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miércoles, 20 de marzo de 2024

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO Y LA AYUDA EN LA CUARESMA

Traducción del artículo publicado en 2017 por Roberto De Albentiis para RADIO SPADA.
   
  
Llegados a la mitad del camino cuaresmal, próximos al Domingo de Lætare, después de haber festejado a San José y a San Benito, estamos prontos para festejar un santo europeo, pero que ha operado principalmente y finalmente muerto en el Nuevo Mundo: estamos hablando de Santo Toribio de Mogrovejo; la liturgia cuaresmal nos hace concentrar prevalentemente en los sermones y milagros de Jesús, y precisamente el santo hodierno ni siquiera está inscrito en el Misal, pero su nombre está inserto también en el Martirologio, y es enormemente venerado a nivel popular en América Latina.
    
Santo Toribio nació en España, en una noble familia, en un año comprendido entre 1536 y 1538, y se dedicó al estudio del Derecho Civil y Canónico en las mejores universidades ibéricas, en Coímbra, Valladolid y Salamanca; fue profesor universitario en la misma Facultad de Salamanca, devino después presidente del Tribunal de Granada, hasta cuando el Rey Felipe II, por la excelente fama de devoción mariana, rectitud y del sentido de deber que lo rodeaba, lo puso a la cabeza, aun siendo un laico, de la Inquisición de Granada y, después, de toda la Inquisición española.
    
Tanto el Rey como el Papa estaban tan bien impresionados por él que lo nombraron concordemente Obispo de Lima, en el entonces reino español del Perú; en poco tiempo recibió todas las órdenes sagradas y partió así a la vuelta de Nueva España.
   
Con gran energía, y con el aún más grande ejemplo personal, extirpó los abusos de los colonizadores, que los sacerdotes relajados, contra los cuales también combatió, no osaban reprender; moralizó las costumbres, promovió la reforma del clero, buscó actuar en concordia con las autoridades coloniales, que probó, sin resultado, enderezarla hacia mansos consejos, y se prodigó en la evangelización de los indígenas (cuya lemgua quiso aprender, y en cuyo idioma tradujo catecismos y oraciones) y en su elevación y protección moral y material.
    
Emprendió tres visitas pastorales en el vastísimo territorio diocesano, convocó concilios y sínodos provinciales, fundó cientos de parroquias, instaló una tipografía que produjo los primeros libros impresos de América del Sur, fundó el primer seminario dedicado a la formación del clero nativo; pródigo hacia los pobres (a quienes regalaba sus propios vestidos), dedicaba numerosas horas a la oración, a la meditación, a la penitencia y a la espiritualidad.
   
Santo Toribio vivió en un contexto histórico y político fuertemente distinto del nuestro, en ciertos aspectos, sin embargo, mejor, con una Iglesia también segura de su misión civilizadora y sobre todo evangelizadora y una autoridad política, al menos formalmente, deseosa de ponerse a Su servicio, y ante el pésimo ejemplo de obispos pávidos y tibios, Santo Toribio nos fascina y nos interpela; y sobre todo, nos presenta dos útiles lecciones, importantes ciertamente en cualquier día del año, pero sobre todo ahora que estamos viviendo el tiempo de la Gran Cuaresma.

La primera, la devoción mariana: en una Iglesia, como aquella de hoy, que desalienta la devoción mariana para ir detrás de las sirenas protestantes y seculares, deviene tanto más urgente redescubrir este trato tan bello y tan auténticamene católico; de resto, ¿de quién podremos aprender a amar mejor a Jesús, si no por Su excelentísima Madre? Con mayor razón, pues, este año, primer centenario de las apariciones de Fátima, cuyo apelo de conversión y penitencia es aún más urgente hoy que aquella lontana primavera de 1917.

La segunda, la observancia de los deberes propios de estado: Santo Toribio, primero como laico y después como hombre de Iglesia, se santificó observando escrupolosamente sus deberes de estado, de profesor, de juez y finalmente de sacerdote y obispo, incluso, ¡vino elegido como juez inquisitorial y después como Obispo precisamente por su piedad y su compromiso heroicamente vividos como laico! No es grata a Dios nuestra oración si antes no nos santificamos, en la obediencia y en la humildad, en nuestros deberes de estado y de oficio, y luego, precisamente en este clima cuaresmal, y en un tiempo que habla siempre insistentemente de derechos, ¡redescubramos nuestros deberes de estado, y cumplámoslos con la ayuda de Dios y la intercesión de Santo Toribio!

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)