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miércoles, 6 de marzo de 2024

PABLO VI REO CONFESO, Y LOS ENEMIGOS DE LA IGLESIA CELEBRANDO EL VATICANO II

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
    

[…] Pablo VI reo confeso: el discurso de clausura del Vaticano II
Aunque no se trata de un documento conciliar en sentido estricto, es interesante informar algunos apartes verdaderamente significativos de la homilía tenida por Pablo VI en la clausura de su Concilio, el día 7 de diciembre de 1965.
    
Exultante por los resultados logrados, el Papa Montini se dejó de hecho llevar a las admisiones gravísimas que, resaltando entre otras cosas el espíritu no católico con el cual se llevaron adelante los trabajos conciliares, habrían hecho asombrar a muchos:
«El humanismo laico profano –exclamó Pablo VI– al fin ha aparecido en su terrible estatura y ha, en cierto sentido, derrotado al Concilio. La religión del Dios que se hizo hombre se ha encontrado con la religión (porque tal es) del hombre que se hace Dios.
    
¿Qué ha sucedido? ¿Un conflicto, una lucha, un anatema? Podía ser; pero no sucedió. […] Dadle mérito en esto al menos, vosotros los humanistas modernos, renunciatarios a la trascendencia de las cosas supremas, y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros, nosotros más que todos, somos cultores del hombre»[1].
Un discurso completamente a las antípodas del grito del Apóstol de los Gentiles, que había exclamado: «Si alguno no ama al Señor, ¡sea anatema!»[2], no dudando en poner en guardia a los fieles ante el “hijo de perdición”, el Anticristo, el cual entre la apostasía general se habría opuesto y levantado «sobre todo lo que es llamado Dios o es objeto de culto, hasta sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios»[3].
   
Pero he aquí salir a Pablo VI con su Vaticano II que, en vez de lanzar el anatema contra el humanismo moderno (o sea contra la «religión del hombre que se hace Dios» como el Anticristo), lo abraza fraternamente.
   
No más excomuniones, no más Sílabos –triste legado de los oscuros tiempos preconciliares– sino unión híbrida y sacrílega entre el Catolicismo y mundo anticristiano, entre la Iglesia y las ideas de la Revolución.
    
No era difícil en este punto prever lo que habría sucedido una vez abatidas las barreras entre la Iglesia y el Mundo, o sea las barreras entre la Verdad y el error, y por consecuencia también aquellas entre el bien y el mal, la grey se habría dispersado.
   
Al mismo tiempo, los Papas conciliares, ilusos de una falsa teología y engañados por las tramas de los enemigos jurados de la Iglesia, se habían gradualmente cambiado de Vicarios de Cristo en capellanes del masónico Nuevo Orden Mundial, nuevos Pontífices de una novísima súperiglesia ecuménica y liberal reducida a simple “pancarta”, lugar de encuentro de todas las religiones.
    
La paz sobrenatural prometida de Jesucristo a sus fieles se habría cambiado en una paz toda humana que habría, sí, unido a todas las gentes, pero en la única apostasía, de la cual el encuentro interreligioso de oración de Asís en 1986 sería solo una primera señal.
    
La “prueba del nueve”
No se puede pues honestamente negar, a menos que se quiera negar la evidencia, que el Concilio Vaticano II había recibido en sus principales documentos, más o menos mimetizada, gran parte de las instancias tanto de los primeros modernistas, como de sus epígonos de la nouvelle théologie.
    
Para reforzar este juicio, también, consideramos interesante reportar también algunas declaraciones significativas de mérito emitidas por parte tanto de los exponentes calificados de la nouvelle théologie hoy triunfante, como de las personalidades y fuentes del área masónica y comunista.
    
a) En el verano del 1976, por ejemplo, el Osservatore Romano (diario oficioso de la Santa Sede) dedicaba en su famosa “página tres” un artículo celebrativo al famoso modernista Tommaso Gallarati-Scotti, donde entre otras cosas reconocía:
«En los últimos años, le viene una gran consolación (a Gallarati-Scotti, N. del R.) por el Concilio Vaticano II, porque sintió que las amarguras probadas de joven (a causa de la condena del modernismo, N. de R.) no fueron sufridas en vano: la Iglesia avanzaba por un camino áspero y difícil, en el cual tantas cosas, entonces esperadas, devenían realidad viva»[4].
Pero, si el Vaticano II fue una consolación para el modernista impenitente Tommaso Gallarati-Scotti y si el Osservatore Romano podía hacer tranquilamente el elogio de este último en época postconciliar, debería ser claro como el sol –al menos para quien no quiera cegarse voluntariamente– qué juicio se deba dar a un Concilio que ha hecho devenir realidad viva las instancias modernistas: y debería ser evidente quién manda hoy en la Iglesia.
    
b) Por su parte, el dominico subversivo Yves Congar (luego, como hemos visto, creado cardenal, evidentemente por “méritos” adquiridos) exultaba afirmando que, con el Vaticano II, «la Iglesia hizo su pacífica revolución de octubre»[5].
   
Lo que –como solía decir irónicamente Guareschi– es bello e instructivo. O, mejor, más instructivo que bello.
    
c) Edward Schillebeeckx OP, finalmente, era, como de costumbre, aún más explícito:
«El Vaticano II fue una especie de confirmación de cuanto habían hecho los teólogos (neomodernistas, N. de R.) antes del Concilio: Rahner, Chenu, Congar y otros; […] no fue precisamente el punto de partida de una nueva teología, sino solo el sello de cuánto algunos teólogos habían hecho antes del Concilio; de teólogos que fueron condenados, alejados de la enseñanza y enviados al exilio, cuya teología truinfó en el Concilio.
    
[…] El Concilio fue un compromiso. Por una parte fue un Concilio liberal, que ha consagrado los nuevos valores modernos de la democracia, de la tolerancia y de la libertad. Todas las grandes ideas de la revolución estadounidense y francesa, combatidas por generaciones de Papas, todos los valores democráticos fueron adoptados por el Concilio. Por otra, el Concilio no ha podido dar una respuesta a los fermentos de revuelta, que ya se preanunciaban. […] Ha aceptado un poco nuestra teología, confirmándonos en nuestra investigación teológica. Nos hemos sentido libres como teólogos y liberados de sospechas, del espíritu de inquisición y condena.
   
Pesaba sobre nosotros el espíritu de la Humáni Géneris (1950), la encíclica de Pío XII que condenó Le Saulchoir y Fourvière: las escuelas de los dominicos y los jesuitas (de Congar, Chenu, de Lubac y compañía, N. de R.). Todos nosotros estábamos bajo sospecha antes del Concilio y el Concilio nos ha liberado»[6].
Cuando se habla claro…
    
d) Así escribía el número especial de “Propaganda” del Partido Comunista Italiano en ocasión de su Congreso de 1964:
«La extraordinaria apertura del Concilio, justamente comparada a los Estados Generales de 1789, ha mostrado a todo el mundo que la vieja Bastilla político-religiosa fue sacudida en sus cimientos. (…) Surgió una posibilidad hasta ahora imprevista, de acercarse, con maniobras adaptadas, a nuestra victoria final»[7].
   
e) También Yves Marsaudon, alto dignatario masónico de la Gran Logia de Francia, levantaba su peana por el triunfo de los “valores” masónicos ahora acogidos por el Vaticano II:
«Si existiesen aún algunos islotes no muy lejanos, en el pensamiento, de la época de la Inquisición, ellos serían con fuerza anegados en la marea alta del ecumenismo y del liberalismo, del cual una de las consecuencias más tangibles será el derribo de las barreras espirituales que todavía dividen el mundo. Con todo el corazón esperamoa el resultado de la Revolución de Juan XXIII»[8].
Y, para quien aún no estuviese satisfecho, he aquí el gran final:
«Los cristianos no deberán olvidar que todo camino (toda religión, N. de R.) conduce a Dios […] y mantenerse en esta valiente noción de la libertad de pensamiento, que –a este propósito se puede hablar verdaderamente de revolución, parida por nuestras logias masónicas– está extendida magníficamente sobre la cúpula de San Pedro»;
con el Vaticano II naturalmente, razón por la cual podía concluir exultante Marsaudon:
«todo masón digno de tal nombre […] no podrá hacer menos que alegrarse sin restricción alguna de los resultados irreversibles del Concilio»[9].
«Sin restricción alguna». ¿Queda claro?
    
Los sostenedores a ultranza del Vaticano II, de la nueva “Iglesia conciliar” y del “camino ecuménico irreversible”, están bien acompañados.
ANDREA MANCINELLA (Ermitaño de Albano), 1962, Rivoluzione nella Chiesa: cronaca dell’occupazione neomodernista della Chiesa Cattolica/1962, Revolución en la Iglesia: crónica de la ocupación neomodernista de la Iglesia Católica. Brescia, Ed. Civiltá 2010, págs. 125-130. En Golpe nella Chiesa. Documenti e cronache sulla sovversione: dalle prime macchinazioni al Papato di transizione, dal Gruppo del Reno fino al presente/Golpe en la Iglesia. Documentos y crónicas sobre la subversión: desde las primeras maquinaciones al Papado de transición, del Grupo del Rin hasta el presente (Prólogo del padre Curzio Nittoglia, epílogo de Aldo María Valli), Edizioni Radio Spada.
  
NOTAS
[1] Última sesión pública del Concilio Ecuménico Vaticano II, Discurso de Pablo VI, 7 de diciembre de 1965.
[2] 1 Cor. 16, 22.
[3] 2 Tes. 2, 3-4.
[4] L’Osservatore Romano, 7 de julio de 1976.
[5] Yves Congar, “Le Concile au jour le jour. Deuxième session”, París, 1964, pág. 215.
[6] Entrevista en la revista “Jesus”, mayo de 1993.
[7] Cit. en Mons. Rudolf Graber, “San Atanasio y la Iglesia de nuestro tiempo”, ed. Civiltà, Brescia, 1974, pág. 73.
[8] Yves Marsaudon, “L’œcumenisme vu par un franc-maçon de tradition”, ed. Vitiano, París, primer trimestre de 1964, pág. 42.
[9] Ibid, pág. 121.

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