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sábado, 1 de febrero de 2020

CARTA DE SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA A LOS EFESIOS

San Ignacio (+ 110 d.C. aprox.), segundo sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía, fue martirizado durante el reinado del emperador Trajano (98-117 d.C.). En camino a Roma, donde recibiría la corona del martirio, Ignacio escribió siete cartas que constituyen un valiosísimo testimonio, tanto por su antigüedad como por su contenido. San Ignacio de Antioquía es uno de los llamados «Padres Apostólicos», es decir, aquellos escritores de la Iglesia primitiva que en algún modo conocieron o tuvieron trato con alguno de los Apóstoles del Señor. La tradición atestigua que Ignacio fue oyente de la predicación del apóstol San Juan.

En la epístola dirigida a los efesios encontramos uno de los más antiguos testimonios patrísticos sobre la virginidad de Santa María. Por otro lado, San Ignacio es muy claro en su Cristología, afirmando la verdadera humanidad de Jesús así como su verdadera divinidad, saliendo así al paso de la herejía docetista, que negaba la verdadera humanidad de Jesús, y de los ebionitas, que negaban su divinidad.
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CARTA DE SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA A LOS EFESIOS

Ignacio, llamado también Teóforo, a aquella que es grandemente bendecida en la plenitud de Dios Padre, predestinada antes de los siglos a estar por siempre, para una gloria que no pasa, inquebrantablemente unida y elegida en la pasión verdadera, por la voluntad del Padre y de Jesucristo nuestro Dios, a la Iglesia digna de ser llamada bienaventurada, que está en Éfeso de Asia, mi saludo en Jesucristo y en un gozo irreprochable.

I. He acogido en Dios vuestro nombre bienamado, que habéis adquirido por vuestra naturaleza justa, según la fe y la caridad en Cristo Jesús, nuestro Salvador; imitadores de Dios, reanimados en la sangre de Dios, vosotros habéis llevado a la perfección la obra que conviene a vuestra naturaleza. 2. Apenas habéis sabido en efecto que yo venía de Siria encadenado por el Nombre y la esperanza que nos son comunes, esperando tener la suerte, gracias a vuestras oraciones, de combatir contra las bestias en Roma, para poder, si tengo esa suerte, ser discípulo; vosotros os apresurásteis en venir a verme. 3. Es así que a toda vuestra comunidad he recibido, en el nombre de Dios, en Onésimo, varón de una indecible caridad, vuestro obispo según la carne. Deseo que vosotros lo améis en Jesucristo, y que todos os asemejéis a él. Bendito sea aquél que os a hecho la gracia, a vosotros que habéis sido dignos, de tener tal obispo.

II. Para Burro, mi compañero de servicio, vuestro diácono según Dios, bendito en todas las cosas, deseo que permanezca a mi lado para haceros honor a vosotros y a vuestro obispo. En cuanto a Croco, digno de Dios y de vosotros, a quien he recibido como una muestra de vuestra caridad, ha sido para mí consuelo en todas las cosas: quiera el Padre de Jesucristo consolarlo también a él, junto con Onésimo, Burro, Euplo y Frontón; en ellos es a todos vosotros a quienes he visto según la caridad. 2. Pueda yo gozar de vosotros para siempre, si yo fuera digno de ello. Conviene, pues, glorificar en toda forma a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, a fin de que, reunidos en una misma obediencia, sometidos al obispo y al presbiterio, vosotros seáis santificados en todas las cosas.

III. Yo no os doy órdenes como si fuera alguien. Porque si yo estoy encadenado por el Nombre, no soy aún perfecto en Jesucristo. Ahora, no he hecho más que comenzar a instruirme, y os dirijo la palabra como a condiscípulos míos. Más bien, soy yo quien tendrá necesidad de ser ungido por vosotros con fe, exhortaciones, paciencia, longanimidad. 2. Pero ya que la caridad no me permite callar respecto a vosotros, es por eso que he tomado la delantera para exhortaros a caminar de acuerdo con el pensamiento de Dios. Porque Jesucristo, nuestra vida inseparable, es el pensamiento del Padre, como también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo.

IV. También conviene caminar de acuerdo con el pensamiento de vuestro obispo, lo cual vosotros ya hacéis. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios, está conforme con su obispo como las cuerdas a la cítara. Así en vuestro sinfónico y armonioso amor es Jesucristo quien canta. 2. Que cada uno de vosotros también, se convierta en coro, a fin de que, en la armonía de vuestra concordia, toméis el tono de Dios en la unidad, cantéis a una sola voz por Jesucristo al Padre, a fin de que os escuche y que os reconozca, por vuestras buenas obras, como los miembros de su Hijo. Es, pues, provechoso para vosotros el ser una inseparable unidad, a fin de participar siempre de Dios.

V. Si en efecto, yo mismo en tan poco tiempo he adquirido con vuestro obispo una tal familiaridad, que no es humana sino espiritual, cuánto más os voy a felicitar de que le estéis profundamente unidos, como la Iglesia lo está a Jesucristo, y Jesucristo al Padre, a fin de que todas las cosas sean acordes en la unidad. 2. Que nadie se extravíe; si alguno no está al interior del santuario, se priva del «pan de Dios» (Jn. 6, 33). Pues si la oración de dos tiene tal fuerza, cuánto más la del obispo con la de toda la Iglesia. 3. Aquél que no viene a la reunión común, ése ya es orgulloso y se juzga a sí mismo, pues está escrito: «Dios resiste a los orgullosos» (Prov. 3, 34; cf. Stgo. 4, 6; 1Pe. 5, 5). Pongamos, pues, esmero en no resistir al obispo, para estar sometidos a Dios.

VI. Y mientras más vea uno al obispo guardar silencio, más se le debe reverenciar; pues aquél a quien el Señor de la casa envía para administrar su casa, debemos recibirlo como aquél mismo que lo ha enviado. Entonces está claro que debemos ver al obispo como al Señor mismo. 2. Por otra parte, Onésimo mismo eleva muy alto vuestra disciplina en Dios, expresando con sus alabanzas que todos vosotros vivís según la verdad, y que ninguna herejía reside entre vosotros, sino que, por el contrario, vosotros no escucháis a persona alguna que les hable de otra cosa que no sea de Jesucristo en la verdad.

VII. Porque algunos hombres con perversa astucia tienen el hábito de tomar para todo el Nombre, pero obrando de otro modo y de manera indigna de Dios; a aquellos, debéis evitarlos como a las bestias salvajes. Son perros rabiosos, que muerden a escondidas. Debéis estar en guardia, pues sus mordeduras esconden una enfermedad difícil de curar. 2. No hay más que un solo médico, carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios venido en carne, en la muerte vida verdadera, Hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y ahora impasible, Jesucristo Nuestro Señor.

VIII. Que nadie, pues, os engañe, como por otra parte, no os dejéis engañar, siendo enteramente de Dios. Cuando sobre vosotros no se abata ninguna querella que pudiera atormentaros, entonces quiere decir que verdaderamente vosotros vivís según Dios. Yo soy vuestra víctima expiatoria, y por vuestra Iglesia yo me ofrezco en sacrificio, efesios, Iglesia que es renombrada por los siglos. 2. Los carnales no pueden hacer las obras espirituales, ni los espirituales las obras carnales, como tampoco la fe puede hacer las obras de la infidelidad, ni la infidelidad las de la fe. Pero aquellas mismas obras que vosotros hacéis en la carne son espirituales, pues es en Jesucristo que vosotros lo hacéis todo.

IX. Yo he sabido que algunos venidos de allá han pasado por vosotros, portadores de una mala doctrina, pero no les habéis permitido sembrarla entre vosotros, tapasteis vuestros oídos para no recibir lo que ellos siembran, ya que vosotros sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo como soga el Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hacia Dios. 2. Entonces todos vosotros sois también compañeros de ruta, portadores de Dios y portadores del templo, portadores de Cristo, portadores de santidad, adornados en todo de los preceptos de Jesucristo. Por mi parte, con vosotros me alegro porque he sido juzgado digno de mantenerme con vosotros mediante esta carta y de regocijarme con vosotros que vivís una vida nueva, no amando nada más que a Dios.

X. «Orad sin cesar» (1Tes. 5, 17) por los otros hombres, porque hay en ellos esperanza de arrepentirse, para que lleguen a Dios. Permitidles, pues, al menos por vuestras obras, ser vuestros discípulos. 2. Frente a sus iras, vosotros sed mansos; a sus jactancias, vosotros sed humildes; a sus blasfemias, vosotros mostrad vuestras oraciones; a sus errores, vosotros sed «firmes en la fe» (Col. 1, 23); a su fiereza, vosotros sed apacibles, sin buscar imitarlos. 3. Sed hermanos suyos por la bondad y buscad ser imitadores del Señor: --¿quién ha sido objeto de mayor injusticia? ¿quién más despojado? ¿quién más rechazado?-- para que ninguna hierba del diablo se encuentre entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza, vosotros permanezcáis en Jesucristo, en la carne y el espíritu.

XI. Estos son los últimos tiempos; en adelante avergoncémonos y temamos que la longanimidad de Dios no se torne en nuestra condenación. O bien temamos la «ira venidera» (Mt. 3, 7), o bien amemos la gracia presente: o lo uno o lo otro. Solamente si somos encontrados en Cristo Jesús entraremos en la vida verdadera. 2. Fuera de Él que nada tenga valor para vosotros, sino Aquél por quien yo llevo mis cadenas, perlas espirituales; quisiera resucitar con ellas, gracias a vuestra oración, de la que quisiera ser siempre partícipe para ser hallado en la herencia de los cristianos de Éfeso, que han estado siempre unidos a los apóstoles, por la fuerza de Jesucristo.

XII. Yo sé quién soy y a quién escribo: yo soy un condenado; vosotros, habéis obtenido misericordia; yo estoy en el peligro; vosotros estáis seguros. Vosotros sois el camino por donde pasan aquellos que son conducidos a la muerte para encontrar a Dios, iniciados en los misterios con Pablo, el santo, quien ha recibido el martirio y es digno de ser llamado bienaventurado. Pueda yo ser encontrado sobre sus huellas cuando alcance a Dios; en todas sus cartas os recuerda en Jesucristo.

XIII. Poned, pues, empeño en reuniros más frecuentemente para rendir a Dios acciones de gracia y alabanza. Porque cuando vosotros os reunís a menudo, las potestades de Satanás son abatidas y su obra de ruina destruida por la concordia de vuestra fe. 2. Nada es mejor que la paz, por la que se lleva a término toda guerra, tanto celeste como terrestre.

XIV. Nada de todo eso os está oculto, si vosotros, por Jesucristo, tenéis a la perfección la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: «el principio es la fe, y el fin la caridad» (1Tim. 1, 5). Las dos reunidas, son Dios, y todo lo demás que conduce a la santidad no hace más que seguirlas. 2. Nadie, si profesa la fe, peca; nadie, si posee la caridad, aborrece. «Se conoce el árbol por sus frutos» (Mt. 12, 33): así aquellos que hacen profesión de ser de Cristo se reconocerán por sus obras. Porque ahora la obra demandada no es la mera profesión de fe, sino el mantenernos hasta el fin en la fuerza de la fe.

XV. Más vale callar y ser que hablar y no ser. Está bien enseñar, si aquél que habla hace. No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que «ha hablado y todo ha sido hecho» (Sal, 32, 9; 148, 5) y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. 2. Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio. Nada es oculto al Señor, sino que hasta nuestros mismos secretos están cerca de Él. 3. Hagamos, pues, todo como aquellos en quienes Él habita, a fin de que seamos sus templos, y que Él sea en nosotros nuestro Dios, como en efecto lo es, y se manifestará ante nuestro rostro si lo amamos justamente.

XVI. No os equivoquéis, hermanos míos: aquellos que corrompen una familia «no heredarán el Reino de Dios» (1 Cor. 6, 9-10). 2. Así, si los que hacen eso son condenados a muerte, ¡cuánto más aquél que corrompe por su mala doctrina la fe de Dios, por la que Jesucristo ha sido crucificado! Aquél que así sea, irá al fuego inextinguible y lo mismo aquél que lo escuchare.

XVII. Si el Señor ha recibido una unción sobre su cabeza, es a fin de exhalar para su Iglesia un perfume de incorruptibilidad. No os dejéis, pues, ungir del mal olor del príncipe de este mundo, para que él no os conduzca en cautividad lejos de la vida que os espera. 2. ¿Por qué no nos hacemos todos sabios, al recibir el conocimiento de Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué perecemos tontamente, al desconocer el don que el Señor nos ha enviado verdaderamente?

XVIII. Mi espíritu es víctima de la cruz, que es escándalo para los incrédulos, pero para nosotros salvación y vida eterna (Cf. 1Cor 1, 23-25): «¿Dónde está el sabio? ¿dónde el disputador?» (1Cor. 1, 20), ¿dónde la vanidad de aquellos que llamamos sabios? 2. Porque nuestro Dios, Jesucristo, ha sido llevado en el seno de María, según la economía divina, nacido «del linaje de David» (Jn. 7, 42; Rom. 1, 3; 2Tim. 2, 8) y del Espíritu Santo. Él nació y fue bautizado para purificar el agua por su pasión.

XIX. Al príncipe de este mundo le ha sido ocultada la virginidad de María, y su alumbramiento, al igual que la muerte del Señor: tres misterios sonoros, que fueron realizados en el silencio de Dios. 2. ¿Cómo, pues, fueron manifestados a los siglos? Un astro brilló en el cielo más que todos los demás, y su luz era indecible, y su novedad sorprendente, y todos los otros astros junto con el sol y la luna se formaron en coro alrededor suyo y él proyectó su luz más que todos los astros. 2. Y ellos se turbaron preguntándose de dónde venía esta novedad tan distinta de ellos mismos. 3. Entonces fue destruida toda magia, y toda ligadura de malicia abolida, la ignorancia fue disipada, y el antiguo reino arruinado, cuando Dios se manifestó hecho hombre, «para una novedad de vida eterna» (Rom. 6, 4). Y lo que había sido preparado por Dios se comenzó a realizar. Desde entonces, todo se conmovió porque la destrucción de la muerte se preparaba.

XX. Si Jesucristo me concede la gracia, por vuestras oraciones, y si es su voluntad, yo os explicaré en la segunda carta que debo escribiros la economía, de la que he comenzado a tratar en lo concerniente al hombre nuevo, Jesucristo. Ella consiste en la fe en Él y en el amor a Él, en su Pasión y su Resurrección. 2. Sobre todo si el Señor me revela que cada uno en particular y todos juntos, en la gracia que viene de su Nombre, os reunís en una misma fe, y en Jesucristo «del linaje de David según la carne» (Rom. 1, 3), hijo del hombre e Hijo de Dios, [os reunís] para obedecer al obispo y al presbiterio en unidad de mente, rompiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, y alimento para vivir en Jesucristo por siempre.

XXI. Yo soy vuestro rescate, por vosotros y por aquellos que, para honor de Dios, habéis enviado a Esmirna, de donde os escribo, dando gracias al Señor, y amando a Policarpo como os amo también a vosotros. Acordaos de mí así como Jesucristo se acuerda de vosotros. 2. Rogad por la Iglesia que está en Siria, de donde soy conducido a Roma encadenado, pues soy el último de los fieles de allá, y yo he sido juzgado digno de servir al honor de Dios. Me despido en Dios Padre y en Jesucristo, nuestra común esperanza.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)