece con prontitud y alegría, y nosotros, o no lo hacemos, o lo hacemos de mala gana, sin espíritu y sin fervor. ¿Pue de qué nos quejamos luego, si no sentimos en nosotros los bellos efectos de las visitas de la Santísima Virgen, si le somos tan desemejantes en todo?
   
Considera que entrando la Santísima Virgen en casa de Zacarías, entró también en ella toda la alegría. Aquellas sencillas palabras con que saludó a su prima Santa Isabel fueron tan eficaces que derramaron en su alma el gozo espiritual que es fruto del Espíritu Santo, de que fue llena en aquel punto. El dichoso infante que tenía en sus entrañas, comenzó a dar saltos de placer, viéndose libre en aquel mismo instante de las ligaduras de lpecado original, santificado y lleno de dones sobrenaturales. La misma Señora fue también inundada de alegría, viendo que por su medio obraba Dios tan grandes maravillas y el júbilo de todas se explicó en el Cántico del Magníficat, con que dieron a Dios las debidas gracias. ¡Ah, Cristiano, de cuántos bienes nos priva nuestra tibieza y flojedad en el servicio de Dios! Si fuéramos puntuales en el cumplimiento de nuestras obligaciones, si correspondiéramos con prontitud a las divinas inspiraciones, si viviéramos con fervor, oiríamos con mucha frecuencia la voz de la Santísima Virgen en nuestra alma, y experimentaríamos en nuestra santificación. ¡Oh Madre piadosísima, suene en mis oídos tu dulce voz, que me enseñe a corresponder fielmente a las inspiraciones de la gracia.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Santísima Virgen María, dechado acabadísimo de la más sublime perfección, con la que sin reparar en dificultades ni detenerte en inconvenientes, por seguir la inspiración del Cielo fuiste a visitar a tu prima Santa Isabel, llenando de gozo y santidad toda aquella afortunada casa con tu venerable presencia: ruégote, compasiva y dulce Madre, que te dignes visitar a mi pobre alma, para que con tu vista y conversación sacuda la tibieza que la domina, y cobre nuevos bríos y alientos para obedecer siempre con vigor y prontitud a las divinas inspiraciones. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.
  
DÍA SEXTO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DE LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA Y PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO
Considerad que aunque no ignoraba la Santísima Virgen que la ley de la purificación, impuesta por Dios a las mujeres que concebían según el orden común de la naturaleza no podía comprehenderla a Ella, que había concebido a su Hijo por virtud solo del Espíritu Santo, y que tampoco hablaba con el Unigénito del Padre, la que mandaba ofrecer al Señor todos los primogénitos de los hebreos; quiso, sin embargo, sujetarse a ambas para cumplir de esta manera con el oficio de Corredentora del linaje humano a que estaba destinada, asemejándose en todo lo posible a su Hijo, y contribuyendo en cuanto era de su parte a los designios del Eterno Padre sobre su persona. Conocía la Señora, como nadie, la alteza y dignidad de Jesús, y que siendo por esencia Santo, se había anonadado por amor de los hombres hasta hacerse uno de ellos, y tomar sobre sí todas sus maldades. Lo acababa de ver pasar plaza pública de pecador, sujetándose a la ley de la circuncisión, y sabía muy bien que por las humillaciones y afrentas había de llegar a ofrecer el sacrificio de sí mismo con que había de aplacar a su Padre, y por tanto llena de júbilo, y rebozando aquel gozo indecible que resulta en las almas santas de la perfecta imitación de las heroicas acciones del Salvador, se presenta como cualquier mujer en el Templo: se confunde con las demás, cumple aquel ceremonial que tanto la degrada, y hecha por estas humillaciones un vivo retrato de su Hijo, se dispone para ofrecerlo después en sacrificio por los hombres. ¡Ay hombres, qué siegos estáis, si tales ejemplos no os abren los ojos! ¿Cuándo acabaréis de entender que sin imitar a Jesús no hay salvación? ¿Que para andar seguros habéis de seguir sus pisadas? ¿Y que solo por las tribulaciones y trabajos se entra en su Bienaventuranza? Llamarse Discípulos de Jesucristo, y no conformarse con Él en las obras, es mentir al Espíritu Santo, es ser enemigos de la cruz de Cristo, y Anticristos en vez de Cristianos. ¡Qué al contrario de vosotros la Purísima María! No solo imita a Jesús humillado por nuestro amor, sujetándose a una ley que tanto la obscurece, sino que lo ofrece también al Eterno Padre por nuestra salud.
   
Entregando Dios a su Unigénito Hijo a la muerte, dio la mayor prueba que podía de lo que amaba al mundo; y este Hijo, hecho ya hombre, se ofrece gustoso a los tormentos y afrentas para complacer a su Padre y salvar a todos los hombres. Ved aquí, Cristianos, los sublimes sentimientos con que entra María, llena de gozo, a ofrecer a Jesús en el Templo. El amor ternísimo que tiene a los hombres le hace desprenderse voluntariamente de aque Hijo que era toda su complacencia. Ni los trabajos y dolores que le profetiza de su Hijo y que a Ella se le representan ya con suma viveza, ni aquella aguda espada de dolor que ha de atravesar su Santísima Alma pueden entibiar su amor ni el deseo en que se abrasa de la salud del mundo. ¡Oh caridad! ¡Oh amor de María a los hombres, fuerte como la misma muerte! Decid, criaturas, ¿qué más pudo hacer por vosotros esta dulce Madre, que no lo haya hecho? Si el Padre nos dio a su Verbo, Ella nos da a su Hijo. Y si Jesús se ofrece a los tormentos por nosotros, Ella sufre con alegría sus dolores por nuestro amor. ¡Qué conformidad tan maravillosa de sentimientos, los de María con los de Dios! ¿Y qué contrariedad tan horrorosa de los nuestros con los de de Dios y los de María! ¿Dónde está, Cristiano, vuestra caridad con el prójimo? ¿Tanta dureza con el pobre? ¿Tanta seguedad con el afligido? ¿Tanto desprecio como se muestra al necesitado, son señales de muy encendido amor? Contad las proezas de vuestro celo por su salvación: o más bien decid, si podéis a cuántos habéis perdido eternamente con vuestros trajes provocativos, con vuestras conversaciones livianas, y con vuestras acciones del todo escandalosas? ¡Ay de mí! Mis acciones y mis intenciones han sido opuestas a las de Jesús y María. Sus corazones son un incendio y un volcán de amor a los hombres, y el mío una nieve y un hielo para con mis prójimos. ¡Virgen Santísima!, apiádate de mí, y alcánzame de tu Hijo una encendida caridad.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Dulcísima y tenrísima Madre de los pecadores, copia la más acabada y perfecta del infinito amor de Dios para con los hombres, que movida de tu ardentísima caridad, a costa de tus mismas humillaciones te presentaste llena de gozo en el Templo de Jerusalén para ofrecer al Eterno Padre a tu dulcísimo Hijo por nuestro remedio y salvación: te pedimos, piadosísima Señora, nos alcances de ese Dios, que es todo amor, una centella de verdadera caridad, para que amando a nuestros prójimos de corazón, tengamos la dicha de ser tus imitadores, como Tú lo fuiste del amorosísimo Jesús. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.
   
DÍA SÉPTIMO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DEL TRÁNSITO DE NUESTRA SEÑORA
La ley del morir, impuesta por Dios al hombre en pena del pecado, no pudo comprehender a la Santísima Virgen María, que no solo estuvo libre de toda culpa actual, sino que fue preservada también del pecado original. Sin embargo, como Jesucristo, que era la Santidad misma, escogió de su voluntad la muerte, fue conveniente que María, siguiendo en todo su ejemplo, muriese como todos los demás, para que así como por la dolorosa muerte de Jesús adquirimos derecho a una eterna vida, por el dulce y suave tránsito de María cobremos esperanza de una sosegada y feliz muerte. Considerad, pues, hermanos, que si la muerte de todos los Justos es preciosa a los ojos del Señor, ¿cuánto lo sería la de aquella que era más Santa ella sola que todos los Santos juntos? Como el amor no sufre ausencia, e inclina fuertemente a la unión de los amantes, y el amor de María a su Dios era tal que excedía en mucho al de los más encendidos Serafines, no hay entendimiento que pueda alcanzar los ardientes deseos y vivas ansias con que suspiraba por verse unida para siempre con su Amado. Pues a proporción de este deseo fue su alegría cuando supo que era llegado ya el tiempo de dejar este mundo. Entonces sus virtudes, siempre heroicas, crecieron hasta un punto incomprehensible, y el incendio de su caridad subió tan alto que aniquilándole dulcemente las fuerzas del cuerpo, le quitó por fin la vida. ¡Oh muerte dichosa! ¡Oh tránsito feliz y lleno de alegría para María! ¿Cuál sería tu gozo, ¡oh Virgen Santa!, al ver que desataban las prisiones de la carne, que te habían detenido tanto tiempo en esta tierra de miserias, y se llegaba la hora de entrar a poseer para siempre los premios debidos a tantos y tan sublimes méritos como los tuyos? Hombres, no juzguéis de esta muerte por lo que veis en los demás. El dolor, el llanto, la enfermedad, el miedo y el espanto no tienen lugar en el tránsito de María. Confortada del Espíritu Santo, asistida de Jesús, escoltada de los Ángeles y rodeada de los Apóstoles y demás Discípulos de su Hijo, entre dulces deliquios y amorosos transportes de su espíritu, que rebosan y se dejan ver en su hermoso semblante, espira y deja esta vida con la serenidad, tranquilidad y dulcísima paz que eran debidas a su incomprehensible dignidad y a su incomprehensible Santidad.
  
El tránsito de la Santísima Virgen debe ser también para nosotros un motivo de suma alegría, por la fundada esperanza que nos inspira de una buena y sosegada muerte. Si la muerte de los pecadores es mala y malísima delante de Dios: si en aquel momento comienzan a beber el cáliz de su justa indignación: si son en aquella hora víctimas de la infinita Justicia que toda su vida despreciaron, son solo aquellos protervos pecadores que permanecen en sus culpas y no se acogen nunca de veras al patrocinio de María. La suerte de sus verdaderos devotos es muy distinta. Justamente confiados del perdón de todas sus culpas, que en tiempo oportuno han pedido a Dios por la poderosa intercesión de su Madre, llenos de méritos por la imitación de sus virtudes, y protegidos en aquella hora, más que nunca, de tan poderosa y tierna Madre, experimentan también aquella tranquilidad y alegría que hicieron tan dulce el tránsito de esta Señora. ¡Ah, Cristianos!, cuando la devoción sólida a la Madre de Dios no nos trajera otra utilidad que la esperanza de su protección en la hora de la muerte, esto solo debería bastar para movernos a procurarla a toda costa. ¡Oh Virgen gloriosísima!, desde ahora yo me resuelvo a ser tu fiel imitador todo el tiempo de mi vida, porque quiero parecerme también a Ti en la muerte, y asistido de Ti, dar en tus santísimas manos el último aliento de mi vida. Amén.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Santísima Virgen María, consuelo y alegría de los afligidos: por el inefable gozo de que fue inundado tu espíritu en tu dichoso tránsito, premio debido a tu singular inocencia, te pedimos nos alcances del Señor la gracia de perseverar en justicia y santidad hasta la muerte, en la que protegidos de tu bondad y fortalecidos de tu poder, triunfemos de nuestros enemigos y pasemos dulcemente de esta miserable a la eterna vida, donde en tu amable compañía gocemos siempre de Dios. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.
   
DÍA OCTAVO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DE LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA
No era conveniente, dice San Agustín, que dejase Dios por mucho tiempo en los horrores del sepulcro el purísimo cuerpo de María, del cual se había formado el de su Unigénito Hijo. Ni puede imaginarse sin temeridad que el Salvador que había encarecido tanto en su Ley el honor que los hijos deben a sus padres, se dispensase en lo más mínimo de esta obligación, no haciendo cuanto era posible para honrar y distinguir a tan digna Madre. El privilegio concedido a otros Santos de la total incorrupción de sus cuerpos hasta el fin de los siglos era poco premio de la dignidad y mérito singular de María, y así la distinguió sobre todos, resucictándola y subiéndola a los Cielos al tercer día de su feliz tránsito. ¿Y quién podrá comprehender la gloria y majestad con que subió al Cielo la Santísima Virgen, y el gozo de su Alma benditísima y de todos los Bienaventurados en este alegre día de su glorioso triunfo? Los Cielos se despueblan: las Jerarquías Angélicas bajan a escoltarla: su mismo Divino Hijo le sale al encuentro y recostándola dulcemente en sus brazos la introduce en su Gloria. ¿Qué gozo sería el de María al verse ya unida para siempre con su Dios? ¿Con qué afectos le diría aquellas ternísimas expresiones de la Esposa en los Cánticos? Ya hallé yo al Amado de mi alma: ya lo veo como Él es en sí, y estoy unida con Él para no separarme jamás. ¿Y qué admiración la de los Espíritus Angélicos al ver tanta Santidad y gloria en una pura criatura? ¿Qué Mujer es esta, dirían, que sube de la tierra, donde todo es corrupción y pecado, colmada de delicias y recostada sobre su amado Hijo? ¿Qué cánticos de alabanza entonarían? ¿Cómo engrandecerían sus heroicas perfecciones y mucho más al que con ellas la enriqueció? De esta manera, entre vítores y aclamaciones celestiales,llena de gozo, entra la Santísima Virgen en la Gloria a gozar para siempre el premio de sus virtudes.
   
¿Y qué Cristiano habrá tan tibio en amar a María, y tan olvidado de sí que al meditar esta gloria y triunfo de su verdadera Madre, no se llene de indecible alegría, y se sienta con deseos vehementísimos de acompañarla y tener parte en sus eternos gozos? A la verdad, hermanos, la viva aprehensión de la hermosura y belleza de esta Señora, y la memoria de la inmensa gloria que posee en el Cielo, hace saltar de placer en el pecho al corazón más duro, y al alma más fría la enciende en vivas ansias de tener algún día la dicha de verla, y gozar de su dulce compañía.
   
¿Pero podremos esperar que la consigan muchos a vista de la conducta de los más? Si el Cielo fuera prenio de estériles deseos y de vanos propósitos, todos serían Bienaventurados; pero no se consigue sino con buenas obras, y sin ellas no hay salvación. La gloria que goza la Santísima Virgen es el premio de sus merecimientos, y solo imitando sus virtudes podremos ser felices nosotros. Si deseamos de veras acompañar eternamente a nuestra dulce Madre en el Cielo, desprendámonos ahora de las cosas viles de la tierra, que tan encantados y unidos nos tienen a ella. Ea, Cristianos, elevemos nuestro espíritu, y consideremos aquellos bienes inefables que nos están preparados, que este conocimiento nos hará aborrecer el mundo y cuanto hay en él, y nos enseñará que no son nada los trabajos y penalidades que aquí se padecen, por conseguir la Gloria, en comparación del descanso y gozo perdurable que allí se posee.
  
Mi resolución, Virgen gloriosísima, ya está tomada: yo quiero salvarme a toda costa, y para ello renuncio desde ahora todos los bienes, honras y gustos del mundo, que me pueden impedir esta felicidad. Solo por el Cielo suspira ya mi alma, donde espero, ayudado de Ti, tener la dicha de verte y gozar de mi Dios por una eternidad. Amén.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Gloriosísima Virgen María, que en premio de tus sublimísimos merecimiento, inundada del más puro gozo y con el triunfo más brillante, fuiste llevada por tu Hijo Jesús a los Cielos, alegrando con tu amable presencia a los Espírtitus Angélicos: te rogamos, dulce esperanza nuestra, nos alcances del Señor un claro conocimiento de los eternos bienes que gozan sus escogidos, con el que ayudaba nuestra flaqueza, despreciando todas las cosas de la tierra, y apreciando solo las del Cielo, vivamos de manera que logremos algún día ver tu rara hermosura, y gozar contigo de la infinita de Dios. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.
   
DÍA NOVENO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN DE LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Considerad que el trono de gloria que ocupa María en el Cielo es correspondiente a su altísima dignidad, y que así como no hay ni puede haber quien le iguale en ella, tampoco puede haber quien se le asemeje en su gloria. El trono que Salomón preparó a la derecha del suyo, para exaltación de su madre Betsabé, es una viva imagen de la gloria que goza María a la diestra de Jesús, inferior solamente a la de su Hijo. Elevada sobre los nueve Coros de los Ángeles, exaltada incomparablemente más que toda otra pura criatura, es reconocida, reverenciada y proclamada Reina y Señora de Cielos y tierra. Salid, pues, hijas de Sion, almas verdaderamente devotas de María: venid en espíritu y ved a vuestra Reina con la corona de honor y gloria con que la ha coronado la Beatísima Trinidad en el día de su perpetua unión con Dios; día de la alegría de su Corazón. El Eterno Padre la ha enriquecido con su Poder, dándole potestad sobre todas las criaturas del Cielo, de la Tierra y del Infierno, y constituyéndola sobre todas las obras de sus divinas manos. El Divino Verbo la ha adornado con su Sabiduría, infundiéndole el más claro conocimiento que puede haber de la Divina Esencia, y una penetración profundísima de todas las cosas criadas. El Espíritu Santo la ha hermoseado, comunicándole, casi sin medida, el don santo de la caridad con que ama a Dios y a sus prójimos más que todos los hombres y Ángeles juntos. ¡Oh Reina Soberana!, mi alma se goza de verte tan sublimada y exaltada por Dios, y humildemente postrado te reconozco y venero por mi legítima Reina y Señora, a quien deseo siempre honrar y servir con todas mis fuerzas.
  
Considerad también que estos liberalísimos dones de que ha colmado Dios a la Santísima Virgen no son solo para muestra y ostentación de su gloria, sino para que los ejercite en bien y utilidad nuestra, haciendo oficio de perpetua Abogada y Medianera de los hombres con su Hijo, del mismo modo que Él lo es con su Eterno Padre. Y ved aquí, fieles devotos de María, descubierto ya el motivo de vuestra verdadera alegría y de vuestra sólida confianza. Porque, ¿qué podrá ya entristecer a quien sabe que tiene a su favor tan Poderosa, Sabia y Santa Madre? Ea, pues, acudid a María todos los que padecéis algún trabajo, necesidad o fatiga, ya sea espiritua, ya corporal, que Ella os aliviará, os socorrerá y os consolará cumplidamente. Si el Todo Poderoso ha depositado en sus manos los inagotables tesoros de sus beneficios, para que los distribuya en favor nuestro, y le ha dado un conocimiento clarísimo de todas nuestras necesidades, ¿podréis pensar que en su ternísimo Corazón quepa dureza para negaros el remedio que puede y sabe daros? ¡Qué agravio tan enorme haría a su inmensa caridad quien tal pensara! La Santísima Virgen nos ama como a sus verdaderos hijos, con un amor tan ardiente y firme, que excede en mucho al que inspira la naturaleza a las otras madres, y si es imposible que una madre se olvide del fruto de sus entrañas, mucho más lo es que María deje de socorrer al último de sus hijos. ¡Ay, dulce Madre mía, qué aliento y confianza cobra mi abatido espíritu al oír estas sólidas verdades! Tú conoces, Señora, tantas necesidades y miserias como me cercan por todas partes. Tú puedes socorrerlas y remediarlas todas. Tú quieres y solicitas, mucho más vivamente que yo, mi consuelo y alivio. Pues a Ti recurro, Virgen clementísima, para que me socorras, y Tú serás de aquí adelante mi asilo y mi refugio. Bajo tu amparo y patrocinio espero vivir en gracia y amistad de Dios para tener después la dicha de acompañarte en la Gloria. Amén.
   
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Soberana Reina y Señora del Cielo y tierra, en quien el Altísimo ha depositado los tesoros de su Poder, Sabiduría y Bondad para consuelo y alivio de todos los hombres: llenos de confianza acudimos a Ti, piadosísima Virgen, y te pedimos humildemente, que aunque indignos, nos recibas en el número de tus amados hijos y en todas nuestras necesidades nos socorras como amorosa Madre, para que libres de todo mal, por tu poderosa intercesión, consigamos en esta vida los verdaderos bienes de alma y cuerpo, que nos lleven a gozar contigo los eternos de la otra. Amén.
  
Se rezan cinco Ave Marías, y la Oración final.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)